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L. Villegas López
U n R e l a t o d e
H i s t o r i a E c l e s i á s t i c a
L o s I n i c i o s
d e l
C r i s t i a n i s m o
Recopilación
Cronología
Los Inicios del Cristianismo
San Fernando, 1995
Revisado y Modificado, 2014
I n d i c e
Prólogo.......................................................................................................................... 7
Primera Parte
Antes de Cristo
(Hasta el 36 d. C)......................................................................................................... 11
I. La Herencia Griega y el Ascenso de Roma.................................................. 13
II. El Pueblo Hebreo......................................................................................... 27
III. Una Nueva Era............................................................................................. 45
1. El Nacimiento.................................................................................. 45
2. Los Magos........................................................................................ 50
3. La Estrella de Belén......................................................................... 52
4. Jesús de Nazaret............................................................................... 55
5. La Traición de Judas........................................................................ 61
6. La Pasión de Cristo........................................................................... 63
7. Historicidad de Jesús........................................................................ 76
8. Muerte y Resurrección..................................................................... 82
Segunda Parte
Era Apostólica
(36 d. C. - 100 d. C.).................................................................................................... 97
I. El Tiempo de la Iglesia................................................................................. 99
1. La Destrucción de Jerusalén............................................................ 153
2. Hermanos y Apóstoles..................................................................... 171
Tercera Parte
Era Post-Apostólica
(100 d. C. - 300 d.C.)................................................................................................... 187
I. El Ascenso de la Otra Ortodoxia.................................................................. 189
II. El Gnosticismo............................................................................................. 216
III. Los Documentos Canónicos: Las Escrituras............................................... 234
IV. El Ocaso del Primer Amor......................................................................... 246
V. El Oficio de la Gran Ciudad........................................................................ 281
.
Cuarta Parte
De la Proscripción al Pontificado
(300 d.C. - 607 d. C.).................................................................................................. 321
I. Consolidación del Institucionalismo.......................................................... 323
1. El Día del Señor............................................................................... 333
2. El Cisma Donaciano........................................................................ 341
3. Sobre la Deidad de Cristo................................................................ 345
4. La Remoción del Candelero............................................................ 364
5. La Iglesia Católica y Romana......................................................... 398
6. El Canto Cristiano........................................................................... 408
7. Los Teóricos de la Inquisición........................................................ 417
8. La Caída de Roma........................................................................... 439
II. La Conclusión de un Período..................................................................... 455
Epílogo......................................................................................................................... 479
Bibliografía.................................................................................................................. 483
Indice de Nombres (1)................................................................................................ 487
Indice de Nombres (2).................................................................................................491
Edith Piaf, casi al final de sus días, sentada en la playa. Una joven
reportera le pregunta: "¿Para quién teje?". A lo que ella responde con
mucha gracia: "Para quien quiera ponerse este sweeter".
(De La Vie en Rose, del realizador francés Olivier Dahan,
Légende Enterprises, 2007).
Pues bien, esto es "para quien quiera leerlo".
P r ó l o g o
Entre los años 1990 y 1995, me dediqué a recopilar datos acerca de la historia del
cristianismo, desde Jesús hasta nuestros días. Sin embargo, al concluir, todo quedó en
un borrador guardado en un mueble, cubierto de polvo, hasta que me decidí a darle una
forma definitiva e imprimirlo. Pero, en vez de contar una larga historia de veinte siglos,
tal vez innecesaria (existen innumerables obras al respecto), quise hacer énfasis en la
historia primitiva de la iglesia en torno a cuatro temas fundamentales: lo que ocurre con
los depositarios originales de la fe, después de terminado el relato bíblico; la
persecución a la que es sometida la iglesia, primero por parte de los judíos y después
por el Imperio Romano; el proceso mediante el cual la iglesia de Roma se va
transformando paulatinamente en lo que llegó a conocerse como la Iglesia Católica
Romana y, finalmente, el desarrollo doctrinario e ideológico que se va desarrollando,
mezclando y, en consecuencia, alterando la enseñanza apostólica original.
Esto último me obligó a dedicarme otros dos años a la revisión de lo que ya había
escrito (1999-2000); pero nuevamente quedó guardado y casi olvidado, hasta que en
2013-2014, decidí, después de una nueva revisión y con nuevas aportaciones, dar forma
impresa a todo este material. En total, fueron ocho años de estudio investigativo para
esta recopilación. La iglesia del Señor es una verdadera escuela donde en cada reunión
se va haciendo un nuevo aporte a los discípulos para que estos vayan creciendo en el
conocimiento del Señor Jesús, como lo ordena la Sagrada Escritura (II Pedro 3:18),
para de esta forma también la gracia y la paz les sean multiplicadas (II Pedro 1:2). Así
también la visión de las cosas se va modificando ante la maravillosa experiencia del
ejercicio espiritual con el que este va sometiendo los aspectos volitivos del intelecto, las
energías y, por qué no, los deseos de perfeccionar la propuesta final en la presentación
de cualquier trabajo que uno esté dispuesto a llevar a cabo.
7
A medida que transcurre el relato se va describiendo el proceso de formación del
canon definitivo para con esto demostrar que la iglesia, al contrario de lo que muchos
autores modernos creen, conservó los escritos de los que fueron testigos presenciales de
la obra de Cristo, y de las que se hicieron muchas copias, a las que las primeras
generaciones de cristianos pudieron apelar como base escritural y así conservar la sana
doctrina.
También se recoge una lista interminable de nombres que fueron protagonistas de
toda esta historia, llegando a contener esta obra, todo lo que un cristiano debiera saber
acerca de esta época. Así es como quedó plasmada esta Historia de los Inicios del
Cristianismo.
A diferencia de muchas otras historias que se han escrito, esta ofrece una correcta
exégesis bíblica, lo que va a ayudar al lector a relacionar los hechos con la profecía
novotestamentaria. Con esto se aleja de las soporíferas interpretaciones históricas de
aquellos autores, católicos y protestantes, que llegan a justificar ciertas formas
modernas de gobierno eclesiástico y una doctrina fundada más en los códigos de
derecho canónico o las reformistas del siglo xvi que en las Escrituras, aún en la época
en que el episcopado monárquico llegó a establecerse. Así se puede apreciar la época de
la “bestia” de Apocalipsis, considerándose desde una perspectiva erudita y, de esta
manera, evitar cualquier asomo a esas exposiciones fantásticas y a todo color que
ofrecen algunas organizaciones religiosas, especialmente del libro de Revelación, y que
serían más dignas de un filme de Steven Spielberg o Roland Emmerich, más que
interpretación bíblica pura.
Parece increíble que algunos autores de historia eclesiástica se identifiquen como
"Doctores", y no se atrevan a hacer un análisis interpretativo de la historia de la iglesia a
la luz de las Escrituras. Jesús, en una oportunidad llamó "hipócritas" a quienes eran
hábiles para interpretar las señales del clima, pero no eran capaces de discernir las
señales divinas que avisaban que el Mesías tan anhelado ya estaba entre ellos. Pues
bien, muchos autores realizan obra de erudición al narrar la historia no inspirada,
aportando muchos datos y graficando eventos con detalle. Algunos de ellos interesantes,
otros no tanto. Sin embargo, este relato sólo podrá encontrar su sentido en el devenir de
los hechos, al ir observando el cumplimiento de las profecías que hablaban -por
ejemplo- de la apostasía de la iglesia del Señor (Cf. I Tes. 2). Considerando esto, nos
libraremos de una calificación negativa y condenatoria, al saber distinguir las "señales
de los tiempos" (Mt. 16:3).
Esta exégesis se extienda también a diversas temáticas como la deidad de Cristo,
que se puso en boga en la época del Concilio de Nicea; los acontecimientos sobre el
nacimiento y muerte de Jesús de Nazaret, apoyado en declaraciones científicas; extensas
indagatorias que procuran explicar el desarrollo del régimen episcopal, también
apoyadas con aprobación de muchas obras eruditas, etc.
8
Igualmente, quise poner algunos énfasis en aquellos eventos que con el correr de
los siglos han ido generando ciertas controversias, ya desde el punto de vista científico
como el que es netamente filológico. Así, nos detendremos en la fecha de nacimiento
del Señor, la llegada de los "reyes magos", lo que pasó con algunos apóstoles, entre
otros, y también un extenso análisis del pasaje de Mateo 24 y los textos relacionados en
Lucas 21 y Marcos 16, donde Cristo habla sobre dos eventos, sin delimitar
aparentemente los mismos.
He reproducido, básicamente, lo mejor de cierto número de obras que me han
parecido las más documentadas, como es el caso de La Vida de Cristo, del maestro
cristiano David Roper y Comentario sobre Hechos, del también erudito cristiano J. W.
McGarvey, para los aspectos de la fase terrenal de Jesús y la época de los apóstoles. Las
obras Historia Compendiada de la Iglesia Cristiana, de Juan Fletcher y la
Enciclopedia Ilustrada de Historia de la Iglesia de Vila y Santamaría, me ayudaron, en
un principio, a compilar datos acerca de la actitud de la iglesia. Y especialmente he
considerado conveniente incluir extensas porciones de A History of Christianity, una
historia a-cristiana del destacado y polémico periodista e historiador inglés Paul
Johnson, para analizar más de cerca el proceso en que asciende la que he denominado
"otra ortodoxia". Esta va a terminar con el establecimiento del catolicismo romano y
prácticamente la desaparición de los anales históricos de la presencia de la primitiva
iglesia de Cristo.
Se suma a esto, una buena cantidad de información obtenida de otros libros como
diccionarios bíblicos, comentarios especializados, documentos arqueológicos, léxicos
hebreos y griegos e innumerables notas de diversos autores a los libros del Nuevo
Testamento y a la historia prístina de la iglesia. Al ser esta una obra donde se
reproducen los textos -en numerosas ocasiones se han modificado para hacer más
comprensible la idea que se quiere comunicar-, al final de cada párrafo va a estar
indicado el nombre de la obra si esta es citada una vez, mientras que para los textos que
han servido de base, se utilizará una abreviatura que estará señalada junto a la
bibliografía que se encuentra al final.
He tratado de mantener la cronología de los hechos, de forma que el lector vaya
identificando el entorno de la historia dentro del cual se suceden los acontecimientos.
Cuando los nombres se muestran en negrillas significa que es el momento que le
corresponde en la cronología de la narración y es el párrafo donde se describe con
mayor detalle su rol en la historia. No obstante a ello, muchas veces se remarcó un
nombre, sin recoger esta consideración.
Originalmente, era esta una compilación de datos cronológicos para el uso
exclusivamente personal; es la razón por la que se encuentran algunos párrafos en el
idioma (inglés y alemán) de la obra original. Si es leída por alguien más, estará obligado
a hacer la correspondiente y necesaria traducción, si desea obtener una más amplia
comprensión del párrafo que se esté analizando. No obstante ello, en la revisión final se
9
trató de simplificar al máximo la cantidad de citas sin traducir, para no extenuar al
potencial lector.
No es posible contener en esta obra -ni en ninguna otra-, todos los aspectos de la
vida de Jesús ni de la obra apostólica, y tampoco lo relacionado con la iglesia en el
período que siguió inmediatamente después del término del trabajo apostólico; no ha
sido, por cierto, la intención de este autor. Esa pretensión impediría el acabar la obra.
Pero sí contiene todo el material que un predicador cristiano debiera conocer acerca de
la historia del cristianismo en los primeros siglos, el tiempo en que se fueron
desarrollando las doctrinas y dogmas que hasta nuestros días perviven en las más
diversas manifestaciones y lo acaecido al reino celestial de Cristo en la tierra, en el
principio.
Marzo de 2014
10
PRIMERA PARTE
A n t e s
d e C r i s t o
( Hasta el 36 d. C. )
I. LA HERENCIA GRIEGA
Y EL ASCENSO DE ROMA
Durante 400 años, entre el Antiguo y Nuevo Testamento, hubo dos eventos
históricos sobresalientes que contribuyeron al esparcimiento subsiguiente del evangelio
a través del mundo. Además del pueblo judío, hubo dos grandes grupos nacionales en
los asuntos mundiales: los griegos y los romanos. Primero, las conquistas de Alejandro
el Grande (356-323 a.C.) y el resurgimiento del imperio griego, le dio al mundo un
lenguaje universal. El griego se convirtió en un lenguaje generalmente conocido y
entendido por todo el mundo; y en segundo lugar, el surgimiento del imperio romano,
que estableció la unidad política en sus amplias conquistas y construyó imponentes
carreteras, haciendo accesibles las tierras conquistadas.
“Con la pacificación de sus costas, el Mediterráneo ya no sería para separar sino
para unir las tierras que lo rodeaban. El adelanto de las técnicas de navegación aumentó
la seguridad de transporte marítimo…El transporte de carga por vía marítima no era
costoso y las tarifas aduaneras entre las diferentes secciones del imperio eran reducidas
de manera que no constituían una restricción para el intercambio comercial. La
estabilidad y uniformidad de la moneda, la construcción de buenas vías de
comunicación, la política liberal por parte del gobierno y el resurgimiento de grandes
ciudades comerciales como Corinto y Cartago fomentaron una próspera expansión de la
actividad comercial”. (Bourne. A History of the Romans, pág. 359).
De esta manera, los apóstoles en lo posterior, pudieron viajar por mar y tierra de
una ciudad a otra del imperio. También había un sistema de correo eficaz. Los lectores
habituales de la Biblia recordarán las epístolas de Pablo, Santiago, Pedro, Juan y Judas.
La helenización del mundo precristiano ayudó a preparar el camino para la iglesia del
Nuevo Testamento.
13
La tribu de Judá siempre conservó las Sagradas Escrituras que conocemos como el
Antiguo Testamento, mas, cuando se escribió el Nuevo Testamento, éste no se conservó
en idioma hebreo, ni siquiera en el latín de Roma, sino principalmente en griego. El
griego se había convertido en la lengua de la cultura y la educación más de tres siglos
antes de Cristo. Aun cuando los romanos conquistaron el mundo, respetaron y
conservaron el idioma, la literatura y la arquitectura de los griegos.
El griego era sobre todo, el idioma de los negocios, la educación y la búsqueda de
la verdad. Y el griego, como lenguaje y como cultura estaba transformando la visión del
mundo de la experiencia religiosa romana.
Los judíos, especialmente la aristocracia y las clases educadas estaban muy
helenizados en la segunda mitad del siglo I d.C. Los judíos que vivían fuera de Palestina
pronto convirtieron el griego en lengua propia a preferencia del arameo o aun del latín.
El dialecto griego llamado koine, en el cual están escritos los primeros documentos
cristianos que poseemos, era del dominio común de todos los hombres de comercio y de
cultura de la época. También en Palestina se entendía el griego y era usado en el
comercio y en los negocios, incluso por personas poco educadas. Flavio Josefo observa
que la gran masa del pueblo judío muestra menos inclinación que otras naciones a
aprender idiomas extranjeros. (Antigüedades de los Judíos, XX, 12, 264).
Como los escritos de las Escrituras cristianas inspiradas querían comunicar un
mensaje entendible a todas las personas, se valieron del koiné en vez del griego clásico.
Aunque todos estos escritores eran judíos semitas, su interés no era difundir el
semitismo, sino la verdad del cristianismo, sin importar el vehículo utilizado, y
entendieron que con el lenguaje griego podían alcanzar a un mayor número de personas.
Les facilitaría la comisión de “hacer discípulos de todas las naciones” (Mateo 28:19,20).
Además el koine era un instrumento ideal para expresar con precisión la sutil
complejidad de los pensamientos bíblicos. Los escritores cristianos inspirados
comunicaron al koine fuerza, dignidad y sentimiento debido a la elevada naturaleza de
su mensaje. Las palabras griegas adquirieron un significado más profundo, completo y
espiritual como consecuencia de su utilización en las Escrituras inspiradas.
La época de oro del koine, o griego común, se extendió desde alrededor del año 300
a. C. hasta aproximadamente 500 d.C. Se trataba de una mezcla de diferentes dialectos
griegos, entre los que predominaba el ático. Con el tiempo se convirtió en lengua
internacional, con una importancia que no tenían otras lenguas de la época. Koine
significa “(lengua) común” o “(dialecto) común a todos”. Tal era su extensión, que tanto
los decretos de los gobernadores imperiales como los del senado romano se traducían al
koiné para distribuirse por todo el Imperio Romano. Por ello, la acusación que se fijó en
el madero sobre la cabeza de Jesucristo no sólo estaba escrito en latín, la lengua oficial,
y en hebreo, sino también en griego (koiné) (Mateo 27:37; Juan 19:19,20).
14
“Aunque la mayoría de los judíos rechazaban el helenismo y sus costumbres, de
ningún modo evitaban la relación con los pueblos griegos y el empleo de su idioma…
Los maestros palestinos veían con buenos ojos la traducción griega de las Escrituras,
como un instrumento para llevar la verdad a los gentiles”. (Hellenism, N. Bentwich,
1919, pág. 115). Por supuesto, la Versión de los Setenta se hizo principalmente para el
beneficio de los judíos, en especial para los de la diáspora, que ya no hablaban bien el
hebreo y entendían mejor el griego. Términos de origen griego reemplazarían palabras
del hebreo antiguo relacionadas con la adoración judía. La palabra synagogue, que
significa “juntamiento”, es un ejemplo de la adopción de palabras griegas por parte de
los judíos.
Como la romana, la religión griega había sido en el origen una serie de cultos
urbanos, de demostraciones públicas, de temor, respeto y gratitud hacia los dioses
domésticos del Estado-ciudad. La creación de un estado helénico por parte de Alejandro
había transformado a los estados-ciudades en una dilatada unidad territorial, en que por
regla general el ciudadano libre ya no estaba implicado directamente en el gobierno. Por
lo tanto, disponía de tiempo, de oportunidad y sobre todo de motivo para desarrollar su
esfera privada y explorar sus propias responsabilidades.
Así, descollaban los griegos por su desarrollo intelectual sobre todas las naciones
cultas. Para la poesía épica y dramática, produjo esa raza genios como Homero, Esquilo,
Sófocles y Eurípides. Eran los griegos amantes del color y de la forma y se inspiraban
en los paisajes bellos y salvajes y las costas accidentadas de sus islas. Apeles y Fidias
fueron la encarnación de sus ideales. La lucha prolongada por conseguir la federación
de sus Estados produjo grandes legisladores. Solón es un ejemplo. Eran de
temperamento ferviente, puesto que vivían en una atmósfera de política exaltada y
produjeron oradores como Demóstenes y Esquilo, con la lectura de cuyos escritos se ha
deleitado gran número de estudiantes en edades posteriores. También con Sócrates, a
través de su discípulo Platón. (HIC, p. 10).
Con respecto a los sistemas filosóficos, los griegos se aplicaban mucho al estudio
de la filosofía y el desarrollo de sus sistemas es contemporáneo con su prosperidad
nacional. La manera como Sócrates y Platón trataron las cuestiones del ser humano y su
destino, revela un sentido moral muy profundo. La caída del imperio de Alejandro
separa los dos períodos de la filosofía griega. Durante el primero, que se extendió desde
el año 600 al 324 a.C., y que puede considerarse como breve, aparecieron los
fundadores de la escuela jónica, la primera pitagórica, la eleática, la atomística y la
sofista; cuyo coronamiento fue Sócrates, Platón y Aristóteles con sus sistemas. Del año
324 a.C. al 530 de nuestra era, se extiende el segundo período durante el cual
florecieron y declinaron las escuelas de la decadencia, es decir: la de los estoicos, los
epicúreos, los escépticos, los cínicos y la del neoplatonismo que fundó Plotino. (Íbid.)
Algunos maestros de la iglesia primitiva consideraban el sistema de Platón como
15
homogéneo al cristianismo, especialmente por su concepción de la inmortalidad del
alma. Y así dice Eusebio: “De todos los escritores griegos, Platón es el único que llegó
al vestíbulo del Templo de la verdad y se paró en el umbral”. Justino Mártir, Clemente
de Alejandría, Orígenes y (San) Agustín, en un período remoto, y Schleiermacher y
Neánder, en época reciente, se acercaron a Jesús guiados por Platón.
"La invasión helena de Asia y África provocó, en la vieja Grecia, como
contrapartida, la afluencia de cultos orientales. Aislados al principio, los dioses exóticos
de Egipto, Mesopotamia, Siria y Judea fueron asociados poco a poco a los de Hélade y
el pueblo llegó casi a confundirlos. El ejemplo de Oriente contribuyó a la institución del
culto de los soberanos, bien por iniciativa popular o por imposición de los mismos
reyes. Al mismo tiempo se desarrolló la curiosidad por los métodos astrológicos. De
este sincretismo, en que todas las religiones convivían o se mezclaban, resultó a la larga
una tendencia a la monolatría, como antes había ocurrido con los judíos. La filosofía, en
la que las clases superiores prefirieron fundar sus creencias mejor que en los viejos
mitos, fortaleció tales inclinaciones por su noción abstracta de lo divino. El cristianismo
debía hacer fructificar estos gérmenes depositados en las almas, tanto más fácilmente
cuanto que los cultos de Asia Menor, sobre todo los de Frigia (por la rudeza de sus
ritos), habían hecho ya aceptar las prácticas del ascetismo y a mortificación." (Historia
Universal Larousse, "De Pericles a Alejandro", Ed. Larousse S.A., 1991, pp. 26-27).
En su descripción de la expansión de Roma, cierta obra destacada lo vierte de esta
manera:
Los romanos asimilaban mucho mejor que los jonios las nuevas corrientes del
pensamiento; como los espartanos, a quienes se asemejan en otros aspectos. Los
romanos daban más importancia a la ética que a la estética. El romano era, ante todo,
un hombre cumplidor. El deber era el objeto de su vida: lo que le daba sentido. La
grandeza de los romanos radica en la creación de su Estado y en su estructura social.
Por otra parte, la política es el terreno adecuado para que un hombre decidido encuentre
toda clase de éxitos. (Historia Universal Carl Grimberg, "Roma, poderosa y
legendaria", Ed. Daimon, copyright por P. A. Norstedt & Söners, 1967, pp. 5).
Griegos y romanos se complementaron mutuamente. Su íntegro carácter constituía,
a la vez, su fuerza y su debilidad. La admiración que sentimos por la Hélade no debe
hacernos olvidar la incapacidad de los pueblos griegos para realizar la unidad política.
De la misma manera, pecaríamos de cortedad espiritual si reprochásemos a los romanos
el no haber producido ninguna obra de arte, como las de Fidias, Praxiteles y Lisipo, o no
haber escrito obras semejantes a las de Homero, Sófocles y Aristófanes. Sería -dice
Teodoro Mommsen, el gran historiador de Roma- totalmente ilógico, desde el punto de
vista histórico, alabar a los griegos y desdeñar a los romanos, o viceversa; la encina
tiene tanto derecho a existir como la caña. No se trata de ensalzar o despreciar las dos
creaciones políticas más impresionantes que nos ha dado la Antigüedad, sino de
16
comprenderlas; comprender que sus defectos son el reverso de sus cualidades. Lo
admirable es que, felizmente para la humanidad, las orillas del mismo mar Mediterráneo
hayan acogido a dos pueblos cultos de naturaleza tan dispar como griegos y romanos:
idealistas los griegos; lleno de sentido práctico los romanos. (Íbid., p. 6).
La filosofía comenzó a orientarse cada vez más hacia la conducta íntima. Así, bajo
el impulso del genio griego, se inauguró una era de religión personal. Lo que hasta ese
momento había sido sólo cuestión de conformismo tribal, racial, urbano, estatal o –en el
sentido más laxo- social, ahora se convirtió en tema de preocupación individual. ¿Quién
soy? ¿Adónde voy? ¿Qué creo? Por lo tanto, ¿qué debo hacer? Se tendía cada vez más a
hacer esas preguntas, y lo hacían no sólo los griegos. Los romanos estaban sufriendo un
proceso análogo de emancipación respecto del deber cívico absoluto... En las escuelas
se destacaba cada vez más la importancia de la enseñanza moral, sobre todo la de origen
estoico. Se redactaban listas de los vicios y las virtudes, y de los deberes de los padres
hacia los hijos, de los maridos hacia las esposas, de los amos hacia los esclavos, y
viceversa. (HC, pp. 19-20).
Pero, por supuesto, esto era mera ética, que en esencia no se distinguía de los
códigos municipales de conducta, porque la corrupción moral del Imperio Romano a la
llegada del cristianismo había llegado a su colmo; las costumbres morales más rígidas
de la República habían desaparecido ante la licencia desenfrenada de las del Imperio;
los excesos de aquella época eran tales, que los satíricos hubieron de escribir bajo la
dirección de sus maestros, Juvenal y Persio, exponiendo a sus paisanos al escarnio de
todo el mundo. Se creía que las dotes intelectuales de la mujer eran de grado inferior ,
pero que más doble y traidora que el hombre. Tan sueltos eran los lazos del matrimonio,
que apenas tenía éste el carácter de un contrato civil. Menospreciaban la niñez, el hurto
se consideraba como una virtud en los niños, siempre que éstos pudieran robar sin que
los descubrieran. Según el parecer de los paganos, los niños no eran sino máquinas para
librar batallas en lo futuro. (Íbid., p. 20; HIC, p. 13).
"Asimismo, la esclavitud, que existía por todas partes, era una de las bases de la
estructura política y social. Según Demetrio Falero, el año 309 a.C. había en Ática
veinte mil ciudadanos y cuatrocientos mil esclavos. En la opinión de los romanos éstos
no eran seres racionales o personas, sino cosas, semejantes a perros echados junto a sus
perreras. Los ostiarii, esclavos encadenados, cuidaban las puertas de las moradas de los
ricos. Cuando moría asesinado un caballero y no podían encontrar al criminal, se daba
por supuesto que éste era un esclavo y, a fin de que no escapara sin castigo, se mandaba
ejecutar a todos los esclavos de la casa con sus mujeres y sus hijos. Tácito refiere que
cuando se asesinó a Pedanio Segundo, fueron condenados a la pena capital nada menos
que cuatrocientos esclavos inocentes. Por todo el imperio tenían esclavos, y los muchos
prisioneros que hacían en las guerras aumentaban continuamente el número del de los
que había en Roma." (HC, pp. 19-20; HIC, p. 14).
Considerando esto y otros contrastes, las escuelas griegas y romanas no habrían
17
podido responder a interrogantes ahora consideradas fundamentales; cuestiones que se
centraban en la naturaleza del alma y su futuro, y en la relación del alma con el universo
y la eternidad.
"La religión propiamente romana carecía de dogma, pero sus ritos tradicionales
debían ser respetados. Por lo demás, la conciencia era libre. La única limitación residía
en la prohibición de introducir nuevos cultos sin autorización del Senado; los cultos
extranjeros sólo se celebraban fuera del pomerium. Cuando las ceremonias ordinarias
parecían impotentes para contener las calamidades públicas, se consultaban los Libros
Sibilinos, recopilación de oráculos griegos, introducidos durante la monarquía por la
sibila de Cumas. A los antiguos ritos fueron agregados divinidades y ceremonias
nuevas; el lectisternio o comida de los dioses, las suplicaciones (plegarias y ritos en los
que todo el pueblo, sin distinción, podía tomar parte, etc.) alteraron el espíritu de la
vieja religión." (IR, pp. 34-35).
En un comienzo, los romanos no se preocuparon de hacerles estatuas ni de
representárselos con una forma especial. Al parecer, les bastaba con tener el nombre de
un ser superior a quien pedir ayuda. Pero la influencia de los griegos y su mitología
terminó por imponerse. Así, los dioses romanos adquirieron también formas humanas y
se hicieron populares las leyendas de sus aventuras. De esta manera, y con el tiempo, los
dioses griegos fueron sometidos a un proceso sincrético con los dioses de Roma: así
Zeus se identificó con Júpiter, Afrodita con la Venus de Milo, Ares con Marte y más de
un dios romano copió de los griegos sus leyendas.
"A partir de esto, el panteón griego y el panteón romano van a parecer, a primera
vista idénticos. La única diferencia sería el nombre, latino o griego, dado a cada
divinidad. Pero los romanos de la Antigüedad pagana no veían las cosas del mismo
modo, y las equivalencias o asimilaciones que solemos apreciar en la larga lista paralela
son una mera aproximación. Apolo, un dios griego importado, fue visto en Roma
durante largo tiempo como divinidad de la Medicina, mucho más que del Sol. Al
identificarse con el Ares helénico, Marte mantuvo su propio y antiquísimo carácter de
dios guerrero; pero durante siglos los romanos lo veneraron también como divinidad
agraria. Baco no es romano: su nombre es sólo la romanización de un grito que se
coreaba en las fiestas de Dionisio; en este caso, la divinidad griega suplantó por
completo al antiguo dios itálico Liber Pater, y tampoco podemos hablar de fusión. Lo
que los romanos copiaron literalmente de los griegos fueron las representaciones de los
dioses, cuando los antiguos numina adquirieron caracteres antropomórficos." (RM, p.
1031).
"Los restos augustos del templo de Saturno podrían recordar, si fuese necesario,
quela religión en Roma, se adelanta a la política. Saturno sería el más antiguo de los
dioses italianos, dios de la hoz y de la podadera, dios de las sementeras y de la viña, que
hizo reinar desde temprano la edad de oro en el Lacio. Se lo festeja en diciembre
18
durante siete días de francachela que marcarán siempre el calendario de las festividades
europeas. Hay intercambio de regalos entre amigos, se hacen fiestas en las casas, todo el
mundo bebe, se hacen bromas de mal gusto, la gente se emborracha. Después... el orden
vuelve a imperar." (Rr, p. 26).
Comparación inevitable a las fiestas navideñas actuales, ya que aquí se sienta el
origen de ellas. Nos referiremos más extensamente a esto cuando narremos la llegada
del Mesías.
"Si bien la religión romana no es una religión de la alegría, tampoco es una religión
del terror, y menos aún de la licencia; es una religión práctica y en cierta mediad
racional. Esos sacerdotes graves que llevan al sacrificio a un buey inmaculado, con la
cabeza adornada con guirnaldas, no son los servidores de una magia confusa. Deben
cumplir, en honor del dios, ritos precisos, y en compensación el dios les concederá su
protección o apartará de ellos su cólera. En seguida, después de la inmolación, hombres
y dioses consumirán juntos la carne despedazada. Los hombres se atracarán de carne y
los dioses aspirarán el olor de las entrañas, del hígado y de algún buen pedazo que será
quemado sobre el altar. Los dioses especializados exigen, para servicios determinados,
invocaciones escrupulosas. El agricultor debe dirigirse a Sterculino cuando abona su
campo, a Vervactor cuando rotura por primera vez, a Redarator cuando lo hace por
segunda vez, a Sator cuando siembra." (Íbid., p. 26).
"Las creencias de los romanos tenían bien poco que ver con nuestras ideas de
religión y moral. Su relación con los dioses más parecía una cuestión de negocios que
un asunto espiritual. Las reglas estaban bien claras: se suponía que los fieles rendían
honores y sacrificios a la divinidad y ésta, a cambio, los protegía y les brindaba sus
favores. Si el dios no concedía lo que se le había pedido, los romanos tampoco
cumplirán con los sacrificios que le habían ofrecido. Esto era tan en serio que el pueblo
llegó a destruir imágenes de dioses 'poco cumplidores' en algún momento" (Toda la
Historia de Roma, Ministerio de Educación para Enseñanza Básica y Media, Ed. La
Tercera, 1984, p. 25).
Además de pragmática, la religión romana es complaciente. La aparición de los
dioses nuevos no provoca la huida de los viejos dioses. Las grandes divinidades del
Olimpo, Poseidón-Neptuno, Afrodita-Venus, Hermes-Mercurio, venidas con los
etruscos o los griegos del sur, se llevan bien con Flora, Carmenta, Robigo, Termino y
las innumerables divinidades antiguas de las campañas. Los romanos, para estar seguros
de no olvidar a ninguno, llegaron inclusive a elevar un misterioso altar al "dios
desconocido" , y el destino dado a la isla Tiberina constituye la prueba cabal de su
amplitud de espíritu. En 291 a. de J. C., en efecto, para alejar una peste terrible se envía
una embajada a buscar una serpiente sagrada a Grecia, a Epidauro, santuario-hospital de
Asklepios, antiguo médico que habría vivido hacia 1200 a. C. y que fue iniciado en el
arte de utilizar las plantas medicinales por el centauro Quirón. La leyenda afirma que no
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sólo sanaba con las plantas, sino que lo hacía también con el "cuchillo" y con la
"palabra": administraba pociones con aquéllas (en los casos de úlceras, por ejemplo),
pero también sajaba y desbridaba las llagas, explorándolas con una sonda que había
inventado. En cuanto a las palabras, tenían algo de sicoterapia. Según parece, Asklepio
trataba las enfermedades síquicas: recomendaba a tales enfermos escuchar música,
cantos o poemas, asistir a representaciones cómicas, practicar deporte (esgrima,
equitación, caza, etc.). (Rr, pp. 26; Enciclopedia Larousse, Descubrimientos e Inventos,
Ed. Larousse S. A. de C.V., 1999, p. 575).
A los numerosos templos que Grecia consagró en época posterior a Asklepio, como
este de Epidauro, acudían a dormir los enfermos, para encontrar en sueños al dios de la
medicina y recibir así su consejo. Y dice la leyenda que, a la mañana siguiente, se
marchaban curados. Además de la serpiente, son sus atributos también el gallo, el
bastón y la copa. (Larousse, op. cit.).
A su llegada a Roma el reptil benéfico se desliza fuera de la nave que lo
transporta y llega a nado hasta la isla del Tíber. La isla entera quedará consagrada al
dios. La forma alargada de la isla permite imitar la nave que hizo el famoso peregrinaje.
La extremidad sudeste se convierte en proa de piedra, aun visible bajo el
amontonamiento de casas, y en el centro se levanta un obelisco que representará el
mástil. Se erige un templo a Asklepios, latinizado con el nombre de Esculapio. La
estatua del dios con la serpiente ocupará un lugar de privilegio. Pero los romanos
construyen también allí otro santuario, dedicado a una divinidad latina por excelencia:
Veiovis, y sin duda resulta extraordinario que la isla, posteriormente, haya sido siempre
preferida por los enfermos. (Rr, pp. 26-27).
Casi al mismo nivel que la isla, sobre la margen izquierda, la República construye
varios templos que serán descubiertos sólo en 1926-1930, bajo la plaza llamada "Largo
Argentina". Uno de ellos, de forma circular, estaba dedicada sin duda a Hercule Custos,
Hércules Custodio. Consagración particularmente propicia en este lugar de abordaje y
de desembarque, en contacto a la vez con los vecinos de la Etruria y con los de la Gran
Grecia, devotos unos de Ercle y otros de Heracles. (Íbid. p. 27).
Sorprendente paradoja: mientras que los templos más famosos de la Roma de los
Césares han desaparecido para siempre o sólo quedan de ellos algunas altas columnas,
dos santuarios mucho más antiguos han permanecido intactos, si bien guardan
celosamente el secreto de su consagración. Siempre en la vecindad del Tíber, caro a los
dioses, porque lo fue sin duda para los viajeros, el templo llamado durante mucho
tiempo "de la Fortuna viril" muestra sus formas elegantes y sus armoniosas
proporciones. ¿Fue elevado por las matronas a la diosa Fortuna a fin de que ella les
conservara el afecto de sus maridos? Se dice que su perennidad obedece a que el tiempo
quiso convertirlo en el templo de las coquetas. A pocos pasos, un encantador edificio
que ha recibido a menudo -sin ningún fundamento- el nombre de templo de Vesta, y que
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posiblemente estuvo dedicado al culto del sol, presenta su rotonda magníficamente
conservada... (Está) enmarcado por una puerta enorme de cuatro caras dedicada a Jano.
Acertada consagración, pues Jano es el dios de doble rostro, uno vuelto hacia el
exterior, otro hacia el interior, patrono de las puertas y, por lo tanto, de los puertos y de
las rutas terrestres y fluviales, dios a la vez peligroso y benévolo. (Íbid. p. 28).
De una religión formalista, jurídica, basada en el do ut des (es decir, dirigiéndose al
dios, "doy para que me des"), se pasó a una religión más interiorizada, más adecuada a
las necesidades íntimas de los individuos. La Magna Mater, simbolizada por la piedra
negra de Pesinonte, llegó al Palatino en 204, los oráculos sibilinos habían ordenado ir a
buscar a esta divinidad frigia, que no es otra que Cibeles, madre de todos los dioses. Al
llegar a puerto,la nave que transporta la efigie sagrada toca fondo. Hubiera encallado
definitivamente si una matrona, Claudia Quintia, no hubiese tirado de la nave, atando un
cabo a su cintura. Pronto llegaron también los dioses de Oriente, y las autoridades se
alarmaron por el carácter secreto de sus ceremonias, en las que vieron ocasión de
desenfreno, de crímenes y de conspiraciones políticas. La guerra de Mitrídates introdujo
a la diosa de Comana y su sanguinario culto, el de Baco y sus orgías produjeron
desórdenes que el Senado se vio obligado a reprimir en 193 (o 186) y donde centenares
de adoradores de Dionisio son detenidos y ejecutados: es el "escándalo de las
Bacanales". Luego en 43, se veneró a la Isis egipcia, dando comienzo a lo que los
historiadores llaman "religiones de misterio" o sencillamente "misterios". (IR, pp. 34-
35; Rr, p. 31; RM, p. 1030).
Estas formas sincréticas de religiosidad no centraban su fe en los viejos dioses del
Olimpo -Zeus, Poseidón, Afrodita, etc.- sino en otros dioses de carácter más personal.
En los siglos anteriores, antes que se desatara el espíritu sincretista y cosmopolita, cada
cual era devoto de los dioses del país en que había nacido. Pero ahora, en medio de la
confusión creada por las conquistas de Alejandro y de Roma, cada cual tenía que decidir
a qué dioses le iba a prestar atención. Cada uno de estos dioses de los "misterios" tenía
sus propios devotos, que eran los que se habían iniciado en sus cultos. (JG, Vol. I, pp.
33-34).
Por lo general, cada una de estas religiones se basaba en un mito acerca de los
orígenes del mundo, o de la historia del dios en cuestión. De Egipto provenía el mito de
Isis y Osiris, según el cual el dios Seth había matado y descuartizado a Osiris, y después
había esparcido sus miembros por todo Egipto. Isis, la esposa de Osiris, los había
recogido, y dado nueva vida a Osiris. Pero los órganos genitales de Osiris habían caído
en el Nilo, y es por esa razón que el Nilo es la fuente de fertilidad para todo Egipto.
También por esa razón, algunos de los devotos más fervientes de este culto se mutilaban
a sí mismos, cortándose los testículos y ofreciéndolos en sacrificio. Entre los soldados
era muy popular el culto a Mitras, un dios de origen persa cuyos mitos incluían una
serie de combates contra el sol y contra un toro de carácter mitológico. En Grecia
existían desde tiempos inmemoriales los misterios de Eleusis, cerca de Atenas. Los
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misterios de Atis y Cibeles incluían un rito de iniciación llamado "taurobolia", en el que
se maraba un toro y se bañaba al neófito con su sangre. Dado el carácter sincretista de
todos estos cultos, pronto unos se mezclaron con otros, hasta tal punto que hoy día es
aún difícil distinguir las características o las prácticas de uno de ellos en particular.
Además, estos dioses no eran celosos entre sí, como el Dios de los judíos y de los
cristianos, y por tanto hubo quienes se dedicaron a coleccionar misterios, haciéndose
iniciar en uno tras otro de estos cultos. (Íbid.)
Todas las causas que corrompieron la política romana actuaron sobre la religión.
La filosofía vino a abrir al espíritu romano nuevos horizontes, pero engendró el
escepticismo.
Pero los dioses más cotidianos, los más honrados o los más invocados no han
dejado ningún gran monumento. Son los dioses domésticos, los Lares, encargados de
velar por la familia, la llama del hogar, la casa y su jardín, también a Vesta, diosa de la
tierra, se atribuye ser diosa del hogar, guardiana de la castidad, patrona de la ciudad y de
la familia y los Penates, a quienes se confía la despensa, fueron objeto de un culto
doméstico, amable y conmovedor. Ningún acto escapó a la acción divina. Pero el
romano era formalista, y el culto se resentía de este formalismo, tanto como de las
supersticiones mágicas. No se rogaba a los dioses -como ya vimos-, sino que se pactaba
con ellos y se les comprometía por medio de fórmulas y gestos capaces de
coaccionarlos. (Rr, p. 28; IR, p. 34).
Los ritos minuciosos de la religión requieren un material abundante: la lámpara que
arde en el santuario, el jarro para el agua lustral, el mazo para aturdir a las víctimas, el
cuchillo para degollarlas. Los augures, sacerdotes encargados de interpretar los signos
de la naturaleza, fenómenos meteorológicos y vuelo de los pájaros, tienen a su
disposición pollos, cuyo apetito constituye una preciosa indicación, y un bastón torcido
y sin nudos, en forma de trompa, el lituus, con el que trazan sobre el suelo el templum
espacio indispensable para sus observaciones. Los flamines no pueden honrar a Júpiter
sin cubrirse la cabeza con un gorro blanco en forma de mitra, hecho de la piel de un
animal inmolado, y coronado por el apex, vara de olivo recubierta de lana. (Rr, p. 28-
29)
El romano, que durante toda su vida obedece los preceptos de una religión
minuciosa y rígida, puede mostrar más fantasía en la elección de su última morada,
siempre situada fuera de la ciudad. Generalmente dispone que se le incinere, pero quiere
que su urna funeraria sea colocada en un columbarium colectivo (generalmente
familiar), o bien en un monumento individual, cripta o tumba-altar. No le asusta la
extravagancia. La tumba de Virgilio Eurysaces imita la forma de un horno de panadería
y ha sido decorada con bajorrelieves que describen escrupulosamente la panificación. Es
uno de los monumentos más singulares que haya producido jamás el arte funerario. Pero
los herederos del maestro panadero no se han propuesto inspirar ironía o envidia a los
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vivos; han querido aplacar al difunto. El temor a los muertos es también uno de los
fundamentos de la religión romana. Y hasta en el mismo hogar se honra a los manes.
Para festejarlos públicamente, en febrero, durante nueve días, se paralizan todas las
actividades y se cierran los templos, mientras que en mayo se celebran durante tres
noches las Lemurias, que tienen la virtud de conjurar a los espectros. (Íbid., p. 29). De
esta manera, se ponía en fuga a los muertos más recalcitrantes o más aterradores.
Las Lemurias eran solemnes expiaciones por el asesinato cometido por el primer
rey; las Quirinales eternizaban su entronización. Las danzas sabinas se celebraban en
honor del escudo que los dioses habían lanzado a los romanos desde el cielo.
"Los gestos y las fórmulas que había que enunciar estaban prescritos
minuciosamente, porque la eficacia de la oración y de la ofrenda exigía una exactitud
perfecta. Más que en el interior de los templos, los cultos públicos tenían lugar al aire
libre, en altares de piedra, y debían desarrollarse con el mismo cuidado. El ciudadano o
el magistrado que ofrecían el sacrificio estaban asistidos por un sacerdote y seguían sus
instrucciones al pie de la letra." (RM, p. 1030)
Toda esta forma de culto era "una especie de animismo que concebía la presencia de
un espíritu para cada cosa o actividad, pero que no les daba ninguna apariencia
antropomórfica (numina). Las fiestas estaban íntimamente relacionadas con los
diferentes hitos del año agrícola. Nada conducente a una exaltación poética, bien al
contrario de Grecia, la religión autóctona de los romanos era la de un toma y daca con
los espíritus, que a cambio de quedar satisfechos por el reconocimiento de sus poderes
en cada campo concreto, protegían a la familia, sus actividades y posesiones." (V&E, p.
1017).
Por otra parte, la religión del Estado giraba alrededor de deidades tutelares y
protectoras, como Júpiter, Marte y muchos otros dioses y diosas. Gradualmente se fue
estableciendo la religión estatal. Al principio los cultos eran dirigidos por el cabeza de
familia, que oficiaba de sacerdote, y en cada vivienda había un altar con una llama
siempre encendida donde se veneraba el alma de los antepasados; el Estado asumió el
culto, utilizándolo para sus propios intereses. "El templo erigido en la colina Capitolina,
en el mismo centro de Roma, vino a ser el centro oficial de la adoración de una tríada
divina que simbolizaba la majestad religiosa del Estado." (Íbid.).
El sacerdocio, electivo en lugar de hereditario como en Grecia, estaba compuesto
de una jerarquía de flámines para los dioses más importantes; por otra parte, el colegio
de pontífices, que estaba presidido por el pontifex maximus, vino a ser el guardián de la
ley sagrada, manteniendo el secreto del calendario de fiestas. Éste era notificado al
pueblo de mes en mes. Estos eran los llamados Annales Maximi, cuya redacción tenía a
su cargo, era una especie de anuario histórico con los principales eventos de cada año.
El orden de pontífice proviene del puente construido sobre el Tíber por Ancus Martius,
23
y que fue entregado al cuidado de los sacerdotes. Casi todas las fiestas romanas estaban
consagradas a su historia.
La voz pontifex es muy antigua en latín (Pons-Pontis = Puente; y el sufijo Ífice =
Constructor) y la creación de este colegio sacerdotal data de la primitiva época de los
reyes, atribuyéndosele a Numa su creación. Cuando Julio César, tras la guerra civil,
asumió el control del poder, tuvo buen cuidado de atribuirse, además del título de
dictator perpetuus, la función de pontifex maximus, que sin duda le serviría de ayuda
para la reforma juliana del calendario, para cuya regulación necesitó alargar el año 46 a.
C. hasta 445 días. A partir de entonces, el cargo de emperador llevaría anexo la función
de pontifex maximus.
"Así, cada acto y función del Estado vino a revestirse de significado religioso. Los
generales ascendían la colina del Capitolio para consagrar en el templo de Júpiter el
botín conseguido. Las mismas asambleas para elecciones o para la discusión de
legislación no podían ser convocadas hasta que los augurios no fueran favorables, de la
misma manera que el general en el campo de batalla no debía iniciar el combate hasta
haber recibido las bendiciones de los auspicios. De esta manera, los Augures vinieron a
ser una institución oficial en Roma." (Íbid.).
Luego, Roma pasó de los antiguos numina, que en manos del Estado habían ido
adquiriendo una concepción más y más antropomorfa, a la identificación de ellos, uno
por uno, con los dioses de la jerarquía del Olimpo. "Sin embargo, la clase intelectual,
aun asumiendo las formas del politeísmo, pasó mayormente a favorecer distintas
escuelas de pensamiento filosófico griego, con todas sus concepciones de la "nueva
academia" que, con Carneade, enseñó a Roma el desprecio por lo sagrado, y que
empezó, con un corrosivo cinismo, a minar las bases morales de aquella sociedad en sus
clases dirigentes. La religión en Roma vino más y más a centrarse en el culto al Estado,
encarnado posteriormente en la persona del emperador. Ya establecido el imperio bajo
Augusto, Virgilio, en su obra Eneida, conecta la familia Julia, a la que pertenece el
emperador, con Eneas de Troya. Según el mito, Eneas era hijo de Afrodita /Venus, que
era a su vez hija de Zeus /Júpiter. Así, en esta obra se glorifica a la familia Julia, y por
ende a Augusto y a los demás emperadores julianos, como descendencia directa de
Júpiter y, por tanto, divinos." (Íbid.).
En cuanto a este matiz que estaba siendo alcanzado, el historiador John Lord
comenta:
"La superstición llegó a su culminación en Roma, ya que ahí se veían sacerdotes y
devotos de todos los países que dominaba: ´hijas de Isis, de tez morena, con tambor y
pandereta y porte sensual; devotos del Mitra persa; eunucos asiáticos; sacerdotes de
Cibeles, con sus danzas frenéticas y gritos discordes; adoradores de la gran diosa Diana;
cautivos bárbaros, con los ritos del sacerdocio teutónico; sirios, judíos, astrólogos
24
caldeos y hechiceros tesalienses´" (Beacon Lights of History, vol. III, 1921, pp. 366,
367).
La devoción a estas religiones y sus desenfrenadas orgías dieron paso a que los
romanos, tanto la plebe como la clase alta, abandonaran totalmente la virtud y la
rectitud. Según Tácito, entre la clase alta estuvo la adúltera y asesina esposa del
emperador Claudio, Mesalina. (Anales, XI, 1-34).
Entonces, cuando fracasó la República, el nuevo emperador se convirtió, ex officio,
en el pontifex maximus, y esto significaba que el sacerdote no podía ser ya un simple
funcionario encargado de las relaciones entre los hombres y los dioses sino un mediador
y un manipulador de almas. Subsistía el culto oficial, pero no era ya el que podía dar
satisfacción al sentimiento religioso. No obstante, una nueva forma del culto oficial, el
de Roma y Augusto, fue el que estableció en todo el imperio un lazo religioso, poderoso
y común. (HC, pp. 18-19).
Después de la muerte de César, el Senado romano generalmente votó la
divinización de un emperador, con la condición de que hubiese tenido éxito y fuese
admirado, un testigo debía jurar que había visto el alma del muerto elevarse hacia el
cielo desde la pira funeraria. Pero el sistema que unía a la divinidad con el gobierno se
observaba más en la letra. Los emperadores que afirmaron su propia divinidad mientras
aún vivían –Calígula, Nerón, Domiciano- no fueron tan honrados tras la certeza de que
habían muerto; y la veneración obligatoria a un emperador viviente tenía más
probabilidades de aprobación en las provincias que en Roma. Incluso en las provincias,
los sacrificios públicos eran sencillamente una genuflexión rutinaria de homenaje al
gobierno; no imponían una carga de conciencia a la gran mayoría de los ciudadanos y
los súbditos de Roma. (Íbid.)
"Nuestro país está tan poblado de divinidades, que es mucho más fácil encontrar en
él a un dios que a un hombre", comentó una vez Petronio, un escéptico novelista
romano de la época de Nerón. "En realidad, en la antigua Roma se rendía culto a más de
30.000 dioses y genios (seres protectores de los hombres y las cosas)" (Toda la Historia
de Roma, p. 25).
Pero en toda esta maraña de formas religiosas estaba sobresaliendo con más fuerza
el culto al emperador deificado. Este culto se practicaba especialmente en las
provincias, donde se edificaban templos en los que se le ofrecían sacrificios al igual que
a un dios.
"El culto al emperador iba a ser la fuerza más trascendental de la religión del mundo
romano hasta la adopción del cristianismo", escribe George Botsford. Una inscripción
hallada en Asia Menor dice del emperador: "Es el Zeus paterno y el salvador de toda la
raza humana, que contesta todas las oraciones, y hace más de lo que pedimos. Pues la
25
tierra y el mar disfrutan de paz; las ciudades florecen; en todas partes hay armonía y
prosperidad y felicidad". Este culto desempeñó un papel importante en la persecución
de los cristianos, con respecto a quienes el mismo escritor dice: "El que rehusaran a
adorar al Genius, o espíritu custodio del emperador, se interpretaba como un acto impío
y traidor" (A History of Rome, 1905, pp. 214, 215, 263).
Sin embargo, en el ámbito imperial el credo cívico del Estado, obligatorio
pero marginal, dejó amplia libertad a la mente colectiva. Todos los hombres podían
tener y practicar una segunda religión, si así lo deseaban. O, dicho de otro modo, el
culto cívico obligatorio posibilitaba la libertad de cultos.
“El sistema gubernamental de los romanos se oponía a la existencia de entidades
políticas independientes en las naciones sometidas al imperio. Por otra parte, rara vez
intervenían en los asuntos religiosos de sus súbditos o aliados si las religiones no
perturbaban la paz ni instaban a la barbarie…Era parte de la tradición política romana el
ganarse la buena voluntad de las otras naciones respetando a sus dioses” (Jackson-Lake,
The Beginnings of Christianity, pág. 199).
Resumiendo, y como en todas las religiones antiguas, los sacerdotes romanos eran
profesionales que debían conocer los ritos y las palabras capaces de mantener la pax
deorum. Con raíces que se pierden en la noche de los tiempos, la organización de los
sacerdotes en colegios permitió esa estricta especialización. En la cúspide estaban los
pontífices (que pasarían de 5, en los primeros tiempos de Roma, a 16 en la época
imperial); uno de ellos, el pontífice máximo era el jefe de la religión romana. Los 15
flamines eran los sacerdotes de los grandes dioses. Al culto de Marte se consagraban 12
salios, que acompañaban sus danzas con salmodias que nadie comprendía. 20 feciales
ajustaban las relaciones diplomáticas y ejecutaban los ritos de la declaración de guerra.
10 especialistas (decenviros), que llegarían a ser luego 15 (quindecenviros),
conservaban los oscuros libros sibilinos y los interpretaban en tiempos de crisis. Los 12
lupercos defendían la ciudad de los lobos y, con sus ritos, hacían fecundas a las
mujeres. Los 12 arvales practicaban un culto arcaico a Ceres. Las 7 vestales mantenían
vivo en el Foro el fuego de la ciudad: se las elegía a los diez años y debían permanecer
vírgenes, so pena de ser enterradas vivas. (RM, p. 1032).
Para conocer la voluntad de los dioses, los romanos recurrían a los augures y a los
arúspices. Estos son especialistas en examinar las entrañas de los animales sacrificados.
El augur (que forma parte de un colegio de 9 miembros y posteriormente de 15) es el
ayudante de los magistrados: a la hora de tomar una decisión importante (solicitar el
voto de la asamblea, entrar en batalla...), consulta los presagios Con su bastón curvo
marca en el cielo un área sagrada y observa el vuelo de los pájaros en ella. O tal vez
halle la respuesta de los dioses en el apetito de los pollos sagrados. (Íbid.)
A lo largo de casi diez siglos, todos estos sacerdotes desempeñaron su oficio,
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independientemente de las crisis y de los cambios de mentalidad: el estado y la sociedad
confiaban la supervivencia a la ejecución estricta de unas liturgias. (Íbid.)
Ciertamente, estas nuevas formas de asociación religiosa voluntaria tendían a
desarrollarse en ciertos sentidos particulares y significativos. Cada vez más se veía a los
nuevos dioses como “Señores”, y sus adoradores como servidores, se acentuaba el culto
del gobernante, con el rey-dios como Salvador y su entronización como el alba de la
civilización. Sobre todo, había una acentuada tendencia al monoteísmo. Pero había
ciertas anomalías en todos los sistemas. Y los esfuerzos frenéticos destinados a llenar
esos vacíos provocaban la desintegración, y por lo tanto daban lugar a más cambios.
(HC, p. 21).
II. EL PUEBLO HEBREO
Precisamente en este punto del desarrollo observamos la importancia fundamental
de la gravitación judía sobre el mundo romano. Pues los judíos no sólo tenían un dios;
tenían a Dios. El pueblo de Israel era la única nación del mundo que antiguamente creía
en un solo dios. Habían resistido con infinita fortaleza y a veces con hondos
sufrimientos las tentaciones y los estragos originados en los sistemas politeístas
orientales. Su historia está llena de triunfos y grande esplendor, pero que contiene a la
vez las narraciones de muchas derrotas. Cuando salieron los israelitas de la servidumbre
de Egipto y llegaron a Palestina, se regían por la forma de gobierno teocrática, que más
tarde degeneró en una monarquía, y ésta, después de fallecido Salomón hacia 932 a.C.,
se dividió en dos reinos: el de Israel y el de Judá, desapareciendo la unidad tanto en el
gobierno como en la fe. Habían vencido los asirios a los israelitas y los babilonios a los
judíos, ambas naciones fueron llevadas cautivas al valle del Tigres y del Eufrates. De las
tribus -eran diez- que formaban el reino de Israel, solamente una parte muy pequeña
volvió a su patria. En 539 a.C. Ciro el persa derrotó a Babilonia y permitió que los
judíos volvieran a establecerse en su tierra y reedificaran el Templo de Jerusalén.
Aunque un resto respondió, la mayoría de los judíos permanecieron bajo la influencia
de la sociedad babilónica. Después los judíos fueron afectados por la cultura persa. Por
consiguiente, florecieron poblaciones judías en el Oriente Medio y alrededor del
Mediterráneo.
Por el año 350 a.C. se estableció una colonia de israelitas a la orilla del Mar Caspio.
Durante el reinado de Seleuco Nicanor, de 312 a 280 a.C., se trasladó a Siria una vasta
población de judíos. En ese intervalo, tan lleno de ansiedades, entre el reinado de
Alejandro el Grande y el año 70 d.C. emigraron en colonias a Mesopotamia, Asiria,
Armenia, Asia Menor, Creta, Chipre y las islas Egeas. En Lidia y en Frigia, las colonias
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israelitas ascendían al número de dos mil familias; conservando, por lo general, su
identidad nacional. La población judía más numerosa, fuera de Palestina, estaba en el
África septentrional: en Egipto, Libia y Cirene. Su centro principal era Alejandría, en la
que se establecieron multitudes de judíos aun durante el reinado de Alejandro, su
fundador, que mandó nada menos que ocho mil samaritanos a la Tebaida.
En cada comunidad brotó una nueva forma de adoración en torno a la sinagoga,
centro en que se congregaban los judíos en cada pueblo. En el siglo I se encuentran
sinagogas en todos los lugares donde se hallaban los judíos. Incluso las comunidades de
israelitas de ciudades poco importantes fuera de Israel las tenían. Por ejemplo,
Salamina, en Chipre (Hechos 13:5), Antioquía de Pisidia (13:14), Iconio (14:1), Berea
(17:10). Las sinagogas eran frecuentemente numerosas en las grandes ciudades como
Jerusalén (Hechos 6:9) y Alejandría. Estas comunidades vivían con independencia del
Estado, y administraban sus asuntos religiosos y civiles por sí mismos, sometiéndose,
sin embargo, a la legislación del país. Un consejo de ancianos dirigía la sinagoga y la
asociación religiosa que ella representaba (Lucas 7:3-5). La dirección del culto, el
mantenimiento del orden y el cuidado de las cuestiones materiales incumbían a varias
personas, entre ellas: el principal de la sinagoga, los limosneros, etc.
Durante los siglos II y III a.C. las encontramos atestiguadas en las más diversas
partes de Egipto; en Alejandría había muchas en las cinco partes de la ciudad; también
había gran número de ellas en Roma y, por supuesto en Antioquia. Era famoso el
esplendor de la sinagoga principal de Alejandría, de gigantescas proporciones, con sus
setenta y un asientos para los dirigentes o miembros de la Gerousía. A los ojos del
público, las sinagogas correspondían a los templos de las demás religiones; con
frecuencia tenían grandes vestíbulos donde se exhibían las grandes ofrendas, las
inscripciones honoríficas de importancia pública y objetos de parecida índole; por
ejemplo, los de bronce que había en la sinagoga principal de Antioquia, a la cual se los
devolvieron los sucesores de Antíoco VI para sellar el nuevo período de colaboración.
De Alejandría, refiere Filón, que fueron destruidas por la furia antisemita, numerosos
objetos que en las sinagogas se ostentaban y que provenían de la corte imperial, tales
como escudos, coronas e inscripciones.
La parte principal del culto en las sinagogas lo constituía la lectura de la Torah o
Pentateuco, establecida ya para los días festivos, en tanto que en los sábados se
efectuaba una lectura continuada de todas las Escrituras, aún no regulada por entonces
de una manera uniforme. La Torah ocupaba un lugar de honor en la sala del culto y en
la época de Jesús se la leía en hebreo en Palestina y en griego en todas las comunidades
helenísticas, como las de Alejandría y las de Roma. La Misná (Meguilá 4:1,2) también
habla de la práctica de leer perícopas (pasajes) de los profetas, que recibían el nombre
de las Haftarot, cada una servía de fundamento para una ulterior exposición. Cuando
Jesús entró en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, se le dio uno de los rollos que
contenían las Haftarot para que lo leyese, después de lo cual comentó sobre lo leído,
28
como era la costumbre (Lucas 4:17-21). La predicación tenía ya su importancia en la
sinagoga helenística de principios del Imperio Romano, como se demuestra por los
múltiples escritos judeo-helenísticos y restos de obras fundamentales homiléticas.
En torno a este núcleo de proclamación de la Palabra de Dios se agrupaba una
multiplicidad de oraciones y alabanzas. La lengua hebrea tan solo era obligatoria en las
partes más solemnes del culto, como la bendición de Aarón. Los banquetes
comunitarios formaban parte importante de la vida de los judíos de la diáspora, como lo
afirma el historiador Flavio Josefo. Y, aunque algunos historiadores aseguran que esta
situación restaba importancia al templo reconstruido en Jerusalén, otros indican que
toda esta vida religiosa estaba aglutinada por el templo de Jerusalén, al cual acudían, al
menos anualmente, los judíos de Palestina, y cuando podían, los judíos de la diáspora.
En más de un aspecto, era Jerusalén centro de la atención del judaísmo mundial. En
sus oraciones diarias, los judíos se ponían en dirección a Jerusalén. Todo varón judío
entregaba anualmente una ofrenda de medio shekel para el templo de Jerusalén, lo cual
constituía una obligación que todos estaban orgullosos de cumplir. Los acomodados
contribuían con sumas generosas. Refiere el filósofo judío Filón, que en casi todas las
ciudades había una caja de recaudación y que en determinada época, los dineros eran
transportados por personalidades de relieve.
Los judíos daban a las sinagogas el nombre de “casa de reunión”. Todavía existen
ruinas de estos edificios en Galilea. Estos edificios, de forma rectangular, estaban
orientados de sur a norte. La fachada meridional presentaba una gran puerta, flanqueada
por dos puertas más pequeñas; cuatro hileras de columnas dividían el interior en cinco
naves. En 1934, en el curso de unas excavaciones, se descubrió la sinagoga de Dura-
Europas, en la ribera derecha del Eufrates, junto a la carretera de Alepo a Bagdad. Una
inscripción indica una fecha del 245 a.C. Esta sinagoga presenta unos frescos notables
que ilustran escenas bíblicas; allí se puede ver una de las fuentes de inspiración del arte
cristiano primitivo.
Tan fuerte como la vinculación al Templo y a la santidad de Jehová, era la
vinculación del judaísmo de la diáspora a las autoridades doctrinales de Jerusalén. Por
entonces, la interpretación que el partido de los fariseos hacía de la Torah, gozaba en las
juderías del extranjero del mismo prestigio que en la patria Palestina. (Véase Hechos de
los Apóstoles 9:2 y 28:21).
Nuestro conocimiento de lo acontecido con los judíos durante los 400 años entre el
Antiguo y Nuevo Testamento, de los cuales la Biblia guarda silencio, se deriva
mayormente de lo escrito en el libro llamado Antigüedades de los Judíos, publicado
alrededor del año 93 d.C. Su autor, Flavio Josefo, que es el nombre en latín de Yoseph
ben Mattityahu, (37-¿100?), es un historiador judío que escribió en la segunda parte del
primer siglo después de Cristo. El libro consta de varios tomos que cubre toda la
29
historia de Israel desde la Creación hasta la destrucción de Jerusalén, en 70 d.C. Los
libros de Josefo que más nos interesan para la historia durante los 400 años de
“silencio”, son los tomos xi, xii y xiii. Es por esto, una de las fuentes más importantes
para conocer también la historia judía del siglo I de esta era, y nos provee de material
precioso para entender mucho de los acontecimientos mencionados en los escritos de los
apóstoles.
Nacido en el año primero del reinado de Calígula, en su autobiografía dice que
proviene de una familia de la clase alta sacerdotal, recibió una esmeradísima educación
con los mejores rabinos de Jerusalén. Sus inquietudes espirituales lo llevaron a indagar
en las diversas escuelas o sectas en las que se dividía el judaísmo, estuvo tres años en el
desierto bajo la dirección de un ermitaño llamado Banos, y frecuentó también las
comunidades de los esenios, concluyendo por adherirse a los fariseos. Político hábil, se
ganó la confianza de las autoridades del Templo, donde entró a trabajar, y en el año 64,
lo enviaron a Roma, en una embajada destinada a lograr la liberación de unos sacerdotes
encarcelados por el procurador Félix, el mismo que es mencionado en los Hechos de los
Apóstoles. Había comenzado su carrera de abogado a los 26 años, y este cometido en
Roma lo logró gracias a la amistad con Popea, mujer de Nerón, simpatizante con el
judaísmo.
Flavio Josefo se adhirió a la causa de los romanos y el lector de sus obras puede ver
bien claramente cómo en sus libros adula a los emperadores Tito y Vespasiano. Cuando
los judíos se levantaron en rebelión contra los romanos, en el año 66, Flavio Josefo se
unió a los rebeldes para pasarse después al bando de los invasores, y se marchó a Roma
juntamente con Tito, después de la toma de Jerusalén por las tropas romanas, en el año
70. Allí se le concedió la ciudadanía romana y tomó el nombre de Flavio en honor de su
protector, que era de la familia de los Flavio. En Roma, y en lengua griega, escribió sus
cuatro obras:
-La Guerra de los Judíos, donde da relación de la historia de los judíos desde los
Macabeos hasta la destrucción de Jerusalén, ocupando la mayor parte del libro la última
revuelta que llevó a la destrucción del Templo y de Jerusalén.
-Las Antigüedades Judías, es una obra que expone, en veinte libros, la historia general
del pueblo judío. El autor da una gran cantidad de preciosos detalles acerca del período
desde los Macabeos hasta Herodes. Su tendencia habitual es acercar, en el plano
cultural, al pueblo judío a los griegos y romanos. Compara las concepciones de los
rabinos con las ideas de los filósofos griegos. El célebre pasaje sobre Jesús (18:2-4), que
ha sido objeto de mucha discusión, no parece ser una interpolación total, ya que en la
antigua versión árabe existe, aunque sin el entusiasmo con que aparece en las versiones
occidentales.
-El escrito Contra Apión es una defensa del judaísmo, lleno de datos útiles acerca de las
30
creencias y costumbres de los judíos de la diáspora.
-Finalmente, en Mi Vida trata de justificar la posición que adoptó en la guerra entre
judíos y Roma. Su pueblo lo consideró como un renegado, aunque al parecer de la
mayoría de sus biógrafos, actuó inteligentemente porque comprendió lo desesperada e
imposible que había sido la revuelta judía contra Roma. De esta obra publicó, en el año
100, una segunda edición.
Las obras de Josefo fueron muy estimadas por los cristianos. Hombre de
mentalidad cosmopolita, tiene a veces una visión escéptica de las cosas. Flavio Josefo
nos proporciona un material importantísimo para comprender los hechos relativos a la
caída de Jerusalén.
Contemporáneo de los discípulos de Cristo, en su obra hace referencia a la vida,
obra y doctrina de personajes bien conocidos por la historia bíblica, como Herodes el
Grande, Santiago y Juan el Bautista. Su estilo es pomposo, pero su no militancia en el
cristianismo lo hace una fuente particularmente preciosa para el estudio de los orígenes.
Otros libros que vale la pena leer son I y II Macabeos, de los libros apócrifos, y
otros muchos historiadores y escritores griegos y romanos.
Como otros estados del Medio Oriente, la Palestina judía había caído en manos de
Alejandro de Macedonia en 332 a.C., quien se apoderó del Oriente Medio en una
conquista relámpago, y fue bien recibido por los judíos cuando llegó a Jerusalén. Flavio
Josefo relata que cuando Alejandro llegó a Jerusalén los judíos le abrieron las puertas y
le mostraron la profecía del libro de Daniel –escrita más de 200 años antes-, que
claramente describía las conquistas de Alejandro como “el rey de Grecia”
(Antigüedades, libro xi, cap.viii, 5). Después, el pueblo de Israel se había convertido en
botín de las luchas dinásticas que siguieron a la muerte de Alejandro en 323 a.C. Desde
320 a.C. tuvieron que sufrir más de una vez las consecuencias de las rivalidades entre
los reyes Seléucos de Siria y los Ptolomeos de Egipto. Cuando se habían sometido a la
monarquía greco-oriental de los Seléucidas, aún habían resistido con éxito la
helenización. A partir de 169 a.C., Antíoco Epífanes (rey de 175 a 164 a.C.) les
persiguió con crueldad. Su intento de imponer las normas helénicas a Jerusalén, y sobre
todo al Templo, había provocado la revuelta armada. Decidido a exterminar el judaísmo
de una manera definitiva, al invadir Jerusalén mató atrozmente a 40.000 judíos en tres
días, saqueó el Templo de Jerusalén el 167, forzando su entrada al Lugar Santísimo, y
erigió una estatua de Zeus Olímpico en el recinto sagrado, y ofreció cerdos sobre el altar
como ofrenda quemada.
"Hubo entonces y perduró a lo largo de este período, un partido helenizador en los
judíos, una corriente ansiosa de someterse a la máquina procesadora cultural. Pero
nunca formó la mayoría, y precisamente a la mayoría apelaron los hermanos Macabeos
31
contra los Seléucidas; y así se apoderaron de Jerusalén, y en 165 a.C. limpiaron el
Templo de las impurezas griegas". (HC, p. 22).
Matatías, un sacerdote anciano retirado en el pueblo de Modin, y sus hijos Juan, por
sobrenombre Gaddis; Simón, llamado Tasi; Judas Macabeo; Eleazar; Abarón y Jonatán
Apfos, fueron los valientes líderes en la lucha por la independencia judía. El primer reto
y Epífanes fue abiertamente desafiado, cuando su comisionado trató de obligar al
pueblo a participar en ritos paganos. Matatías, como representante del pueblo, indignado
rehusó hacerlo, mató al comisionado y huyó a un retiro en las montañas de Judea, e hizo
un llamado al pueblo para que lo siguieran todos juntos, haciendo un esfuerzo por
alcanzar la libertad.
En menos de un año, el viejo guerrero murió, y su hijo Judas lo reemplazó en la
lucha. “Macabeus” es de la palabra hebrea maqqaba que significa “martillo” y fue dado
como sobrenombre a Judas. Bajo su dirección inspiradora y su fe restaurada en Dios,
cada ejército que fue enviado contra ellos cayó derrotado, hasta que al fin Judas
Macabeo tuvo éxito en romper el yugo del invasor extranjero, estableciendo la
independencia de los judíos. A consecuencia de las victorias de Judas, Antíoco IV
Epífanes firma un tratado por el que concede autonomía a la provincia judía, en abril
(Abib) del año 165 a.C. La primera preocupación de los judíos fue la de purificar el
Templo, profanado por los paganos, el 25 de diciembre (Quisleu) del 165,
restableciendo en Jerusalén el sacrificio diario. En la época de Cristo se seguía
celebrando la Fiesta de la Dedicación (Chanukah), que recordaba este acontecimiento
(Juan 10:22). Esta celebración anual (que se celebra hasta hoy) dura ocho días a partir
del 25 de Quisleu y es observado en todo el país. Una característica especial de esta
fiesta consiste en iluminar los hogares, de ahí que se llame también to phota, “las
luces”.
La familia macabea gobernó entonces por un período de cien años. Había empezado
con Matatías y luego Judas, una dinastía de sumos sacerdotes-gobernantes que continuó
hasta el tiempo de los romanos, quienes reconocieron el cargo como una posición
política y escogieron y nombraron a alguien favorable a ellos para esa posición. Esta
línea de sumos sacerdotes fue llamada la de los Asmoneos, nombre del abuelo de
Matatías (más o menos mítico) y continuó hasta el tiempo de los romanos. Matatías fue
líder un año (167-166); le siguió Judas, con quien se volvió a restaurar parte del
esplendor del Templo, como en los días antiguos.
Los sucesores de Antíoco continuaron la lucha contra la independencia judía,
invadiendo la tierra con gran ejército y determinaron la destrucción del reino
reconquistado; el hermano de Judas fue asesinado, y después de otro año de
penalidades, desaliento y confusión, Judas hizo la primera alianza con Roma, ciudad
que se estaba convirtiendo rápidamente en un poder dominante.
32
Judas admiraba la organización y el poder de los romanos, y así sus seguidores
abrigaron la esperanza de restablecer el antiguo esplendor de la época de David. Judas
pereció en una batalla el año 161. Jonatán, su hermano, le sucedió en un momento en
que dos pretendientes se estaban disputando el trono de Siria: Demetrio y Alejandro
Balas. Este último trató de conseguir el apoyo de Jonatán, hasta entonces un proscrito, y
le propuso el reconocimiento oficial como “sumo sacerdote del pueblo” y gobernador
general de Judea. Así fue puesta a un lado la línea de Aarón; se había desacreditado
después de haber ejercido este ministerio a lo largo de trece siglos. Jonatán concertó
alianzas con Esparta y Roma y reforzó las fortificaciones de Jerusalén. Fue asesinado a
traición por Trifón, general sirio, el 142, que quería apoderarse del trono. Simón, el
último de los cinco hijos de Matatías, tomó entonces el poder. Hizo una alianza con el
monarca Demetrio II, ofreciéndole su apoyo para eliminar al general Trifón (que
interferiría en los planes del reino seléucida) a cambio del reconocimiento de la total
independencia de Judea. Se selló el trato en 142 a.C. y por primera vez hubo un Estado
judío independiente desde la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, en 607 a.C.
Simón se apoderó de la ciudadela de Jerusalén, que habían ocupado los sirios durante 26
años. El puerto de Jope quedó bajo el control de los judíos; el comercio se desarrolló y
vino una etapa próspera. El sumo sacerdocio hereditario fue dado oficialmente a la
familia de los Asmoneos, es decir, Simón gobernó como rey (aunque se dice que no usó
el título) y sumo sacerdote. Simón murió de manera trágica, asesinado por su yerno
Ptolomeo, el 135. A Simón lo sucedió el hijo de Jonatán, Juan Hircano (135-106 a.C.).
En el año 130 a.C. el reino seléucida empezó a declinar y el reino de Judá ya nunca
más tuvo que preocuparse por él. La larga lucha del pueblo judío por la libertad de
conciencia había sido ganada. Con esto el reino macabeo pasó de la defensiva a la
expansión imperialista. Juan Hircano ocupó territorios situados al este del Mar Muerto y
luego conquistó Idumea, obligando a los idumeos a aceptar el judaísmo a punta de
espada, estos descendientes de los edomitas llegaron a ser los más patriotas de los
judíos. Juan Hircano dejó de pagar el tributo a los reyes de Siria, que habían ido
perdiendo más y más poder, y empezó a acuñar monedas. Invadió también Samaria
(107), que en gran parte era una ciudad griega, destruyendo el templo erigido sobre el
monte Gerizim. Los fariseos (que hasta entonces habían recibido el nombre de
Hassidim, “piadosos”) esperaban al Mesías y desde los días del exilio habían sostenido
que el anhelado rey ideal pertenecía a la casa de David. Los Macabeos no descendían de
la casa de David, sino que eran levitas, por lo que para ellos el mesianismo era una
traición y los fariseos, todos traidores, por esto Juan Hircano se alió con los saduceos.
Estos provenían sobre todo de los grupos cercanos al sumo sacerdote; pertenecían a la
clase noble, y pretendían descender del sacerdote Sadoc. Querían adaptarse a las
circunstancias y alentaban las tendencias helenizantes. A la muerte de Juan Hircano, el
reino macabeo se amplió con la conquista de Galilea, alcanzando su máxima extensión
(104 a.C.).
33
En reinados posteriores, los Macabeos se aliaron con los fariseos, lo que trajo la paz
interna al reino, ya no existía la preocupación por los seléucidas ni por los tolomeos,
pero quedaba una gran potencia en el mundo mediterráneo y era peligrosa: Roma. El
siguiente gobernante fue Aristóbulo (105-104 a.C.), ambicioso y carente de escrúpulos,
asumió el título de rey. Dejó morir de hambre en la cárcel a su propia madre y dio
muerte a uno de sus hermanos. Murió de enfermedad después de un año de reinado.
Alejandro Janneo (104-78 a.C.) se mostró también cruel, disoluto y dominante.
Hubo un momento en que su territorio abarcó más extensión que el de las antiguas Doce
Tribus. Sostenido por los saduceos y aborrecido por los fariseos, tuvo que afrontar una
cruenta guerra civil durante seis años. Por primera vez los judíos aplicaron la
crucifixión: Alejandro Janneo hizo crucificar a 800 de los principales fariseos en
Jerusalén. Su viuda Alejandra (78-69 a.C.) le sucedió en el trono y gobernó con
prudencia. A su muerte, sus dos hijos se disputaron el poder: el primogénito, el débil
Hircano II, había sido designado como rey y sumo sacerdote; el menor, Aristóbulo II,
desencadenó una guerra civil para ponerse en su lugar. El jefe idumeo Antipatro fue
inducido a intervenir, y en el curso de esta lucha ambos hermanos recurrieron al
arbitraje de Pompeyo (106-48 a.C.) y del poderío romano. Pompeyo, que a la sazón se
encontraba en el Asia a la cabeza del ejército romano, llegado ante Jerusalén el 63 a.C.
tomó partido por Hircano II. Se apoderó de la ciudad después de un sitio de tres meses,
masacrando a continuación a 12.000 judíos, atreviéndose además a penetrar en el
Templo hasta el Lugar Santísimo. Según Tácito, se quedó asombrado al no encontrar
nada tras el velo: ni estatua, ni objeto alguno de adoración (vacam sedem, inania
arcana: un santuario vacío, ausencia de misterios). Siguiendo la costumbre de los
romanos, tomó posesión del país y, reduciendo Judea a provincia romana, la añadió al
imperio.
Podemos ver en este acontecimiento que el judío practicante era esencialmente
homo religiosus además de funcionario del culto patriótico. Los dos aspectos incluso
podían chocar, y así Pompeyo pudo derribar los muros de Jerusalén, principalmente
porque los elementos más rigurosos del conjunto de defensores judíos rehusó empuñar
las armas durante el sabbath.
Después de esto, Hircano II, mantenido en su cargo de sumo sacerdote, tuvo que
cambiar su título de rey por el de “etnarca”, y contentarse con gobernar el pequeño
territorio de Judea. Galilea y Samaria vinieron a ser provincias distintas: había
terminado la independencia judía, y Pompeyo llevó a Roma, en su cortejo triunfal, a
Aristóbulo II, rey de los judíos. Hircano II (63-40 a.C.) fue sólo un juguete en las
manos de Antipatro, a quien Roma había designado como procurador. Un hijo de
Aristóbulo, Antígono (40-37 a.C.) consiguió imponerse por un cierto tiempo con la
ayuda de un ejército parto, pero el Senado romano había designado rey de Judea a
Herodes (el Grande), hijo de Antipatro. Este se había apoderado del trono de Judea en
43 a.C. y seis años más tarde, en 37, consiguió apoderarse de Jerusalén. Para conseguir
34
esto último fue a Samaria para casarse con la princesa Mariamne, hermana de
Aristóbulo, quien debía haber tenido el trono de Israel. El tío de Mariamne, Antígono,
fue príncipe en Jerusalén y fue conquistado y decapitado por Herodes. Entre los muchos
que Herodes mató por traición o sospechas de complot fueron miembros de su familia,
incluyendo a su tío, su suegra, su cuñado, su esposa Mariamne, sus dos hijos que tuvo
con ella, Alejandro y Aristóbulo, y otro hijo llamado Antípater; además de acabar con
todo el linaje de los Macabeos, quienes tenían derecho legítimo al trono. Herodes era el
tipo de hombre con el que Roma prefería tratar, al extremo de que los romanos
aceptaron y ratificaron el arreglo de Herodes, que fue dividir el reino después de su
muerte entre tres hijos: Arquelao, que recibió a Judea, Herodes Filipo y Herodes
Antipas. Esta división, por supuesto, no agradó a los simpatizantes de los Macabeos.
Los que eran fieles a ellos se enfurecieron por estos hechos y formaron el grupo de los
cananistas o zelotes, para levantar armas contra los opresores a la manera de Judas
Macabeo muchos años antes. Causarían mucho escándalo por una acción violenta en el
año 6 d.C. en la región de Galilea. Quiranos, el delegado de Roma, fue para implantar
un censo con el fin de cobrar impuestos a la nación, y Judas el galileo con Sadoc, un
fariseo, encabezaron la revolución que resultó en una lucha que los romanos ganaron
fácilmente y donde Judas mismo murió. Simón Pedro, uno de los discípulos de Jesús,
era miembro de los zelotes y es muy probable que Barrabás y los ladrones que murieron
con Jesús fuesen miembros de este grupo. En 6 d.C. Judea debió ser puesta bajo la
custodia directa de los romanos, con una sucesión de procuradores; durante la década
del 60, todo el sistema se fragmentó, en una desastrosa revuelta y una sangrienta
represalia, y el ciclo se repetiría durante el siglo siguiente, hasta que Roma, exasperada,
arrasó Jerusalén hasta los cimientos y la reconstruyó como una ciudad pagana. Los
romanos nunca resolvieron el problema palestino.
De todos modos, especialmente durante las primeras décadas del gobierno de
Herodes el Grande, la relación de Roma con los judíos fue provechosa. Como hemos
visto, ya existía una enorme diáspora judía, sobre todo en las grandes ciudades del
Mediterráneo oriental: Alejandría, Antioquía, Tarso, Efeso, y en casi todos los sectores
del imperio. Una multitud de exiliados se había establecido en Babilonia y en las
numerosas ciudades del Asia Menor, en Chipre, Creta y otras islas del Mediterráneo, en
las ciudades de Grecia, en Iliria y otras poblaciones de Italia. La propia Roma contaba
con una nutrida y próspera colonia judía. De hecho, la primera colonia establecida allí la
formaron los cautivos que llevó allí Pompeyo. Se les señaló un barrio en la ciudad, que
se conoce con el nombre de Il Ghetto, y el cual han ocupado desde entonces. Julio César
les concedió grandes privilegios: fueron declarados libertos (libertini); tenían sus
sinagogas, observaban sus festividades y guardaban el sábado como día sagrado.
“Seguían el ejemplo de los fenicios, donde hubiera posibilidades de ganancia en los
negocios y el comercio, pululaban los mercaderes judíos” (George Park-Fisher, The
History of the Christian Church, p. 14).
35
Durante los años de Herodes, la diáspora se extendió y floreció. El imperio le
otorgó a los judíos la igualdad de oportunidades económicas y la libertad de
movimientos de los bienes y las personas. “El derecho a la propiedad y los derechos
individuales estaban bien protegidos. Aunque era frecuente que las naciones
conquistadas se quejaran (con razón) de la rapacidad de los gobernadores provinciales
-ya que con Octavio Augusto, fundador del Imperio Romano, éste fue dividido en
provincias, administradas por un gobernador representante del emperador- y
generalmente estaban protegidos contra los conflictos internos y las invasiones
extranjeras. Gozaban además de una mayor estabilidad social y alcanzaron un nivel más
alto de civilización. La comunicación militar, comercial y literaria con los confines del
imperio se mantenía gracias a un sistema de vías cuidadosamente construidas…La
seguridad y las facilidades de viaje durante el reinado de los césares eran mejores que
en cualquier período subsecuente hasta el siglo xix” (Schaff, History of the Christian
Church, vol. I, p. 81).
Los judíos formaron comunidades acaudaladas dondequiera que los romanos habían
impuesto la estabilidad. Y en Herodes tenían a un protector generoso e influyente. A los
ojos de muchos judíos era un individuo sospechoso, y algunos rehusaban reconocerle
en absoluto como judío; no a causa de su vida privada voluptuosa y sobremanera
violenta, sino por sus vínculos helénicos. No cabe duda de que Herodes trató de
recuperar el favor de los judíos. En Jerusalén construyó el Templo según el doble de la
escala de Salomón. Esta empresa enorme y grandiosa aún estaba incompleta a la muerte
de Herodes, en 4 a.C., y fue terminada en vida de Jesús. Era una construcción amplia y
costosa, incluso de acuerdo con las normas de la arquitectura romana, y fue uno de los
grandes espectáculos turísticos del imperio: un impresionante símbolo de una religión
áspera, viva y dinámica. Herodes se mostró igualmente generoso con los judíos de la
diáspora. En todas las grandes ciudades les suministró centros comunitarios y dotó y
construyó veintena de sinagogas, la nueva forma de institución religiosa, donde se
celebraban servicios para los dispersos. En las grandes ciudades romanas, las
comunidades judías suscitaban una impresión de riqueza, de poder creciente, de
confianza en ellas mismas y de éxito. En el sistema romano eran excepcionalmente
privilegiadas. Muchos judíos de la diáspora ya eran ciudadanos romanos, y desde los
tiempos de Julio César, que los admiraba mucho, todos los judíos gozaban de los
derechos de asociación. Ello significaba que podían reunirse para celebrar servicios
religiosos, cenas y festines comunitarios, así como para promover cualquier actividad
social y caritativa. Los romanos reconocieron la intensidad de los sentimientos
religiosos judíos, pues de hecho los eximieron de la observancia de la religión oficial.
Se permitió que los judíos, en lugar del culto al emperador, demostrasen su respeto al
Estado ofreciendo sacrificios en bien del emperador. Fue una concesión única. Y cabe
extrañar que no provocara mayor hostilidad. Pero en general los judíos de la diáspora
eran admirados e imitados, más que envidiados. No eran en absoluto humildes. Cuando
lo preferían, eran muy capaces de representar un papel dirigente en la política
municipal, sobre todo en Egipto, donde contaban quizá con un millón de
36
individuos. Algunos realizaron carreras notables al servicio del imperio. Entre ellos
había apasionados admiradores del sistema romano, como el ya citado historiador
Josefo, o el filósofo Filón -a quien conoceremos más adelante-, que trató de armonizar
la teología judaica con la filosofía griega.
En oposición a todo esto, los judíos de Judea, y aún más los de regiones semijudías
como Galilea, tendían a formar grupos pobres, atrasados, oscurantistas, de mente
estrecha, fundamentalistas, incultos y xenófobos, los judíos de la diáspora eran personas
expansivas, ricas, cosmopolitas, bien adaptadas a las normas romanas y a la cultura
helénica, conocedores de la lengua griega, cultos y abiertos a las ideas.
Asimismo, en notable contraste con los judíos de Palestina, se mostraban ansiosos
de difundir su religión. En general, los judíos de la diáspora trataban de conquistar
prosélitos, y a menudo lo hacían apasionadamente. Durante este período, por lo menos
algunos judíos persiguieron metas universalistas, y abrigaron la esperanza de que Israel
fuera “la luz de los gentiles”. La adaptación griega del Antiguo Testamento, o Versión
de los Setenta, fue la que se utilizó más en las comunidades de la diáspora.
Durante la época del exilio el hebreo había desaparecido como lengua común, por
lo que los escritos bíblicos no podían ser leídos por los judíos de Alejandría, cuya
lengua era el griego. Así, alrededor del año 270 a.C. empezaron a aparecer los libros
bíblicos en una versión en griego. Una tradición citada por primera vez por el pseudo
Aristeas, dice que la traducción se preparó en tiempos de Ptolomeo II Filadelfo, rey de
Egipto entre los años 285 y 246 a.C., a petición suya, por setenta y dos sabios palestinos
designados al efecto por el sumo sacerdote Eleazar, con destino a la Real Biblioteca de
la Isla de Faro, en Alejandría. La versión se efectuó en setenta y dos días y fue aceptada
por la comunidad judía. Más aún, se dice que cada uno de los setenta y dos sabios
tradujo la Escrituras Hebreas separada e independientemente, y que cuando se
compararon las traducciones se halló que eran todas idénticas. Fue llamada la Versión
de los Setenta o Septuaginta, de una palabra latina que significa “setenta”. La Versión
de los Setenta, a menudo citada con los numerales romanos LXX, presenta una cierta
unidad de estilo en los libros del Pentateuco, pero los demás, como los profetas, son
diferentes en lengua y en estilo, si bien coinciden en rasgos comunes a la lengua griega
de la dispersión o diáspora.
La amplia difusión de la LXX en los siglos siguientes indica que nos hallamos ante
una versión autorizada y fiel dentro de las técnicas de la época y que mereció la
aprobación de las autoridades de Jerusalén. Si bien la primera autoridad la tiene el
original hebreo, es cierto que la Versión de los Setenta se usaba en todas partes donde se
hablaba el griego. Esta tiene algunos libros más que la Biblia hebrea y algunos pasajes
añadidos a los de Daniel y Ester que nunca han sido aceptados por los judíos. Cabe
indicar también que Ptolomeo III Everéter, hijo y sucesor del anterior y que reinó en
Egipto entre 246 y 221 a.C., también se mostró tolerante hacia los judíos. Tal es así que
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al volver de Babilonia, después de conquistar la región de los ríos Tigres y Eufrates, se
detuvo en Jerusalén, en 241 y presentó ofrendas en el altar del Templo.
Los judíos helenísticos produjeron escritores que se esforzaron por penetrar en la
cultura griega. En el siglo I a.C., un historiador pagano, Alejandro Polihistor, publicó
una antología de escritores, algunos de ellos judíos y dicha colección la insertó
parcialmente siglos más tarde, el historiador cristiano Eusebio de Cesarea, en su
Preparatio Evangelica, una obra de apologética. Anteriormente, Clemente de
Alejandría había usado la obra de Alejandro. De no ser así, se hubiese perdido hasta la
memoria de algunos de los más antiguos escritores laicos judíos de la antigüedad. El
grupo abarca autores que van desde Demetrio (222-205 a.C.) hasta algunos tratadistas
sobre la sabiduría, florecidos alrededor del año 100 antes de la era cristiana.
Muchos doctores de la ley judía, y quienes eran educados por ellos, admiraban la
cultura griega y también las filosofías morales de los estoicos, corrientes en aquella
época. Pero las Escrituras no les dejaban separarse de Dios y sus enseñanzas, ni
contaminarse con las enseñanzas gentiles. Se quedó en la idea de unir en una forma u
otra las filosofías y las Escrituras. Ciertas filosofías, por ejemplo, de Aristóteles, estaban
de acuerdo con la Biblia y creció la idea de que los grandes filósofos habían aprendido
de las Escrituras; así la puerta se abrió un poco para que los intelectuales de Israel
estudiaran los libros antes prohibidos para ellos. Para que pudieran justificar la lectura
de la literatura griega, trataron de ver en las Escrituras, las filosofías griegas por medio
de un sentido simbólico profundo que mostraba verdades filosóficas. El resultado fue
que los doctores tenían más interés en la letra de las Escrituras que en el espíritu en el
cual fueron escritas. Para muchos, las Escrituras llegaron a ser como un mero código y
las historias una muestra de las hazañas de hombres algo similar a los héroes del poeta
griego Homero (siglo VIII a.C.), mientras el temor de Dios fue olvidado.
Los caracteres bíblicos fueron héroes nacionales, ejemplos no más para mostrar
rebelión, etc., y todo tenía un efecto de glorificar a Israel y de efectuar un espíritu de
superioridad sobre otras naciones. Con el fin de aumentar este espíritu, algunos
filósofos judíos, incluyendo a Aristóbulo, rey de Judea, buscaron e introdujeron ideas de
literatura judía que glorificaban a sus héroes como los del ya mencionado Homero.
Algunos ya existían como Sabiduría, Susana, Bel y el Dragón, etc., pero en aquella
misma época fueron escritos los libros de los Macabeos y Judit. Con una sola
excepción, todos fueron escritos con falsos nombres de autores. A pesar de ser libros
populares, porque eran como libros griegos, nunca fueron aceptados como inspirados
por Dios por los religiosos. Ellos les dieron el nombre de Libros Apócrifos, que quiere
decir “no auténticos”; en otras palabras, dudosos de inspiración divina. Hay catorce
libros apócrifos. Desafortunadamente, algunos fueron incluidos en copias de la
traducción original de los Setenta, años después de la traducción en Alejandría. Fueron
hechos por los griegos, a quienes no les importaba la inspiración, ni la pureza de las
Sagradas Escrituras.
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Estos libros apócrifos fueron autorizados por la Iglesia Católica en el Concilio de
Trento, en el año 1545, y desde luego los han considerado como inspirados. Parece que
los autorizaron, sobre todo, para oponerse a Martín Lutero, que había declarado éstos
como falsos y no inspirados.
Por tanto, ya para el siglo IV a.C. había inestabilidad en la comunidad judía, y eso
la hizo presa del oleaje de una cultura no judía que inundaba al mundo mediterráneo y
se extendía aun más allá. Las aguas emanaban de Grecia, y el judaísmo emergió de ellas
con prenda de vestir helénica. El autor judío Max Dimont resume así ese período de
interacción de las culturas griega y judía:
“Enriquecidos con el pensamiento platónico, la lógica aristotélica y la ciencia
euclidiana, los eruditos judíos consideraron la Torah con nuevos instrumentos para
ello… Procedieron a añadir la razón griega a la revelación judía”. (HD, p. 214).
Filón proyectó en su filosofía el concepto de una misión gentil y escribió
gozosamente: “No hay una sola ciudad griega o bárbara, ni un solo pueblo, en los que
no se haya difundido la costumbre de la observancia del sabbath, o en que no se
respeten los días festivos, las ceremonias de las luces y muchas de nuestras
prohibiciones". Esta afirmación, en general era válida. Aunque es imposible ofrecer
cifras exactas, es evidente que por la época de Cristo, los judíos de la diáspora
superaban, lejos, a los que vivían en Palestina: quizás en la proporción de 4,5 millones
al millón. Los que estaban unidos de un modo o de otro a la fe judía formaban una
proporción importante de la población total del imperio, y en Egipto, donde tenían
posiciones más sólidas uno de cada ocho habitantes era judío. Es interesante saber que a
principios de la era cristiana el 10% del mundo mediterráneo era judío. Estas cifras
muestran claramente el impacto del proselitismo judío. Y una elevada proporción de
estas personas no pertenecía a la raza judía. Tampoco eran judíos integrales en el
sentido religioso: es decir, pocos estaban circuncidados ni se esperaba de ellos que
obedeciesen todos los detalles de la ley. La mayoría estaba formada por noachides, o
individuos temerosos de Dios. Reconocían y veneraban al Dios judío, y se les permitía
reunirse con los feligreses de las sinagogas para aprender la ley y las costumbres judías.
Se admiraba a los judíos por la estabilidad de su vida de familia, por su adhesión a
la castidad al mismo tiempo que evitaban los excesos del celibato, por las relaciones
impresionantes que mantenían entre padres e hijos, por el valor peculiar que asignaban a
la vida humana, por su aborrecimiento del robo y su escrupulosidad en los negocios.
Pero aún más sorprendente era su sistema de beneficencia comunitaria. Siempre habían
mantenido la costumbre de remitir fondos a Jerusalén para ayudar al mantenimiento del
Templo y el auxilio a los pobres. Durante el período de Herodes también desarrollaron,
en las grandes ciudades de la diáspora, complicados servicios de bienestar social para
los indigentes, los pobres, los enfermos, las viudas y los huérfanos, los prisioneros y los
incurables.
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Relato de historia eclesiástica rev.

  • 1. L. Villegas López U n R e l a t o d e H i s t o r i a E c l e s i á s t i c a L o s I n i c i o s d e l C r i s t i a n i s m o Recopilación Cronología
  • 2.
  • 3. Los Inicios del Cristianismo San Fernando, 1995 Revisado y Modificado, 2014
  • 4.
  • 5. I n d i c e Prólogo.......................................................................................................................... 7 Primera Parte Antes de Cristo (Hasta el 36 d. C)......................................................................................................... 11 I. La Herencia Griega y el Ascenso de Roma.................................................. 13 II. El Pueblo Hebreo......................................................................................... 27 III. Una Nueva Era............................................................................................. 45 1. El Nacimiento.................................................................................. 45 2. Los Magos........................................................................................ 50 3. La Estrella de Belén......................................................................... 52 4. Jesús de Nazaret............................................................................... 55 5. La Traición de Judas........................................................................ 61 6. La Pasión de Cristo........................................................................... 63 7. Historicidad de Jesús........................................................................ 76 8. Muerte y Resurrección..................................................................... 82 Segunda Parte Era Apostólica (36 d. C. - 100 d. C.).................................................................................................... 97 I. El Tiempo de la Iglesia................................................................................. 99 1. La Destrucción de Jerusalén............................................................ 153 2. Hermanos y Apóstoles..................................................................... 171
  • 6. Tercera Parte Era Post-Apostólica (100 d. C. - 300 d.C.)................................................................................................... 187 I. El Ascenso de la Otra Ortodoxia.................................................................. 189 II. El Gnosticismo............................................................................................. 216 III. Los Documentos Canónicos: Las Escrituras............................................... 234 IV. El Ocaso del Primer Amor......................................................................... 246 V. El Oficio de la Gran Ciudad........................................................................ 281 . Cuarta Parte De la Proscripción al Pontificado (300 d.C. - 607 d. C.).................................................................................................. 321 I. Consolidación del Institucionalismo.......................................................... 323 1. El Día del Señor............................................................................... 333 2. El Cisma Donaciano........................................................................ 341 3. Sobre la Deidad de Cristo................................................................ 345 4. La Remoción del Candelero............................................................ 364 5. La Iglesia Católica y Romana......................................................... 398 6. El Canto Cristiano........................................................................... 408 7. Los Teóricos de la Inquisición........................................................ 417 8. La Caída de Roma........................................................................... 439 II. La Conclusión de un Período..................................................................... 455 Epílogo......................................................................................................................... 479 Bibliografía.................................................................................................................. 483 Indice de Nombres (1)................................................................................................ 487 Indice de Nombres (2).................................................................................................491
  • 7. Edith Piaf, casi al final de sus días, sentada en la playa. Una joven reportera le pregunta: "¿Para quién teje?". A lo que ella responde con mucha gracia: "Para quien quiera ponerse este sweeter". (De La Vie en Rose, del realizador francés Olivier Dahan, Légende Enterprises, 2007). Pues bien, esto es "para quien quiera leerlo".
  • 8.
  • 9. P r ó l o g o Entre los años 1990 y 1995, me dediqué a recopilar datos acerca de la historia del cristianismo, desde Jesús hasta nuestros días. Sin embargo, al concluir, todo quedó en un borrador guardado en un mueble, cubierto de polvo, hasta que me decidí a darle una forma definitiva e imprimirlo. Pero, en vez de contar una larga historia de veinte siglos, tal vez innecesaria (existen innumerables obras al respecto), quise hacer énfasis en la historia primitiva de la iglesia en torno a cuatro temas fundamentales: lo que ocurre con los depositarios originales de la fe, después de terminado el relato bíblico; la persecución a la que es sometida la iglesia, primero por parte de los judíos y después por el Imperio Romano; el proceso mediante el cual la iglesia de Roma se va transformando paulatinamente en lo que llegó a conocerse como la Iglesia Católica Romana y, finalmente, el desarrollo doctrinario e ideológico que se va desarrollando, mezclando y, en consecuencia, alterando la enseñanza apostólica original. Esto último me obligó a dedicarme otros dos años a la revisión de lo que ya había escrito (1999-2000); pero nuevamente quedó guardado y casi olvidado, hasta que en 2013-2014, decidí, después de una nueva revisión y con nuevas aportaciones, dar forma impresa a todo este material. En total, fueron ocho años de estudio investigativo para esta recopilación. La iglesia del Señor es una verdadera escuela donde en cada reunión se va haciendo un nuevo aporte a los discípulos para que estos vayan creciendo en el conocimiento del Señor Jesús, como lo ordena la Sagrada Escritura (II Pedro 3:18), para de esta forma también la gracia y la paz les sean multiplicadas (II Pedro 1:2). Así también la visión de las cosas se va modificando ante la maravillosa experiencia del ejercicio espiritual con el que este va sometiendo los aspectos volitivos del intelecto, las energías y, por qué no, los deseos de perfeccionar la propuesta final en la presentación de cualquier trabajo que uno esté dispuesto a llevar a cabo.
  • 10. 7 A medida que transcurre el relato se va describiendo el proceso de formación del canon definitivo para con esto demostrar que la iglesia, al contrario de lo que muchos autores modernos creen, conservó los escritos de los que fueron testigos presenciales de la obra de Cristo, y de las que se hicieron muchas copias, a las que las primeras generaciones de cristianos pudieron apelar como base escritural y así conservar la sana doctrina. También se recoge una lista interminable de nombres que fueron protagonistas de toda esta historia, llegando a contener esta obra, todo lo que un cristiano debiera saber acerca de esta época. Así es como quedó plasmada esta Historia de los Inicios del Cristianismo. A diferencia de muchas otras historias que se han escrito, esta ofrece una correcta exégesis bíblica, lo que va a ayudar al lector a relacionar los hechos con la profecía novotestamentaria. Con esto se aleja de las soporíferas interpretaciones históricas de aquellos autores, católicos y protestantes, que llegan a justificar ciertas formas modernas de gobierno eclesiástico y una doctrina fundada más en los códigos de derecho canónico o las reformistas del siglo xvi que en las Escrituras, aún en la época en que el episcopado monárquico llegó a establecerse. Así se puede apreciar la época de la “bestia” de Apocalipsis, considerándose desde una perspectiva erudita y, de esta manera, evitar cualquier asomo a esas exposiciones fantásticas y a todo color que ofrecen algunas organizaciones religiosas, especialmente del libro de Revelación, y que serían más dignas de un filme de Steven Spielberg o Roland Emmerich, más que interpretación bíblica pura. Parece increíble que algunos autores de historia eclesiástica se identifiquen como "Doctores", y no se atrevan a hacer un análisis interpretativo de la historia de la iglesia a la luz de las Escrituras. Jesús, en una oportunidad llamó "hipócritas" a quienes eran hábiles para interpretar las señales del clima, pero no eran capaces de discernir las señales divinas que avisaban que el Mesías tan anhelado ya estaba entre ellos. Pues bien, muchos autores realizan obra de erudición al narrar la historia no inspirada, aportando muchos datos y graficando eventos con detalle. Algunos de ellos interesantes, otros no tanto. Sin embargo, este relato sólo podrá encontrar su sentido en el devenir de los hechos, al ir observando el cumplimiento de las profecías que hablaban -por ejemplo- de la apostasía de la iglesia del Señor (Cf. I Tes. 2). Considerando esto, nos libraremos de una calificación negativa y condenatoria, al saber distinguir las "señales de los tiempos" (Mt. 16:3). Esta exégesis se extienda también a diversas temáticas como la deidad de Cristo, que se puso en boga en la época del Concilio de Nicea; los acontecimientos sobre el nacimiento y muerte de Jesús de Nazaret, apoyado en declaraciones científicas; extensas indagatorias que procuran explicar el desarrollo del régimen episcopal, también apoyadas con aprobación de muchas obras eruditas, etc.
  • 11. 8 Igualmente, quise poner algunos énfasis en aquellos eventos que con el correr de los siglos han ido generando ciertas controversias, ya desde el punto de vista científico como el que es netamente filológico. Así, nos detendremos en la fecha de nacimiento del Señor, la llegada de los "reyes magos", lo que pasó con algunos apóstoles, entre otros, y también un extenso análisis del pasaje de Mateo 24 y los textos relacionados en Lucas 21 y Marcos 16, donde Cristo habla sobre dos eventos, sin delimitar aparentemente los mismos. He reproducido, básicamente, lo mejor de cierto número de obras que me han parecido las más documentadas, como es el caso de La Vida de Cristo, del maestro cristiano David Roper y Comentario sobre Hechos, del también erudito cristiano J. W. McGarvey, para los aspectos de la fase terrenal de Jesús y la época de los apóstoles. Las obras Historia Compendiada de la Iglesia Cristiana, de Juan Fletcher y la Enciclopedia Ilustrada de Historia de la Iglesia de Vila y Santamaría, me ayudaron, en un principio, a compilar datos acerca de la actitud de la iglesia. Y especialmente he considerado conveniente incluir extensas porciones de A History of Christianity, una historia a-cristiana del destacado y polémico periodista e historiador inglés Paul Johnson, para analizar más de cerca el proceso en que asciende la que he denominado "otra ortodoxia". Esta va a terminar con el establecimiento del catolicismo romano y prácticamente la desaparición de los anales históricos de la presencia de la primitiva iglesia de Cristo. Se suma a esto, una buena cantidad de información obtenida de otros libros como diccionarios bíblicos, comentarios especializados, documentos arqueológicos, léxicos hebreos y griegos e innumerables notas de diversos autores a los libros del Nuevo Testamento y a la historia prístina de la iglesia. Al ser esta una obra donde se reproducen los textos -en numerosas ocasiones se han modificado para hacer más comprensible la idea que se quiere comunicar-, al final de cada párrafo va a estar indicado el nombre de la obra si esta es citada una vez, mientras que para los textos que han servido de base, se utilizará una abreviatura que estará señalada junto a la bibliografía que se encuentra al final. He tratado de mantener la cronología de los hechos, de forma que el lector vaya identificando el entorno de la historia dentro del cual se suceden los acontecimientos. Cuando los nombres se muestran en negrillas significa que es el momento que le corresponde en la cronología de la narración y es el párrafo donde se describe con mayor detalle su rol en la historia. No obstante a ello, muchas veces se remarcó un nombre, sin recoger esta consideración. Originalmente, era esta una compilación de datos cronológicos para el uso exclusivamente personal; es la razón por la que se encuentran algunos párrafos en el idioma (inglés y alemán) de la obra original. Si es leída por alguien más, estará obligado a hacer la correspondiente y necesaria traducción, si desea obtener una más amplia comprensión del párrafo que se esté analizando. No obstante ello, en la revisión final se
  • 12. 9 trató de simplificar al máximo la cantidad de citas sin traducir, para no extenuar al potencial lector. No es posible contener en esta obra -ni en ninguna otra-, todos los aspectos de la vida de Jesús ni de la obra apostólica, y tampoco lo relacionado con la iglesia en el período que siguió inmediatamente después del término del trabajo apostólico; no ha sido, por cierto, la intención de este autor. Esa pretensión impediría el acabar la obra. Pero sí contiene todo el material que un predicador cristiano debiera conocer acerca de la historia del cristianismo en los primeros siglos, el tiempo en que se fueron desarrollando las doctrinas y dogmas que hasta nuestros días perviven en las más diversas manifestaciones y lo acaecido al reino celestial de Cristo en la tierra, en el principio. Marzo de 2014
  • 13. 10 PRIMERA PARTE A n t e s d e C r i s t o ( Hasta el 36 d. C. )
  • 14.
  • 15. I. LA HERENCIA GRIEGA Y EL ASCENSO DE ROMA Durante 400 años, entre el Antiguo y Nuevo Testamento, hubo dos eventos históricos sobresalientes que contribuyeron al esparcimiento subsiguiente del evangelio a través del mundo. Además del pueblo judío, hubo dos grandes grupos nacionales en los asuntos mundiales: los griegos y los romanos. Primero, las conquistas de Alejandro el Grande (356-323 a.C.) y el resurgimiento del imperio griego, le dio al mundo un lenguaje universal. El griego se convirtió en un lenguaje generalmente conocido y entendido por todo el mundo; y en segundo lugar, el surgimiento del imperio romano, que estableció la unidad política en sus amplias conquistas y construyó imponentes carreteras, haciendo accesibles las tierras conquistadas. “Con la pacificación de sus costas, el Mediterráneo ya no sería para separar sino para unir las tierras que lo rodeaban. El adelanto de las técnicas de navegación aumentó la seguridad de transporte marítimo…El transporte de carga por vía marítima no era costoso y las tarifas aduaneras entre las diferentes secciones del imperio eran reducidas de manera que no constituían una restricción para el intercambio comercial. La estabilidad y uniformidad de la moneda, la construcción de buenas vías de comunicación, la política liberal por parte del gobierno y el resurgimiento de grandes ciudades comerciales como Corinto y Cartago fomentaron una próspera expansión de la actividad comercial”. (Bourne. A History of the Romans, pág. 359). De esta manera, los apóstoles en lo posterior, pudieron viajar por mar y tierra de una ciudad a otra del imperio. También había un sistema de correo eficaz. Los lectores habituales de la Biblia recordarán las epístolas de Pablo, Santiago, Pedro, Juan y Judas. La helenización del mundo precristiano ayudó a preparar el camino para la iglesia del Nuevo Testamento.
  • 16. 13 La tribu de Judá siempre conservó las Sagradas Escrituras que conocemos como el Antiguo Testamento, mas, cuando se escribió el Nuevo Testamento, éste no se conservó en idioma hebreo, ni siquiera en el latín de Roma, sino principalmente en griego. El griego se había convertido en la lengua de la cultura y la educación más de tres siglos antes de Cristo. Aun cuando los romanos conquistaron el mundo, respetaron y conservaron el idioma, la literatura y la arquitectura de los griegos. El griego era sobre todo, el idioma de los negocios, la educación y la búsqueda de la verdad. Y el griego, como lenguaje y como cultura estaba transformando la visión del mundo de la experiencia religiosa romana. Los judíos, especialmente la aristocracia y las clases educadas estaban muy helenizados en la segunda mitad del siglo I d.C. Los judíos que vivían fuera de Palestina pronto convirtieron el griego en lengua propia a preferencia del arameo o aun del latín. El dialecto griego llamado koine, en el cual están escritos los primeros documentos cristianos que poseemos, era del dominio común de todos los hombres de comercio y de cultura de la época. También en Palestina se entendía el griego y era usado en el comercio y en los negocios, incluso por personas poco educadas. Flavio Josefo observa que la gran masa del pueblo judío muestra menos inclinación que otras naciones a aprender idiomas extranjeros. (Antigüedades de los Judíos, XX, 12, 264). Como los escritos de las Escrituras cristianas inspiradas querían comunicar un mensaje entendible a todas las personas, se valieron del koiné en vez del griego clásico. Aunque todos estos escritores eran judíos semitas, su interés no era difundir el semitismo, sino la verdad del cristianismo, sin importar el vehículo utilizado, y entendieron que con el lenguaje griego podían alcanzar a un mayor número de personas. Les facilitaría la comisión de “hacer discípulos de todas las naciones” (Mateo 28:19,20). Además el koine era un instrumento ideal para expresar con precisión la sutil complejidad de los pensamientos bíblicos. Los escritores cristianos inspirados comunicaron al koine fuerza, dignidad y sentimiento debido a la elevada naturaleza de su mensaje. Las palabras griegas adquirieron un significado más profundo, completo y espiritual como consecuencia de su utilización en las Escrituras inspiradas. La época de oro del koine, o griego común, se extendió desde alrededor del año 300 a. C. hasta aproximadamente 500 d.C. Se trataba de una mezcla de diferentes dialectos griegos, entre los que predominaba el ático. Con el tiempo se convirtió en lengua internacional, con una importancia que no tenían otras lenguas de la época. Koine significa “(lengua) común” o “(dialecto) común a todos”. Tal era su extensión, que tanto los decretos de los gobernadores imperiales como los del senado romano se traducían al koiné para distribuirse por todo el Imperio Romano. Por ello, la acusación que se fijó en el madero sobre la cabeza de Jesucristo no sólo estaba escrito en latín, la lengua oficial, y en hebreo, sino también en griego (koiné) (Mateo 27:37; Juan 19:19,20).
  • 17. 14 “Aunque la mayoría de los judíos rechazaban el helenismo y sus costumbres, de ningún modo evitaban la relación con los pueblos griegos y el empleo de su idioma… Los maestros palestinos veían con buenos ojos la traducción griega de las Escrituras, como un instrumento para llevar la verdad a los gentiles”. (Hellenism, N. Bentwich, 1919, pág. 115). Por supuesto, la Versión de los Setenta se hizo principalmente para el beneficio de los judíos, en especial para los de la diáspora, que ya no hablaban bien el hebreo y entendían mejor el griego. Términos de origen griego reemplazarían palabras del hebreo antiguo relacionadas con la adoración judía. La palabra synagogue, que significa “juntamiento”, es un ejemplo de la adopción de palabras griegas por parte de los judíos. Como la romana, la religión griega había sido en el origen una serie de cultos urbanos, de demostraciones públicas, de temor, respeto y gratitud hacia los dioses domésticos del Estado-ciudad. La creación de un estado helénico por parte de Alejandro había transformado a los estados-ciudades en una dilatada unidad territorial, en que por regla general el ciudadano libre ya no estaba implicado directamente en el gobierno. Por lo tanto, disponía de tiempo, de oportunidad y sobre todo de motivo para desarrollar su esfera privada y explorar sus propias responsabilidades. Así, descollaban los griegos por su desarrollo intelectual sobre todas las naciones cultas. Para la poesía épica y dramática, produjo esa raza genios como Homero, Esquilo, Sófocles y Eurípides. Eran los griegos amantes del color y de la forma y se inspiraban en los paisajes bellos y salvajes y las costas accidentadas de sus islas. Apeles y Fidias fueron la encarnación de sus ideales. La lucha prolongada por conseguir la federación de sus Estados produjo grandes legisladores. Solón es un ejemplo. Eran de temperamento ferviente, puesto que vivían en una atmósfera de política exaltada y produjeron oradores como Demóstenes y Esquilo, con la lectura de cuyos escritos se ha deleitado gran número de estudiantes en edades posteriores. También con Sócrates, a través de su discípulo Platón. (HIC, p. 10). Con respecto a los sistemas filosóficos, los griegos se aplicaban mucho al estudio de la filosofía y el desarrollo de sus sistemas es contemporáneo con su prosperidad nacional. La manera como Sócrates y Platón trataron las cuestiones del ser humano y su destino, revela un sentido moral muy profundo. La caída del imperio de Alejandro separa los dos períodos de la filosofía griega. Durante el primero, que se extendió desde el año 600 al 324 a.C., y que puede considerarse como breve, aparecieron los fundadores de la escuela jónica, la primera pitagórica, la eleática, la atomística y la sofista; cuyo coronamiento fue Sócrates, Platón y Aristóteles con sus sistemas. Del año 324 a.C. al 530 de nuestra era, se extiende el segundo período durante el cual florecieron y declinaron las escuelas de la decadencia, es decir: la de los estoicos, los epicúreos, los escépticos, los cínicos y la del neoplatonismo que fundó Plotino. (Íbid.) Algunos maestros de la iglesia primitiva consideraban el sistema de Platón como
  • 18. 15 homogéneo al cristianismo, especialmente por su concepción de la inmortalidad del alma. Y así dice Eusebio: “De todos los escritores griegos, Platón es el único que llegó al vestíbulo del Templo de la verdad y se paró en el umbral”. Justino Mártir, Clemente de Alejandría, Orígenes y (San) Agustín, en un período remoto, y Schleiermacher y Neánder, en época reciente, se acercaron a Jesús guiados por Platón. "La invasión helena de Asia y África provocó, en la vieja Grecia, como contrapartida, la afluencia de cultos orientales. Aislados al principio, los dioses exóticos de Egipto, Mesopotamia, Siria y Judea fueron asociados poco a poco a los de Hélade y el pueblo llegó casi a confundirlos. El ejemplo de Oriente contribuyó a la institución del culto de los soberanos, bien por iniciativa popular o por imposición de los mismos reyes. Al mismo tiempo se desarrolló la curiosidad por los métodos astrológicos. De este sincretismo, en que todas las religiones convivían o se mezclaban, resultó a la larga una tendencia a la monolatría, como antes había ocurrido con los judíos. La filosofía, en la que las clases superiores prefirieron fundar sus creencias mejor que en los viejos mitos, fortaleció tales inclinaciones por su noción abstracta de lo divino. El cristianismo debía hacer fructificar estos gérmenes depositados en las almas, tanto más fácilmente cuanto que los cultos de Asia Menor, sobre todo los de Frigia (por la rudeza de sus ritos), habían hecho ya aceptar las prácticas del ascetismo y a mortificación." (Historia Universal Larousse, "De Pericles a Alejandro", Ed. Larousse S.A., 1991, pp. 26-27). En su descripción de la expansión de Roma, cierta obra destacada lo vierte de esta manera: Los romanos asimilaban mucho mejor que los jonios las nuevas corrientes del pensamiento; como los espartanos, a quienes se asemejan en otros aspectos. Los romanos daban más importancia a la ética que a la estética. El romano era, ante todo, un hombre cumplidor. El deber era el objeto de su vida: lo que le daba sentido. La grandeza de los romanos radica en la creación de su Estado y en su estructura social. Por otra parte, la política es el terreno adecuado para que un hombre decidido encuentre toda clase de éxitos. (Historia Universal Carl Grimberg, "Roma, poderosa y legendaria", Ed. Daimon, copyright por P. A. Norstedt & Söners, 1967, pp. 5). Griegos y romanos se complementaron mutuamente. Su íntegro carácter constituía, a la vez, su fuerza y su debilidad. La admiración que sentimos por la Hélade no debe hacernos olvidar la incapacidad de los pueblos griegos para realizar la unidad política. De la misma manera, pecaríamos de cortedad espiritual si reprochásemos a los romanos el no haber producido ninguna obra de arte, como las de Fidias, Praxiteles y Lisipo, o no haber escrito obras semejantes a las de Homero, Sófocles y Aristófanes. Sería -dice Teodoro Mommsen, el gran historiador de Roma- totalmente ilógico, desde el punto de vista histórico, alabar a los griegos y desdeñar a los romanos, o viceversa; la encina tiene tanto derecho a existir como la caña. No se trata de ensalzar o despreciar las dos creaciones políticas más impresionantes que nos ha dado la Antigüedad, sino de
  • 19. 16 comprenderlas; comprender que sus defectos son el reverso de sus cualidades. Lo admirable es que, felizmente para la humanidad, las orillas del mismo mar Mediterráneo hayan acogido a dos pueblos cultos de naturaleza tan dispar como griegos y romanos: idealistas los griegos; lleno de sentido práctico los romanos. (Íbid., p. 6). La filosofía comenzó a orientarse cada vez más hacia la conducta íntima. Así, bajo el impulso del genio griego, se inauguró una era de religión personal. Lo que hasta ese momento había sido sólo cuestión de conformismo tribal, racial, urbano, estatal o –en el sentido más laxo- social, ahora se convirtió en tema de preocupación individual. ¿Quién soy? ¿Adónde voy? ¿Qué creo? Por lo tanto, ¿qué debo hacer? Se tendía cada vez más a hacer esas preguntas, y lo hacían no sólo los griegos. Los romanos estaban sufriendo un proceso análogo de emancipación respecto del deber cívico absoluto... En las escuelas se destacaba cada vez más la importancia de la enseñanza moral, sobre todo la de origen estoico. Se redactaban listas de los vicios y las virtudes, y de los deberes de los padres hacia los hijos, de los maridos hacia las esposas, de los amos hacia los esclavos, y viceversa. (HC, pp. 19-20). Pero, por supuesto, esto era mera ética, que en esencia no se distinguía de los códigos municipales de conducta, porque la corrupción moral del Imperio Romano a la llegada del cristianismo había llegado a su colmo; las costumbres morales más rígidas de la República habían desaparecido ante la licencia desenfrenada de las del Imperio; los excesos de aquella época eran tales, que los satíricos hubieron de escribir bajo la dirección de sus maestros, Juvenal y Persio, exponiendo a sus paisanos al escarnio de todo el mundo. Se creía que las dotes intelectuales de la mujer eran de grado inferior , pero que más doble y traidora que el hombre. Tan sueltos eran los lazos del matrimonio, que apenas tenía éste el carácter de un contrato civil. Menospreciaban la niñez, el hurto se consideraba como una virtud en los niños, siempre que éstos pudieran robar sin que los descubrieran. Según el parecer de los paganos, los niños no eran sino máquinas para librar batallas en lo futuro. (Íbid., p. 20; HIC, p. 13). "Asimismo, la esclavitud, que existía por todas partes, era una de las bases de la estructura política y social. Según Demetrio Falero, el año 309 a.C. había en Ática veinte mil ciudadanos y cuatrocientos mil esclavos. En la opinión de los romanos éstos no eran seres racionales o personas, sino cosas, semejantes a perros echados junto a sus perreras. Los ostiarii, esclavos encadenados, cuidaban las puertas de las moradas de los ricos. Cuando moría asesinado un caballero y no podían encontrar al criminal, se daba por supuesto que éste era un esclavo y, a fin de que no escapara sin castigo, se mandaba ejecutar a todos los esclavos de la casa con sus mujeres y sus hijos. Tácito refiere que cuando se asesinó a Pedanio Segundo, fueron condenados a la pena capital nada menos que cuatrocientos esclavos inocentes. Por todo el imperio tenían esclavos, y los muchos prisioneros que hacían en las guerras aumentaban continuamente el número del de los que había en Roma." (HC, pp. 19-20; HIC, p. 14). Considerando esto y otros contrastes, las escuelas griegas y romanas no habrían
  • 20. 17 podido responder a interrogantes ahora consideradas fundamentales; cuestiones que se centraban en la naturaleza del alma y su futuro, y en la relación del alma con el universo y la eternidad. "La religión propiamente romana carecía de dogma, pero sus ritos tradicionales debían ser respetados. Por lo demás, la conciencia era libre. La única limitación residía en la prohibición de introducir nuevos cultos sin autorización del Senado; los cultos extranjeros sólo se celebraban fuera del pomerium. Cuando las ceremonias ordinarias parecían impotentes para contener las calamidades públicas, se consultaban los Libros Sibilinos, recopilación de oráculos griegos, introducidos durante la monarquía por la sibila de Cumas. A los antiguos ritos fueron agregados divinidades y ceremonias nuevas; el lectisternio o comida de los dioses, las suplicaciones (plegarias y ritos en los que todo el pueblo, sin distinción, podía tomar parte, etc.) alteraron el espíritu de la vieja religión." (IR, pp. 34-35). En un comienzo, los romanos no se preocuparon de hacerles estatuas ni de representárselos con una forma especial. Al parecer, les bastaba con tener el nombre de un ser superior a quien pedir ayuda. Pero la influencia de los griegos y su mitología terminó por imponerse. Así, los dioses romanos adquirieron también formas humanas y se hicieron populares las leyendas de sus aventuras. De esta manera, y con el tiempo, los dioses griegos fueron sometidos a un proceso sincrético con los dioses de Roma: así Zeus se identificó con Júpiter, Afrodita con la Venus de Milo, Ares con Marte y más de un dios romano copió de los griegos sus leyendas. "A partir de esto, el panteón griego y el panteón romano van a parecer, a primera vista idénticos. La única diferencia sería el nombre, latino o griego, dado a cada divinidad. Pero los romanos de la Antigüedad pagana no veían las cosas del mismo modo, y las equivalencias o asimilaciones que solemos apreciar en la larga lista paralela son una mera aproximación. Apolo, un dios griego importado, fue visto en Roma durante largo tiempo como divinidad de la Medicina, mucho más que del Sol. Al identificarse con el Ares helénico, Marte mantuvo su propio y antiquísimo carácter de dios guerrero; pero durante siglos los romanos lo veneraron también como divinidad agraria. Baco no es romano: su nombre es sólo la romanización de un grito que se coreaba en las fiestas de Dionisio; en este caso, la divinidad griega suplantó por completo al antiguo dios itálico Liber Pater, y tampoco podemos hablar de fusión. Lo que los romanos copiaron literalmente de los griegos fueron las representaciones de los dioses, cuando los antiguos numina adquirieron caracteres antropomórficos." (RM, p. 1031). "Los restos augustos del templo de Saturno podrían recordar, si fuese necesario, quela religión en Roma, se adelanta a la política. Saturno sería el más antiguo de los dioses italianos, dios de la hoz y de la podadera, dios de las sementeras y de la viña, que hizo reinar desde temprano la edad de oro en el Lacio. Se lo festeja en diciembre
  • 21. 18 durante siete días de francachela que marcarán siempre el calendario de las festividades europeas. Hay intercambio de regalos entre amigos, se hacen fiestas en las casas, todo el mundo bebe, se hacen bromas de mal gusto, la gente se emborracha. Después... el orden vuelve a imperar." (Rr, p. 26). Comparación inevitable a las fiestas navideñas actuales, ya que aquí se sienta el origen de ellas. Nos referiremos más extensamente a esto cuando narremos la llegada del Mesías. "Si bien la religión romana no es una religión de la alegría, tampoco es una religión del terror, y menos aún de la licencia; es una religión práctica y en cierta mediad racional. Esos sacerdotes graves que llevan al sacrificio a un buey inmaculado, con la cabeza adornada con guirnaldas, no son los servidores de una magia confusa. Deben cumplir, en honor del dios, ritos precisos, y en compensación el dios les concederá su protección o apartará de ellos su cólera. En seguida, después de la inmolación, hombres y dioses consumirán juntos la carne despedazada. Los hombres se atracarán de carne y los dioses aspirarán el olor de las entrañas, del hígado y de algún buen pedazo que será quemado sobre el altar. Los dioses especializados exigen, para servicios determinados, invocaciones escrupulosas. El agricultor debe dirigirse a Sterculino cuando abona su campo, a Vervactor cuando rotura por primera vez, a Redarator cuando lo hace por segunda vez, a Sator cuando siembra." (Íbid., p. 26). "Las creencias de los romanos tenían bien poco que ver con nuestras ideas de religión y moral. Su relación con los dioses más parecía una cuestión de negocios que un asunto espiritual. Las reglas estaban bien claras: se suponía que los fieles rendían honores y sacrificios a la divinidad y ésta, a cambio, los protegía y les brindaba sus favores. Si el dios no concedía lo que se le había pedido, los romanos tampoco cumplirán con los sacrificios que le habían ofrecido. Esto era tan en serio que el pueblo llegó a destruir imágenes de dioses 'poco cumplidores' en algún momento" (Toda la Historia de Roma, Ministerio de Educación para Enseñanza Básica y Media, Ed. La Tercera, 1984, p. 25). Además de pragmática, la religión romana es complaciente. La aparición de los dioses nuevos no provoca la huida de los viejos dioses. Las grandes divinidades del Olimpo, Poseidón-Neptuno, Afrodita-Venus, Hermes-Mercurio, venidas con los etruscos o los griegos del sur, se llevan bien con Flora, Carmenta, Robigo, Termino y las innumerables divinidades antiguas de las campañas. Los romanos, para estar seguros de no olvidar a ninguno, llegaron inclusive a elevar un misterioso altar al "dios desconocido" , y el destino dado a la isla Tiberina constituye la prueba cabal de su amplitud de espíritu. En 291 a. de J. C., en efecto, para alejar una peste terrible se envía una embajada a buscar una serpiente sagrada a Grecia, a Epidauro, santuario-hospital de Asklepios, antiguo médico que habría vivido hacia 1200 a. C. y que fue iniciado en el arte de utilizar las plantas medicinales por el centauro Quirón. La leyenda afirma que no
  • 22. 19 sólo sanaba con las plantas, sino que lo hacía también con el "cuchillo" y con la "palabra": administraba pociones con aquéllas (en los casos de úlceras, por ejemplo), pero también sajaba y desbridaba las llagas, explorándolas con una sonda que había inventado. En cuanto a las palabras, tenían algo de sicoterapia. Según parece, Asklepio trataba las enfermedades síquicas: recomendaba a tales enfermos escuchar música, cantos o poemas, asistir a representaciones cómicas, practicar deporte (esgrima, equitación, caza, etc.). (Rr, pp. 26; Enciclopedia Larousse, Descubrimientos e Inventos, Ed. Larousse S. A. de C.V., 1999, p. 575). A los numerosos templos que Grecia consagró en época posterior a Asklepio, como este de Epidauro, acudían a dormir los enfermos, para encontrar en sueños al dios de la medicina y recibir así su consejo. Y dice la leyenda que, a la mañana siguiente, se marchaban curados. Además de la serpiente, son sus atributos también el gallo, el bastón y la copa. (Larousse, op. cit.). A su llegada a Roma el reptil benéfico se desliza fuera de la nave que lo transporta y llega a nado hasta la isla del Tíber. La isla entera quedará consagrada al dios. La forma alargada de la isla permite imitar la nave que hizo el famoso peregrinaje. La extremidad sudeste se convierte en proa de piedra, aun visible bajo el amontonamiento de casas, y en el centro se levanta un obelisco que representará el mástil. Se erige un templo a Asklepios, latinizado con el nombre de Esculapio. La estatua del dios con la serpiente ocupará un lugar de privilegio. Pero los romanos construyen también allí otro santuario, dedicado a una divinidad latina por excelencia: Veiovis, y sin duda resulta extraordinario que la isla, posteriormente, haya sido siempre preferida por los enfermos. (Rr, pp. 26-27). Casi al mismo nivel que la isla, sobre la margen izquierda, la República construye varios templos que serán descubiertos sólo en 1926-1930, bajo la plaza llamada "Largo Argentina". Uno de ellos, de forma circular, estaba dedicada sin duda a Hercule Custos, Hércules Custodio. Consagración particularmente propicia en este lugar de abordaje y de desembarque, en contacto a la vez con los vecinos de la Etruria y con los de la Gran Grecia, devotos unos de Ercle y otros de Heracles. (Íbid. p. 27). Sorprendente paradoja: mientras que los templos más famosos de la Roma de los Césares han desaparecido para siempre o sólo quedan de ellos algunas altas columnas, dos santuarios mucho más antiguos han permanecido intactos, si bien guardan celosamente el secreto de su consagración. Siempre en la vecindad del Tíber, caro a los dioses, porque lo fue sin duda para los viajeros, el templo llamado durante mucho tiempo "de la Fortuna viril" muestra sus formas elegantes y sus armoniosas proporciones. ¿Fue elevado por las matronas a la diosa Fortuna a fin de que ella les conservara el afecto de sus maridos? Se dice que su perennidad obedece a que el tiempo quiso convertirlo en el templo de las coquetas. A pocos pasos, un encantador edificio que ha recibido a menudo -sin ningún fundamento- el nombre de templo de Vesta, y que
  • 23. 20 posiblemente estuvo dedicado al culto del sol, presenta su rotonda magníficamente conservada... (Está) enmarcado por una puerta enorme de cuatro caras dedicada a Jano. Acertada consagración, pues Jano es el dios de doble rostro, uno vuelto hacia el exterior, otro hacia el interior, patrono de las puertas y, por lo tanto, de los puertos y de las rutas terrestres y fluviales, dios a la vez peligroso y benévolo. (Íbid. p. 28). De una religión formalista, jurídica, basada en el do ut des (es decir, dirigiéndose al dios, "doy para que me des"), se pasó a una religión más interiorizada, más adecuada a las necesidades íntimas de los individuos. La Magna Mater, simbolizada por la piedra negra de Pesinonte, llegó al Palatino en 204, los oráculos sibilinos habían ordenado ir a buscar a esta divinidad frigia, que no es otra que Cibeles, madre de todos los dioses. Al llegar a puerto,la nave que transporta la efigie sagrada toca fondo. Hubiera encallado definitivamente si una matrona, Claudia Quintia, no hubiese tirado de la nave, atando un cabo a su cintura. Pronto llegaron también los dioses de Oriente, y las autoridades se alarmaron por el carácter secreto de sus ceremonias, en las que vieron ocasión de desenfreno, de crímenes y de conspiraciones políticas. La guerra de Mitrídates introdujo a la diosa de Comana y su sanguinario culto, el de Baco y sus orgías produjeron desórdenes que el Senado se vio obligado a reprimir en 193 (o 186) y donde centenares de adoradores de Dionisio son detenidos y ejecutados: es el "escándalo de las Bacanales". Luego en 43, se veneró a la Isis egipcia, dando comienzo a lo que los historiadores llaman "religiones de misterio" o sencillamente "misterios". (IR, pp. 34- 35; Rr, p. 31; RM, p. 1030). Estas formas sincréticas de religiosidad no centraban su fe en los viejos dioses del Olimpo -Zeus, Poseidón, Afrodita, etc.- sino en otros dioses de carácter más personal. En los siglos anteriores, antes que se desatara el espíritu sincretista y cosmopolita, cada cual era devoto de los dioses del país en que había nacido. Pero ahora, en medio de la confusión creada por las conquistas de Alejandro y de Roma, cada cual tenía que decidir a qué dioses le iba a prestar atención. Cada uno de estos dioses de los "misterios" tenía sus propios devotos, que eran los que se habían iniciado en sus cultos. (JG, Vol. I, pp. 33-34). Por lo general, cada una de estas religiones se basaba en un mito acerca de los orígenes del mundo, o de la historia del dios en cuestión. De Egipto provenía el mito de Isis y Osiris, según el cual el dios Seth había matado y descuartizado a Osiris, y después había esparcido sus miembros por todo Egipto. Isis, la esposa de Osiris, los había recogido, y dado nueva vida a Osiris. Pero los órganos genitales de Osiris habían caído en el Nilo, y es por esa razón que el Nilo es la fuente de fertilidad para todo Egipto. También por esa razón, algunos de los devotos más fervientes de este culto se mutilaban a sí mismos, cortándose los testículos y ofreciéndolos en sacrificio. Entre los soldados era muy popular el culto a Mitras, un dios de origen persa cuyos mitos incluían una serie de combates contra el sol y contra un toro de carácter mitológico. En Grecia existían desde tiempos inmemoriales los misterios de Eleusis, cerca de Atenas. Los
  • 24. 21 misterios de Atis y Cibeles incluían un rito de iniciación llamado "taurobolia", en el que se maraba un toro y se bañaba al neófito con su sangre. Dado el carácter sincretista de todos estos cultos, pronto unos se mezclaron con otros, hasta tal punto que hoy día es aún difícil distinguir las características o las prácticas de uno de ellos en particular. Además, estos dioses no eran celosos entre sí, como el Dios de los judíos y de los cristianos, y por tanto hubo quienes se dedicaron a coleccionar misterios, haciéndose iniciar en uno tras otro de estos cultos. (Íbid.) Todas las causas que corrompieron la política romana actuaron sobre la religión. La filosofía vino a abrir al espíritu romano nuevos horizontes, pero engendró el escepticismo. Pero los dioses más cotidianos, los más honrados o los más invocados no han dejado ningún gran monumento. Son los dioses domésticos, los Lares, encargados de velar por la familia, la llama del hogar, la casa y su jardín, también a Vesta, diosa de la tierra, se atribuye ser diosa del hogar, guardiana de la castidad, patrona de la ciudad y de la familia y los Penates, a quienes se confía la despensa, fueron objeto de un culto doméstico, amable y conmovedor. Ningún acto escapó a la acción divina. Pero el romano era formalista, y el culto se resentía de este formalismo, tanto como de las supersticiones mágicas. No se rogaba a los dioses -como ya vimos-, sino que se pactaba con ellos y se les comprometía por medio de fórmulas y gestos capaces de coaccionarlos. (Rr, p. 28; IR, p. 34). Los ritos minuciosos de la religión requieren un material abundante: la lámpara que arde en el santuario, el jarro para el agua lustral, el mazo para aturdir a las víctimas, el cuchillo para degollarlas. Los augures, sacerdotes encargados de interpretar los signos de la naturaleza, fenómenos meteorológicos y vuelo de los pájaros, tienen a su disposición pollos, cuyo apetito constituye una preciosa indicación, y un bastón torcido y sin nudos, en forma de trompa, el lituus, con el que trazan sobre el suelo el templum espacio indispensable para sus observaciones. Los flamines no pueden honrar a Júpiter sin cubrirse la cabeza con un gorro blanco en forma de mitra, hecho de la piel de un animal inmolado, y coronado por el apex, vara de olivo recubierta de lana. (Rr, p. 28- 29) El romano, que durante toda su vida obedece los preceptos de una religión minuciosa y rígida, puede mostrar más fantasía en la elección de su última morada, siempre situada fuera de la ciudad. Generalmente dispone que se le incinere, pero quiere que su urna funeraria sea colocada en un columbarium colectivo (generalmente familiar), o bien en un monumento individual, cripta o tumba-altar. No le asusta la extravagancia. La tumba de Virgilio Eurysaces imita la forma de un horno de panadería y ha sido decorada con bajorrelieves que describen escrupulosamente la panificación. Es uno de los monumentos más singulares que haya producido jamás el arte funerario. Pero los herederos del maestro panadero no se han propuesto inspirar ironía o envidia a los
  • 25. 22 vivos; han querido aplacar al difunto. El temor a los muertos es también uno de los fundamentos de la religión romana. Y hasta en el mismo hogar se honra a los manes. Para festejarlos públicamente, en febrero, durante nueve días, se paralizan todas las actividades y se cierran los templos, mientras que en mayo se celebran durante tres noches las Lemurias, que tienen la virtud de conjurar a los espectros. (Íbid., p. 29). De esta manera, se ponía en fuga a los muertos más recalcitrantes o más aterradores. Las Lemurias eran solemnes expiaciones por el asesinato cometido por el primer rey; las Quirinales eternizaban su entronización. Las danzas sabinas se celebraban en honor del escudo que los dioses habían lanzado a los romanos desde el cielo. "Los gestos y las fórmulas que había que enunciar estaban prescritos minuciosamente, porque la eficacia de la oración y de la ofrenda exigía una exactitud perfecta. Más que en el interior de los templos, los cultos públicos tenían lugar al aire libre, en altares de piedra, y debían desarrollarse con el mismo cuidado. El ciudadano o el magistrado que ofrecían el sacrificio estaban asistidos por un sacerdote y seguían sus instrucciones al pie de la letra." (RM, p. 1030) Toda esta forma de culto era "una especie de animismo que concebía la presencia de un espíritu para cada cosa o actividad, pero que no les daba ninguna apariencia antropomórfica (numina). Las fiestas estaban íntimamente relacionadas con los diferentes hitos del año agrícola. Nada conducente a una exaltación poética, bien al contrario de Grecia, la religión autóctona de los romanos era la de un toma y daca con los espíritus, que a cambio de quedar satisfechos por el reconocimiento de sus poderes en cada campo concreto, protegían a la familia, sus actividades y posesiones." (V&E, p. 1017). Por otra parte, la religión del Estado giraba alrededor de deidades tutelares y protectoras, como Júpiter, Marte y muchos otros dioses y diosas. Gradualmente se fue estableciendo la religión estatal. Al principio los cultos eran dirigidos por el cabeza de familia, que oficiaba de sacerdote, y en cada vivienda había un altar con una llama siempre encendida donde se veneraba el alma de los antepasados; el Estado asumió el culto, utilizándolo para sus propios intereses. "El templo erigido en la colina Capitolina, en el mismo centro de Roma, vino a ser el centro oficial de la adoración de una tríada divina que simbolizaba la majestad religiosa del Estado." (Íbid.). El sacerdocio, electivo en lugar de hereditario como en Grecia, estaba compuesto de una jerarquía de flámines para los dioses más importantes; por otra parte, el colegio de pontífices, que estaba presidido por el pontifex maximus, vino a ser el guardián de la ley sagrada, manteniendo el secreto del calendario de fiestas. Éste era notificado al pueblo de mes en mes. Estos eran los llamados Annales Maximi, cuya redacción tenía a su cargo, era una especie de anuario histórico con los principales eventos de cada año. El orden de pontífice proviene del puente construido sobre el Tíber por Ancus Martius,
  • 26. 23 y que fue entregado al cuidado de los sacerdotes. Casi todas las fiestas romanas estaban consagradas a su historia. La voz pontifex es muy antigua en latín (Pons-Pontis = Puente; y el sufijo Ífice = Constructor) y la creación de este colegio sacerdotal data de la primitiva época de los reyes, atribuyéndosele a Numa su creación. Cuando Julio César, tras la guerra civil, asumió el control del poder, tuvo buen cuidado de atribuirse, además del título de dictator perpetuus, la función de pontifex maximus, que sin duda le serviría de ayuda para la reforma juliana del calendario, para cuya regulación necesitó alargar el año 46 a. C. hasta 445 días. A partir de entonces, el cargo de emperador llevaría anexo la función de pontifex maximus. "Así, cada acto y función del Estado vino a revestirse de significado religioso. Los generales ascendían la colina del Capitolio para consagrar en el templo de Júpiter el botín conseguido. Las mismas asambleas para elecciones o para la discusión de legislación no podían ser convocadas hasta que los augurios no fueran favorables, de la misma manera que el general en el campo de batalla no debía iniciar el combate hasta haber recibido las bendiciones de los auspicios. De esta manera, los Augures vinieron a ser una institución oficial en Roma." (Íbid.). Luego, Roma pasó de los antiguos numina, que en manos del Estado habían ido adquiriendo una concepción más y más antropomorfa, a la identificación de ellos, uno por uno, con los dioses de la jerarquía del Olimpo. "Sin embargo, la clase intelectual, aun asumiendo las formas del politeísmo, pasó mayormente a favorecer distintas escuelas de pensamiento filosófico griego, con todas sus concepciones de la "nueva academia" que, con Carneade, enseñó a Roma el desprecio por lo sagrado, y que empezó, con un corrosivo cinismo, a minar las bases morales de aquella sociedad en sus clases dirigentes. La religión en Roma vino más y más a centrarse en el culto al Estado, encarnado posteriormente en la persona del emperador. Ya establecido el imperio bajo Augusto, Virgilio, en su obra Eneida, conecta la familia Julia, a la que pertenece el emperador, con Eneas de Troya. Según el mito, Eneas era hijo de Afrodita /Venus, que era a su vez hija de Zeus /Júpiter. Así, en esta obra se glorifica a la familia Julia, y por ende a Augusto y a los demás emperadores julianos, como descendencia directa de Júpiter y, por tanto, divinos." (Íbid.). En cuanto a este matiz que estaba siendo alcanzado, el historiador John Lord comenta: "La superstición llegó a su culminación en Roma, ya que ahí se veían sacerdotes y devotos de todos los países que dominaba: ´hijas de Isis, de tez morena, con tambor y pandereta y porte sensual; devotos del Mitra persa; eunucos asiáticos; sacerdotes de Cibeles, con sus danzas frenéticas y gritos discordes; adoradores de la gran diosa Diana; cautivos bárbaros, con los ritos del sacerdocio teutónico; sirios, judíos, astrólogos
  • 27. 24 caldeos y hechiceros tesalienses´" (Beacon Lights of History, vol. III, 1921, pp. 366, 367). La devoción a estas religiones y sus desenfrenadas orgías dieron paso a que los romanos, tanto la plebe como la clase alta, abandonaran totalmente la virtud y la rectitud. Según Tácito, entre la clase alta estuvo la adúltera y asesina esposa del emperador Claudio, Mesalina. (Anales, XI, 1-34). Entonces, cuando fracasó la República, el nuevo emperador se convirtió, ex officio, en el pontifex maximus, y esto significaba que el sacerdote no podía ser ya un simple funcionario encargado de las relaciones entre los hombres y los dioses sino un mediador y un manipulador de almas. Subsistía el culto oficial, pero no era ya el que podía dar satisfacción al sentimiento religioso. No obstante, una nueva forma del culto oficial, el de Roma y Augusto, fue el que estableció en todo el imperio un lazo religioso, poderoso y común. (HC, pp. 18-19). Después de la muerte de César, el Senado romano generalmente votó la divinización de un emperador, con la condición de que hubiese tenido éxito y fuese admirado, un testigo debía jurar que había visto el alma del muerto elevarse hacia el cielo desde la pira funeraria. Pero el sistema que unía a la divinidad con el gobierno se observaba más en la letra. Los emperadores que afirmaron su propia divinidad mientras aún vivían –Calígula, Nerón, Domiciano- no fueron tan honrados tras la certeza de que habían muerto; y la veneración obligatoria a un emperador viviente tenía más probabilidades de aprobación en las provincias que en Roma. Incluso en las provincias, los sacrificios públicos eran sencillamente una genuflexión rutinaria de homenaje al gobierno; no imponían una carga de conciencia a la gran mayoría de los ciudadanos y los súbditos de Roma. (Íbid.) "Nuestro país está tan poblado de divinidades, que es mucho más fácil encontrar en él a un dios que a un hombre", comentó una vez Petronio, un escéptico novelista romano de la época de Nerón. "En realidad, en la antigua Roma se rendía culto a más de 30.000 dioses y genios (seres protectores de los hombres y las cosas)" (Toda la Historia de Roma, p. 25). Pero en toda esta maraña de formas religiosas estaba sobresaliendo con más fuerza el culto al emperador deificado. Este culto se practicaba especialmente en las provincias, donde se edificaban templos en los que se le ofrecían sacrificios al igual que a un dios. "El culto al emperador iba a ser la fuerza más trascendental de la religión del mundo romano hasta la adopción del cristianismo", escribe George Botsford. Una inscripción hallada en Asia Menor dice del emperador: "Es el Zeus paterno y el salvador de toda la raza humana, que contesta todas las oraciones, y hace más de lo que pedimos. Pues la
  • 28. 25 tierra y el mar disfrutan de paz; las ciudades florecen; en todas partes hay armonía y prosperidad y felicidad". Este culto desempeñó un papel importante en la persecución de los cristianos, con respecto a quienes el mismo escritor dice: "El que rehusaran a adorar al Genius, o espíritu custodio del emperador, se interpretaba como un acto impío y traidor" (A History of Rome, 1905, pp. 214, 215, 263). Sin embargo, en el ámbito imperial el credo cívico del Estado, obligatorio pero marginal, dejó amplia libertad a la mente colectiva. Todos los hombres podían tener y practicar una segunda religión, si así lo deseaban. O, dicho de otro modo, el culto cívico obligatorio posibilitaba la libertad de cultos. “El sistema gubernamental de los romanos se oponía a la existencia de entidades políticas independientes en las naciones sometidas al imperio. Por otra parte, rara vez intervenían en los asuntos religiosos de sus súbditos o aliados si las religiones no perturbaban la paz ni instaban a la barbarie…Era parte de la tradición política romana el ganarse la buena voluntad de las otras naciones respetando a sus dioses” (Jackson-Lake, The Beginnings of Christianity, pág. 199). Resumiendo, y como en todas las religiones antiguas, los sacerdotes romanos eran profesionales que debían conocer los ritos y las palabras capaces de mantener la pax deorum. Con raíces que se pierden en la noche de los tiempos, la organización de los sacerdotes en colegios permitió esa estricta especialización. En la cúspide estaban los pontífices (que pasarían de 5, en los primeros tiempos de Roma, a 16 en la época imperial); uno de ellos, el pontífice máximo era el jefe de la religión romana. Los 15 flamines eran los sacerdotes de los grandes dioses. Al culto de Marte se consagraban 12 salios, que acompañaban sus danzas con salmodias que nadie comprendía. 20 feciales ajustaban las relaciones diplomáticas y ejecutaban los ritos de la declaración de guerra. 10 especialistas (decenviros), que llegarían a ser luego 15 (quindecenviros), conservaban los oscuros libros sibilinos y los interpretaban en tiempos de crisis. Los 12 lupercos defendían la ciudad de los lobos y, con sus ritos, hacían fecundas a las mujeres. Los 12 arvales practicaban un culto arcaico a Ceres. Las 7 vestales mantenían vivo en el Foro el fuego de la ciudad: se las elegía a los diez años y debían permanecer vírgenes, so pena de ser enterradas vivas. (RM, p. 1032). Para conocer la voluntad de los dioses, los romanos recurrían a los augures y a los arúspices. Estos son especialistas en examinar las entrañas de los animales sacrificados. El augur (que forma parte de un colegio de 9 miembros y posteriormente de 15) es el ayudante de los magistrados: a la hora de tomar una decisión importante (solicitar el voto de la asamblea, entrar en batalla...), consulta los presagios Con su bastón curvo marca en el cielo un área sagrada y observa el vuelo de los pájaros en ella. O tal vez halle la respuesta de los dioses en el apetito de los pollos sagrados. (Íbid.) A lo largo de casi diez siglos, todos estos sacerdotes desempeñaron su oficio,
  • 29. 26 independientemente de las crisis y de los cambios de mentalidad: el estado y la sociedad confiaban la supervivencia a la ejecución estricta de unas liturgias. (Íbid.) Ciertamente, estas nuevas formas de asociación religiosa voluntaria tendían a desarrollarse en ciertos sentidos particulares y significativos. Cada vez más se veía a los nuevos dioses como “Señores”, y sus adoradores como servidores, se acentuaba el culto del gobernante, con el rey-dios como Salvador y su entronización como el alba de la civilización. Sobre todo, había una acentuada tendencia al monoteísmo. Pero había ciertas anomalías en todos los sistemas. Y los esfuerzos frenéticos destinados a llenar esos vacíos provocaban la desintegración, y por lo tanto daban lugar a más cambios. (HC, p. 21). II. EL PUEBLO HEBREO Precisamente en este punto del desarrollo observamos la importancia fundamental de la gravitación judía sobre el mundo romano. Pues los judíos no sólo tenían un dios; tenían a Dios. El pueblo de Israel era la única nación del mundo que antiguamente creía en un solo dios. Habían resistido con infinita fortaleza y a veces con hondos sufrimientos las tentaciones y los estragos originados en los sistemas politeístas orientales. Su historia está llena de triunfos y grande esplendor, pero que contiene a la vez las narraciones de muchas derrotas. Cuando salieron los israelitas de la servidumbre de Egipto y llegaron a Palestina, se regían por la forma de gobierno teocrática, que más tarde degeneró en una monarquía, y ésta, después de fallecido Salomón hacia 932 a.C., se dividió en dos reinos: el de Israel y el de Judá, desapareciendo la unidad tanto en el gobierno como en la fe. Habían vencido los asirios a los israelitas y los babilonios a los judíos, ambas naciones fueron llevadas cautivas al valle del Tigres y del Eufrates. De las tribus -eran diez- que formaban el reino de Israel, solamente una parte muy pequeña volvió a su patria. En 539 a.C. Ciro el persa derrotó a Babilonia y permitió que los judíos volvieran a establecerse en su tierra y reedificaran el Templo de Jerusalén. Aunque un resto respondió, la mayoría de los judíos permanecieron bajo la influencia de la sociedad babilónica. Después los judíos fueron afectados por la cultura persa. Por consiguiente, florecieron poblaciones judías en el Oriente Medio y alrededor del Mediterráneo. Por el año 350 a.C. se estableció una colonia de israelitas a la orilla del Mar Caspio. Durante el reinado de Seleuco Nicanor, de 312 a 280 a.C., se trasladó a Siria una vasta población de judíos. En ese intervalo, tan lleno de ansiedades, entre el reinado de Alejandro el Grande y el año 70 d.C. emigraron en colonias a Mesopotamia, Asiria, Armenia, Asia Menor, Creta, Chipre y las islas Egeas. En Lidia y en Frigia, las colonias
  • 30. 27 israelitas ascendían al número de dos mil familias; conservando, por lo general, su identidad nacional. La población judía más numerosa, fuera de Palestina, estaba en el África septentrional: en Egipto, Libia y Cirene. Su centro principal era Alejandría, en la que se establecieron multitudes de judíos aun durante el reinado de Alejandro, su fundador, que mandó nada menos que ocho mil samaritanos a la Tebaida. En cada comunidad brotó una nueva forma de adoración en torno a la sinagoga, centro en que se congregaban los judíos en cada pueblo. En el siglo I se encuentran sinagogas en todos los lugares donde se hallaban los judíos. Incluso las comunidades de israelitas de ciudades poco importantes fuera de Israel las tenían. Por ejemplo, Salamina, en Chipre (Hechos 13:5), Antioquía de Pisidia (13:14), Iconio (14:1), Berea (17:10). Las sinagogas eran frecuentemente numerosas en las grandes ciudades como Jerusalén (Hechos 6:9) y Alejandría. Estas comunidades vivían con independencia del Estado, y administraban sus asuntos religiosos y civiles por sí mismos, sometiéndose, sin embargo, a la legislación del país. Un consejo de ancianos dirigía la sinagoga y la asociación religiosa que ella representaba (Lucas 7:3-5). La dirección del culto, el mantenimiento del orden y el cuidado de las cuestiones materiales incumbían a varias personas, entre ellas: el principal de la sinagoga, los limosneros, etc. Durante los siglos II y III a.C. las encontramos atestiguadas en las más diversas partes de Egipto; en Alejandría había muchas en las cinco partes de la ciudad; también había gran número de ellas en Roma y, por supuesto en Antioquia. Era famoso el esplendor de la sinagoga principal de Alejandría, de gigantescas proporciones, con sus setenta y un asientos para los dirigentes o miembros de la Gerousía. A los ojos del público, las sinagogas correspondían a los templos de las demás religiones; con frecuencia tenían grandes vestíbulos donde se exhibían las grandes ofrendas, las inscripciones honoríficas de importancia pública y objetos de parecida índole; por ejemplo, los de bronce que había en la sinagoga principal de Antioquia, a la cual se los devolvieron los sucesores de Antíoco VI para sellar el nuevo período de colaboración. De Alejandría, refiere Filón, que fueron destruidas por la furia antisemita, numerosos objetos que en las sinagogas se ostentaban y que provenían de la corte imperial, tales como escudos, coronas e inscripciones. La parte principal del culto en las sinagogas lo constituía la lectura de la Torah o Pentateuco, establecida ya para los días festivos, en tanto que en los sábados se efectuaba una lectura continuada de todas las Escrituras, aún no regulada por entonces de una manera uniforme. La Torah ocupaba un lugar de honor en la sala del culto y en la época de Jesús se la leía en hebreo en Palestina y en griego en todas las comunidades helenísticas, como las de Alejandría y las de Roma. La Misná (Meguilá 4:1,2) también habla de la práctica de leer perícopas (pasajes) de los profetas, que recibían el nombre de las Haftarot, cada una servía de fundamento para una ulterior exposición. Cuando Jesús entró en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, se le dio uno de los rollos que contenían las Haftarot para que lo leyese, después de lo cual comentó sobre lo leído,
  • 31. 28 como era la costumbre (Lucas 4:17-21). La predicación tenía ya su importancia en la sinagoga helenística de principios del Imperio Romano, como se demuestra por los múltiples escritos judeo-helenísticos y restos de obras fundamentales homiléticas. En torno a este núcleo de proclamación de la Palabra de Dios se agrupaba una multiplicidad de oraciones y alabanzas. La lengua hebrea tan solo era obligatoria en las partes más solemnes del culto, como la bendición de Aarón. Los banquetes comunitarios formaban parte importante de la vida de los judíos de la diáspora, como lo afirma el historiador Flavio Josefo. Y, aunque algunos historiadores aseguran que esta situación restaba importancia al templo reconstruido en Jerusalén, otros indican que toda esta vida religiosa estaba aglutinada por el templo de Jerusalén, al cual acudían, al menos anualmente, los judíos de Palestina, y cuando podían, los judíos de la diáspora. En más de un aspecto, era Jerusalén centro de la atención del judaísmo mundial. En sus oraciones diarias, los judíos se ponían en dirección a Jerusalén. Todo varón judío entregaba anualmente una ofrenda de medio shekel para el templo de Jerusalén, lo cual constituía una obligación que todos estaban orgullosos de cumplir. Los acomodados contribuían con sumas generosas. Refiere el filósofo judío Filón, que en casi todas las ciudades había una caja de recaudación y que en determinada época, los dineros eran transportados por personalidades de relieve. Los judíos daban a las sinagogas el nombre de “casa de reunión”. Todavía existen ruinas de estos edificios en Galilea. Estos edificios, de forma rectangular, estaban orientados de sur a norte. La fachada meridional presentaba una gran puerta, flanqueada por dos puertas más pequeñas; cuatro hileras de columnas dividían el interior en cinco naves. En 1934, en el curso de unas excavaciones, se descubrió la sinagoga de Dura- Europas, en la ribera derecha del Eufrates, junto a la carretera de Alepo a Bagdad. Una inscripción indica una fecha del 245 a.C. Esta sinagoga presenta unos frescos notables que ilustran escenas bíblicas; allí se puede ver una de las fuentes de inspiración del arte cristiano primitivo. Tan fuerte como la vinculación al Templo y a la santidad de Jehová, era la vinculación del judaísmo de la diáspora a las autoridades doctrinales de Jerusalén. Por entonces, la interpretación que el partido de los fariseos hacía de la Torah, gozaba en las juderías del extranjero del mismo prestigio que en la patria Palestina. (Véase Hechos de los Apóstoles 9:2 y 28:21). Nuestro conocimiento de lo acontecido con los judíos durante los 400 años entre el Antiguo y Nuevo Testamento, de los cuales la Biblia guarda silencio, se deriva mayormente de lo escrito en el libro llamado Antigüedades de los Judíos, publicado alrededor del año 93 d.C. Su autor, Flavio Josefo, que es el nombre en latín de Yoseph ben Mattityahu, (37-¿100?), es un historiador judío que escribió en la segunda parte del primer siglo después de Cristo. El libro consta de varios tomos que cubre toda la
  • 32. 29 historia de Israel desde la Creación hasta la destrucción de Jerusalén, en 70 d.C. Los libros de Josefo que más nos interesan para la historia durante los 400 años de “silencio”, son los tomos xi, xii y xiii. Es por esto, una de las fuentes más importantes para conocer también la historia judía del siglo I de esta era, y nos provee de material precioso para entender mucho de los acontecimientos mencionados en los escritos de los apóstoles. Nacido en el año primero del reinado de Calígula, en su autobiografía dice que proviene de una familia de la clase alta sacerdotal, recibió una esmeradísima educación con los mejores rabinos de Jerusalén. Sus inquietudes espirituales lo llevaron a indagar en las diversas escuelas o sectas en las que se dividía el judaísmo, estuvo tres años en el desierto bajo la dirección de un ermitaño llamado Banos, y frecuentó también las comunidades de los esenios, concluyendo por adherirse a los fariseos. Político hábil, se ganó la confianza de las autoridades del Templo, donde entró a trabajar, y en el año 64, lo enviaron a Roma, en una embajada destinada a lograr la liberación de unos sacerdotes encarcelados por el procurador Félix, el mismo que es mencionado en los Hechos de los Apóstoles. Había comenzado su carrera de abogado a los 26 años, y este cometido en Roma lo logró gracias a la amistad con Popea, mujer de Nerón, simpatizante con el judaísmo. Flavio Josefo se adhirió a la causa de los romanos y el lector de sus obras puede ver bien claramente cómo en sus libros adula a los emperadores Tito y Vespasiano. Cuando los judíos se levantaron en rebelión contra los romanos, en el año 66, Flavio Josefo se unió a los rebeldes para pasarse después al bando de los invasores, y se marchó a Roma juntamente con Tito, después de la toma de Jerusalén por las tropas romanas, en el año 70. Allí se le concedió la ciudadanía romana y tomó el nombre de Flavio en honor de su protector, que era de la familia de los Flavio. En Roma, y en lengua griega, escribió sus cuatro obras: -La Guerra de los Judíos, donde da relación de la historia de los judíos desde los Macabeos hasta la destrucción de Jerusalén, ocupando la mayor parte del libro la última revuelta que llevó a la destrucción del Templo y de Jerusalén. -Las Antigüedades Judías, es una obra que expone, en veinte libros, la historia general del pueblo judío. El autor da una gran cantidad de preciosos detalles acerca del período desde los Macabeos hasta Herodes. Su tendencia habitual es acercar, en el plano cultural, al pueblo judío a los griegos y romanos. Compara las concepciones de los rabinos con las ideas de los filósofos griegos. El célebre pasaje sobre Jesús (18:2-4), que ha sido objeto de mucha discusión, no parece ser una interpolación total, ya que en la antigua versión árabe existe, aunque sin el entusiasmo con que aparece en las versiones occidentales. -El escrito Contra Apión es una defensa del judaísmo, lleno de datos útiles acerca de las
  • 33. 30 creencias y costumbres de los judíos de la diáspora. -Finalmente, en Mi Vida trata de justificar la posición que adoptó en la guerra entre judíos y Roma. Su pueblo lo consideró como un renegado, aunque al parecer de la mayoría de sus biógrafos, actuó inteligentemente porque comprendió lo desesperada e imposible que había sido la revuelta judía contra Roma. De esta obra publicó, en el año 100, una segunda edición. Las obras de Josefo fueron muy estimadas por los cristianos. Hombre de mentalidad cosmopolita, tiene a veces una visión escéptica de las cosas. Flavio Josefo nos proporciona un material importantísimo para comprender los hechos relativos a la caída de Jerusalén. Contemporáneo de los discípulos de Cristo, en su obra hace referencia a la vida, obra y doctrina de personajes bien conocidos por la historia bíblica, como Herodes el Grande, Santiago y Juan el Bautista. Su estilo es pomposo, pero su no militancia en el cristianismo lo hace una fuente particularmente preciosa para el estudio de los orígenes. Otros libros que vale la pena leer son I y II Macabeos, de los libros apócrifos, y otros muchos historiadores y escritores griegos y romanos. Como otros estados del Medio Oriente, la Palestina judía había caído en manos de Alejandro de Macedonia en 332 a.C., quien se apoderó del Oriente Medio en una conquista relámpago, y fue bien recibido por los judíos cuando llegó a Jerusalén. Flavio Josefo relata que cuando Alejandro llegó a Jerusalén los judíos le abrieron las puertas y le mostraron la profecía del libro de Daniel –escrita más de 200 años antes-, que claramente describía las conquistas de Alejandro como “el rey de Grecia” (Antigüedades, libro xi, cap.viii, 5). Después, el pueblo de Israel se había convertido en botín de las luchas dinásticas que siguieron a la muerte de Alejandro en 323 a.C. Desde 320 a.C. tuvieron que sufrir más de una vez las consecuencias de las rivalidades entre los reyes Seléucos de Siria y los Ptolomeos de Egipto. Cuando se habían sometido a la monarquía greco-oriental de los Seléucidas, aún habían resistido con éxito la helenización. A partir de 169 a.C., Antíoco Epífanes (rey de 175 a 164 a.C.) les persiguió con crueldad. Su intento de imponer las normas helénicas a Jerusalén, y sobre todo al Templo, había provocado la revuelta armada. Decidido a exterminar el judaísmo de una manera definitiva, al invadir Jerusalén mató atrozmente a 40.000 judíos en tres días, saqueó el Templo de Jerusalén el 167, forzando su entrada al Lugar Santísimo, y erigió una estatua de Zeus Olímpico en el recinto sagrado, y ofreció cerdos sobre el altar como ofrenda quemada. "Hubo entonces y perduró a lo largo de este período, un partido helenizador en los judíos, una corriente ansiosa de someterse a la máquina procesadora cultural. Pero nunca formó la mayoría, y precisamente a la mayoría apelaron los hermanos Macabeos
  • 34. 31 contra los Seléucidas; y así se apoderaron de Jerusalén, y en 165 a.C. limpiaron el Templo de las impurezas griegas". (HC, p. 22). Matatías, un sacerdote anciano retirado en el pueblo de Modin, y sus hijos Juan, por sobrenombre Gaddis; Simón, llamado Tasi; Judas Macabeo; Eleazar; Abarón y Jonatán Apfos, fueron los valientes líderes en la lucha por la independencia judía. El primer reto y Epífanes fue abiertamente desafiado, cuando su comisionado trató de obligar al pueblo a participar en ritos paganos. Matatías, como representante del pueblo, indignado rehusó hacerlo, mató al comisionado y huyó a un retiro en las montañas de Judea, e hizo un llamado al pueblo para que lo siguieran todos juntos, haciendo un esfuerzo por alcanzar la libertad. En menos de un año, el viejo guerrero murió, y su hijo Judas lo reemplazó en la lucha. “Macabeus” es de la palabra hebrea maqqaba que significa “martillo” y fue dado como sobrenombre a Judas. Bajo su dirección inspiradora y su fe restaurada en Dios, cada ejército que fue enviado contra ellos cayó derrotado, hasta que al fin Judas Macabeo tuvo éxito en romper el yugo del invasor extranjero, estableciendo la independencia de los judíos. A consecuencia de las victorias de Judas, Antíoco IV Epífanes firma un tratado por el que concede autonomía a la provincia judía, en abril (Abib) del año 165 a.C. La primera preocupación de los judíos fue la de purificar el Templo, profanado por los paganos, el 25 de diciembre (Quisleu) del 165, restableciendo en Jerusalén el sacrificio diario. En la época de Cristo se seguía celebrando la Fiesta de la Dedicación (Chanukah), que recordaba este acontecimiento (Juan 10:22). Esta celebración anual (que se celebra hasta hoy) dura ocho días a partir del 25 de Quisleu y es observado en todo el país. Una característica especial de esta fiesta consiste en iluminar los hogares, de ahí que se llame también to phota, “las luces”. La familia macabea gobernó entonces por un período de cien años. Había empezado con Matatías y luego Judas, una dinastía de sumos sacerdotes-gobernantes que continuó hasta el tiempo de los romanos, quienes reconocieron el cargo como una posición política y escogieron y nombraron a alguien favorable a ellos para esa posición. Esta línea de sumos sacerdotes fue llamada la de los Asmoneos, nombre del abuelo de Matatías (más o menos mítico) y continuó hasta el tiempo de los romanos. Matatías fue líder un año (167-166); le siguió Judas, con quien se volvió a restaurar parte del esplendor del Templo, como en los días antiguos. Los sucesores de Antíoco continuaron la lucha contra la independencia judía, invadiendo la tierra con gran ejército y determinaron la destrucción del reino reconquistado; el hermano de Judas fue asesinado, y después de otro año de penalidades, desaliento y confusión, Judas hizo la primera alianza con Roma, ciudad que se estaba convirtiendo rápidamente en un poder dominante.
  • 35. 32 Judas admiraba la organización y el poder de los romanos, y así sus seguidores abrigaron la esperanza de restablecer el antiguo esplendor de la época de David. Judas pereció en una batalla el año 161. Jonatán, su hermano, le sucedió en un momento en que dos pretendientes se estaban disputando el trono de Siria: Demetrio y Alejandro Balas. Este último trató de conseguir el apoyo de Jonatán, hasta entonces un proscrito, y le propuso el reconocimiento oficial como “sumo sacerdote del pueblo” y gobernador general de Judea. Así fue puesta a un lado la línea de Aarón; se había desacreditado después de haber ejercido este ministerio a lo largo de trece siglos. Jonatán concertó alianzas con Esparta y Roma y reforzó las fortificaciones de Jerusalén. Fue asesinado a traición por Trifón, general sirio, el 142, que quería apoderarse del trono. Simón, el último de los cinco hijos de Matatías, tomó entonces el poder. Hizo una alianza con el monarca Demetrio II, ofreciéndole su apoyo para eliminar al general Trifón (que interferiría en los planes del reino seléucida) a cambio del reconocimiento de la total independencia de Judea. Se selló el trato en 142 a.C. y por primera vez hubo un Estado judío independiente desde la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, en 607 a.C. Simón se apoderó de la ciudadela de Jerusalén, que habían ocupado los sirios durante 26 años. El puerto de Jope quedó bajo el control de los judíos; el comercio se desarrolló y vino una etapa próspera. El sumo sacerdocio hereditario fue dado oficialmente a la familia de los Asmoneos, es decir, Simón gobernó como rey (aunque se dice que no usó el título) y sumo sacerdote. Simón murió de manera trágica, asesinado por su yerno Ptolomeo, el 135. A Simón lo sucedió el hijo de Jonatán, Juan Hircano (135-106 a.C.). En el año 130 a.C. el reino seléucida empezó a declinar y el reino de Judá ya nunca más tuvo que preocuparse por él. La larga lucha del pueblo judío por la libertad de conciencia había sido ganada. Con esto el reino macabeo pasó de la defensiva a la expansión imperialista. Juan Hircano ocupó territorios situados al este del Mar Muerto y luego conquistó Idumea, obligando a los idumeos a aceptar el judaísmo a punta de espada, estos descendientes de los edomitas llegaron a ser los más patriotas de los judíos. Juan Hircano dejó de pagar el tributo a los reyes de Siria, que habían ido perdiendo más y más poder, y empezó a acuñar monedas. Invadió también Samaria (107), que en gran parte era una ciudad griega, destruyendo el templo erigido sobre el monte Gerizim. Los fariseos (que hasta entonces habían recibido el nombre de Hassidim, “piadosos”) esperaban al Mesías y desde los días del exilio habían sostenido que el anhelado rey ideal pertenecía a la casa de David. Los Macabeos no descendían de la casa de David, sino que eran levitas, por lo que para ellos el mesianismo era una traición y los fariseos, todos traidores, por esto Juan Hircano se alió con los saduceos. Estos provenían sobre todo de los grupos cercanos al sumo sacerdote; pertenecían a la clase noble, y pretendían descender del sacerdote Sadoc. Querían adaptarse a las circunstancias y alentaban las tendencias helenizantes. A la muerte de Juan Hircano, el reino macabeo se amplió con la conquista de Galilea, alcanzando su máxima extensión (104 a.C.).
  • 36. 33 En reinados posteriores, los Macabeos se aliaron con los fariseos, lo que trajo la paz interna al reino, ya no existía la preocupación por los seléucidas ni por los tolomeos, pero quedaba una gran potencia en el mundo mediterráneo y era peligrosa: Roma. El siguiente gobernante fue Aristóbulo (105-104 a.C.), ambicioso y carente de escrúpulos, asumió el título de rey. Dejó morir de hambre en la cárcel a su propia madre y dio muerte a uno de sus hermanos. Murió de enfermedad después de un año de reinado. Alejandro Janneo (104-78 a.C.) se mostró también cruel, disoluto y dominante. Hubo un momento en que su territorio abarcó más extensión que el de las antiguas Doce Tribus. Sostenido por los saduceos y aborrecido por los fariseos, tuvo que afrontar una cruenta guerra civil durante seis años. Por primera vez los judíos aplicaron la crucifixión: Alejandro Janneo hizo crucificar a 800 de los principales fariseos en Jerusalén. Su viuda Alejandra (78-69 a.C.) le sucedió en el trono y gobernó con prudencia. A su muerte, sus dos hijos se disputaron el poder: el primogénito, el débil Hircano II, había sido designado como rey y sumo sacerdote; el menor, Aristóbulo II, desencadenó una guerra civil para ponerse en su lugar. El jefe idumeo Antipatro fue inducido a intervenir, y en el curso de esta lucha ambos hermanos recurrieron al arbitraje de Pompeyo (106-48 a.C.) y del poderío romano. Pompeyo, que a la sazón se encontraba en el Asia a la cabeza del ejército romano, llegado ante Jerusalén el 63 a.C. tomó partido por Hircano II. Se apoderó de la ciudad después de un sitio de tres meses, masacrando a continuación a 12.000 judíos, atreviéndose además a penetrar en el Templo hasta el Lugar Santísimo. Según Tácito, se quedó asombrado al no encontrar nada tras el velo: ni estatua, ni objeto alguno de adoración (vacam sedem, inania arcana: un santuario vacío, ausencia de misterios). Siguiendo la costumbre de los romanos, tomó posesión del país y, reduciendo Judea a provincia romana, la añadió al imperio. Podemos ver en este acontecimiento que el judío practicante era esencialmente homo religiosus además de funcionario del culto patriótico. Los dos aspectos incluso podían chocar, y así Pompeyo pudo derribar los muros de Jerusalén, principalmente porque los elementos más rigurosos del conjunto de defensores judíos rehusó empuñar las armas durante el sabbath. Después de esto, Hircano II, mantenido en su cargo de sumo sacerdote, tuvo que cambiar su título de rey por el de “etnarca”, y contentarse con gobernar el pequeño territorio de Judea. Galilea y Samaria vinieron a ser provincias distintas: había terminado la independencia judía, y Pompeyo llevó a Roma, en su cortejo triunfal, a Aristóbulo II, rey de los judíos. Hircano II (63-40 a.C.) fue sólo un juguete en las manos de Antipatro, a quien Roma había designado como procurador. Un hijo de Aristóbulo, Antígono (40-37 a.C.) consiguió imponerse por un cierto tiempo con la ayuda de un ejército parto, pero el Senado romano había designado rey de Judea a Herodes (el Grande), hijo de Antipatro. Este se había apoderado del trono de Judea en 43 a.C. y seis años más tarde, en 37, consiguió apoderarse de Jerusalén. Para conseguir
  • 37. 34 esto último fue a Samaria para casarse con la princesa Mariamne, hermana de Aristóbulo, quien debía haber tenido el trono de Israel. El tío de Mariamne, Antígono, fue príncipe en Jerusalén y fue conquistado y decapitado por Herodes. Entre los muchos que Herodes mató por traición o sospechas de complot fueron miembros de su familia, incluyendo a su tío, su suegra, su cuñado, su esposa Mariamne, sus dos hijos que tuvo con ella, Alejandro y Aristóbulo, y otro hijo llamado Antípater; además de acabar con todo el linaje de los Macabeos, quienes tenían derecho legítimo al trono. Herodes era el tipo de hombre con el que Roma prefería tratar, al extremo de que los romanos aceptaron y ratificaron el arreglo de Herodes, que fue dividir el reino después de su muerte entre tres hijos: Arquelao, que recibió a Judea, Herodes Filipo y Herodes Antipas. Esta división, por supuesto, no agradó a los simpatizantes de los Macabeos. Los que eran fieles a ellos se enfurecieron por estos hechos y formaron el grupo de los cananistas o zelotes, para levantar armas contra los opresores a la manera de Judas Macabeo muchos años antes. Causarían mucho escándalo por una acción violenta en el año 6 d.C. en la región de Galilea. Quiranos, el delegado de Roma, fue para implantar un censo con el fin de cobrar impuestos a la nación, y Judas el galileo con Sadoc, un fariseo, encabezaron la revolución que resultó en una lucha que los romanos ganaron fácilmente y donde Judas mismo murió. Simón Pedro, uno de los discípulos de Jesús, era miembro de los zelotes y es muy probable que Barrabás y los ladrones que murieron con Jesús fuesen miembros de este grupo. En 6 d.C. Judea debió ser puesta bajo la custodia directa de los romanos, con una sucesión de procuradores; durante la década del 60, todo el sistema se fragmentó, en una desastrosa revuelta y una sangrienta represalia, y el ciclo se repetiría durante el siglo siguiente, hasta que Roma, exasperada, arrasó Jerusalén hasta los cimientos y la reconstruyó como una ciudad pagana. Los romanos nunca resolvieron el problema palestino. De todos modos, especialmente durante las primeras décadas del gobierno de Herodes el Grande, la relación de Roma con los judíos fue provechosa. Como hemos visto, ya existía una enorme diáspora judía, sobre todo en las grandes ciudades del Mediterráneo oriental: Alejandría, Antioquía, Tarso, Efeso, y en casi todos los sectores del imperio. Una multitud de exiliados se había establecido en Babilonia y en las numerosas ciudades del Asia Menor, en Chipre, Creta y otras islas del Mediterráneo, en las ciudades de Grecia, en Iliria y otras poblaciones de Italia. La propia Roma contaba con una nutrida y próspera colonia judía. De hecho, la primera colonia establecida allí la formaron los cautivos que llevó allí Pompeyo. Se les señaló un barrio en la ciudad, que se conoce con el nombre de Il Ghetto, y el cual han ocupado desde entonces. Julio César les concedió grandes privilegios: fueron declarados libertos (libertini); tenían sus sinagogas, observaban sus festividades y guardaban el sábado como día sagrado. “Seguían el ejemplo de los fenicios, donde hubiera posibilidades de ganancia en los negocios y el comercio, pululaban los mercaderes judíos” (George Park-Fisher, The History of the Christian Church, p. 14).
  • 38. 35 Durante los años de Herodes, la diáspora se extendió y floreció. El imperio le otorgó a los judíos la igualdad de oportunidades económicas y la libertad de movimientos de los bienes y las personas. “El derecho a la propiedad y los derechos individuales estaban bien protegidos. Aunque era frecuente que las naciones conquistadas se quejaran (con razón) de la rapacidad de los gobernadores provinciales -ya que con Octavio Augusto, fundador del Imperio Romano, éste fue dividido en provincias, administradas por un gobernador representante del emperador- y generalmente estaban protegidos contra los conflictos internos y las invasiones extranjeras. Gozaban además de una mayor estabilidad social y alcanzaron un nivel más alto de civilización. La comunicación militar, comercial y literaria con los confines del imperio se mantenía gracias a un sistema de vías cuidadosamente construidas…La seguridad y las facilidades de viaje durante el reinado de los césares eran mejores que en cualquier período subsecuente hasta el siglo xix” (Schaff, History of the Christian Church, vol. I, p. 81). Los judíos formaron comunidades acaudaladas dondequiera que los romanos habían impuesto la estabilidad. Y en Herodes tenían a un protector generoso e influyente. A los ojos de muchos judíos era un individuo sospechoso, y algunos rehusaban reconocerle en absoluto como judío; no a causa de su vida privada voluptuosa y sobremanera violenta, sino por sus vínculos helénicos. No cabe duda de que Herodes trató de recuperar el favor de los judíos. En Jerusalén construyó el Templo según el doble de la escala de Salomón. Esta empresa enorme y grandiosa aún estaba incompleta a la muerte de Herodes, en 4 a.C., y fue terminada en vida de Jesús. Era una construcción amplia y costosa, incluso de acuerdo con las normas de la arquitectura romana, y fue uno de los grandes espectáculos turísticos del imperio: un impresionante símbolo de una religión áspera, viva y dinámica. Herodes se mostró igualmente generoso con los judíos de la diáspora. En todas las grandes ciudades les suministró centros comunitarios y dotó y construyó veintena de sinagogas, la nueva forma de institución religiosa, donde se celebraban servicios para los dispersos. En las grandes ciudades romanas, las comunidades judías suscitaban una impresión de riqueza, de poder creciente, de confianza en ellas mismas y de éxito. En el sistema romano eran excepcionalmente privilegiadas. Muchos judíos de la diáspora ya eran ciudadanos romanos, y desde los tiempos de Julio César, que los admiraba mucho, todos los judíos gozaban de los derechos de asociación. Ello significaba que podían reunirse para celebrar servicios religiosos, cenas y festines comunitarios, así como para promover cualquier actividad social y caritativa. Los romanos reconocieron la intensidad de los sentimientos religiosos judíos, pues de hecho los eximieron de la observancia de la religión oficial. Se permitió que los judíos, en lugar del culto al emperador, demostrasen su respeto al Estado ofreciendo sacrificios en bien del emperador. Fue una concesión única. Y cabe extrañar que no provocara mayor hostilidad. Pero en general los judíos de la diáspora eran admirados e imitados, más que envidiados. No eran en absoluto humildes. Cuando lo preferían, eran muy capaces de representar un papel dirigente en la política municipal, sobre todo en Egipto, donde contaban quizá con un millón de
  • 39. 36 individuos. Algunos realizaron carreras notables al servicio del imperio. Entre ellos había apasionados admiradores del sistema romano, como el ya citado historiador Josefo, o el filósofo Filón -a quien conoceremos más adelante-, que trató de armonizar la teología judaica con la filosofía griega. En oposición a todo esto, los judíos de Judea, y aún más los de regiones semijudías como Galilea, tendían a formar grupos pobres, atrasados, oscurantistas, de mente estrecha, fundamentalistas, incultos y xenófobos, los judíos de la diáspora eran personas expansivas, ricas, cosmopolitas, bien adaptadas a las normas romanas y a la cultura helénica, conocedores de la lengua griega, cultos y abiertos a las ideas. Asimismo, en notable contraste con los judíos de Palestina, se mostraban ansiosos de difundir su religión. En general, los judíos de la diáspora trataban de conquistar prosélitos, y a menudo lo hacían apasionadamente. Durante este período, por lo menos algunos judíos persiguieron metas universalistas, y abrigaron la esperanza de que Israel fuera “la luz de los gentiles”. La adaptación griega del Antiguo Testamento, o Versión de los Setenta, fue la que se utilizó más en las comunidades de la diáspora. Durante la época del exilio el hebreo había desaparecido como lengua común, por lo que los escritos bíblicos no podían ser leídos por los judíos de Alejandría, cuya lengua era el griego. Así, alrededor del año 270 a.C. empezaron a aparecer los libros bíblicos en una versión en griego. Una tradición citada por primera vez por el pseudo Aristeas, dice que la traducción se preparó en tiempos de Ptolomeo II Filadelfo, rey de Egipto entre los años 285 y 246 a.C., a petición suya, por setenta y dos sabios palestinos designados al efecto por el sumo sacerdote Eleazar, con destino a la Real Biblioteca de la Isla de Faro, en Alejandría. La versión se efectuó en setenta y dos días y fue aceptada por la comunidad judía. Más aún, se dice que cada uno de los setenta y dos sabios tradujo la Escrituras Hebreas separada e independientemente, y que cuando se compararon las traducciones se halló que eran todas idénticas. Fue llamada la Versión de los Setenta o Septuaginta, de una palabra latina que significa “setenta”. La Versión de los Setenta, a menudo citada con los numerales romanos LXX, presenta una cierta unidad de estilo en los libros del Pentateuco, pero los demás, como los profetas, son diferentes en lengua y en estilo, si bien coinciden en rasgos comunes a la lengua griega de la dispersión o diáspora. La amplia difusión de la LXX en los siglos siguientes indica que nos hallamos ante una versión autorizada y fiel dentro de las técnicas de la época y que mereció la aprobación de las autoridades de Jerusalén. Si bien la primera autoridad la tiene el original hebreo, es cierto que la Versión de los Setenta se usaba en todas partes donde se hablaba el griego. Esta tiene algunos libros más que la Biblia hebrea y algunos pasajes añadidos a los de Daniel y Ester que nunca han sido aceptados por los judíos. Cabe indicar también que Ptolomeo III Everéter, hijo y sucesor del anterior y que reinó en Egipto entre 246 y 221 a.C., también se mostró tolerante hacia los judíos. Tal es así que
  • 40. 37 al volver de Babilonia, después de conquistar la región de los ríos Tigres y Eufrates, se detuvo en Jerusalén, en 241 y presentó ofrendas en el altar del Templo. Los judíos helenísticos produjeron escritores que se esforzaron por penetrar en la cultura griega. En el siglo I a.C., un historiador pagano, Alejandro Polihistor, publicó una antología de escritores, algunos de ellos judíos y dicha colección la insertó parcialmente siglos más tarde, el historiador cristiano Eusebio de Cesarea, en su Preparatio Evangelica, una obra de apologética. Anteriormente, Clemente de Alejandría había usado la obra de Alejandro. De no ser así, se hubiese perdido hasta la memoria de algunos de los más antiguos escritores laicos judíos de la antigüedad. El grupo abarca autores que van desde Demetrio (222-205 a.C.) hasta algunos tratadistas sobre la sabiduría, florecidos alrededor del año 100 antes de la era cristiana. Muchos doctores de la ley judía, y quienes eran educados por ellos, admiraban la cultura griega y también las filosofías morales de los estoicos, corrientes en aquella época. Pero las Escrituras no les dejaban separarse de Dios y sus enseñanzas, ni contaminarse con las enseñanzas gentiles. Se quedó en la idea de unir en una forma u otra las filosofías y las Escrituras. Ciertas filosofías, por ejemplo, de Aristóteles, estaban de acuerdo con la Biblia y creció la idea de que los grandes filósofos habían aprendido de las Escrituras; así la puerta se abrió un poco para que los intelectuales de Israel estudiaran los libros antes prohibidos para ellos. Para que pudieran justificar la lectura de la literatura griega, trataron de ver en las Escrituras, las filosofías griegas por medio de un sentido simbólico profundo que mostraba verdades filosóficas. El resultado fue que los doctores tenían más interés en la letra de las Escrituras que en el espíritu en el cual fueron escritas. Para muchos, las Escrituras llegaron a ser como un mero código y las historias una muestra de las hazañas de hombres algo similar a los héroes del poeta griego Homero (siglo VIII a.C.), mientras el temor de Dios fue olvidado. Los caracteres bíblicos fueron héroes nacionales, ejemplos no más para mostrar rebelión, etc., y todo tenía un efecto de glorificar a Israel y de efectuar un espíritu de superioridad sobre otras naciones. Con el fin de aumentar este espíritu, algunos filósofos judíos, incluyendo a Aristóbulo, rey de Judea, buscaron e introdujeron ideas de literatura judía que glorificaban a sus héroes como los del ya mencionado Homero. Algunos ya existían como Sabiduría, Susana, Bel y el Dragón, etc., pero en aquella misma época fueron escritos los libros de los Macabeos y Judit. Con una sola excepción, todos fueron escritos con falsos nombres de autores. A pesar de ser libros populares, porque eran como libros griegos, nunca fueron aceptados como inspirados por Dios por los religiosos. Ellos les dieron el nombre de Libros Apócrifos, que quiere decir “no auténticos”; en otras palabras, dudosos de inspiración divina. Hay catorce libros apócrifos. Desafortunadamente, algunos fueron incluidos en copias de la traducción original de los Setenta, años después de la traducción en Alejandría. Fueron hechos por los griegos, a quienes no les importaba la inspiración, ni la pureza de las Sagradas Escrituras.
  • 41. 38 Estos libros apócrifos fueron autorizados por la Iglesia Católica en el Concilio de Trento, en el año 1545, y desde luego los han considerado como inspirados. Parece que los autorizaron, sobre todo, para oponerse a Martín Lutero, que había declarado éstos como falsos y no inspirados. Por tanto, ya para el siglo IV a.C. había inestabilidad en la comunidad judía, y eso la hizo presa del oleaje de una cultura no judía que inundaba al mundo mediterráneo y se extendía aun más allá. Las aguas emanaban de Grecia, y el judaísmo emergió de ellas con prenda de vestir helénica. El autor judío Max Dimont resume así ese período de interacción de las culturas griega y judía: “Enriquecidos con el pensamiento platónico, la lógica aristotélica y la ciencia euclidiana, los eruditos judíos consideraron la Torah con nuevos instrumentos para ello… Procedieron a añadir la razón griega a la revelación judía”. (HD, p. 214). Filón proyectó en su filosofía el concepto de una misión gentil y escribió gozosamente: “No hay una sola ciudad griega o bárbara, ni un solo pueblo, en los que no se haya difundido la costumbre de la observancia del sabbath, o en que no se respeten los días festivos, las ceremonias de las luces y muchas de nuestras prohibiciones". Esta afirmación, en general era válida. Aunque es imposible ofrecer cifras exactas, es evidente que por la época de Cristo, los judíos de la diáspora superaban, lejos, a los que vivían en Palestina: quizás en la proporción de 4,5 millones al millón. Los que estaban unidos de un modo o de otro a la fe judía formaban una proporción importante de la población total del imperio, y en Egipto, donde tenían posiciones más sólidas uno de cada ocho habitantes era judío. Es interesante saber que a principios de la era cristiana el 10% del mundo mediterráneo era judío. Estas cifras muestran claramente el impacto del proselitismo judío. Y una elevada proporción de estas personas no pertenecía a la raza judía. Tampoco eran judíos integrales en el sentido religioso: es decir, pocos estaban circuncidados ni se esperaba de ellos que obedeciesen todos los detalles de la ley. La mayoría estaba formada por noachides, o individuos temerosos de Dios. Reconocían y veneraban al Dios judío, y se les permitía reunirse con los feligreses de las sinagogas para aprender la ley y las costumbres judías. Se admiraba a los judíos por la estabilidad de su vida de familia, por su adhesión a la castidad al mismo tiempo que evitaban los excesos del celibato, por las relaciones impresionantes que mantenían entre padres e hijos, por el valor peculiar que asignaban a la vida humana, por su aborrecimiento del robo y su escrupulosidad en los negocios. Pero aún más sorprendente era su sistema de beneficencia comunitaria. Siempre habían mantenido la costumbre de remitir fondos a Jerusalén para ayudar al mantenimiento del Templo y el auxilio a los pobres. Durante el período de Herodes también desarrollaron, en las grandes ciudades de la diáspora, complicados servicios de bienestar social para los indigentes, los pobres, los enfermos, las viudas y los huérfanos, los prisioneros y los incurables.