ENSAYO “PENSAR LA ESCUELA DESDE UNA VISIÓN INTEGRADORA”
ENSAYO
“PENSAR LA ESCUELA DESDE UNA VISIÓN INTEGRADORA”
ISABEL CRISTINA RESTREPO POSADA
MARGARITA MARÍA MARÍN
Esp.
CONVENIO UNITOLIMA-UNIMINUTO
LICENCIATURA EN EDUCACIÓN BÁSICA CON ÉNFASIS EN LENGUA
CASTELLANA
DESARROLLO DE COMPETENCIAS A TRAVÉS DEL LENGUAJE
BELLO
MAYO 28 DE 2011
ENSAYO
“PENSAR LA ESCUELA DESDE UNA VISIÓN INTEGRADORA”
“Una escuela que no enseña y que no exige esfuerzo para aprender, perjudica
siempre a quienes menos medios tienen, porque a estos sólo la escuela puede
proporcionarles un futuro mejor”
Alicia Delibes
Puedo afirmar con orgullo que pertenezco a una generación en la que la vida
giraba en torno a la escuela, recuerdo con nitidez el deseo inmenso que me
motivaba y que me hacía contar con añoranza los años, los meses, los días
que faltaban para hacer parte de esa hermosa “estructura” que aparecía ante
mis ojos tan colorida, llena de alegría y esperanza. Por donde quiera que
anduviera había siempre una escuela, sencilla, pero llena de magia y altivez
que convocaba al aprendizaje, a la participación y a la vida.
Fueron años difíciles, es innegable, nunca olvidaré como mi profesora de
primero de primaria me dio la lección más grande de independencia y
responsabilidad, cuando mi hermana mayor quiso interceder por mi y pidió me
fuera calificado un examen con mayor nota, ante lo cual ella, Marta Inés,
respondió con severidad que yo era capaz de hablar y que una mejor nota era
producto de un mejor trabajo y no de una queja. El hecho marcó mi vida, y
sentó una clara posición sobre lo que es el arte de educar con proyección y
visión.
Quise iniciar mi ensayo evocando el valor y la importancia, que desde que
tengo uso de razón le otorgué a la escuela y al aprendizaje, y que motivó
siempre mi vocación de maestra, mi anhelo de llegar a ser algún día, una de
las “señoritas” que con tanto rigor y exigencia me formaron, y a quienes hoy
rindo un tributo porque mis grandes experiencias de vida las adquirí a su lado y
aún en estos días, continúan constituyéndose modelos dignos de imitar a nivel
pedagógico, porque aunque se critiquen sus métodos, quizás tradicionales y
discutibles, sentaron las bases de la disciplina, la exigencia y el rigor
conceptual, tan escasos en estos tiempos.
La realidad ha cambiado como es de suponerse, los contextos y necesidades
actuales son otros, el mundo avanza vertiginosamente y el hombre poco a poco
se despersonaliza inmerso en una sociedad consumista preocupada por las
apariencias y el tener, que viene dejando de lado la obra más sublime que es el
“ser”. Producto de las nuevas tendencias, muchos han caído en la mediocridad
y el conformismo, en el relativismo moral que todo lo hace subjetivo y que
promueve una concepción “superficial” de la vida, que lamentablemente
permea todas las esferas y las instituciones sociales.
No está exenta de ello la escuela, una institución que ha permanecido en el
tiempo y que se ha consolidado como el lugar propicio para la formación y el
aprendizaje, y que en nuestros tiempos se concibe además como un espacio
de encuentro de todos los agentes educativos, en donde convergen los
intereses, necesidades, expectativas y problemas de orden social, económico,
político, académico y cultural; que esperan ser abordados y resueltos de modo
integral y que están enmarcados dentro de una propia dialéctica local y
pensamiento filosófico que marca la ruta del devenir de los tiempos y las
tendencias pedagógicas.
Desde esta perspectiva, la visión de una escuela para la enseñanza
parcializada de saberes, quiere ser superada por una nueva concepción
integradora que presupone una resignificación de los roles y funciones de cada
agente educativo, lo que permite a su vez dimensionar los procesos de
formación desde una óptica más amplia, en la que se superen viejas
concepciones que obstaculizan y limitan las prácticas pedagógicas,
perpetuando modelos inoperantes, descontextualizados y alejados de las
necesidades y requerimientos del contexto.
De forma mecánica el discurso del docente se ha convertido en una queja
lastimera que reclama más recursos, más oportunidades, mejores salarios,
nueva infraestructura; un discurso alienante que culpabiliza al sistema o al
gobierno de turno del fracaso de la escuela como institución social y de la
creciente ola de estudiantes que egresan de la educación básica a engrosar las
listas de desempleados o mano de obra barata, resultado de procesos
mediocres y vergonzantes que ondean la bandera “educación pobre, para
pobres”. Se desconocen los esfuerzos y estrategias que el Estado implementa
para gestionar la calidad educativa, como un proceso organizado y sistemático
que permee todos los ámbitos de formación y que posibilite más y mejores
herramientas para el desarrollo de capacidades, destrezas y actitudes
aplicables a la vida diaria, y se olvida que se requiere el compromiso de todos,
de forma especial de los docentes y directivos.
Si bien es cierto nuestro país es víctima de la corrupción, la demagogia y la
politiquería, que se usufructúa de las mayores necesidades del pueblo como lo
son la salud, el empleo y la educación para hacer campaña en tiempo electoral,
es también cierto que somos víctimas de la mediocridad, la apatía y la
indiferencia de cientos de “profesionales de la educación” que acuden a las
aulas sin pasión, sin vocación y sin visión; se observa con asombro como
muchos sólo esperan la hora de salida, para “abandonar” presurosos ese
espacio vital llamado escuela; son realmente cada vez menos, quienes donan
su tiempo y su saber para gestionar nuevas ideas y buscar nuevos caminos,
porque participar requiere entrega, esfuerzo y voluntad.
La vía fácil y menos comprometedora, como lo expresara de forma sencilla el
gran pedagogo Paulo Freire, es no hacer nada, que equivale a asumir una
posición derrotista y cómoda en la que no se promueve la transformación,
porque aunque el sistema no guste y no responda a las expectativas y
necesidades, es el sistema, es lo que hay y con lo que se cuenta. Un claro
ejemplo de ello, es la expresa inconformidad con que los docentes e
instituciones educativas adoptaron en su momento el decreto 230 sobre
evaluación, argumentando que esté promovía la mediocridad entre los
estudiantes por su laxitud en los criterios de promoción. Lo que nunca se
analizó fue la inoperancia de instituciones y docentes para generar nuevas
estrategias de trabajo en las aulas, que superaran la escasa visión de la
evaluación como medición y no como proceso.
En este orden de ideas, y en respuesta a un trabajo serio, consensuado y
articulado, nace el decreto 1290, cuya esencia facultó a las instituciones
educativas para crear en forma participativa y articulada un sistema de
evaluación institucional, que integrara concepciones propias de cada propuesta
educativa en el marco de referencia legal establecido, esperando con ello que
se subsanaran las posturas ya analizadas en torno al decreto anterior. Fue esta
la oportunidad entonces, para que cada institución tradujera en un modo
tangible sus metas de calidad, sus acciones de mejoramiento y su concepción
particular de evaluación, buscando desde sus realidades, posibilidades y
recursos ofrecer una “educación de calidad” ante la crítica incesante del acto
fallido anterior. Han transcurrido dos años desde la promulgación del decreto y
aun muchas instituciones no han logrado consolidar, unificar, ni construir su
propio sistema.
Bajo esta óptica es claro que existen brechas casi insalvables entre las
instituciones educativas, lo que hace pensar que se está bajo el fenómeno de
la injusticia social, que va en detrimento de la calidad educativa y por ende de
la calidad de vida; ya que un criterio claro de una educación de calidad es la
equidad, ante la cual todos los niños y jóvenes deben acceder en igualdad de
oportunidades al conocimiento, al desarrollo de capacidades, destrezas y
actitudes que permitan el alcance de las metas personales y sociales.
Y no es un problema de economía, de recursos ni de inversión social, ya que
somos testigos oculares y presenciales de los avances en educación, de la
dotación de muchas instituciones educativas con tecnologías de punta, de la
oferta permanente en capacitación gratuita para los docentes, del marcado
interés para apoyar y gestionar proyectos de vanguardia…se trata de un
problema de compromiso, de programación pertinente e intencionada y de
responsabilidad social. Las estadísticas entregadas por el ICFES frente a los
resultados en pruebas censales, muestran profundas divisiones entre
departamentos, entre estratos socioeconómicos e incluso entre instituciones
estatales y privadas; las cuales registran mejores niveles de competencias y
desempeños en la mayoría de los casos.
Esta panorámica permite concluir que aunque los esfuerzos en cuanto a
cobertura escolar, infraestructura, nuevas tecnologías de la información,
retención de estudiantes, promoción de proyectos, formación de docentes y
asignación de recursos están focalizados en el sector estatal, estas
oportunidades no están siendo aprovechadas por la escuela, porque prevalece
el interés de señalar lo que falta, que de potenciar lo que se tiene.
Suele observarse que el sector particular, que por lo general no se beneficia de
todas las garantías expresadas anteriormente, evidencia acciones más
organizadas y coordinadas en las que el docente, por convicción o por
obligación, es evaluado en forma permanente y exigido a hacer uso de las
herramientas con que cuenta la institución o a crearlas si es el caso; a
comprometerse en la gestión y liderazgo de proyectos y trabajar sobre
estándares de calidad muy altos, que logren posicionar a las instituciones y sus
estudiantes, competir en el medio y ubicarse ante el ICFES en niveles muy
superiores. Vale aclarar que no es regla general para ninguno de los casos
citados, pero que sí son evidentes las diferencias que marcan una primera
brecha entre la escuela “estatal” y la “privada”, lo que en teoría y práctica
atenta contra el principio de equidad y la oportunidad de acceder a una
educación de calidad, sin importar las condiciones sociales, culturales,
económicas, políticas o religiosas.
Pedro Maya, un reconocido jefe de núcleo del municipio de Itagüí, en uno de
sus libros publicados, expresó: “La educación es la esperanza, y la escuela su
posibilidad” y con profunda humildad me atrevería a agregar…su única
posibilidad, ya que la función social de esta sublime institución es la de
transformar la realidad, porque tal y como está sólo perpetúa un sistema de
opresores y oprimidos, en el que los primeros acceden con facilidad al saber y
por ende a los mecanismos de poder, y los segundos, subyacen bajo la sombra
de la ignorancia que los somete al discurso paupérrimo de una incapacidad
enseñada y reforzada por la escuela, que los empequeñece, los mira con
lástima y los proclama como los excluidos, los pobres y los “sin futuro”.
Esta concepción pobre del ámbito escolar y de lo que la escuela debería
proporcionar y en extrema medida a quienes más lo necesitan, aleja de las
mentes y de los corazones de los niños y jóvenes el sueño, y aniquila la
esperanza; los dopa en el espejismo de la vida fácil y los lleva a abandonar
prematuramente la escuela tras la conquista de dinero rápido. Faltos de un
proyecto de vida construido con altas metas, constancia y compromiso,
cualquier camino es sendero, porque total, no se sabe hacia dónde orientarse,
y entonces el futuro es incierto y el presente es el día que comienza y termina
sin más esfuerzo que respirar para mantenerse vivo.
Los procesos de globalización, las nuevas tendencias, los avances científicos y
tecnológicos; y en general las condiciones cambiantes de un mundo en crisis,
exigen maestros altamente comprometidos y competentes, capaces de
transformar y recrear su papel a nivel escolar y social. Romper los paradigmas
educativos y apropiarse en la adopción de nuevas estrategias que debidamente
contextualizadas respondan a la necesidad imperiosa de formar para la vida,
porque cada ser humano merece ser feliz y alcanzar la plenitud. Misión que en
palabras de Marco Raúl Mejía, implica “resignificar la escuela y deconstruirla”1
porque la sociedad le ha confiado a ella la delicada misión de formar el ideal de
hombre que se pretende educar.
Cabe preguntarse…¿Está la escuela preparada para la resignificación y
deconstrucción, desea el maestro asumir este reto social?
Es necesario visionar la escuela, más allá de estructuras curriculares, planes
de áreas y contenidos, logros, objetivos, actividades y tiempos, es imperativo
además establecer los modelos, métodos y recursos; y que éstos sean
1
Mejía, Marco Raúl. Pedagogía en la educación popular. reconstruyendo una
opción político-pedagógica en la globalización. 2008
asumidos y evaluados de modo permanente por el equipo de docentes y
directivos, para medir su eficacia y propiciar el mejoramiento continuo.
Es preponderante asumir un discurso pedagógico de la esperanza, del
compromiso, de la inclusión, que respete e integre la diversidad étnica y
cultural del entorno; dejando claro con ello que la escuela es un espacio de
construcción permanente en el que nada debe ser estático, ni inflexible y en el
que todos pueden acceder con equidad y calidad al saber que abre puertas y
genera actitudes de compromiso con al aprendizaje y el progreso social.
Las políticas estatales controlan y direccionan los sistemas, pero es el docente
quien los legitima o no desde su práctica, de ahí la importancia de su
participación activa en la vida social del país y en el uso del derecho
constitucional que consagra la libertad de asociarse y la posibilidad de crear
redes de apoyo que incluso entre instituciones, permitan la circulación del
saber, la experiencia, el conocimiento y la valoración de las diferentes ideas
que resignifican la escuela, la enriquecen y la fortalecen. Para que como lo
expresara Alicia Delibes, pongamos en la escena social una escuela que
enseñe, que exija y que propenda un mejor futuro que le posibilite a todos la
construcción de una vida digna y justa.