Nuestro amigo Paco Molina presentó en el XVI Encuentro de Escritores de la Sierra, celebrado en Galaroza en 2009, esta conferencia sobre la literatura y la posguerra
1. Inscrita en el Registro Provincial de Asociaciones de Huelva con el nº 2.159
a.c.lieva@hotmail.com - C.I.F. G-21291869 – C/Abajo, 68, Galaroza – 21291 – www.asociacionlieva.blogspot.com
XVI Encuentro de Escritores de la Sierra – Galaroza, Noviembre de 2009
Palabras para después de una guerra
(Literatura en tiempos bélicos: ¿Desgarro, compromiso o superación de la
violencia?)
La charla aborda el sugerente tema de las posturas del escritor ante los
acontecimientos desencadenados por un conflicto militar, desde una
perspectiva que parte de una visión europea (las reflexiones de George Orwell
en Homage to Catalonia), pasando por el panorama literario hispano (poetas
como Lorca, Machado o Juan Ramón; narradores como José Luís Acquaroni,
Julio Llamazares, Alberto Méndez o Javier Cercas), hasta acercarnos a la
órbita serrana (Jesús Arcensio, Pérez Infante, José Andrés Vázquez, Manuel
Moya o Rodolfo Recio).
Un paseo por el espacio y por el tiempo en torno a las actitudes literarias –y no
tan literarias- atenazadas por una realidad concreta y cercana para un
puñado de creadores: la Guerra Civil Española. No se quiere ofrecer una visión
desde la reivindicación de la memoria histórica, pero sí complementarla para
desembocar en el deseable debate de nuestros miedos, culpas y desdenes –
como creadores o lectores de literatura creativa- ante acontecimientos tan
trágicos y palpitantes para un pueblo, durante décadas, como los de una
guerra.
Francisco J. Molina Cortegana
Es filólogo y traductor. Licenciado en Filología Inglesa (Universidad de Sevilla).
Fundador del Círculo de Traducción (1993, Sevilla). Claboró durante un tiempo
con reseñas sobre autores anglosajones en Diario de Sevilla. Editor de la Revista
literaria de traducción Hermes (1994), que incluyó entre sus páginas
colaboraciones de importantes traductores literarios del momento, y donde
consiguió la colaboración de escritores como Manuel Moya y otros autores
serranos. De abuelo serrano, desarrolló proyectos transfronterizos en la sierra
onubense y es colaborador de la Asociación Cultural Lieva. Conocedor de la
literatura serrana, está enfrascado en la investigación de las aportaciones de
los traductores en el conocimiento fuera de España de las obras literarias
vinculadas a la comarca. En la actualidad trabaja como técnico de proyectos
de cooperación en una ONGD andaluza y prepara la edición del libro de
cuentos La carne de burro no es transparente.
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Palabras para después de una guerra
(Literatura en tiempos bélicos: ¿Desgarro, compromiso o superación de
la violencia?)
o que nos mueve con esta charla es situarnos ante la perspectiva del
escritor, como persona sometida a una circunstancia extrema, que vive
una realidad problemática (no hay mayor problema para una sociedad
que la guerra), y cómo se posiciona, personalmente, ante dicha contingencia.
Y por supuesto, en qué medida influye esa toma de posición en un aspecto
tan básico en el desarrollo de una personalidad como es la escritura.
En España, desgraciadamente, tenemos un conflicto, la Guerra Civil, que
acontece entre 1936 y 1939, y que podemos tomar como referencia para esta
reflexión.
La peculiaridad que supone este conflicto frente a otros es que se trata de una
guerra interna, entre ciudadanos del mismo país, y con el supuesto telón de
fondo de una confrontación ideológica (cabría preguntarse hasta qué punto
es así para el pueblo, para los ciudadanos de ese momento histórico, eso
siempre sucede), con lo que ello implica de incapacidad para apelar a la
unión frente a un enemigo externo -pese a que está constatado –en cartelería
y otra propaganda- que ambos contendientes recurren a esta apelación en el
caso español, ya sea a la Unión Soviética o a los países del Eje, sin que en
ambos casos frentes haya quedado demostrado más que una colaboración
en ocasiones esquiva y con muchas condiciones.
Así pues nos encontramos en el pellejo –por así decirlo- de escritores sometidos
a una circunstancia temporal adversa y que tienen que tomar partido. Hacia
qué posturas se tornan esos compromisos (o descompromisos) con situaciones
que están padeciendo conciudadanos, allegados, familiares o los propios
creadores es materia de un debate que nos llevaría no uno sino más de dos y
tres encuentros serranos de escritores.
Lo cierto es que, por una decisión en parte política y en parte social, como es
la novedad de la Ley de la Memoria Histórica en España, este asunto se vuelve
–sin que nunca dejara de serlo- de la máxima actualidad.
L
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Es cierto que de la reacción de Guillaume Apollinaire en la primera
conflagración mundial -para quien la guerra fue, ante todo, el más bello de los
espectáculos- hasta la honda preocupación ética de George Orwell en su
Homenaje a Cataluña, hay todo un mundo de matices en torno al sentimiento
de lo bélico.
Esta última obra está siendo tomada por ensayistas y pensadores interesados
por estos temas (como Gabriel Jackson o el mismísimo Noan Chomsky) como
ejemplo de lucidez y transparencia. En pocas páginas, y valiéndose muy
inteligentemente de su condición de “extranjero en medio de la batalla”, el
autor de Rebelión en la Granja o 1984 se las arregla para trazarnos un relato a
medias descorazonado y revelador de lo que, como intelectual, está viviendo
en esos momentos críticos para un puñado de personas por las que siente
afecto o desgarro o apatía o un mar de sentimientos a los que prefiere no
poner nombres sino simplemente describir, en medio de la dureza de la cosas,
para que nosotros seamos –jugada maestra de escritor- quienes finalmente
tomemos partido.
Más cerca de nosotros, en este recorrido que ha empezado con
espectadores de la Guerra Civil española en otra lengua –a las que se pueden
unir visiones menos equidistantes como las del periodista francés Jean
Alloucherie (Noches de Sevilla)-, están autores que ya entroncan en nuestra
lengua con la realidad española y andaluza, como los siempre citados Antonio
Bahamonde (subordinado de Queipo que escribió un demoledor testimonio
con Un año con Queipo de Llano) o Edmundo Barbero, en El infierno azul
(sobre los primeros días de la guerra en Córdoba), hasta llegar a Manuel
Chaves Nogales, en su alegato antibelicista (a eso puede llegar esta obra) A
sangre y fuego, subtitulada además Héroes, bestias y mártires de España, y
publicada en el exilio (parece ser que repudiado por ambos bandos) en el
mismísimo 1937. Sobre la prosa periodística de los anteriormente citados,
destaca la densa y reflexiva escritura de este ensayista sevillano, que siempre
se debate entre el olvido y el reconocimiento.
Estamos ya en el epicentro mismo de la tragedia, y nos movemos al epicentro
mismo, geográficamente hablando, de nuestro interés hoy, en este encuentro.
Huelva y su Sierra.
Coetáneo de Chaves Nogales es José Andrés Vázquez, de quien ya se
hablado en los primeros encuentros de escritores serranos por quien me
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descubrió a este autor, Antonio Tristancho. Del andalucismo y su reivindicación
–llega hasta la Sociedad de Naciones con ello- en las primeras épocas de su
escritura y retratos de la guerra en Marruecos como la pequeña novela
Cuando volvió el prisionero, pasa a artículos como el aparecido en el ABC de
Sevilla de la posguerra bajo el título –desde luego muy evocador de nosotros-
de “Galaroza, pueblo carmelitano”, donde la prosa del genial escritor se
transforma, por no hablar de la materia, por completo religiosa. Hay algo que
sucede entre ambos momentos, es evidente. Y ese algo es la guerra.
Pero no es la única salida personal que constatamos, el único sello que deja el
conflicto y las represalias que hoy, cada vez más, vamos sabiendo que
acarreó. Hasta qué punto influye, más o menos, para mejor o para peor, en
escritores serranos es algo que ha estudiado muy bien Manuel Moya en su
ensayo más definitivo, El nudo que teje la red, además de en varios prólogos
sobre trabajos de otros serranos. Un caso hasta cierto punto paradójicamente
contrario al de José Andrés Vázquez viene de la mano del cada vez más
valorado –y con razón- Jesús Arcensio, poeta además de aquí mismo, de
Galaroza.
Con Arcensio partimos de una conducta personal de adhesión a uno de los
bandos (perteneció a Falange hasta su muerte, aunque tenemos que
detenernos y pensar un poco qué significa “pertenecer” a un partido), si bien –
como dice Moya y se constata con la lectura de sus poemas- la misma pureza
estética que guió a otro onubense como es Juan Ramón Jiménez –este
universalmente conocido- lo hace transitar por senderos que nadie diría
cercanos a una ideología marcadamente totalitaria (olvidemos el signo). La
libertad y el vuelo poético que alimentan a sonetos como el dedicado a
Adriano del Valle (también es significativa, por supuesto, esta dedicatoria) no
podemos nunca relacionarla con lo que nuestro pensamiento clasifica como
“un poeta falangista” (qué pensaría Falange sobre el militante Jesús Arcensio
es otra pequeña pregunta que podemos hacernos).
¿Y después? Si preguntarse sobre la acción o reacción –personal o, y literaria,
quizá es lo mismo- de los escritores en el hervidero de la batalla es una cuestión
dificultosa, hacerlo sobre el momento posterior e incluso por la toma de
partido en nuestros días (considerando nuestros días como los de la
democracia) no deja de ser menos difícil.
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Uno diría que tras el silencio de las balas las palabras deberían ser más serenas,
pero sabemos que no es así. En todo caso, si es admirable la calidad que ha
alcanzado la literatura sobre este tema en España, sobre todo en lo que se
refiere a la narrativa. Sabemos de ello por obras como Luna de lobos, de Julio
Llamazares (sobre los maquis en las montañas del norte), la obra cuentística
maestra de García Hortelano o Aldecoa o, más recientemente,
descubrimientos como Javier Cercas o Alberto Méndez.
Más cercanos, en el tiempo y, sobre todo en el espacio, son obras narrativas
como las de Manuel Moya (La tierra negra) o Rodolfo Recio (La guerra del
pueblo).
Desgraciadamente, la obra de Moya no he tenido la oportunidad de leerla (es
muy reciente, de esta primavera, y las veces que he intentado conseguirla me
ha sido imposible hacerme con ella, a pesar de que lo que propone –la batalla
subterránea contra la muerte que libran unos serranos- me parece del máximo
interés).
La obra de Rodolfo Recio Moya, prologada por el propio Manuel, me parece
muy significativa de lo que ha de ser un retrato, desde nuestros días –por así
llamarlos-, de la tragedia. Además de empaparse de expresiones tomadas
directamente del pueblo (los registros de la lengua popular están muy bien
calcados y recreados) lo que me llama la atención es la intención de
presentarnos reflexivamente –aunque se tome partido más de una vez- los
hechos, dotando al título del relato una categoría trascendente y, a la vez,
entrañable: estamos ante la guerra del “pueblo”, entendido con ese sesgo
ideológico que cada signo quiere darle, pero también –y sobre todo- de la
guerra en nuestros pueblos serranos, desde uno cualquiera de ellos: el conflicto
tal y cómo se vivió en lo que fue el paraíso suspendido de una comarca que
vivió como pocas los azotes de lo que hoy –con una sola palabra- llamamos
represión.
Hay dos momentos, escondidos casi entre el borboteo de la narración, que
definen muy bien la indefensión a la que están sometidas las personas en
trances como estos. El primero narra la “huida” de un oficinista serrano,
Leopoldo Ferrantes, con su pensión instalada en el mismo vientre del volcán de
la Guerra Civil. Lo acompañamos en su bicicleta por los senderos que lo llevan
a la Sierra, al lugar que fue su nacimiento y será su muerte. Vivimos con él el
miedo in crescendo de su prisión. Morimos, un poco, con él.
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No menos morimos con Manuel Vázquez (en el signo contrario) al despojarse
de su pijama de hospital y regresar, desde la enfermedad y su paradójica
recuperación, hasta la muerte, pasando por el descenso a los infiernos de su
huida por ferrocarril y su paso por las tabernas, donde el vino le trae a los
labios, conforme se acerca a su Sierra, cada vez más el sabor a la sangre.
El narrador, como aquel Orwell en su ensayo magistral, ha sabido leer en las
personas más que en los hechos y la interpretación queda, una y otra vez,
aplazada, como siempre que nos toca afrontar juicios sobre decisiones
humanas, sobrepasadas por la prisa del terror más ciego.
Quizá por eso también nuestra intención inicial se queda en eso: en intención.
Son tantas como personas las posturas que uno (que no se quisiera ver en ello)
toma ante una situación tan extrema y difíciles son también de interpretar las
consecuencias que ello tiene para algo tan íntimo como es la literatura.
Acaso si debiéramos –con la ocasión tan hermosa de un encuentro como
este, en un paraje idílico- lanzar, además por supuesto del debate, una
reflexión, que quiere ser al mismo tiempo un agradecimiento para aquellos
que han hecho de la expresión un oficio muy bello (hemos mencionado unos
cuántos ejemplos verdaderos a lo largo de la charla). Y agradecerles porque,
en vez de echar más leña al fuego de la ira, han hecho de la palabra su único
asidero y todo su armamento.
Francisco J. Molina
Galaroza, 28 de noviembre de 2009
XVI Encuentro de Escritores de la Sierra