ACERTIJO DE POSICIÓN DE CORREDORES EN LA OLIMPIADA. Por JAVIER SOLIS NOYOLA
Notas de Elena | Lección 13 | El evangelio eterno | Escuela Sabática
1. www.EscuelaSabatica.es
IV Trimestre de 2014
La Epístola de Santiago
Notas de Elena G. de White
Lección 13
27 de diciembre 2014
El evangelio eterno:
Sábado 20 de diciembre
Hay esperanza para el pecador. Cristo levantado en la cruz del Calva-
rio es esa esperanza. La misericordia ha provisto la víctima que la justicia
exigía por la transgresión humana. Mediante los méritos de Cristo, Dios
puede perdonar el pecado y justificar a los que creen en Jesús. ¡Esta pre-
ciosa verdad es de inestimable valor para cada alma arrepentida! ¿No de-
beríamos procurar captar, tanto como nos sea posible, el hecho de que si
creemos en Jesús, el Señor nos perdona aunque seamos pecadores, igno-
rantes y errantes, y nos ama como a su propio Hijo? En el momento en
que pedimos perdón con contrición y sinceridad, Dios nos perdona. ¡Oh,
qué gloriosa verdad! Prediquémosla, cantémosla, elevémosla en nuestras
oraciones ¡Elevemos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!
Digámosle a la gente: “¡He aquí el Hombre del Calvario!” Dios está espe-
rando para perdonar a todos los que vienen a él sinceramente arrepentidos
(Signs of the Times, 4 de septiembre de 1893).
El plan de redención no es solo una forma de escapar del castigo de la
transgresión, sino que el pecador recibe el perdón de sus pecados por me-
dio de ese plan, y finalmente será recibido en el cielo; pero no como un
delincuente que es perdonado y dejado en libertad y que sin embargo es
objeto de desconfianza y no se le brinda amistad ni se le tiene fe, sino que
se le da la bienvenida como a un hijo y se le da de nuevo la más plena
confianza.
El sacrificio de nuestro Salvador ha hecho amplia provisión para cada
alma arrepentida y creyente. Somos salvos porque Dios ama lo que ha
sido comprado con la sangre de Cristo, y no solo perdonará al pecador
arrepentido, no solo le permitirá entrar en el cielo, sino que él, el Padre de
misericordia, aguardará en los mismos portales del cielo para damos la
bienvenida, para damos una amplia entrada en las mansiones de los bie-
naventurados. ¡Oh, qué amor, qué maravilloso amor ha mostrado el Padre
en la dádiva de su amado Hijo por esta raza caída! Y este sacrificio es un
canal para que fluya su amor infinito, para que todo el que cree en Jesu-
2. www.EscuelaSabatica.es
cristo pueda recibir, como el hijo pródigo, plena y gratuita reintegración al
favor del cielo (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 962).
Domingo 21 de diciembre: El evangelio en el Antiguo Testamento
El Salvador simbolizado en los ritos y ceremonias de la ley judía es el
mismo que se revela en el evangelio. Las nubes que envolvían su divina
forma se han esfumado; la bruma y las sombras se han desvanecido; y
Jesús, el Redentor del mundo, aparece claramente visible. El que procla-
mó la ley desde el Sinaí, y entregó a Moisés los preceptos de la ley ritual,
es el mismo que pronunció el sermón sobre el monte. Los grandes princi-
pios del amor a Dios, que él proclamó como fundamento de la ley y los
profetas, son solo una reiteración de lo que él había dicho por medio de
Moisés al pueblo hebreo: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno
es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con
todo tu poder”. Y “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Deuteronomio
6:4, 5; Levítico 19:18).
El Maestro es el mismo en las dos dispensaciones (Patriarcas y profe-
tas, p. 390). Pero nótese aquí que la obediencia no es un mero cumpli-
miento externo, sino un servicio de amor. La ley de Dios es una expresión
de su misma naturaleza; es la personificación del gran principio del amor
y, en consecuencia, el fundamento de su gobierno en los cielos y en la
tierra. Si nuestros corazones son regenerados a la semejanza de Dios, si el
amor divino es implantado en el corazón, ¿no se manifestará la ley de
Dios en la vida? Cuando es implantado el principio del amor en el cora-
zón, cuando el hombre es renovado conforme a la imagen del que lo creó,
se cumple en él la promesa del nuevo pacto: “Pondré mis leyes en su co-
razón, y también en su mente las escribiré” (Hebreos 10:16).
Y si la ley está escrita en el corazón, ¿no modelará la vida? La obe-
diencia, es decir, el servicio y la lealtad de amor, es la verdadera prueba
del discipulado...No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque
la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la
obediencia es el fruto de la fe. “Sabéis que él fue manifestado para quitar
los pecados, y en él no hay pecado. Todo aquel que mora en él no peca;
todo aquel que peca no le ha visto, ni le ha conocido” (1 Juan 3:5, 6).
He aquí la verdadera prueba. Si moramos en Cristo, si el amor de Dios
mora en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras
acciones, tienen que estar en armonía con la voluntad de Dios como se
expresa en los preceptos de su santa ley. “¡Hijitos míos, no dejéis que
nadie os engañe! el que obra justicia es justo, así como él es justo” (1 Juan
3:7). Sabemos lo que es justicia por el modelo de la santa ley de Dios,
como se expresa en los Diez Mandamientos dados en el Sinaí (El camino
a Cristo, pp. 59, 60).
Lunes 22 de diciembre: El evangelio encarnado
Los que no conocen a Dios no pueden hallarlo mediante su sabiduría ni
su ciencia. Cristo no trata de demostrar el gran misterio, sino que revela
3. www.EscuelaSabatica.es
un amor inconmensurable. No hace del poder y la grandeza de Dios el
tema principal de sus discursos. Con la mayor frecuencia habla de él co-
mo Padre nuestro... Desea que nuestra mente, debilitada por el pecado, sea
animada a que capte la idea de que Dios es amor. Desea alentamos con su
confianza...
El padre del hijo pródigo es el modelo que Cristo elige como una re-
presentación de Dios. Ese padre anhela ver y recibir una vez más al hijo
que lo ha abandonado. Lo espera y vela por él, ansiando verlo, esperando
que venga. Cuando ve que se acerca un extraño, pobre y vestido con hara-
pos, sale a recibirlo, por si fuera su hijo. Y lo alimenta y viste como si
fuera realmente su hijo. Más tarde recibe su recompensa, pues su hijo
vuelve al hogar y en sus labios lleva la confesión suplicante: “Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu
hijo”. Y el padre dice a los siervos: “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y
poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gor-
do y matadlo, y comamos y hagamos fiesta” (Lucas 15:21-23). No hay
reprimendas ni se hacen cuentas con el pródigo por su mal proceder. El
hijo siente que el pasado está perdonado y olvidado, raído para siempre. Y
así Dios dice al pecador: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y
como niebla tus pecados” (Isaías 44:22). “Perdonaré la maldad de ellos, y
no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:34) (En lugares celestia-
les, p. 10).
El publicano había ido al templo con otros adoradores, pero pronto se
apartó de ellos, sintiéndose indigno de unirse en sus devociones. Estando
en pie lejos, “no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su
pecho” con amarga angustia y aborrecimiento propio. Sentía que había
obrado contra Dios; que era pecador y sucio. No podía esperar misericor-
dia, ni aun de los que lo rodeaban, porque lo miraban con desprecio. Sabía
que no tenía ningún mérito que lo recomendara a Dios, y con una total
desesperación clamaba: “Dios, sé propicio a mí pecador”. No se compara-
ba con los otros. Abrumado por un sentimiento de culpa, estaba como si
fuera solo en la presencia de Dios. Su único deseo era el perdón y la paz,
su único argumento era la misericordia de Dios. Y fue bendecido. “Os
digo —dice Cristo— que éste descendió a su casa justificado antes que el
otro” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 117).
El pobre publicano que oraba diciendo: “¡Dios, ten misericordia de mí,
pecador!” (Lucas 18:13) se consideraba a sí mismo como un hombre muy
malvado y así lo consideraban los demás, pero él sentía su necesidad, y
con su carga de pecado y vergüenza vino delante de Dios implorando su
misericordia., Su corazón estaba abierto para que el Espíritu de Dios hi-
ciese en él su obra de gracia y lo libertase del poder del pecado (El ca-
mino a Cristo, p. 29).
Martes 23 de diciembre: El evangelio en Pablo
La misma ley que fue grabada en tablas de piedra es escrita por el Es-
píritu Santo sobre las tablas del corazón. En vez de tratar de establecer
nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su obediencia es
4. www.EscuelaSabatica.es
aceptada en nuestro favor. Entonces el corazón renovado por el Espíritu
Santo producirá los frutos del Espíritu. Mediante la gracia de Cristo vivi-
remos obedeciendo a la ley de Dios escrita en nuestro corazón. Al poseer
el Espíritu de Cristo, andaremos como él anduvo. Por medio del profeta,
Cristo declaró respecto a sí mismo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, hame
agradado; y tu ley está en medio de mis entrañas” (Salmo 40:8). Y cuando
entre los hombres, dijo: “No me ha dejado el Padre; porque yo, lo que a él
agrada, hago siempre” (Juan 8:29).
El apóstol Pablo presenta claramente la relación que existe entre la fe y
la ley bajo el nuevo pacto. Dice: “Justificados pues por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. “¿Luego deshace-
mos la ley por la fe? En ninguna manera; antes establecemos la ley”.
“Porque lo que era imposible a la ley, por cuanto era débil por la carne [no
podía justificar al hombre, porque éste en su naturaleza pecaminosa no
podía guardar la ley], Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de
pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la
justicia de la ley fuese cumplida en nosotros, que no andamos conforme a
la carne, mas conforme al Espíritu” (Romanos 5:1; 3:31; 8:3, 4).
La obra de Dios es la misma en todos los tiempos, aunque hay distintos
grados de desarrollo y diferentes manifestaciones de su poder para suplir
las necesidades de los hombres en los diferentes siglos. Empezando con la
primera promesa evangélica, y siguiendo a través de las edades patriarcal
y judía, para llegar hasta nuestros propios días, ha habido un desarrollo
gradual de los propósitos de Dios en el plan de la redención (Patriarcas y
profetas, pp. 389, 390). La ley y el evangelio están en perfecta armonía.
Se sostienen mutuamente. La ley se presenta con toda su majestad ante la
conciencia, haciendo que el pecador sienta su necesidad de Cristo como la
propiciación de los pecados.
El evangelio reconoce el poder e inmutabilidad de la ley. “Yo no cono-
cí el pecado sino por la ley”, declara Pablo (Romanos 7:7). La convicción
del pecado, implantada por la ley, impele al pecador hacia el Salvador. En
su necesidad, el hombre puede presentar el poderoso argumento suminis-
trado por la cruz del Calvario. Puede demandar la justicia de Cristo, pues
es impartida a todo pecador arrepentido (Mensajes selectos, tomo 1, p.
283).
Miércoles 24 de diciembre: El “nuevo” pacto
Las bendiciones del nuevo pacto están basadas únicamente en la mise-
ricordia para perdonar iniquidades y pecados. El Señor especifica: Haré
así y así con todos los que se vuelvan a mí abandonando el mal y esco-
giendo el bien. “Seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré
de sus pe cados y de sus iniquidades”. Todos los que humillan su corazón
confesando sus pecados, hallarán misericordia, gracia y seguridad. Al
mostrar misericordia al pecador, ¿ha cesado Dios de ser justo? ¿Ha des-
honrado su santa ley, y de aquí en adelante pasará por alto la violación de
ella? Dios es constante. No cambia.
Las condiciones de la salvación son siempre las mismas. Vida, vida
5. www.EscuelaSabatica.es
eterna para todos los que quieran obedecer la ley de Dios...
Las condiciones por las cuales puede ganarse la vida eterna bajo el
nuevo pacto, son las mismas que había bajo el antiguo pacto: perfecta
obediencia. Bajo el antiguo pacto había muchas culpas de carácter atrevi-
do e insolente para las cuales no había una expiación especificada por la
ley. En el nuevo y mejor pacto Cristo ha cumplido la ley por los transgre-
sores de la ley, si lo reciben por fe como Salvador personal. “A todos los
que le recibieron... les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Miseri-
cordia y perdón son la recompensa de todos los que vienen a Cristo con-
fiando en los méritos de él para que quite sus pecados. En el mejor pacto
somos limpiados del pecado por la sangre de Cristo (Comentario bíblico
adventista, tomo 7, p. 943).
Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su
obediencia y su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora el Capitán de
nuestra salvación intercede por nosotros no solo como un solicitante, sino
como un vencedor que exhibe su victoria. Su ofrenda es completa, y como
nuestro intercesor ejecuta la obra que se ha impuesto a sí mismo, soste-
niendo ante Dios el incensario que contiene sus propios méritos inmacu-
lados y las oraciones, las confesiones y los agradecimientos de su pueblo.
El incienso asciende a Dios como un olor grato, perfumado con la fragan-
cia de su justicia. La ofrenda es plenamente aceptable, y el perdón cubre
todas las transgresiones. Para el verdadero creyente Cristo es sin duda
alguna el ministro del Santuario, que oficia para él en el Santuario, y que
habla por los medios establecidos por Dios. Cristo puede salvar hasta lo
sumo a todos los que se acercan a él con fe. Si se lo permiten los limpiará
de toda contaminación; pero si se aferran a sus pecados no hay posibilidad
de que sean salvos, pues la justicia de Cristo no cubre los pecados por los
cuales no ha habido arrepentimiento. Dios ha declarado que aquellos que
reciben a Cristo como a su Redentor, aceptándolo como Aquel que quita
todo pecado, recibirán el perdón de sus transgresiones. Estas son las con-
diciones de nuestra elección. La salvación del hombre depende de que
reciba a Cristo por fe. Los que no quieran recibirlo, pierden la vida eterna
porque se niegan a aprovechar el único medio proporcionado por el Padre
y el Hijo para la salvación de un mundo que perece (Comentario bíblico
adventista, tomo 7, p. 942).
Jueves 25 de diciembre: La culminación del evangelio
El mundo se halla necesitado de la verdad salvadora que Dios ha con
fiado a su pueblo. El mundo perecerá a menos que reciba un conocimiento
de Dios por medio de sus agentes escogidos. En el poder del Espíritu San-
to, los que son obreros juntamente con Dios, han de trabajar con celo in-
cansable, y esparcir por el mundo la luz de la preciosa verdad. Al ir por
los caminos y los vallados, al trabajar en los lugares desiertos de la tierra,
en su país o en las regiones lejanas, verán la salvación de Dios revelada de
una manera notable.
Los fieles mensajeros de Dios han de tratar de hacer avanzar la obra
del Señor en la forma en que él lo ha señalado. Han de colocarse a sí