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Hoy es uno de esos días en los que te levantas más cansado de lo normal. De esos en los que el
cuerpo te pesa y sentís como si 50 años se te hubieran caído encima solo por la noche.
Mire hacia mi lado y ahí estaba mi preciosa Beatriz. Como era costumbre yo me levantaba un poco
antes para preparar el desayuno para ambos. Intentando hacer el menor ruido posible y
moviéndome lenta pero ágilmente por la habitación apenas ilumina por las primeras luces del
amanecer tome mi ropa y me dirigí al baño.
El departamento estaba frio y mis pies descalzos se dieron cuenta de eso con solo tocar el piso.
Rápidamente entre en la ducha y abrí solo el agua caliente, una oleada tibia recorrió mi cuerpo
desnudo. Una vez termine de asearme me fui a la cocina a preparar mi café y un café con abundante
leche para Bea.
Pase junto al sofá donde Lucy estaba profundamente dormida y ni se percato de que yo pase a su
lado y acaricie su cabeza. Parecía estar cansada. –Como si un perro que lo único que hace es comer
y estar acostado pudiera estar tan exhausto- pensé. Lucy es un hermoso labrador color crema, de
su cuello cuelga un pañuelo azul con su nombre y un número de teléfono bordado en el reverso.
Nunca sabes cuándo se puede extraviar o irse.
Tome la bandeja donde tenía el desayuno para Bea y entre en la habitación nuevamente abriendo
suavemente la puerta con un codo. No me había percatado de que estaba tan fría. Deje la bandeja
de madera que, dicho sea de paso, Bea la hizo con mucho amor para que yo le lleve el desayuno a
la cama, y la deja en la cama al lado de ella. Subí el calefactor y me senté junto a mi preciosa esposa.
Me quede ahí sentado junto a ella unos cinco minutos, callado, meditabundo, solo la observaba y
recordaba cada momento feliz junto a ella.
Eran casi las 6:00 PM. Era un día de septiembre caluroso, unos cuantos amigo y un grupo de
profesores de la secundaria a la que asistía nos habíamos juntado y alquilado una cancha de futbol
cinco para jugar un amistoso partido de PROFESORES vs. ALUMNOS. Yo ese día no participada de la
contienda porque no me sentía demasiado bien, era solo un simple dolor de cabeza y de todas
maneras no era de los mejores del grupo jugando. Siempre fui al que, cuando se armaban los
equipos, lo elegían solo para que valla al arco o para que corra con la pelota.
Mientras mis compañeros arremetían contra el arco de los profes uno de ellos recibió una dura
patada por parte de uno de los contrarios. Esto llevo a que no pueda seguir jugando y claro está,
necesitaban un jugador más. Yo trate de pasar de ser percibido por mis compañeros pero ellos
insistieron en que yo entre y si, a atajar, justo en el momento en que estaba por entrar a la cancha
para sustituir a mi compañero que se quejaba – era más el espamento que otra cosa, no había sido
muy duro el choque- entraron por el gran portón que separaba la cancha de los exteriores, tres
mujeres. Salude con un ademan cuando vi que efusivamente gritaban por nosotros. Fue un segundo.
Solo eso basto para darme cuenta que algo en una de ellas me llama poderosamente la atención.
Ellas se encontraban a mis espaldas y yo no dejaba de mirar ni un instante hacia ellas. Tenía una
coleta alta atada fuertemente que colgaba desde la parte superior trasera de su cabeza. Su pero era
de un tono marrón y cuando el sol le pegaba de tanto en tanto dejaba ver unas betas de cabello un
poco más claro. Sus ojos, su boca, su cara, todo en ella era perfecto. Tenía una sonrisa dibujada en
el rostro, como si nunca nada se la borrara. Su tez blanca, parecía porcelana que con solo tocarla se
quebraría. Vestía una remera verde de un tono claro con unos dibujos llenos de colores en la parte
delantera. Unos Jean gastados, de esos que usábamos los jóvenes que le quedaban pintados a su
figura y resaltaba exuberante mente sus hermosas curvas, subidas y bajadas de sus piernas. Todo
en ella cuadraba perfecto, todo.
-Beatriz- Grito una de las jóvenes –ven aquí, vamos a buscar agua caliente para el mate-.
–Vamos a casa, estamos cerca- contesto ella. Su voz resonó en toda la cancha, pero estoy seguro
que solo yo la escuche como nadie más lo hizo. Se escuchó alegre y llena de vida.
La vi partir, su coleta se balanceaba de un lado a otro. Daba pequeños saltos al caminar y eso me
encanto. Todo en ella me gustaba. Fue algo así como amor a primera vista.
Todo transcurrió rapidísimo, y al cabo de un tiempo le demostré lo que sentía por ella, y sin pensarlo
comenzó entre ella y yo una relación de algo más que amigos. No sabíamos muy bien lo que
hacíamos, pues éramos amigos que se besaban y tenían celos de cada persona que se acercaba a
no menos de diez metros del otro. Nosotros le llamábamos algo copado.
Era algo copado que fue creciendo día a día. Al principio y como todo joven lo a echo, nos
ocultábamos en cualquier lado y evitábamos ser visto por familiares o amigos de familiares, para
que todo se mantenga en secreto, al menos por un tiempo, hasta que los dos tomáramos el coraje
de decirle a nuestros padres.
Comenzó a despertar suavemente. Yo me encontraba sentado a su lado aun. Volví a la realidad
cuando ella acaricio mi mano y suavemente con su voz tan dulce dijo – Buen día mi amor-.
Me doble sobre ella para besarla. Me incorpore y tome la bandeja con el desayuno.
Al terminar ella se levantó y se dirigió al baño. Antes que entre, la tome por detrás, abrace su cintura
y bese su cuello. Pude notar como el bello de sus brazos se erizaba al momento en que mis labios
tocaron su suave piel. Me tomo de la cara me beso y nos despedimos.
Camino al trabajo recibí un mensaje de texto suyo.
Amor. Te amo, que tengas lindo día.
Yo daba clases de arte en una secundaria a pocas cuadras de donde vivía.
Había logrado destacar en mi clase en el instituto de artes visuales y eso me había dado la ventaja,
ya que, un extranjero dando clases de arte en la capital del arte mundial, Italia, no era algo que se
viera todos los días.
Tuve la suerte de que en los días de estudio pude llevar bien mi carrera y terminar con el mejor
promedio de la clase. Ahora a los 30 años ya hace casi tres años que Bea y yo nos vinimos desde
Argentina a probar suerte aquí, y parece que la encontramos.
-Pensar que todo comenzó cuando éramos jóvenes soñadores programando un viaje a Italia solo
por diversión- Pensé.
La gente me observaba y por un momento creí que había pensado tan fuerte que me habían oído.
De pronto un joven me paro y me dijo el porqué de que la gente me mirara. No todos los días se ve
a una persona con un saco color negro con una importante mancha blanca que llega desde el
hombro derecho hasta casi la cintura de la parte trasera y parte de la delantera. Sin decir más me
saque el saco de y seguí camino. Luego recordé que habíamos estado pintando el departamento y
re amueblando junto con Bea.
– Debe haber sido cuando pintábamos el departamento con mi esposa- dije al joven que caminaba
a mi lado, el echo a reír y dijo que había estropeado un par de zapatos que su padre le había regalado
el día que se graduó de la secundaria por ese mismo motivo.
–Ahora sé que no soy el único distraído que mancha sus cosas valiosas-. Ese saco me lo había
regalado mi madre unos meses antes de emprender el viaje.
-Debes estar presentable. Ahora sos profesor y tienes que dar el ejemplo- dijo esbozando una
sonrisa el día que me entregaba esa prenda que por la textura de la tela y la calidad parecía haber
costado un ojo de la cara.
Llegue a la secundaria y gire para saludar al joven que venía conversando y conmigo pero ya no
estaba.
Entre, me serví un poco más de café de la sala de profesores e intercambie un par de palabras con
el resto de mis compañeros de trabajo.
El día transcurrió rápido y sin problemas. Los alumnos siempre respondían bien para conmigo, así
que era difícil tener algún problema con ellos.
Salí del instituto secundario y comencé a caminar lentamente hacia mi casa. En el camino compre
unas flores para llevarle a Beatriz. A ella le gustan las flores aunque siempre que le llevo me dice
que no haga gastos innecesarios porque no hace falta que le regale esas cosas.
De pronto al doblar en una esquina sentí que alguien se colgaba de mis espaldas y las flores junto
con las cosas que llevaba fueron a parar al diablo. Algo golpeo mi pecho. ¿Una bolsa de compras?.
Estaba repleta de mercadería y unas manos suaves las sostenían, al intentar girar lo que tenía a mis
espaldas se soltó de golpe. Cuando levante los lentes del suelo y me erguí nuevamente ahí estaba
ella. Beatriz. Ya lo había supuesto, después de todo siempre hacia lo mismo, y cuando ella no lo
hacía yo le ofrecía la espalda para que se suba.
Comenzamos a caminar juntos hasta el departamento. Durante el trayecto que quedaba hasta
nuestro hogar Bea me conto lo que había hecho durante el día. Me conto de un paciente que había
llegado hoy al hospital donde trabaja con una herida de bala en su brazo izquierdo y, que de haber
impactado unos cuantos centímetros más a la derecha, no me estaría contando esto.
-Al parecer le habrían asaltado camino a su trabajo. Le pegaron un tiro por un telefoto y lo poco que
llevaba en su billetera.- Dijo compungida, como si estuviera recordando los gestos de dolor del
pobre hombre.
Faltaban alrededor de tres cuadras para llegar a nuestro destino cuando de una casa salió un
hombre con la cara tapada y portando un objeto que, por lo que llegue a ver, parecía un cuchillo de
buen porte. Tenía las manos desnudas y llenas de sangre al igual que sus ropas. Tras el salió un
hombre cargando un niño en sus brazos. El niño emanaba sangre por la boca y por un lado de su
cuello. El hombre que lo tenía en sus brazos corrió hasta la calle con el niño en brazos y pedía auxilio
a gritos.
Beatriz dejo caer las bolsas que llevaba en sus manos y corrió al encuentro del sujeto que tenía el
cuerpo inerte de su hijo en brazos.
Yo simplemente me quede parado. No tuve agallas de hacer nada. Sentía ira, pero el miedo no me
dejaba actuar. No era ese miedo que te da al ver una película de terror. Este miedo era distinto. Y
lo fue aún más.
Por detrás de un auto salió un segundo sujeto. Este empuñaba un arma de fuego. Levanto su mano
apuntando a donde estaba Beatriz y el padre con su hijo fallecido aun en brazos. Fueron los
segundos más eternos de mi vida.
En el momento en que el sujeto disparo su arma yo cerré los ojos, por simple instinto. Al abrirlos el
sujeto estaba huyendo hacia la misma dirección que el anterior.
Frente a mí, pero unos metros más allá, se encontraba el niño tirado en el suelo, inerte. Junto a él
su padre, y sobre su padre Beatriz.
-Beatriz- Grite con todas mis fuerzas esperando encontrar respuesta.
Solo el padre del niño era quien se movía. Llegue a su lado y tome a Bea entre mis brazos. Tenía la
mirada perdida y me sonreía. Tomo una de mis manos y con la otra mano me acaricio la barba.
-Nunca me gusto que te dejes la barba- Siempre me había mirado con cara rara cada vez que me
veía con un poco de barba.
La sostuve en mis brazos y saque mi teléfono móvil. La ambulancia y la policía no tardo más de 4
minutos en llegar.
Cargaron a Bea en la parte trasera de la ambulancia y a mí con ella. En ningún momento solté su
mano ni deje de mirarla a los ojos. Llegamos al hospital y un grupo de médicos y enfermeros la
ingresaron en una camilla a una sala a la cual no me dejaron pasar.
Los médicos estuvieron dentro de la sala al menos media hora, pero para mí fue como una
eternidad. De pronto un hombre grande alto y con cara de determinación salió a mi encuentro.
-¿Usted es familiar de la joven?- Pregunto el medico con voz casi rota.
A la pregunta yo solo asentí con la cabeza. Quería responder y sentía la necesidad de preguntar a
gritos que había ocurrido pero las palabras llegaban a mi mente pero no lograba hacer eco de ellas
para decirlas.
Puso una mano en mi hombro. –Lo siento mucho, no pudimos hacer nada. La bala entro por una
zona hueca del cuerpo y lastimo muchos órganos vitales. Desafortunadamente no resistió la
operación. Lo siento mucho. Manténgame al tanto de cualquier cosa que podamos hacer por usted.-
Dijo y se quitó los guates de látex con rabia e impotencia y se marchó con la cabeza gacha y
tomándose los ojos con una mano.
Yo quede parado ahí. Quieto. Sin decir una sola palabra. En mi vida, nunca había presenciado un
dolor tan agudo. Ni siquiera las lágrimas salían. No lloraba, no hablaba, no me movía. Solo estaba
ahí, pero no caía en la cuenta de lo que me acababan de decir.
Una mano me toco el hombro y luego un bazo giro en torno a mi espalda y me dirigió hasta una silla
que había detrás mío.
Una mujer vestida de azul me tomo la mano y se sentó junto a mí. Ninguno de los dos dijo nada.
Simplemente estábamos ahí sentados. Ella y yo. Debía de pensar que podía compartir el dolor
conmigo, y eso me enfureció. ¿Cómo sabia como me siento?, ¿Qué mierda sabia ella de lo que me
estaba pasando? Acababa de perder a la persona que más amaba en el mundo y ella simplemente
se sentó a mi lado y me tomo la mano. ¿Qué mierda quería decir eso?
Tal vez me deje llevar por el dolor, la ira, la impotencia, el saber que Bea, mi quería y amada Bea, ya
no estaría más conmigo. ¿A quien le prepararía el café por las mañanas? ¿A quién le diría te amo
cada vez que la veía? ¿Quién me daría tanto calor como ella? ¿Quién?
Aparte su mano de mi mano, y me levante bruscamente. Las lágrimas comenzaron a brotar a
borbotones. Todo se nublo a causa de mi llanto desconsolado.
Todo lo que estaba cerca de mí era objetivo de la ira que me poseía. Puertas, vidrios, pequeños
tanques de agua, sillas. Un par de brazos me tomaron por el pecho y luego por la nuca. Me eche
fuertemente hacia atrás contra una pared y mi opresor rujió con un grito ahogado de dolor y me
soltó. Dos brazos más vinieron hacia mí y esta vez lograron tirarme al piso.
Me desperté al cabo de unas horas, atado a una camilla de una sala blanca y un televisor con
descarga o mala señal hacia ruido de fondo. La habitación estaba casi vacía. Solo había una silla a mi
lado la cual estaba vacía y parecía que se quedaría así. A los pies de la camilla, separada por unos
metros había una pequeña mesa en donde estaba mi ropa perfectamente doblada.
El cuerpo me pesaba más de lo normal. Sentía cada musculo de mi cuerpo latiendo. Todo me dolía.
Como cuando haces mucho deporte de golpe.
De repente se me vino a la cabeza la imagen de Bea tendida en mis brazos. Acariciando mi rostro.
El doctor. La enfermera. Y un sujeto.
Un sujeto moreno, con un gorro de lana en la cabeza, un buzo gris con las siglas GTR en su pecho
unos pantalones de jeans negros. Levanto un arma que tenía en la mano y disparo. Luego nada.
Silencio.
Una punzada de dolor recorrió mi brazo cuando me agite al recordar el ruido del arma. Mire mi
brazo y una intravenosa estaba insertada en mi brazo derecho y dejaba pasar un líquido hacia dentro
mío.
Encontré una botonera al lado de mi mano derecha, la tome. No sé quién dejo la botonera al lado
de la mano que tenía la intravenosa. En uno de los botone estaba estampado el dibujo de una
campana. No había que ser experto en simbología para deducir que era un llamador.
Lo presione y al cabo de unos pocos momentos una enfermera -muy bella cabe destacar- entro en
la habitación con una serie de fichas y anotadores.
Me hizo un par de preguntas rutinarias. Me tomo la presión y salió de la sala limitándose únicamente
a lanzar una sonrisa hacia mí.
Automáticamente de que ella salió entraron tres personas más. Dos enfermeros y un médico. Este
último comenzó a preguntarme como me sentía, si estaba más tranquilo, etc. Conteste
respetuosamente a cada pregunta. Acto seguido hizo un ademan a los enfermeros y los mismo me
quitaron las ataduras de las manos.
Uno de ellos engancho la manguera de la intravenosa con su mano – espero que allá sido
descuidado- lo que hizo que otra vez una punzada de dolor corriera por mi brazo. Lance una mirada
de odio hacia el enfermero y este se disculpó amablemente y echó a andar hacia la parte de atrás
de la camilla, donde estaban mis cosas. Saco mis documentos de la billetera y se los entregó al
doctor.
-Así que es Argentino- Dijo el médico con un acento español.
-Sí, pero hace casi tres años que vivo en Italia con…-
Caí en la cuenta de lo que había pasado, y mi mundo se desmorono de nuevo.
Mi ira volvió y rompí en llanto nuevamente.
-¿Puedo verla?- Pregunte
-Aun no- trago saliva –Debes tomarte tu tiempo para diluir la situación -.
El doctor tenía razón. Pero necesitaba verla. Necesitaba tomarle la mano. Aun no estaba lista para
que me deje. Estaba devastado.
-Aunque, vas a hacerlo desde casa- Dijo. – Tú alta ya está firmada y podes retirarte en cuanto te
sientas cómodo.-
Me incorpore en la incómoda camilla de hospital. El brazo aun me punzaba si lo movía muy
bruscamente. Me saque la asquerosa bata que tenía puesta y me puse mi ropa. Aun tenia sangre de
Bea.
Salí del hospital sabiendo que esa noche y todas las restantes estaría solo. Beatriz estaba muerta.
De mis ojos brotaron nuevamente lágrimas de dolor. Un taxi freno frente a mi mano alzada. Di mi
dirección y partí rumbo a mi ahora desconocido hogar.
Al entrar al departamento Lucy vino a mí enseguida moviendo su peluda cola y medio saltando. Pase
de ella y me dirigí directamente a la habitación. Cerré la puerta tras de mí. Lucy quedo del otro lado
rasgando la puerta. No me sentía de ánimo como para que el perro comience a lamerme y saltarme
encima. Abrí la puerta de la habitación y descargue una parte de mi bronca contra la pobre Lucy. Le
pegue una patada en el costado izquierdo de su cuerpo. Largo un gemido de dolor y se fue a echar
en su sillón.
Volví a cerrar la puerta maldiciendo todo cuanto se me cruzaba.
Esa noche no lograba conciliar el sueño. Eran como las tres de la mañana y me fui a un bar cerca del
departamento. Pedí un vaso de Ginebra y otro, y otro, y otro.
Un árbol apareció frente a mí, a sus pies estaba sentada Bea. Tenía un vestido blanco con cintas
color violeta. En su pelo una hermosa corona adornada con flores y si pelo suelo son unas pequeñas
cintas del mismo color que las anteriores.
Camine hacia ella. Al verme llegar a su lado levanto la cabeza y se incorporó. Me abrazo
fuertemente. Yo quería quedarme con ella. Y que ese momento sea para siempre.
Una mano toco mi hombro y Bea desapareció rápidamente. Frente a mí una mesa un tanto sucia. A
mi lado un hombre robusto de gran barba decía algo que no entendía. Me señalo la puerta y deduje
que era hora de irme.
Comencé a caminar lentamente y dando tumbos y tropiezos cada tanto. Sabía en qué dirección
debía ir pero no estaba seguro si iba bien. Una patrulla policial freno a mi lado. Un uniformado bajo
del auto y me pidió los documentos. Intente sacar mi billetera ya que dentro siempre llevo los
documentos. Al mirar dentro me di cuenta que los documentos no estaban. Momentos más tarde
me encontraba en la comisaria junto a los dos uniformados que me habían detenido. Dormí un poco
en la silla donde me dejaron y luego el comisario de la seccional apareció para hacerme unas
preguntas. Recordé que tal vez me había olvidado mi documentación en el hospital. Mi italiano era
fluido, pero con el hecho de que no estaba en condiciones de entablar una conversación me era
muy difícil entender y que me entiendan.
Me detuvieron hasta corroborar mis datos lo cual tardo unas cuantas horas. Me llevaron a una celda
que para mi situación era muy cómoda. No puedo quejarme. Me trataron muy bien ya que no tenía
ningún tipo de antecedente y no era más que un simple ebrio que caminaba de regreso a su hogar.
Un hombre llamo a mi celda. Era de estatura promedio. Vestía un Montgomery negro largo hasta
sus rodillas debajo se podía ver una camisa blanca con un nombre bordado en la solapa del cuello y
una corbata roja. Un gorro negro montado en su cabeza. Unos lentes Ray-Ban de marco negro que
imponían elegancia. Pantalones de vestir negros de muy buena calidad –En ese momento me di
cuenta de que mi traje, el cual yo consideraba caro, era una baratija- y un par de zapatos lustrosos
completaban su vestimenta.
-Llámeme- Su voz sonó profunda y apagada. Saco un papel y garabateo rápidamente sobre él. Lo
pasó por entre medio de las rejas de la pequeña celda y desapareció antes de que yo pudiera decir
algo.
Inmediatamente apareció un oficial. Abrió mi celda y me hizo seña para que saliera me acompaño
hasta la oficina donde me habían tenido primeramente y me hizo entrega de mi documentación.
Que suerte para mi ellos habían recuperado. Me hicieron firmar unos papeles y me dejaron marchar.
Ya era cerca del mediodía cuando llegue a mi casa. Metí la mano en el bolcillo de la campera para
tomar las llaves, junto con estas salió el papel con el número de teléfono del misterioso hombre que
me había visitado hacia unas horas en mi estadía en la comisaria.
Entre a mi departamento y deje el papel sobre la mesa. Me dirigí al baño, me saque la ropa, abrí el
agua caliente de la ducha y me metí. Al salir del baño el teléfono sonó. Hice caso omiso y fui a la
habitación a vestirme. Antes de abrir la puerta caí en la cuenta de algo. Lucy no estaba, y la puerta
de la habitación estaba cerrada, algo que usualmente no hacíamos a menos que estemos dentro.
Fui nuevamente al comedor para corroborar que Lucy no estaba durmiendo en el sofá. Recorrí la
cocina llamándola pero no venía como siempre lo hacía.
Entre en la habitación y era un caos. Como si una bomba hubiese estallado dentro. La cama estaba
dada vuelta patas para arriba, el placar tirado y la ropa desparramada por todos lados. En la parte
trasera del placar había un pequeño agujero. Un cuadrado perfecto. En el cual parecía que había
algo escondido. El teléfono volvió a sonar, esta vez corrí para tomarlo.
-Deduzco que ya se abra dado cuenta- Dijo una voz al otro lado del tubo.
-¿Quién habla? ¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Qué diablos hizo en mi casa?- No entendía nada.
Nunca supe de ese compartimento en el placar de mi propia habitación.
-Tranquilo, estamos del mismo lado-
-No se dé que lado está usted y tampoco se dé que lado me habla. Dígame quien es o llamare ahora
mismo a la policía-
-Tranquilo, si quiere respuestas usted ya sabe dónde encontrarlas- Concluyo la voz y luego colgó.
-¿Qué mierda? Dónde?- Fui a la habitación, levante el placar y comencé a ordenar todo. La ropa de
Bea aún tenía su aroma. Todo me recordaba a ella, a su sonrisa, a su humanidad, a sus silencios.
Muchas veces cuando le preguntaba algunas cosas se incomodaba o cambiaba de tema. No me
importaban esas cosas.
Un sonido comenzó a oírse debajo de la cama dada vuelta. La levante y debajo de ella había un
teléfono – ¿El teléfono de Beatriz?- sonando con un mensaje de número desconocido en la pantalla.
Conteste. Una voz casi mecánica se oyó del otro lado. -Ponte Sant'Angelo sedici ore-. ¿Qué quería
decir eso? Eran cerca de la una de la tarde así que me apresure para no llegar tarde.
-Puente de San Ángelo, Dieciséis horas- repetí para mis adentros. Sea lo que sea debía saber que
era. Guarde el teléfono de Beatriz, tome las llaves y la tarjeta con el número de teléfono que el
extraño me había dado y salí corriendo
Consulte mi reloj. Quince cincuenta. Había llegado un tanto antes. Mucha gente hablando en
distintos idiomas pasaban y era casi imposible divisar a alguien en concreto. El caso es ¿A quién
estoy buscando? Exactamente a las dieciséis horas el teléfono de Beatriz volvió a sonar. Otra vez la
misma voz. -Castel Sant'Angelo sedici zero cinque ore- El castillo de San Ángelo estaba al final del
puente y se encontraba justo afuera de la mismísima ciudad del vaticano.
Presuroso me dirigí hasta allí. Tropezando de vez en cuando con algún turista y arruinando más de
una foto. Era de entenderse, ese puente era la conexión directa con la tan concurrida Basilica di San
Pietro, destino turístico de cada persona que llegaba a Roma. –Dieciséis cero cuatro, un minuto
antes- saque el teléfono de Bea del bolsillo y espere. Volvió a sonar. Atendí y puse el teléfono en mi
oído sabiendo que nuevamente la voz mecánica hablaría. -Tra volvo nero senza fare domande-
Localice el Volvo negro y me encamine hacia él. Un hombre con aspecto de chofer estaba parado al
lado del auto. Al acercarme abrió la puerta e ingrese. El hombre tomo su lugar en el asiento del
conductor y emprendimos camino. ¿A dónde? No sé, pero la intriga –mezclada con un poco de
miedo- era más fuerte que yo.
Mi teléfono comenzó a sonar. Prácticamente me había olvidado que lo tenía. Lo tome y vi el número.
El instituto.
-Hola habla Florencia, del instituto, llamo para saber porque no concurrió a clases hoy- Había
olvidado por completo que tenía clases. Tuve que mentir.
-Ciao Florencia, es que estoy enfermo. En este momento estoy regresando del médico y dijo que
tome reposo por una semana- Me excuse – Es que la gripe es muy fuerte- Agregue riendo.
- Bueno, espero se mejore. Ahora avisare a los alumnos de su ausencia esta semana. Ciao-
-Ciao Florencia-
Corte la llamada y puse mi teléfono nuevamente en el bolsillo.
Ya había pasado un largo rato desde que habíamos salido de Castillo de San Angelo y aun seguíamos
en viaje.
-¿Falta mucho para llegar?- Pregunte.
-Mi scusi, io non parlo spagnolo- Respondió en un Italiano forzado.
- E 'tanto per ottenere?- Volví a preguntar ahora en Italiano
- Disculpe, no hablo Italiano tampoco- Definitivamente me estaba tomando el pelo. Me di cuenta
que era el momento de dejar de hacer preguntas. Después de todo ya me habían avisado.
Desperté repentinamente con un salto del coche. Habíamos pasado por un pozo y el bamboleo del
auto hizo que de mi cabeza contra la ventanilla contra la que iba recostado.
Intente mantenerme despierto aunque el sueño estaba ganándome. Divise un cartel a lo lejos y
espere a que nos acercásemos para poder leerlo.
Benvenuti in Toscana.
-¿La Toscana?- Había viajado aproximadamente trecientos Kilómetros sin saber a dónde me dirigía
para llegar al norte de Italia. Había visitado solo una o dos veces el norte del país desde que estaba
viviendo en Italia y no conocía muy bien los caminos y los paisajes. Es algo bastante distinto al Sur.
Esta parte es más laborable, aquí se trabaja en campo, empresas, etc. Por otra parte el Sur es más
turístico. El norte es muy distinto a Roma, pero no menos bello.
El chofer tomo un desvío de la ruta que lleva a la ciudad. El camino era de tierra y sinuoso. Me hacía
recordar – valga la redundancia- al camino sinuoso de Monte Hermoso, un destino turístico que
muchos argentinos elegíamos en verano para vacacionar.
Al llegar al final de una loma – en la cual sentí ganas de dejar la cena de la noche anterior- otro auto
nos estaba esperando. En este caso no había nadie esperando afuera. El chofer se detuvo detrás del
coche estacionado en medio del camino y se bajó. Abrió mi puerta y con un ademan indico que
bajara. Acto seguido volvió a subir al auto. Giro en “U” y volvió por donde hacia instantes habíamos
llegado.
Me acerque al auto abandonado pose mi frente contra el cristal negro haciendo una “casita” sobre
mi rostro. Dentro no había nadie. En ese momento el teléfono de Bea comenzó a sonar. La misma
voz se escuchó.
-Inserire l'auto e seguire la GPS- Y se cortó la comunicación.
Ingrese al auto y tal como la extraña voz lo dijo, seguí el GPS. No entiendo muy bien para que estaba
el GPS, ya que solo marcaba que siga el mismo camino por el que veníamos.
Luego de un buen rato de manejo, de subidas y bajadas, curvas y contra curvas, pude ver a lo lejos
una enorme mansión. Si desde la distancia a la que estaba se veía grande entonces debía ser
gigantesca.
El GPS indicaba que ese era el lugar de destino. Llegue a las enormes puertas que custodiaban la
entrada. Inmensas rejas negras y de buen porte se alzaban ante mí. Solo eso. Las rejas y un pequeño
teclado numérico. Nuevamente el teléfono sonó. Ya lo estaba prácticamente esperando, después
de todo sonaba cada vez que no sabía qué hacer. Solo que esta vez no era la misma voz que antes.
Sonaba muy distinta, una voz la cual me resulto familiar. Profunda y apagada.
-Ha llegado señor Bragford, usted ya tiene la respuesta-
-Pero, no entiend…- No pude concluir la frase. El teléfono dio un tono de desconectado y
automáticamente se apagó.
Dos cosas me intrigaban. ¿Qué era lo que sabía que tenía que hacer? Y ¿Cómo diablos sabia mi
apellido?
Instintivamente comencé a marcar números al azar. Con cada prueba el aparato emitía un ruido
extraño. Eran en total ocho dígitos a marcar. Hice decenas de combinaciones posibles. Pase
prácticamente media hora intentado descifrar el maldito código.
Me apoye en el capot del automóvil y encendí un cigarro. Leve mis manos a la cabeza tratando de
concentrarme.
-Yo ya tengo la respuesta, ya tengo la respuesta, ya tengo la respuesta- ¿Que mierda quiere decir?
Eche las manos al bolcillo y toque una tarjeta. La tarjeta de aquel sujeto. Mire la tarjeta y contenía
solo 4 números y una palabra.
1123 – Fibonacci.
No se parecía en nada a un número telefónico.
Hasta el momento no había prestado atención a la tarjeta. Luego de observarla largo rato me di
cuenta. 1,1,2,3 – FIBONACCI.
La conocida serie de Fibonacci. – Es una sucesión infinita de números naturales en la que cada
termino es la suma de los dos anteriores- Era más que obvio, de haber atendido la tarjeta en su
momento hubiese tardado mucho menos en resolver este dilema.
Tenía un teclado frente a mí de diez dígitos. Y debía ingresar la serie correcta. Pero solo debía
ingresar ocho digitos
Instintivamente probé la primer parte de la serie.
11235813
Las rejas comenzaron a abrirse. De haber sido un poco más avispado hubiese hecho esto mucho
tiempo antes.
Subí al coche y conduje por un camino extenso a lo largo de un hermoso predio rodeado por una
pared de unos cuatro o cinco metros de altura. A la izquierda del predio una inmensa arboleda, a la
derecha un hermoso jardín, en medio una increíble fuente y distintas e increíbles obras de arte de
grandes artistas desparramadas a los largo del mismo.
Quede maravillado de las obras que había, aunque, deduje que eran imitaciones ya que las obras
originales de las que aquí se lucían estaban apostadas por toda Italia. Desde dentro del auto pude
ver obras tales como, Cristo, La Venus, El Moises, inclusive hasta una imitación perfecta de El David
del mismísimo Miguel Angel.
Al llegar a la puerta había otro teclado. Maldije para mis adentros porque sabía que no sería
nuevamente la serie de Fibonacci. De todas maneras intente. Hizo un ruido extraño y nada paso.
Este teclado era más moderno que el anterior, era una pantalla táctil. Al intentar ingresar otro
código erróneo un mensaje salió en esta pantalla.
La puerta se abrirá solo a la hora exacta
¿Qué era lo que significaba eso? ¿Tendría que esperar aún más? En todo caso, ¿Para qué era el
teclado virtual?
¿La hora exacta? Comencé a probar distintas horas. Desde las 00:00 hasta dar toda la vuelta y
regresar a las 00:00. Nada.
Luego recordé la exactitud y casi delirio con la que me marcaban la hora a la que tenía que estar en
los distintos sitios.
Puente de San Ángelo, Dieciséis horas.
Castillo de San Angelo, Dieciséis, cero cinco horas.
Pero aun así, esas eran dos horas distintas. Se me ocurrió ingresar las dos.
16001605
Nada. Sume ambas
3205
Aun sin cambios. Por último y sin más ideas enlace las dos quite los números iguales. Entre ambas
horas solo un numero era el distinto, el número cinco. Ingrese el número. Se oyó un pitido dentro
de la mansión y al cabo de unos instantes un hombre con aspecto de mayordomo abrió la puerta.
Ingrese en la lujosa mansión llena absolutamente de incontables majestuosidades de la rama
artística. Pinturas, esculturas, obras literarias, que iban desde el mismísimo Leonardo Di Ser Pietro
Da Vincci pasando por el increíble Dante Alighieri y llegando a los grandes artistitas del momento.
Una escalera marcaba el único camino a seguir luego de ese gran recibidor – del cual quede
enamorado –. Subí por ella, y un largo pasillo perpendicular a la escalera y lleno de puertas a sus
lados que correspondían a distintas habitaciones – algunas de las cuales estaban abiertas y dejaban
ver aún más obras de arte – me condujo hasta un gran salón en la que había solo tres puertas sobre
la pared del fondo. Esta sala era completamente distinta a las anteriores. Parecía más bien estar
abandonada. Sus paredes estaban sucias, con hollín en algunas partes. Una ventana estaba tapada
por una gran madera a falta de un vidrio que la cubriese. Y solo había una precaria mesa sobre la
cual se posaba un pequeño trozo de papel debajo de un vidrio lleno de polvo.
Solo quien confié en sí mismo y se deje guiar por su sabiduría prevalecerá.
Busca tu instinto.
Más acertijos inútiles que no me llevan a ningún fin. ¿Qué diablos quería decir eso? ¿Y quién hacia
los acertijos? No eran muy buenos acertijos. Más bien parecían de algún intento de genio frustrado
ya que no eran difíciles salvo que llevaba tiempo darse cuenta que quería decir.
Mire a mí alrededor. Una de las paredes estaba levemente más tiznada que las demás, pero no había
indicios de haber habido fuego dentro de la habitación. Me acerque a la pared más ennegrecida.
Saque mi pañuelo y lo frote contra la superficie rasposa. Comenzaron a quitarse las manchas
dejando a la vista una especie de dibujo. Pase aún más fuerte el pañuelo hasta que una increíble
pintura quedo a la vista. No reconocí el autor de la obra, pero era espectacular. Deduje que el dueño
de esta “humilde morada” lo había hecho pintar exclusivamente para él.
En la pintura se podían ver tres caminos uno llevaba a un paraíso hermoso, otro conducía a una
ciudad y el ultimo a un infierno devastador.
Precediendo a los caminos había un sujeto perdido entre los arboles observando los caminos.
Me fui una por una de las paredes tiznadas y las frote. Una tras otra. Solo quedaba una y ninguna
de las anteriores había dado resultado alguno, eran simples manchas.
Cansado me senté en el borde de la mesa, observando las puertas y observando la pintura a mi
derecha.
Tres caminos, tres puertas. Cielo, Infierno, y una ciudad. Me incline hacia delante con las manos en
mi cara tratando de pensar. ¿Que debía hacer? Me incorpore y avance hacia la puerta de la
izquierda, que correspondía al Paraíso de la pintura. Tome el picaporte y lo gire.
Detrás de la puerta había una oficina con una gran chimenea a la izquierda con una ventana a cada
lado por la que los rayos de sol entraban cálidamente. Un enorme librero, repleto de increíbles y
gigantescos tomos de distintas áreas de estudio cubría toda la pared izquierda de la sala.
Sobre el fondo un gran escritorio de roble tallado completamente a mano. Detrás un sillón
apuntando en dirección al gran ventanal que se ubicaba justo al final de la oficina.
Cerré la puerta tras de mi esperando encontrar otro estúpido acertijo barato.
Avance hacia la pared repleta de libros. Historia, geografía, mapas, pergaminos antiquísimos, era
increíble las cosas que había allí. Parecían estar ordenados alfabéticamente por nombre de autor y
cada libro estaba ordenado alfabéticamente también por nombre.
Tome uno.
-Por favor, disculpe mi falta de respeto pero tendré que pedirle que por favor no toque los libros sin
mi permiso y el debido cuidado- La voz vino desde el sillón apuntado hacia el ventanal. – Por favor
devuelva el libro de donde lo saco-
Deje el libro y trague saliva.
-Disculpe- Dije agachando la cabeza y alejándome del librero. –Creí que podría..-
-No hay que disculpar nada, no conoce las reglas de la casa aun-
-Por cierto, ¿usted es quien vive aquí?-
-Sí, yo te eh traído hasta aquí-
-Gracias por la invitación, pero podría solo haber llamado a mi puerta o enviado un E-mail y hubiera
venido con gusto y sin tener que recorrer media Italia y resolver acertijos “intrincados”-
-Disculpe, pero tenía que estar seguro que era usted quien venía aquí y no otra persona-
-¿Entonces porque llamo al teléfono de Beatriz? ¿Qué diablos cree que hace?-
-Señor Brangford, tranquilícese por favor. Hay muchas cosas que usted aún no sabe. Y sé que el
ánimo de entender lo que pasaba lo trajo hasta aquí-
-Vamos hombre, da la cara- grite con miedo hacia el sillón de dónde provenía la voz.
El sillón giro de un solo golpe. La persona que estaba sentada en él era un inmundo viejo decrepito.
Las fauces de su nariz, enormes. Los ojos celestes penetrantes pero cansados. Las arrugas de su cara
colgaban por todos lados. Pero su voz, ya había oído esa voz.
-Eres quien me entrego la tarjeta esta mañana. ¿Qué demonios es lo que quieres?-
-De ti, nada. Te necesito. Simplemente eso. Si quieres encontrar respuestas entonces te invito a
quedarte. Pero si quieres seguir gritando sin sentido, pues bien, ya conoces la salida - Dicho esto el
hombre se giró nuevamente hacia la ventana y tomo una caja de cigarrillos. Prendió uno y el olor
del tabaco quemándose inundo rápidamente mi nariz.
- ¿Fumas?- Pregunto extendiendo la mano con la caja hacia un costado
- Si – Conteste – Pero tengo los míos. Gracias –
- Tome asiento por favor señor Brangford –
Me senté frente al escritorio. El viejo continuaba dándome la espalda y ahora tarareaba una canción.
-¿Le gusta la música señor Brangford? – Dijo mientras se incorporaba del sillón.
- Si – conteste – Me gusta –
Un potente equipo de música comenzó a sonar. Para ser viejo sabía lo que era buena calidad.
-Tango- Dijo el viejo mientras intentaba hacer de cuenta que bailaba abrazado a otra persona.
-Le debe hacer acordar a su hogar señor Brangford. ¿Verdad? Usted es de Argentina. Allí nació el
tango-
- Sí señor. Usted lo ha dicho- Intente sonar amable aunque mi tono de voz no era el mejor.
-Usted tiene preguntas. Y yo tengo respuestas señor Brangford- Dijo el hombre tan cerca de mi cara
que podía ver hasta la más mínima imperfección en su rostro.
- No sé qué clase se preguntas piensa que tengo. Yo vine porque quería saber qué es lo que tiene
que ver usted con mi esposa-
- Ho Beatriz, siempre tan dulce-
-¿Qué dice?- mi rostro se transformó al oír eso. – ¿Qué sabe de mi esposa? –
-¿Que se dé su esposa? Se mucho de ella. Sé que era inmensamente feliz con usted. Sé que debe
lamentar dejarlo solo. Y sé que ella se fue para protegerlo a usted señor Brangford.-
Si antes no entendía que relación tenía este sujeto con Bea, ahora mucho menos.
“ella se fue para protegerlo a usted señor Brangford”.
-Usted está delirando- Grite al tiempo que pasaba mi mano entre su delgado y frágil cuello de unos
80 años – Mi esposa fue acecinada hace unas horas por un hijo de puta. Usted es un enfermo-
Simplemente no podía soltarlo. Yo sabía que no podía respirar pero aun así, apreté más y más fuerte.
Las débiles manos del viejo se aferraron a las mías. Tiraba con fuerza de mis manos para soltarse de
la atadura que no dejaba que su respiración continúe. Lo solté. Cayo desplomado de rodillas al piso,
jadeando, gimiendo y tosiendo. Me eche hacia atrás intentando calmarme. Di la vuelta en dirección
a la salida.
- Espere- Dijo mientras intentaba recuperar el aliento. – No es como usted piensa. Todo estaba
exactamente planificado. La hora, el día, los sucesos, el médico, su intervención. Todo.-
-¿Qué diablos? ¿Sigue delirando acaso?- Volví sobre mis paso y lo tome de un brazo. Lo puse de pie
con un salto y lo arroje sobre el macizo escritorio. Cayo pesadamente sobre él y un ruido a huesos
rotos resonó en la habitación.
-Señor Brangford, por favor, no hace falta esto. Usted quiere respuestas. Pues déjeme que lo ayude-
Me tome la cabeza entre las manos mientras el viejo trastabillaba para llegar al sillón. En cuanto
estuvo seguro y cómodamente sentado en el sillón tomo una botella de whisky y se sirvió un vaso
lleno. Tome asiento donde antes e intente tranquilizar mi cabeza.
Al cabo de unos pocos segundos parecía estar completamente recuperado. Tanto así que se
incorporó nuevamente del sillón y comenzó a caminar por la sala en dirección al librero. Parecía
estar buscando algo. Se detuvo cerca de la letra “G”.
-Girolamo- Susurro el viejo. Subió a una pequeña escalera y guiándose con el dedo recorría uno a
uno los lomos de los libros – Aquí esta- Dijo con entusiasmo mientras sacaba un pesado tomo de
uno de los estantes más elevados.
Bajo lentamente la escalera pero con una agilidad que nunca había visto en una persona de su edad.
Paso a mi lado casi corriendo. Yo lo seguía con la vista hasta que tuve que girar mi cuerpo
nuevamente hacia el escritorio. El viejo volvió al sillón y dejo el pesado tomo sobre el escritorio.
Girolamo Riario. El nombre estaba escrito en verde y la tapa del libro era de cuero. Parecía muy
antiguo y valioso. Lo acerco hacia mí e hizo seña para que lo abriera. Mientras yo investigaba la
portada del libro y me preguntaba que respuestas podría darme un libro sobre el sobrino del Papa
Sixto IV. Estaba claro que si el compartía algo con Girolamo, uno de los más viles conspiradores de
los Pazzi en su intento de derrocar a los grandes Médici, no tendríamos mucho de que estar
hablando.
-Vamos, ábrelo- Dijo el viejo.
Tome la tapa y la abrí. Comencé a leer pero estaba en italiano y para la lectura en este idioma no
era de los mejores. Me tome mi tiempo para entender cada oración y comprender cuales eran las
respuestas que encontraría aquí. El viejo solo me observaba. Callado. Leí alrededor de treinta y cinco
o cuarenta hojas antes de darme cuenta de que el viejo estaba sonriendo. Levante la cabeza y lo
mire a los ojos.
-¿Es otro de sus estúpidos acertijos?
-No es ningún acertijo, simplemente me rio porque no hizo algo que todo el mundo hace al tomar
un libro-
Mis ojos se posaron sobre los suyo con gesto de “desearía que sea más claro”.
-¿Acaso en Argentina no se acostumbra a ver la contratapa del libro?- Dijo el viejo y echo a reír.
Tome el libro en mis manos y lo di vuela. Había algo escrito el latín. Lo cual no comprendí pero pude
reconocer la escritura. Acaricie la contratapa con la mano y note un leve cambio en el relieve de la
misma. Con las pocas uñas que tengo debido, gracias a mi maldita costumbre de morderlas, intente
levantar lo que parecía una pequeña tapa. Logre por fin abrirla luego de una diminuta lucha. Saque
una pequeña caja de madera. Solo en ese momento me di cuenta que la última parte del libro no
eran hojas, sino una máscara que simulaba serlo. El libro no era más que un mecanismo para ocultar
la pequeña caja.
-Abra la caja señor Brangford – Su tono de voz cambio. Ahora estaba aún más serio que antes. Su
figura se tornó aún más segura, lleno de templanza.
Tome la pequeña caja en mi mano derecha y con la izquierda la abrí suavemente.
Una llave, un mapa y un papel en blanco.
-¿Qué es esto? ¿Que se supone que tengo que hacer con eso? ¿Es otra estúpida broma?-
-Usted necesita respuestas. Pero debe encontrarlas usted mismo-
-Pero, esto me lleva a otro camino. Esto es otra pregunta. No tengo tiempo para sus juegos
estúpidos. Tengo una esposa a quien velar-
-¿Está seguro de eso señor Brangford?-
En ese momento un fuerte golpe en mi cabeza hizo que cayera como un saco al piso. Medio confuso
y con la vista borrosa por la contusión y antes de desmayarme vi al viejo que me miraba desde arriba
y junto a él una hermosa joven.
Me desperté en mi departamento como cada mañana. Me incorpore en la cama. Y me di cuenta
que todo había sido un mal sueño. Mire hacia mi lado y ahí estaba mi preciosa Beatriz.
Como era costumbre me levante antes para preparar el desayuno. Pase por el baño a darme mi
ducha matutina y acto seguido fui a la cocina. Lucy dormía plácidamente en el sofá.
Todo estaba igual, salvo por una pequeña caja sobre la mesa. Y un papel que decía:
Castel Sant'Angelo sedici zero cinque ore. Vieni con Beatriz.

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  • 1. Hoy es uno de esos días en los que te levantas más cansado de lo normal. De esos en los que el cuerpo te pesa y sentís como si 50 años se te hubieran caído encima solo por la noche. Mire hacia mi lado y ahí estaba mi preciosa Beatriz. Como era costumbre yo me levantaba un poco antes para preparar el desayuno para ambos. Intentando hacer el menor ruido posible y moviéndome lenta pero ágilmente por la habitación apenas ilumina por las primeras luces del amanecer tome mi ropa y me dirigí al baño. El departamento estaba frio y mis pies descalzos se dieron cuenta de eso con solo tocar el piso. Rápidamente entre en la ducha y abrí solo el agua caliente, una oleada tibia recorrió mi cuerpo desnudo. Una vez termine de asearme me fui a la cocina a preparar mi café y un café con abundante leche para Bea. Pase junto al sofá donde Lucy estaba profundamente dormida y ni se percato de que yo pase a su lado y acaricie su cabeza. Parecía estar cansada. –Como si un perro que lo único que hace es comer y estar acostado pudiera estar tan exhausto- pensé. Lucy es un hermoso labrador color crema, de su cuello cuelga un pañuelo azul con su nombre y un número de teléfono bordado en el reverso. Nunca sabes cuándo se puede extraviar o irse. Tome la bandeja donde tenía el desayuno para Bea y entre en la habitación nuevamente abriendo suavemente la puerta con un codo. No me había percatado de que estaba tan fría. Deje la bandeja de madera que, dicho sea de paso, Bea la hizo con mucho amor para que yo le lleve el desayuno a la cama, y la deja en la cama al lado de ella. Subí el calefactor y me senté junto a mi preciosa esposa. Me quede ahí sentado junto a ella unos cinco minutos, callado, meditabundo, solo la observaba y recordaba cada momento feliz junto a ella. Eran casi las 6:00 PM. Era un día de septiembre caluroso, unos cuantos amigo y un grupo de profesores de la secundaria a la que asistía nos habíamos juntado y alquilado una cancha de futbol cinco para jugar un amistoso partido de PROFESORES vs. ALUMNOS. Yo ese día no participada de la contienda porque no me sentía demasiado bien, era solo un simple dolor de cabeza y de todas maneras no era de los mejores del grupo jugando. Siempre fui al que, cuando se armaban los equipos, lo elegían solo para que valla al arco o para que corra con la pelota. Mientras mis compañeros arremetían contra el arco de los profes uno de ellos recibió una dura patada por parte de uno de los contrarios. Esto llevo a que no pueda seguir jugando y claro está, necesitaban un jugador más. Yo trate de pasar de ser percibido por mis compañeros pero ellos insistieron en que yo entre y si, a atajar, justo en el momento en que estaba por entrar a la cancha para sustituir a mi compañero que se quejaba – era más el espamento que otra cosa, no había sido muy duro el choque- entraron por el gran portón que separaba la cancha de los exteriores, tres mujeres. Salude con un ademan cuando vi que efusivamente gritaban por nosotros. Fue un segundo. Solo eso basto para darme cuenta que algo en una de ellas me llama poderosamente la atención. Ellas se encontraban a mis espaldas y yo no dejaba de mirar ni un instante hacia ellas. Tenía una coleta alta atada fuertemente que colgaba desde la parte superior trasera de su cabeza. Su pero era de un tono marrón y cuando el sol le pegaba de tanto en tanto dejaba ver unas betas de cabello un poco más claro. Sus ojos, su boca, su cara, todo en ella era perfecto. Tenía una sonrisa dibujada en
  • 2. el rostro, como si nunca nada se la borrara. Su tez blanca, parecía porcelana que con solo tocarla se quebraría. Vestía una remera verde de un tono claro con unos dibujos llenos de colores en la parte delantera. Unos Jean gastados, de esos que usábamos los jóvenes que le quedaban pintados a su figura y resaltaba exuberante mente sus hermosas curvas, subidas y bajadas de sus piernas. Todo en ella cuadraba perfecto, todo. -Beatriz- Grito una de las jóvenes –ven aquí, vamos a buscar agua caliente para el mate-. –Vamos a casa, estamos cerca- contesto ella. Su voz resonó en toda la cancha, pero estoy seguro que solo yo la escuche como nadie más lo hizo. Se escuchó alegre y llena de vida. La vi partir, su coleta se balanceaba de un lado a otro. Daba pequeños saltos al caminar y eso me encanto. Todo en ella me gustaba. Fue algo así como amor a primera vista. Todo transcurrió rapidísimo, y al cabo de un tiempo le demostré lo que sentía por ella, y sin pensarlo comenzó entre ella y yo una relación de algo más que amigos. No sabíamos muy bien lo que hacíamos, pues éramos amigos que se besaban y tenían celos de cada persona que se acercaba a no menos de diez metros del otro. Nosotros le llamábamos algo copado. Era algo copado que fue creciendo día a día. Al principio y como todo joven lo a echo, nos ocultábamos en cualquier lado y evitábamos ser visto por familiares o amigos de familiares, para que todo se mantenga en secreto, al menos por un tiempo, hasta que los dos tomáramos el coraje de decirle a nuestros padres. Comenzó a despertar suavemente. Yo me encontraba sentado a su lado aun. Volví a la realidad cuando ella acaricio mi mano y suavemente con su voz tan dulce dijo – Buen día mi amor-. Me doble sobre ella para besarla. Me incorpore y tome la bandeja con el desayuno. Al terminar ella se levantó y se dirigió al baño. Antes que entre, la tome por detrás, abrace su cintura y bese su cuello. Pude notar como el bello de sus brazos se erizaba al momento en que mis labios tocaron su suave piel. Me tomo de la cara me beso y nos despedimos. Camino al trabajo recibí un mensaje de texto suyo. Amor. Te amo, que tengas lindo día.
  • 3. Yo daba clases de arte en una secundaria a pocas cuadras de donde vivía. Había logrado destacar en mi clase en el instituto de artes visuales y eso me había dado la ventaja, ya que, un extranjero dando clases de arte en la capital del arte mundial, Italia, no era algo que se viera todos los días. Tuve la suerte de que en los días de estudio pude llevar bien mi carrera y terminar con el mejor promedio de la clase. Ahora a los 30 años ya hace casi tres años que Bea y yo nos vinimos desde Argentina a probar suerte aquí, y parece que la encontramos. -Pensar que todo comenzó cuando éramos jóvenes soñadores programando un viaje a Italia solo por diversión- Pensé. La gente me observaba y por un momento creí que había pensado tan fuerte que me habían oído. De pronto un joven me paro y me dijo el porqué de que la gente me mirara. No todos los días se ve a una persona con un saco color negro con una importante mancha blanca que llega desde el hombro derecho hasta casi la cintura de la parte trasera y parte de la delantera. Sin decir más me saque el saco de y seguí camino. Luego recordé que habíamos estado pintando el departamento y re amueblando junto con Bea. – Debe haber sido cuando pintábamos el departamento con mi esposa- dije al joven que caminaba a mi lado, el echo a reír y dijo que había estropeado un par de zapatos que su padre le había regalado el día que se graduó de la secundaria por ese mismo motivo. –Ahora sé que no soy el único distraído que mancha sus cosas valiosas-. Ese saco me lo había regalado mi madre unos meses antes de emprender el viaje. -Debes estar presentable. Ahora sos profesor y tienes que dar el ejemplo- dijo esbozando una sonrisa el día que me entregaba esa prenda que por la textura de la tela y la calidad parecía haber costado un ojo de la cara. Llegue a la secundaria y gire para saludar al joven que venía conversando y conmigo pero ya no estaba. Entre, me serví un poco más de café de la sala de profesores e intercambie un par de palabras con el resto de mis compañeros de trabajo. El día transcurrió rápido y sin problemas. Los alumnos siempre respondían bien para conmigo, así que era difícil tener algún problema con ellos. Salí del instituto secundario y comencé a caminar lentamente hacia mi casa. En el camino compre unas flores para llevarle a Beatriz. A ella le gustan las flores aunque siempre que le llevo me dice que no haga gastos innecesarios porque no hace falta que le regale esas cosas. De pronto al doblar en una esquina sentí que alguien se colgaba de mis espaldas y las flores junto con las cosas que llevaba fueron a parar al diablo. Algo golpeo mi pecho. ¿Una bolsa de compras?. Estaba repleta de mercadería y unas manos suaves las sostenían, al intentar girar lo que tenía a mis espaldas se soltó de golpe. Cuando levante los lentes del suelo y me erguí nuevamente ahí estaba ella. Beatriz. Ya lo había supuesto, después de todo siempre hacia lo mismo, y cuando ella no lo hacía yo le ofrecía la espalda para que se suba.
  • 4. Comenzamos a caminar juntos hasta el departamento. Durante el trayecto que quedaba hasta nuestro hogar Bea me conto lo que había hecho durante el día. Me conto de un paciente que había llegado hoy al hospital donde trabaja con una herida de bala en su brazo izquierdo y, que de haber impactado unos cuantos centímetros más a la derecha, no me estaría contando esto. -Al parecer le habrían asaltado camino a su trabajo. Le pegaron un tiro por un telefoto y lo poco que llevaba en su billetera.- Dijo compungida, como si estuviera recordando los gestos de dolor del pobre hombre. Faltaban alrededor de tres cuadras para llegar a nuestro destino cuando de una casa salió un hombre con la cara tapada y portando un objeto que, por lo que llegue a ver, parecía un cuchillo de buen porte. Tenía las manos desnudas y llenas de sangre al igual que sus ropas. Tras el salió un hombre cargando un niño en sus brazos. El niño emanaba sangre por la boca y por un lado de su cuello. El hombre que lo tenía en sus brazos corrió hasta la calle con el niño en brazos y pedía auxilio a gritos. Beatriz dejo caer las bolsas que llevaba en sus manos y corrió al encuentro del sujeto que tenía el cuerpo inerte de su hijo en brazos. Yo simplemente me quede parado. No tuve agallas de hacer nada. Sentía ira, pero el miedo no me dejaba actuar. No era ese miedo que te da al ver una película de terror. Este miedo era distinto. Y lo fue aún más. Por detrás de un auto salió un segundo sujeto. Este empuñaba un arma de fuego. Levanto su mano apuntando a donde estaba Beatriz y el padre con su hijo fallecido aun en brazos. Fueron los segundos más eternos de mi vida. En el momento en que el sujeto disparo su arma yo cerré los ojos, por simple instinto. Al abrirlos el sujeto estaba huyendo hacia la misma dirección que el anterior. Frente a mí, pero unos metros más allá, se encontraba el niño tirado en el suelo, inerte. Junto a él su padre, y sobre su padre Beatriz. -Beatriz- Grite con todas mis fuerzas esperando encontrar respuesta. Solo el padre del niño era quien se movía. Llegue a su lado y tome a Bea entre mis brazos. Tenía la mirada perdida y me sonreía. Tomo una de mis manos y con la otra mano me acaricio la barba. -Nunca me gusto que te dejes la barba- Siempre me había mirado con cara rara cada vez que me veía con un poco de barba. La sostuve en mis brazos y saque mi teléfono móvil. La ambulancia y la policía no tardo más de 4 minutos en llegar. Cargaron a Bea en la parte trasera de la ambulancia y a mí con ella. En ningún momento solté su mano ni deje de mirarla a los ojos. Llegamos al hospital y un grupo de médicos y enfermeros la ingresaron en una camilla a una sala a la cual no me dejaron pasar.
  • 5. Los médicos estuvieron dentro de la sala al menos media hora, pero para mí fue como una eternidad. De pronto un hombre grande alto y con cara de determinación salió a mi encuentro. -¿Usted es familiar de la joven?- Pregunto el medico con voz casi rota. A la pregunta yo solo asentí con la cabeza. Quería responder y sentía la necesidad de preguntar a gritos que había ocurrido pero las palabras llegaban a mi mente pero no lograba hacer eco de ellas para decirlas. Puso una mano en mi hombro. –Lo siento mucho, no pudimos hacer nada. La bala entro por una zona hueca del cuerpo y lastimo muchos órganos vitales. Desafortunadamente no resistió la operación. Lo siento mucho. Manténgame al tanto de cualquier cosa que podamos hacer por usted.- Dijo y se quitó los guates de látex con rabia e impotencia y se marchó con la cabeza gacha y tomándose los ojos con una mano. Yo quede parado ahí. Quieto. Sin decir una sola palabra. En mi vida, nunca había presenciado un dolor tan agudo. Ni siquiera las lágrimas salían. No lloraba, no hablaba, no me movía. Solo estaba ahí, pero no caía en la cuenta de lo que me acababan de decir. Una mano me toco el hombro y luego un bazo giro en torno a mi espalda y me dirigió hasta una silla que había detrás mío. Una mujer vestida de azul me tomo la mano y se sentó junto a mí. Ninguno de los dos dijo nada. Simplemente estábamos ahí sentados. Ella y yo. Debía de pensar que podía compartir el dolor conmigo, y eso me enfureció. ¿Cómo sabia como me siento?, ¿Qué mierda sabia ella de lo que me estaba pasando? Acababa de perder a la persona que más amaba en el mundo y ella simplemente se sentó a mi lado y me tomo la mano. ¿Qué mierda quería decir eso? Tal vez me deje llevar por el dolor, la ira, la impotencia, el saber que Bea, mi quería y amada Bea, ya no estaría más conmigo. ¿A quien le prepararía el café por las mañanas? ¿A quién le diría te amo cada vez que la veía? ¿Quién me daría tanto calor como ella? ¿Quién? Aparte su mano de mi mano, y me levante bruscamente. Las lágrimas comenzaron a brotar a borbotones. Todo se nublo a causa de mi llanto desconsolado. Todo lo que estaba cerca de mí era objetivo de la ira que me poseía. Puertas, vidrios, pequeños tanques de agua, sillas. Un par de brazos me tomaron por el pecho y luego por la nuca. Me eche fuertemente hacia atrás contra una pared y mi opresor rujió con un grito ahogado de dolor y me soltó. Dos brazos más vinieron hacia mí y esta vez lograron tirarme al piso. Me desperté al cabo de unas horas, atado a una camilla de una sala blanca y un televisor con descarga o mala señal hacia ruido de fondo. La habitación estaba casi vacía. Solo había una silla a mi lado la cual estaba vacía y parecía que se quedaría así. A los pies de la camilla, separada por unos metros había una pequeña mesa en donde estaba mi ropa perfectamente doblada. El cuerpo me pesaba más de lo normal. Sentía cada musculo de mi cuerpo latiendo. Todo me dolía. Como cuando haces mucho deporte de golpe. De repente se me vino a la cabeza la imagen de Bea tendida en mis brazos. Acariciando mi rostro. El doctor. La enfermera. Y un sujeto.
  • 6. Un sujeto moreno, con un gorro de lana en la cabeza, un buzo gris con las siglas GTR en su pecho unos pantalones de jeans negros. Levanto un arma que tenía en la mano y disparo. Luego nada. Silencio. Una punzada de dolor recorrió mi brazo cuando me agite al recordar el ruido del arma. Mire mi brazo y una intravenosa estaba insertada en mi brazo derecho y dejaba pasar un líquido hacia dentro mío. Encontré una botonera al lado de mi mano derecha, la tome. No sé quién dejo la botonera al lado de la mano que tenía la intravenosa. En uno de los botone estaba estampado el dibujo de una campana. No había que ser experto en simbología para deducir que era un llamador. Lo presione y al cabo de unos pocos momentos una enfermera -muy bella cabe destacar- entro en la habitación con una serie de fichas y anotadores. Me hizo un par de preguntas rutinarias. Me tomo la presión y salió de la sala limitándose únicamente a lanzar una sonrisa hacia mí. Automáticamente de que ella salió entraron tres personas más. Dos enfermeros y un médico. Este último comenzó a preguntarme como me sentía, si estaba más tranquilo, etc. Conteste respetuosamente a cada pregunta. Acto seguido hizo un ademan a los enfermeros y los mismo me quitaron las ataduras de las manos. Uno de ellos engancho la manguera de la intravenosa con su mano – espero que allá sido descuidado- lo que hizo que otra vez una punzada de dolor corriera por mi brazo. Lance una mirada de odio hacia el enfermero y este se disculpó amablemente y echó a andar hacia la parte de atrás de la camilla, donde estaban mis cosas. Saco mis documentos de la billetera y se los entregó al doctor. -Así que es Argentino- Dijo el médico con un acento español. -Sí, pero hace casi tres años que vivo en Italia con…- Caí en la cuenta de lo que había pasado, y mi mundo se desmorono de nuevo. Mi ira volvió y rompí en llanto nuevamente. -¿Puedo verla?- Pregunte -Aun no- trago saliva –Debes tomarte tu tiempo para diluir la situación -. El doctor tenía razón. Pero necesitaba verla. Necesitaba tomarle la mano. Aun no estaba lista para que me deje. Estaba devastado. -Aunque, vas a hacerlo desde casa- Dijo. – Tú alta ya está firmada y podes retirarte en cuanto te sientas cómodo.- Me incorpore en la incómoda camilla de hospital. El brazo aun me punzaba si lo movía muy bruscamente. Me saque la asquerosa bata que tenía puesta y me puse mi ropa. Aun tenia sangre de Bea. Salí del hospital sabiendo que esa noche y todas las restantes estaría solo. Beatriz estaba muerta.
  • 7. De mis ojos brotaron nuevamente lágrimas de dolor. Un taxi freno frente a mi mano alzada. Di mi dirección y partí rumbo a mi ahora desconocido hogar. Al entrar al departamento Lucy vino a mí enseguida moviendo su peluda cola y medio saltando. Pase de ella y me dirigí directamente a la habitación. Cerré la puerta tras de mí. Lucy quedo del otro lado rasgando la puerta. No me sentía de ánimo como para que el perro comience a lamerme y saltarme encima. Abrí la puerta de la habitación y descargue una parte de mi bronca contra la pobre Lucy. Le pegue una patada en el costado izquierdo de su cuerpo. Largo un gemido de dolor y se fue a echar en su sillón. Volví a cerrar la puerta maldiciendo todo cuanto se me cruzaba. Esa noche no lograba conciliar el sueño. Eran como las tres de la mañana y me fui a un bar cerca del departamento. Pedí un vaso de Ginebra y otro, y otro, y otro. Un árbol apareció frente a mí, a sus pies estaba sentada Bea. Tenía un vestido blanco con cintas color violeta. En su pelo una hermosa corona adornada con flores y si pelo suelo son unas pequeñas cintas del mismo color que las anteriores. Camine hacia ella. Al verme llegar a su lado levanto la cabeza y se incorporó. Me abrazo fuertemente. Yo quería quedarme con ella. Y que ese momento sea para siempre. Una mano toco mi hombro y Bea desapareció rápidamente. Frente a mí una mesa un tanto sucia. A mi lado un hombre robusto de gran barba decía algo que no entendía. Me señalo la puerta y deduje que era hora de irme. Comencé a caminar lentamente y dando tumbos y tropiezos cada tanto. Sabía en qué dirección debía ir pero no estaba seguro si iba bien. Una patrulla policial freno a mi lado. Un uniformado bajo del auto y me pidió los documentos. Intente sacar mi billetera ya que dentro siempre llevo los documentos. Al mirar dentro me di cuenta que los documentos no estaban. Momentos más tarde me encontraba en la comisaria junto a los dos uniformados que me habían detenido. Dormí un poco en la silla donde me dejaron y luego el comisario de la seccional apareció para hacerme unas preguntas. Recordé que tal vez me había olvidado mi documentación en el hospital. Mi italiano era fluido, pero con el hecho de que no estaba en condiciones de entablar una conversación me era muy difícil entender y que me entiendan. Me detuvieron hasta corroborar mis datos lo cual tardo unas cuantas horas. Me llevaron a una celda que para mi situación era muy cómoda. No puedo quejarme. Me trataron muy bien ya que no tenía ningún tipo de antecedente y no era más que un simple ebrio que caminaba de regreso a su hogar. Un hombre llamo a mi celda. Era de estatura promedio. Vestía un Montgomery negro largo hasta sus rodillas debajo se podía ver una camisa blanca con un nombre bordado en la solapa del cuello y
  • 8. una corbata roja. Un gorro negro montado en su cabeza. Unos lentes Ray-Ban de marco negro que imponían elegancia. Pantalones de vestir negros de muy buena calidad –En ese momento me di cuenta de que mi traje, el cual yo consideraba caro, era una baratija- y un par de zapatos lustrosos completaban su vestimenta. -Llámeme- Su voz sonó profunda y apagada. Saco un papel y garabateo rápidamente sobre él. Lo pasó por entre medio de las rejas de la pequeña celda y desapareció antes de que yo pudiera decir algo. Inmediatamente apareció un oficial. Abrió mi celda y me hizo seña para que saliera me acompaño hasta la oficina donde me habían tenido primeramente y me hizo entrega de mi documentación. Que suerte para mi ellos habían recuperado. Me hicieron firmar unos papeles y me dejaron marchar. Ya era cerca del mediodía cuando llegue a mi casa. Metí la mano en el bolcillo de la campera para tomar las llaves, junto con estas salió el papel con el número de teléfono del misterioso hombre que me había visitado hacia unas horas en mi estadía en la comisaria. Entre a mi departamento y deje el papel sobre la mesa. Me dirigí al baño, me saque la ropa, abrí el agua caliente de la ducha y me metí. Al salir del baño el teléfono sonó. Hice caso omiso y fui a la habitación a vestirme. Antes de abrir la puerta caí en la cuenta de algo. Lucy no estaba, y la puerta de la habitación estaba cerrada, algo que usualmente no hacíamos a menos que estemos dentro. Fui nuevamente al comedor para corroborar que Lucy no estaba durmiendo en el sofá. Recorrí la cocina llamándola pero no venía como siempre lo hacía. Entre en la habitación y era un caos. Como si una bomba hubiese estallado dentro. La cama estaba dada vuelta patas para arriba, el placar tirado y la ropa desparramada por todos lados. En la parte trasera del placar había un pequeño agujero. Un cuadrado perfecto. En el cual parecía que había algo escondido. El teléfono volvió a sonar, esta vez corrí para tomarlo. -Deduzco que ya se abra dado cuenta- Dijo una voz al otro lado del tubo. -¿Quién habla? ¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Qué diablos hizo en mi casa?- No entendía nada. Nunca supe de ese compartimento en el placar de mi propia habitación. -Tranquilo, estamos del mismo lado- -No se dé que lado está usted y tampoco se dé que lado me habla. Dígame quien es o llamare ahora mismo a la policía- -Tranquilo, si quiere respuestas usted ya sabe dónde encontrarlas- Concluyo la voz y luego colgó. -¿Qué mierda? Dónde?- Fui a la habitación, levante el placar y comencé a ordenar todo. La ropa de Bea aún tenía su aroma. Todo me recordaba a ella, a su sonrisa, a su humanidad, a sus silencios. Muchas veces cuando le preguntaba algunas cosas se incomodaba o cambiaba de tema. No me importaban esas cosas. Un sonido comenzó a oírse debajo de la cama dada vuelta. La levante y debajo de ella había un teléfono – ¿El teléfono de Beatriz?- sonando con un mensaje de número desconocido en la pantalla. Conteste. Una voz casi mecánica se oyó del otro lado. -Ponte Sant'Angelo sedici ore-. ¿Qué quería decir eso? Eran cerca de la una de la tarde así que me apresure para no llegar tarde.
  • 9. -Puente de San Ángelo, Dieciséis horas- repetí para mis adentros. Sea lo que sea debía saber que era. Guarde el teléfono de Beatriz, tome las llaves y la tarjeta con el número de teléfono que el extraño me había dado y salí corriendo Consulte mi reloj. Quince cincuenta. Había llegado un tanto antes. Mucha gente hablando en distintos idiomas pasaban y era casi imposible divisar a alguien en concreto. El caso es ¿A quién estoy buscando? Exactamente a las dieciséis horas el teléfono de Beatriz volvió a sonar. Otra vez la misma voz. -Castel Sant'Angelo sedici zero cinque ore- El castillo de San Ángelo estaba al final del puente y se encontraba justo afuera de la mismísima ciudad del vaticano. Presuroso me dirigí hasta allí. Tropezando de vez en cuando con algún turista y arruinando más de una foto. Era de entenderse, ese puente era la conexión directa con la tan concurrida Basilica di San Pietro, destino turístico de cada persona que llegaba a Roma. –Dieciséis cero cuatro, un minuto antes- saque el teléfono de Bea del bolsillo y espere. Volvió a sonar. Atendí y puse el teléfono en mi oído sabiendo que nuevamente la voz mecánica hablaría. -Tra volvo nero senza fare domande- Localice el Volvo negro y me encamine hacia él. Un hombre con aspecto de chofer estaba parado al lado del auto. Al acercarme abrió la puerta e ingrese. El hombre tomo su lugar en el asiento del conductor y emprendimos camino. ¿A dónde? No sé, pero la intriga –mezclada con un poco de miedo- era más fuerte que yo. Mi teléfono comenzó a sonar. Prácticamente me había olvidado que lo tenía. Lo tome y vi el número. El instituto. -Hola habla Florencia, del instituto, llamo para saber porque no concurrió a clases hoy- Había olvidado por completo que tenía clases. Tuve que mentir. -Ciao Florencia, es que estoy enfermo. En este momento estoy regresando del médico y dijo que tome reposo por una semana- Me excuse – Es que la gripe es muy fuerte- Agregue riendo. - Bueno, espero se mejore. Ahora avisare a los alumnos de su ausencia esta semana. Ciao- -Ciao Florencia- Corte la llamada y puse mi teléfono nuevamente en el bolsillo. Ya había pasado un largo rato desde que habíamos salido de Castillo de San Angelo y aun seguíamos en viaje. -¿Falta mucho para llegar?- Pregunte. -Mi scusi, io non parlo spagnolo- Respondió en un Italiano forzado. - E 'tanto per ottenere?- Volví a preguntar ahora en Italiano
  • 10. - Disculpe, no hablo Italiano tampoco- Definitivamente me estaba tomando el pelo. Me di cuenta que era el momento de dejar de hacer preguntas. Después de todo ya me habían avisado. Desperté repentinamente con un salto del coche. Habíamos pasado por un pozo y el bamboleo del auto hizo que de mi cabeza contra la ventanilla contra la que iba recostado. Intente mantenerme despierto aunque el sueño estaba ganándome. Divise un cartel a lo lejos y espere a que nos acercásemos para poder leerlo. Benvenuti in Toscana. -¿La Toscana?- Había viajado aproximadamente trecientos Kilómetros sin saber a dónde me dirigía para llegar al norte de Italia. Había visitado solo una o dos veces el norte del país desde que estaba viviendo en Italia y no conocía muy bien los caminos y los paisajes. Es algo bastante distinto al Sur. Esta parte es más laborable, aquí se trabaja en campo, empresas, etc. Por otra parte el Sur es más turístico. El norte es muy distinto a Roma, pero no menos bello. El chofer tomo un desvío de la ruta que lleva a la ciudad. El camino era de tierra y sinuoso. Me hacía recordar – valga la redundancia- al camino sinuoso de Monte Hermoso, un destino turístico que muchos argentinos elegíamos en verano para vacacionar. Al llegar al final de una loma – en la cual sentí ganas de dejar la cena de la noche anterior- otro auto nos estaba esperando. En este caso no había nadie esperando afuera. El chofer se detuvo detrás del coche estacionado en medio del camino y se bajó. Abrió mi puerta y con un ademan indico que bajara. Acto seguido volvió a subir al auto. Giro en “U” y volvió por donde hacia instantes habíamos llegado. Me acerque al auto abandonado pose mi frente contra el cristal negro haciendo una “casita” sobre mi rostro. Dentro no había nadie. En ese momento el teléfono de Bea comenzó a sonar. La misma voz se escuchó. -Inserire l'auto e seguire la GPS- Y se cortó la comunicación. Ingrese al auto y tal como la extraña voz lo dijo, seguí el GPS. No entiendo muy bien para que estaba el GPS, ya que solo marcaba que siga el mismo camino por el que veníamos. Luego de un buen rato de manejo, de subidas y bajadas, curvas y contra curvas, pude ver a lo lejos una enorme mansión. Si desde la distancia a la que estaba se veía grande entonces debía ser gigantesca. El GPS indicaba que ese era el lugar de destino. Llegue a las enormes puertas que custodiaban la entrada. Inmensas rejas negras y de buen porte se alzaban ante mí. Solo eso. Las rejas y un pequeño teclado numérico. Nuevamente el teléfono sonó. Ya lo estaba prácticamente esperando, después de todo sonaba cada vez que no sabía qué hacer. Solo que esta vez no era la misma voz que antes. Sonaba muy distinta, una voz la cual me resulto familiar. Profunda y apagada. -Ha llegado señor Bragford, usted ya tiene la respuesta- -Pero, no entiend…- No pude concluir la frase. El teléfono dio un tono de desconectado y automáticamente se apagó. Dos cosas me intrigaban. ¿Qué era lo que sabía que tenía que hacer? Y ¿Cómo diablos sabia mi apellido?
  • 11. Instintivamente comencé a marcar números al azar. Con cada prueba el aparato emitía un ruido extraño. Eran en total ocho dígitos a marcar. Hice decenas de combinaciones posibles. Pase prácticamente media hora intentado descifrar el maldito código. Me apoye en el capot del automóvil y encendí un cigarro. Leve mis manos a la cabeza tratando de concentrarme. -Yo ya tengo la respuesta, ya tengo la respuesta, ya tengo la respuesta- ¿Que mierda quiere decir? Eche las manos al bolcillo y toque una tarjeta. La tarjeta de aquel sujeto. Mire la tarjeta y contenía solo 4 números y una palabra. 1123 – Fibonacci. No se parecía en nada a un número telefónico. Hasta el momento no había prestado atención a la tarjeta. Luego de observarla largo rato me di cuenta. 1,1,2,3 – FIBONACCI. La conocida serie de Fibonacci. – Es una sucesión infinita de números naturales en la que cada termino es la suma de los dos anteriores- Era más que obvio, de haber atendido la tarjeta en su momento hubiese tardado mucho menos en resolver este dilema. Tenía un teclado frente a mí de diez dígitos. Y debía ingresar la serie correcta. Pero solo debía ingresar ocho digitos Instintivamente probé la primer parte de la serie. 11235813 Las rejas comenzaron a abrirse. De haber sido un poco más avispado hubiese hecho esto mucho tiempo antes. Subí al coche y conduje por un camino extenso a lo largo de un hermoso predio rodeado por una pared de unos cuatro o cinco metros de altura. A la izquierda del predio una inmensa arboleda, a la derecha un hermoso jardín, en medio una increíble fuente y distintas e increíbles obras de arte de grandes artistas desparramadas a los largo del mismo. Quede maravillado de las obras que había, aunque, deduje que eran imitaciones ya que las obras originales de las que aquí se lucían estaban apostadas por toda Italia. Desde dentro del auto pude ver obras tales como, Cristo, La Venus, El Moises, inclusive hasta una imitación perfecta de El David del mismísimo Miguel Angel. Al llegar a la puerta había otro teclado. Maldije para mis adentros porque sabía que no sería nuevamente la serie de Fibonacci. De todas maneras intente. Hizo un ruido extraño y nada paso. Este teclado era más moderno que el anterior, era una pantalla táctil. Al intentar ingresar otro código erróneo un mensaje salió en esta pantalla. La puerta se abrirá solo a la hora exacta ¿Qué era lo que significaba eso? ¿Tendría que esperar aún más? En todo caso, ¿Para qué era el teclado virtual?
  • 12. ¿La hora exacta? Comencé a probar distintas horas. Desde las 00:00 hasta dar toda la vuelta y regresar a las 00:00. Nada. Luego recordé la exactitud y casi delirio con la que me marcaban la hora a la que tenía que estar en los distintos sitios. Puente de San Ángelo, Dieciséis horas. Castillo de San Angelo, Dieciséis, cero cinco horas. Pero aun así, esas eran dos horas distintas. Se me ocurrió ingresar las dos. 16001605 Nada. Sume ambas 3205 Aun sin cambios. Por último y sin más ideas enlace las dos quite los números iguales. Entre ambas horas solo un numero era el distinto, el número cinco. Ingrese el número. Se oyó un pitido dentro de la mansión y al cabo de unos instantes un hombre con aspecto de mayordomo abrió la puerta. Ingrese en la lujosa mansión llena absolutamente de incontables majestuosidades de la rama artística. Pinturas, esculturas, obras literarias, que iban desde el mismísimo Leonardo Di Ser Pietro Da Vincci pasando por el increíble Dante Alighieri y llegando a los grandes artistitas del momento. Una escalera marcaba el único camino a seguir luego de ese gran recibidor – del cual quede enamorado –. Subí por ella, y un largo pasillo perpendicular a la escalera y lleno de puertas a sus lados que correspondían a distintas habitaciones – algunas de las cuales estaban abiertas y dejaban ver aún más obras de arte – me condujo hasta un gran salón en la que había solo tres puertas sobre la pared del fondo. Esta sala era completamente distinta a las anteriores. Parecía más bien estar abandonada. Sus paredes estaban sucias, con hollín en algunas partes. Una ventana estaba tapada por una gran madera a falta de un vidrio que la cubriese. Y solo había una precaria mesa sobre la cual se posaba un pequeño trozo de papel debajo de un vidrio lleno de polvo. Solo quien confié en sí mismo y se deje guiar por su sabiduría prevalecerá. Busca tu instinto. Más acertijos inútiles que no me llevan a ningún fin. ¿Qué diablos quería decir eso? ¿Y quién hacia los acertijos? No eran muy buenos acertijos. Más bien parecían de algún intento de genio frustrado ya que no eran difíciles salvo que llevaba tiempo darse cuenta que quería decir. Mire a mí alrededor. Una de las paredes estaba levemente más tiznada que las demás, pero no había indicios de haber habido fuego dentro de la habitación. Me acerque a la pared más ennegrecida. Saque mi pañuelo y lo frote contra la superficie rasposa. Comenzaron a quitarse las manchas dejando a la vista una especie de dibujo. Pase aún más fuerte el pañuelo hasta que una increíble pintura quedo a la vista. No reconocí el autor de la obra, pero era espectacular. Deduje que el dueño de esta “humilde morada” lo había hecho pintar exclusivamente para él.
  • 13. En la pintura se podían ver tres caminos uno llevaba a un paraíso hermoso, otro conducía a una ciudad y el ultimo a un infierno devastador. Precediendo a los caminos había un sujeto perdido entre los arboles observando los caminos. Me fui una por una de las paredes tiznadas y las frote. Una tras otra. Solo quedaba una y ninguna de las anteriores había dado resultado alguno, eran simples manchas. Cansado me senté en el borde de la mesa, observando las puertas y observando la pintura a mi derecha. Tres caminos, tres puertas. Cielo, Infierno, y una ciudad. Me incline hacia delante con las manos en mi cara tratando de pensar. ¿Que debía hacer? Me incorpore y avance hacia la puerta de la izquierda, que correspondía al Paraíso de la pintura. Tome el picaporte y lo gire. Detrás de la puerta había una oficina con una gran chimenea a la izquierda con una ventana a cada lado por la que los rayos de sol entraban cálidamente. Un enorme librero, repleto de increíbles y gigantescos tomos de distintas áreas de estudio cubría toda la pared izquierda de la sala. Sobre el fondo un gran escritorio de roble tallado completamente a mano. Detrás un sillón apuntando en dirección al gran ventanal que se ubicaba justo al final de la oficina. Cerré la puerta tras de mi esperando encontrar otro estúpido acertijo barato. Avance hacia la pared repleta de libros. Historia, geografía, mapas, pergaminos antiquísimos, era increíble las cosas que había allí. Parecían estar ordenados alfabéticamente por nombre de autor y cada libro estaba ordenado alfabéticamente también por nombre. Tome uno. -Por favor, disculpe mi falta de respeto pero tendré que pedirle que por favor no toque los libros sin mi permiso y el debido cuidado- La voz vino desde el sillón apuntado hacia el ventanal. – Por favor devuelva el libro de donde lo saco- Deje el libro y trague saliva. -Disculpe- Dije agachando la cabeza y alejándome del librero. –Creí que podría..- -No hay que disculpar nada, no conoce las reglas de la casa aun- -Por cierto, ¿usted es quien vive aquí?- -Sí, yo te eh traído hasta aquí- -Gracias por la invitación, pero podría solo haber llamado a mi puerta o enviado un E-mail y hubiera venido con gusto y sin tener que recorrer media Italia y resolver acertijos “intrincados”- -Disculpe, pero tenía que estar seguro que era usted quien venía aquí y no otra persona- -¿Entonces porque llamo al teléfono de Beatriz? ¿Qué diablos cree que hace?- -Señor Brangford, tranquilícese por favor. Hay muchas cosas que usted aún no sabe. Y sé que el ánimo de entender lo que pasaba lo trajo hasta aquí- -Vamos hombre, da la cara- grite con miedo hacia el sillón de dónde provenía la voz.
  • 14. El sillón giro de un solo golpe. La persona que estaba sentada en él era un inmundo viejo decrepito. Las fauces de su nariz, enormes. Los ojos celestes penetrantes pero cansados. Las arrugas de su cara colgaban por todos lados. Pero su voz, ya había oído esa voz. -Eres quien me entrego la tarjeta esta mañana. ¿Qué demonios es lo que quieres?- -De ti, nada. Te necesito. Simplemente eso. Si quieres encontrar respuestas entonces te invito a quedarte. Pero si quieres seguir gritando sin sentido, pues bien, ya conoces la salida - Dicho esto el hombre se giró nuevamente hacia la ventana y tomo una caja de cigarrillos. Prendió uno y el olor del tabaco quemándose inundo rápidamente mi nariz. - ¿Fumas?- Pregunto extendiendo la mano con la caja hacia un costado - Si – Conteste – Pero tengo los míos. Gracias – - Tome asiento por favor señor Brangford – Me senté frente al escritorio. El viejo continuaba dándome la espalda y ahora tarareaba una canción. -¿Le gusta la música señor Brangford? – Dijo mientras se incorporaba del sillón. - Si – conteste – Me gusta – Un potente equipo de música comenzó a sonar. Para ser viejo sabía lo que era buena calidad. -Tango- Dijo el viejo mientras intentaba hacer de cuenta que bailaba abrazado a otra persona. -Le debe hacer acordar a su hogar señor Brangford. ¿Verdad? Usted es de Argentina. Allí nació el tango- - Sí señor. Usted lo ha dicho- Intente sonar amable aunque mi tono de voz no era el mejor. -Usted tiene preguntas. Y yo tengo respuestas señor Brangford- Dijo el hombre tan cerca de mi cara que podía ver hasta la más mínima imperfección en su rostro. - No sé qué clase se preguntas piensa que tengo. Yo vine porque quería saber qué es lo que tiene que ver usted con mi esposa- - Ho Beatriz, siempre tan dulce- -¿Qué dice?- mi rostro se transformó al oír eso. – ¿Qué sabe de mi esposa? – -¿Que se dé su esposa? Se mucho de ella. Sé que era inmensamente feliz con usted. Sé que debe lamentar dejarlo solo. Y sé que ella se fue para protegerlo a usted señor Brangford.- Si antes no entendía que relación tenía este sujeto con Bea, ahora mucho menos. “ella se fue para protegerlo a usted señor Brangford”. -Usted está delirando- Grite al tiempo que pasaba mi mano entre su delgado y frágil cuello de unos 80 años – Mi esposa fue acecinada hace unas horas por un hijo de puta. Usted es un enfermo- Simplemente no podía soltarlo. Yo sabía que no podía respirar pero aun así, apreté más y más fuerte. Las débiles manos del viejo se aferraron a las mías. Tiraba con fuerza de mis manos para soltarse de la atadura que no dejaba que su respiración continúe. Lo solté. Cayo desplomado de rodillas al piso, jadeando, gimiendo y tosiendo. Me eche hacia atrás intentando calmarme. Di la vuelta en dirección a la salida.
  • 15. - Espere- Dijo mientras intentaba recuperar el aliento. – No es como usted piensa. Todo estaba exactamente planificado. La hora, el día, los sucesos, el médico, su intervención. Todo.- -¿Qué diablos? ¿Sigue delirando acaso?- Volví sobre mis paso y lo tome de un brazo. Lo puse de pie con un salto y lo arroje sobre el macizo escritorio. Cayo pesadamente sobre él y un ruido a huesos rotos resonó en la habitación. -Señor Brangford, por favor, no hace falta esto. Usted quiere respuestas. Pues déjeme que lo ayude- Me tome la cabeza entre las manos mientras el viejo trastabillaba para llegar al sillón. En cuanto estuvo seguro y cómodamente sentado en el sillón tomo una botella de whisky y se sirvió un vaso lleno. Tome asiento donde antes e intente tranquilizar mi cabeza. Al cabo de unos pocos segundos parecía estar completamente recuperado. Tanto así que se incorporó nuevamente del sillón y comenzó a caminar por la sala en dirección al librero. Parecía estar buscando algo. Se detuvo cerca de la letra “G”. -Girolamo- Susurro el viejo. Subió a una pequeña escalera y guiándose con el dedo recorría uno a uno los lomos de los libros – Aquí esta- Dijo con entusiasmo mientras sacaba un pesado tomo de uno de los estantes más elevados. Bajo lentamente la escalera pero con una agilidad que nunca había visto en una persona de su edad. Paso a mi lado casi corriendo. Yo lo seguía con la vista hasta que tuve que girar mi cuerpo nuevamente hacia el escritorio. El viejo volvió al sillón y dejo el pesado tomo sobre el escritorio. Girolamo Riario. El nombre estaba escrito en verde y la tapa del libro era de cuero. Parecía muy antiguo y valioso. Lo acerco hacia mí e hizo seña para que lo abriera. Mientras yo investigaba la portada del libro y me preguntaba que respuestas podría darme un libro sobre el sobrino del Papa Sixto IV. Estaba claro que si el compartía algo con Girolamo, uno de los más viles conspiradores de los Pazzi en su intento de derrocar a los grandes Médici, no tendríamos mucho de que estar hablando. -Vamos, ábrelo- Dijo el viejo. Tome la tapa y la abrí. Comencé a leer pero estaba en italiano y para la lectura en este idioma no era de los mejores. Me tome mi tiempo para entender cada oración y comprender cuales eran las respuestas que encontraría aquí. El viejo solo me observaba. Callado. Leí alrededor de treinta y cinco o cuarenta hojas antes de darme cuenta de que el viejo estaba sonriendo. Levante la cabeza y lo mire a los ojos. -¿Es otro de sus estúpidos acertijos? -No es ningún acertijo, simplemente me rio porque no hizo algo que todo el mundo hace al tomar un libro- Mis ojos se posaron sobre los suyo con gesto de “desearía que sea más claro”. -¿Acaso en Argentina no se acostumbra a ver la contratapa del libro?- Dijo el viejo y echo a reír. Tome el libro en mis manos y lo di vuela. Había algo escrito el latín. Lo cual no comprendí pero pude reconocer la escritura. Acaricie la contratapa con la mano y note un leve cambio en el relieve de la misma. Con las pocas uñas que tengo debido, gracias a mi maldita costumbre de morderlas, intente levantar lo que parecía una pequeña tapa. Logre por fin abrirla luego de una diminuta lucha. Saque una pequeña caja de madera. Solo en ese momento me di cuenta que la última parte del libro no
  • 16. eran hojas, sino una máscara que simulaba serlo. El libro no era más que un mecanismo para ocultar la pequeña caja. -Abra la caja señor Brangford – Su tono de voz cambio. Ahora estaba aún más serio que antes. Su figura se tornó aún más segura, lleno de templanza. Tome la pequeña caja en mi mano derecha y con la izquierda la abrí suavemente. Una llave, un mapa y un papel en blanco. -¿Qué es esto? ¿Que se supone que tengo que hacer con eso? ¿Es otra estúpida broma?- -Usted necesita respuestas. Pero debe encontrarlas usted mismo- -Pero, esto me lleva a otro camino. Esto es otra pregunta. No tengo tiempo para sus juegos estúpidos. Tengo una esposa a quien velar- -¿Está seguro de eso señor Brangford?- En ese momento un fuerte golpe en mi cabeza hizo que cayera como un saco al piso. Medio confuso y con la vista borrosa por la contusión y antes de desmayarme vi al viejo que me miraba desde arriba y junto a él una hermosa joven. Me desperté en mi departamento como cada mañana. Me incorpore en la cama. Y me di cuenta que todo había sido un mal sueño. Mire hacia mi lado y ahí estaba mi preciosa Beatriz. Como era costumbre me levante antes para preparar el desayuno. Pase por el baño a darme mi ducha matutina y acto seguido fui a la cocina. Lucy dormía plácidamente en el sofá. Todo estaba igual, salvo por una pequeña caja sobre la mesa. Y un papel que decía: Castel Sant'Angelo sedici zero cinque ore. Vieni con Beatriz.