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Qué nerviosa se sentía, le temblaban las piernas. No 
recordaba, o eso creía, haber pasado un día tan 
emocionante como ese. Su cumpleaños número doce. 
No podía dejar sus manos quietas y se mordía el labio, 
nerviosa. 
Si, estaba nerviosa. Su padre le había dicho que su 
regalo estaba escondido en las caballerizas. Se podía 
imaginar perfectamente cuál era su regalo. 
Respiró profundamente y entró al lugar. Aquel 
familiar olor a caballo y paja entró por su nariz. Lo 
respiró más aun… quizás fuera la última vez que lo 
hiciera. Entró del todo y miró a su alrededor, para 
luego volver a mirar al frente. Su regalo estaba ahí. 
Una amplia sonrisa se impacto en su rostro, y sin 
poder evitarlo apresuró sus pasos hacia él. 
Siempre quiso un caballo blanco y al fin lo tenía. 
Mordió sus labios, de nuevo, y comenzó a disminuir 
el paso. Un nuevo sentimiento acaparó toda su 
emoción. Miedo. Tenía miedo. Era lindo, pero era 
muy grande, para ella, y no sabía como iba 
reaccionar. 
—No le tengas miedo —escuchó como alguien le 
hablaba.
Giró para encontrarse con él. Le dedicó una tímida 
sonrisa y sus mejillas se enrojecieron. Siempre se 
enrojecía cuando él estaba cerca. Sentía aquel lindo 
cosquilleo en el estomago y sentía aquellas molestas 
ganas de tomarle la mano y no soltarlo. 
—¿Qué haces aquí? —le preguntó y se armó de 
valor para mirarlo. 
Su amiga, Lola, siempre le decía que un niño se da 
cuenta de que una niña gusta de él cuando esta no lo 
mira a los ojos. Tenía que mirarlo si o si. 
—Te estaba buscando. Mañana te vas irás, y no sé 
cuando nos volveremos a ver —le dijo él. 
Ella sintió que las cosquillas se hacían más seguidas 
y algo parecido a la angustia se coló entre sus 
emociones. Sabía que no iba a volver por mucho 
tiempo. Su padre había decidió enviarla a estudiar a 
Londres. Lo iba a extrañar tanto. 
—No pienses en eso. Volveré —dijo dulce. 
—¿Cuándo? 
—No lo sé. Pero volveré. 
—Mi madre dice que Lotres…
—Londres —lo corrigió esbozando una pequeña 
sonrisa. 
—Lo que sea —continuó —Queda muy lejos… 
tomé prestado un mapa del señor Leonard para 
cerciorarme. Y pues, queda muy lejos ¿Y si te pasa 
algo? ¿Y si me necesitas? —preguntó él con 
impaciencia. 
—Habrá mucha gente para cuidarme, salvaje —dijo 
divertida. 
Él no pudo evitar sonreír, dejando ver su falta de un 
diente, el canino, el último de leche. Salvaje, apodo 
que ella le había puesto un día que ambos jugaban 
en los matorrales del campo y él se había 
comportado tal y como ella lo había llamado. 
—Sé que habrá mucha gente cuidándote —continuó. 
Se rascó la nariz y luego el mentón. Se sentía 
nervioso —Pero son gente desconocida… 
—Mi amiga Lola está allá —comentó. 
—Esa niña exasperante… —murmuró. Ella rió por 
lo bajo. 
—Me gusta que utilices las palabras que te he 
enseñado —le dijo.
—Odio esas palabras que me enseñaste —aseguró 
—En la escuela se ríen de mí por tu culpa… 
—No conozco a tus compañeros de escuela. Nunca 
los has traído a la casa o me has hablado de ellos. 
¿Por qué? —ella caminó un poco hacia un costado 
acercándose, inconcientemente, al caballo. 
—Porque son todos unos idiotas… 
—¡Eso es una palabrota! —ella lo regañó divertida. 
—Solo saben pelearse y buscarme pelea. Porque 
saben que siempre les gano. 
—Porque eres un salvaje. 
—Exacto. 
Ella comenzó a jugar con la punta de su vestido, 
apretándolo y arrugándolo en la palma de su mano. 
Las cosquillas de su estomago aun no se iban. 
—La señorita Katherine dice que ella podría 
enseñarte en casa como a mí… 
—No, eso es para niñas. 
Ella lo contempló en silencio por unos cuantos 
segundos. Tenía ganas de decirle muchas cosas.
Sabía que dentro de un par de horas ya no se las 
podría decir. 
—¿Vas a extrañarme? —le preguntó ella. 
Volvió a caminar hacia el caballo, y entonces chocó 
con él. El inmenso animal chilló e hizo un relinche. 
Ella lo miró asustada, pero de pronto sintió una 
mano que tomaba la suya y la apartaba un poco de la 
fiera. 
—Es un potro salvaje, como yo —le dijo él. 
Ella giró la cabeza para observarlo. Ahora estaba a 
su lado y sostenía su mano. Al parecer no tenía 
ninguna intención de alejarse o soltarla. 
En eso Lola se había equivocado. Él no era como los 
demás niños… A él no le molestaba tomarla de la 
mano, tampoco que ella lo hiciera tomar el té o que 
le enseñara como hablar apropiadamente. 
—No sé porque papá lo compró justo ahora que me 
voy —se lamentó. 
—Lo hizo para que no le tomaras cariño y no te 
doliera tanto dejarlo… ¿Cómo quieres llamarlo? 
—¿Es niño verdad? —inquirió. 
—Macho… se dice macho.
—Lo que sea —dijo ella tratando de imitar la 
expresión de él cuando le decía así. Él rió 
quedamente —Quiero que se llame White. 
—¿Quieres tocarlo? —preguntó. 
Miró nerviosa al caballo y volvió la mirada a los 
ojos que chorreaban miel que estaban frente a ella. 
—No lo sé… tengo miedo. 
Él tomó con más firmeza la mano de ella, para 
acercarla con cuidado al caballo. 
—White —lo llamó él, por su nuevo nombre. El 
caballo levantó un poco la cabeza y los miró. 
—Así es como te llamas ahora, caballo. 
Se acercaron más. El animal parecía tranquilo. Pero 
a ella no la convencía. Él estaba detrás de ella y 
todavía sostenía su mano. Estiró sus manos hasta 
que la de ella se apoyó primero en el hocico de 
White. El caballo se quedó quieto, recibiendo la 
caricia. Él hizo que ella moviera la mano un poco 
más. 
— ¿Lo ves? Él no te hará daño. Sabe que eres su 
dueña —le dijo.
Lo miró a los ojos. Parecía ese príncipe del cuento 
que ella siempre leía. Un príncipe un poco 
particular, ya que siempre estaba jugando en el barro 
o con los animales. Pero era tan lindo. Lo iba a 
extrañar, de todo esto a él era al que más iba a 
extrañar. 
—¿Lo vas a cuidar por mí? —le preguntó. Él se 
alejó para que ella continuara acariciando a su nuevo 
caballo por si sola. 
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reconocer de lo lindo que va a estar —dijo con una 
sonrisa. 
Ella sonrió y se alejó del caballo para acercarse a él. 
Vio que algo brillaba colgando en su pecho. 
Semisonrió. Hacía casi dos meses que él había 
cumplido los trece. 
—¿Aun tienes mi regalo? —le preguntó. Él asintió y 
lo buscó. Alzó a la vista una pequeña medallita de 
oro en forma de caballo. Ella la tomó para mirarla. 
—Siempre la vas a cuidar, ¿verdad? 
—Siempre voy a cuidarla. Siempre voy a cuidar 
todo lo que tenga que ver contigo. Porque… 
porque… —dejó de hablar.
—¿Por qué? —quiso saber ella. 
Él sintió aquel tonto cosquilleo en la boca del 
estomago. Parecía que se acababa de comer un 
enjambre de mariposas. 
—Porque yo te quiero, enana —se animó a decir al 
fin. 
Ella sintió una felicidad que nunca había sentido. Él 
sacó algo del bolsillo de su pantalón y se lo tendió. 
Ella lo tomó apresuradamente y sin dudarlo abrió la 
pequeña cajita. Sus ojos no podían creer que lo que 
estaban viendo. 
—¿Lo compraste? —dijo anonadada. 
—Si —asintió él tímidamente —Dijiste que te 
gustaba cuando fuimos la última vez al pueblo. Y 
estuve ahorrando desde entonces para comprártelo. 
—¿Por eso estabas haciéndole mandados al señor de 
la panadería? 
Él solo asintió. Ella sacó el pequeño anillo que tenía 
una piedrita violeta en el medio y se lo puso. Sintió 
un nuevo dolor… nunca lo había sentido. Iba a 
extrañarlo tanto. Lo miró fijo a los ojos. Esos ojos 
hermosos ojos miel, sin comparación alguna.
—Yo también te quiero, salvaje —le dijo en tono 
dulce. 
Con cuidado se acercó a él, se puso en puntas de pie 
y apoyó sus labios sobre los suyos. Ambos cerraron 
los ojos, compartiendo así su primer beso.
Capítulo 1. 
Años después. 
¿Cómo podía ser posible que se le perdiera aquella 
cadenita? ¿Cómo? Él no era descuidado, jamás lo 
había sido. Y ahora no la encontraba la pequeña 
cadena en forma de caballo por ningún lado. No 
quería perder aquel recuerdo de los mejores años de 
su vida. Siendo un niño él había sido muy feliz… 
Ahora también lo era, pero desgraciadamente nunca 
iba a ser igual. 
Se maldijo a si mismo… ¿Dónde podría haberla 
dejado? Ya la había buscado en todos lados: la 
caballeriza, su cuarto, el baño, el gallinero, la 
cocina, la casa grande. 
Se detuvo a pensar un poco. Quizás la había dejado 
en la casa de Evie. Aunque a decir verdad hacía 
como una semana que no iba a ver a su novia y la 
cadenita la había perdido ayer. Soltó un suspiro. Y 
se sentó con cuidado en una de las sillas de la 
cocina. 
—¿Buscabas esto? —preguntó ella. 
Al instante él levantó la vista y se puso de pie. Casi 
corrió hacia donde estaba su madre con la mano
levantada y mostrándole lo que había estado 
buscando desde hacía tantas horas. 
—¿Dónde estaba? —quiso saber mientras se la 
quitaba de la mano. 
—La dejaste tirada cerca del horno anoche, después 
de que lo arreglaste. 
—No la dejé tirada. Seguramente se me cayó… 
Se la volvió a poner, y se sintió aliviado. Sus bonitos 
recuerdos ahora estaban de nuevo con él. 
Liam Payne era un hombre de campo. Había nacido 
allí, se había criado allí y pensaba morir allí. Él no 
se consideraba una persona mala, y estaba muy 
orgulloso de lo que había logrado en todos esos año 
en los campos Streep. Siendo muy joven con apenas 
15 años, su jefe lo había nombrado encargado del 
lugar, cuando había decidido irse a vivir a la cuidad. 
Y desde entonces Liam había llevado adelante los 
asuntos de aquella conocida estancia. Pero a pesar 
de dejarle toda la responsabilidad, Leonard Streep 
iba a verlos todos los años en las vacaciones de 
verano. Se quedaba allí unos dos meses y luego 
volvía a su agitada vida de negocios. Liam siempre 
se preguntaba como era que ese hombre no se había 
vuelto loco viviendo en la cuidad, siendo que él
también había nacido y criado en aquel campo. Pero 
lo sabía, Leo era un gran hombre que se adaptaba a 
cualquier situación de cambio. Y Liam lo 
admirada… lo admiraba y lo quería como a un 
padre. Por eso mismo cada vez que el jefe llegaba 
todo el mundo estaba como loco arreglando y 
preparando todo. 
—Es como la decimaquinta vez que pierdes ese 
colgante, Liam —lo regañó ella pero no del todo. Le 
besó la frente y se acercó a las hornillas para revisar 
la comida que estaba preparando. La cena siempre 
comenzaba a prepararse antes del atardecer. 
—No es a propósito —aseguró él —Al parecer no le 
gusta estar en mi cuello. 
Maggi sonrió y lo miró de manera tierna. 
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Streep. 
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señor Streep se merece lo mejor. 
Liam puso los ojos en blanco. Si había alguien que 
se ponía quisquillosa con la llegada del jefe en aquel 
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huían de ella despavoridos. Se ponía insoportable, 
histérica y sobre todo intratable. Liam creía saber la 
razón de sus nervios. Aunque ella jamás llegara a 
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le sonrió y se puso de pie. Pero dejó de sonreír al ver 
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primo. 
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—White —murmuró el rubio simplemente. 
Liam resopló. ¿Otra vez aquel caballo? ¿Cuándo iba 
a ser el día en que el corcel blanco no le diera 
dolores de cabeza? 
—¿Qué hizo ahora? —quiso saber. 
—Le ha dado un buen susto al pobre de Peter, casi 
lo golpea. Luego rompió su bozal, rompió un par de 
mecheras en las caballerizas, salió hecho una fiera, 
saltó la cerca y se metió por el bosque. 
Liam cerró los ojos y se masajeó el puente de la 
nariz. Ese caballo no cambiaba más. No había forma 
de que lo adiestrara. El muy cabeza dura jamás se 
terminaba de comportar. Solo le gustaba ser un 
caballo salvaje. Pero ¿Quién podría culparlo de ser 
así?, Nadie. 
El castaño se había encargado de criarlo… y jamás 
le había puesto verdaderamente los límites. Además 
de que se parecían demasiado. Podría decirse que 
hasta White estaba mimetizado con Liam. 
Por ejemplo: cuando él estaba enfermo, White 
también parecía estarlo. Cuando se sentía enojado, 
el caballo también. Cuando estaba contento, también 
él. Cuando se sentía atrapado, frustrado por el 
trabajo y quería salir corriendo y dejar todo en
manos de alguien más… White hacía destrozos y 
huía al medio del bosque. 
Al parecer hoy el caballo también se había 
mimetizado con él… aquello que White había hecho 
era lo mismo que Justin quería hacer. Huir. Y no 
sabía exactamente por qué. La mayoría de las veces 
cuando su jefe venía al campo, él estaba contento. 
Pero hoy no era así. Hoy se sentía extraño. Algo le 
decía que pronto se sentiría más extraño aun. 
Giró para mirar a Maggi y le entregó una sonrisa 
galante. Ella casi siempre se quedaba tranquila 
cuando él le sonreía así. 
—¿Te dije que llamó, Evie? —le preguntó. Liam 
frunció el ceño. 
—No, no me lo habías dicho —resopló —¿Qué te 
dijo? 
—Que está enojada contigo porque no le devuelves 
las llamadas y ya no la vas a ver… 
—¿Le dijiste que estoy muy ocupado? —inquirió 
mientras se acercaba a donde estaba parado 
Cameron y le hacía una seña de que comenzara a 
caminar.
—Si, se lo dije… pero dice que como ella es tu 
novia tendría que ser tu prioridad. 
Liam soltó un lento suspiro. A veces Evie era 
demasiado ‘inmadura’. Y él sentía que 
necesitaba un respiro. 
—En la noche iré a verla… si vuelve a llamar dile 
eso. 
Su madre asintió y ellos dos salieron de la casa. 
—Tú no estás realmente enamorado de Evangelina 
—habló Cam mientras ambos caminaban hacia la 
caballeriza. Liam iría a buscar a White. 
—¿Por qué lo dices? —preguntó extrañado. 
—Porque si la amaras realmente… le harías un 
espacio aunque te estuvieras muriendo. Solo estás 
con ella por costumbre. Y créeme cuando te digo 
que eso no es amor. 
—¿Y tú que sabes del amor? —inquirió divertido el 
castaño. 
—Yo estoy enamorado. Solo que soy un maldito 
cobarde y no me animo a decírselo. 
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visto como terminan ese tipo de romances? Si ella 
llegara a tener algo con un simple trabajador como 
yo, su familia sería capaz de darle la espalda y 
dejarla en la calle… en este caso en medio del 
campo. 
Liam esbozó una pequeña sonrisa y despeinó un 
poco el cabello del rubio. Cam apenas tenía 19 años 
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Cameron

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Sin olvidarte

  • 1. Qué nerviosa se sentía, le temblaban las piernas. No recordaba, o eso creía, haber pasado un día tan emocionante como ese. Su cumpleaños número doce. No podía dejar sus manos quietas y se mordía el labio, nerviosa. Si, estaba nerviosa. Su padre le había dicho que su regalo estaba escondido en las caballerizas. Se podía imaginar perfectamente cuál era su regalo. Respiró profundamente y entró al lugar. Aquel familiar olor a caballo y paja entró por su nariz. Lo respiró más aun… quizás fuera la última vez que lo hiciera. Entró del todo y miró a su alrededor, para luego volver a mirar al frente. Su regalo estaba ahí. Una amplia sonrisa se impacto en su rostro, y sin poder evitarlo apresuró sus pasos hacia él. Siempre quiso un caballo blanco y al fin lo tenía. Mordió sus labios, de nuevo, y comenzó a disminuir el paso. Un nuevo sentimiento acaparó toda su emoción. Miedo. Tenía miedo. Era lindo, pero era muy grande, para ella, y no sabía como iba reaccionar. —No le tengas miedo —escuchó como alguien le hablaba.
  • 2. Giró para encontrarse con él. Le dedicó una tímida sonrisa y sus mejillas se enrojecieron. Siempre se enrojecía cuando él estaba cerca. Sentía aquel lindo cosquilleo en el estomago y sentía aquellas molestas ganas de tomarle la mano y no soltarlo. —¿Qué haces aquí? —le preguntó y se armó de valor para mirarlo. Su amiga, Lola, siempre le decía que un niño se da cuenta de que una niña gusta de él cuando esta no lo mira a los ojos. Tenía que mirarlo si o si. —Te estaba buscando. Mañana te vas irás, y no sé cuando nos volveremos a ver —le dijo él. Ella sintió que las cosquillas se hacían más seguidas y algo parecido a la angustia se coló entre sus emociones. Sabía que no iba a volver por mucho tiempo. Su padre había decidió enviarla a estudiar a Londres. Lo iba a extrañar tanto. —No pienses en eso. Volveré —dijo dulce. —¿Cuándo? —No lo sé. Pero volveré. —Mi madre dice que Lotres…
  • 3. —Londres —lo corrigió esbozando una pequeña sonrisa. —Lo que sea —continuó —Queda muy lejos… tomé prestado un mapa del señor Leonard para cerciorarme. Y pues, queda muy lejos ¿Y si te pasa algo? ¿Y si me necesitas? —preguntó él con impaciencia. —Habrá mucha gente para cuidarme, salvaje —dijo divertida. Él no pudo evitar sonreír, dejando ver su falta de un diente, el canino, el último de leche. Salvaje, apodo que ella le había puesto un día que ambos jugaban en los matorrales del campo y él se había comportado tal y como ella lo había llamado. —Sé que habrá mucha gente cuidándote —continuó. Se rascó la nariz y luego el mentón. Se sentía nervioso —Pero son gente desconocida… —Mi amiga Lola está allá —comentó. —Esa niña exasperante… —murmuró. Ella rió por lo bajo. —Me gusta que utilices las palabras que te he enseñado —le dijo.
  • 4. —Odio esas palabras que me enseñaste —aseguró —En la escuela se ríen de mí por tu culpa… —No conozco a tus compañeros de escuela. Nunca los has traído a la casa o me has hablado de ellos. ¿Por qué? —ella caminó un poco hacia un costado acercándose, inconcientemente, al caballo. —Porque son todos unos idiotas… —¡Eso es una palabrota! —ella lo regañó divertida. —Solo saben pelearse y buscarme pelea. Porque saben que siempre les gano. —Porque eres un salvaje. —Exacto. Ella comenzó a jugar con la punta de su vestido, apretándolo y arrugándolo en la palma de su mano. Las cosquillas de su estomago aun no se iban. —La señorita Katherine dice que ella podría enseñarte en casa como a mí… —No, eso es para niñas. Ella lo contempló en silencio por unos cuantos segundos. Tenía ganas de decirle muchas cosas.
  • 5. Sabía que dentro de un par de horas ya no se las podría decir. —¿Vas a extrañarme? —le preguntó ella. Volvió a caminar hacia el caballo, y entonces chocó con él. El inmenso animal chilló e hizo un relinche. Ella lo miró asustada, pero de pronto sintió una mano que tomaba la suya y la apartaba un poco de la fiera. —Es un potro salvaje, como yo —le dijo él. Ella giró la cabeza para observarlo. Ahora estaba a su lado y sostenía su mano. Al parecer no tenía ninguna intención de alejarse o soltarla. En eso Lola se había equivocado. Él no era como los demás niños… A él no le molestaba tomarla de la mano, tampoco que ella lo hiciera tomar el té o que le enseñara como hablar apropiadamente. —No sé porque papá lo compró justo ahora que me voy —se lamentó. —Lo hizo para que no le tomaras cariño y no te doliera tanto dejarlo… ¿Cómo quieres llamarlo? —¿Es niño verdad? —inquirió. —Macho… se dice macho.
  • 6. —Lo que sea —dijo ella tratando de imitar la expresión de él cuando le decía así. Él rió quedamente —Quiero que se llame White. —¿Quieres tocarlo? —preguntó. Miró nerviosa al caballo y volvió la mirada a los ojos que chorreaban miel que estaban frente a ella. —No lo sé… tengo miedo. Él tomó con más firmeza la mano de ella, para acercarla con cuidado al caballo. —White —lo llamó él, por su nuevo nombre. El caballo levantó un poco la cabeza y los miró. —Así es como te llamas ahora, caballo. Se acercaron más. El animal parecía tranquilo. Pero a ella no la convencía. Él estaba detrás de ella y todavía sostenía su mano. Estiró sus manos hasta que la de ella se apoyó primero en el hocico de White. El caballo se quedó quieto, recibiendo la caricia. Él hizo que ella moviera la mano un poco más. — ¿Lo ves? Él no te hará daño. Sabe que eres su dueña —le dijo.
  • 7. Lo miró a los ojos. Parecía ese príncipe del cuento que ella siempre leía. Un príncipe un poco particular, ya que siempre estaba jugando en el barro o con los animales. Pero era tan lindo. Lo iba a extrañar, de todo esto a él era al que más iba a extrañar. —¿Lo vas a cuidar por mí? —le preguntó. Él se alejó para que ella continuara acariciando a su nuevo caballo por si sola. —Claro que si, cuando vuelvas no lo vas a reconocer de lo lindo que va a estar —dijo con una sonrisa. Ella sonrió y se alejó del caballo para acercarse a él. Vio que algo brillaba colgando en su pecho. Semisonrió. Hacía casi dos meses que él había cumplido los trece. —¿Aun tienes mi regalo? —le preguntó. Él asintió y lo buscó. Alzó a la vista una pequeña medallita de oro en forma de caballo. Ella la tomó para mirarla. —Siempre la vas a cuidar, ¿verdad? —Siempre voy a cuidarla. Siempre voy a cuidar todo lo que tenga que ver contigo. Porque… porque… —dejó de hablar.
  • 8. —¿Por qué? —quiso saber ella. Él sintió aquel tonto cosquilleo en la boca del estomago. Parecía que se acababa de comer un enjambre de mariposas. —Porque yo te quiero, enana —se animó a decir al fin. Ella sintió una felicidad que nunca había sentido. Él sacó algo del bolsillo de su pantalón y se lo tendió. Ella lo tomó apresuradamente y sin dudarlo abrió la pequeña cajita. Sus ojos no podían creer que lo que estaban viendo. —¿Lo compraste? —dijo anonadada. —Si —asintió él tímidamente —Dijiste que te gustaba cuando fuimos la última vez al pueblo. Y estuve ahorrando desde entonces para comprártelo. —¿Por eso estabas haciéndole mandados al señor de la panadería? Él solo asintió. Ella sacó el pequeño anillo que tenía una piedrita violeta en el medio y se lo puso. Sintió un nuevo dolor… nunca lo había sentido. Iba a extrañarlo tanto. Lo miró fijo a los ojos. Esos ojos hermosos ojos miel, sin comparación alguna.
  • 9. —Yo también te quiero, salvaje —le dijo en tono dulce. Con cuidado se acercó a él, se puso en puntas de pie y apoyó sus labios sobre los suyos. Ambos cerraron los ojos, compartiendo así su primer beso.
  • 10. Capítulo 1. Años después. ¿Cómo podía ser posible que se le perdiera aquella cadenita? ¿Cómo? Él no era descuidado, jamás lo había sido. Y ahora no la encontraba la pequeña cadena en forma de caballo por ningún lado. No quería perder aquel recuerdo de los mejores años de su vida. Siendo un niño él había sido muy feliz… Ahora también lo era, pero desgraciadamente nunca iba a ser igual. Se maldijo a si mismo… ¿Dónde podría haberla dejado? Ya la había buscado en todos lados: la caballeriza, su cuarto, el baño, el gallinero, la cocina, la casa grande. Se detuvo a pensar un poco. Quizás la había dejado en la casa de Evie. Aunque a decir verdad hacía como una semana que no iba a ver a su novia y la cadenita la había perdido ayer. Soltó un suspiro. Y se sentó con cuidado en una de las sillas de la cocina. —¿Buscabas esto? —preguntó ella. Al instante él levantó la vista y se puso de pie. Casi corrió hacia donde estaba su madre con la mano
  • 11. levantada y mostrándole lo que había estado buscando desde hacía tantas horas. —¿Dónde estaba? —quiso saber mientras se la quitaba de la mano. —La dejaste tirada cerca del horno anoche, después de que lo arreglaste. —No la dejé tirada. Seguramente se me cayó… Se la volvió a poner, y se sintió aliviado. Sus bonitos recuerdos ahora estaban de nuevo con él. Liam Payne era un hombre de campo. Había nacido allí, se había criado allí y pensaba morir allí. Él no se consideraba una persona mala, y estaba muy orgulloso de lo que había logrado en todos esos año en los campos Streep. Siendo muy joven con apenas 15 años, su jefe lo había nombrado encargado del lugar, cuando había decidido irse a vivir a la cuidad. Y desde entonces Liam había llevado adelante los asuntos de aquella conocida estancia. Pero a pesar de dejarle toda la responsabilidad, Leonard Streep iba a verlos todos los años en las vacaciones de verano. Se quedaba allí unos dos meses y luego volvía a su agitada vida de negocios. Liam siempre se preguntaba como era que ese hombre no se había vuelto loco viviendo en la cuidad, siendo que él
  • 12. también había nacido y criado en aquel campo. Pero lo sabía, Leo era un gran hombre que se adaptaba a cualquier situación de cambio. Y Liam lo admirada… lo admiraba y lo quería como a un padre. Por eso mismo cada vez que el jefe llegaba todo el mundo estaba como loco arreglando y preparando todo. —Es como la decimaquinta vez que pierdes ese colgante, Liam —lo regañó ella pero no del todo. Le besó la frente y se acercó a las hornillas para revisar la comida que estaba preparando. La cena siempre comenzaba a prepararse antes del atardecer. —No es a propósito —aseguró él —Al parecer no le gusta estar en mi cuello. Maggi sonrió y lo miró de manera tierna. —¿Ya está todo listo? Mira que hoy llega el señor Streep. —Si, todo está listo. —Más te vale, Liam… —Mamá… bien sabes que me gusta que el jefe venga a encontrar todo en orden y en perfecto estado.
  • 13. —Si, lo sé. Pero solo te pregunto para que estés completamente seguro. No quiero que nada salga mal. Leonard… —sacudió la cabeza —Digo, el señor Streep se merece lo mejor. Liam puso los ojos en blanco. Si había alguien que se ponía quisquillosa con la llegada del jefe en aquel lugar, esa era su madre. Todos los trabajadores huían de ella despavoridos. Se ponía insoportable, histérica y sobre todo intratable. Liam creía saber la razón de sus nervios. Aunque ella jamás llegara a admitirlo, él sabía que su madre sentía algo especial por ese hombre. Y cuando volvía al campo, ella parecía perder los estribos. Los únicos que podían con ella en días así eran Cameron y él. Cameron Payne era más que un primo para Liam. Era como su hermano menor. El rubio se había mudado a vivir con ellos cuando su padre, había muerto en un accidente de campo. Liam y Maggi eran la única familia que le quedaba. Payne entró a la cocina y se detuvo a mirarlos. Liam le sonrió y se puso de pie. Pero dejó de sonreír al ver la cara de preocupación y frustración que tenía su primo. —¿Qué sucedió? —le preguntó al instante.
  • 14. —White —murmuró el rubio simplemente. Liam resopló. ¿Otra vez aquel caballo? ¿Cuándo iba a ser el día en que el corcel blanco no le diera dolores de cabeza? —¿Qué hizo ahora? —quiso saber. —Le ha dado un buen susto al pobre de Peter, casi lo golpea. Luego rompió su bozal, rompió un par de mecheras en las caballerizas, salió hecho una fiera, saltó la cerca y se metió por el bosque. Liam cerró los ojos y se masajeó el puente de la nariz. Ese caballo no cambiaba más. No había forma de que lo adiestrara. El muy cabeza dura jamás se terminaba de comportar. Solo le gustaba ser un caballo salvaje. Pero ¿Quién podría culparlo de ser así?, Nadie. El castaño se había encargado de criarlo… y jamás le había puesto verdaderamente los límites. Además de que se parecían demasiado. Podría decirse que hasta White estaba mimetizado con Liam. Por ejemplo: cuando él estaba enfermo, White también parecía estarlo. Cuando se sentía enojado, el caballo también. Cuando estaba contento, también él. Cuando se sentía atrapado, frustrado por el trabajo y quería salir corriendo y dejar todo en
  • 15. manos de alguien más… White hacía destrozos y huía al medio del bosque. Al parecer hoy el caballo también se había mimetizado con él… aquello que White había hecho era lo mismo que Justin quería hacer. Huir. Y no sabía exactamente por qué. La mayoría de las veces cuando su jefe venía al campo, él estaba contento. Pero hoy no era así. Hoy se sentía extraño. Algo le decía que pronto se sentiría más extraño aun. Giró para mirar a Maggi y le entregó una sonrisa galante. Ella casi siempre se quedaba tranquila cuando él le sonreía así. —¿Te dije que llamó, Evie? —le preguntó. Liam frunció el ceño. —No, no me lo habías dicho —resopló —¿Qué te dijo? —Que está enojada contigo porque no le devuelves las llamadas y ya no la vas a ver… —¿Le dijiste que estoy muy ocupado? —inquirió mientras se acercaba a donde estaba parado Cameron y le hacía una seña de que comenzara a caminar.
  • 16. —Si, se lo dije… pero dice que como ella es tu novia tendría que ser tu prioridad. Liam soltó un lento suspiro. A veces Evie era demasiado ‘inmadura’. Y él sentía que necesitaba un respiro. —En la noche iré a verla… si vuelve a llamar dile eso. Su madre asintió y ellos dos salieron de la casa. —Tú no estás realmente enamorado de Evangelina —habló Cam mientras ambos caminaban hacia la caballeriza. Liam iría a buscar a White. —¿Por qué lo dices? —preguntó extrañado. —Porque si la amaras realmente… le harías un espacio aunque te estuvieras muriendo. Solo estás con ella por costumbre. Y créeme cuando te digo que eso no es amor. —¿Y tú que sabes del amor? —inquirió divertido el castaño. —Yo estoy enamorado. Solo que soy un maldito cobarde y no me animo a decírselo. —¿Y por qué no te animas, tonto?
  • 17. —Liam, es la hija de un acensado. ¿Acaso no has visto como terminan ese tipo de romances? Si ella llegara a tener algo con un simple trabajador como yo, su familia sería capaz de darle la espalda y dejarla en la calle… en este caso en medio del campo. Liam esbozó una pequeña sonrisa y despeinó un poco el cabello del rubio. Cam apenas tenía 19 años y ya sufría de aquella manera tan pasional. —Gretta no es de esas que menosprecian a los chicos. Es más,… tú también le gustas. Cameron