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Noviembre 19

                                              Trigésima tercera semana del tiempo ordinario


                  El encuentro de Jesús con el ciego-mendigo de Jericó
                                     Lucas 18,35-43
                 “¿Qué quieres que haga por ti? –Señor-, que vea otra vez”


Jesús ya está cerca de Jerusalén. Ha viajado desde Galilea, bajando hacia el sur, por el
valle del Jordán, hasta llegar a Jericó, la “ciudad de las palmeras”. Aquí comenzará la
subida de la montaña hasta coronar la meta de su peregrinación a Jerusalén y su Templo.

La curación de un ciego, antes de entrar en la ciudad, le permitirá a Jesús llegar a Jericó
acompañado de un nuevo discípulo que da testimonio de su salvación.

Como en el caso del leproso sanado, la historia de este ciego-mendigo es una preciosa
ilustración del poder de la fe: “Tu fe te ha salvado” (v.42; ver también 8,48; 17,19; 18,42).
La apertura total del corazón ante Jesús, la fe, dispone a la persona para la acción salvífica
de Dios.

Igualmente nos encontramos con una catequesis sobre la oración. De hecho, la fe se ejerce
en la oración. El ciego-mendigo ora antes (“¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”,
v.38), durante (“¡Señor, que vea!”) y después de la curación (“Y le seguía glorificando a
Dios”, v.43a). Por lo demás, la alabanza por su curación se transforma en una coral de
alabanza por parte de todo el pueblo (v.43b).

El ciego-mendigo vive una experiencia de Jesús, de la que vale notar sus momentos
fundamentales:

1. Escucha la Palabra. Primero percibe el rumor de los pasos del cortejo de Jesús, luego
se toma conocimiento de que se trata del “paso” de Jesús de Nazareth. El ciego inquieto,
recibe un primer anuncio sobre Jesús y se interesa por él (ver también lo que comentamos
sobre Herodes en el comentario de Lc 9,9).

2. Clama la misericordia del Señor. El ciego-mendigo comienza a orarle a Jesús
pidiéndole misericordia. El título “Hijo de David”, indica que este hombre lo reconoce
como Mesías. Es bueno que notemos en el texto el “crescendo” de los gritos del ciego.
Otra magnífica ilustración de la perseverancia en la oración.

3. Jesús suscita una súplica creyente explícita. El ciego ha pedido misericordia, pero no ha
dicho para qué. En el diálogo que sostiene con Jesús, que aparece en el centro del relato, Él
le pregunta: “¿Qué quieres que te haga?”. Parecería una pregunta obvia, pero no lo es.
Para Jesús es importante que uno tenga claridad sobre lo que queremos y esperamos de él.
Muchas veces en nuestra vida espiritual nos pasa lo miso: ¿Sabemos qué es lo que
queremos de Jesús?

4. El ciego es sanado. Es sanado con el poder de la Palabra de Jesús. Su curación es al
instante.

5. El sanado se vuelve discípulo. El texto dice: “Y le seguía glorificando a Dios” (v.43ª), el
término que indica discipulado, “seguir”, y el verbo que describe la oración de alabanza se
colocan al mismo nivel. Como sucede con cierta frecuencia en Lucas, la oración de
alabanza acompaña las acciones de poder de Jesús. Alaba aquél que se deja maravillar por
Dios y esta capacidad de maravillarnos como los pequeños es el aceite que mantiene
ardiente y festiva la lámpara de la oración.


Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana:
1. ¿Cuáles son los pasos del encuentro vivo de Jesús con el ciego de Jericó?
2. En mi relación con Jesús, ¿sé qué es lo quiero de Él?
3. ¿Qué me (o nos) enseña el relato de hoy sobre la vida de oración?


Noviembre 20

                                              Trigésima tercera semana del tiempo ordinario


                           El encuentro de Jesús con Zaqueo
                                      Lucas 19,1-10
          “El hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”


Del encuentro vivo de Jesús con el ciego que estaba a la entrada de Jericó, pasamos hoy a
otro encuentro famoso que se realiza ya dentro de la ciudad: el encuentro con Zaqueo.
Pasamos del encuentro con un mendigo al encuentro con un rico. En ambos casos
asistimos a una catequesis sobre lo que es una experiencia de salvación.

Veamos primero la persona de Zaqueo. Hay personas que a veces clasificamos como
“difíciles” en la evangelización. Son personas “duras” para convertirse. Zaqueo parece ser
una de ellas. Él llena todos los requisitos:
(1) Es publicano (baste recordar 15,1-2), inclusivo es el jefe de ellos. No olvidemos que
Jericó está en un lugar estratégico, es ciudad de frontera, donde debía haber una oficina de
aduana para cobrar los impuestos de los mercaderes por el tránsito de la región de Judea
hasta la región de Perea (al otro lado del Jordán).
(2) Es rico, Jesús ya había dicho un poco antes: “¡Qué difícil es que los que tienen riquezas
entren en el Reino de Dios!” (18,24).
(3) Es un “pecador”, dice la gente en el v.7. La gente lo tiene “fichado”, sus malas acciones
(sus injusticias y extorsiones) parecen ser conocidas por “todos” (como dice expresamente
el texto).
(4) En el momento de su conversión él no excluye haya podido ser deshonesto (v.8).
(5) El mismo Jesús se refiere a él como uno que “estaba perdido” (v.10).

El relato de la conversión de Zaqueo es una demostración del poder de Dios para cambiar
los corazones duros, de manera que ellos puedan gustar también de la salvación. Bien dijo
Jesús: “Lo imposible para los hombres, es posible para Dios” (18,27).

¿Cómo sucede el encuentro con Jesús que le transformó la vida?

Zaqueo quiere ver, montado desde un sicómoro, a Jesús. El texto dice que “trataba de ver
quién era Jesús” (v.3), lo cual nos recuerda también la actitud de otro hombre poderoso,
Herodes, cuando supo acerca de Jesús (ver Lc 9,9). Lo que llama la atención no es el
improvisado balcón que supliría su baja estatura sino su profundo interés por Jesús. Para
Zaqueo no es suficiente “escuchar” acerca de Jesús sino dar un nuevo paso hacia delante en
el conocimiento de Él: el verlo.

Zaqueo recibe a Jesús con alegría. Pero es Jesús quien “ve” a Zaqueo y le pide hospedaje.
Es normal que Zaqueo lo haga “con alegría”, porque el hecho le da importancia. Esta
valoración por parte Jesús, que es un signo de su misericordia, es salvífica porque rescata lo
mejor que hay en su corazón. Por eso su “alegría” es la “alegría de la salvación” que ya
comienza a experimentar. Y como sucedió con la historia del ciego: no es suficiente ver
pasar al Señor, lo importante es estar con Él, entrar en relación estrecha con Él en el gozo
festivo de la mesa.

Zaqueo se comporta públicamente como un hombre según el Evangelio. A la “alegría” le
sigue otro indicador de salvación: la generosidad. Él dice: “Daré la mitad de mis bienes a
los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo” (v.9). Desde el
comienzo del Evangelio, en la predicación de Juan Bautista, se había dicho que la
conversión no era cuestión de labios para fuera sino gestos de beneficencia (ver 3,12-13).
Zaqueo ahora tiene el corazón del Evangelio (“dad y se os dará”, 6,38; “Dad en limosna lo
que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros”, 11,41).

Jesús concluye diciendo “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (v.9ª). Es el “hoy” de
la salvación que fue anunciada en Lc 4,21. Entonces Zaqueo es acogido como miembro
pleno de la comunidad: “También éste es hijo de Abraham” (v.9b).

“El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (v.10). El
encuentro de Jesús con Zaqueo ha sido como el pastor con la oveja perdida, que estaba
descarriada, herida, maltratada (como lo ilustra Ezequiel 34,16). Una historia cargada de
profundas emociones que nos sobrecoge también a nosotros hoy.


Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana:
1. ¿Cómo fue el itinerario del encuentro de Jesús con Zaqueo?
2. ¿En qué se nota el giro de la conversión que ocurre en Zaqueo?
3. ¿Qué me enseña este texto para una trabajo de evangelización urbana en las Jericó de
hoy?

Noviembre 21

                                                       Presentación de la Santísima Virgen

                        La belleza de una vida consagrada a Dios
                                    Mateo 12, 46-50
 “Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y
                                       mi madre”

Tomamos hoy la lectura propia de la celebración de la “Presentación de la Santísima
Virgen María”.

En el texto apócrifo del llamado “Proto-evangelio de Santiago”, encontramos una hermosa
leyenda en la que se describe poéticamente la presentación de la pequeña María en el
Templo de Jerusalén:

“El sacerdote la acogió, la besó, la bendijo
y la sentó en el tercer escalón del altar.
Y ella danzó sobre sus piecesitos
y toda la casa de Israel comenzó a quererla.
Sus padres se marcharon admirados.
María era alimentada en el Templo como una paloma y
recibía el alimento por manos de un ángel”.

La fiesta mariana de hoy, nació de esta tradición popular. Pero más allá de la leyenda
encontramos buenos motivos para comprender mejor el misterio de María y también el
nuestro.

Una acción de gracias al Dios de la vida. San Joaquín y Santa Ana, le agradecen a Dios el
don de la vida de su hija mediante el rito de la presentación en el Templo. Es lo mismo que
María hará con su propio hijo Jesús, cuando al llevarlo al Templo de Jerusalén ella dé
gracias públicamente por el don de su maternidad y por el don de la vida nueva que ha
venido al mundo.

Una consagración de esta vida a Dios para vivir en sintonía con su querer. En la
presentación en el Templo, a la acción de gracias, le sigue un acto de consagración, de
ofrecimiento de la vida a Dios.

Por eso hoy contemplamos la dedicación total de María a la voluntad de Dios. No es por
casualidad que hoy leemos en evangelio la definición que Jesús da de su propia familia:
“Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y
mi madre” (Mt 12,50).
María es plenamente la Madre de Jesús, no solamente porque lo llevó nueve meses en su
vientre, porque lo dio a luz, porque lo alimentó y lo educó, sino porque ella escuchó y
obedeció con una dedicación total a su Palabra, porque esta Palabra fue el fuego que ardió
en su corazón y le indicó la ruta de su proyecto de vida.

Durante toda su vida, desde la presentación en el Templo como ofrenda viviente al Señor y
desde aquél día en que con su “sí” aceptó ser la Madre de Jesús, hasta la dramática
experiencia del Calvario, María fue signo de la adhesión, de la fidelidad, de la consagración
total a la voluntad de Dios.

De esta forma el misterio de María no se agota en ella misma sino que ilumina
profundamente la vida de “todo” aquel que como ella viva un serio camino de discipulado.
Porque María, por su consagración total a la voluntad de Dios, es el primer y más claro
ejemplo del cumplimiento de las palabras de Jesús que escuchamos hoy, ella es también
verdaderamente la “Madre” de la nueva familia de Jesús.

Oremos hoy con esta bella antífona que honra la consagración de María a la voluntad de
Dios:
                           “Oh, más alta que los querubines
                           y más gloriosa que los serafines,
                            Tú que llevas la palabra eterna,
                    Tú que escuchas y observas la palabra eterna,
                             Glorifica al Señor, ¡Aleluya!”


Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana:
1. ¿Dónde se inspira la celebración de hoy: la Presentación de María?
2. ¿Cuál es el sentido de la “presentación en el Templo”?
3. ¿Cómo el misterio de María ilumina mi propio misterio y me da pistas para construir mi
proyecto vida siguiendo los pasos de Jesús?


Noviembre 22

                                             Trigésima tercera semana del tiempo ordinario
                                                              Santa Cecilia, virgen y mártir


La ciudad en el corazón de Jesús orante
                                    Lucas 19,41-44
                      “¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!”

Hemos venido acompañando a Jesús en su subida a Jerusalén. En este camino, el Maestro
ha dado las lecciones más importantes sobre el discipulado, en ellas ha quedado claro en
qué consiste el evangelio.
En este camino, ante Jesús, han aparecido los rostros de los aquellos que necesitan de
salvación: el hombre herido en el camino de Jericó, la mujer encorvada, el hidrópico, el hijo
pródigo, el mendigo Lázaro, el rico Zaqueo, el mendigo ciego de Jericó; los pobres,
lisiados, cojos y ciegos invitados al banquete. Estos lo han acogido.

Pero en este mismo camino Jesús también ha encontrado rechazo: en Samaría no lo reciben
porque se dirige a Jerusalén; las ciudades de Corazin, Betsaida y Cafarnaum le cierran las
puertas a los misioneros; los fariseos y legistas se confabulan contra Él, lo critican porque
come con pecadores y ayuda a la gente el sábado, Herodes amenaza su vida.

Pues bien, Jesús ahora llega a Jerusalén y allí encuentra la mayor resistencia: la de toda una
ciudad y la que lo llevará a la muerte.

El texto comienza diciendo: “Al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella”
(19,41). La tradición ha visto en este momento de la vida de Jesús, un momento de oración
(hay actualmente una capilla en el Monte de los Olivos desde donde se vislumbra la ciudad
de Jerusalén, conocida como “Dominus Flevit”). Y no hay duda que esta pausa en el
camino, previa a la entrada a la ciudad santa, momento culminante de largo camino hacia
Jerusalén, está envuelta en la atmósfera de la oración (al fin y al cabo el ministerio de Jesús
es orante), sin embargo en ella Jesús no le habla al Padre sino a la ciudad. Su manera de
hacerlo y el contenido de sus palabras son toda una enseñanza para nosotros.

(1) Qué hace Jesús frente a la ciudad (19,41)

La descripción lucana es muy diciente: un hombre sólo frente a una ciudad entera. Todo lo
que puede distraes es quitado de en medio y así la atención del lector se enfoca hacia un
escenario simple, donde se tiene lugar el monólogo del profeta frente a la capital, frente a
la sede de la actividad política y religiosa, de la que ya se sabe que “apedrea a los profetas”
(ver 13,34-35).

Las tres acciones iniciales de Jesús indican un itinerario también interno. El punto de
referencia es “la ciudad”. De cara a ella, Jesús “se aproxima”, la “ve” y “llora” por ella. En
tres pasos Jesús se inserta en el corazón de la ciudad y también inserta la ciudad en su
corazón.

Notemos que hay un proceso de captación profunda. Aquí se revela un aspecto nuevo de la
misericordia de Jesús, quien no sólo capta a las personas –individualmente- por dentro sino
también todo el tejido urbano; ese mundo urbano en el que se vive funcionalmente, en el
que se traba, se come, se duerme y se divierte, pero al que no se le capta fácilmente un
corazón.

Jesús, en su oración capta lo esencial de aquello que es complejo y lo relee desde el
proyecto de Dios.

(2) Qué le dice Jesús a la ciudad (19,42-44)
Jesús traduce sus lágrimas en palabras. No son palabras de amenaza sino las de un corazón
adolorido que lanza un último llamado a la conversión desde el amor. El dolor del profeta
expresa su visión anticipada de las trágicas consecuencias que tiene para el pueblo el no
haber recapacitado a tiempo.

En sus palabras podemos notar los siguientes énfasis:

(a) Jerusalén es invitada a vivir su vocación. Precisamente el mismo nombre de la ciudad
incluye el término “shalom”, que significa “paz”. Jesús trae el “mensaje de la paz” (este es
el contenido del evangelio: Lc 1,79 y 2,14) que la puede ayudar a la realización de su
proyecto.
(b) Jerusalén debe responder con urgencia. Para ello Jesús plantea la premura del tiempo:
“este día” (del mensaje de paz; v.42) se contrapone al “vendrán días” (de violencia; v.43).
La “visita” de Jesús (v.44), el tiempo de la salvación que se realiza en Jesús (ver Lucas 4,19
junto 1,68 y 7,16), es el último chance para revertir la historia.
(c) La solidez de la ciudad se vendrá abajo por causa de su autosuficiencia: “no quedará
piedra sobre piedra” (v.44; cuyo desmonte se da dentro de la progresión del sitio de
Jerusalén: la rodean, aprietan el cerco y la invaden arrasándola). Además de que este es un
ejemplo claro de que “dispersa a los soberbios” (Lc 1,51), en el fondo está la pedagogía de
Dios que coloca va a sustituir a Jerusalén por Jesús como punto de referencia del actuar
salvífico de Dios.
(d) Hay una contraposición entre “conocer” (dicho dos veces) y “ocultar”. Jesús no le está
quitando toda posibilidad a Jerusalén, sino que indica que la ciudad tendrá que hacer el
camino lento que pasa por la sombra de la cruz y se desvela en la gloria de la resurrección.

Es así como Jesús saca a la luz la realidad de la ciudad, desde el proyecto que Dios tiene
sobre ella y que está a punto de realizarse definitivamente en un nuevo anuncio del
“mensaje de paz”. Esta nueva proclamación del Evangelio ya no brotará de sus labios en lo
alto del Monte de los Olivos sino del silencio de las lágrimas en la entrega de sí mismo
desde el Monte donde se planta la Cruz.


Para cultivar la semilla de la Palabra en lo hondo del corazón:
1. ¿De qué manera las lágrimas de Jesús, sobre la ciudad cerrada al evangelio, se siguen
derramando hoy?
2. ¿Por qué las ciudades grandes son las más difíciles de evangelizar? ¿Por qué esto sucede
también en los ambientes más religiosos, como lo era Jerusalén? ¿Hay esperanza?
3. ¿De qué manera va a Jesús a evangelizar finalmente a la ciudad santa?
4. ¿Qué se debe hacer en aquellos ambientes y con aquellas personas que le cierran las
puertas al Evangelio de Jesús?
5. ¿Qué pistas nos dan las acciones de Jesús en este texto para la “pastoral urbana”?

Noviembre 23

                                              Trigésima tercera semana del tiempo ordinario
                                                               San Clemente I papa y mártir
Respetar el templo
                                       Lc 19,45-48
                                “Mi casa es casa de oración”

Entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está
escrito: Mi Casa será Casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de
bandidos!»

Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y
también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer,
porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.

Jesús culmina su viaje hacia Jerusalén. Frente a la ciudad, viendo el panorama urbano,
llora por ella como una expresión cuánto la ama y cuánto le duele su rechazo (19,41) y con
un dicho profético, anuncia el destino de aquellos que por su ceguera espiritual no acogen
su mensaje de paz (19,42-44).

Tal como lo prefiguró el relato de “Jesús entre los doctores”, en los relatos de infancia (ver
Lc 2,46-50), Él entra con propiedad en la casa que llamó “de su Padre” (2,49). Comienza
entonces la última etapa -que es también el culmen- de su ministerio. En el ámbito del
Templo, donde dialogará con las máximas autoridades del pueblo de Israel, escuchamos la
palabra de Jesús, el maestro por excelencia.

El texto que leemos hoy nos presenta la introducción de esta nueva etapa. Se distinguen dos
partes: - La entrada solemne de Jesús en el Templo -como lo profetizó Malaquias 3,1- y la
expulsión de los vendedores de allí (19,45-46). - Un resumen de la amplia actividad de
Jesús en el área del Templo (19,47-48).

El ambiente del Templo Jerusalén era bastante animado. En sus diversos espacios la gente
iba y venía, se encontraban amigos, se resolvían problemas, y allí incluso los grupos
religiosos de la época aprovechaban para reunir a sus partidarios. Que la parte más amplia,
el “patio de los gentiles”, se encontraran algunos comerciantes no tenía nada de extraño, al
fin y al cabo el lugar de los sacrificios y de las oraciones no era ése. Ellos estaban allí por
razones prácticas: puesto que un peregrino no siempre estaba en condiciones de cargar su
ofrenda (un animal pesado) desde un lugar lejano, lo mejor era traer el dinero y adquirirlo
allí mismo en el templo para realizar el sacrificio. También se adquirían otros elementos
necesarios para el culto, como vino, aceite y sal.

Por eso no debemos entender la expulsión de los vendedores del Templo (vv.45-46) como
un rechazo de las actividades comerciales, sino más bien como una acción profética de
Jesús frente a quienes se aprovechan del culto de Templo para justificarse, sin esforzarse
verdaderamente por la conversión. Por esa razón Jesús cita dos profecías:
De Isaías 56,7, Jesús toma la frase: “Mi Casa será Casa de oración”. La frase muestra cuál
es la verdadera finalidad del Templo. Si a ella pueden venir los paganos (como dice la
frase completa en Isaías) es porque allí pueden vivir encuentro con Dios que los puede
transformar (ver por ejemplo la parábola de Lc 18,11-14).
De Jeremías 7,11, Jesús toma la frase: “Cueva de bandidos”. Esta vez, en contraste con el
ideal, Jesús muestra en qué ha llegado a convertirse el culto a Dios: un área de seguridad
(como sucede con los ladrones cuando llegan al área donde saben que ya no los perseguirá
la policía). El legítimo comercio para poder realizar los sacrificios estaba acompañado de
injusticia. Detrás de todo, como también lo denunció Jeremías, se realizaba un culto sin
conversión. El culto era un tranquilizador de conciencias (“¡Estamos seguros!”, Jr 7,10),
mientras que al volver a la vida cotidiana se seguía con las mismas actitudes y
comportamientos (“robar, matar, adulterar, jurar en falso... seguir a otros dioses”, Jr 7,9).

El gesto de Jesús y sus primeras palabras al entrar en el Templo, se constituyen en una
nueva enseñanza. A ésta le sigue un ciclo de enseñanzas, de las cuales el evangelista nos
hace un breve resumen: “Enseñaba todos los días en el Templo” (19,47ª). Lo que Lucas
parece querer decirnos es: “miren desde dónde les está ahora hablando Jesús, Él tiene plena
autoridad”.

Al mismo tiempo, Lucas nos hace caer en cuenta que Jesús allí se encuentra cara a cara con
sus adversarios (19,47b). Estos son identificados claramente (“los sumos sacerdotes, los
escribas y los notables del pueblo”) y se nos dice que tienen también una intención bien
clara: “buscaban matarle”. Sin embargo, Jesús también tiene un auditorio que está
“pendiente de sus labios”, que lo toma en serio y que es semilla de nuevo pueblo de Dios.

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana:
1. ¿Cómo entiende el evangelio de Lucas la entrada de Jesús en el Templo?
2. ¿De qué quiere Jesús purificar el Templo?
3. ¿Qué me enseña el texto de hoy para mi vida de oración?


Noviembre 24

                                             Trigésima tercera semana del tiempo ordinario

                          Participar en la vida plena de Jesús
                                    Lucas 20,27-40
                          “No es Dios de muertes sino de vivos”


La felicitación que un rabino le hace a Jesús, “Maestro, has hablado bien” (20,39), y el
silencio de sus adversarios que “ya no se atrevieron a preguntarle nada” (20,40), nos
muestra la importancia de este pasaje.

El Señor nos creó para la vida, una vida que no se agota en aquí sino que trasciende hasta la
eternidad. La vida en la eternidad tiene características nuevas con relación a lo que ahora
conocemos y es la realización plena de lo ahora es apenas como una semilla: el potencial de
la vida divina que llevamos dentro.
La discusión de Jesús con un grupo de saduceos, aquellos “que sostienen que no hay
resurrección” (20,27), da pie para que Él exponga lo que nos aguarda en la vida futura.

La figura de Moisés, y junto con él dos maneras de entender la experiencia de Dios,
aparecen en los extremos de la discusión:
- Para los saduceos es ante todo es el legislador de Israel que dictó el procedimiento que se
debía seguir cuando una mujer quedaba viuda y no le dejaba descendencia a su familia (ver
20,28): la ley del “levirato”, según la cual en caso de viudez la mujer buscará marido en
una familia extraña sino que uno de sus cuñados la esposará (ver Dt 25,5-10).
- Para Jesús, sin negar lo anterior, es el pastor que hizo una experiencia del Dios de la
alianza en el Monte Horeb cuando lo descubrió en la zarza ardiente (ver 20,37): allí se
reveló como el Dios de la vida, “no un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos
viven” (20,38).

Aplicando la ley mencionada al caso hipotético de una mujer que tuvo siete maridos
(aunque conocemos una en Tobías 6,14), los saduceos se burlan de la creencia en la
resurrección: “¿De cuál de ellos (los siete maridos) será mujer en la resurrección?” (20,33).

La enseñanza de Jesús se plantea en estos términos:

1. Plantea una diferencia entre “este mundo” y el “mundo aquel” (20,34-35). Es decir, que
no hay que colocar al mismo nivel la vida terrena y la vida en la resurrección. Si bien,
somos los mismos, habrá también novedades significativas entre los “hijos de este mundo”
(20,34) y los “hijos de la resurrección” (20,36b).

2. En ese mismo orden de ideas habrá que entender entonces que en la vida futura no habrá
que estar preocupados por la vida sexual para tener hijos (“ni ellos tomarán mujer ni ellas
marido”, 20,35b), ya que la muerte desaparecerá (“ni pueden ya morir”, 20,36ª). De hecho,
en la vida terrena -según la mentalidad bíblica- la generación de hijos tiene como finalidad
sustituir a los muertos, porque hay que mantener viva la promesa del Dios de la Alianza.

3. La gran novedad consiste en ser “hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección” (20,36b)
subraya la eficacia de la resurrección. El juego de palabras “hijos de... hijos de...”, nos
remite al misterio de la filiación divina de la persona de Jesús (ver el pasaje siguiente:
20,41-44). Se quiere decir que participando en la resurrección de Jesús un discípulo del
Señor participa del misterio de su filiación divina.

4. Para vivir esta resurrección tenemos que ser “dignos” de ella (20,35).

La resurrección es la realización plena de la vida y a ella nos llama el Dios de la Alianza, el
Dios de las relaciones vivificantes y vivificadoras, para quien -en cuanto están en Él-
“todos viven”.


Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana:
1. ¿Qué imágenes de Dios aparecen contrastadas en la discusión de Jesús con los saduceos?
2. ¿Cómo entiende Jesús la vida futura?
3. ¿Cuál es el llamado que el Señor nos hace hoy a través de su santa Palabra?


                                                                       P. Fidel Oñoro, cjm
                                                                Centro Bíblico del CELAM

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Lectiosemana 33-2012

  • 1. Noviembre 19 Trigésima tercera semana del tiempo ordinario El encuentro de Jesús con el ciego-mendigo de Jericó Lucas 18,35-43 “¿Qué quieres que haga por ti? –Señor-, que vea otra vez” Jesús ya está cerca de Jerusalén. Ha viajado desde Galilea, bajando hacia el sur, por el valle del Jordán, hasta llegar a Jericó, la “ciudad de las palmeras”. Aquí comenzará la subida de la montaña hasta coronar la meta de su peregrinación a Jerusalén y su Templo. La curación de un ciego, antes de entrar en la ciudad, le permitirá a Jesús llegar a Jericó acompañado de un nuevo discípulo que da testimonio de su salvación. Como en el caso del leproso sanado, la historia de este ciego-mendigo es una preciosa ilustración del poder de la fe: “Tu fe te ha salvado” (v.42; ver también 8,48; 17,19; 18,42). La apertura total del corazón ante Jesús, la fe, dispone a la persona para la acción salvífica de Dios. Igualmente nos encontramos con una catequesis sobre la oración. De hecho, la fe se ejerce en la oración. El ciego-mendigo ora antes (“¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”, v.38), durante (“¡Señor, que vea!”) y después de la curación (“Y le seguía glorificando a Dios”, v.43a). Por lo demás, la alabanza por su curación se transforma en una coral de alabanza por parte de todo el pueblo (v.43b). El ciego-mendigo vive una experiencia de Jesús, de la que vale notar sus momentos fundamentales: 1. Escucha la Palabra. Primero percibe el rumor de los pasos del cortejo de Jesús, luego se toma conocimiento de que se trata del “paso” de Jesús de Nazareth. El ciego inquieto, recibe un primer anuncio sobre Jesús y se interesa por él (ver también lo que comentamos sobre Herodes en el comentario de Lc 9,9). 2. Clama la misericordia del Señor. El ciego-mendigo comienza a orarle a Jesús pidiéndole misericordia. El título “Hijo de David”, indica que este hombre lo reconoce como Mesías. Es bueno que notemos en el texto el “crescendo” de los gritos del ciego. Otra magnífica ilustración de la perseverancia en la oración. 3. Jesús suscita una súplica creyente explícita. El ciego ha pedido misericordia, pero no ha dicho para qué. En el diálogo que sostiene con Jesús, que aparece en el centro del relato, Él le pregunta: “¿Qué quieres que te haga?”. Parecería una pregunta obvia, pero no lo es. Para Jesús es importante que uno tenga claridad sobre lo que queremos y esperamos de él.
  • 2. Muchas veces en nuestra vida espiritual nos pasa lo miso: ¿Sabemos qué es lo que queremos de Jesús? 4. El ciego es sanado. Es sanado con el poder de la Palabra de Jesús. Su curación es al instante. 5. El sanado se vuelve discípulo. El texto dice: “Y le seguía glorificando a Dios” (v.43ª), el término que indica discipulado, “seguir”, y el verbo que describe la oración de alabanza se colocan al mismo nivel. Como sucede con cierta frecuencia en Lucas, la oración de alabanza acompaña las acciones de poder de Jesús. Alaba aquél que se deja maravillar por Dios y esta capacidad de maravillarnos como los pequeños es el aceite que mantiene ardiente y festiva la lámpara de la oración. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana: 1. ¿Cuáles son los pasos del encuentro vivo de Jesús con el ciego de Jericó? 2. En mi relación con Jesús, ¿sé qué es lo quiero de Él? 3. ¿Qué me (o nos) enseña el relato de hoy sobre la vida de oración? Noviembre 20 Trigésima tercera semana del tiempo ordinario El encuentro de Jesús con Zaqueo Lucas 19,1-10 “El hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” Del encuentro vivo de Jesús con el ciego que estaba a la entrada de Jericó, pasamos hoy a otro encuentro famoso que se realiza ya dentro de la ciudad: el encuentro con Zaqueo. Pasamos del encuentro con un mendigo al encuentro con un rico. En ambos casos asistimos a una catequesis sobre lo que es una experiencia de salvación. Veamos primero la persona de Zaqueo. Hay personas que a veces clasificamos como “difíciles” en la evangelización. Son personas “duras” para convertirse. Zaqueo parece ser una de ellas. Él llena todos los requisitos: (1) Es publicano (baste recordar 15,1-2), inclusivo es el jefe de ellos. No olvidemos que Jericó está en un lugar estratégico, es ciudad de frontera, donde debía haber una oficina de aduana para cobrar los impuestos de los mercaderes por el tránsito de la región de Judea hasta la región de Perea (al otro lado del Jordán). (2) Es rico, Jesús ya había dicho un poco antes: “¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!” (18,24).
  • 3. (3) Es un “pecador”, dice la gente en el v.7. La gente lo tiene “fichado”, sus malas acciones (sus injusticias y extorsiones) parecen ser conocidas por “todos” (como dice expresamente el texto). (4) En el momento de su conversión él no excluye haya podido ser deshonesto (v.8). (5) El mismo Jesús se refiere a él como uno que “estaba perdido” (v.10). El relato de la conversión de Zaqueo es una demostración del poder de Dios para cambiar los corazones duros, de manera que ellos puedan gustar también de la salvación. Bien dijo Jesús: “Lo imposible para los hombres, es posible para Dios” (18,27). ¿Cómo sucede el encuentro con Jesús que le transformó la vida? Zaqueo quiere ver, montado desde un sicómoro, a Jesús. El texto dice que “trataba de ver quién era Jesús” (v.3), lo cual nos recuerda también la actitud de otro hombre poderoso, Herodes, cuando supo acerca de Jesús (ver Lc 9,9). Lo que llama la atención no es el improvisado balcón que supliría su baja estatura sino su profundo interés por Jesús. Para Zaqueo no es suficiente “escuchar” acerca de Jesús sino dar un nuevo paso hacia delante en el conocimiento de Él: el verlo. Zaqueo recibe a Jesús con alegría. Pero es Jesús quien “ve” a Zaqueo y le pide hospedaje. Es normal que Zaqueo lo haga “con alegría”, porque el hecho le da importancia. Esta valoración por parte Jesús, que es un signo de su misericordia, es salvífica porque rescata lo mejor que hay en su corazón. Por eso su “alegría” es la “alegría de la salvación” que ya comienza a experimentar. Y como sucedió con la historia del ciego: no es suficiente ver pasar al Señor, lo importante es estar con Él, entrar en relación estrecha con Él en el gozo festivo de la mesa. Zaqueo se comporta públicamente como un hombre según el Evangelio. A la “alegría” le sigue otro indicador de salvación: la generosidad. Él dice: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo” (v.9). Desde el comienzo del Evangelio, en la predicación de Juan Bautista, se había dicho que la conversión no era cuestión de labios para fuera sino gestos de beneficencia (ver 3,12-13). Zaqueo ahora tiene el corazón del Evangelio (“dad y se os dará”, 6,38; “Dad en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros”, 11,41). Jesús concluye diciendo “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (v.9ª). Es el “hoy” de la salvación que fue anunciada en Lc 4,21. Entonces Zaqueo es acogido como miembro pleno de la comunidad: “También éste es hijo de Abraham” (v.9b). “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (v.10). El encuentro de Jesús con Zaqueo ha sido como el pastor con la oveja perdida, que estaba descarriada, herida, maltratada (como lo ilustra Ezequiel 34,16). Una historia cargada de profundas emociones que nos sobrecoge también a nosotros hoy. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana: 1. ¿Cómo fue el itinerario del encuentro de Jesús con Zaqueo?
  • 4. 2. ¿En qué se nota el giro de la conversión que ocurre en Zaqueo? 3. ¿Qué me enseña este texto para una trabajo de evangelización urbana en las Jericó de hoy? Noviembre 21 Presentación de la Santísima Virgen La belleza de una vida consagrada a Dios Mateo 12, 46-50 “Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” Tomamos hoy la lectura propia de la celebración de la “Presentación de la Santísima Virgen María”. En el texto apócrifo del llamado “Proto-evangelio de Santiago”, encontramos una hermosa leyenda en la que se describe poéticamente la presentación de la pequeña María en el Templo de Jerusalén: “El sacerdote la acogió, la besó, la bendijo y la sentó en el tercer escalón del altar. Y ella danzó sobre sus piecesitos y toda la casa de Israel comenzó a quererla. Sus padres se marcharon admirados. María era alimentada en el Templo como una paloma y recibía el alimento por manos de un ángel”. La fiesta mariana de hoy, nació de esta tradición popular. Pero más allá de la leyenda encontramos buenos motivos para comprender mejor el misterio de María y también el nuestro. Una acción de gracias al Dios de la vida. San Joaquín y Santa Ana, le agradecen a Dios el don de la vida de su hija mediante el rito de la presentación en el Templo. Es lo mismo que María hará con su propio hijo Jesús, cuando al llevarlo al Templo de Jerusalén ella dé gracias públicamente por el don de su maternidad y por el don de la vida nueva que ha venido al mundo. Una consagración de esta vida a Dios para vivir en sintonía con su querer. En la presentación en el Templo, a la acción de gracias, le sigue un acto de consagración, de ofrecimiento de la vida a Dios. Por eso hoy contemplamos la dedicación total de María a la voluntad de Dios. No es por casualidad que hoy leemos en evangelio la definición que Jesús da de su propia familia: “Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50).
  • 5. María es plenamente la Madre de Jesús, no solamente porque lo llevó nueve meses en su vientre, porque lo dio a luz, porque lo alimentó y lo educó, sino porque ella escuchó y obedeció con una dedicación total a su Palabra, porque esta Palabra fue el fuego que ardió en su corazón y le indicó la ruta de su proyecto de vida. Durante toda su vida, desde la presentación en el Templo como ofrenda viviente al Señor y desde aquél día en que con su “sí” aceptó ser la Madre de Jesús, hasta la dramática experiencia del Calvario, María fue signo de la adhesión, de la fidelidad, de la consagración total a la voluntad de Dios. De esta forma el misterio de María no se agota en ella misma sino que ilumina profundamente la vida de “todo” aquel que como ella viva un serio camino de discipulado. Porque María, por su consagración total a la voluntad de Dios, es el primer y más claro ejemplo del cumplimiento de las palabras de Jesús que escuchamos hoy, ella es también verdaderamente la “Madre” de la nueva familia de Jesús. Oremos hoy con esta bella antífona que honra la consagración de María a la voluntad de Dios: “Oh, más alta que los querubines y más gloriosa que los serafines, Tú que llevas la palabra eterna, Tú que escuchas y observas la palabra eterna, Glorifica al Señor, ¡Aleluya!” Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana: 1. ¿Dónde se inspira la celebración de hoy: la Presentación de María? 2. ¿Cuál es el sentido de la “presentación en el Templo”? 3. ¿Cómo el misterio de María ilumina mi propio misterio y me da pistas para construir mi proyecto vida siguiendo los pasos de Jesús? Noviembre 22 Trigésima tercera semana del tiempo ordinario Santa Cecilia, virgen y mártir La ciudad en el corazón de Jesús orante Lucas 19,41-44 “¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!” Hemos venido acompañando a Jesús en su subida a Jerusalén. En este camino, el Maestro ha dado las lecciones más importantes sobre el discipulado, en ellas ha quedado claro en qué consiste el evangelio.
  • 6. En este camino, ante Jesús, han aparecido los rostros de los aquellos que necesitan de salvación: el hombre herido en el camino de Jericó, la mujer encorvada, el hidrópico, el hijo pródigo, el mendigo Lázaro, el rico Zaqueo, el mendigo ciego de Jericó; los pobres, lisiados, cojos y ciegos invitados al banquete. Estos lo han acogido. Pero en este mismo camino Jesús también ha encontrado rechazo: en Samaría no lo reciben porque se dirige a Jerusalén; las ciudades de Corazin, Betsaida y Cafarnaum le cierran las puertas a los misioneros; los fariseos y legistas se confabulan contra Él, lo critican porque come con pecadores y ayuda a la gente el sábado, Herodes amenaza su vida. Pues bien, Jesús ahora llega a Jerusalén y allí encuentra la mayor resistencia: la de toda una ciudad y la que lo llevará a la muerte. El texto comienza diciendo: “Al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella” (19,41). La tradición ha visto en este momento de la vida de Jesús, un momento de oración (hay actualmente una capilla en el Monte de los Olivos desde donde se vislumbra la ciudad de Jerusalén, conocida como “Dominus Flevit”). Y no hay duda que esta pausa en el camino, previa a la entrada a la ciudad santa, momento culminante de largo camino hacia Jerusalén, está envuelta en la atmósfera de la oración (al fin y al cabo el ministerio de Jesús es orante), sin embargo en ella Jesús no le habla al Padre sino a la ciudad. Su manera de hacerlo y el contenido de sus palabras son toda una enseñanza para nosotros. (1) Qué hace Jesús frente a la ciudad (19,41) La descripción lucana es muy diciente: un hombre sólo frente a una ciudad entera. Todo lo que puede distraes es quitado de en medio y así la atención del lector se enfoca hacia un escenario simple, donde se tiene lugar el monólogo del profeta frente a la capital, frente a la sede de la actividad política y religiosa, de la que ya se sabe que “apedrea a los profetas” (ver 13,34-35). Las tres acciones iniciales de Jesús indican un itinerario también interno. El punto de referencia es “la ciudad”. De cara a ella, Jesús “se aproxima”, la “ve” y “llora” por ella. En tres pasos Jesús se inserta en el corazón de la ciudad y también inserta la ciudad en su corazón. Notemos que hay un proceso de captación profunda. Aquí se revela un aspecto nuevo de la misericordia de Jesús, quien no sólo capta a las personas –individualmente- por dentro sino también todo el tejido urbano; ese mundo urbano en el que se vive funcionalmente, en el que se traba, se come, se duerme y se divierte, pero al que no se le capta fácilmente un corazón. Jesús, en su oración capta lo esencial de aquello que es complejo y lo relee desde el proyecto de Dios. (2) Qué le dice Jesús a la ciudad (19,42-44)
  • 7. Jesús traduce sus lágrimas en palabras. No son palabras de amenaza sino las de un corazón adolorido que lanza un último llamado a la conversión desde el amor. El dolor del profeta expresa su visión anticipada de las trágicas consecuencias que tiene para el pueblo el no haber recapacitado a tiempo. En sus palabras podemos notar los siguientes énfasis: (a) Jerusalén es invitada a vivir su vocación. Precisamente el mismo nombre de la ciudad incluye el término “shalom”, que significa “paz”. Jesús trae el “mensaje de la paz” (este es el contenido del evangelio: Lc 1,79 y 2,14) que la puede ayudar a la realización de su proyecto. (b) Jerusalén debe responder con urgencia. Para ello Jesús plantea la premura del tiempo: “este día” (del mensaje de paz; v.42) se contrapone al “vendrán días” (de violencia; v.43). La “visita” de Jesús (v.44), el tiempo de la salvación que se realiza en Jesús (ver Lucas 4,19 junto 1,68 y 7,16), es el último chance para revertir la historia. (c) La solidez de la ciudad se vendrá abajo por causa de su autosuficiencia: “no quedará piedra sobre piedra” (v.44; cuyo desmonte se da dentro de la progresión del sitio de Jerusalén: la rodean, aprietan el cerco y la invaden arrasándola). Además de que este es un ejemplo claro de que “dispersa a los soberbios” (Lc 1,51), en el fondo está la pedagogía de Dios que coloca va a sustituir a Jerusalén por Jesús como punto de referencia del actuar salvífico de Dios. (d) Hay una contraposición entre “conocer” (dicho dos veces) y “ocultar”. Jesús no le está quitando toda posibilidad a Jerusalén, sino que indica que la ciudad tendrá que hacer el camino lento que pasa por la sombra de la cruz y se desvela en la gloria de la resurrección. Es así como Jesús saca a la luz la realidad de la ciudad, desde el proyecto que Dios tiene sobre ella y que está a punto de realizarse definitivamente en un nuevo anuncio del “mensaje de paz”. Esta nueva proclamación del Evangelio ya no brotará de sus labios en lo alto del Monte de los Olivos sino del silencio de las lágrimas en la entrega de sí mismo desde el Monte donde se planta la Cruz. Para cultivar la semilla de la Palabra en lo hondo del corazón: 1. ¿De qué manera las lágrimas de Jesús, sobre la ciudad cerrada al evangelio, se siguen derramando hoy? 2. ¿Por qué las ciudades grandes son las más difíciles de evangelizar? ¿Por qué esto sucede también en los ambientes más religiosos, como lo era Jerusalén? ¿Hay esperanza? 3. ¿De qué manera va a Jesús a evangelizar finalmente a la ciudad santa? 4. ¿Qué se debe hacer en aquellos ambientes y con aquellas personas que le cierran las puertas al Evangelio de Jesús? 5. ¿Qué pistas nos dan las acciones de Jesús en este texto para la “pastoral urbana”? Noviembre 23 Trigésima tercera semana del tiempo ordinario San Clemente I papa y mártir
  • 8. Respetar el templo Lc 19,45-48 “Mi casa es casa de oración” Entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: Mi Casa será Casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!» Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios. Jesús culmina su viaje hacia Jerusalén. Frente a la ciudad, viendo el panorama urbano, llora por ella como una expresión cuánto la ama y cuánto le duele su rechazo (19,41) y con un dicho profético, anuncia el destino de aquellos que por su ceguera espiritual no acogen su mensaje de paz (19,42-44). Tal como lo prefiguró el relato de “Jesús entre los doctores”, en los relatos de infancia (ver Lc 2,46-50), Él entra con propiedad en la casa que llamó “de su Padre” (2,49). Comienza entonces la última etapa -que es también el culmen- de su ministerio. En el ámbito del Templo, donde dialogará con las máximas autoridades del pueblo de Israel, escuchamos la palabra de Jesús, el maestro por excelencia. El texto que leemos hoy nos presenta la introducción de esta nueva etapa. Se distinguen dos partes: - La entrada solemne de Jesús en el Templo -como lo profetizó Malaquias 3,1- y la expulsión de los vendedores de allí (19,45-46). - Un resumen de la amplia actividad de Jesús en el área del Templo (19,47-48). El ambiente del Templo Jerusalén era bastante animado. En sus diversos espacios la gente iba y venía, se encontraban amigos, se resolvían problemas, y allí incluso los grupos religiosos de la época aprovechaban para reunir a sus partidarios. Que la parte más amplia, el “patio de los gentiles”, se encontraran algunos comerciantes no tenía nada de extraño, al fin y al cabo el lugar de los sacrificios y de las oraciones no era ése. Ellos estaban allí por razones prácticas: puesto que un peregrino no siempre estaba en condiciones de cargar su ofrenda (un animal pesado) desde un lugar lejano, lo mejor era traer el dinero y adquirirlo allí mismo en el templo para realizar el sacrificio. También se adquirían otros elementos necesarios para el culto, como vino, aceite y sal. Por eso no debemos entender la expulsión de los vendedores del Templo (vv.45-46) como un rechazo de las actividades comerciales, sino más bien como una acción profética de Jesús frente a quienes se aprovechan del culto de Templo para justificarse, sin esforzarse verdaderamente por la conversión. Por esa razón Jesús cita dos profecías: De Isaías 56,7, Jesús toma la frase: “Mi Casa será Casa de oración”. La frase muestra cuál es la verdadera finalidad del Templo. Si a ella pueden venir los paganos (como dice la frase completa en Isaías) es porque allí pueden vivir encuentro con Dios que los puede transformar (ver por ejemplo la parábola de Lc 18,11-14).
  • 9. De Jeremías 7,11, Jesús toma la frase: “Cueva de bandidos”. Esta vez, en contraste con el ideal, Jesús muestra en qué ha llegado a convertirse el culto a Dios: un área de seguridad (como sucede con los ladrones cuando llegan al área donde saben que ya no los perseguirá la policía). El legítimo comercio para poder realizar los sacrificios estaba acompañado de injusticia. Detrás de todo, como también lo denunció Jeremías, se realizaba un culto sin conversión. El culto era un tranquilizador de conciencias (“¡Estamos seguros!”, Jr 7,10), mientras que al volver a la vida cotidiana se seguía con las mismas actitudes y comportamientos (“robar, matar, adulterar, jurar en falso... seguir a otros dioses”, Jr 7,9). El gesto de Jesús y sus primeras palabras al entrar en el Templo, se constituyen en una nueva enseñanza. A ésta le sigue un ciclo de enseñanzas, de las cuales el evangelista nos hace un breve resumen: “Enseñaba todos los días en el Templo” (19,47ª). Lo que Lucas parece querer decirnos es: “miren desde dónde les está ahora hablando Jesús, Él tiene plena autoridad”. Al mismo tiempo, Lucas nos hace caer en cuenta que Jesús allí se encuentra cara a cara con sus adversarios (19,47b). Estos son identificados claramente (“los sumos sacerdotes, los escribas y los notables del pueblo”) y se nos dice que tienen también una intención bien clara: “buscaban matarle”. Sin embargo, Jesús también tiene un auditorio que está “pendiente de sus labios”, que lo toma en serio y que es semilla de nuevo pueblo de Dios. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana: 1. ¿Cómo entiende el evangelio de Lucas la entrada de Jesús en el Templo? 2. ¿De qué quiere Jesús purificar el Templo? 3. ¿Qué me enseña el texto de hoy para mi vida de oración? Noviembre 24 Trigésima tercera semana del tiempo ordinario Participar en la vida plena de Jesús Lucas 20,27-40 “No es Dios de muertes sino de vivos” La felicitación que un rabino le hace a Jesús, “Maestro, has hablado bien” (20,39), y el silencio de sus adversarios que “ya no se atrevieron a preguntarle nada” (20,40), nos muestra la importancia de este pasaje. El Señor nos creó para la vida, una vida que no se agota en aquí sino que trasciende hasta la eternidad. La vida en la eternidad tiene características nuevas con relación a lo que ahora conocemos y es la realización plena de lo ahora es apenas como una semilla: el potencial de la vida divina que llevamos dentro.
  • 10. La discusión de Jesús con un grupo de saduceos, aquellos “que sostienen que no hay resurrección” (20,27), da pie para que Él exponga lo que nos aguarda en la vida futura. La figura de Moisés, y junto con él dos maneras de entender la experiencia de Dios, aparecen en los extremos de la discusión: - Para los saduceos es ante todo es el legislador de Israel que dictó el procedimiento que se debía seguir cuando una mujer quedaba viuda y no le dejaba descendencia a su familia (ver 20,28): la ley del “levirato”, según la cual en caso de viudez la mujer buscará marido en una familia extraña sino que uno de sus cuñados la esposará (ver Dt 25,5-10). - Para Jesús, sin negar lo anterior, es el pastor que hizo una experiencia del Dios de la alianza en el Monte Horeb cuando lo descubrió en la zarza ardiente (ver 20,37): allí se reveló como el Dios de la vida, “no un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven” (20,38). Aplicando la ley mencionada al caso hipotético de una mujer que tuvo siete maridos (aunque conocemos una en Tobías 6,14), los saduceos se burlan de la creencia en la resurrección: “¿De cuál de ellos (los siete maridos) será mujer en la resurrección?” (20,33). La enseñanza de Jesús se plantea en estos términos: 1. Plantea una diferencia entre “este mundo” y el “mundo aquel” (20,34-35). Es decir, que no hay que colocar al mismo nivel la vida terrena y la vida en la resurrección. Si bien, somos los mismos, habrá también novedades significativas entre los “hijos de este mundo” (20,34) y los “hijos de la resurrección” (20,36b). 2. En ese mismo orden de ideas habrá que entender entonces que en la vida futura no habrá que estar preocupados por la vida sexual para tener hijos (“ni ellos tomarán mujer ni ellas marido”, 20,35b), ya que la muerte desaparecerá (“ni pueden ya morir”, 20,36ª). De hecho, en la vida terrena -según la mentalidad bíblica- la generación de hijos tiene como finalidad sustituir a los muertos, porque hay que mantener viva la promesa del Dios de la Alianza. 3. La gran novedad consiste en ser “hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección” (20,36b) subraya la eficacia de la resurrección. El juego de palabras “hijos de... hijos de...”, nos remite al misterio de la filiación divina de la persona de Jesús (ver el pasaje siguiente: 20,41-44). Se quiere decir que participando en la resurrección de Jesús un discípulo del Señor participa del misterio de su filiación divina. 4. Para vivir esta resurrección tenemos que ser “dignos” de ella (20,35). La resurrección es la realización plena de la vida y a ella nos llama el Dios de la Alianza, el Dios de las relaciones vivificantes y vivificadoras, para quien -en cuanto están en Él- “todos viven”. Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana: 1. ¿Qué imágenes de Dios aparecen contrastadas en la discusión de Jesús con los saduceos? 2. ¿Cómo entiende Jesús la vida futura?
  • 11. 3. ¿Cuál es el llamado que el Señor nos hace hoy a través de su santa Palabra? P. Fidel Oñoro, cjm Centro Bíblico del CELAM