Notas de Elena | Lección 3 | La misionera inverosímil | Escuela Sabática
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III Trimestre de 2015
Misioneros
Notas de Elena G. de White
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Lección 3
18 de julio 2015
La misionera inverosímil:
Sábado 11 de julio
Los leprosos de Israel fueron pasados por alto en tiempo de Elíseo. Pero
Naamán, noble pagano que había sido fiel a sus convicciones de lo recto y
había sentido su gran necesidad de ayuda, estaba en condición de recibir los
dones de la gracia de Dios. No solamente fue limpiado de su lepra, sino tam-
bién bendecido con un conocimiento del verdadero Dios.
Nuestra situación delante de Dios depende, no de la cantidad de luz que
hemos recibido, sino del empleo que damos a la que tenemos. Así, aun los
paganos que eligen lo recto en la medida en que lo pueden distinguir, están
en una condición más favorable que aquellos que tienen gran luz y profesan
servir a Dios, pero desprecian la luz y por su vida diaria contradicen su pro-
fesión de fe (El Deseado de todas las gentes, pp. 205, 206).
No sabemos en qué ramo de actividad serán llamados a servir nuestros hi-
jos. Pasarán tal vez su vida dentro del círculo familiar; se dedicarán quizá a
las vocaciones comunes de la vida, o irán a enseñar el evangelio en las tierras
paganas. Pero todos por igual son llamados a ser misioneros para Dios, dis-
pensadores de misericordia para el mundo. Han de obtener una educación
que les ayudará a mantenerse de parte de Cristo para servirle con abnegación.
Mientras los padres de aquella niña hebrea le enseñaban acerca de Dios,
no sabían cuál sería su destino. Pero fueron fíeles a su cometido; y en la casa
del capitán del ejército sirio, su hija testificó por el Dios a quien había apren-
dido a honrar (Profetas y reyes, p. 185).
La obra de Cristo al purificar al leproso de su terrible enfermedad es una
ilustración de su obra de limpiar el alma de pecado. El hombre que se presen-
tó a Jesús estaba “lleno de lepra”. El mortífero veneno impregnaba todo su
cuerpo. Los discípulos trataron de impedir que su Maestro le tocase; porque
el que tocaba un leproso se volvía inmundo. Pero al poner su mano sobre el
leproso, Jesús no recibió ninguna contaminación. Su toque impartía un poder
vivificador. La lepra fue quitada. Así sucede con la lepra del pecado, que es
arraigada, mortífera e imposible de ser eliminada por el poder humano. “To-
da cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie has-
ta la cabeza no hay en él cosa ilesa, sino herida, hinchazón y podrida llaga”.
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Pero Jesús, al venir a morar en la humanidad, no se contamina. Su presencia
tiene poder para sanar al pecador. Quien quiera caer a sus pies, diciendo con
fe: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”, oirá la respuesta: “Quiero: sé lim-
pio”.
En algunos casos de curación, Jesús no concedió inmediatamente la ben-
dición pedida. Pero en el caso del leproso, apenas hecha la súplica fue con-
cedida. Cuando pedimos bendiciones terrenales, tal vez la respuesta a nuestra
oración sea dilatada, o Dios nos dé algo diferente de lo que pedimos, pero no
sucede así cuando pedimos liberación del pecado. Él quiere limpiamos del
pecado, hacemos hijos suyos y habilitamos para vivir una vida santa (El
Deseado de todas las gentes, pp. 231, 232).
Domingo 12 de julio: Tenía todo... pero
Dios manda pruebas para saber quiénes permanecerán fieles cuando se ha-
llen expuestos a la tentación. Coloca a cada uno en situaciones difíciles para
ver si confiará en una potencia superior. Cada uno posee rasgos de carácter
todavía ignorados y que deben ser puestos en evidencia por la prueba. Dios
permite que aquellos que confían en sí mismos sean gravemente tentados, a
fin de que puedan comprender su incapacidad.
Cuando sobrevienen pruebas; cuando vemos delante de nosotros, no una
gran prosperidad, sino, por el contrario, una situación que exige algún sacri-
ficio de parte de todos, ¿cómo recibimos las insinuaciones de Satanás de que
nos esperan momentos extremadamente penosos? Si escuchamos lo que él
nos sugiere, perderemos nuestra confianza en Dios. En un tiempo tal... De-
bemos juntar las pruebas de las bendiciones del cielo, las bendiciones ya
recibidas de lo alto, y decir: “Señor, creemos en ti” (Testimonios para la igle-
sia, tomo 7, pp. 201, 202).
Cuando lleguen las pruebas, recordad que éstas son enviadas para vuestro
bien... Cuando las pruebas y tribulaciones os aflijan, recordad que fueron
enviadas para que pudierais recibir renovada fuerza y mayor humildad de
manos del Señor de la gloria, a fin de que él pudiera bendeciros libremente y
apoyaros y sosteneros. Con fe y con la esperanza “que no avergüenza”, afe-
rraos a las promesas de Dios.
¡Qué bueno es el Señor con nosotros! ¡Con cuánta seguridad podemos
confiar en él! Él nos llama sus hijitos. Acudamos pues a él como un Padre
cariñoso. El desea que los brillantes rayos de su justicia irradien de nuestro
rostro, palabras y acciones. Si nos amáramos unos a otros como Cristo nos
amó, desaparecerían las vallas que nos separan de Dios y muchos obstáculos
que impiden que el Espíritu de Dios fluya de un corazón a otro... Confiad en
él con todo vuestro corazón. Él os llevará junto con vuestras cargas (Medita-
ciones matinales 1952, p. 190).
Llamo vuestra atención a estas bendiciones que provienen de la dadivosa
mano de Dios. Que las frescas glorias de cada nueva mañana despierten en
vuestros corazones la alabanza por estas expresiones de amoroso cuidado.
Pero si nuestro bondadoso Padre celestial nos ha dado tantas cosas para fo-
mentar nuestra felicidad, también nos ha dado bendiciones inesperadas. Él
comprende las necesidades del hombre caído; y mientras que nos ha dado
provechos por un lado, por otro hay inconveniencias cuyo propósito es esti-
mulamos para usar la capacidad que él nos ha dado. Estas inconveniencias
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desarrollan en nosotros el esmero, la perseverancia y el valor.
Hay males que el hombre puede aminorar, pero que nunca puede eli-
minar. Ha de vencer los obstáculos y forjar su ambiente en lugar de ser
amoldado por ellos. Tiene lugar suficiente para ejercitar sus talentos y extraer
orden y armonía de la confusión. Al hacer esta obra puede disfrutar de la
ayuda divina, si la reclama. No se le deja luchar con las tentaciones y pruebas
con sus propias fuerzas. Aquel que es poderoso es capaz de ayudar. Jesús
dejó las mansiones reales del cielo y sufrió y murió en un mundo degradado
por el pecado con el fin de enseñarle al hombre cómo pasar por las luchas de
la vida y vencer sus tentaciones. He ahí un ejemplo para nosotros (Testimo-
nios para la iglesia, tomo 5, p. 292).
Lunes 13 de julio: Una testigo inesperada
Por medio de estas palabras de Cristo logramos tener una idea de lo que
significa el valor de la influencia humana. Ha de obrar juntamente con la
influencia de Cristo, para elevar donde Cristo eleva, para impartir principios
correctos y para detener el progreso de la corrupción del mundo. Debe difun-
dir la gracia que solo Cristo puede impartir. Debe elevar y endulzar las vidas
y los caracteres de los demás, mediante el poder de un ejemplo puro unido a
una fe ferviente y al amor. El pueblo de Dios ha de ejercer un poder reforma-
dor y preservador en el mundo. Debe contrarrestar la influencia corruptora y
destructora del mal...
La obra del pueblo de Dios en el mundo consiste en refrenar el mal, en
elevar, ennoblecer y purificar a la humanidad. Los principios del amor, de la
bondad y la benevolencia deben desarraigar cada fibra de egoísmo que ha
impregnado toda la sociedad y corrompido a la iglesia... Si los hombres y las
mujeres quieren abrir sus corazones a la influencia celestial de la verdad y
del amor, estos principios fluirán de nuevo, como corrientes en el desierto,
refrigerándolo todo, y produciendo frescura donde ahora hay solo esterilidad
y hambre. La influencia de los que siguen el camino del Señor será tan abar-
cante como la eternidad. Llevarán consigo la alegría de la paz celestial como
un poder permanente, refrigerante e iluminador (La maravillosa gracia de
Dios, p. 124).
No solo desde el pulpito han de ser los corazones humanos conmovidos
por la verdad divina. Hay otro campo de trabajo, más humilde tal vez, pero
tan plenamente promisorio. Se halla en el hogar de los humildes y en la man-
sión de los encumbrados; junto a la mesa hospitalaria, y en las reuniones de
inocente placer social...
Dondequiera que vayamos, debemos llevar a Jesús con nosotros, y re-
velar a otros cuan precioso es nuestro Salvador. Pero los que procuran con-
servar su religión ocultándola entre paredes pierden preciosas oportunidades
de hacer bien. Mediante las relaciones sociales, el cristianismo se pone en
contacto con el mundo. Todo aquel que ha recibido la iluminación divina
debe alumbrar la senda de aquellos que no conocen la Luz de la vida.
Todos debemos llegar a ser testigos de Jesús. El poder social, santificado
por la gracia de Cristo, debe ser aprovechado para ganar almas para el Salva-
dor. Vea el mundo que no estamos egoístamente absortos en nuestros propios
intereses, sino que deseamos que otros participen de nuestras bendiciones y
privilegios. Dejémosle ver que nuestra religión no nos hace faltos de simpatía
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ni exigentes. Sirvan como Cristo sirvió, para beneficio de los hombres, todos
aquellos que profesan haberle hallado (El Deseado de todas las gentes, pp.
126, 127).
Martes 14 de julio: Elíseo, el profeta
Los primeros años de la existencia del profeta Elíseo transcurrieron en la
quietud de la vida campestre bajo la enseñanza de Dios y la naturaleza, y la
disciplina del trabajo útil. En una época de apostasía casi universal, la familia
de su padre se contaba entre los que no habían doblado la rodilla ante Baal.
En ese hogar se honraba a Dios, y la fidelidad al deber era la norma de la
vida diaria.
Como hijo de un rico agricultor, Elíseo había echado mano del trabajo que
tenía más cerca. Aunque poseía aptitudes para dirigir a los hombres, se lo
instruyó en los deberes comunes de la vida. A fin de dirigir sabiamente, de-
bía aprender a obedecer. La fidelidad en las cosas pequeñas lo preparó para
llevar responsabilidades mayores.
Aunque era dócil y manso, Elíseo poseía también energía y firmeza.
Abrigaba el amor y el temor de Dios, y de la humilde rutina del trabajo diario
obtuvo fuerza de propósito y nobleza de carácter, y creció en la gracia y el
conocimiento divinos. Mientras cooperaba con su padre en los trabajos del
hogar, aprendía a cooperar con Dios (Reflejemos a Jesús, p. 328).
Al transcurrir el tiempo y estar preparado Elías para la traslación, también
Elíseo estaba listo para ser su sucesor. Nuevamente fueron probadas su fe y
su resolución. Mientras acompañaba a Elías en su gira de servicio, sabiendo
que la traslación del profeta estaba próxima, éste en todos los lugares lo invi-
taba a que se volviera. “Quédate ahora aquí — decía Elías— porque Jehová
me ha enviado a Bet-el”. Pero al manejar el arado, Elíseo había aprendido a
no ceder ni desanimarse, y entonces, al poner la mano en el arado en otro
ramo de trabajo, no quería que nadie lo desviara de su propósito. Tan pronto
como se le decía que se volviera, respondía: “Vive Jehová, y vive tu alma,
que no te dejaré”.
“Fueron, pues, ambos... Y ellos dos se pararon junto al Jordán. Tomando
entonces Elías su manto, lo dobló, y golpeó las aguas, las cuales se apartaron
a uno y a otro lado, y pasaron ambos por lo seco. Cuando habían pasado,
Elías dijo a Elíseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea qui-
tado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea
sobre mí. Él le dijo: Cosa difícil has pedido. Si me vieres cuando fuere quita-
do de ti, te será hecho así; mas si no, no. Y aconteció que yendo ellos y ha-
blando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y
Elías subió al cielo en un torbellino...
A partir de ese momento, Eliseo ocupó el lugar de Elías. Y el que había
sido fiel en lo poco, demostró ser fiel en lo mucho...
La lección es para todos. Nadie puede saber cuál será el propósito de la
disciplina de Dios, pero todos pueden estar seguros de que la fidelidad en las
cosas pequeñas es evidencia de la idoneidad para llevar responsabilidades
más grandes. Cada acto de la vida es una revelación del carácter, y solo aquel
que en los pequeños deberes demuestra ser “obrero que no tiene de qué aver-
gonzarse”, será honrado por Dios con responsabilidades mayores (La educa-
ción, pp. 59-61).
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Miércoles 15 de julio: La curación de Naamán
Naamán el sirio consultó al profeta de Dios acerca de cómo podía curarse
de una enfermedad repugnante: la lepra. Se le ordenó ir y bañarse en el Jor-
dán siete veces. ¿Por qué no siguió inmediatamente las instrucciones de
Elías, el profeta de Dios?... A causa de su mortificación y decepción tuvo un
rapto de cólera, y furiosamente rehusó seguir el humilde procedimiento que
le había señalado el profeta de Dios. “He aquí”, dijo, “yo decía para mí: Sal-
drá él luego y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará
su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar, ríos de Damas-
co, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no
seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado”. Su criado dijo: “Padre
mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más,
diciéndote: Lávate, y serás limpio? Sí, ese gran hombre consideraba que es-
taba por debajo de su dignidad ir al humilde río Jordán y lavarse. Los ríos
que había mencionado y deseado se veían embellecidos por los árboles y
sotos de sus riberas y había ídolos en esos sotos. Muchos acudían a esos ríos
para adorar las estatuas de sus dioses; por lo tanto, eso no hubiera significado
ninguna humillación para él. Pero el cumplimiento de las directivas espe-
cíficas del profeta hubiera humillado su espíritu orgulloso y altivo. La obe-
diencia voluntaria traería el resultado deseado. Se lavó y quedó sano (Con-
flicto y valor, p. 229).
En todos los países hay ahora personas sinceras de corazón, sobre las cua-
les brilla la luz del cielo. Si perseveran con fidelidad en lo que comprenden
como deber suyo, recibirán más luz, hasta que, como Naamán antiguamente,
se vean constreñidas a reconocer que “no hay Dios en toda la tierra”, excepto
el Dios vivo, el Creador.
A toda alma sincera “que anda en tinieblas y carece de luz,” se da la invi-
tación: “Confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios.” (Isaías
50:10) (Profetas y reyes, p. 189).
Lo que se necesita es el amor de Cristo en el corazón. El yo necesita ser
crucificado. Cuando el yo se sumerge en Cristo, brota espontáneamente el
verdadero amor. No es una emoción ni un impulso, sino una decisión de una
voluntad santificada. No consiste en sentimientos, sino en la transformación
de todo el corazón, el alma y el carácter, que están muertos al yo y vivos para
Dios. Nuestro Señor y Salvador nos pide que nos entreguemos a él. La entre-
ga del yo a Dios es todo lo que él exige: que nos entreguemos a él para ser
empleados como él lo vea conveniente. Hasta que no lleguemos a este punto
de entrega, no trabajaremos con gozo, utilidad ni éxito en ninguna parte
(Comentario bíblico adventista, tomo 6, pp. 1100, 1101).
Jueves 16 de julio: Un creyente nuevo
En el nuevo nacimiento el corazón viene a quedar en armonía con Dios, al
estarlo con su ley. Cuando se ha efectuado este gran cambio en el pecador,
entonces ha pasado de la muerte a la vida, del pecado a la santidad, de la
transgresión y rebelión a la obediencia y a la lealtad. Terminó su antigua vida
de separación con Dios; y comenzó la nueva vida de reconciliación, fe y
amor. Entonces “la justicia que requiere la ley” se cumplirá “en nosotros, los