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Discurso vol. 2, nº 6
enero-abril 1985
69
NOTAS SOBRE LA SEMIÓTICA VISUAL
Ada Dewes Botur
Universidad Autónoma
Metropolitana-Xochimilco
A estas alturas (alturas de una práctica semiótica que constituye
un proyecto científico1
), sería falsa modestia hablar de la semiótica
visual como de una posibilidad. Si fuera únicamente por los nume-
rosos análisis que consolidan de hecho tal campo de estudio, podría
afirmarse su existencia en términos de su manifestación discursiva.
Hablar de una posibilidad significa, entonces, regresar a los inicios
de la semiótica, a este origen justamente condicionado por la posi-
bilidad, por esta virtualidad de objetos significantes que no sean
lingüísticos. Una teoría de la significación no puede hacer abstrac-
ción de la omnipresencia del sentido; es ésta la razón de ser de la
semiótica visual ya no como intuitivamente aprobada, sino como
teóricamente indispensable. De esta manera, es la semiótica general
la que satisface "la exigencia que se le impone para describir la
existencia y el funcionamiento de todas las semióticas partícula-
res"2
, y es cualquier conjunto significante o lenguaje que, en virtud de
la hipótesis de su organización estructural autónoma, puede some-
terse a un análisis semiótico.
Tal extensión del campo virtual de estudio, en el que obviamente
caben los lenguajes visuales, está circunscrita no obstante por la
teoría semiótica: es decir, afirmando lo que debería ser una eviden-
cia, que estos objetos diversos de conocimiento se explicitan desde el
1. En lo que sigue, nuestra exposición se fundamentará en la teoría semiótica de la Escuela de
París, desarrollada por A. J. GREIMAS.
2. AJ. GREIMAS, J. COURTES, Semiótica. Diccionario razonado de la Teoría del Lenguaje, Ma-
drid, Ed. Credos, (1979) 1982, pág. 370.
70 Discurso
ángulo de su organización significativa, como objetos semióticos, a
partir de los mecanismos que producen su sentido. Es esta estructu-
ración condicionante de la significación (más que contenidos partí-
culares) lo que retroalimenta a la teoría, que, a su vez, informa al
objeto. Evidencia a ser inscrita en una reflexión acerca de lo que no es
la semiótica, ni puede ni quiere serlo y, por lo tanto, no puede
culpársela de no serlo; acercamiento al sentido de una disciplina por
vía de su diferenciación (procedimiento discriminatorio que carac-
teriza todo acercamiento semiótico del sentido).
La semiótica no es sociología ni psicología ni historia del arte;
incluso cuando se admite que los objetos que quiere estudiar podrían
ser coextensivos —en su manifestación y antes de su análisis— a los de
otras disciplinas. Pero su lenguaje de descripción, sus métodos, su
intención —acto voluntario y consciente—, constituyen estos objetos,
posteriormente a su análisis, como fundamentalmente otros: como
construcciones articuladas por la teoría y que testimonian el hecho
de que su explicación, esta explicitación de su significación, no está
dada a priori por su manifestación. Si fuese así, en efecto, nada
distinguiría el campo de estudio de la semiótica del de un conjunto
de otras disciplinas; si las cosas se explicasen por sí mismas tan sólo
manifestándose, no habría necesidad de tales disciplinas, incluyendo
la semiótica. Por lo tanto, sería insensato pretender cuestionar la
semiótica por no ser suficientemente sociológica, o por serlo
demasiado, para citar un ejemplo y las dos críticas que conlleva.
La semiótica tampoco es una transdisciplina: la condición de su
coherencia le impide erigirse en metalenguaje de teorías contradic-
torias entre sí o simplemente otras; pese a que estas otras disciplinas
podrían considerar que la significación de su objeto de conocimiento
les importa, ése es en gran medida su problema (justamente el de la
coherencia de sus construcciones conceptuales respectivas —ya sea
ante la significación, ya sea ante la posibilidad de integrar resultados
generados por otras teorías—). Esto quiere decir que la semiótica
tampoco puede responder a las demandas interdisciplinarias ("ce
fameux "interdisciplinaire", "tarte a la creme de la nouvelle culture
universitaire")3
en la medida en que no concibe cómo homo-
geneizar objetos diferentes construidos, en la medida en que el esta
3. R. BARTHES, L'obvie et l'obtus. Essais critiques III, París, Ed. du Seuil, 1982, pág. 14l.
Notas sobre la semiótica visual 71
tuto de tal actividad interdisciplinaria, cuestionándola epistemoló-
gicamente, no es nada evidente.
Por lo tanto, es a pesar de esta extensión del conjunto de objetos
analizables, potencialmente, por la semiótica, que su campo de estu-
dio le es propio en la medida en que es aprehendido por la teoría, y en
la medida en que esta teoría corresponde ante todo a la exigencia de la
coherencia interna de su cuerpo conceptual y enseguida a la de su
adecuación al objeto estudiado. Estos mismos principios que
establecen la autonomía de la semiótica (y lo que no es ni quiere
ser), también fundamentan su necesidad, esta calidad de indispen-
sable particularmente notoria respecto a los objetos visuales. Porque
es en este campo, básicamente, que los lenguajes de descripción
empleados en general no explicitan ninguna teoría, o ninguna teoría
digna de este nombre, ni en términos de su coherencia ni en térmi-
nos de su adecuación. Es en este campo que la connotación de lo
inefable pesa más: paradójicamente como impedimento para que
algo sensato sea dicho acerca de tales objetos, pero no como impedi-
mento para que sea dicho algo: lo "indecible" produce una inflación
de discursos enfáticos, fáticos y patéticos (a veces aun en el sentido
de lo "doloroso").
En resumen, la semiótica visual no solamente existe como cuerpo
de análisis efectivamente realizados, como semiótica-objeto, sino
que es una condición, hasta antes de constituirse como semiótica-
objeto, para el planteamiento mismo de la semiótica general. El sen-
tido de la disciplina, en términos de lo que no es, erige a la vez su
necesidad, particularmente este "por qué" de la semiótica visual. En
todo caso, conviene señalar que "el hacer interpretativo se presenta. . .
como el principal modo de funcionamiento de la competencia
epistémica".4
Hablaremos entonces del espacio que ocupa la semió-
tica visual dentro de la semiótica general como de un espacio defini-
do a la vez por su relación de identidad con otras semióticas-objeto y
por su relación de alteridad, última que establece lo que la semiótica
visual tiene de específico. Hablaremos entonces de un objeto de re
flexión, designado "semiótica visual", como de un objeto teórico. Lo
que conforma en primera instancia la semiótica visual —la ins-
tancia que introduce y esboza este espacio potencial de un objeto
4. A.J. GREIMAS, J. COURTES, op. cit., pág. 227. En la edición española "muchas" (sic); corres-
pondería "múltiples".
72 Discurso
teórico y de sus objetos de análisis— es un nombre. Este nombre ha
sido polémico, más aún, parece estructurarse, internamente, a ma-
nera de una oposición; se trata, entonces, de la coherencia de una
denominación lexical en relación con un concepto semiótico que
pretende cubrir y que queremos explicitar por su definición. Tal
propósito está ya precedido por un complejo de consideraciones:
¿por qué tanta atención a un nombre?. ¿No es éste arbitrario?. ¿Por el
vicio profesional de someter inmediatamente todo a análisis se-
mánticos? En parte sí (es este mismo vicio el que, en su contraparte
de virtud, ha ayudado a fundamentar la coherencia de la teoría
semiótica). ¿Por qué no cambiar este nombre si resulta problemático?
Perteneciente a un metalenguaje, la teoría semiótica, la denomina-
ción "semiótica visual" es arbitraria, es decir que cubre de manera
arbitraria un concepto (del cual es coextensiva) cuya significación se
establece por definiciones e interdefmiciones sucesivas entre con-
ceptos. El nombre no tiene, pues, ni "responsabilidad" ni "obligación"
respecto de esta significación, ni respecto del objeto teórico que es la
semiótica visual. Sometámoslo a la exigencia de su adecuación res-
pecto del objeto de estudio o conjunto significante del cual se supo-
ne que pueda dar cuenta; como unidad lexical prestada de una
lengua natural (y no como unidad formal cuyo sentido se ha evacua-
do). Reconvirtiéndose en "lenguaje primario", este nombre significa:
hablemos, por lo tanto, de lo que implica y conlleva para la construc-
ción de un concepto a partir de su semantismo, de lo que genera
"por sí solo".
Si prestamos tanta atención a esta denominación, anticipando a la
vez que es problemática, es porque implícitamente la aceptamos
como dada y consideramos que su empleo se justifica, tautológica-
mente, por su uso. Tal vez obedecemos sólo al hecho de que una
denominación artificial, puesta en circulación, es relativamente in-
controlable, y su arbitrariedad se sustituye gradualmente por la
convencionalidad que caracteriza todo signo lingüístico natural (de
nuevo nos ubicamos en este "lenguaje primario", en este nivel bipla-
no al cual los metalenguajes tienden a regresar tan obstinadamen-
te). Podría ser por esto mismo que la semiótica visual ha resistido a
los intentos de su rebautización. Podría también ser, paradójica-
mente, por los inconvenientes mismos de esta denominación.
Con esta observación iniciamos entonces su crítica: podría ser que la
generalidad que el nombre impone, y que se traduce en la exten-
sión del concepto haciéndolo poco operativo, generalidad que co-
Notas sobre la semiótica visual 73
rresponde a criterios empíricos de un débil sustanciamiento teóri-jco,
funcione, justamente, como denominador común o constante
apriarística de un objeto de estudios a efectuarse. Es decir que lo
"visual", por no decir lo "visible", abarcaría un espacio pre-semiótico
anterior al análisis y, en cierta medida, traduciéndolo a categorías
topológicas, fuera de la semiótica.
Admitamos que la semiótica ha sido suficientemente sabia para
incluir en su definición este objeto manifestado que todavía no en-
cuentra a la teoría, este espacio de un conjunto significante "virgen";
de esta manera, lo "visual" no podría pronunciarse en contra de lo
"semiótico". Pero admitamos también que, idealmente, una tipología de
los dominios particulares abarcados por la semiótica general no se
constituye como un a priori sino, justamente, como resultado y
conclusión de una serie de análisis. Sería en relación con una cons-
tante a posteriori, que caracterizaría los objetos estudiados por la
semiótica visual en su especificidad, que podría reformularse su
dominio y, eventualmente, encontrarse una denominación más ade-
cuada.
Continuemos explorando, entonces, una denominación que intro-
duce a un campo de estudio, que esboza este campo en función de lo
que, semánticamente, implica. Diremos, en ese sentido, que una se-
miótica "visual" adquiere su particularidad gracias a una clasifica-
ción de orden sensorial. Dentro de una teoría del lenguaje caracte-
riza, por lo tanto, el canal o soporte que sirve para la transmisión del
significante (y nos remite a una teoría de la comunicación). Es decir
que tal clasificación pone el acento en el canal, en el significante, y en
los sujetos que reciben, a través de sus diferentes sentidos, un men-
saje.
Ahora bien, la semiótica se distancia de las teorías de la comunica-
ción y de la información, a las que juzga de mecanicistas y simplistas
por dos razones principales: los modelos construidos primordial-
mente en base a un intercambio verbal de información entre dos
sujetos privilegian, si se puede así decir, el contexto en vez del texto, el
mensaje en vez de la significación; las instancias del emisor y del
receptor, cuya competencia no se toma en cuenta, parecen autómatas
de codificación y decodificación. Si lo "visual" remite al canal o
soporte sensorial homologable a la sustancia de un lenguaje, lo que la
semiótica estudia es su forma; si remite al significante, la semiótica no
puede concebir éste independientemente del significado y se
constituye, ante todo, como semántica; aun considerando que la
74 Discurso
instancia de la recepción no está concebida como extrasemiótica
sino que está integrada a la teoría como instancia de la enuncia-
ción, está sin embargo lógicamente presupuesta por el enunciado:
lugar predilecto, si se puede decir así, de la semiótica.
Simplemente por lógica consecuencia, una semiótica visual cons-
truye otras semióticas sensoriales, es decir, que divide y cubre el
mundo del sentido como un mundo de los sentidos. Entre los domi-
nios así distinguidos podemos fijarnos en dos como particularmente
aptos para el ejercicio de una teoría del lenguaje: la semiótica audi-
tiva y la semiótica visual. (Una semiótica "háptica" tendría que
definir, por ejemplo, hasta dónde el tacto sería sustitutivo, comple-
mentario o independiente de la visión; tendría que discernir, junto
con las semióticas olfativas y gustativas, el campo de los significa-
dos afectivos y nutritivos).
No se puede negar la primacía de lo audible en la caracterización
de las lenguas naturales; esta macrosemiótica es el objeto de estu-
dio privilegiado de la disciplina, y a la vez, es un concepto propia-
mente semiótico (definido dentro de la teoría). Por otro lado, puede
sostenerse también la primacía de lo visible con la que se presenta a
nuestros sentidos el mundo natural como otra macrosemiótica sig-
nificante y, en consecuencia, objeto potencial de análisis. Es igual-
mente un concepto semiótico que abarca el mundo en su significa-
ción, en su funcionamiento como lenguaje y, más precisamente, co-
mo "el lugar de elaboración y de ejercicio de muchas semióticas".6
Este acoplamiento de dos conceptos "marginalmente" semióticos,
con dos conceptos "plenamente" semióticos, produce una serie de
intersecciones: nos fijamos, en primera instancia, en el mundo en
cuanto mundo visible coextensivo del dominio de una semiótica
visual. Nos referimos, por lo tanto, literalmente, a las "visiones signi-
ficativas" de este mundo.
Debería quedar perfectamente claro que tal procedimiento no nie-
ga que el mundo natural —este mundo de la significación que ya es
un concepto semiótico— tiene otras cualidades sensibles significa-
tivas. Pero podemos insistir en la primacía de lo visual y, en todo
caso, construir nuestro objeto semiótico a partir y a lo largo de este
eje (es justamente en esta medida que cualquier objeto de conoci-
miento es construido, que cualquier actividad cognoscitiva es esen-
cialmente reductora). Relegando entonces estas otras cualidades
5 Idem. pág. 271.
Notas sobre la semiótica visual 75
sensibles y manteniendo solamente a lo auditivo —por las razones ya
expuestas— en este orden secundario en el cual interviene en la
significación de lo visual obtenemos un espacio de interacción
(respectivamente desequilibrado) y de transportación entre nuestro
mundo natural visible y nuestras lenguas naturales audibles. En el
caso de la comunicación verbal intersubjetiva es, por ejemplo, la
gestualidad que enmarca a la enunciación, evidentemente visible, la
que complementa en un orden secundario la significación de lo di-
cho: se trata de los fenómenos llamados "paralingüísticos". En la me-
dida en que esta denominación refleja un cierto imperialismo lin-
güístico, desafortunadamente todavía omnipresente, nos referiremos
a lo "parasemiótico" para describir tal espacio de interacción entre lo
auditivo y lo visual. Esta noción comprende lo que está "al lado" del
objeto de análisis y que pertenece a una de las dos macro-semióticas:
producido paralelamente, pero accesorio, complementario, en la
mayoría de los casos reforzando el discurso principal, en todo caso
situado en otro orden sensorial y / o semiótico. Lo visual
acompañando a lo auditivo (la mímica, los gestos, etc., para las
lenguas naturales) corresponde de esta manera a lo auditivo acom-
pañando a lo visual; en esta perspectiva concebimos como fenómeno
parasemiótico del mundo natural visible a los ruidos (que podrían
calificarse también como "naturales").
Este "inter-espacio" (entre dos macrosemióticas sensorializadas) se
articula en otra instancia, como de transposiciones: lo visual
sonorizado y lo sonoro visualizado. Sería pretencioso querer simpli-
ficar en esta ocasión, y reducir, de este modo, lo que se presenta
como operaciones semióticas sumamente complejas. Nos limitare-
mos entonces a consignar de esta manera un campo que "resulta" de
nuestra exposición y que sigue, a la vez, las implicaciones de una
denominación y también un procedimiento que instaura, a partir de
un "todo en significación", segmentaciones progresivamente más re-
ducidas (procedimiento semiótico, vicio/virtud profesional). Ubica-
ríamos entonces provisionalmente en este campo a las escrituras
(siguiendo a Jakobson y a la mayoría de los lingüistas), a los produc-
tos optofonéticos de la pintura y de la poesía y, por ejemplo, a las
"imágenes" correspondientes a figuras del contenido de discursos ver-
bales. (Se auto-ubican allí los video-rocks: "están donde pueden ver
lo que les gusta oír").
Esta doble distinción permite, en principio, aprehender ciertas
manifestaciones como doblemente involucradas. Podría ser este el
76 Discurso
caso del diseño gráfico o tipográfico reforzando (afirmando, negando,
poniendo en duda), de manera parasemiótica, un discurso verbal
convertido en texto escrito y, por lo tanto, manifestándose si-
multáneamente a través de la "misma" sustancia gráfica y visual. Lo
que se presenta, en apariencia intrincado, remite sin embargo a dos
fenómenos perfectamente diferentes en términos y propósitos analí-
ticos.
Consideramos, entonces, como campo de la semiótica visual, a
esta intersección que nos define, a partir de un concepto pre-semió-
tico y otro propiamente semiótico, el mundo natural como mundo
visible, atribuyéndole, en un orden secundario, un espacio de inter-
acción y de transposición con lo auditivo. Ahora bien, estamos toda-
vía en el interior de lo que la semiótica califica de "natural". Tal
calificativo se refiere ante todo a la inmanencia de la organización
estructural de la semiótica-objeto, en el sentido de su anterioridad, de
su carácter de lo "dado" e "inalterable" en relación al sujeto que se sirve
de ella, aprendiendo a utilizarla. De ninguna manera excluye lo cultural
del mundo natural (más bien define lo "natural" como siempre
culturalizado), pero sí sugiere que ciertas lenguas son artificiales,
construidas, manipuladas de otro modo. Entre ellas, por ejemplo, la
música y la pintura. Atendiendo a que tal división encierra un cierto
relativismo, tal afirmación no siempre es evidente; aun cuando no se
quiere entender lo construido como una creación ex nihilo, esa
división parece apoyarse desequilibradamente en el enunciador; en
fin, tomando en cuenta que tanto la pintura como la música son
manifestaciones culturales, no resulta fácil determinar quien cons-
truye y quien está contruido: si el sujeto por la cultura o la cultura
por el sujeto o si, proposición semiótica, ambas situaciones son facti-
bles. Proponemos entonces hacer coexistir lo natural y lo artificial y
utilizar el criterio de lo "visible" para extender el campo de la semiótica
visual hacia los lenguajes artificiales, obteniendo así la macro-
semiótica del mundo natural/artificial visible.
Tal definición tiene una ventaja indiscutible en la medida en que
supera la discusión acerca de lo "real visible", intuitiva y equivocada-
mente identificado con el "mundo natural", en su relación con lo "re-
presentado", mundo de los lenguajes artificiales (y de la semiótica
visual "propiamente dicha"), aparentemente juzgado como menos
real y diluyéndose en su función de referencia; en segunda instancia,
invalida la "sorpresa" que causa que este "real visible" esté interpre-
tado a partir de la percepción simultánea de los índices visuales, a la
Notas sobre la semiótica visual 77
vez como "lo mismo" y "lo otro", como contigüidad visual, regido por
organizaciones distintas. Abrir la semiótica visual hacia una macro-
semiótica, no diferenciando a priori entre lenguajes naturales y cons-
truidos, implica poder situar en un mismo nivel todos estos objetos y
fenómenos y calificar las relaciones entre ellos como intertextuales y
bilaterales.
Habiendo gradualmente "semiotizado" una denominación que ini-
cia (tanto en lo que "caracteriza al comienzo" como en lo que "intro-
duce a los misterios" —de la semiótica—) en la materia, reconoce-
mos voluntariamente su punto más neurálgico: lo "visual-visible" in-
duce un acercamiento "sustancialista" al objeto de estudio. En la
medida en que proponemos mantener esta denominación, propone-
mos también reflexionar sobre esta implicación y llegar a lo "semió-
tico" por vía de la sustancia, a través de definiciones sucesivas y, si
es necesario, negativas.
Se ha dicho ya que lo "visual" caracteriza el soporte sensorial de la
transmisión del significante de una semiótica-objeto, lo cual corres-
ponde, grosso modo, a la sustancia de la expresión de un lenguaje.
Una sola "materia" fónica, por ejemplo, puede servir de sustancia
semiótica a muchas formas (lenguaje verbal y musical, por ejem-
plo)"6
, razón por la cual lo visual es un "passe-par-tout" cuya genera-
lidad lo hace tan apto para servir a una tipología apriorística. Más
aún, el acercamiento "sustancialista" es el único que, de entrada,
provee un término suficientemente genérico para adecuarse a este
vasto campo de estudio, ya que la forma, de la cual se ocupa la
isemiótica, es diferente de lengua a lengua y se aprehende justamen-
te a través del análisis, no antes. (Esta forma, visual por ejemplo,
puede identificarse, en determinado caso, manifestándose a través
de diferentes sustancias). Lo "visual" nos ubica, entonces, en el plano
de la sustancia de la expresión que, como materia prima, es el con-
junto de estímulos luminosos emitidos o reflejados que podemos
percibir, y que todavía no están articulados por la significación.
Ahora bien, este continuo contiene a la forma, a esta estructura
significante que "informa" a la materia, en virtud de su propiedad
discriminatoria, como virtualidad distintiva. La percepción es es-
pontáneamente categorizante en la medida en que instaura diferen-
cias entre dos estímulos contiguos, identificando a cada uno en rela-
6 Ibid, pág. 399.
78 Discurso
ción con el otro como lo que "no es". Esta es la primera condición
para que pueda darse el sentido.
La fonética tiene como objeto de estudio a la sustancia sonora, y
las teorías de la percepción visual se ocupan de la sustancia lumi-
nosa. Conscientes o no de su parentesco, ambas disciplinas se orga-
nizan de una manera similar según instancias de orden físico-fisioló-
gico y fisiológico-psicológico, es decir, la sensación que los fenóme-
nos visuales producen. Se desarrollan entonces, coherentemente, a lo
largo de este eje esbozado por lo "visual" y por las teorías de la
comunicación, entre el significante, el canal y el receptor. En ambos
casos desempeña un papel importante, sino predominante, la herra-
mienta técnica de análisis. No se puede negar, en ese marco, la
importancia que tiene la fonética, como disciplina lingüística, para la
lingüística misma. Sin embargo, ha sido a partir de la fonología, que
es el estudio de la forma y no de la sustancia de la expresión, que la
lingüística ha podido constituirse y adquirir la importancia que la
destaca en este siglo. En todo caso, la lingüística tiende más bien a
confundirse con la fonología, pero jamás con la fonética. Lo mismo
puede decirse en relación con la semiótica visual y las teorías de la
percepción. Pero, aunque puede haber influencias recíprocas fructí-
feras, ambas disciplinas se distinguen netamente por su objeto de
estudio, por su metodología, y por su teoría.
Esto no es tan evidente cuando los intentos de estructurar un
texto pictórico a partir del "trayecto de la mirada" pretenden ser
semióticos. Claramente "percepcionalistas", tales intentos corres-
ponden, en el mejor de los casos, a una presión "lingüística" por
linearizar dicho texto, justamente cuando de él se puede afirmar
que su percepción se caracteriza por la aprehensión simultánea de
los datos visuales a partir de la sustancia. Por lo tanto, esos datos no
solamente no son semióticos sino falsos. Construyen lo que sería el
equivalente visual de una 'fonética auditiva", por lo demás inexis-
tente, situando todos los complejos mecanismos, tanto de la comuni-
cación como de la producción del sentido, en la instancia de la
recepción, lo cual hace que no se pueda comprobar si este "hacer
receptivo" corresponde a una toma de conciencia del objeto percibido,
o, en otras palabras, a una interpretación de su significación.
Una "naturaleza" del significante visual, entendida como condicio-
nante de la sustancia manifestante, se define entonces como copre-
senda de estímulos luminosos contiguos, que ocupan una determi-
nada posición, cada uno en relación con el otro. Estos estímulos
Notas sobre la semiótica visual 79
pueden proyectarse en el tiempo a través de su desplazamiento.
Son éstas "propiedades" de un significante visual, restringidas por la
materia convertida en sustancia de expresión de un lenguaje; son
datos manifestados, pero no categorías de análisis de un objeto se-
miótico. (Lo que eventualmente queda de estos índices es su defini-
ción relacional formulada en términos de categorías topológicas y
(cromáticas, siempre y cuando participen en la edificación de la sig-
jnificación del objeto de estudio). Por lo demás, cabe recordar de
nuevo nuestras consideraciones acerca del nivel de la manifestación y
la impertinencia de ese "observa-y-describe" que se califica a sí
mismo como análisis.
En resumen, no es posible servirse de las oposiciones visuales,
tales como se manifiestan a los ojos, como si fueran categorías de
análisis de un objeto semiótico. Porque es una lengua, es una estruc-
tura significante de una articulación autónoma de las formas de la
expresión y del contenido. Dentro de la sustancia de la expresión y
visual, tiene una cierta independencia, una vez identificada como
forma visual, es totalmente independiente de cualquier sustancia, o
sea es susceptible de manifestarse en otras substancias (hecho de
suma importancia para el análisis, por ejemplo, de la pintura con-
temporánea). Igualmente independiente de cualquier relación ex-
trasemiótica de referencia, esta lengua es capaz de instaurar (y de
neutralizar) "por sí sola" las diferencias sensoriales como pertinen-
tes por significantes, en la medida en que es capaz de formar sus
contenidos a partir de un continuo que es la materia prima de
sentido. Hasta allí llega entonces "lo visual" implicado por una deno-
minación. Construye una macrosemiótica del mundo natural/artifi-
fcial visible apto para servir, a priori, como dominio de la semiótica
visual. Haciendo primar lo "semiótico", esta macrosemiótica tiene
que estallar: tiene que dividirse en semióticas visuales abordables a
partir de la hipótesis de la autonomía de sus formas respectivas. Si
el concepto de lo "visual" ha implicado relegar la forma del contenido,
lo "semiótico" lo destaca aún con más fuerza. Como disciplina que se
ocupa de "las condiciones de la aprehensión y de la producción del
sentido", la semiótica es, por declaración, una teoría semántica. Y, en
efecto, ha podido desarrollar, a partir del postulado inicial de la
homogeneidad del plano de la expresión y del plano del contenido, una
semántica compleja y potente: la forma del contenido es
analizable. Esta semántica es generativa, sintagmática y general
y, por lo tanto, abarca a la semiótica visual. Es decir que el
80 Discurso
contenido de una semiótica-objeto visual no es sustancialmente (en el
sentido literal y semiótico) diferente al de otras semióticas, y las
significaciones que tal objeto pueda producir no son en particular
visuales, sino simplemente humanas. Lo que varía de objeto a objeto de
estudio es la forma que articula este sustrato de sentido, cómo está
recortado este continuo, pero la variación se da, en principio, entre
todas las lenguas, visibles o audibles. Con mayor razón, la semiótica
visual se une a la semiótica general, y nada se podría decir, proveniente
de la semiótica, acerca del significante visual si sus diferencias y su
forma no correpondieran a diferencias de su significado. Esta
homogeneidad permite, entonces, abarcar igualmente una semiótica-
objeto, siendo aun más conveniente, a partir de su contenido, y con
esto, en el interior de la semiótica, a partir de la semántica general.
La hipótesis de la autonomía de las semióticas visuales incluye, por
definición, su autonomía respecto del referente, de este objeto del
mundo "real" del cual se supone que son el signo, la sustitución
lingüística, la representación. Esta consideración nos reubica en la
discusión acerca de la iconicidad de las semióticas visuales y reac-
tualiza la distinción entre "naturales" y "artificiales" que nos hemos
esforzado por evitar. Afortunadamente, ya no se discute esta cuestión
que, ardua en sus inicios (y típicamente inicial), más bien ha
retardado el desarrollo de la semiótica visual. Era probablemente por
los requerimientos del sentido común que, justamente por falta de
referencia (no se soporta bien este estado de cosas), ancla la inter-
pretación de lo visual en lo icónico. Esa afirmación acerca de que las
palabras no cubren, una por una, los objetos del mundo real, perte-
nece a la historia de la lingüística; a su vez, la proposición acerca de
que las imágenes, ellas sí, lo hacen, equivale a someter a las semióticas
visuales a una exigencia positivista que ellas definitivamente no
comparten. La pintura, por ejemplo, no tiene por función describir el
mundo real, ni se explica a partir de esta "realidad", menos todavía
está allí en su lugar, o en lugar de cualquier otra cosa como lo podría
sugerir, mal interpretado, el concepto de signo. El significante visual no
es ni más ni menos icónico que el significante sonoro. En cambio, un
discurso visual, como cualquier discurso en cualquier lenguaje, puede
hablar de este mundo (como puede hablar de su propio lenguaje), y
puede ser abstracto o figurativo: no hay que confundir estos
conceptos semióticos, y las relaciones de intertextualidad que pueden
implicar, con la "re-presentación" del referente.
Notas sobre la semiótica visual 81
La hipótesis de la autonomía de las semióticas visuales ha favore-
cido, de hecho, una concentración de la investigación en los objetos
"artificiales", posiblemente a partir de una cierta homologación in-
tuitiva (y muy relativa) de la intención de significar con la significa-
ción misma, posiblemente también por un antropocentrismo que
caracteriza, naturalmente, por oficio, a las ciencias sociales. La se-
miótica planaria se ocupa de la fotografía, del diseño gráfico, del
cine, de los planos arquitectónicos, de los comics, etc.; se define en
términos de interrelación con la semiótica pictórica y adquiere una
cierta autonomía (comparable, en lo visual, a la semiótica musical
en lo auditivo); ambas tienden a integrarse, como resultado de los
análisis efectuados, a una semiótica poética. Si esto ha sido el "nú-
cleo tradicional" de la semiótica visual en cuanto a los objetos más
estudiados, la definición globalizante que hemos propuesto nos per-
mite integrar los análisis de lenguajes gestuales y algunos aspectos
de las semióticas del mundo natural. No restringida, en principio, ni
a la bidimensionalidad ni al estatismo del significante de sus objetos,
esta semiótica se reactualiza igualmente en relación con la semiótica
del espacio. En relación con este espacio mirado, "percibido" más
que "vivido", este escenario parece organizarse de manera particular
respecto a la visión (y que parece reactualizarse, a partir de la obso-
lecencia del funcionalismo arquitectónico, muy particularmente con
la arquitectura postmodernista).
Ada Dewes Botur es Doctora en Lingüistica, especializada en Semiótica en la École des
Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Actualmente es profesora e investi-
gadora en la UAM y colabora con el Groupe de Recherches Sémio-linguistiques forma-
do por A.J. Greimas. Ha trabajado sobre "Movimientos de Vanguardia en la Pintura
Contemporánea" (tesis); próximamente se publicará su contribución para el
Diccionario de Semiótica, Tomo II, respecto a la Semiótica Visual y la Semiótica
Pictórica, así como una introducción a la Semiótica General.
Título: “Notas sobre la semiótica visual”
Autor: Dewes-Botur, Ada
Fuente: Discurso, vol. 2, no. 6, enero-abril 1985, pp.
69-81
Publicado por: Colegio de Ciencias y Humanidades,
Unidad Académica de los Ciclos Profesional y de
Posgrado, UNAM.
Palabras clave: semiótica general, semiótica visual.
Copyright
Discurso es propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México y su
contenido no deberá ser copiado, enviado o subido a ningún servidor o sitio
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Notas sobre a semiotica visual

  • 1. Discurso vol. 2, nº 6 enero-abril 1985 69 NOTAS SOBRE LA SEMIÓTICA VISUAL Ada Dewes Botur Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco A estas alturas (alturas de una práctica semiótica que constituye un proyecto científico1 ), sería falsa modestia hablar de la semiótica visual como de una posibilidad. Si fuera únicamente por los nume- rosos análisis que consolidan de hecho tal campo de estudio, podría afirmarse su existencia en términos de su manifestación discursiva. Hablar de una posibilidad significa, entonces, regresar a los inicios de la semiótica, a este origen justamente condicionado por la posi- bilidad, por esta virtualidad de objetos significantes que no sean lingüísticos. Una teoría de la significación no puede hacer abstrac- ción de la omnipresencia del sentido; es ésta la razón de ser de la semiótica visual ya no como intuitivamente aprobada, sino como teóricamente indispensable. De esta manera, es la semiótica general la que satisface "la exigencia que se le impone para describir la existencia y el funcionamiento de todas las semióticas partícula- res"2 , y es cualquier conjunto significante o lenguaje que, en virtud de la hipótesis de su organización estructural autónoma, puede some- terse a un análisis semiótico. Tal extensión del campo virtual de estudio, en el que obviamente caben los lenguajes visuales, está circunscrita no obstante por la teoría semiótica: es decir, afirmando lo que debería ser una eviden- cia, que estos objetos diversos de conocimiento se explicitan desde el 1. En lo que sigue, nuestra exposición se fundamentará en la teoría semiótica de la Escuela de París, desarrollada por A. J. GREIMAS. 2. AJ. GREIMAS, J. COURTES, Semiótica. Diccionario razonado de la Teoría del Lenguaje, Ma- drid, Ed. Credos, (1979) 1982, pág. 370.
  • 2. 70 Discurso ángulo de su organización significativa, como objetos semióticos, a partir de los mecanismos que producen su sentido. Es esta estructu- ración condicionante de la significación (más que contenidos partí- culares) lo que retroalimenta a la teoría, que, a su vez, informa al objeto. Evidencia a ser inscrita en una reflexión acerca de lo que no es la semiótica, ni puede ni quiere serlo y, por lo tanto, no puede culpársela de no serlo; acercamiento al sentido de una disciplina por vía de su diferenciación (procedimiento discriminatorio que carac- teriza todo acercamiento semiótico del sentido). La semiótica no es sociología ni psicología ni historia del arte; incluso cuando se admite que los objetos que quiere estudiar podrían ser coextensivos —en su manifestación y antes de su análisis— a los de otras disciplinas. Pero su lenguaje de descripción, sus métodos, su intención —acto voluntario y consciente—, constituyen estos objetos, posteriormente a su análisis, como fundamentalmente otros: como construcciones articuladas por la teoría y que testimonian el hecho de que su explicación, esta explicitación de su significación, no está dada a priori por su manifestación. Si fuese así, en efecto, nada distinguiría el campo de estudio de la semiótica del de un conjunto de otras disciplinas; si las cosas se explicasen por sí mismas tan sólo manifestándose, no habría necesidad de tales disciplinas, incluyendo la semiótica. Por lo tanto, sería insensato pretender cuestionar la semiótica por no ser suficientemente sociológica, o por serlo demasiado, para citar un ejemplo y las dos críticas que conlleva. La semiótica tampoco es una transdisciplina: la condición de su coherencia le impide erigirse en metalenguaje de teorías contradic- torias entre sí o simplemente otras; pese a que estas otras disciplinas podrían considerar que la significación de su objeto de conocimiento les importa, ése es en gran medida su problema (justamente el de la coherencia de sus construcciones conceptuales respectivas —ya sea ante la significación, ya sea ante la posibilidad de integrar resultados generados por otras teorías—). Esto quiere decir que la semiótica tampoco puede responder a las demandas interdisciplinarias ("ce fameux "interdisciplinaire", "tarte a la creme de la nouvelle culture universitaire")3 en la medida en que no concibe cómo homo- geneizar objetos diferentes construidos, en la medida en que el esta 3. R. BARTHES, L'obvie et l'obtus. Essais critiques III, París, Ed. du Seuil, 1982, pág. 14l.
  • 3. Notas sobre la semiótica visual 71 tuto de tal actividad interdisciplinaria, cuestionándola epistemoló- gicamente, no es nada evidente. Por lo tanto, es a pesar de esta extensión del conjunto de objetos analizables, potencialmente, por la semiótica, que su campo de estu- dio le es propio en la medida en que es aprehendido por la teoría, y en la medida en que esta teoría corresponde ante todo a la exigencia de la coherencia interna de su cuerpo conceptual y enseguida a la de su adecuación al objeto estudiado. Estos mismos principios que establecen la autonomía de la semiótica (y lo que no es ni quiere ser), también fundamentan su necesidad, esta calidad de indispen- sable particularmente notoria respecto a los objetos visuales. Porque es en este campo, básicamente, que los lenguajes de descripción empleados en general no explicitan ninguna teoría, o ninguna teoría digna de este nombre, ni en términos de su coherencia ni en térmi- nos de su adecuación. Es en este campo que la connotación de lo inefable pesa más: paradójicamente como impedimento para que algo sensato sea dicho acerca de tales objetos, pero no como impedi- mento para que sea dicho algo: lo "indecible" produce una inflación de discursos enfáticos, fáticos y patéticos (a veces aun en el sentido de lo "doloroso"). En resumen, la semiótica visual no solamente existe como cuerpo de análisis efectivamente realizados, como semiótica-objeto, sino que es una condición, hasta antes de constituirse como semiótica- objeto, para el planteamiento mismo de la semiótica general. El sen- tido de la disciplina, en términos de lo que no es, erige a la vez su necesidad, particularmente este "por qué" de la semiótica visual. En todo caso, conviene señalar que "el hacer interpretativo se presenta. . . como el principal modo de funcionamiento de la competencia epistémica".4 Hablaremos entonces del espacio que ocupa la semió- tica visual dentro de la semiótica general como de un espacio defini- do a la vez por su relación de identidad con otras semióticas-objeto y por su relación de alteridad, última que establece lo que la semiótica visual tiene de específico. Hablaremos entonces de un objeto de re flexión, designado "semiótica visual", como de un objeto teórico. Lo que conforma en primera instancia la semiótica visual —la ins- tancia que introduce y esboza este espacio potencial de un objeto 4. A.J. GREIMAS, J. COURTES, op. cit., pág. 227. En la edición española "muchas" (sic); corres- pondería "múltiples".
  • 4. 72 Discurso teórico y de sus objetos de análisis— es un nombre. Este nombre ha sido polémico, más aún, parece estructurarse, internamente, a ma- nera de una oposición; se trata, entonces, de la coherencia de una denominación lexical en relación con un concepto semiótico que pretende cubrir y que queremos explicitar por su definición. Tal propósito está ya precedido por un complejo de consideraciones: ¿por qué tanta atención a un nombre?. ¿No es éste arbitrario?. ¿Por el vicio profesional de someter inmediatamente todo a análisis se- mánticos? En parte sí (es este mismo vicio el que, en su contraparte de virtud, ha ayudado a fundamentar la coherencia de la teoría semiótica). ¿Por qué no cambiar este nombre si resulta problemático? Perteneciente a un metalenguaje, la teoría semiótica, la denomina- ción "semiótica visual" es arbitraria, es decir que cubre de manera arbitraria un concepto (del cual es coextensiva) cuya significación se establece por definiciones e interdefmiciones sucesivas entre con- ceptos. El nombre no tiene, pues, ni "responsabilidad" ni "obligación" respecto de esta significación, ni respecto del objeto teórico que es la semiótica visual. Sometámoslo a la exigencia de su adecuación res- pecto del objeto de estudio o conjunto significante del cual se supo- ne que pueda dar cuenta; como unidad lexical prestada de una lengua natural (y no como unidad formal cuyo sentido se ha evacua- do). Reconvirtiéndose en "lenguaje primario", este nombre significa: hablemos, por lo tanto, de lo que implica y conlleva para la construc- ción de un concepto a partir de su semantismo, de lo que genera "por sí solo". Si prestamos tanta atención a esta denominación, anticipando a la vez que es problemática, es porque implícitamente la aceptamos como dada y consideramos que su empleo se justifica, tautológica- mente, por su uso. Tal vez obedecemos sólo al hecho de que una denominación artificial, puesta en circulación, es relativamente in- controlable, y su arbitrariedad se sustituye gradualmente por la convencionalidad que caracteriza todo signo lingüístico natural (de nuevo nos ubicamos en este "lenguaje primario", en este nivel bipla- no al cual los metalenguajes tienden a regresar tan obstinadamen- te). Podría ser por esto mismo que la semiótica visual ha resistido a los intentos de su rebautización. Podría también ser, paradójica- mente, por los inconvenientes mismos de esta denominación. Con esta observación iniciamos entonces su crítica: podría ser que la generalidad que el nombre impone, y que se traduce en la exten- sión del concepto haciéndolo poco operativo, generalidad que co-
  • 5. Notas sobre la semiótica visual 73 rresponde a criterios empíricos de un débil sustanciamiento teóri-jco, funcione, justamente, como denominador común o constante apriarística de un objeto de estudios a efectuarse. Es decir que lo "visual", por no decir lo "visible", abarcaría un espacio pre-semiótico anterior al análisis y, en cierta medida, traduciéndolo a categorías topológicas, fuera de la semiótica. Admitamos que la semiótica ha sido suficientemente sabia para incluir en su definición este objeto manifestado que todavía no en- cuentra a la teoría, este espacio de un conjunto significante "virgen"; de esta manera, lo "visual" no podría pronunciarse en contra de lo "semiótico". Pero admitamos también que, idealmente, una tipología de los dominios particulares abarcados por la semiótica general no se constituye como un a priori sino, justamente, como resultado y conclusión de una serie de análisis. Sería en relación con una cons- tante a posteriori, que caracterizaría los objetos estudiados por la semiótica visual en su especificidad, que podría reformularse su dominio y, eventualmente, encontrarse una denominación más ade- cuada. Continuemos explorando, entonces, una denominación que intro- duce a un campo de estudio, que esboza este campo en función de lo que, semánticamente, implica. Diremos, en ese sentido, que una se- miótica "visual" adquiere su particularidad gracias a una clasifica- ción de orden sensorial. Dentro de una teoría del lenguaje caracte- riza, por lo tanto, el canal o soporte que sirve para la transmisión del significante (y nos remite a una teoría de la comunicación). Es decir que tal clasificación pone el acento en el canal, en el significante, y en los sujetos que reciben, a través de sus diferentes sentidos, un men- saje. Ahora bien, la semiótica se distancia de las teorías de la comunica- ción y de la información, a las que juzga de mecanicistas y simplistas por dos razones principales: los modelos construidos primordial- mente en base a un intercambio verbal de información entre dos sujetos privilegian, si se puede así decir, el contexto en vez del texto, el mensaje en vez de la significación; las instancias del emisor y del receptor, cuya competencia no se toma en cuenta, parecen autómatas de codificación y decodificación. Si lo "visual" remite al canal o soporte sensorial homologable a la sustancia de un lenguaje, lo que la semiótica estudia es su forma; si remite al significante, la semiótica no puede concebir éste independientemente del significado y se constituye, ante todo, como semántica; aun considerando que la
  • 6. 74 Discurso instancia de la recepción no está concebida como extrasemiótica sino que está integrada a la teoría como instancia de la enuncia- ción, está sin embargo lógicamente presupuesta por el enunciado: lugar predilecto, si se puede decir así, de la semiótica. Simplemente por lógica consecuencia, una semiótica visual cons- truye otras semióticas sensoriales, es decir, que divide y cubre el mundo del sentido como un mundo de los sentidos. Entre los domi- nios así distinguidos podemos fijarnos en dos como particularmente aptos para el ejercicio de una teoría del lenguaje: la semiótica audi- tiva y la semiótica visual. (Una semiótica "háptica" tendría que definir, por ejemplo, hasta dónde el tacto sería sustitutivo, comple- mentario o independiente de la visión; tendría que discernir, junto con las semióticas olfativas y gustativas, el campo de los significa- dos afectivos y nutritivos). No se puede negar la primacía de lo audible en la caracterización de las lenguas naturales; esta macrosemiótica es el objeto de estu- dio privilegiado de la disciplina, y a la vez, es un concepto propia- mente semiótico (definido dentro de la teoría). Por otro lado, puede sostenerse también la primacía de lo visible con la que se presenta a nuestros sentidos el mundo natural como otra macrosemiótica sig- nificante y, en consecuencia, objeto potencial de análisis. Es igual- mente un concepto semiótico que abarca el mundo en su significa- ción, en su funcionamiento como lenguaje y, más precisamente, co- mo "el lugar de elaboración y de ejercicio de muchas semióticas".6 Este acoplamiento de dos conceptos "marginalmente" semióticos, con dos conceptos "plenamente" semióticos, produce una serie de intersecciones: nos fijamos, en primera instancia, en el mundo en cuanto mundo visible coextensivo del dominio de una semiótica visual. Nos referimos, por lo tanto, literalmente, a las "visiones signi- ficativas" de este mundo. Debería quedar perfectamente claro que tal procedimiento no nie- ga que el mundo natural —este mundo de la significación que ya es un concepto semiótico— tiene otras cualidades sensibles significa- tivas. Pero podemos insistir en la primacía de lo visual y, en todo caso, construir nuestro objeto semiótico a partir y a lo largo de este eje (es justamente en esta medida que cualquier objeto de conoci- miento es construido, que cualquier actividad cognoscitiva es esen- cialmente reductora). Relegando entonces estas otras cualidades 5 Idem. pág. 271.
  • 7. Notas sobre la semiótica visual 75 sensibles y manteniendo solamente a lo auditivo —por las razones ya expuestas— en este orden secundario en el cual interviene en la significación de lo visual obtenemos un espacio de interacción (respectivamente desequilibrado) y de transportación entre nuestro mundo natural visible y nuestras lenguas naturales audibles. En el caso de la comunicación verbal intersubjetiva es, por ejemplo, la gestualidad que enmarca a la enunciación, evidentemente visible, la que complementa en un orden secundario la significación de lo di- cho: se trata de los fenómenos llamados "paralingüísticos". En la me- dida en que esta denominación refleja un cierto imperialismo lin- güístico, desafortunadamente todavía omnipresente, nos referiremos a lo "parasemiótico" para describir tal espacio de interacción entre lo auditivo y lo visual. Esta noción comprende lo que está "al lado" del objeto de análisis y que pertenece a una de las dos macro-semióticas: producido paralelamente, pero accesorio, complementario, en la mayoría de los casos reforzando el discurso principal, en todo caso situado en otro orden sensorial y / o semiótico. Lo visual acompañando a lo auditivo (la mímica, los gestos, etc., para las lenguas naturales) corresponde de esta manera a lo auditivo acom- pañando a lo visual; en esta perspectiva concebimos como fenómeno parasemiótico del mundo natural visible a los ruidos (que podrían calificarse también como "naturales"). Este "inter-espacio" (entre dos macrosemióticas sensorializadas) se articula en otra instancia, como de transposiciones: lo visual sonorizado y lo sonoro visualizado. Sería pretencioso querer simpli- ficar en esta ocasión, y reducir, de este modo, lo que se presenta como operaciones semióticas sumamente complejas. Nos limitare- mos entonces a consignar de esta manera un campo que "resulta" de nuestra exposición y que sigue, a la vez, las implicaciones de una denominación y también un procedimiento que instaura, a partir de un "todo en significación", segmentaciones progresivamente más re- ducidas (procedimiento semiótico, vicio/virtud profesional). Ubica- ríamos entonces provisionalmente en este campo a las escrituras (siguiendo a Jakobson y a la mayoría de los lingüistas), a los produc- tos optofonéticos de la pintura y de la poesía y, por ejemplo, a las "imágenes" correspondientes a figuras del contenido de discursos ver- bales. (Se auto-ubican allí los video-rocks: "están donde pueden ver lo que les gusta oír"). Esta doble distinción permite, en principio, aprehender ciertas manifestaciones como doblemente involucradas. Podría ser este el
  • 8. 76 Discurso caso del diseño gráfico o tipográfico reforzando (afirmando, negando, poniendo en duda), de manera parasemiótica, un discurso verbal convertido en texto escrito y, por lo tanto, manifestándose si- multáneamente a través de la "misma" sustancia gráfica y visual. Lo que se presenta, en apariencia intrincado, remite sin embargo a dos fenómenos perfectamente diferentes en términos y propósitos analí- ticos. Consideramos, entonces, como campo de la semiótica visual, a esta intersección que nos define, a partir de un concepto pre-semió- tico y otro propiamente semiótico, el mundo natural como mundo visible, atribuyéndole, en un orden secundario, un espacio de inter- acción y de transposición con lo auditivo. Ahora bien, estamos toda- vía en el interior de lo que la semiótica califica de "natural". Tal calificativo se refiere ante todo a la inmanencia de la organización estructural de la semiótica-objeto, en el sentido de su anterioridad, de su carácter de lo "dado" e "inalterable" en relación al sujeto que se sirve de ella, aprendiendo a utilizarla. De ninguna manera excluye lo cultural del mundo natural (más bien define lo "natural" como siempre culturalizado), pero sí sugiere que ciertas lenguas son artificiales, construidas, manipuladas de otro modo. Entre ellas, por ejemplo, la música y la pintura. Atendiendo a que tal división encierra un cierto relativismo, tal afirmación no siempre es evidente; aun cuando no se quiere entender lo construido como una creación ex nihilo, esa división parece apoyarse desequilibradamente en el enunciador; en fin, tomando en cuenta que tanto la pintura como la música son manifestaciones culturales, no resulta fácil determinar quien cons- truye y quien está contruido: si el sujeto por la cultura o la cultura por el sujeto o si, proposición semiótica, ambas situaciones son facti- bles. Proponemos entonces hacer coexistir lo natural y lo artificial y utilizar el criterio de lo "visible" para extender el campo de la semiótica visual hacia los lenguajes artificiales, obteniendo así la macro- semiótica del mundo natural/artificial visible. Tal definición tiene una ventaja indiscutible en la medida en que supera la discusión acerca de lo "real visible", intuitiva y equivocada- mente identificado con el "mundo natural", en su relación con lo "re- presentado", mundo de los lenguajes artificiales (y de la semiótica visual "propiamente dicha"), aparentemente juzgado como menos real y diluyéndose en su función de referencia; en segunda instancia, invalida la "sorpresa" que causa que este "real visible" esté interpre- tado a partir de la percepción simultánea de los índices visuales, a la
  • 9. Notas sobre la semiótica visual 77 vez como "lo mismo" y "lo otro", como contigüidad visual, regido por organizaciones distintas. Abrir la semiótica visual hacia una macro- semiótica, no diferenciando a priori entre lenguajes naturales y cons- truidos, implica poder situar en un mismo nivel todos estos objetos y fenómenos y calificar las relaciones entre ellos como intertextuales y bilaterales. Habiendo gradualmente "semiotizado" una denominación que ini- cia (tanto en lo que "caracteriza al comienzo" como en lo que "intro- duce a los misterios" —de la semiótica—) en la materia, reconoce- mos voluntariamente su punto más neurálgico: lo "visual-visible" in- duce un acercamiento "sustancialista" al objeto de estudio. En la medida en que proponemos mantener esta denominación, propone- mos también reflexionar sobre esta implicación y llegar a lo "semió- tico" por vía de la sustancia, a través de definiciones sucesivas y, si es necesario, negativas. Se ha dicho ya que lo "visual" caracteriza el soporte sensorial de la transmisión del significante de una semiótica-objeto, lo cual corres- ponde, grosso modo, a la sustancia de la expresión de un lenguaje. Una sola "materia" fónica, por ejemplo, puede servir de sustancia semiótica a muchas formas (lenguaje verbal y musical, por ejem- plo)"6 , razón por la cual lo visual es un "passe-par-tout" cuya genera- lidad lo hace tan apto para servir a una tipología apriorística. Más aún, el acercamiento "sustancialista" es el único que, de entrada, provee un término suficientemente genérico para adecuarse a este vasto campo de estudio, ya que la forma, de la cual se ocupa la isemiótica, es diferente de lengua a lengua y se aprehende justamen- te a través del análisis, no antes. (Esta forma, visual por ejemplo, puede identificarse, en determinado caso, manifestándose a través de diferentes sustancias). Lo "visual" nos ubica, entonces, en el plano de la sustancia de la expresión que, como materia prima, es el con- junto de estímulos luminosos emitidos o reflejados que podemos percibir, y que todavía no están articulados por la significación. Ahora bien, este continuo contiene a la forma, a esta estructura significante que "informa" a la materia, en virtud de su propiedad discriminatoria, como virtualidad distintiva. La percepción es es- pontáneamente categorizante en la medida en que instaura diferen- cias entre dos estímulos contiguos, identificando a cada uno en rela- 6 Ibid, pág. 399.
  • 10. 78 Discurso ción con el otro como lo que "no es". Esta es la primera condición para que pueda darse el sentido. La fonética tiene como objeto de estudio a la sustancia sonora, y las teorías de la percepción visual se ocupan de la sustancia lumi- nosa. Conscientes o no de su parentesco, ambas disciplinas se orga- nizan de una manera similar según instancias de orden físico-fisioló- gico y fisiológico-psicológico, es decir, la sensación que los fenóme- nos visuales producen. Se desarrollan entonces, coherentemente, a lo largo de este eje esbozado por lo "visual" y por las teorías de la comunicación, entre el significante, el canal y el receptor. En ambos casos desempeña un papel importante, sino predominante, la herra- mienta técnica de análisis. No se puede negar, en ese marco, la importancia que tiene la fonética, como disciplina lingüística, para la lingüística misma. Sin embargo, ha sido a partir de la fonología, que es el estudio de la forma y no de la sustancia de la expresión, que la lingüística ha podido constituirse y adquirir la importancia que la destaca en este siglo. En todo caso, la lingüística tiende más bien a confundirse con la fonología, pero jamás con la fonética. Lo mismo puede decirse en relación con la semiótica visual y las teorías de la percepción. Pero, aunque puede haber influencias recíprocas fructí- feras, ambas disciplinas se distinguen netamente por su objeto de estudio, por su metodología, y por su teoría. Esto no es tan evidente cuando los intentos de estructurar un texto pictórico a partir del "trayecto de la mirada" pretenden ser semióticos. Claramente "percepcionalistas", tales intentos corres- ponden, en el mejor de los casos, a una presión "lingüística" por linearizar dicho texto, justamente cuando de él se puede afirmar que su percepción se caracteriza por la aprehensión simultánea de los datos visuales a partir de la sustancia. Por lo tanto, esos datos no solamente no son semióticos sino falsos. Construyen lo que sería el equivalente visual de una 'fonética auditiva", por lo demás inexis- tente, situando todos los complejos mecanismos, tanto de la comuni- cación como de la producción del sentido, en la instancia de la recepción, lo cual hace que no se pueda comprobar si este "hacer receptivo" corresponde a una toma de conciencia del objeto percibido, o, en otras palabras, a una interpretación de su significación. Una "naturaleza" del significante visual, entendida como condicio- nante de la sustancia manifestante, se define entonces como copre- senda de estímulos luminosos contiguos, que ocupan una determi- nada posición, cada uno en relación con el otro. Estos estímulos
  • 11. Notas sobre la semiótica visual 79 pueden proyectarse en el tiempo a través de su desplazamiento. Son éstas "propiedades" de un significante visual, restringidas por la materia convertida en sustancia de expresión de un lenguaje; son datos manifestados, pero no categorías de análisis de un objeto se- miótico. (Lo que eventualmente queda de estos índices es su defini- ción relacional formulada en términos de categorías topológicas y (cromáticas, siempre y cuando participen en la edificación de la sig- jnificación del objeto de estudio). Por lo demás, cabe recordar de nuevo nuestras consideraciones acerca del nivel de la manifestación y la impertinencia de ese "observa-y-describe" que se califica a sí mismo como análisis. En resumen, no es posible servirse de las oposiciones visuales, tales como se manifiestan a los ojos, como si fueran categorías de análisis de un objeto semiótico. Porque es una lengua, es una estruc- tura significante de una articulación autónoma de las formas de la expresión y del contenido. Dentro de la sustancia de la expresión y visual, tiene una cierta independencia, una vez identificada como forma visual, es totalmente independiente de cualquier sustancia, o sea es susceptible de manifestarse en otras substancias (hecho de suma importancia para el análisis, por ejemplo, de la pintura con- temporánea). Igualmente independiente de cualquier relación ex- trasemiótica de referencia, esta lengua es capaz de instaurar (y de neutralizar) "por sí sola" las diferencias sensoriales como pertinen- tes por significantes, en la medida en que es capaz de formar sus contenidos a partir de un continuo que es la materia prima de sentido. Hasta allí llega entonces "lo visual" implicado por una deno- minación. Construye una macrosemiótica del mundo natural/artifi- fcial visible apto para servir, a priori, como dominio de la semiótica visual. Haciendo primar lo "semiótico", esta macrosemiótica tiene que estallar: tiene que dividirse en semióticas visuales abordables a partir de la hipótesis de la autonomía de sus formas respectivas. Si el concepto de lo "visual" ha implicado relegar la forma del contenido, lo "semiótico" lo destaca aún con más fuerza. Como disciplina que se ocupa de "las condiciones de la aprehensión y de la producción del sentido", la semiótica es, por declaración, una teoría semántica. Y, en efecto, ha podido desarrollar, a partir del postulado inicial de la homogeneidad del plano de la expresión y del plano del contenido, una semántica compleja y potente: la forma del contenido es analizable. Esta semántica es generativa, sintagmática y general y, por lo tanto, abarca a la semiótica visual. Es decir que el
  • 12. 80 Discurso contenido de una semiótica-objeto visual no es sustancialmente (en el sentido literal y semiótico) diferente al de otras semióticas, y las significaciones que tal objeto pueda producir no son en particular visuales, sino simplemente humanas. Lo que varía de objeto a objeto de estudio es la forma que articula este sustrato de sentido, cómo está recortado este continuo, pero la variación se da, en principio, entre todas las lenguas, visibles o audibles. Con mayor razón, la semiótica visual se une a la semiótica general, y nada se podría decir, proveniente de la semiótica, acerca del significante visual si sus diferencias y su forma no correpondieran a diferencias de su significado. Esta homogeneidad permite, entonces, abarcar igualmente una semiótica- objeto, siendo aun más conveniente, a partir de su contenido, y con esto, en el interior de la semiótica, a partir de la semántica general. La hipótesis de la autonomía de las semióticas visuales incluye, por definición, su autonomía respecto del referente, de este objeto del mundo "real" del cual se supone que son el signo, la sustitución lingüística, la representación. Esta consideración nos reubica en la discusión acerca de la iconicidad de las semióticas visuales y reac- tualiza la distinción entre "naturales" y "artificiales" que nos hemos esforzado por evitar. Afortunadamente, ya no se discute esta cuestión que, ardua en sus inicios (y típicamente inicial), más bien ha retardado el desarrollo de la semiótica visual. Era probablemente por los requerimientos del sentido común que, justamente por falta de referencia (no se soporta bien este estado de cosas), ancla la inter- pretación de lo visual en lo icónico. Esa afirmación acerca de que las palabras no cubren, una por una, los objetos del mundo real, perte- nece a la historia de la lingüística; a su vez, la proposición acerca de que las imágenes, ellas sí, lo hacen, equivale a someter a las semióticas visuales a una exigencia positivista que ellas definitivamente no comparten. La pintura, por ejemplo, no tiene por función describir el mundo real, ni se explica a partir de esta "realidad", menos todavía está allí en su lugar, o en lugar de cualquier otra cosa como lo podría sugerir, mal interpretado, el concepto de signo. El significante visual no es ni más ni menos icónico que el significante sonoro. En cambio, un discurso visual, como cualquier discurso en cualquier lenguaje, puede hablar de este mundo (como puede hablar de su propio lenguaje), y puede ser abstracto o figurativo: no hay que confundir estos conceptos semióticos, y las relaciones de intertextualidad que pueden implicar, con la "re-presentación" del referente.
  • 13. Notas sobre la semiótica visual 81 La hipótesis de la autonomía de las semióticas visuales ha favore- cido, de hecho, una concentración de la investigación en los objetos "artificiales", posiblemente a partir de una cierta homologación in- tuitiva (y muy relativa) de la intención de significar con la significa- ción misma, posiblemente también por un antropocentrismo que caracteriza, naturalmente, por oficio, a las ciencias sociales. La se- miótica planaria se ocupa de la fotografía, del diseño gráfico, del cine, de los planos arquitectónicos, de los comics, etc.; se define en términos de interrelación con la semiótica pictórica y adquiere una cierta autonomía (comparable, en lo visual, a la semiótica musical en lo auditivo); ambas tienden a integrarse, como resultado de los análisis efectuados, a una semiótica poética. Si esto ha sido el "nú- cleo tradicional" de la semiótica visual en cuanto a los objetos más estudiados, la definición globalizante que hemos propuesto nos per- mite integrar los análisis de lenguajes gestuales y algunos aspectos de las semióticas del mundo natural. No restringida, en principio, ni a la bidimensionalidad ni al estatismo del significante de sus objetos, esta semiótica se reactualiza igualmente en relación con la semiótica del espacio. En relación con este espacio mirado, "percibido" más que "vivido", este escenario parece organizarse de manera particular respecto a la visión (y que parece reactualizarse, a partir de la obso- lecencia del funcionalismo arquitectónico, muy particularmente con la arquitectura postmodernista). Ada Dewes Botur es Doctora en Lingüistica, especializada en Semiótica en la École des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París. Actualmente es profesora e investi- gadora en la UAM y colabora con el Groupe de Recherches Sémio-linguistiques forma- do por A.J. Greimas. Ha trabajado sobre "Movimientos de Vanguardia en la Pintura Contemporánea" (tesis); próximamente se publicará su contribución para el Diccionario de Semiótica, Tomo II, respecto a la Semiótica Visual y la Semiótica Pictórica, así como una introducción a la Semiótica General.
  • 14. Título: “Notas sobre la semiótica visual” Autor: Dewes-Botur, Ada Fuente: Discurso, vol. 2, no. 6, enero-abril 1985, pp. 69-81 Publicado por: Colegio de Ciencias y Humanidades, Unidad Académica de los Ciclos Profesional y de Posgrado, UNAM. Palabras clave: semiótica general, semiótica visual. Copyright Discurso es propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México y su contenido no deberá ser copiado, enviado o subido a ningún servidor o sitio electrónico a menos que se tenga el permiso del autor. Sin embargo, los usuarios podrán bajar e imprimir el artículo para uso individual.