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EL DÍA DEL CHASCO

                                           PRIMERA ESCENA

(Sala en la casa de Juan Gibson. Sentados a la mesa se encuentran el Hno. Gibson, su esposa, Silas,
Irving, Sara y Sofía).

Hno. Gibson: Por la abundancia con que nos has suplido cada día, te agradecemos, Señor.
                Al disponernos a servirnos del alimento físico, despierta en nosotros hambre y sed
                por el pan y el agua de vida, de los cuales también nos das abundantemente.
                Limpíanos de todo mal pensamiento e imaginación. Purifícanos y mantennos puros
                hasta que nos lleves a tu hogar celestial..., tan pronto, Señor, tan pronto. Todo esto te
                lo rogamos en el todo suficientemente nombre de nuestro Salvador Jesucristo. Amén.

                 {La familia se levanta)

                Bien, Silas, ¿qué te parece si recogemos el ganado?

Irving:         Los acompaño, papá.

                  (Salen)

(La madre y Sara limpian la mesa. Sofía recoge su muñeca y se sube a una mecedora. La madre
canta mientras trabaja).

Sofía (a su muñeca): Ven, Abigaíl, es tiempo de que te acuestes. Ya es tarde. Si te apuras, habrá
               tiempo para que te cuente una historia.

                 (desviste la muñeca).

                 Sara, ¿qué quiso decir el Sr. Clinton cuando insinuó que papá está loco?

Sara:           Porque papá no ha recogido las papas.

Sofía:          ¿Por qué papá no recoge las papas?

Sara:           Tú lo sabes, Sofía. Estás bien enterada de que cuando Cristo venga, no habrá
                 necesidad de recoger papas... ni de cocinarlas... ni de lavar platos... ni de nada por el
                 estilo.

Sofía:          ¿No comeremos en el cielo?

Sara:           Por supuesto que sí... pero... no comeremos papas.

Sofía:          Me gustan las papas.
Madre (se acerca a las niñas): ¿Por qué hablan tanto acerca de papas?

Sofía:         Mamá, ¿es cierto que papá está loco?

Madre:          ¡Qué dices, Sofía! Tu padre es el hombre más juicioso que jamás he
                conocido. El Sr. Clinton y muchos otros que no creen en la Segunda Venida de
                Cristo ridiculizan a papá porque él si cree en ella. Por eso lo tildan de loco. Cuando
                el Señor venga, se darán cuenta de quién está en lo cierto. ¡Cuánto me gustaría poder
                ayudarlos a comprender y a creer todo eso antes de que sea demasiado tarde!
                Tendremos que seguir orando por ellos a fin de que Cristo los ayude a prepararse.
                Pero ahora es tiempo de ir a la cama. Sara, ¿quieres ayudar a Sofía?

(Las niñas se van. El órgano toca el himno "Tiempo es de que en gloria venga Cristo", Himnario
adventista, No. 160. Irving entra corriendo, enjugándose las lágrimas mientras mira hacia atrás. Se
le acerca rápidamente la madre).

Madre:         ¿Qué te pasa, Irving?

Irving:         ¡Ese Teodoro Clinton otra vez, mamá!

Madre:          ¿Te pegó?

Irving:         Eso no tiene importancia, mamá. Pero ¿por qué no se detiene Teodoro a
                pensar un poco? ¡Cuan asustado se va a sentir cuando, al venir el Señor se dé cuenta
                de que no está preparado!

Madre           (se encamina hacia una mecedora y se. sienta): Y más que asustado, Irving.
                Se encontrará perdido, completamente perdido... a menos que podamos ayudarlo a
                él, a sus padres y al resto de su familia a creer.

(Entran de nuevo las niñas Sofía, en camisón, se sienta en la falda de la madre; Irving se sienta en
una banqueta).

Sara {poniéndose de rodillas al lado de la madre): Y ahora, nuestra historia, mamá. (Se sienta en el

                suelo).

Madre:          Bien, veamos. Había una vez -hace mucho, muchísimo tiempo- un niño que
                se llamaba... digamos Benjamín. Benjamín tenía más o menos la edad de Irving;
                pero el pobrecito era paralítico. Por eso no podía correr, jugar, ayudar en las tareas
                de la casa ni hacer muchas otras cosas. Tenía las piernas torcidas y para moverlas
                debía tirarlas con las manos. ¡Ustedes nunca han visto a una persona en peor estado
                que Benjamín!

Sofía:         ¿Ni siquiera tía Pepa?
Madre:   Tía Pepa es inválida, pero no siempre ha sido así. Además, ella puede
         moverse y realizar su propio trabajo. Pero Benjamín no podía hacer nada,
         absolutamente nada.

Sara:    Eso tiene que haber sido espantoso, ¿no es cierto, mamá?

Madre:   Benjamín era optimista. Aunque no podía correr ni jugar como los otros
         muchachos, vivía siempre alegre y trataba de sonreír.

         Pero cierto día mientras Benjamín estaba tirado junto a la puerta de su casita, oyó
         mucho ruido en la calle. Como todos los demás niños, él también deseaba salir para
         ver lo que pasaba; pero no podía. No le quedó más remedio que quedar donde estaba,
         preguntándose qué sería todo aquel tumulto. Pero no tuvo que esperar por mucho
         tiempo, porque toda aquella multitud se dirigía por la calle hacia donde estaba él.
         Bien, Benjamín trató de alzarse un poco, afirmándose en los codos para mirar mejor.
         Vio a una gran multitud que parecía seguir especialmente a un Hombre. Había niños
         de ambos sexos, madres y padres, abuelos y abuelas; y todos trataban de acercarse a
         aquel Hombre especial. Y entonces Benjamín notó que no toda la gente que lo seguía
         era sana. Algunos parecían estar tan mal como él. Los que no podían trasladarse
         solos, eran llevados por sus amigos y todos parecían querer acercarse lo máximo
         posible a aquel Hombre. Y precisamente mientras Benjamín lo contemplaba, el
         Hombre se detuvo y puso las manos sobre la cabeza de una niñita que se veía
         extraordinariamente delgada y enferma. Y Benjamín no quería creer lo que veía:
         aquella niñita saltó de repente y comenzó a caminar mientras hablaba y cantaba. Se
         encontraba perfectamente. ¡Y qué feliz se sentía!

Sara:    ¿Y el Hombre era Jesús?

Madre:   Sí, Sara, el Hombre era Jesús. ¡Y cuánto deseaba Benjamín acercarse a aquel
         Hombre! Pero luego pensó que la niñita debía haber sido alguna persona especial,
         pues, de otra manera aquel hombre tan extraordinario no la había notado siquiera.
         Pero mientras pensaba y observaba, vio venir al tío Jacob, un anciano paralítico que
         vivía cerca de su casa. Benjamín conocía muy bien al tío Jacob. Por lo tanto, cuando
         el Hombre extendió la mano e hizo que tío Jacob volviera recto otra vez, Benjamín
         supo que no era porque tío Jacob fuese una persona especial. Entonces él también
         empezó a desear acercarse a Cristo. Lo siguiente, casi increíble, era que Jesús se
         encaminó hacia Benjamín y le preguntó:

         Niñito, ¿quieres sanar?

         Benjamín se puso tan emocionado que casi no podía contestar...; pero a lo menos lo
         hizo con sus ojos brillantes y excitados. Entonces el Señor volvió a preguntarle:
¿Crees que puedo sanarte?

                Sí, Señor: por supuesto que sí y Benjamín comenzó a llorar. Entonces el Señor
                colocó su mano bajo el brazo de Benjamín para levantarlo, y al minuto Benjamín
                comenzó a...

Sara, Sofía
e Irving:     ¿Benjamín comenzó a caminar?

Madre           Sí, Benjamín empezó a caminar. ¿No es esto maravilloso? Pero escuchen,
                ése es el mismo Jesús que nos va a llevar con él la próxima semana -la próxima
                semana- si para entonces estamos listos. Y cuando venga, tía Pepa será fuerte otra
                vez, y todos nosotros seremos más sanos de lo que jamás hemos sido. Y podremos
                ver al Señor.

(Entran el Padre y Silas, cruzan la pieza llevando la leche, como si se dirigieran a la cocina: pero
se detienen para escuchar lo que los otros dicen).

Padre           ¿No era ésta una historia interesante? (el padre comienza a cantar "Oh cuan
                gratas las nuevas ", y el resto de la familia se une con él). Irving, si traes la lámpara
                leeremos las Escrituras.

(Irving lleva la lámpara y el padre lee Daniel 8:14)

Silas:          Papá, nos has leído ese versículo muchas veces. ¿Qué significa?

Padre:          Hijo, este versículo es uno de los más importantes de la Biblia, porque de
                acuerdo a nuestro estudio minucioso, estamos al final de los 2,300 días. Cada día
                profético representa un año de cumplimiento.

Irving:         Eso es un tiempo muy largo, ¿verdad?

Padre:          Un largo tiempo. Comenzó hace... ¿cuándo fue, Silas?

Silas:          Cuando salió el decreto para restaurar y reedificar a Jerusalén.

Padre:          Tienes razón. Y eso ocurrió en el año 457 a.C. Todas las cosas que se habían
                profetizado para que sucedieran entre esas fechas se han cumplido al pie de la letra.
                Ha llegado el momento para que...

Sara:           Para que Cristo venga otra vez.

Silas:          Es ahora el tiempo de su segunda venida.

Irving:         Y el retorno de Cristo.
Padre:          Para que Cristo limpie este mundo viejo de todas sus tristezas, enfermedades
                y pecados. ¡Qué tiempo maravilloso es éste en el que nos ha tocado vivir! Oremos.

(La familia se arrodilla, el padre ora. Los niños se despiden de los padres y van a acostarse. El
padre se sienta a la mesa para leer. La madre sigue a sus hijos, pero regresa. Se acerca a un
calendario).

Madre:          18, 19, 20, 21, 22 ¡Juan!

Padre:          Sí, Leticia.

Madre:          ¡Apenas cinco días más!

(Baja el telón y el órgano toca ¡ "Oh cuan gratas las nuevas "!)

Narrador:    Han pasado cinco días. Es ya la mañana del día, por largo tiempo esperando, el 22 de
               octubre.

                                        SEGUNDA ESCENA

(Temprano en la mañana del 22 de octubre. La madre viene con una lámpara, agita el fuego y se
arrodilla brevemente. Se levanta y marca la fecha 22 de octubre con reverencia. Las niñas bajan las
escaleras).

Sara:           (con reverencia) Mamá, ¿es éste el día?

Madre:          Este es el día, Sara.

Sara:           Mamá, ¿crees que estoy preparada?

Madre:          Sara, hija, has pedido a Jesús que te perdone todos los pecados. Y cuando le
                pides que te perdone, quedas preparada. ¿No te queda absolutamente nada acerca de
                lo cual tengas que pedirle perdón?

Sara:          No creo, mamá.

Madre:          ¡Entonces, Sara, quiera Dios que todos estemos tan bien preparados como tú!

Sofía:          (tirando de la falda de la madre y mirando hacia arriba) ¿Estoy lista mamá?

Madre:          (con un beso rápido) Tan pronto como te peine ese cabello estarás
                perfectamente preparada. (La peina. Silas e Irving entran con la leche).

Silas:          ¡Por última vez!

Sofía:          ¿Qué va a pasar con las vacas, mamá?
Sara:          ¿Se preocupa Jesús por las vacas mamá?

Madre:         Sí Sara, Jesús se interesa en las vacas, en los perros, en las gallinas, en los
               caballos... No sé exactamente qué hará con ellas, pero puedes estar segura de que las
               cuidará.

Sofía:         Quiero que nuestro perro Pastor venga también.

Padre:         (entra, se acerca a su esposa y le pone la mano ligeramente sobre la
               espalda). Dios los bendiga. Leticia, Silas, Irving, Sara y Sofía. ¡Quién habría creído
               que viviríamos todos para ver este día! Queridos, ¿estamos todos listos?

Irving:        Tanto como yo pueda saberlo, sí.

Sara:          Mamá dice que uno puede estar realmente listo si le pide al Señor que lo
               ayude.

Silas:         ¿No será esto maravilloso? ¿Cómo será él?

Madre:         Demasiado hermoso para imaginar. ¡Y pensar que ya no falta mucho para
               que lo veamos!

Padre:         Oremos antes del desayuno. ¿Quién sabe si no llega todavía antes del
               almuerzo?

(La familia se arrodilla, y el padre ora. Al ponerse de pie, la familia canta "Cuando venga
Jesucristo", Himnario Adventista, No. 516, mientras la madre trae la cazuela. Todos se sientan a la
mesa).

Sara:          Estoy demasiado entusiasmada como para comer.

Irving:        Yo también.

(Alguien golpea a la puerta. El padre pide que la abra Irving. Entran el Hno. Andrews con su
esposa y sus dos hijos).

Sra. Andrews: Bendiciones para todos ustedes en este día bendito.

Padre:         Bendiciones a ustedes también, hermanos.

(La familia se pone de pie para recibir a los recién llegados, los abrigos, etc. Andrews empieza el
himno "Soy peregrino aquí", H.A. 357/388. Al final de la estrofa golpean otra vez la puerta. Entra la
Hna. Minery su hijito Alberto)

Hna. Miner: ¡El campo estaba hermoso!
Madre:          Estamos demasiado entusiasmados como para comer (la abraza). Ana,
                 ¡cuánto nos alegramos de tenerte a ti y a Albertito con nosotros! Ana Minen   Pero
no nuestro hijo Juan.

Padre:          ¡Ojalá nuestras familias estuvieran completas!

Hno.Andrews:"Uno será tomado y otro será dejado"

Ana Miner:    Si por lo menos los salvase a ellos y quien se quedase fuera yo.

                (Golpean de nuevo a la puerta; entran el Hno. Hastings y su esposa).

Padre:         ¿qué saben de la familia Clinton?

Hno. Hastings: Se rieron de nosotros y nos hicieron muchas burlas cuando pasamos por su casa. Los
               niños nos siguieron y hasta nos tiraron terrones.

Padre:          Eso no importa, por lo menos a nosotros. Sólo quisiéramos que Dios diese el
                privilegio de persuadirlos a escuchar.

Hno. Andrews: Y mi hermano... y su esposa... Estuvimos allá hasta tarde en la noche, pero ellos
              insisten... ustedes saben la historia {se conmueve).

Padre:         Hno. Hastings, ¿quiere usted leer un pasaje de las Escrituras para nosotros?

(El Hno. Hastings lee Salmo 50:1-8. Alguien empieza otro canto "Muy lejos del hogar está", H A .
No. 391. Acompañamiento primera estrofa. La Sra. Andrews se postra y ora. Uno por uno se van
uniendo a ella. Mientras entonan el himno los niños y algunos adultos van a menudo a mirar por la
venta. El órgano toca "Guarda, dinos si la noche ", H A . No. 167. Primera estrofa fuerte y la
segunda débil).

Narrador:    Un día entero de vigilia y oración, desde la madrugada hasta la noche. Es ahora casi la
               media noche.

                                        TERCERA ESCENA

(22 de octubre de 1844, 11:55 p.m. Están presentes todos los de la escena anterior. Silas Gibson y
Carlos Andrews se encuentran junto a la ventana. Sofía duerme en el regazo de su madre. La Sra.
Andrews sostiene a Elizabeth. Sara se halla de pie junto al escritorio sobre el cual hay un reloj.
Parte de los adultos están de rodillas. El padre se halla sentado junto a la mesa con una Biblia
abierta).

Padre:          (lenta y pensativamente). "Hasta 2,300 tardes y mañanas; luego el Santuario
                 será purificado".
Sara:           (se acerca a su padre y se arrodilla junto a él, mirándolo a los ojos).
                Papá, ¿no va a venir Cristo?

Padre:          (poniéndose una mano en la cabeza). Querida, su promesa es segura. Él no
                puede dejar de cumplirla. Probablemente llegue todavía a media noche.

(Sara se encamina lentamente hacia el lugar donde está el reloj. Uno se va hacia la ventana; el otro
se arrodilla. Esta encendida una lámpara de kerosene. El reloj da las doce. Se baja el telón. El
órgano toca "Mas cerca, oh Dios, de ti").

Narrador:    El grupo mantuvo la vigilia durante toda la noche. Pero al fin llegó la mañana, que los
                encontró chasqueados.

                                         CUARTA ESCENA

(Aumenta la luz. La madre tiernamente despierta a Sofía).

Sofía:         ¿No vino Jesús?

(La madre apaga la lámpara. La familia Andrews se levanta para irse. La madre silenciosamente
recoge unas mantas.)

Hna. Andrews: ¿Es posible que la Biblia pueda no ser verdadera?

Hno. Andrews: ¿O que no hay Dios?

Madre:          ¡Nunca debemos decir eso!

Hno. Hastings (se levanta): ¿No habrá juicio después de todo?

Sra. Hastings: ¿Ni premio para los justos?

Padre:          ¡Hermanos! (hojeando la Biblia para fortalecer su propia fe, como también
                la de los otros). Hay un Dios en el cielo. El se nos ha dado a conocer mediante sus
                bendiciones, su perdón y de muchas otras maneas. El no nos chasqueará ahora. Algo
                anduvo mal, es verdad; pero con nosotros, no con él. Hay algo que no hemos
                entendido bien, porque la Palabra del Señor es segura (lee).

                "Aunque la visión tardará aún por un tiempo, más se apresura hacia el fin, y no
                mentirá, aunque tardase, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará" (Habacuc
                2:3). Pronto se resolverá este misterio. Sabremos cuál es el propósito de Dios, y este
                secreto oscuro se hará tan claro como el día si simplemente estudiamos, oramos y
                perseveramos. ¿Me acompaña usted hermano Andrews? ¿Y usted hermano
                Hastings?

Hno. Hastings: Estoy con usted.
Hno. Andrews: ¿Y vamos a repetir toda esta farsa otra vez? ¡No! Mi hermano tiene razón, y yo,
              humildemente, se la reconoceré.

Hna. Andrews: ¡Pero, Francisco!...

Hno. Andrews: Vamos, mujer.

(El Sr. Andrews y su esposa salen. Los miembros de la familia Hastings se quedan poniéndose los
abrigos.)

Alberto (a la Sra. Hastings): ¿Y ahora Teodoro Clinton les tirará piedras otra vez?

Sra. Hastings: Probablemente, Alberto; pero Cristo todavía cuidará de nosotros, de todos nosotros
               (besa al niño).

(La hermana Hastings se va.)

Madre:          ¿Y usted Ana? ¿Nos acompañará usted?

Ana Miner: Me voy a casa. Dios nos dará fortaleza y sabiduría. Sé que él todavía nos ama. De ello
             estoy absolutamente segura.

Madre:          "Aunque me matare, en él esperaré".

(Ana Miner y Alberto se van. Sara y Sofía suben las escaleras. La madre reclina la cabeza sobre la
mesa y llora. Cae el telón).

Narrador: El día que la familia Gibson pensaba sería el primero de su vida en el cielo, los encuentra
               todavía en la tierra, con el corazón quebrantado. Se acerca ya la noche del 23 de
               octubre.

                                         QUINTA ESCENA

(El 23 de octubre, a las 4:30 p.m. La madre se halla zurciendo. Sara pone la mesa. Sofía juega cerca
de la estufa. El padre se halla sentado a la mesa, estudiando).

Padre (preocupado): "Hasta 2,300 tardes y mañanas; luego el santuario será purificado".
               Eso es lo que dice. ¿Y cómo podría esta vieja tierra ser purificada sin el retorno de
               nuestro bendito Salvador? Simplemente no lo entiendo.

Madre:          Ninguno de nosotros tampoco lo entiende. Debe haber alguna explicación,
                por lo tanto no debemos perder la fe. Alguna vez lo entenderemos bien.

(Se oyen unos pasos en el porche. Todos se levantan rápidamente. El padre abre la puerta, y entra el
Hno. Hastings, seguido de sus hijos.)
Hno. Hastings: ¿Lo han entendido? ¿Ha oído alguno de ustedes acerca de Hiram Edson?

Madre:          ¿Algo malo?
                                                                                    ■

Padre:          ¿Qué nuevas hay?

Hno. Hastings: Esperen que recupere el aliento. Casi no podía esperar hasta llegar aquí.
               Esta misma mañana sucedió algo al grupo de creyentes que pasó el día de ayer en la
               casa del Hno. Edson. Esta mañana, cuando la mayoría de ellos se habían vuelto a sus
               casas, él dijo a los que quedaban: "Vayamos al cobertizo y oremos". Y así lo
               hicieron. Y oraron y perseveraron hasta que sintieron todos que su oración había sido
               aceptada y que el Señor les enviaría luz para entender lo inexplicable. Entonces,
               sintiéndose bien, volvieron a la casa para desayunar. Luego el Hno. Edson dijo:
               "Salgamos ahora para consolar a los hermanos con la seguridad que tenemos". Y él y
               Owen comenzaron a cruzar los campos en dirección a Rowlands. Mientras
               caminaban, ninguno se daba cuenta prácticamente de la presencia del otro. Y al
               llegar más o menos a la mitad del camino, al hallarse en medio de un maizal, algo
               detuvo al Hno. Edson. ¡No, debiera haber dicho ALGUIEN! Allí mismo y entonces,
               el cielo se le apareció como abierto y él vio como en visión, el santuario en el cielo y
               a Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, pasando del lugar santo al lugar santísimo. Y
               él dice que vio de la manera más clara y distinta que nuestro Sumo Sacerdote, en vez
               de venir a estar tierra en el décimo día del séptimo mes judío, al final de los 2,300
               días, entró entonces en el segundo compartimento del santuario. "Jesús -dijo el Hno.
               Edson- tiene una obra que terminar en el lugar santísimo antes de volver a la tierra".

Padre:          "Hasta 2,300 tardes y mañanas; luego el santuario será purificado". ¡El
                santuario en el cielo! ¡Alabado sea Dios! Ahí fue donde nos equivocamos. Hemos
                reconocido bien el tiempo, pero nos equivocamos con respecto al evento. Jesús tiene
                más obra que hacer antes de regresar.

Madre:          Y eso significa que nosotros también tenemos más obra que hacer...: la
                familia Andrews, la familia Clinton... y Juan, el hijo de Ana Miner. Probablemente
                todavía tendremos tiempo de atraerlos al Salvador.

Hno. Hastings: ¡Esto es maravilloso! Debo apresurarme a estudiar y orar acerca de este asunto. ¡Creo
               que es la verdad! (Hace intención de salir).

Padre:          Lo acompañaré hasta la casa de los Andrews. Hablaré con ellos.
                Probablemente reconsiderarán y estudiarán con nosotros.

Madre:          Muchas gracias, Hno. Hastings, y el Señor lo bendiga. Y, Juan, vaya también
                a la casa de la Hna. Miner.

(Los hombres salen apresuradamente. La madre reclina la cabeza de nuevo sobre la mesa, en un
gesto de preocupación.)
Madre:         ¡Gracias, muchas gracias, querido Dios!

Sara:          Mamá.

Madre:         Dime hija.

Sara:          Es como se lee en nuestro salmo favorito.

Madre:         ¿Qué quieres decir, querida?

Sara:          El Señor nos guía como el pastor descrito en el Salmo 23.

Madre:         Sí, nos guía paso a paso.

Irving:        "Jehová es mi pastor".

Sofía:         "Nada me faltará".

Silas:         Pero tenemos mucho que andar todavía ¿verdad, mamá?

Madre:         Tienes razón, Silas. Tenemos mucho todavía por entender acerca de nuestro
               gran chasco. Pero podemos estar seguros de que el Señor es nuestro Pastor. Nada
               tenemos que temer. (Cae el telón).

(Se levanta el telón, y todos los participantes cantan el himno "Siervos de Dios, la trompeta tocad".
Invítese a la congregación a ponerse de pie y unirse en la segunda estrofa).
CONCLUSIÓN

"Nada tenemos que temer... a menos que olvidemos..." El grupito de adventistas sabatistas, como la
gente los llamaba, fueron guiados por el Señor a la "verdad presente". A medida que comprendían la
verdad acerca del santuario, se iban dando cuenta de que su chasco fue el resultado de su
equivocación con respecto a la naturaleza del acontecimiento que debía ocurrir en 1844. Se
enteraron de que entonces Cristo comenzaría a ministrar en el lugar santísimo del santuario celestial,
y se propusieron anunciar esta transición al mundo entero.

Silas, Sara, Irving y Sofía crecieron y trabajaron en la viña del Señor. Llegaron a envejecer y
durmieron, todavía firmes en la segunda esperanza. Y mientras comenzaban a cumplirse las señales
del fin, los hijos de éstos también crecieron, maduraron, predicaron el Evangelio, envejecieron y
durmieron en el Señor.

Y ahora nosotros, sus hijos y los hijos de sus hijos, todavía esperamos. ¿Qué pensarían si pudieran
vernos ahora, 165 años más cerca de la segunda venida del Señor? Si pudieran observarnos mientras
contemplamos el cumplimiento dramático y violento de las profecías, ¿qué dirían? ¿Aprobarían ellos
el propósito de nuestra vida? ¿O quedarían asombrados al vernos tan absortos en la obtención de
ganancias temporales, en diversiones y en actividades triviales? ¿Qué pensarían si pudieran ver lo
que nosotros presenciamos9 ¿Se aterrarían ante las cosas que se presentan constantemente ante
nuestros ojos? ¿No se regocijarían ante la inminencia del fin de toda la tragedia de la tierra? ¡Cuan
emocionados vivirían! Pero ¡cuan sorpresivo es que nosotros, profesos amantes del Salvador,
estamos tan llenos de preocupaciones e inquietudes en vez de llenarnos de un gozo supremo!
"Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguios y levantad vuestra cabeza, porque vuestra
redención está cerca" (Lucas 21:28).

¿Nos verían aquellos pioneros predicando el Evangelio al mundo entero? ¿Verían que nuestra fe y
nuestro gozo estarían convenciendo a nuestros vecinos de que creemos en la proximidad de la
venida del Señor?

¿Muestran nuestros sacrificios que tenemos un mensaje glorioso para el mundo entero? ¿Sacrificios?
¿No es casi una blasfemia llamar sacrificio a nuestras dádivas simbólicas? ¿Cómo podemos llamar
esto sacrificio, cuando damos solamente de lo que nos sobra?

Al terminar esta reunión, consagrémonos de nuevo a la tarea gozosa de proclamar a todo el mundo
las buenas nuevas. Con profunda gratitud por esta creencia, entreguémonos por completo,
enteramente, a nuestro maravilloso Sumo Sacerdote.

Vivamos de veras nuestro lema: "El mensaje adventista a todo el mundo en esta generación".

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  • 1. EL DÍA DEL CHASCO PRIMERA ESCENA (Sala en la casa de Juan Gibson. Sentados a la mesa se encuentran el Hno. Gibson, su esposa, Silas, Irving, Sara y Sofía). Hno. Gibson: Por la abundancia con que nos has suplido cada día, te agradecemos, Señor. Al disponernos a servirnos del alimento físico, despierta en nosotros hambre y sed por el pan y el agua de vida, de los cuales también nos das abundantemente. Limpíanos de todo mal pensamiento e imaginación. Purifícanos y mantennos puros hasta que nos lleves a tu hogar celestial..., tan pronto, Señor, tan pronto. Todo esto te lo rogamos en el todo suficientemente nombre de nuestro Salvador Jesucristo. Amén. {La familia se levanta) Bien, Silas, ¿qué te parece si recogemos el ganado? Irving: Los acompaño, papá. (Salen) (La madre y Sara limpian la mesa. Sofía recoge su muñeca y se sube a una mecedora. La madre canta mientras trabaja). Sofía (a su muñeca): Ven, Abigaíl, es tiempo de que te acuestes. Ya es tarde. Si te apuras, habrá tiempo para que te cuente una historia. (desviste la muñeca). Sara, ¿qué quiso decir el Sr. Clinton cuando insinuó que papá está loco? Sara: Porque papá no ha recogido las papas. Sofía: ¿Por qué papá no recoge las papas? Sara: Tú lo sabes, Sofía. Estás bien enterada de que cuando Cristo venga, no habrá necesidad de recoger papas... ni de cocinarlas... ni de lavar platos... ni de nada por el estilo. Sofía: ¿No comeremos en el cielo? Sara: Por supuesto que sí... pero... no comeremos papas. Sofía: Me gustan las papas.
  • 2. Madre (se acerca a las niñas): ¿Por qué hablan tanto acerca de papas? Sofía: Mamá, ¿es cierto que papá está loco? Madre: ¡Qué dices, Sofía! Tu padre es el hombre más juicioso que jamás he conocido. El Sr. Clinton y muchos otros que no creen en la Segunda Venida de Cristo ridiculizan a papá porque él si cree en ella. Por eso lo tildan de loco. Cuando el Señor venga, se darán cuenta de quién está en lo cierto. ¡Cuánto me gustaría poder ayudarlos a comprender y a creer todo eso antes de que sea demasiado tarde! Tendremos que seguir orando por ellos a fin de que Cristo los ayude a prepararse. Pero ahora es tiempo de ir a la cama. Sara, ¿quieres ayudar a Sofía? (Las niñas se van. El órgano toca el himno "Tiempo es de que en gloria venga Cristo", Himnario adventista, No. 160. Irving entra corriendo, enjugándose las lágrimas mientras mira hacia atrás. Se le acerca rápidamente la madre). Madre: ¿Qué te pasa, Irving? Irving: ¡Ese Teodoro Clinton otra vez, mamá! Madre: ¿Te pegó? Irving: Eso no tiene importancia, mamá. Pero ¿por qué no se detiene Teodoro a pensar un poco? ¡Cuan asustado se va a sentir cuando, al venir el Señor se dé cuenta de que no está preparado! Madre (se encamina hacia una mecedora y se. sienta): Y más que asustado, Irving. Se encontrará perdido, completamente perdido... a menos que podamos ayudarlo a él, a sus padres y al resto de su familia a creer. (Entran de nuevo las niñas Sofía, en camisón, se sienta en la falda de la madre; Irving se sienta en una banqueta). Sara {poniéndose de rodillas al lado de la madre): Y ahora, nuestra historia, mamá. (Se sienta en el suelo). Madre: Bien, veamos. Había una vez -hace mucho, muchísimo tiempo- un niño que se llamaba... digamos Benjamín. Benjamín tenía más o menos la edad de Irving; pero el pobrecito era paralítico. Por eso no podía correr, jugar, ayudar en las tareas de la casa ni hacer muchas otras cosas. Tenía las piernas torcidas y para moverlas debía tirarlas con las manos. ¡Ustedes nunca han visto a una persona en peor estado que Benjamín! Sofía: ¿Ni siquiera tía Pepa?
  • 3. Madre: Tía Pepa es inválida, pero no siempre ha sido así. Además, ella puede moverse y realizar su propio trabajo. Pero Benjamín no podía hacer nada, absolutamente nada. Sara: Eso tiene que haber sido espantoso, ¿no es cierto, mamá? Madre: Benjamín era optimista. Aunque no podía correr ni jugar como los otros muchachos, vivía siempre alegre y trataba de sonreír. Pero cierto día mientras Benjamín estaba tirado junto a la puerta de su casita, oyó mucho ruido en la calle. Como todos los demás niños, él también deseaba salir para ver lo que pasaba; pero no podía. No le quedó más remedio que quedar donde estaba, preguntándose qué sería todo aquel tumulto. Pero no tuvo que esperar por mucho tiempo, porque toda aquella multitud se dirigía por la calle hacia donde estaba él. Bien, Benjamín trató de alzarse un poco, afirmándose en los codos para mirar mejor. Vio a una gran multitud que parecía seguir especialmente a un Hombre. Había niños de ambos sexos, madres y padres, abuelos y abuelas; y todos trataban de acercarse a aquel Hombre especial. Y entonces Benjamín notó que no toda la gente que lo seguía era sana. Algunos parecían estar tan mal como él. Los que no podían trasladarse solos, eran llevados por sus amigos y todos parecían querer acercarse lo máximo posible a aquel Hombre. Y precisamente mientras Benjamín lo contemplaba, el Hombre se detuvo y puso las manos sobre la cabeza de una niñita que se veía extraordinariamente delgada y enferma. Y Benjamín no quería creer lo que veía: aquella niñita saltó de repente y comenzó a caminar mientras hablaba y cantaba. Se encontraba perfectamente. ¡Y qué feliz se sentía! Sara: ¿Y el Hombre era Jesús? Madre: Sí, Sara, el Hombre era Jesús. ¡Y cuánto deseaba Benjamín acercarse a aquel Hombre! Pero luego pensó que la niñita debía haber sido alguna persona especial, pues, de otra manera aquel hombre tan extraordinario no la había notado siquiera. Pero mientras pensaba y observaba, vio venir al tío Jacob, un anciano paralítico que vivía cerca de su casa. Benjamín conocía muy bien al tío Jacob. Por lo tanto, cuando el Hombre extendió la mano e hizo que tío Jacob volviera recto otra vez, Benjamín supo que no era porque tío Jacob fuese una persona especial. Entonces él también empezó a desear acercarse a Cristo. Lo siguiente, casi increíble, era que Jesús se encaminó hacia Benjamín y le preguntó: Niñito, ¿quieres sanar? Benjamín se puso tan emocionado que casi no podía contestar...; pero a lo menos lo hizo con sus ojos brillantes y excitados. Entonces el Señor volvió a preguntarle:
  • 4. ¿Crees que puedo sanarte? Sí, Señor: por supuesto que sí y Benjamín comenzó a llorar. Entonces el Señor colocó su mano bajo el brazo de Benjamín para levantarlo, y al minuto Benjamín comenzó a... Sara, Sofía e Irving: ¿Benjamín comenzó a caminar? Madre Sí, Benjamín empezó a caminar. ¿No es esto maravilloso? Pero escuchen, ése es el mismo Jesús que nos va a llevar con él la próxima semana -la próxima semana- si para entonces estamos listos. Y cuando venga, tía Pepa será fuerte otra vez, y todos nosotros seremos más sanos de lo que jamás hemos sido. Y podremos ver al Señor. (Entran el Padre y Silas, cruzan la pieza llevando la leche, como si se dirigieran a la cocina: pero se detienen para escuchar lo que los otros dicen). Padre ¿No era ésta una historia interesante? (el padre comienza a cantar "Oh cuan gratas las nuevas ", y el resto de la familia se une con él). Irving, si traes la lámpara leeremos las Escrituras. (Irving lleva la lámpara y el padre lee Daniel 8:14) Silas: Papá, nos has leído ese versículo muchas veces. ¿Qué significa? Padre: Hijo, este versículo es uno de los más importantes de la Biblia, porque de acuerdo a nuestro estudio minucioso, estamos al final de los 2,300 días. Cada día profético representa un año de cumplimiento. Irving: Eso es un tiempo muy largo, ¿verdad? Padre: Un largo tiempo. Comenzó hace... ¿cuándo fue, Silas? Silas: Cuando salió el decreto para restaurar y reedificar a Jerusalén. Padre: Tienes razón. Y eso ocurrió en el año 457 a.C. Todas las cosas que se habían profetizado para que sucedieran entre esas fechas se han cumplido al pie de la letra. Ha llegado el momento para que... Sara: Para que Cristo venga otra vez. Silas: Es ahora el tiempo de su segunda venida. Irving: Y el retorno de Cristo.
  • 5. Padre: Para que Cristo limpie este mundo viejo de todas sus tristezas, enfermedades y pecados. ¡Qué tiempo maravilloso es éste en el que nos ha tocado vivir! Oremos. (La familia se arrodilla, el padre ora. Los niños se despiden de los padres y van a acostarse. El padre se sienta a la mesa para leer. La madre sigue a sus hijos, pero regresa. Se acerca a un calendario). Madre: 18, 19, 20, 21, 22 ¡Juan! Padre: Sí, Leticia. Madre: ¡Apenas cinco días más! (Baja el telón y el órgano toca ¡ "Oh cuan gratas las nuevas "!) Narrador: Han pasado cinco días. Es ya la mañana del día, por largo tiempo esperando, el 22 de octubre. SEGUNDA ESCENA (Temprano en la mañana del 22 de octubre. La madre viene con una lámpara, agita el fuego y se arrodilla brevemente. Se levanta y marca la fecha 22 de octubre con reverencia. Las niñas bajan las escaleras). Sara: (con reverencia) Mamá, ¿es éste el día? Madre: Este es el día, Sara. Sara: Mamá, ¿crees que estoy preparada? Madre: Sara, hija, has pedido a Jesús que te perdone todos los pecados. Y cuando le pides que te perdone, quedas preparada. ¿No te queda absolutamente nada acerca de lo cual tengas que pedirle perdón? Sara: No creo, mamá. Madre: ¡Entonces, Sara, quiera Dios que todos estemos tan bien preparados como tú! Sofía: (tirando de la falda de la madre y mirando hacia arriba) ¿Estoy lista mamá? Madre: (con un beso rápido) Tan pronto como te peine ese cabello estarás perfectamente preparada. (La peina. Silas e Irving entran con la leche). Silas: ¡Por última vez! Sofía: ¿Qué va a pasar con las vacas, mamá?
  • 6. Sara: ¿Se preocupa Jesús por las vacas mamá? Madre: Sí Sara, Jesús se interesa en las vacas, en los perros, en las gallinas, en los caballos... No sé exactamente qué hará con ellas, pero puedes estar segura de que las cuidará. Sofía: Quiero que nuestro perro Pastor venga también. Padre: (entra, se acerca a su esposa y le pone la mano ligeramente sobre la espalda). Dios los bendiga. Leticia, Silas, Irving, Sara y Sofía. ¡Quién habría creído que viviríamos todos para ver este día! Queridos, ¿estamos todos listos? Irving: Tanto como yo pueda saberlo, sí. Sara: Mamá dice que uno puede estar realmente listo si le pide al Señor que lo ayude. Silas: ¿No será esto maravilloso? ¿Cómo será él? Madre: Demasiado hermoso para imaginar. ¡Y pensar que ya no falta mucho para que lo veamos! Padre: Oremos antes del desayuno. ¿Quién sabe si no llega todavía antes del almuerzo? (La familia se arrodilla, y el padre ora. Al ponerse de pie, la familia canta "Cuando venga Jesucristo", Himnario Adventista, No. 516, mientras la madre trae la cazuela. Todos se sientan a la mesa). Sara: Estoy demasiado entusiasmada como para comer. Irving: Yo también. (Alguien golpea a la puerta. El padre pide que la abra Irving. Entran el Hno. Andrews con su esposa y sus dos hijos). Sra. Andrews: Bendiciones para todos ustedes en este día bendito. Padre: Bendiciones a ustedes también, hermanos. (La familia se pone de pie para recibir a los recién llegados, los abrigos, etc. Andrews empieza el himno "Soy peregrino aquí", H.A. 357/388. Al final de la estrofa golpean otra vez la puerta. Entra la Hna. Minery su hijito Alberto) Hna. Miner: ¡El campo estaba hermoso!
  • 7. Madre: Estamos demasiado entusiasmados como para comer (la abraza). Ana, ¡cuánto nos alegramos de tenerte a ti y a Albertito con nosotros! Ana Minen Pero no nuestro hijo Juan. Padre: ¡Ojalá nuestras familias estuvieran completas! Hno.Andrews:"Uno será tomado y otro será dejado" Ana Miner: Si por lo menos los salvase a ellos y quien se quedase fuera yo. (Golpean de nuevo a la puerta; entran el Hno. Hastings y su esposa). Padre: ¿qué saben de la familia Clinton? Hno. Hastings: Se rieron de nosotros y nos hicieron muchas burlas cuando pasamos por su casa. Los niños nos siguieron y hasta nos tiraron terrones. Padre: Eso no importa, por lo menos a nosotros. Sólo quisiéramos que Dios diese el privilegio de persuadirlos a escuchar. Hno. Andrews: Y mi hermano... y su esposa... Estuvimos allá hasta tarde en la noche, pero ellos insisten... ustedes saben la historia {se conmueve). Padre: Hno. Hastings, ¿quiere usted leer un pasaje de las Escrituras para nosotros? (El Hno. Hastings lee Salmo 50:1-8. Alguien empieza otro canto "Muy lejos del hogar está", H A . No. 391. Acompañamiento primera estrofa. La Sra. Andrews se postra y ora. Uno por uno se van uniendo a ella. Mientras entonan el himno los niños y algunos adultos van a menudo a mirar por la venta. El órgano toca "Guarda, dinos si la noche ", H A . No. 167. Primera estrofa fuerte y la segunda débil). Narrador: Un día entero de vigilia y oración, desde la madrugada hasta la noche. Es ahora casi la media noche. TERCERA ESCENA (22 de octubre de 1844, 11:55 p.m. Están presentes todos los de la escena anterior. Silas Gibson y Carlos Andrews se encuentran junto a la ventana. Sofía duerme en el regazo de su madre. La Sra. Andrews sostiene a Elizabeth. Sara se halla de pie junto al escritorio sobre el cual hay un reloj. Parte de los adultos están de rodillas. El padre se halla sentado junto a la mesa con una Biblia abierta). Padre: (lenta y pensativamente). "Hasta 2,300 tardes y mañanas; luego el Santuario será purificado".
  • 8. Sara: (se acerca a su padre y se arrodilla junto a él, mirándolo a los ojos). Papá, ¿no va a venir Cristo? Padre: (poniéndose una mano en la cabeza). Querida, su promesa es segura. Él no puede dejar de cumplirla. Probablemente llegue todavía a media noche. (Sara se encamina lentamente hacia el lugar donde está el reloj. Uno se va hacia la ventana; el otro se arrodilla. Esta encendida una lámpara de kerosene. El reloj da las doce. Se baja el telón. El órgano toca "Mas cerca, oh Dios, de ti"). Narrador: El grupo mantuvo la vigilia durante toda la noche. Pero al fin llegó la mañana, que los encontró chasqueados. CUARTA ESCENA (Aumenta la luz. La madre tiernamente despierta a Sofía). Sofía: ¿No vino Jesús? (La madre apaga la lámpara. La familia Andrews se levanta para irse. La madre silenciosamente recoge unas mantas.) Hna. Andrews: ¿Es posible que la Biblia pueda no ser verdadera? Hno. Andrews: ¿O que no hay Dios? Madre: ¡Nunca debemos decir eso! Hno. Hastings (se levanta): ¿No habrá juicio después de todo? Sra. Hastings: ¿Ni premio para los justos? Padre: ¡Hermanos! (hojeando la Biblia para fortalecer su propia fe, como también la de los otros). Hay un Dios en el cielo. El se nos ha dado a conocer mediante sus bendiciones, su perdón y de muchas otras maneas. El no nos chasqueará ahora. Algo anduvo mal, es verdad; pero con nosotros, no con él. Hay algo que no hemos entendido bien, porque la Palabra del Señor es segura (lee). "Aunque la visión tardará aún por un tiempo, más se apresura hacia el fin, y no mentirá, aunque tardase, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará" (Habacuc 2:3). Pronto se resolverá este misterio. Sabremos cuál es el propósito de Dios, y este secreto oscuro se hará tan claro como el día si simplemente estudiamos, oramos y perseveramos. ¿Me acompaña usted hermano Andrews? ¿Y usted hermano Hastings? Hno. Hastings: Estoy con usted.
  • 9. Hno. Andrews: ¿Y vamos a repetir toda esta farsa otra vez? ¡No! Mi hermano tiene razón, y yo, humildemente, se la reconoceré. Hna. Andrews: ¡Pero, Francisco!... Hno. Andrews: Vamos, mujer. (El Sr. Andrews y su esposa salen. Los miembros de la familia Hastings se quedan poniéndose los abrigos.) Alberto (a la Sra. Hastings): ¿Y ahora Teodoro Clinton les tirará piedras otra vez? Sra. Hastings: Probablemente, Alberto; pero Cristo todavía cuidará de nosotros, de todos nosotros (besa al niño). (La hermana Hastings se va.) Madre: ¿Y usted Ana? ¿Nos acompañará usted? Ana Miner: Me voy a casa. Dios nos dará fortaleza y sabiduría. Sé que él todavía nos ama. De ello estoy absolutamente segura. Madre: "Aunque me matare, en él esperaré". (Ana Miner y Alberto se van. Sara y Sofía suben las escaleras. La madre reclina la cabeza sobre la mesa y llora. Cae el telón). Narrador: El día que la familia Gibson pensaba sería el primero de su vida en el cielo, los encuentra todavía en la tierra, con el corazón quebrantado. Se acerca ya la noche del 23 de octubre. QUINTA ESCENA (El 23 de octubre, a las 4:30 p.m. La madre se halla zurciendo. Sara pone la mesa. Sofía juega cerca de la estufa. El padre se halla sentado a la mesa, estudiando). Padre (preocupado): "Hasta 2,300 tardes y mañanas; luego el santuario será purificado". Eso es lo que dice. ¿Y cómo podría esta vieja tierra ser purificada sin el retorno de nuestro bendito Salvador? Simplemente no lo entiendo. Madre: Ninguno de nosotros tampoco lo entiende. Debe haber alguna explicación, por lo tanto no debemos perder la fe. Alguna vez lo entenderemos bien. (Se oyen unos pasos en el porche. Todos se levantan rápidamente. El padre abre la puerta, y entra el Hno. Hastings, seguido de sus hijos.)
  • 10. Hno. Hastings: ¿Lo han entendido? ¿Ha oído alguno de ustedes acerca de Hiram Edson? Madre: ¿Algo malo? ■ Padre: ¿Qué nuevas hay? Hno. Hastings: Esperen que recupere el aliento. Casi no podía esperar hasta llegar aquí. Esta misma mañana sucedió algo al grupo de creyentes que pasó el día de ayer en la casa del Hno. Edson. Esta mañana, cuando la mayoría de ellos se habían vuelto a sus casas, él dijo a los que quedaban: "Vayamos al cobertizo y oremos". Y así lo hicieron. Y oraron y perseveraron hasta que sintieron todos que su oración había sido aceptada y que el Señor les enviaría luz para entender lo inexplicable. Entonces, sintiéndose bien, volvieron a la casa para desayunar. Luego el Hno. Edson dijo: "Salgamos ahora para consolar a los hermanos con la seguridad que tenemos". Y él y Owen comenzaron a cruzar los campos en dirección a Rowlands. Mientras caminaban, ninguno se daba cuenta prácticamente de la presencia del otro. Y al llegar más o menos a la mitad del camino, al hallarse en medio de un maizal, algo detuvo al Hno. Edson. ¡No, debiera haber dicho ALGUIEN! Allí mismo y entonces, el cielo se le apareció como abierto y él vio como en visión, el santuario en el cielo y a Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, pasando del lugar santo al lugar santísimo. Y él dice que vio de la manera más clara y distinta que nuestro Sumo Sacerdote, en vez de venir a estar tierra en el décimo día del séptimo mes judío, al final de los 2,300 días, entró entonces en el segundo compartimento del santuario. "Jesús -dijo el Hno. Edson- tiene una obra que terminar en el lugar santísimo antes de volver a la tierra". Padre: "Hasta 2,300 tardes y mañanas; luego el santuario será purificado". ¡El santuario en el cielo! ¡Alabado sea Dios! Ahí fue donde nos equivocamos. Hemos reconocido bien el tiempo, pero nos equivocamos con respecto al evento. Jesús tiene más obra que hacer antes de regresar. Madre: Y eso significa que nosotros también tenemos más obra que hacer...: la familia Andrews, la familia Clinton... y Juan, el hijo de Ana Miner. Probablemente todavía tendremos tiempo de atraerlos al Salvador. Hno. Hastings: ¡Esto es maravilloso! Debo apresurarme a estudiar y orar acerca de este asunto. ¡Creo que es la verdad! (Hace intención de salir). Padre: Lo acompañaré hasta la casa de los Andrews. Hablaré con ellos. Probablemente reconsiderarán y estudiarán con nosotros. Madre: Muchas gracias, Hno. Hastings, y el Señor lo bendiga. Y, Juan, vaya también a la casa de la Hna. Miner. (Los hombres salen apresuradamente. La madre reclina la cabeza de nuevo sobre la mesa, en un gesto de preocupación.)
  • 11. Madre: ¡Gracias, muchas gracias, querido Dios! Sara: Mamá. Madre: Dime hija. Sara: Es como se lee en nuestro salmo favorito. Madre: ¿Qué quieres decir, querida? Sara: El Señor nos guía como el pastor descrito en el Salmo 23. Madre: Sí, nos guía paso a paso. Irving: "Jehová es mi pastor". Sofía: "Nada me faltará". Silas: Pero tenemos mucho que andar todavía ¿verdad, mamá? Madre: Tienes razón, Silas. Tenemos mucho todavía por entender acerca de nuestro gran chasco. Pero podemos estar seguros de que el Señor es nuestro Pastor. Nada tenemos que temer. (Cae el telón). (Se levanta el telón, y todos los participantes cantan el himno "Siervos de Dios, la trompeta tocad". Invítese a la congregación a ponerse de pie y unirse en la segunda estrofa).
  • 12. CONCLUSIÓN "Nada tenemos que temer... a menos que olvidemos..." El grupito de adventistas sabatistas, como la gente los llamaba, fueron guiados por el Señor a la "verdad presente". A medida que comprendían la verdad acerca del santuario, se iban dando cuenta de que su chasco fue el resultado de su equivocación con respecto a la naturaleza del acontecimiento que debía ocurrir en 1844. Se enteraron de que entonces Cristo comenzaría a ministrar en el lugar santísimo del santuario celestial, y se propusieron anunciar esta transición al mundo entero. Silas, Sara, Irving y Sofía crecieron y trabajaron en la viña del Señor. Llegaron a envejecer y durmieron, todavía firmes en la segunda esperanza. Y mientras comenzaban a cumplirse las señales del fin, los hijos de éstos también crecieron, maduraron, predicaron el Evangelio, envejecieron y durmieron en el Señor. Y ahora nosotros, sus hijos y los hijos de sus hijos, todavía esperamos. ¿Qué pensarían si pudieran vernos ahora, 165 años más cerca de la segunda venida del Señor? Si pudieran observarnos mientras contemplamos el cumplimiento dramático y violento de las profecías, ¿qué dirían? ¿Aprobarían ellos el propósito de nuestra vida? ¿O quedarían asombrados al vernos tan absortos en la obtención de ganancias temporales, en diversiones y en actividades triviales? ¿Qué pensarían si pudieran ver lo que nosotros presenciamos9 ¿Se aterrarían ante las cosas que se presentan constantemente ante nuestros ojos? ¿No se regocijarían ante la inminencia del fin de toda la tragedia de la tierra? ¡Cuan emocionados vivirían! Pero ¡cuan sorpresivo es que nosotros, profesos amantes del Salvador, estamos tan llenos de preocupaciones e inquietudes en vez de llenarnos de un gozo supremo! "Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguios y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca" (Lucas 21:28). ¿Nos verían aquellos pioneros predicando el Evangelio al mundo entero? ¿Verían que nuestra fe y nuestro gozo estarían convenciendo a nuestros vecinos de que creemos en la proximidad de la venida del Señor? ¿Muestran nuestros sacrificios que tenemos un mensaje glorioso para el mundo entero? ¿Sacrificios? ¿No es casi una blasfemia llamar sacrificio a nuestras dádivas simbólicas? ¿Cómo podemos llamar esto sacrificio, cuando damos solamente de lo que nos sobra? Al terminar esta reunión, consagrémonos de nuevo a la tarea gozosa de proclamar a todo el mundo las buenas nuevas. Con profunda gratitud por esta creencia, entreguémonos por completo, enteramente, a nuestro maravilloso Sumo Sacerdote. Vivamos de veras nuestro lema: "El mensaje adventista a todo el mundo en esta generación".