1. Colectivo Autobombo
La partida (escaqueo Project #1)
Crónica de una partida de ajedrez a tiempo real, por Leli Vorratxes
Un tablero al borde de una mesa baja y blanca, cuarteado de piezas blancas y
negras. El peón blanco del rey sube dos peldaños y es respondido por su
oponente. El caballo salta a f3 y las negras a d6. La dama de compañía de la
reina se coloca pareja al paje del rey, y el alfil negro sube a g4. Tras un rifirrafe
de peones en el centro del tablero, los contendientes intercambian reinas,
moviéndose el rey negro fuera de la zona de seguridad que le daban las
paredes de tu castillo. Y sin embargo, el ataque blanco no se detiene: el
caballo, apostado a la derecha salta para zamparse un peón, y el alfil baja a
cubrir la diagonal regia. Y, señoras y señores, qué emoción, el obispo blanco
trenza hacia c4, y tras acabar con el alfil negro de e6 es eliminado por un
humilde pero poderoso peón. Sin un momento de tregua, el otro peón marfileño
se sitúa en g5, cuál daga sangrante, directa al corazón del monarca de ébano.
Tomemos un respiro y observemos ese campo de batalla, tan presto y ya
teñido de sangre noble, con las huestes blancas emplazadas en severo ataque.
El rey negro se refugia, parcialmente, en los estrechos pasillos que le cobijan.
Dos unidades de caballería-c3 y e5-junto la curia eclesial que infiltrada, acosa a
la casa real por la diagonal negra, hacen sudar a las negras. El rey ha acabado
con el caballo osado en f7, y evita, por el momento, al alfil malévolo.
Incredulidad y atisbos de desespero dejan al contendiente negro con la mano
alzada, calculando las posibilidades que le permitan cerrar filas.
Un momento de reposo-una enana real, que no participa del combate, deja los
aposentos-y de repente la caballería negra, sacando fuerzas de los relinchos,
salta al ataque. Alas, poor Yorick, el cuitado blanco, por primera vez quizá
desde que iniciásese este torneo, observa con caución sus movimientos. ¿Será
el momento para que la torre, encarada en d1 y con campo abierto, se
desplace hacia la guarida blanca? Efectivamente, este cronista ha atinado, y
2. por ello se merecería el pañuelo de una dama, con olor a pitiminí: la torre jalea
en el jaque, y los caminos del rey se acortan. El alfil se sacrifica y muere a
manos de otro alfil…sí?...no?.. el blanco titubea y este torneo, con poco respeto
a las leyes internacionales del ajedrez, le permite la retracción. Acaso mejor
entonces…o quizá si…susurro quedos, pensamientos veloces que cruzan las
trincheras y …sangre, dolor y alfiles muertos finalmente, ninguna flechita en la
declaración de la renta permite ya a la curia seguir en el juego, todo alfil ya cría
malvas en el Otro Mundo del que fueron embajadores.
A continuación, son las torres, que como si los cimientos de la tierra blandieran
espadas flamígeras ante un golfo tormentoso, ajustan cuentas: los casetones
de la torre blanca no aguantan la acometida y el bastión se tambalea y colapsa.
Bello momento siempre, heroico, cuando como ahora los peones abandonan
sus seguridades y cuál Davides plantan cara al enemigo. Pocas opciones
restan ya: una torre blanca de aspecto amenazante pero escorada, demasiado
escorada; un caballo negro voluntarioso pero mal herrado, dos altezas más
amilanadas que corajosas.
Vayamos por un momento al corazón del atanor bélico: el enemigo mira a los
ojos de su oponente, se inicia ese tango lento y macabro, esa persecución de
titanes en que un rey-ahora el negro-capotea con una torre demasiada enhiesta
para matar pero fatal en su tenacidad. Vemos como ese peón apartado de la
batalla ve acercarse el final, aplastado por la ebúrnea torre implacable,
encendida de ira por las roturas de cintura del rey. Las filas de peones, otrora
serviles segundones, se alzan ahora como las columnas de Hércules, como
solemnes patas de elefante cartaginés que sólo conoce el final en su muerte. Y
callados, entonando las últimas oraciones perniles-salva, señor, a este tu
servidor Flavio Peonio- la escabechina se cierne sobre los relegados, los
apartados de la gloria, los de muerte discreta, peones porta pendones y
ponderados.
Recuerdo apenas la pena que versos como el que sigue provocaba en los
peones cuando en las largas noches de instrucción miraban la luna reflejada en
el peán:
3. “Apenas llega y ya penas llegan.”
O algo así. Allegados, no sufráis, porque penden sobre sus tumbas las
leyendas y las canciones de su pueblo, que siempre recordaran a sus
defensores y que no saben de rangos. Y punto.
Porque los excursus tienen el peligro de desviarnos, y si, como meandros,
perdiéramos el rumbo de este río del relato bélico, perderíamos también el fin
último que es el mar que es el morir que es el fin de este juego, va dicho: fatal.
Y es que aunque se dilate el tiempo y los contendientes pausadamente
mediten sobre ligeros movimientos-esta torre negra que apenas avanza una
casilla para amenazar a su doppelnganger-el tictac del reloj funesto avanza
hacia el morir que es el mar para las torres, los caballos y también y sobretodo,
y sobretodos, S.M.R. el Rey.
Cuentan, y a lugar comentarlo ahora, que un rey nubio decidió un día detener
esta siniestra rueda del destino a que su nacimiento lo atenazaba, y cuando se
decidió a cambiar de ropas y bajar a los establos a dormir con los peones, una
mano le abrió una puerta y allí encontró un espejo y una rosa y tuvo
sueño…pero debemos volver a este nuestro presente e impedir que nuestras
acertadas reflexiones despisten nuestra lectura: el espectáculo duele de mirar,
dos reyes en las esquinas, lo más alejados posible, y en el centro, un empate
técnico claro: dos peones blancos miran sin desmayo un caballo negro y su
jinete peónido. Y quizá, y esto es material de leyenda, lo que pueda cambiar la
suerte de la contienda sea este rey negro que se atreve a salta a la melé, y oh,
que grande, ahuyenta el caballo. ¿Cómo pudieron los blancos perder su
ventaja agresiva y acabar en ese estado?...
Jetope, jitanjáfora del arroz, presidio del olvido
Casa de hierro de la tradición y el perro verde,
General demediado de porte zafio y
Atroz desmayo rojo: rifirrafe de comino y esfera
Que atenaza la luz y medita el menú, ristra insomne de jofainas y pazgüeños:
Gritad la hora y el carmesí esmero! Moved las caderas en allegro justo
Y salvad las naves. Jetope, salvador, destornillado y convulso jeroglífico
Justo. Penad
4. Y calzad botas de rey para que las trenzas se desmadejen y, libres, dolidas,
Jirafas del ayer, combatid con las huestes venecianas contra el caliente
desamor.
Gira, rueca, sobre tu jeque de ratios finiseculares.
Gafe trismegisto bacular, zenotafio de gotas como gotas como gotas como dos
gotas de
Cuero, gime jinetera constantinopolitana por un médico que abra la ventana y
Sane al sol.
El cronista se aburría, y como recomendaron ilustres reformistas de la poesía
tradicional china a principios del siglo pasado, dejó que la mano siguiera a la
boca. Porqué su boca dice así, es harina de otro costal, y como tal, ahora no la
discutiremos: disfrútenla sólo como si se tratase del canto burlesco del bufón
real, que ameniza las largas horas del exilio de ese rey negro que, abúlico y sin
futuro, desea ya la muerte, donde sucederán más cosas que en esta vida sin
mañanas nuevos. Como Napoleón en Santa Helena, el rey me dice al oído:
“nadie lo sabe pero no estoy loco, tan sólo cansado y sin ilusión.” El rey me
cuenta también el final del cuento anterior: en el espejo vio una puerta que
llevaba al campamento enemigo, y ahí estaba el rey enemigo, con su misma
faz, su mismo espejo y su mismo pesar.
The End: la dama ha vuelto a la vida y acaso por ello, el rey negro, tras larga
agonía, buscando la muerte por inanición de su adversario, acaba acorralado y
muere.