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Capítulo 2
Conservando las relaciones
L as relaciones son algo delicado. Jaime y Alicia se sentían miserables
juntos; y miserables separados. Sus intentos repetidos por separarse
se venían abajo por causa de un abrumador sentido de pérdida cuan-
do estaban lejos. Cuando se conectaban de nuevo, había gozo por un día o
dos, y luego volvían las antiguas fallas en la relación. Jaime se irritaba
cuando Alicia no se peinaba de la manera que a él le gustaba; Alicia se sen-
tía atrapada cuando Jaime trataba de controlar con quién ella hablaba y
cuándo hacía cosas. Alicia sabía exactamente qué botones pulsar para hacer
enojar a Jaime; él se distraía cuando alguien que él pensaba que era más
hermosa que Alicia pasaba cerca. Y así sucesivamente.
El verano entre los dos últimos años de la universidad se acercaba. En
medio de los exámenes finales, Jaime y Alicia tomaron tiempo para con-
versar hacia dónde los estaba llevando su relación. Realmente deseaban se-
guir siendo amigos, pero ninguno sentía en ese momento que el matrimo-
nio era una buena idea, de modo que parecía que la relación estaba encami-
nada hacia una calle sin salida. Alcanzaron a desarrollar un plan: ambos se
quedarían en el campus, a fin de trabajar durante el verano. La mayoría de
los demás estudiantes se habrían ido, de modo que la presión social sería
mínima. Concordaron en dejar de verse en forma regular. Serían amables
cuando sus caminos se cruzaran, pero no se buscarían el uno al otro: que-
rían descubrir si podían seguir siendo amigos sin los altibajos que habían
caracterizado su relación. ¿Cómo reaccionarían cuando se vieran pasar
tiempo con otras “opciones”? Oraron y hablaron un poco más. Luego, llegó
el momento de avanzar. ¡Esto parecía ser la senda correcta! De allí en ade-
lante, serían “solo amigos”.
El verano comenzó bastante bien. Jaime trabajaba cuarenta horas por
semana, en la biblioteca de la universidad, mientras Alicia ayudaba en la
cocina y hacía algunos trabajos con sus padres fuera del campus. Y, como
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2. lo habían planificado, no se buscaron el uno al otro; pero se cruzaban dos o
tres veces por semana.
Al principio, estos encuentros fueron bastante buenos. Gozaban siendo
amigos, sin tener la presión de las expectativas para el futuro. Pero, a me-
dida que el verano transcurría, Jaime comenzó a sentir un profundo anhelo
por Alicia, que crecía dentro de él. Veía claramente la mezquindad de sus
críticas hacia ella, y comprendió cuánto la había herido al coquetear con
otras niñas. Ella amaba a Dios y era bondadosa con todos; y ella lo amaba a
él, y daría todo lo que tenía por hacerlo feliz. Jaime se daba cuenta de que
no había hecho nada sino encontrar fallas acerca de cosas que ella no podía
controlar. Y lamentaba profundamente que su egoísmo se hubiese inter-
puesto entre ambos. Llegó a la conclusión de que Alicia y él podrían tener
una vida maravillosa juntos, si él solo pudiera ser una persona mejor.
El anhelo de Jaime de estar con Alicia ardía otra vez dentro de él, y se
preguntaba qué estaría pensando ella. ¿Ardía el corazón de ella por él tanto
como el de él por ella? ¿Deseaba ella que estuviesen juntos otra vez o había
resuelto seguir otro camino? Finalmente, Jaime sintió que no podía seguir
un solo minuto sin verla. Pero ¿qué pasaría si, al buscarla, sintiera el im-
pulso de separarse más? Después de todo, habían concordado en que nin-
guno de ellos contactaría al otro, para volver a reunirse. ¿Qué debía hacer
él? ¿Hablarle por teléfono? ¿Enviarle un correo electrónico? ¿Qué pasaría
si él enviaba un correo electrónico o un mensaje de texto y ella respondía
con una nota de rechazo? ¿Qué pasaría si ella no respondía? Pero ¡él tenía
que hacer algo! Él tenía que saber si todavía lo amaba, como él a ella.
Así que, decidió mandar un correo electrónico. Lo tituló “Hola”. Su
mensaje decía: “Hay algunas cosas que tengo que conversar contigo. Si es-
tás dispuesta a encontrarte conmigo, te espero en la capilla mañana a las
9:45. No tienes que hacerlo si no quieres, pero me gustaría eso”.
Jaime movió el cursor al botón de “enviar”, donde permaneció un mo-
mento. ¿Debía apretar el botón o no? Al fin, lo hizo. Luego, se preguntó:
¿Estaría ella en línea? ¿Respondería ella de inmediato o lo pensaría un
tiempito? ¿Respondería siquiera?
Jaime esperó junto a su computadora, mientras su estómago se apretaba.
Pasó una hora. Luego dos. Y, por fin, tres. Todavía no había respuesta. Él
necesitaba dormir, de modo que se fue a la cama, pero dejó su computadora
encendida, de modo que oyera el momento en que entrara un correo; de to-
dos modos, no conciliaba el sueño. Cada vez que sonaba la computadora, él
saltaba de la cama y corría para ver la pantalla. Venían correos electrónicos
de todos, menos de ella. A medida que las horas de la noche pasaban, la
esperanza comenzó a disminuir. Enviar ese e–mail había sido un gran
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3. error; no dejarla libre, era un error mayor. Si solo pudiera recuperar el co-
rreo enviado.
Entonces, a las 6:07 de la mañana, la computadora sonó otra vez. Medio
desanimado, se arrastró hasta la pantalla. El correo que había entrado era de
Alicia. El título decía sencillamente “Re: Hola”. Él vaciló, sintiéndose casi
mal del estómago, con entusiasmo y temor. Armándose de todo su coraje,
abrió el correo. El mensaje era breve: “Sí, te veré allí. Estoy de acuerdo en
que necesitamos hablar”.
¡Jaime casi explotó de entusiasmo! ¡Ella también quería hablar! ¡Esta
vez, las cosas serían diferentes! Esta vez, él sería la clase de persona que
ella necesitaba que él fuera. No sintió deseos de desayunar. No sentía áni-
mo de hacer otra cosa que estar con ella. Las 9:45 parecían estar a una dis-
tancia enorme. Para estar seguro de no desencontrarse, llegó a la capilla an-
tes de las 9:30, ubicándose donde podría verla llegar desde la casa de sus
padres.
Las nueve y treinta. Las nueve y treinta y cinco. Las nueve y cuarenta.
¡Allí estaba! Todavía a una distancia de como doscientos metros, ella era el
retrato que había tenido tantas veces en la retina de su mente. Cada fibra de
su ser lo llamaba a ir corriendo hacia ella y levantarla de un abrazo, pero
ese no era el acuerdo. Él debía jugar según todas las reglas del juego esta
vez, de modo que esperó nerviosamente mientras ella se acercaba...
Anhelo por los tesalonicenses
¿Qué tiene que ver este incidente con las cartas de Pablo a los tesa-
lonicenses? Estas, también, reflejan una relación que se caracteriza por sen-
timientos profundos, pero de poco contacto. La primera visita de Pablo a
Tesalónica duró solo unas pocas semanas, pero algo profundo dentro de su
alma fue tocado por la gente que conoció allí. Obtenemos una vislumbre de
la vida emocional de Pablo en los capítulos 2 y 3 de 1 Tesalonicenses.
Pablo no había deseado dejarlos. Las palabras griegas que usó revelan
que él se sentía “huérfano” por la fuerza. Pero, mientras que había una dis-
tancia física entre ellos, no existía distancia alguna en el corazón de Pablo.
Como los sentimientos de Jaime por Alicia, el vínculo que sentía el apóstol
en su corazón redundaba en un intenso anhelo de verlos, y en esfuerzos
frenéticos por volver a Tesalónica (1 Tes. 2:17). Él anhelaba visitarlos otra
vez, porque los extrañaba mucho. Pero Satanás le impidió volver, de una
manera que Pablo no aclara (vers. 18).
Pablo oyó que los creyentes en Tesalónica estaban siendo rechazados y
perseguidos por causa de su fe. ¡Si solo pudiera estar allí para animarlos a
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4. perseverar! Si renunciaban a la fe, todos sus esfuerzos por ellos serían en
vano (1 Tesalonicenses 3:5). Hay solo un indicio de la humanidad de Pa-
blo, que se atisba aquí: él deseaba que su vida hiciera una diferencia. Hasta
cierto punto, su sentido de valor o de bienestar estaba vinculado con el éxi-
to de su misión. ¡Si la fe de ellos era fuerte a pesar de la persecución, él
podría seguir con su vida (mi paráfrasis del versículo 8)!
Cuando Timoteo regresó de Tesalónica, Pablo supo que no solo su fe
era firme, sino también que tenían recuerdos agradables de él “todo el
tiempo” (versículo 6, en griego); y que ellos anhelaban verlo tanto como él
anhelaba verlos. ¿Por qué Pablo mencionaría esto, a menos que estuviese
preocupado por lo que ellos pensaban acerca de él? Aparentemente, aun los
apóstoles fueron tentados a preocuparse acerca de las opiniones o los sen-
timientos que otros tuviesen por ellos. Encuentro que esto me anima cuan-
do estoy tentado a experimentar pensamientos similares. Aun los grandes
personajes de la Biblia lucharon con sus relaciones.
Etapas de las relaciones
Las relaciones son delicadas. Muchos escritores se han ocupado de las
etapas de las relaciones y hay muchos esquemas diferentes. Encuentro que
el enfoque de siete pasos desarrollado por dos amigos míos, Bill Un–
derwood y Ed Dickerson, es el más útil. Si recuerdas estas etapas, puedes
decir exactamente dónde estás en cada una de tus relaciones. También, sa-
brás exactamente qué debe ocurrir con el fin de que la relación avance ha-
cia la etapa siguiente.
Para que la relación se desarrolle, ambas partes deben estar dispuestas a
pasar a la siguiente etapa. Si una parte se detiene, la relación se detendrá en
el nivel donde ambos estén. Si una de las partes trata de avanzar una etapa
o dos delante de la otra parte, la relación probablemente se acabará; aunque
la parte agresiva pueda ser capaz de salvarla, si retrocede a un nivel infe-
rior.
1. Conocidos. Cuando la gente se encuentra por primera vez, inter-
cambian saludos y comentarios acerca del tiempo o lo que crean que tienen
en común. Toman rápida nota del rostro de la persona, su tipo de cuerpo y
su personalidad superficial, sopesando si desean entrar en una relación más
profunda o dejar las cosas en la superficie. En esta etapa, consideran a la
otra persona como un “conocido de vista”. Esta etapa conlleva poco riesgo
o ninguno.
Encontramos mucha gente en esta categoría casi cada día. En la mayoría
de los casos, no sabemos siquiera el nombre de la otra persona. La mayoría
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5. de los conocidos nunca llegan a ser más cercanos a nosotros que el inter-
cambio de saludos. Aunque las circunstancias pueden precipitar relaciones
más profundas, el paso a la etapa dos generalmente sucede por causa del in-
terés de una de las partes en ir un poco más profundamente.
2. Hechos e informes. La segunda etapa de la amistad involucra el in-
tercambio de hechos e informes. En esta etapa, las partes revelan ele-
mentos que son de interés para ellos; que tienen alguna importancia en su
vida. Para decirlo de otro modo, revelan cosas que son personales, pero no
privadas. Las relaciones, en esta etapa, ofrecen poco riesgo, aunque es real.
Las partes están probando la relación con ideas que son centrales para
quienes son y, si una de ellas no está interesada en lo que la otra comparte,
esta puede sentirse herida. Si, por otro lado, las dos partes encuentran que
tienen intereses en común y comparten sus perspectivas, la relación puede
avanzar más allá de la etapa uno al intercambio de información útil.
3. Opiniones y juicios. Las partes que desean profundizar más su rela-
ción no solo hablan del tiempo; siguen compartiendo algunas de sus opi-
niones y juicios. Plantean una opinión acerca de la política o los últimos
eventos mundiales, para comprobar si es seguro ir más profundo con la
otra parte. Si encuentran que el otro tiene un espíritu similar en diversos
problemas, la relación probablemente progrese aún más. En esta etapa, el
nivel de riesgo es considerablemente más alto. Ser rechazado por causa de
las opiniones que se sostiene es más doloroso que ser rechazado por equi-
vocarse en un hecho o por saludar a alguien de una manera que pareció
inadecuada. Las opiniones y los juicios de la gente están más cerca del nú-
cleo de sus sentimientos.
4. Sentimientos. Los amigos llegan a la etapa cuatro cuando están dis-
puestos a compartir sentimientos, así como hechos y opiniones. Los seres
humanos son muy vulnerables en esta etapa. Pueden encontrar bastante de-
vastador compartir cómo se sienten para luego ser rechazados. En conse-
cuencia, a menudo la gente avanza hacia esta etapa cautelosamente. Al pro-
fundizarse la relación, las personas llegan a estar dispuestas a compartir lo
que las hace felices y lo que las pone tristes; están dispuestos a compartir
lo que las hace enojar o asustar. Compartir las emociones propias es llegar
a ser vulnerable para el otro. Cuando esa vulnerabilidad es respetada y
afirmada por ambas partes, la relación puede ir más profundamente toda-
vía.
Hay muchas culturas en las que la gente expresa sentimientos de ira, pe-
ro suprimen otros sentimientos, tales como temor, felicidad o tristeza.
Cuando alguien está dispuesto a compartir sus verdaderos sentimientos
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6. contigo, está confiando bastante en ti. Pablo emplea mucho lenguaje de
sentimientos, para describir su relación con los tesalonicenses.
5. Fracasos y errores. La etapa cinco es el punto de cierre o de quiebre
en muchas relaciones. La gente cuyas relaciones han alcanzado esta etapa
está dispuesta a compartir no solo sus opiniones y juicios, sus gozos y te-
mores, sino también está dispuesta a admitir sus fracasos y errores. La ma-
yoría de la gente tiene que tener gran confianza en la otra persona, antes de
estar dispuesta a decir: “Me equivoqué”.
Cuando una de las partes confronta a otra acerca de algún error u ofen-
sa, y el culpable ofrece excusas o hace acusaciones, en vez de admitir su
falta, están evitando entrar en este nivel de relación. Si una parte se vuelve
defensiva cuando la segunda hace preguntas específicas, es probable que se
retire al nivel anterior de relación hasta que la confianza haya crecido. En
la etapa cinco, ambas partes llegan a ser realmente vulnerables mutuamen-
te.
6. Responsabilidad. En la etapa seis, el nivel de confianza ha llegado a
ser tan alto que las partes involucradas están dispuestas a permitir que la
otra señale sus fallas y a hacerse responsables mutuamente de dar cuenta
de sí en sus vidas personales. Dan, a los amigos, el permiso de confrontar-
los cuando su conducta sea dañina para sí mismos, para otros o para su re-
lación. Permiten que la otra parte tenga algún control sobre sus vidas.
Un problema común en el matrimonio ocurre cuando un cónyuge con-
fronta al otro como si ambos estuvieran en la etapa seis; pero la actitud de-
fensiva del otro deja en claro que no ha llegado a ese nivel todavía.
Un problema similar surge en los esfuerzos evangelizadores personales:
una parte siente la necesidad de confrontar a otras personas acerca de sus
conductas o creencias; pero, si no han dado la bienvenida a una intimidad
similar de las otras personas, la relación es unilateral y su enfoque es pro-
bable que sea rechazado. Cuando la otra persona se mantiene a la defensi-
va, la primera necesita retroceder a una etapa anterior, y orar a fin de que la
influencia ablandadora del Espíritu Santo obre sobre su propio corazón, así
como en el de la otra persona.
7. Intimidad total. La etapa siete es la de la intimidad total; la etapa en
la que las dos partes no mantienen secretos entre sí. En esta etapa, todo está
abierto y es trasparente para la otra persona. Poca gente en esta vida alcan-
za esta etapa, aunque es una meta digna para matrimonios y amistades pro-
fundas. Una relación con esta profundidad no se quiebra fácilmente.
Aunque Pablo había vivido entre los tesalonicenses por cerca de un mes,
su relación con ellos llegó a ser profunda; ciertamente, hasta el punto en
que podía compartir con ellos algunos de sus sentimientos más profundos.
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7. Y Pablo estaba muy ansioso por continuar profundizando esa relación. An-
siosamente esperaba la segunda venida, cuando las personas serán capaces
de profundizar su relación sin estorbos de distancia o de disfunción.
Conclusión
El anhelo de Pablo por los tesalonicenses llegó a una conclusión po-
sitiva: ellos lo extrañaban tanto como él a ellos. Era solo una cuestión de
tiempo hasta que pudiera encontrar la manera de volver a Tesalónica, y en-
tonces, esa relación, que había comenzado hacía tan poco, pudiera florecer
y crecer al tener otra vez el contacto personal. Entretanto, cartas y amigos
mutuos mantendrían ardiendo el fuego, así como hoy los correos electróni-
cos, los mensajes de texto y Skype ayudan a mantener la relación a larga
distancia.
¿Qué pasó con Jaime y Alicia? ¿Cómo siguió su encuentro de las 9:45?
Jaime fue cuidadoso de no tocar a Alicia cuando ella lo saludó, aunque
continuó siendo tan amistoso y amable como pudo. El lenguaje corporal de
Alicia era difícil de leer; ella parecía reservada, de una manera que él no
podía entender muy bien.
Jaime se lanzó a contar cuánto extrañaba a Alicia y cuánto deseaba que
estuvieran juntos otra vez. Compartió su decisión de ser una mejor persona
y hacer que esta vez su relación funcionara, mientras la miraba a los ojos,
anhelando percibir en ellos alguna indicación de la respuesta del corazón
de ella.
Cuando finalmente ella habló, fue a través de lágrimas, que apenas po-
día reprimir.
–Tengo –la solución para las dificultades de nuestra relación –dijo ella–.
No podemos aguantar estar juntos, y no podemos aguantar estar separados.
Cada vez que nos juntamos, prometemos que las cosas serán diferentes, pe-
ro nunca lo son. Así que esta es mi solución: he decidido volver a casa [un
país a cuatro mil quinientos kilómetros de distancia]. De esa manera, po-
demos comenzar de nuevo.
–De ningún modo –respondió Jaime–. Te extrañaré demasiado. Me vol-
veré loco sin ti. Sigamos tratando. Estoy seguro de que podremos lograrlo.
–No lo creo –dijo Alicia–, Hemos tratado de lograrlo durante dos años.
No funcionará.
–Ah, vamos –suplicó Jaime–. Una oportunidad más. Si te vas, mi vida
quedará arruinada.
–No, de ninguna manera –replicó ella–. Será mejor para ti que yo me
vaya.
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8. Pero, Jaime no quedó convencido.
Una semana más tarde estaban de pie, en silencio, a la entrada del área
de seguridad de un aeropuerto. No había quedado nada para decir. Todas
las conversaciones, todo el llanto, los había dejado vacíos y exhaustos. Ali-
cia entregó al agente de seguridad su pase para abordar y su documento de
identidad, y pasó por la puerta a la zona de seguridad. Mientras Jaime la
veía caminar hasta perderse de vista, las palabras de ella resonaban en sus
oídos: “Es mejor para ti que yo me vaya”.
Nunca más la vio.
Las relaciones sobre esta tierra son cosas delicadas. Se forjan con mu-
cha incertidumbre y desafíos, por el temperamento, la distancia, las emo-
ciones, las expectativas y mucho más. En el caso de Pablo, el resultado fue
positivo a la larga, aunque su relación con los tesalonicenses siguió, en ge-
neral, a larga distancia.
El deseo ardiente de Pablo de estar con los tesalonicenses alimentó sus
ansias por la segunda venida de Cristo (1 Tesalonicenses 2:19, 20). Solo
ese evento lo capacitaría para estar con ellos tanto como deseaba; solo en-
tonces podrían ir tan profundamente en la intimidad como desearan.
Sobre esta tierra, en esta época, todas las relaciones finalmente se acaba-
rán. Pero entonces, llegaremos a conocer como somos conocidos. Esta es
verdaderamente una bendita esperanza.
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