1. Crítica al feminismo radical, después de #NiUnaMenos
El 2004, después de los atentados de Atocha, en Madrid, hubo manifestaciones
masivas contra el terrorismo. El gobierno de Aznar -que estaba en conflicto con
los independentistas catalanes y esgrimía la Constitución para negarse a autorizar
un referendum- llamó a manifestarse bajo esta consigna: "Con las víctimas, por
la Constitución". Los catalanes, que no dejan pasar una, manifestaron detrás de
pasacalles que decían: "Amb les víctimes; de la Constitució já parlarem".
(Con las víctimas; de la constitución ya hablaremos.)
Recordé esto después de la marcha del #NiUnaMenos. Miles de personas salieron
a reclamar contra los asesinatos de mujeres y para que se apliquen las leyes
vigentes contra la violencia de género. Algún escéptico juzgó los postulados
demasiado generales: ¿quién puede estar a favor del asesinato? Sin embargo era
difícil negar que eso, justamente, había permitido su masividad. Lo que no
impidió que al día siguiente representantes del feminismo hardcore se
felicitaran por el éxito de la marcha "contra el patriarcado". Algunos, entonces,
deseamos haber marchado con una pancarta que dijera: "Con las víctimas; del
patriarcado ya hablaremos".
La distinción tiene sentido en el marco del debate global que está en curso. A
medida que reclamos del feminismo histórico se han vuelto normativos -la
libertad sexual, el salario igual, la plena libertad de las mujeres en la vida cultural,
económica y política-, el feminismo actual ha sido más criticado. "El feminismo
tiene mala prensa", se oye. Y mientras algunos reaccionan con furia ante las
críticas -Mark Ruffalo trató a todas las mujeres que declaran no ser feministas de
"taraditas ignorantes"-, otros arriesgan que si el feminismo, al menos en ciertos
ámbitos, tiene mala prensa, se debe a su propio sectarismo, su intolerancia, su
deformación de la Historia, su tendencia a la vigilancia estalinista de discursos y
pensamientos.
Mujeres contra el feminismo
No debería sorprender que en Estados Unidos, donde el feminismo lleva más
tiempo en la vida pública, las críticas hayan empezado antes. Las mujeres que
causaron la ira de Ruffalo fueron las miles que iniciaron la campaña No necesito
feminismo. Las razones, anotadas en carteles manuscritos, van desde el simple
"Porque los hombres no me oprimen" hasta "Porque refuerza la dicotomía de
hombres agresores/mujeres víctimas." Algunas evidencian cierta grieta de clase
que siempre fue una dificultad para el feminismo: "Porque prefiero cocinar antes
que pasar doce horas al día en la construcción como mi marido." Otras fueron
lacerantes: "Porque, como víctima de una violación, me asquea ver a esa secta
calificar cualquier cosa como violación." También en Argentina empiezan a
escucharse voces críticas. "El corte de género para abordar los fenómenos sociales
no me convoca", dice la escritora Leticia Martin. "Las mujeres ya no somos una
minoría, como nos quieren hacer creer."
2. Es cierto que el más básico de los postulados feministas -que la sociedad está
estructurada para favorecer al varón en desmedro de la mujer- resiste mal el
cotejo con los hechos. Como señala la bloguera Karen Straughan, hoy las mujeres
viven en promedio diez años más que los hombres, egresan de las universidades
un 33% más que los hombres, controlan el 70% de los gastos de consumo a escala
mundial y -según la revista Fortune- son propietarias del 65% de todos los bienes
en Estados Unidos. "Extraña clase oprimida", concluye Straughan.
Claro que la opresión, para el feminismo, es más sutil. Luis Bonino
llamó micromachismos a las "pequeñas tiranías" que padecen las mujeres en la
vida diaria. ¿Por ejemplo? Cuando el varón usa demasiado el control remoto. O
cuando ocupa demasiado lugar con sus piernas en el transporte público. Pero esos
crímenes no son todo. Lo crucial, se dice, es la objetificación de la mujer. ¿Qué
vemos apenas prendemos el televisor? Mujeres haciendo de madres en
propagandas de detergente, de chicas hot en programas de entretenimientos.
Que también hagan de abogadas, agentes secretas, presidentas o detectives no
parece alterar a Bonino en su convicción de que la sociedad reserva para las
mujeres papeles subalternos. Lo cierto es que el atractivo sexual, como sabe
cualquiera, no impide, más bien favorece las carreras profesionales. No es una
imposición machista, sino un capital que explota quien lo posee.
En cambio, otros reclamos merecen ser escuchados. Cuando la noticia de una
violación genera comentarios sobre la manera en que la víctima estaba vestida,
sentimos vergüenza y asco. Pero ¿es asco ante un acto machista, o una falta de
otra clase? "Intentar justificar una violación me parece cobarde", dice la escritora
y periodista Paula Puebla. "Articulan el discurso de acuerdo a la ropa de la víctima
cuando en realidad están aludiendo de manera torpe a la clase social. Pero
asesinar y violentar son verbos que no reconocen recortes de género. Me niego,
como mujer, al trato diferenciado." La pregunta entonces no es si existen la
estupidez, el crímen o el abuso -cosas suficientemente demostradas-, sino otra:
¿deducimos de ahí la existencia de una conspiración dirigida, específicamente,
contra la mujer? ¿Existe, al final, el patriarcado?
La construcción de la Historia
Acá de nuevo Karen Straughan se muestra irónica: "¿Qué nos dicen, en sustancia,
las feministas? Que, en una Historia sembrada de ruinas de dictaduras derrotadas
y cadáveres de tiranos depuestos, sólo un grupo oprimido no logró jamás
liberarse de su esclavitud: las mujeres. Si fuera cierto, sería prueba suficiente de
nuestra inferioridad; por suerte, al contrario de las feministas, yo no creo tal
cosa." Lo que subyace en la nueva crítica al feminismo es una visión de las
relaciones humanas que, dejando atrás el viejo molde marxista que postula a la
mujer como clase explotada, enfatiza en cambio la colaboración en busca de una
meta común, que es la transmisión de los genes.
El relato feminista de la Historia es simple: los varones esclavizaron a las mujeres,
obligándolas a servir de amas de casa, mientras ellos acaparaban los trabajos
lucrativos y el poder político, hasta que el feminismo empezó a enderezar las
cosas. En realidad, la división de tareas en la familia nuclear casi nunca respondió
al patrón caricatural de "la mujer en la cocina, el varón en el trabajo". Salvo en la
3. aristocracia, tanto el varón como la mujer trabajaron siempre; la diferencia es que
las tareas más peligrosas se reservaron a los hombres. Así, un edicto inglés de
1842 prohibe trabajar en las minas de carbón a "todas las mujeres, todas las niñas,
y a niños varones de menos de diez años." Los varones mayores de diez años ya
podían destinarse, sin remordimiento, a los derrumbes, la asfixia y el cáncer de
pulmón.
Como argumenta Warren Farrell en El mito del poder masculino, el varón sólo
ha sido idealizado como el "sexo fuerte" como compensación simbólica por ser,
en los hechos, el sexo descartable. Y sin embargo, hasta hoy el feminismo
presenta esas obligaciones brutales como privilegio patriarcal. Donde la realidad
histórica nos muestra a generaciones de varones sacrificados en condiciones que
hoy nos resultan una imagen del infierno, el relato feminista imagina el trabajo
del pasado a la imagen del trabajo actual, o para ser precisos, de la clase media
acomodada: oficinas alegres, almuerzos de trabajo, aguinaldos. Pero a lo largo de
la Historia, para las nueve décimas partes de la humanidad, la existencia consistió
en trabajos agotadores (reservados a las mujeres) y trabajos mortíferos
(asignados a los hombres).
"No por altruismo", se ocupa de aclarar Roy Baumeister, profesor de psicología
en la Universidad de Florida. "La prioridad dada a la preservación de la vida de la
mujer es un mecanismo de supervivencia de la especie." El varón produce
esperma en forma continua, mientras que en su vida la mujer sólo puede
reproducirse una pocas veces; en términos genéticos, esto la vuelve mucho más
valiosa. La mitad de la población masculina puede desaparecer sin que el relevo
generacional sea afectado, pero una mortandad comparable de mujeres
supondría la extinción. Por eso los hombres fueron usados siempre para las tareas
más riesgosas: la caza, la guerra, la exploración. Por otra parte, asumir riesgos
mayores puede, cada tanto, traer recompensas también mayores, lo que explica
que la mayoría de los conquistadores, revolucionarios o inventores hayan sido
hombres (y que igualmente lo hayan sido la mayoría de los muertos jóvenes, los
mutilados, los fracasados y los muertos de hambre.)
Las condiciones de vida mejoraron en forma dramática desde la Revolución
Industrial. El auge de las mujeres en el trabajo moderno, su acceso al poder
político, son buenos para todos, y parte de una evolución compleja que sigue en
curso. Pocos podríamos siquiera imaginar una vuelta atrás. No es necesario
falsearlos con fábulas conspirativas.
¿Qué pasó el 3 de junio?
Todo lo anterior puede ayudar a entender lo que pasó el 3 de junio. De acuerdo
con el relato feminista, la marcha representó la revuelta de mujeres que no
quieren más ser víctimas de preferencia en una sociedad machista. Sin embargo,
según el portal Datosmacro.com, en Argentina el 83,6% de los asesinados son
hombres y sólo el 16,4% mujeres. "Pero no por sus parejas o ex parejas", se
replica. A lo que cabría preguntar: ¿en qué sentido esto sería una ventaja para los
hombres? ¿Es un privilegio ser asesinado por un cuñado, un vecino o un amigo,
en vez de serlo por un novio? La pregunta es: ¿la violencia contra mujeres es una
violencia diferente, con móviles diferentes a las demás? En realidad, hay una
4. manera de comprobarlo: si fuera el caso, la curva estadística de ese tipo de
violencia oscilaría de acuerdo a su propia lógica, con independencia de los demás
crímenes. Pero esto nunca sucede: en las estadísticas comparadas de la última
década, cuando el crimen en general aumenta, las agresiones a mujeres aumentan
en forma proporcional, y cuando el crimen en general disminuye, en la misma
proporción lo hace el crimen contra mujeres.
No, objetivamente las mujeres no son el blanco preferido de la violencia. Pero eso
no hace al #NiUnaMenos menos urgente o menos justo en el plano que importa,
que es el visceral. La verdad es que todos, hombres y mujeres, sentimos que la
vida de una mujer es más valiosa que la de un hombre. Doscientos milenios de
evolución no se borran tan fácil. Y por eso la violencia contra las mujeres nos
moviliza y la violencia contra los hombres no. Por eso todos sentimos que la
condena de Jorge Mangeri es un acto trascendente de justicia, capaz de propiciar
una catarsis colectiva, mientras la condena de otro por balear a un vecino apenas
es interesante. Por eso también es habitual que un condenado por matar a otro
hombre sea recibido en la cárcel con respeto, mientras que los agresores de
mujeres son regularmente violados, apuñalados y degollados por sus
compañeros. Y por eso un diario argentino puede titular con vehemencia: La
chica que predijo su final en una campaña contra los femicidios, y sólo
en la bajada nos enteramos de que fue asesinada junto a su hermano. Los dos
fueron asesinados, y por la misma persona, pero sólo la muerte de ella es noticia.
Nuestra especie coloca el asesinato de mujeres en lo más alto del podio de la
infamia, sólo igualado por el asesinato de niños. Por eso la marcha de
#NiUnaMenos fue masiva y necesaria. Sólo falta entender que no la animó un
fuego revolucionario, sino el más antiguo de todos.