La historia trata sobre una niña de 12 años que recibe un caballo blanco de regalo en su cumpleaños. Ella se siente nerviosa por el tamaño del caballo pero un niño llamado Salvaje la ayuda a acercarse y la tranquiliza. Antes de irse a estudiar a Londres, la niña y Salvaje comparten su primer beso declarándose su cariño. Años después, Liam busca desesperadamente una cadena que le recuerda a la niña, hasta que su madre se la encuentra.
1. Qué nerviosa se sentía, le temblaban las piernas. No
recordaba, o eso creía, haber pasado un día tan
emocionante como ese. Su cumpleaños número doce.
No podía dejar sus manos quietas y se mordía el labio,
nerviosa.
Si, estaba nerviosa. Su padre le había dicho que su
regalo estaba escondido en las caballerizas. Se podía
imaginar perfectamente cuál era su regalo.
Respiró profundamente y entró al lugar. Aquel
familiar olor a caballo y paja entró por su nariz. Lo
respiró más aun… quizás fuera la última vez que lo
hiciera. Entró del todo y miró a su alrededor, para
luego volver a mirar al frente. Su regalo estaba ahí.
Una amplia sonrisa se impacto en su rostro, y sin
poder evitarlo apresuró sus pasos hacia él.
Siempre quiso un caballo blanco y al fin lo tenía.
Mordió sus labios, de nuevo, y comenzó a disminuir
el paso. Un nuevo sentimiento acaparó toda su
emoción. Miedo. Tenía miedo. Era lindo, pero era
muy grande, para ella, y no sabía como iba
reaccionar.
—No le tengas miedo —escuchó como alguien le
hablaba.
2. Giró para encontrarse con él. Le dedicó una tímida
sonrisa y sus mejillas se enrojecieron. Siempre se
enrojecía cuando él estaba cerca. Sentía aquel lindo
cosquilleo en el estomago y sentía aquellas molestas
ganas de tomarle la mano y no soltarlo.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó y se armó de
valor para mirarlo.
Su amiga, Lola, siempre le decía que un niño se da
cuenta de que una niña gusta de él cuando esta no lo
mira a los ojos. Tenía que mirarlo si o si.
—Te estaba buscando. Mañana te vas irás, y no sé
cuando nos volveremos a ver —le dijo él.
Ella sintió que las cosquillas se hacían más seguidas
y algo parecido a la angustia se coló entre sus
emociones. Sabía que no iba a volver por mucho
tiempo. Su padre había decidió enviarla a estudiar a
Londres. Lo iba a extrañar tanto.
—No pienses en eso. Volveré —dijo dulce.
—¿Cuándo?
—No lo sé. Pero volveré.
—Mi madre dice que Lotres…
3. —Londres —lo corrigió esbozando una pequeña
sonrisa.
—Lo que sea —continuó —Queda muy lejos…
tomé prestado un mapa del señor Leonard para
cerciorarme. Y pues, queda muy lejos ¿Y si te pasa
algo? ¿Y si me necesitas? —preguntó él con
impaciencia.
—Habrá mucha gente para cuidarme, salvaje —dijo
divertida.
Él no pudo evitar sonreír, dejando ver su falta de un
diente, el canino, el último de leche. Salvaje, apodo
que ella le había puesto un día que ambos jugaban
en los matorrales del campo y él se había
comportado tal y como ella lo había llamado.
—Sé que habrá mucha gente cuidándote —continuó.
Se rascó la nariz y luego el mentón. Se sentía
nervioso —Pero son gente desconocida…
—Mi amiga Lola está allá —comentó.
—Esa niña exasperante… —murmuró. Ella rió por
lo bajo.
—Me gusta que utilices las palabras que te he
enseñado —le dijo.
4. —Odio esas palabras que me enseñaste —aseguró
—En la escuela se ríen de mí por tu culpa…
—No conozco a tus compañeros de escuela. Nunca
los has traído a la casa o me has hablado de ellos.
¿Por qué? —ella caminó un poco hacia un costado
acercándose, inconcientemente, al caballo.
—Porque son todos unos idiotas…
—¡Eso es una palabrota! —ella lo regañó divertida.
—Solo saben pelearse y buscarme pelea. Porque
saben que siempre les gano.
—Porque eres un salvaje.
—Exacto.
Ella comenzó a jugar con la punta de su vestido,
apretándolo y arrugándolo en la palma de su mano.
Las cosquillas de su estomago aun no se iban.
—La señorita Katherine dice que ella podría
enseñarte en casa como a mí…
—No, eso es para niñas.
Ella lo contempló en silencio por unos cuantos
segundos. Tenía ganas de decirle muchas cosas.
5. Sabía que dentro de un par de horas ya no se las
podría decir.
—¿Vas a extrañarme? —le preguntó ella.
Volvió a caminar hacia el caballo, y entonces chocó
con él. El inmenso animal chilló e hizo un relinche.
Ella lo miró asustada, pero de pronto sintió una
mano que tomaba la suya y la apartaba un poco de la
fiera.
—Es un potro salvaje, como yo —le dijo él.
Ella giró la cabeza para observarlo. Ahora estaba a
su lado y sostenía su mano. Al parecer no tenía
ninguna intención de alejarse o soltarla.
En eso Lola se había equivocado. Él no era como los
demás niños… A él no le molestaba tomarla de la
mano, tampoco que ella lo hiciera tomar el té o que
le enseñara como hablar apropiadamente.
—No sé porque papá lo compró justo ahora que me
voy —se lamentó.
—Lo hizo para que no le tomaras cariño y no te
doliera tanto dejarlo… ¿Cómo quieres llamarlo?
—¿Es niño verdad? —inquirió.
—Macho… se dice macho.
6. —Lo que sea —dijo ella tratando de imitar la
expresión de él cuando le decía así. Él rió
quedamente —Quiero que se llame White.
—¿Quieres tocarlo? —preguntó.
Miró nerviosa al caballo y volvió la mirada a los
ojos que chorreaban miel que estaban frente a ella.
—No lo sé… tengo miedo.
Él tomó con más firmeza la mano de ella, para
acercarla con cuidado al caballo.
—White —lo llamó él, por su nuevo nombre. El
caballo levantó un poco la cabeza y los miró.
—Así es como te llamas ahora, caballo.
Se acercaron más. El animal parecía tranquilo. Pero
a ella no la convencía. Él estaba detrás de ella y
todavía sostenía su mano. Estiró sus manos hasta
que la de ella se apoyó primero en el hocico de
White. El caballo se quedó quieto, recibiendo la
caricia. Él hizo que ella moviera la mano un poco
más.
— ¿Lo ves? Él no te hará daño. Sabe que eres su
dueña —le dijo.
7. Lo miró a los ojos. Parecía ese príncipe del cuento
que ella siempre leía. Un príncipe un poco
particular, ya que siempre estaba jugando en el barro
o con los animales. Pero era tan lindo. Lo iba a
extrañar, de todo esto a él era al que más iba a
extrañar.
—¿Lo vas a cuidar por mí? —le preguntó. Él se
alejó para que ella continuara acariciando a su nuevo
caballo por si sola.
—Claro que si, cuando vuelvas no lo vas a
reconocer de lo lindo que va a estar —dijo con una
sonrisa.
Ella sonrió y se alejó del caballo para acercarse a él.
Vio que algo brillaba colgando en su pecho.
Semisonrió. Hacía casi dos meses que él había
cumplido los trece.
—¿Aun tienes mi regalo? —le preguntó. Él asintió y
lo buscó. Alzó a la vista una pequeña medallita de
oro en forma de caballo. Ella la tomó para mirarla.
—Siempre la vas a cuidar, ¿verdad?
—Siempre voy a cuidarla. Siempre voy a cuidar
todo lo que tenga que ver contigo. Porque…
porque… —dejó de hablar.
8. —¿Por qué? —quiso saber ella.
Él sintió aquel tonto cosquilleo en la boca del
estomago. Parecía que se acababa de comer un
enjambre de mariposas.
—Porque yo te quiero, enana —se animó a decir al
fin.
Ella sintió una felicidad que nunca había sentido. Él
sacó algo del bolsillo de su pantalón y se lo tendió.
Ella lo tomó apresuradamente y sin dudarlo abrió la
pequeña cajita. Sus ojos no podían creer que lo que
estaban viendo.
—¿Lo compraste? —dijo anonadada.
—Si —asintió él tímidamente —Dijiste que te
gustaba cuando fuimos la última vez al pueblo. Y
estuve ahorrando desde entonces para comprártelo.
—¿Por eso estabas haciéndole mandados al señor de
la panadería?
Él solo asintió. Ella sacó el pequeño anillo que tenía
una piedrita violeta en el medio y se lo puso. Sintió
un nuevo dolor… nunca lo había sentido. Iba a
extrañarlo tanto. Lo miró fijo a los ojos. Esos ojos
hermosos ojos miel, sin comparación alguna.
9. —Yo también te quiero, salvaje —le dijo en tono
dulce.
Con cuidado se acercó a él, se puso en puntas de pie
y apoyó sus labios sobre los suyos. Ambos cerraron
los ojos, compartiendo así su primer beso.
10. Capítulo 1.
Años después.
¿Cómo podía ser posible que se le perdiera aquella
cadenita? ¿Cómo? Él no era descuidado, jamás lo
había sido. Y ahora no la encontraba la pequeña
cadena en forma de caballo por ningún lado. No
quería perder aquel recuerdo de los mejores años de
su vida. Siendo un niño él había sido muy feliz…
Ahora también lo era, pero desgraciadamente nunca
iba a ser igual.
Se maldijo a si mismo… ¿Dónde podría haberla
dejado? Ya la había buscado en todos lados: la
caballeriza, su cuarto, el baño, el gallinero, la
cocina, la casa grande.
Se detuvo a pensar un poco. Quizás la había dejado
en la casa de Evie. Aunque a decir verdad hacía
como una semana que no iba a ver a su novia y la
cadenita la había perdido ayer. Soltó un suspiro. Y
se sentó con cuidado en una de las sillas de la
cocina.
—¿Buscabas esto? —preguntó ella.
Al instante él levantó la vista y se puso de pie. Casi
corrió hacia donde estaba su madre con la mano
11. levantada y mostrándole lo que había estado
buscando desde hacía tantas horas.
—¿Dónde estaba? —quiso saber mientras se la
quitaba de la mano.
—La dejaste tirada cerca del horno anoche, después
de que lo arreglaste.
—No la dejé tirada. Seguramente se me cayó…
Se la volvió a poner, y se sintió aliviado. Sus bonitos
recuerdos ahora estaban de nuevo con él.
Liam Payne era un hombre de campo. Había nacido
allí, se había criado allí y pensaba morir allí. Él no
se consideraba una persona mala, y estaba muy
orgulloso de lo que había logrado en todos esos año
en los campos Streep. Siendo muy joven con apenas
15 años, su jefe lo había nombrado encargado del
lugar, cuando había decidido irse a vivir a la cuidad.
Y desde entonces Liam había llevado adelante los
asuntos de aquella conocida estancia. Pero a pesar
de dejarle toda la responsabilidad, Leonard Streep
iba a verlos todos los años en las vacaciones de
verano. Se quedaba allí unos dos meses y luego
volvía a su agitada vida de negocios. Liam siempre
se preguntaba como era que ese hombre no se había
vuelto loco viviendo en la cuidad, siendo que él
12. también había nacido y criado en aquel campo. Pero
lo sabía, Leo era un gran hombre que se adaptaba a
cualquier situación de cambio. Y Liam lo
admirada… lo admiraba y lo quería como a un
padre. Por eso mismo cada vez que el jefe llegaba
todo el mundo estaba como loco arreglando y
preparando todo.
—Es como la decimaquinta vez que pierdes ese
colgante, Liam —lo regañó ella pero no del todo. Le
besó la frente y se acercó a las hornillas para revisar
la comida que estaba preparando. La cena siempre
comenzaba a prepararse antes del atardecer.
—No es a propósito —aseguró él —Al parecer no le
gusta estar en mi cuello.
Maggi sonrió y lo miró de manera tierna.
—¿Ya está todo listo? Mira que hoy llega el señor
Streep.
—Si, todo está listo.
—Más te vale, Liam…
—Mamá… bien sabes que me gusta que el jefe
venga a encontrar todo en orden y en perfecto
estado.
13. —Si, lo sé. Pero solo te pregunto para que estés
completamente seguro. No quiero que nada salga
mal. Leonard… —sacudió la cabeza —Digo, el
señor Streep se merece lo mejor.
Liam puso los ojos en blanco. Si había alguien que
se ponía quisquillosa con la llegada del jefe en aquel
lugar, esa era su madre. Todos los trabajadores
huían de ella despavoridos. Se ponía insoportable,
histérica y sobre todo intratable. Liam creía saber la
razón de sus nervios. Aunque ella jamás llegara a
admitirlo, él sabía que su madre sentía algo especial
por ese hombre. Y cuando volvía al campo, ella
parecía perder los estribos. Los únicos que podían
con ella en días así eran Cameron y él.
Cameron Payne era más que un primo para Liam.
Era como su hermano menor. El rubio se había
mudado a vivir con ellos cuando su padre, había
muerto en un accidente de campo. Liam y Maggi
eran la única familia que le quedaba.
Payne entró a la cocina y se detuvo a mirarlos. Liam
le sonrió y se puso de pie. Pero dejó de sonreír al ver
la cara de preocupación y frustración que tenía su
primo.
—¿Qué sucedió? —le preguntó al instante.
14. —White —murmuró el rubio simplemente.
Liam resopló. ¿Otra vez aquel caballo? ¿Cuándo iba
a ser el día en que el corcel blanco no le diera
dolores de cabeza?
—¿Qué hizo ahora? —quiso saber.
—Le ha dado un buen susto al pobre de Peter, casi
lo golpea. Luego rompió su bozal, rompió un par de
mecheras en las caballerizas, salió hecho una fiera,
saltó la cerca y se metió por el bosque.
Liam cerró los ojos y se masajeó el puente de la
nariz. Ese caballo no cambiaba más. No había forma
de que lo adiestrara. El muy cabeza dura jamás se
terminaba de comportar. Solo le gustaba ser un
caballo salvaje. Pero ¿Quién podría culparlo de ser
así?, Nadie.
El castaño se había encargado de criarlo… y jamás
le había puesto verdaderamente los límites. Además
de que se parecían demasiado. Podría decirse que
hasta White estaba mimetizado con Liam.
Por ejemplo: cuando él estaba enfermo, White
también parecía estarlo. Cuando se sentía enojado,
el caballo también. Cuando estaba contento, también
él. Cuando se sentía atrapado, frustrado por el
trabajo y quería salir corriendo y dejar todo en
15. manos de alguien más… White hacía destrozos y
huía al medio del bosque.
Al parecer hoy el caballo también se había
mimetizado con él… aquello que White había hecho
era lo mismo que Justin quería hacer. Huir. Y no
sabía exactamente por qué. La mayoría de las veces
cuando su jefe venía al campo, él estaba contento.
Pero hoy no era así. Hoy se sentía extraño. Algo le
decía que pronto se sentiría más extraño aun.
Giró para mirar a Maggi y le entregó una sonrisa
galante. Ella casi siempre se quedaba tranquila
cuando él le sonreía así.
—¿Te dije que llamó, Evie? —le preguntó. Liam
frunció el ceño.
—No, no me lo habías dicho —resopló —¿Qué te
dijo?
—Que está enojada contigo porque no le devuelves
las llamadas y ya no la vas a ver…
—¿Le dijiste que estoy muy ocupado? —inquirió
mientras se acercaba a donde estaba parado
Cameron y le hacía una seña de que comenzara a
caminar.
16. —Si, se lo dije… pero dice que como ella es tu
novia tendría que ser tu prioridad.
Liam soltó un lento suspiro. A veces Evie era
demasiado ‘inmadura’. Y él sentía que
necesitaba un respiro.
—En la noche iré a verla… si vuelve a llamar dile
eso.
Su madre asintió y ellos dos salieron de la casa.
—Tú no estás realmente enamorado de Evangelina
—habló Cam mientras ambos caminaban hacia la
caballeriza. Liam iría a buscar a White.
—¿Por qué lo dices? —preguntó extrañado.
—Porque si la amaras realmente… le harías un
espacio aunque te estuvieras muriendo. Solo estás
con ella por costumbre. Y créeme cuando te digo
que eso no es amor.
—¿Y tú que sabes del amor? —inquirió divertido el
castaño.
—Yo estoy enamorado. Solo que soy un maldito
cobarde y no me animo a decírselo.
—¿Y por qué no te animas, tonto?
17. —Liam, es la hija de un acensado. ¿Acaso no has
visto como terminan ese tipo de romances? Si ella
llegara a tener algo con un simple trabajador como
yo, su familia sería capaz de darle la espalda y
dejarla en la calle… en este caso en medio del
campo.
Liam esbozó una pequeña sonrisa y despeinó un
poco el cabello del rubio. Cam apenas tenía 19 años
y ya sufría de aquella manera tan pasional.
—Gretta no es de esas que menosprecian a los
chicos. Es más,… tú también le gustas.
Cameron