2. El bosque era su hogar y le encantaba recorrerlo todas las
mañanas, sintiendo la brisa fresca y el perfume de las
flores. Mientras revoloteaba entre las hierbas, todos se
inclinaban ante ella, haciendo una majestuosa reverencia.
Era Shaylee, la princesa de las hadas del bosque. Pequeña
y graciosa, a todos encantaba con su dulzura y su cariño.
Esa mañana, en particular, se había alejado
demasiado de Shea, el palacio real, que se
encontraba escondido en lo alto, del árbol más grande
y antiguo del bosque, pues perseguía curiosa a una
traviesa liebre, que de ella se escondía entre las
coloridas flores. Sus guardianes, la seguían, muy
serios y cuidadosos, temerosos de que la pequeña
princesa se pudiera perder. Una brisa más fría que lo
normal les avisaba que algo andaba mal, un peligro
los acechaba.
3. Entretenida como estaba,
no se dio cuenta de que
alguien la vigilaba.
Escondido entre los
frondosos árboles, estaba
El Trasgo, un duende feo y
grotesco de naturaleza
malévola, que quería
atrapar a la pequeña hada,
para extraer sus poderes:
el de curar con una gota
de sus preciosas lágrimas
a todos los seres que
vivían en el bosque.
4. En un momento de
distracción de sus
amigos guardianes,
el malvado duende,
la atrapó,
envolviéndola con
un paño viejo y
sucio, llevándola
apoyada en su
espalda, a su oscuro
y frío castillo.
5. Cuando las hadas se
dieron cuenta que la
princesa Shaylee no
estaba, pidieron
ayuda a los pequeños
y buenos duendes de
la floresta, para
encontrarla. Buscando
por aquí y por allá,
descubrieron las
huellas que llevaban
al castillo de El
Trasgo
6. Al llegar vieron que la
gran puerta estaba
cerrada y buscaron
una ventana por
donde entrar. Por
suerte en el fondo del
castillo encontraron
una pequeña ventana
un poco abierta y con
mucho esfuerzo y
ayuda entre todos, lo
consiguieron.
7. Buscaron por los fríos y oscuros corredores,
llamando muy suave por su nombre: “Princesa
Shaylee”, “Princesa Shaylee”; hasta que llegaron
a una puerta con una abertura con rejas y allí la
encontraron, encerrada en una pequeña jaula de
cristal. Con fuerza, entre todos, consiguieron abrir
la puerta, que no estaba trancada, y llegaron
cerca de la princesa. Su brillo natural, ahora se
veía opaco, como apagado, pues toda su fuerza
vital provenía del sol y de la energía del bosque.
Intentaron abrir la jaula, pero estaba trancada y
casi sin fuerzas, les explicó que la llave estaba en
un abrigo negro que El Trasgo usaba.
8. Salieron a buscarlo y lo encontraron durmiendo en una gran
cama. El abrigo estaba colgado en el respaldo de una silla y
con mucho cuidado, paso a paso, consiguieron llegar a él.
Se subieron unos sobre otros, para hacer una torre de
duendes y alcanzar el bolsillo, en donde estaba la
pequeñita llave que abriría la jaula de cristal.
Sin hacer ruido, salieron de la habitación y volvieron con la
princesa. Abrieron la jaula y con mucho esfuerzo la
ayudaron a salir del castillo. Débil y cansada, debieron
cargarla entre sus brazos hasta llegar a un claro del
bosque, en donde los rayos de sol, le dieron fuerzas para
continuar. Poco a poco, la dulce princesa recuperó sus
fuerzas y pudieron continuar la fuga.
9. A lo lejos, se pudieron escuchar los aterradores
gritos del malvado duende, al descubrir que su
prisionera ya no estaba.
Se escondieron en el bosque y mientras las
hadas guardianes escoltaban a la princesa al
castillo, los pequeños duendes le preparaban una
trampa a El Trasgo; un agujero muy grande y
hondo que hacía tiempo que estaban cavando,
cubierto con ramas y hojas. Hicieron que siguiera
sus huellas hasta allí y en un descuido, el
grotesco duende, cayó dentro del gran hoyo.
10. Y así todos
regresaron a casa,
feliz por traer de
vuelta a su amada
princesa.
Fin