Las palabras de presentación que Francisca Bertoglia escribió para su libro "Las penas de amor de ellos y ellas. Historias verdaderas desde el ojo del Tarot".
Agosto de 2000.
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Las penas de amor de ellos y ellas. Historias verdaderas desde el ojo del Tarot. Francisca Bertoglia
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A BUEN ENTENDEDOR, ALGUNAS PALABRAS
Aceptar un regalo es un acto de confianza, la desaparición de fronteras entre quien da y quien
recibe y la súbita revelación de la armonía.
Aprender a dar y recibir vitaliza y acrecienta la certeza de los vínculos afectivos, preserva la salud,
la alegría de vivir y la dinámica solidaria.
Al recibir mi primer mazo de Tarot de las manos de Lola Hoffmann experimenté el sentimiento de
encontrarme con un presente del destino. Aceptarlo resultaba temerario por la responsabilidad
implícita de llegar a interpretarlo. Es decir, de comprometerse con una actividad surrealista, guiada
por la intuición, surgida en niveles muy ocultos del ser y expuesta a la crítica o franca
desaprobación del propio intelecto del lector durante la prolongada etapa de aprendizaje.
Uso la expresión surrealista en el sentido de ser conducidos, por la sabiduría del oráculo, a
espacios reales de la psiquis e ignorados por el consciente de la persona que lo consulta, espacios
situados más allá de la realidad perceptible a través de los sentidos.
Dar el paso desde la condición de aprendiz a la de lector de Tarot, propiamente tal, permite el
florecimiento de los dones de la aceptación, la paz, la armoniosa integración entre intelecto e
intuición y la facilidad y fluidez del tarotista funcionando como instrumento explorador de esas
zonas oscuras no reconocidas por la conciencia.
Permanecer en tal oficio supone “domar” los mitos de nuestro tiempo, asociados a los logros de la
razón y a la creencia mágica en un “progreso” técnico-científico, aparentemente infinito,
potencialmente capaz de resolverlo todo, incluso el dolor y la miseria.
Los mitos sustentados en la lógica impecable de la evolución tecnológica no consideran para nada
sus efectos en la intimidad humana. No les interesa plantear si somos mejores, más sanos, más
generosos y felices, mejor comunicados y seguros. Parecen estar seguros de que no puede ser así
dado el arsenal de aparatos facilitadores de la comodidad, de la velocidad, de la interacción
globalizadora.
Cuando la inolvidable Lola Hoffmann, después de oír el relato de uno de mis crípticos sueños,
atravesado por números de colores, se levantó, con toda la dificultad de sus novecientos años,
rebuscó en sus libros y me entregó el mazo del Tarot de Marsella, más la información pertinente en
un volumen gigantesco, conminándome a iniciar el aprendizaje de su interpretación, el sentimiento
de conocer mi destino fue apabullado por un escepticismo potente.
Un tropel de pensamientos descalificadores funcionó como inexpugnable barrera que opacaba la
belleza de esta mágica interacción donde una especie de hada vieja y sabia me entregaba este
regalo encantado.
Mi cabeza se oponía a aceptarlo murmurando que la senilidad ya nublada y la cristalina sabiduría
de la portadora del presente y que ¿cómo sabía ella lo que yo tenía que hacer?
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No era senilidad o decadencia mental, solo los mitos “racionales”, dominantes en mi formación
cultural que parloteaban, oponiéndose a esa propuesta, con la irresistible creencia en el poder
científico y en su seguridad de llegar a resolver la problemática de la humanidad.
Los oráculos no pueden apreciarse sólo desde la óptica racional, pues reconocen y operan en los
más complejos e ignorados estratos de la psiquis humana donde ocurren procesos imposibles de
acelerar. Allí el tiempo no es oro sino eternidad y nuestras divisiones en pasado, presente y futuro
aparecen como patéticos inventos del ego aterrado de su finitud.
No tuve mayores opciones, el naipe abrió una ruta directa hacia esos niveles de mi ser, hacia mi
alma. Hasta ese momento mis caminos de acceso surgían de la práctica de la disciplina y
meditación yoga; el Tarot los potenció e iluminó.
Han pasado veinte años desde esa tarde memorable junto a Lola Hoffmann y he cambiado toda mi
ordenadita vida de profesora de colegio particular para dedicarme a esta inusual y absorbente
actividad de observar la propia vida y la ajena, desde la perspectiva holística del ojo del oráculo,
capaz de considerar la totalidad.
Así como, por estructura física, nos resulta imposible ver cuanto ocurre a nuestras espaldas, por
estructura psíquica, estamos igualmente limitados. Vemos, sentimos o conocemos solo algunos
aspectos de quienes somos, lo ubicado adelante y más o menos a los lados, registrado por el
rabillo del ojo.
Aun si alguien ofrece develarnos lo ignorado, precisar los contornos de la sombra adherida allá
atrás, es posible que nos neguemos y huyamos con similar temor al experimentado al desplazarnos
por una calle oscura donde, obstinadamente, seguimos caminando, sin volver la cabeza, sin mirar
no sea que aparezca algo horroroso.
La responsabilidad de esta función interpretativa es compleja y profunda. Se relaciona con
observar, desde una situación de paz interna sustentada en la sabiduría del Tarot, todo lo oculto, lo
ignorado, lo ocurrido a espaldas del alma y que tanto nos determina, nos guste o no.
Se deambula por mundos construidos con materiales paradójicos, inconscientes, simultáneamente
frágiles, flexibles, fuertes, de una luminosidad cegadora o de oscuridad total y, además,
desconcertantes para sus portadores.
No es rara la fobia “oficial” de instituciones o individuos hacia cualquier recurso que permita el
contacto con los mundos internos. Se teme lo desconocido y se fabula al respecto. Hay infinidad de
supersticiones y chismes sobre el Tarot, el alfabeto rúnico o el I Ching. Nadie propone, desde una
situación de poder establecida, “veamos de qué se trata esto de los oráculos, de leer las cartas, las
runas o el I Ching”, lo habitual es su descalificación a priori y asimismo, la de sus intérpretes.
Hay miedo a saber qué o cómo es ese conjunto de factores inconscientes actuando a su soberano
arbitrio, enmascarado en cada acontecer vital y revelado por intermedio de los naipes, las varillas
del I Ching o las runas, los caracoles o las líneas de arena.
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Resulta educativo observar a un individuo sometido al poder de un factor no consciente. Suele
enrojecer, sus facciones se crispan, gesticula y grita groserías y, visto desde la distancia, parece
sufrir un ataque apoplético. Toda la adrenalina de su organismo lo impulsa a moverse en forma
espasmódica preparándose para atacar y defenderse.
Lo triste del asunto es la inexistencia de tal enemigo, se trata sólo de un conductor desatento que
le impidió alcanzar la luz verde del semáforo, o de un botón perdido de la camisa y sin embargo, al
observarlo gritar, insultar o moverse parece a punto de ser asesinado.
Hay miedo a saber, a verificar la presencia no solo de esos feos agentes de la rabia. También asusta
conocer cualidades o potencias positivas en el ser humano, que lo conducirían a cambios
enaltecedores, a la libertad de ser lo mejor de sí mismo, a renunciar a “ganar” a costa de destruir
la vida.
Ejercer de intérprete oracular me ha fortalecido el corazón y aguzado la sensibilidad para
reconocer esos “caminos desconocidos hacia territorios desconocidos revelados por los arcanos”.
Si las personas registramos diez, veinte, cinco o ninguna solución respecto a qué y cómo hacer
frente a carencias o conflictos bloqueando la posibilidad de sentirnos confortables y en paz con
nosotros mismos, las cartas despliegan un abanico de opciones clarificadoras, ubicadas a nuestras
espaldas y que, aun conociéndolas, no podemos utilizar pues las portamos como amnésicos, pues
hemos olvidado las claves para reconocerlas.
El Tarot es uno de los más antiguos códigos de acceso a este banco de datos universal, a este saber
olvidado. Sus imágenes dibujan vías comunicantes al ser verdadero, ese espacio donde no caben
rabias, penas ni temores y donde ingresamos sólo al habernos desprendido de la capacidad de
herir. Él nos aguarda con paciencia inmortal.
Tal como yo misma no podía entender mi sueño de números de colores y me oponía, con toda la
fuerza de lo aprendido, a aceptar otra manera de estar, conocer y sentir este mundo, quienes se
acercan a consultar el naipe llegan, por lo general, acuciados por situaciones, dolores o miserias
insostenibles, toleradas sin la comprensión de su sentido, inmodificables por no entendidas en el
contexto total de cada existencia.
Suelen considerarse el sufrimiento y la soledad como circunstancias inherentes a la condición
humana y cada uno aprende, tarde o temprano, a trascenderlas.
Sin embargo, para los seguidores de Jung, sufrimiento y soledad tienen una importancia esencial
en el proceso evolutivo y su persistente presencia en cada vida la atribuyen a que “el inconsciente
siempre trata de producir situaciones imposibles para forzar al individuo a que exteriorice lo mejor
de sí mismo. Si uno no lo intenta, nunca se completa, no se realiza. Se requiere una situación
imposible, donde uno tenga que renunciar a su propia voluntad y a su propio conocimiento, y no
hacer nada más que confiar en el poder impersonal del crecimiento y del desarrollo”.
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Desde allí, desde esas crueles situaciones de sufrimiento y soledad experimentadas como lo peor,
lo espantoso, lo inmanejable, suele surgir, como una maravilla, la mejor y más noble respuesta de
uno mismo.
El proceso de ser orientado hacia esa “correcta percepción” es inherente a la función oracular, su
valor sagrado, el secreto de su milenario atractivo para nosotros, sus intérpretes, y para quienes
necesitan consultarlo.
Por supuesto, tan positiva solución exige reubicar lo aprendido, sabido y aprobado por el intelecto,
en un contexto más amplio. Si alguien aprendió a resolver los conflictos desde el poder sustentado
en la tecnología de guerra, desde el poder político, desde el poder de la manipulación informativa,
desde el poder del dinero, verificar la inutilidad de tales poderes para resolver una crisis personal
hiere desde la piel al alma.
La felicidad, la paz, la salud, el amor, el valor, el respeto por y de los demás, no nacen ni crecen por
decreto, no dependen del mercado, no son obligaciones, sino opciones. Se hallan en el contacto
con nuestro Ser interno, tan invisible como los átomos e infinitamente más potente. Aceptar su
realidad y someter el ego a su poder es el dilema de cada individuo en las crisis que jalonan su
desarrollo hacia su plena humanidad. Ello implica revisar lo adquirido culturalmente y enfrentar lo
oculto a nuestras espaldas.
Si aprendimos a gritar y pegar para lograr lo necesario y, a raíz de una crisis, de una “situación
imposible”, el naipe propone actuar en silencio y con abrazos, aceptar siquiera la posibilidad de tal
conducta es un salto al vacío, aterrador para el ego, que luchará por repetir lo conocido.
Así como los sueños llegan con su potencia y esplendor a conmover a quien duerme en una choza
o en un palacio, las crisis y sus conflictos, la angustia de no poder actuar, de estar perdidos, de no
saber o no poder realizar el bien vivir, nos afectan por igual a todos.
La confusión, las enfermedades, la desdicha en las relaciones, la vejez y la muerte son experiencias
esencialmente democráticas, desesperantes por ilógicas y desordenadas. Se ríen de las medidas de
seguridad, llegan sin aviso y no se someten a protocolo alguno.
En tal instancia de renunciar a lo sabido, atrevernos a girar la cabeza y mirar hacia la oscuridad a fin
de salvarnos del doliente penar, no sufre menos el culto catedrático, perseguido por demonios de
culpa y soledad, que el casi analfabeto adolescente cuya única lectura son los titulares deportivos
de los periódicos. Ni siquiera la edad juvenil, la buena salud o los análisis lógicos son factores
protectores.
Después de tantos años de traductora de este olvidado lenguaje intuitivo, he logrado usarlo en
relativa paz en la interacción con mi intelecto, utilísimo a la hora de jerarquizar, ordenar, comparar
y orientar los contenidos de una consulta.
Eso sí, reconozco haber generado unos trapecios mentales parecidos a quitasoles amarillos, donde
me sostengo y vuelo, a veces aterrada por la oscuridad, entre dos paisajes, dos mundos, dos
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relatos: el dibujado con las palabras del consultante, y el otro, desconocido, expuesto por los
arcanos.
La confrontación de ambas realidades y su armonización es lo significativo de una sesión con el
naipe, la evidencia de su sabiduría en conducirnos hacia el verdadero Ser.
Como han enseñado los maestros de la humanidad, la felicidad está en nosotros, en la certeza del
espíritu que olvidamos o nos negamos a aceptar por ignorancia o miedo.
A tal punto llega la negativa a “vernos” que se podría sospechar la existencia de un acuerdo de
poderosos a fin de impedir este re-conocimiento del propio Ser. Sabremos reconocer su presencia
cuando vivamos la liberación del temor, de cualquier temor, de la muerte, de la gente, de la
pobreza, de los terremotos, de los microbios o del futuro.
Quienes aprenden el camino hacia esa verdad interna se liberan de las tentadoras trampas que
impulsan a tratar de encontrar, afuera y en otros, cuanto nos pertenece por derecho propio:
seguridad, alegría, certeza de la propia dignidad, capacidad de sentir y sufrir, de ser humanos y de
ser espirituales.
Tales peregrinos hacia la interna tierra santa no gozan de mucho respeto entre el poder
establecido “sobre” los demás, llámese político, cultural, emocional o económico, pues, a fin de
cuentas, hay demasiados interesados en decirnos cómo hacer qué comprar, cómo entretenernos,
cómo sentir o cómo vivir.
Así, estos oficiosos guardianes de las acciones o pensamientos del prójimo nunca se miran “por la
espalda”, se niegan a admitir la realidad de los factores inconscientes que los manejan.
Ser lector de Tarot pasa por asumir la realidad indudable de esta mentira total que nos rodea
sustentada, en forma mecánica o deliberada, por políticos, dignatarios religiosos, publicistas y
hombres de negocios con expertos asesores para “producir imagen”.
A esa mentira se suma la nuestra, la personal, construida hebra por hebra a lo largo de la vida,
resistente como acero poderos pese a ser tejida con neblina de ilusiones devanadas en el
constante acontecer mental.
Mentimos incesantemente al no detenernos a pensar sobre qué nos sucede en realidad, al no
reflexionar sobre nuestras acciones, al ignorar al otro o al responsabilizarlo de cuanto nos ocurre.
Mediante el uso del instrumento milenario y sabio del naipe, se desmantelan una y otra vez las
mentiras que nos cuentan o nos contamos y la contemplación de sus imágenes posibilita una
conexión con el recurso interno de los arquetipos.
Los arquetipos son modelos inconscientes de las experiencias humanas fundamentales, el
nacimiento, la relación con la vida, la aceptación y la necesidad de los semejantes, la vejez, la
enfermedad y, por fin, la muerte.
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Detrás de todo lo vivido por cada ser humano del planeta están los arquetipos, las fuerzas
psíquicas vivas, equivalentes a los instintos del cuerpo, operando en forma autónoma en la
profundidad de la psiquis y esperando pacientemente ser reconocidos y realizados, a fin de
conducirnos al cumplimiento de nuestro destino. Suelen considerarse funcionales al Ser interno.
Para Jung: “aportaron siempre protección, y violarlos conlleva aquellos ‘peligros del alma’ que
conocemos por la psicología del hombre primitivo. Por otra parte, constituyen la causa indiscutible
de trastornos neuróticos e incluso psicopáticos, comportándose exactamente como órganos físicos
o como sistemas orgánicos desatendidos o maltratados”. Pensaba que la tarea de cada generación
es la de descubrir y comprender sus arquetipos.
Sería positivo preguntarnos, con cierta regularidad, si en el diario quehacer, en el trabajo o en el
ocio, tenemos claro si nos movilizan estereotipos o arquetipos. Si estamos tratando de vivir para
ser aprobados por otros o por nosotros.
Quienes nos dedicamos al trabajo de interpretación del naipe estamos manejados por y
realizando, con diversos grados de acierto, el arquetipo del oráculo o del vidente ejerciendo labor
orientadora, una ayuda para dibujar el mapa personalísimo que a cada uno conduce al encuentro
con el sentido de su vida, dentro de un plan cósmico donde tiene una participación precisa.
El reconocimiento de los arquetipos más activos, operantes en nuestras vidas, y al parecer
encantados de manifestarse por intermedio de las cartas, suele resultar anonadante para el
afectado.
Al aceptarlos, al llevarlos a la luz de la conciencia, actúan como puntos clave en su proceso de
llegar a ser un individuo de verdad. Trabajarlos puede ser el más potente y atractivo desafío de
toda una existencia.
Cuando una persona sabe qué y cómo se revelan tales fuerzas dominantes en ella, adquiere un
conocimiento muy valioso respecto al poder de ciertos instintos, de sus prioridades y capacidades,
y también de sus posibilidades de encontrar un propósito personal de vida a través de las opciones
que escoge y de su modo de entablar relaciones familiares, sociales o laborales. Adquiere libertad
de sí misma porque sabe quién es y cómo y por dónde es más sabio vivir.
Cuando Lola me entregó el Tarot de Marsella, yo, que había decretado terminar mi vida con una
tiza en la mano tratando de comunicar a grupos de salvajes adolescentes la gracia y verdad de un
poema o el valor de un sustantivo, también quedé anonadada.
Lo escrito en los oráculos o dibujado en los sueños es lo más concreto. Sus informaciones tienen
que ver con desarrollarnos hacia lo específicamente humano y verdadero, en dirigirnos a la paz.
La tentación durísima, ante el llamado del oráculo, fue desoírlo y quedarme en lo sabido,
permanecer en la parte iluminada de la calle, en la estructura laboral cuyo acontecer dominaba.
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Consideré temerario abandonar las “seguridades” económicas de una institución para aprender a
existir en la incertidumbre de un trabajo sin horario establecido, con personas desconocidas y con
materiales intangibles de esperanzas, sueños, anhelos y misterios. Nunca he lamentado mi
decisión. En este quehacer soy instrumento de mi verdadero Ser.
Alguien puede vivir y morir inconsciente del propósito de su vida o experimentar la irritación y
desasosiego constantes de no saber quién es, sin cuestionarse, sin sospechar la existencia de otros
modos más felices de permanecer aquí en este planeta azul.
En tales casos, una sesión con las cartas suele funcionar como la desaparición súbita de una venda,
la desaparición de la niebla racionalizadora o emocional, intensa experiencia acompañada por un
llanto explosivo y liberador.
Cuando Delia Vergara, que actúa movilizada por una extraña cruza de arquetipos entre Emperador
y Sacerdotisa, me propuso “escribir algo para que ese ochenta por ciento de chilenos deprimidos
se sienta mejor”, pensé en la felicidad y la paz que literalmente estallan en los consultantes al ver
“qué y cómo hacer” para liberarse de tantos acosos, de tanto sufrir inútil, de tanta autoridad ajena.
Más aun, observar cómo se conmueven al decidir hacerse cargo de aspecto abandonados de sus
vidas al mirar, a veces detrás de calientes lágrimas, las arquetípicas imágenes provenientes de un
remoto pasado, para ayudarnos a caminar hacia el destino espiritual que nos pertenece.
En este texto reúno historias verdaderas, visibles al ojo del Tarot y espesamente veladas para otros.
Pertenecen, en su mayoría, a consultantes regulares que con generosidad me autorizaron a
relatarlas, y otras inolvidables, pero a cuyos afectados no volví a ver jamás. Las transmito con todo
el respeto y gratitud que me merecen sus valerosos protagonistas y tal como las percibí a través
del arquetípico lenguaje del Tarot, el código de acceso para conocerlas.
“Las penas de amor de ellos y ellas. Historias verdaderas desde el ojo del Tarot”
Francisca Bertoglia
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ÍNDICE
A buen entendedor, algunas palabras
Parte I: La infidelidad nuestra de cada día
Fedra
Narciso
La Flor de la Canela
Atenea
La Sulamita
Afrodita
Penélope, la mujer ancestral
Lancelot
Hera
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8. Las penas de amor de ellos y ellas. Historias verdaderas desde el ojo del Tarot. Francisca Bertoglia.
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La mano en mi hombro
Parte II: ¿Y si “la otra” resulta “el otro”?
Simón, arquetipo de “el otro”
Salmacis
Reina de discreto corazón
La triunfadora
Parte III: La patrulla juvenil y el Tarot
El rapto de Perséfone
Perséfone retornada
Héroe inocente
Circe, la hechicera
Alexis
Soñadora Romántica
Artemisa
Epílogo
Agradecimientos
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