Recientemente, un grupo de científicos estadounidenses concluyó que la infertilidad, el cáncer y enfermedades congénitas son daños inducidos a los moradores de las zonas en que se aplica el polémico método de extracción.
Código de Procedimiento Minero de la Provincia de Mendoza
Fracking: riesgos a la salud y sismos por extracción de gas
1. Fracking, despropósitos que matan
por Eduardo Montes de Oca. Jueves, 20 de Febrero de 2014
Recientemente, un grupo de científicos estadounidenses concluyó que
la infertilidad, el cáncer y enfermedades congénitas son daños
inducidos a los moradores de las zonas en que se aplica el polémico
método de extracción.
A algún que otro desavisado con yancófilas veleidades debe de
habérsele entumecido las manos a puro aplauso cuando, a solo dos
meses de expirar 2013, la Casa Blanca anticipaba que ese año los
Estados Unidos se convertirían en el principal productor de petróleo y
gas natural del mundo, con lo que sobrepujaría a una Rusia mirada
con ojeriza y al tradicional aliado Arabia Saudita.
Si algún temor surgió en la élite de poder, en medio de la exultación,
sería apenas el proverbialmente resumido por Dennis Ross, antiguo
negociador para el Oriente Medio, quien, al quejarse de que la
autosuficiencia en combustibles puede trastocar el equilibrio de
fuerzas en la región –y en otras, ¿no?-, demostraba con creces la
profunda miopía de la Razón de Estado. Esta alcanza a leer sin lente
ninguno los inconvenientes de la dependencia energética con
respecto a otros países, en un orbe cuya multipolaridad está dejando
de constituir mero anhelo, pero no atina a distinguir un inexorable
peligro en lontananza: el agotamiento de las reservas probadas de
petróleo y gas.
Qué digo en lontananza. Mientras el Consejo Mundial de Energía
provee de cierto resuello al calcularles una duración de 11 lustros,
expertos más agoreros, o quién sabe si más realistas, sostienen que
el planeta se encamina hacia una crisis catastrófica en el sector, y
que ya en la presente generación ocurrirán cambios irreversibles. O
sea, que los 223 mil millones de toneladas de crudo y los 209 billones
de metros cúbicos de gas remanentes se difuminarán como en un
pestañazo, dadas las exigencias de economías donde el consumo perdón: el consumismo- se confabula con el hecho de que las fuentes
alternativas no acaban de estabilizarse y de exceder el cinco por
ciento.
2. No importan los cantos de sirena acerca de que la Era de las
Renovables remplazará pronto a la Era del Petróleo. Solventes
analistas, tales Michael T. Klare (TomDispatch.com), tildan de mera
perorata –retórica, para no salirnos de tono- los asertos
(Obama dixit) de que la creciente utilización del gas natural “limpio”,
complementada con amplias inversiones en energía solar y eólica,
permitirá una transición suave hacia un futuro “verde”, en el que la
humanidad no arrojará a la atmósfera dióxido de carbono y otros
gases de efecto invernadero. En la práctica, asistimos a un aquelarre
de proyectos que implican ante todo la explotación de las
denominadas reservas “no convencionales” de gas y petróleo. En sí,
la especie está entrando de rondón en la tercera gran Era del
Carbono.
Y esto proporciona fácil asidero para el convencimiento. “Según la
Agencia Internacional de la Energía (AIE), una organización
intergubernamental dedicada a la investigación con sede en París, la
inversión acumulada en el orbe en extracción y procesamiento de
nuevos combustibles fósiles alcanzará un total de alrededor de
22.870 billones de dólares entre 2012 y 2035, mientras que la
inversión en renovables, energía hidráulica y energía nuclear
supondrá una cifra de 7.320 billones de dólares. Para esos años, se
espera que solo las inversiones en petróleo, estimadas en 10.320
billones de dólares, supere el gasto dedicado a energía eólica, solar,
geotérmica, biocombustibles, hidráulica, nuclear y cualquier otra
forma de energía renovable combinadas”.
Además, explica la AIE, citada por Klare, “una parte cada vez mayor
de esa asombrosa inversión en combustibles fósiles se dedicará a
formas no convencionales de petróleo y gas: arenas bituminosas
canadienses, crudo extrapesado venezolano, petróleo y gas de
esquistos bituminosos, depósitos energéticos situados en el Ártico y
en las profundidades oceánicas, y otros hidrocarburos derivados de
reservas energéticas anteriormente inaccesibles”.
¿La explicación? “Los suministros mundiales de petróleo y gas
convencional –combustibles derivados de reservas de fácil acceso que
requieren de un procesamiento mínimo- están desapareciendo
rápidamente. Como se espera que la demanda mundial de
combustibles fósiles aumente en 26 por ciento de aquí a 2035, los
combustibles no convencionales tendrán que proporcionar una gran
parte de la energía mundial”. En este panorama, algo deviene harto
seguro: las emisiones globales de dióxido de carbono “se dispararán
más allá de nuestras más desfavorables previsiones, lo que significa
que las intensas oleadas de calor serán habituales y que las escasas
zonas vírgenes quedarán aniquiladas. La Tierra será un lugar mucho
más duro y abrasador, posiblemente a niveles inimaginables”.
Oídos sordos
3. Hace cinco años EE.UU. generaba diariamente menos de 20 millones
de barriles de petróleo y gas natural, a partes iguales. Rusia
señoreaba sobre ese nivel juntando las dos fuentes fósiles, en tanto
Arabia Saudita se había erigido en el principal actor del crudo. Ahora
la producción norteamericana se acerca a los 25 millones y aventaja
al país árabe. ¿Cómo el Tío Sam lo ha logrado? Haciendo oídos sordos
a las advertencias. Desbocándose. La proyección es que el
hidrocarburo se mantenga en los 10 millones de unidades por jornada
entre 2020 y 2040. En el caso de los combustibles líquidos, ascenderá
a 18 millones en dos décadas y media. Eso permitirá reducir las
importaciones netas a 25 por ciento para 2016, frente a 60 por ciento
en 2005.
Más
allá
del
reacomodo
geopolítico
que
significaría
el
autoabastecimiento, reacomodo que pasaría por el desplazamiento
del Oriente Medio por EE.UU y Canadá como exportadores de petróleo
y gas natural, y por el perjuicio que ello causaría a las relaciones con
Europa, pues reducirían el desequilibrio en la balanza exterior y sus
economías se beneficiarían de una constricción en el precio del
combustible que demanda la industria, lo que asusta a muchos es
que la clave del repunte –explicada pero no criticada como amerita
por los grandes medios- radica en la explotación del esquisto
atrapado en las formaciones rocosas, que equivale a más de 40 por
ciento de la producción total de gas natural en la Unión y a 15 por
ciento en Canadá.
¿Por qué ese elemento ha derivado en pesadilla recurrente y
tumultuaria? Porque a él se llega, se está llegando, por intermedio de
la fractura hidráulica, hidrofracturación, o fracking, esa “otra barbarie
lingüística que va imponiéndose poco a poco”, en palabras de
Salvador López Arnal (Rebelion.org), consistente “en romper las
rocas que albergan los hidrocarburos, mediante inyección a presión, a
gran profundidad, de un compuesto de agua, arena y productos
químicos. Esta técnica nada afable usa ingentes cantidades de agua.
Hay que deshacerse de ellas posteriormente, claro está. Una parte de
los fluidos residuales (pequeña) retorna a la superficie. Pero la
mayoría de esos líquidos hay que tratarlos, ‘hay que trabajarlos’: o
bien en la superficie (en balsas construidas ad hoc donde se les deja
evaporar) o reinyectándolas en el subsuelo (la opción más utilizada
en las explotaciones USA)”.
Recientemente, un grupo de científicos estadounidenses concluyó que
la infertilidad, el cáncer y enfermedades congénitas son daños
inducidos a los moradores de las zonas en que se aplica el polémico
método de extracción. Sin embargo, esta no resulta la única
amenaza. De acuerdo con publicaciones como Kaos en la Red, no
pocos estudiosos apuntan que la operación representa la probable
causa de recurrentes sismos, con la inherente destrucción. Mientras
4. los peritos se ocupan de comprobar la hipótesis y los portadores de
intereses creados a negarlas apriorísticamente, en el estado de
Texas, entre los más asolados, cada vez más ciudadanos se dedican
al premonitorio acto de la acusación.
"Esto es como vivir al lado de una bomba de relojería. No nos dicen
cuándo comenzará el fracking, o cuáles son los procedimientos de
emergencia si algo malo pasa", se queja la residente Maile Bush. Por
su parte, la industria gasífera y petrolífera jura y perjura que no
existen vínculos entre la extracción de recursos y los terremotos, más
y más frecuentes en puntos donde no solían ocurrir antes.
¿Se vaciará Texas de habitantes? Lo único cierto es que, conforme a
los sismólogos, la situación puede empeorar. Como décadas atrás,
cuando los Estados Unidos emplearon bombas nucleares en los
menesteres del fracking, hoy, según un informe presentado en la
reunión anual de la Unión Geofísica de ese país por Leonid
Germanovich, físico e ingeniero civil y ambiental del Instituto de
Tecnología de Georgia, los residuos nucleares líquidos podrían usarse
como fluido de fractura, en lugar de agua.
No en balde los ecologistas temen el “eterno retorno”. Y casi
convulsionan ante una propaganda que subraya, junto con otras
aseveraciones, que en los primeros experimentos de este tipo,
efectuados a mediados del siglo pasado, a cargo de la Comisión de
Energía Atómica y la Oficina de Minas, bajo el nombre de Proyecto
Plowshare, se realizaron dos aplicaciones de los explosivos nucleares:
en excavación a gran escala y en canteras; la energía de las bombas
enterradas a gran profundidad aumentó la permeabilidad, porosidad
de la roca y su posterior fracturación, y el éxito de los ensayos en
1967 condujo a otros, en total 27 experimentos y 35 estallidos, en
sitios como Nuevo México, Nevada y Colorado.
Si
a
la
sazón
las
investigaciones
se
detuvieron
ante
la opinión pública, las preocupaciones ambientales y el desarrollo
exitoso de la hidrofracturación, en la actualidad planea sobre los
ánimos una sombra lúgubre, algo así como la preparación artillera de
la invasión por venir: el anuncio a voces de que las autoridades
responsables de vigilar las áreas donde se llevaron a cabo las
experiencias han establecido que los residuos atómicos calaron en el
manto subterráneo, lo cual implica que teóricamente nunca
regresarán a la superficie ni contaminarán el manto freático. Ello hace
prever, comenta Prensa Latina, que se popularizarán en un futuro
cercano, gracias a los problemas ecológicos que entraña la
hidrofracturación; entre ellos, como denuncia el colega mexicano
Alfredo Jalife-Rahme, su práctica en regiones con elevado o
extremadamente alto estrés acuífero, lo que pone en entredicho la
cacareada buena fe de las petroleras, a las que no les importa un
comino mantener sedientas a las poblaciones. Ganancias obligan.
5. Pero la razón instrumental, cortoplacista, la sinrazón, desborda las
fronteras de Norteamérica. En el Reino Unido, el Gobierno de David
Cameron ha proclamado la concesión de un centenar de nuevas
licencias para perforar mediante el fracking. Y la Unión Europea,
luego de algunas bravatas, quizás fintas, se ha circunscrito a cursar
recomendaciones a los Estados miembros. El texto aprobado por el
Ejecutivo apenas llama la atención acerca de principios tan abstractos
como “planear los desarrollos y evaluar los posibles efectos antes de
conceder las licencias”, “evaluar cuidadosamente el impacto
medioambiental y los riesgos”, o “comprobar la calidad del agua, aire
y suelo antes de empezar las operaciones”. Generalidades que,
convergen observadores, esconden la renuencia a regular una
práctica provocadora de profundas divisiones: Francia y Bulgaria la
prohíben; el Reino Unido y Polonia son sus más fervientes
defensores.
¿Quién triunfará a la postre? Ojalá que la vida plena. Aunque, como
considera Michael T. Klare, no va a devenir muy satisfactoria en la
Tercera Era del Carbono. “A menos que se produzcan cambios
inesperados en las políticas y conductas globales, el mundo va a
depender cada vez más de la explotación de energías no
convencionales. Esto, a su vez, implica el incremento de la
acumulación de gases invernadero y muy pocas posibilidades de
evitar el comienzo de catastróficos efectos climáticos […] Tendremos
que experimentar el malestar y el sufrimiento que acompañan al
calentamiento del planeta, la escasez de los disputados suministros
de agua en muchas regiones y el destripamiento del paisaje natural”.
¿Qué puede hacerse para acortar el período y evitar lo peor de sus
consecuencias? Para el entendido, exigir mayores inversiones en
energías renovables, así como impulsar la divulgación de las
peculiaridades y las amenazas de la no convencional y “demonizar” a
quienes apuestan por invertir en esos combustibles y no en los
alternativos. Propuestas con las que coincidimos, sin olvidar una
divisa: (eco)socialismo o barbarie. Y con la divisa, el develamiento de
verdades cuya comprensión al menos evitaría a algunos el
entumecimiento de las manos y ciertas veleidades.