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SINOPSIS
He estado enamorada de mi mejor amigo, Ben, desde que le conocí. Lo que
es exactamente desde los diez años, cuando nuestros vecinos, los Parrel, le
adoptaron.
Él es el único que conoce y acepta mi secreta obsesión por escribir historias,
del mismo modo que ama escucharlas.
Él es el único que me defendió (y de una manera sorprendente para tener
doce años) cuando Jason Summer quiso obligarme a darle un beso en sexto
grado.
Él es también el único para el que guardo mi primer beso.
Este verano iba a hacer la diferencia. Por fin me atrevería a confesarle esos
sentimientos que siempre he guardado para mí.
Hasta que él apareció. Y me robó mi robó mi primer beso.
Con su actitud arrogante y vestido como un completo vagabundo (un
vagabundo muy sexy), el desconocido-viejo-amigo de la infancia de Ben,
Peter, aparece poniendo nuestras vidas del revés. No solo es un cretino
orgulloso que cree tener siempre la razón, sino que desde su llegada, Ben no es
el mismo. Solo que cuando descubrí la verdad, hubiese preferido no haberlo
hecho nunca.
El desconocido no es solo Peter, es Peter Pan. Un Peter Pan de dieciocho años.
Y mi amigo Ben no es solo Ben, es Slighty, un niño perdido. Un niño perdido de
dieciocho años.
Demasiadas preguntas que hacer y demasiadas respuestas que nadie me
quiere dar. Y quizás la historia podría no ser tan loca. Quizás podría tratarse
simplemente de personajes del cuento de J.M. Barrie volviéndose reales. Pero
el hecho es que el capitán Garfio ha desaparecido y el señor Smee se está
apoderando de Nunca Jamás. Ahora Peter necesita la ayuda de todos los
niños perdidos para derrotarle, dando un vuelco completo a la historia que
amé de niña.
Y por un giro del destino me encuentro involucrada dentro de ese viaje a la
tierra de Neverland, donde los niños ya no son tan niños, y Peter Pan no es tan
bueno como recordaba.
PRÓLOGO
—Sólo tienes que creerlo, Hailey. Puedes volar.
Negué con la cabeza. No podía. Iba en contra de las leyes de la física. Claro,
que también era imposible que una sombra se separase del cuerpo de una
persona, y yo no solo había visto eso, sino que había sido rociada con polvo
de hadas. Mi piel brillaba centelleante, incluso mi ropa lo hacía.
—Hailey, por favor… Yo te aseguro que es posible. Yo confío en ti. ¿Tú confías
en mí?
Mis ojos corrieron rápidamente hacia su mirada suplicante. ¿Lo hacía?
¿Confiaba en él? Si se sorprendió cuando asentí con la cabeza no me lo hizo
notar. En su lugar agarró mi mano, apretando con fuerza. El toque de su piel
me recordó el sabor de nuestros besos, haciendo que mis dedos
hormigueasen. Pero no era hora de sacarlo a colación. Era hora de salvar
nunca jamás, y eso es lo que iba a hacer.
CAPITULO 1. Un primer beso fallido.
La habitación estaba a oscuras, todas las luces apagadas. Sólo se escuchaba
el golpeteo de la lluvia contra los cristales, como recordatorio de las punzadas
que sentía en su alma al recordarle. Allie se levantó de la cama de un salto y
corrió hacia el empañado cristal. Estaba segura de que si miraba durante
largo tiempo, volvería a ver su figura desapareciendo entre…
—Últimamente te has vuelto demasiado gótica —me interrumpió Ben,
arrebatándome el folio donde yo había escrito el último capítulo de mi
historia—. Y también cursi, ¿qué ha sido de las historias de piratas y hadas?
—¿Crecí? —Probé como respuesta, sin poder evitar el sofoco de rubor que
provocó sus palabras—. Y yo no me he vuelto gótica.
—No lo niegues, Hails. “¿Todas las luces apagadas?”. Acabarás por darme
pesadillas.
Le saco la lengua al tiempo que agarro el escrito de sus manos.
Accidentalmente nuestros dedos se rozan, y ahí está, de nuevo, esa
electricidad haciéndome cosquillas. Si tan solo tuviera la seguridad de que Ben
la ha sentido también…
—Pensé que eras un chico duro. Y mayor —agrego mientras él carraspea,
revolviéndose mientras cruza sus piernas al estilo indio—. Pero ya sabes, si tienes
pesadillas siempre puedes recurrir a meterte en la cama de tus padres.
Era el primer día de las vacaciones de verano y estábamos sentados sobre la
alfombra del suelo de mi habitación, tal como habíamos hecho desde que
teníamos diez años y él fue adoptado por nuestros vecinos, los Parrel. Un día
descubrió la montaña de cuadernos con historias que yo escribía, y quedo tan
encantado que desde entonces nos encerrábamos todas las tardes en mi
cuarto para que yo le leyese mis nuevos proyectos. Solo que planeaba que
este verano fuese distinto. Me lanza una de esas miradas juguetonas que
desde niño siempre ha sabido hacer, una mezcla entre picardía y malicia
inocente. De pequeña traté de imitarla severas veces, pero nunca lo conseguí.
Aun así, sabía que detrás de esa sonrisa venía alguna frase que me iba a dejar
planchada o me haría estallar a carcajadas.
—En realidad yo estaba pensando más bien en Jenna Stuart. Esa chica es
caliente.
Me forcé a rodar los ojos mientras mis tripas se retorcían con dolor. Dolor en mi
corazón, porque llevaba enamorada de él desde el momento en que pegó un
puñetazo a Dick Summers en sexto grado. El tipo había hecho una apuesta
con sus amigos y quería obligarme a darle un beso, cuando yo obviamente le
repudiaba. Todos formaron un corrillo a mí alrededor para verlo y nadie
parecía querer ayudarme, hasta que Ben vino en mi ayuda como bueno
amigo. Le partió el labio y destrozó su nariz, mientras que el Dick no le tocó ni
un pelo. Estuvo expulsado por una semana pero él siempre dice que mereció
la pena. Fue en ese momento cuando se convirtió en el caballero
protagonista de mis sueños e historias.
—Tienes que empezar a controlar tus hormonas, amigo —arrugué la nariz,
incorporándome y dejando el escrito sobre mi mesita—. Bentley, tienes
diecisiete años y sigues padeciendo el síndrome de Peter Pan.
Reí cuando él frunció el ceño ante mi insinuación, pero esa risa desapareció
en cuanto él se incorporó también. Agarrándome del antebrazo con fuerza,
tiró de mi cuerpo hacia el suyo con enfado. Estudiando su rostro desde más
cerca comprobé que le había molesto. Me había olvidado de su aversión por
esa historia.
—Oye, era solo una expresión —murmuré, nerviosa ante su cercanía a pesar
de la situación—. Lo siento si te molestó.
—¿Una expresión? —Repitió, relajando la fuerza sobre mi brazo pero aún sin
soltarme.
—Sí, significa que quieres ser para siempre un niño o actúas como tal. Ya
sabes, Peter Pan, el niño que no quería crecer…
—Me sé la historia —farfulló soltándome, pero sin separarse del todo de mí.
Tragué saliva duramente. Su rostro tan cercano al mío hacía que la sangre
hirviese bajo mis venas. Si tan solo fuera algo más valiente… Lo suficiente como
para dale un beso. Pero perdí mi oportunidad cuando Ben dio un paso hacia
atrás justo en el momento en que mis ojos se posaban sobre sus labios. Lo
había notado, estaba segura de ello. Desvié la atención caminando hacia mi
balda de libros y rebuscando el de Peter Pan. Lo que fuese para tranquilizar mi
acelerado corazón.
—Nunca me has contado por qué tienes tanto odio por la historia —comento
tratando de no sonar afectada cuando vuelvo con el libro en la mano. Un niño
volando en la portada.
—Lo que sea, ¿acaso importa? ¿O acaso estás obsesionada con Peter? —
Bufó, clavando sus grandes ojos azules en mí.
Alcé las cejas asombrada con la familiaridad con la que trataba al personaje.
Nunca escuché de nadie diciendo su nombre sin el apellido. Siempre me
sorprendió lo poco que le gustaba el libro. Lo descubrí una tarde que me puse
enferma y no tenía humor de contar historias. Bentlley se ofreció a leerme
alguno de mis libros, y cuando le pedí el Peter Pan faltó poco para que lo
tirara por la ventana. Cada uno tiene sus traumas infantiles, supongo. Tal vez
en su orfanato se lo habían hecho leer varias veces, ya que se llamaba
“Nunca Jamás”, como la tierra de los niños perdidos. Podía imaginarme las
burlas.
—Lo confieso, siempre tuve un enamoramiento profundo por Peter Pan —
suspiré, sentándome en la cama—. Dejaba mi ventana abierta por las noches
a ver si se aparecía.
—Él no es tan genial como tú te imaginas.
—¿Qué? ¿Acaso le conoces en persona? —Me burlé por el tono serio de su
voz, apoyando la cabeza en las almohadas—. Eso te convertiría en un niño
perdido, ¿cierto?
—No sigas por ahí —me regañó, sentándose a mi lado—. Sabes que eso es una
sandez.
—¿Por qué? Es divertido. De pequeña me imaginaba que era Wendy Darling.
—Hails… —Me advirtió con voz queda. Pero no pensaba parar, me gustaba
hacerle enfadar.
—Sólo estaba el pequeño fallo de que soy hija única. Y no vivo en Londres, sino
en Estados Unidos.
—Hailey… —Llegamos a la fase de usar el nombre completo.
—Oh, y que tengo pánico a los perros. Jamás podría tener uno como niñera.
—Si sigues por ahí le diré a todo el mundo que en realidad no besaste a
Cameron en ese campamento —Oh-oh, habíamos pasado a las amenazas—.
Y que nunca has besado a nadie.
Siento mis mejillas sonrosarse ante el comentario. Pero no voy a acongojarme
por eso. Ben conoce todo sobre mí, no hay nada que le oculte (a excepción
de mi enamoramiento secreto, al cual esperaba ponerle fin este verano), por
lo que su amenaza es bastante vana. Nunca me traicionaría.
—¿Sabes? —Continúo—. A ti siempre te imaginaba como…
Y entonces es cuando él se hartó y saltó encima de mí, girando su cuerpo
hasta sentarse a horcajadas. Sabía lo que venía después. De hecho es lo que
había estado buscando. Sus manos empezar a acercarse lentamente mientras
yo apretaba los labios, hasta que las cosquillas empezar y yo me reí como una
loca retorciéndome bajo él. Tal vez solo fuese un juego, un contacto inocente,
pero era una de las formas que tenía de estar más cerca de él.
—Vale, vale, ¡me rindo! —Chillé entre jadeos, pero Ben no paró—. ¡Bentley, por
favor!
—¡Jamás! Sufrirás la ira del increíble Ben.
Continué riéndome mientras las lágrimas saltaban de mis ojos. Ahí estaba él
sacando su lado friki a relucir. Y me encantaba. Fue solo cuando las lágrimas
se escaparon de mis ojos que mi amigo paró, sujetando mis brazos por mis
muñecas y aplastándolos contra el colchón, a ambos lados de mi cara,
impidiéndome el escape. El problema es que en esa posición su rostro volvía a
estar, de nuevo, demasiado cerca del mío.
Mi pecho se elevaba una y otra vez en busca de aire, rozando el suyo a cada
movimiento. Sentía mi cara caliente, pero no solo a causa de las cosquilleas.
Mi cuerpo hormigueaba en cada parte que él tocaba. Clavé mi mirada en la
suya, sintiéndome nerviosa cuando me di cuenta de sus ojos azules clavados
en los míos. Sin moverse. Sin apartarse de ellos. Una de sus manos se eleva
hasta mi rostro, y contengo el aliento cuando sus dedos me rozan la frente,
apartando un mechón de cabello rubio arena.
La situación se estaba volviendo demasiado espesa, y no quería echar a
perder mi plan. Me iba a declarar esa noche, bajo la luz de las estrellas.
Habíamos quedado para ver las constelaciones en el jardín trasero de su casa
aprovechando que los señores Parrel se iban de cena para celebrar su
aniversario, así no tendríamos a su madre saliendo cada dos por tres a ver
como estábamos y podríamos disfrutar de las vistas de su telescopio. Y con un
poco de suerte, esa noche también disfrutaría de algo más.
Me aclaré la garganta y Ben rompió la conexión entre nuestros ojos, rodando
hacia un lateral y apoyándose sobre el codo para mirarme.
—De todos modos, ¿qué es un beso? —Pregunté, trayendo a colación su
comentario sobre Cameron y el no-beso—. Solo fardas porque estuviste
experimentando con Carly Simpson el otro año.
—¿Experimentar? —Se burla, con esa mirada juguetona de nuevo—. ¿Es así
como le llamas ahora a tener se…?
El sonido de la puerta de mi cuarto abriéndose nos interrumpió. Me incorporé
con velocidad, sentándome en la cama. No estábamos haciendo nada, pero
sentía aquella situación tan íntima que mis mejillas se tiñeron de escarlata
cuando mi madre apareció en el umbral con un teléfono fijo en la mano.
—Bentley, es para ti, de parte de tú madre —nos informó, lanzándole el
inalámbrico a mi amigo, que lo atrapó al vuelo.
—No entiendo por qué llama, vivimos al lado —Negó él con la cabeza,
levantándose de la cama y saliendo del cuarto para hablar.
—Comodidades de tener llamada gratis de fijo a fijo —explicó mamá cuando
él pasó a su lado para ir al pasillo.
Mi madre era preciosa, una joven mujer de largo pelo rubio platino y
encantadores ojos azules. Me hubiese gustado salir a ella, pero no. En su lugar
tuve que parecerme a mi padre, con mis ojos ámbar y mi cabello de un
apagado tono arena. Había querido teñírmele como el de ella, pero no me
dejó. Los tintes arruinan el pelo.
—Bueno, y… ¿qué estabais haciendo Bentley y tú ahí sentados? —Preguntó,
acercándose a la cama y sentándose a mi lado.
Amaba a mi madre mucho, pero odiaba esa manía suya de querer ser mi
mejor amiga comportándose como si fuese alguien muy liberal. No estaba
segura de cómo reaccionaría en realidad si me encontrara en mi cuarto
teniendo sexo con algún chico.
—¿Sabes? Existe una cosa llamada “tocar la puerta antes de entrar” —
comenté, arrugando la nariz.
—Lo hice, pero nadie contestó.
Ya, seguro. Lo más probable era que quisiera pillarnos en acción para luego
tener algo que comentar conmigo. ¿Cuán macabro podía ser eso? Ben entró
de nuevo con el ceño fruncido.
—Tengo que irme a casa —anunció, pareciendo bastante ofuscado. Era
imposible para mí no percatarme de la repentina oscuridad en sus ojos azules.
—¿Hay algún problema? ¿Está tu padre bien?
El señor Parrel había tenido problemas del corazón y Ben lo pasaba bastante
mal. Sin embargo él negó con la cabeza y me pasó el teléfono, agarrando su
chaqueta de la silla de mi escritorio.
—Tengo visita en casa —habló de manera forzada, como si no quisiera
contarme sobre ello—. Mejor nos vemos esta noche, Hails.
—Está bien… —pronuncié despacio las palabras, asintiendo con la cabeza—.
Te veo a las diez en tu jardín.
Y luego salió veloz fuera de la habitación, dejándome de nuevo a solas con mi
madre. Ella me dio un codazo arrebatando el teléfono de mis manos.
—Entonces, ¿una cita con Bentley por fin?
Si ella supiera…
—Solo vamos a ver estrellas.
—Oh, eso es muy romántico —suspiró, con ojos soñadores.
—Él ama la astronomía, eso es todo —me levante de la cama dispuesta a
darla la señal para que me dejara sola en el cuarto. Tenía que preparar la
ropa para la gran noche.
—Vale, vale, capto una indirecta cuando me la lanzan —exclamó con voz
dramática, también incorporándose de la cama. Parecía que se iba a ir
cuando se lo pensó mejor y frenó a mitad del camino—. Por cierto, hoy tengo
una cita con tu antiguo profesor de inglés, así que no me esperes despierta.
—¡Mamá! —La reñí, pero ella desapareció finalmente, riendo cuando salía por
la puerta.
Sabía que había estado coqueteando con el señor Hitch desde aquella
reunión de padres al principio del curso, pero se había seguido las reglas y
esperó a que acabase el curso y él dejase de ser mi maestro antes de salir en
una cita. O más bien él debió de seguir las reglas. De todos modos me
alegraba por ella, nunca ha tenido demasiada suerte con los hombres y el
señor Hitch parece buen partido. No es un profesor estricto y suele caer bien a
los alumnos.
Cuando digo que me parezco a mi padre, es al menos lo que supongo ya que
soy totalmente diferente a mi madre. Jamás le conocí ni hay fotos de él por la
casa. Mi madre le conoció cuando estaba en la universidad y se quedó
embarazada de mí. Se lo iba a decir en una cita que tenían planeada pero él
no apareció. Lo estuvo buscando en su facultad, en su apartamento,
preguntando los locales que solían frecuentar… Pero nunca dio con él. Se
esfumó. Sin embargo ella tuvo el coraje de afrontar la situación y criarme sola
en la vieja casa de sus padres. Hasta el momento, la cosa no había ido nada
mal.
Me paré frente a mi armario y abrí las puertas de par en par. Ahora tenía una
tarea más importante en la que concentrarme, y no era ni padres
desaparecidos ni profesores de inglés saliendo con mi madre. Mi tarea se
llamaba Bentley Parrel, y estaba preparando mi primer beso para él.
Era de noche cuando salí de casa hacia el jardín de los Parrel. Mi madre se
había ido hacia ya una hora con el señor Hitch, dejándome frente al espejo
del baño tratando en vano de darle vida a mi apagado cabello. El frío de la
noche de principios de verano me trajo escalofríos. Tal vez debería haber
agarrado una chaqueta para poner sobre mi top azulina. Pero ya estaba
llegando “elegantemente tarde”, y no lo quería retrasar más.
Dudé si entrar por nuestro trozo de valla rota, aquella que separaba su jardín
del mío, pero para eso tenía que saltarla y generalmente acababa cayendo
de bruces al suelo. Hoy era un día especial y no quería eso, por lo que utilicé la
puerta. Cuando al segundo timbrazo nadie vino abrir empecé a sospechar
que la valla no hubiese sido tan mala idea. Hasta que escuché unas voces al
lado de la puerta. Más bien gritos. Una de ellas era la de Bentley, pero la otra
no podía reconocerla. Pensaba que sus padres estaban fuera.
Recordé la llamada de su madre y su comentario sobre una visita en casa justo
cuando la puerta se abrió, apareciendo un extraño ante mí.
Vívidos ojos de color verde intenso, bordeados con abundantes pestañas
oscuras me miraron desde una cabeza de altura. Un largo flequillo castaño
rebelde los cubría, dándoles gracia pícara a su rostro. Las cejas espesas se
arquearon con sorpresa, su mandíbula ampliándose una sonrisa. Y luego esa
mirada… La mirada juguetona que tantas veces había visto en Ben y solo en
él.
—Hola encanto, ¿te has perdido?
Arrugué la nariz ante el comentario de ese chico. Él tenía que ser la visita. Mis
ojos bajaron desde su nariz respingona, pasando por sus labios carnosos y su
amplio pecho desnudo hasta llegar a unos pies descalzos. Vestía unos viejos
pantalones vaqueros rotos por todos lados, pero no como si estuvieran a la
moda, estos estaban rotos por el uso. Podría haberlos sacado perfectamente
del cubo de basura.
—¡Hailey! Iba a llamarte.
La voz de Ben apareciendo junto con su cuerpo detrás del extraño chico llamó
mi atención, haciéndome centrar mi mirada en él de nuevo.
—¿Así que la preciosidad tiene nombre? —Se burló el extraño de ojos verdes,
cruzando sus fuertes brazos sobre el desnudo pecho.
—¿Bentley? —Le llamé, usando su nombre completo y reclamando
explicaciones.
—Oh, y también puede hablar —continuó, lanzándome de nuevo la mirada
juguetona, haciendo que se erizaran los pelos de mi nuca—. Pensé que se
dedicaba exclusivamente a comer con la mirada a la gente.
Sentí la sangre de mi cuerpo concentrándose en mi rostro mientras el rubor
hacia su aparición. Fuese quien fuese aquel extraño, no me caía bien. Nada
bien, de hecho. Mis ojos buscaron los azules y familiares de Ben. Mi amigo le
dio una colleja al chico, quien refunfuñó apartándose. Pasé a su lado sin
siquiera mirarle, no dispuesta a recibir más burlas, y Ben cerró la puerta tras de
mí, dejándonos en el tranquilo y limpio recibidor de los Parrel.
El silencio calló pesado sobre nosotros. Aclaré mi garganta lanzando una
ojeada furtiva al extraño.
—Eh… Sí, claro, presentaciones —asintió mi amigo, comprendiendo—. Peter,
esta es Hailey Hoffman. Hailey, él es Peter Pa…
De repente su voz se quedó trabada a medio camino del apellido. Fue
gracioso, porque en mi mente el nombre terminaba como “Peter Pan”. Eso
traería burlas.
—¿Peter Pa…? —Le ayudé, o más bien forcé a que terminase el apellido.
—Parker —Dijo al cabo de unos segundos.
—Estuvimos juntos en Nunca Jamás —comenta la voz del chico de ojos azules.
Me giré hacia él pillada por sorpresa.
—Nunca Jamás, el orfanato —aclara Ben. Sí, ya lo había pillado.
—Así que… ¿Peter Parker? —Repetí con media sonrisa contenida.
Eso era casi tan divertido como Peter Pan. No podía haber tenido una infancia
muy buena. Oh sí, su nombre bien podía actuar para convertirle en el rarito de
la clase o para hacerle un héroe. Por la pose de arrogancia y la mirada
prepotente que me lanzó, supuse que con él ocurrió lo segundo.
—Oye Hails… —Recuperó mi atención Ben, posando su mano sobre mi
muñeca—. Te iba a llamar antes. Es mejor que pospongamos lo de mirar las
estrellas para otro día. Tengo cosas de las que hablar con Peter.
Mis labios se tensaron, apretando los dientes tras ellos. Aquella iba a ser mi
noche. Iba a confesarme y, si todo salía bien, a darle mi primer beso a Bentley.
¿Su amigo no podía haber escogido otro día para visitarle? Pero no había
nada que pudiese hacer al respecto. Sabía que si mostraba mi enfado iba a
quedar como una tonta niña mimada, y estaba completamente segura de
que el tal Peter haría alguna broma al respecto. Gracias, pero no quería
dejarme más en evidencia delante de Ben.
—Está bien —dije tratando que mi voz sonara lo más sosegada posible. No
debí de conseguirlo, porque Ben me paró a mitad de camino hacia la puerta.
—¿Seguro? —Preguntó, su mano agarrando la mía con delicadeza—. No
quiero dejarte plantada.
“Tarde”, pensé. Pero en su lugar dije:
—Seguro. Ya hablaremos mañana.
—Lo dudo —canturreó la voz de Peter.
Me volví hacia él con los ojos entrecerrados, la mano de Bentley aun
sosteniendo la mía. Cuando mi amigo habló, sus palabras sonaron
envenenadas, rebosantes de advertencia.
—Peter, calla.
—¿Por qué? Ella es tu amiga, ¿no? Debe saberlo —Se encogió de ojos el
chico, para luego mirarme de forma tan directa que tuve que me sentí
estremecer—. Puede que mañana tu noviecito no esté aquí.
Siquiera tuve tiempo de discutir el tema de que Bentley no era mi “noviecito”,
cuando éste soltó mi mano y se abalanzó directo contra Peter. Ahogué un
grito lleno de sorpresa cuando los dedos de Ben se cerraron alrededor de los
hombros de su amigo, aplastándolo con fuerza contra la pared.
—Te dije que callaras —escupió entre dientes, apretando sus puños con fuerza
hasta que los dedos se le quedaron blancos sobre la piel del chico—. No
quiero que la pongas en peligro, jamás.
¿Peligro? No me agradaba como sonaba eso… Peter rió con arrogante
confianza, sin importarle que un tipo fuerte (aunque posiblemente no tanto
como él), estuviese a punto de partirle la cabeza de un puñetazo.
—Como si no lo estuviera ya, ellos han estado observando.
—¿Ellos?
Las palabras salen de mi boca antes de que pueda contenerlas. Ambos se
paran y dos pares de ojos, verdes y azules, caen sobre mí. Me balanceo sobre
mis playeras con nerviosismo. Tengo la sensación de haber caído dentro de
una realidad paralela, o tal vez un mal chiste con una cámara oculta. Porque
el resto de teorías incluyen asesinos y policías.
—Hailey, es mejor que te vayas —me pide amablemente Ben, soltando a su
amigo, quien estira sus hombros alejándose de la pared.
—¿Qué? ¡No! Ahora no me iré hasta que me deis alguna clase de explicación
sobre lo que está pasando aquí —protesto cruzando mis brazos.
—Prometo pasarme mañana por tu casa, pero por favor, vete —suplica
mientras Peter pasea distraídamente sus ojos por el recibidor, como si la
conversación que estamos teniendo frente a él no le importase lo más mínimo.
Tal vez no lo hace.
—¿Y lo que dijo el tipo este medio desnudo sobre que no vas a estar mañana
aquí? —Pregunto, bajando mis brazos a los lados de mi cadera.
Ben sonríe relajándose. Sabe que con ese gesto que acabo de hacer me está
ganando.
—Iré. Lo prometo.
Asiento derrotada. Solo me queda confiar en él. Mientras me giro para salir por
donde he entrado, con todos mis planes yéndose al traste, Bentley agarra a su
amigo de la muñeca y se le lleva fuera de mi vista, hablando en susurros lo que
me parecieron insultos. Desaparecen de mi vista antes de que abra la puerta
de entrada de la casa. Y allí había alguien.
Pegué un bote ante el señor parado en el porche. Debía tener unos cincuenta
años, con un estilo de viejo roquero. Una barba blanca crecía en su mentón y
mejillas mientras que su cabeza estaba calva, cubierta por un pañuelo rojo.
Cuando se encontró con mi mirada confusa me sonrió, mostrándome varios
agujeros vacíos donde debería haber dientes. Ese hombre necesitaba con
urgencia un dentista.
—Buenas noches, señorita —saludó en un tono demasiado formal para mi
gusto. Los huecos vacios en su boca me daban escalofríos—. Me preguntaba
si… ¿Se encuentra Peter en esta casa?
Evalué sus pintas de nuevo, esta vez de arriba abajo. Camisa hecha girones,
pantalones llenos de rotos y no vestía zapatos. Tenía que ser el padre de Peter.
O el padre adoptivo, en su defecto.
—Sí, un momento —asentí un poco monocorde, y luego me giré sobre mi
hombro para gritar—. ¡Bentley! ¡Tienes visita!
Nadie respondió, así que lo intenté de nuevo.
—¡Bentley!
Y de nuevo nadie vino. Dándole una sonrisa de disculpa al hombro, le pedí
que esperase mientras me adentraba dentro del hogar en busca de los chicos.
Con razón no me escuchaban, les encontré a oscuras en el jardín trasero, en
medio de una acalorada discusión. Ben estaba dándole un fuerte empujón a
Peter cuando me adentré en el patio.
—Ella no puede haberme traicionado —renegó Peter con voz seria—. Es mi
mejor amiga.
Parecía que la cosa iba de mal de amores hoy. Carraspeé para llamar su
atención, pero no funcionó. La discusión continuaba.
—Pero ya lo hizo una vez, recuérdalo —contradijo Ben—. Es demasiado celosa.
—Celosa o no siempre estuvo a mi lado.
Las palabras de Peter parecieron herir a mi amigo, quien suavizó la expresión
de sus ojos antes de hablar.
—Sabes que quería una familia. Me dejaste escoger.
—Sí, y escogiste abandonarme.
Bueno, ya habría tiempo para que zanjasen esa discusión sentimental más
tarde. Abriéndome paso en la oscuridad caminé hacia ellos hasta situarme al
lado de Ben, entrando en su campo visual. Ambos se sobresaltaron al notarme.
—¡Hails! —Exclamó mi amigo—. ¿No te ibas a casa?
—Sí, pero cuando salía… —empecé a explicarme, hasta que Peter me
interrumpió, agarrándome con fuerza del brazo y girándome hacia él.
—¿Cuánto has oído?
La ferocidad en sus ojos verdes me intimidó, haciéndome retroceder un paso.
Ben acudió en mi ayuda rápidamente, pegando un puñetazo en el rostro a
Peter y haciendo que me soltase.
—No te atrevas a tocarla —escupió con enfado, apartándome de él.
Los ojos verdes del chico hicieron un camino invisible entre Ben y yo. Pude ver
dolor en su mirada brillante, pero apenas duró un segundo, cubriéndose de
nuevo por una máscara de arrogancia. Tal vez solo lo había imaginado.
—Oh, ya veo que encontraste un remplazo para mí.
Si, definitivamente lo había imaginado.
—Sabes que no es así, Peter —suspiró con tristeza Ben, para luego girarse hacia
mí—. Estabas diciendo algo antes, Hails. ¿Qué era?
Por fin. Lancé una corta mirada hacia el extraño chico antes de hablar.
—Decía que me estaba yendo, pero había alguien en la puerta. Preguntaba
por Peter. No sé si será tu padre…
La expresión de espanto y terror que se formó en los rostros de ambos chicos
no pasó para nada desapercibida. Las manos de Ben se clavaron en mis
hombros con fuerza.
—¿Les has dicho que estaba aquí?
¿Les? Solo era uno.
—Supongo, entré de nuevo a buscaros —contesté, haciendo que Peter soltase
una maldición y mirase hacia dentro de la casa con atención—. ¿No… era su
padre? ¿Hice mal?
—Tienes que salir de aquí ya.
La orden salió directa y seria de los labios de Ben, sus ojos mirando
directamente hacia la valla y el hueco por el que solíamos saltarla. Peter negó
a nuestro lado.
—No funcionaran, ya la han visto. Tiene que quedarse con nosotros si la quieres
viva —fruncí el ceño, de nuevo no me gusto como sonó eso. ¿Sería acaso su
padre un drogadicto? ¿O un traficante de órganos y por eso Peter huía?—.
Nos están dando ya demasiados segundos de cortesía.
De nuevo el plural. Y nada más dijo eso, unas sombras aparecieron en el jardín,
proviniendo de la luz de la casa. Tuve el tiempo suficiente para distinguir al
hombre de la puerta avanzando hacia nosotros, y otras dos figuras más detrás
de él, antes de que Ben me escondiera detrás de su cuerpo en ademán
protector. Ambos chicos se habían puesto en tensión, con sus cuerpos en lo
que parecía una posición de ataque. Algo brillante relució en la mano de
Peter. Un cuchillo.
—Espero que no se te haya olvidado cómo luchar —comentó hacia Bentley
con una sonrisa.
—Procuro mantenerme entrenado —Respondió mi amigo igualmente
sonriendo.
¿Estaban trastornados o algo por el estilo? La situación no parecía la indicada
para bromear. ¡Y llevaba un cuchillo! Las repentinas palabras de Ben hacia mí
me sacaron de vuelta a él.
—Escucha Hails, esto se va a poner feo. Pero podemos salir de esta si nos
dividimos. Te vas a ir con Peter y nos encontraremos en el aparcamiento del
instituto en una hora.
—¿Qué? Yo no me voy a ir con él —sabía que no estaba en posición de
protestar, pero aquella situación era completamente alocada, y el chico un
completo extraño—. No confío en él.
Ben gruñó moviéndose un paso a su izquierda para juntarse más a Peter. Las
sombras cada vez parecían más cerca de nosotros.
—Pero yo sí. Y tu confías en mí, ¿cierto?
No respondí. Peter lo hizo en mi lugar, con fingida emoción en su voz.
—¿Confías en mí, pequeño Slighty?
—No es el momento, Peter —Bramó Ben, y de un solo golpe me empujó hacia
los brazos de Peter, los cuales me atraparon antes de que cayera al suelo—. Si
algo la pasa, no vivirás para contarlo.
Peter rió ante la amenaza de Ben, aunque la reacción que provocó en mi fue
totalmente distinta. Mi estómago se encogió ante el tono protector de mi
amigo. Solo lo había escuchado así la vez del incidente con Dick Summer,
pero era muy pequeña para tomarlo en cuenta.
Cuando un cuchillo atravesó el aire muy cerca de mí, haciendo hondear mí
cabello, cualquier duda sobre si eso era una broma desapareció de mi mente.
Los brazos de Peter se apretaron alrededor de mi cintura, juntando mi espalda
a su pecho y rozando la piel desnuda de mi estómago. Cuando habló su
aliento hizo cosquillas en mi cuello.
—Veamos si esto merece la pena, pequeña escritora.
No tuve tiempo de preguntar sobre cómo había conseguido esa información
cuando se separó, tomando mi mano y tirando de mí hacia la parte trasera
del jardín, lejos de los hombres. Lejos de Ben.
—No podemos dejarlo ahí —Protesté con el corazón martilleando contra mis
costillas.
—Él estará bien, no te preocupes. Quien no lo estará seré yo si no te llevo sana
y salva a ese aparcamiento. Así que hazme un favor y coopera para saltar la
jodida valla.
No me había dado cuenta de que estábamos en los límites del terreno. La
oscuridad aquí era absoluta. El tono de Peter no daba pie a contradicción, y
tragándome toda la angustia que sentía por Ben hice casi y traté de subir la
valla, alegrándome de haber escogido ponerme los pantalones cortos en
lugar de un vestido. Mi pierna quedó enganchada entre las tablas. Por el
dolor, estaba segura de que me saldría un moretón. Peter lanzó una maldición
cuando empecé a dar saltitos por no poder salir.
De un solo salto, se dio el impulso necesario para saltar la valla y aterrizar al
otro lado. Parpadeé con asombro. Prácticamente acababa de volar. Aquello
era imposible. Pero otro cuchillo clavándose muy cerca de la pierna que
quedaba dentro del terreno me hizo olvidarlo rápidamente. Uno de los
hombres se estaba acercando a nosotros. Entonces las manos de Peter se
posaron con determinación en la cara interna de mi muslo. Su tacto mandó
escalofríos por todo mi cuerpo. Nadie nunca me había tocado ahí, aunque
fuese para salvarme de un lanzador de cuchillos con poca puntería.
Dando un impulso, tiró de mi pierna con fuerza haciéndome saltar. Sus manos
volaron de seguido a mi cintura, atrapándome antes de que callera de bruces
contra el suelo. Segunda vez en la noche que lo hacía.
—¿Estás bien? —Preguntó mirándome de cerca, sus ojos verdes brillando aun
en la oscuridad.
Asentí al tiempo que un grito rabioso se escuchaba al otro lado de la valla,
seguido de golpes contra ella. Intentaban derribarla. Peter farfulló otra
maldición y luego volvió a agarrar mi mano con la suya, tirando de mi campo
a través. Llegamos corriendo a una carretera poco transitada. Estábamos lejos
del centro, en un campo abierto, ahí no podíamos escondernos.
—Bueno, pequeña escritora —habló en tono pausado mientras yo recuperaba
el aliento. Era imposible que no estuviese cansado—. Será mejor que nos guíes
ya hasta ese instituto.
Asentí comprendiendo por qué Ben me había hecho ir con él. Peter no
conocía el pueblo, y si algo pasaba no tendrían otro sitio donde reunirse. Una
arcada hirió mi estómago mientras volvíamos a correr dirección al
aparcamiento. Ben seguramente no podría volver a su casa. Aquellos
hombres… No parecían precisamente buena gente. Estaban metidos en un lío.
Y yo me había metido con ellos. Rezaba para que al menos Ben no estuviese
herido.
Reducimos el ritmo cuando llegamos a la calle de los cines. Había bares
abiertos y gente paseando. Allí era imposible que nos reconocieran, a menos
que empezásemos a correr anunciándonos como carteles luminosos.
Acabamos por andar a una velocidad medianamente rápida por la acera. A
través de los cristales de las tiendas cerradas podía ver mi reflejo, despeinada y
con la cara roja. A mi lado, un escultural chico medio desnudo cogido de mi
mano.
Lancé una mirada a nuestras manos unidas, pero Peter no pareció darse
cuenta. No sabía si quitarla, tal vez tendríamos que echar a correr en cualquier
momento y ese era nuestro único vínculo para permanecer unidos. Y era lo
suficientemente lista como para entender que sin él estaba perdida. Buena
puntería o no, los hombres me matarían en cuanto me reconociesen.
Estábamos caminando a las afueras del edificio del cine, la zona más oscura,
donde parejas de adolescentes se adentraban para restregarse mutuamente.
Me pareció reconocer a Lila Anderson entre ellos…
La mano de Peter se apretó de pronto con fuerza. Mi corazón empezó a
martillear con fuerza.
—No mires —susurró por lo bajo.
Por supuesto, porque cuando dices eso a alguien, la persona siempre te hace
caso. Seguí la dirección de sus ojos y mis tripas se revolvieron. El hombre al que
había abierto la puerta estaba allí.
—Mierda, te dije que no miraras.
Peter me riñó al tiempo que los ojos del hombre se posaban sobre la zona
donde estábamos. Giré la cabeza con rapidez. Había un cristal oscuro en ella
desde donde podía ver al hombre. No pareció darse cuenta de nosotros, pero
sí vio algo sospechoso porque comenzó a caminar hacia allí. Estábamos
perdidos. Si nos quedábamos, nos descubriría. Y si echábamos a correr, nos
descubriríamos. Mi cabeza empezó a dar vueltas con miedo y adrenalina.
El hombre estaba cada vez más cerca. Por millonésima vez en esa noche,
escuché a Peter maldecir. Dio un tirón de mi mano, poniéndome frente a él y
empujándome hasta que mi espalda chocó con el frío cristal.
—Lo siento por esto.
Y eso fue lo último que alcancé a escuchar antes de que posara sus labios
sobre los míos.
CAPITULO 2. Peter Pan.
Mis ojos estaban abiertos en dos círculos amplios, cogida por sorpresa y sin
posibilidad a reaccionar para impedir lo que vino. Los labios de Peter
descansaban sobre los míos, cálidos, suaves. Sus manos me agarraron de las
muñecas, apretando su cuerpo contra el mío. El frío cristal contra mi espalda
me daba escalofríos. O al menos esperaba que fuese producido por el cristal.
Cuando mi cerebro fue capaz de asimilar lo que estaba pasando, mi cuerpo
por fin se reveló. Me importaba un comino que un tipo con pinta de mala
agüero nos estuviese persiguiendo por todo el vecindario. Ese no era mi
asunto, era el de Peter, por eso le buscaban a él. ¡Y ahora el imbécil se estaba
cargando mi primer beso! Yo había querido reservarlo para Ben. ¿Cuán tonto
puede ser eso? Tener casi diecisiete años y no haber besado a ningún chico,
para que luego venga un… un… No encontraba palabras para insultarle.
Gruñendo con protesta traté de empujarle, pero no hice más que tirar de mis
manos hacia arriba que Peter apretó con más fuerza de mis muñecas,
apresando más mi cuerpo entre él y el cristal. La fuerza que escondían sus
brazos erizó los pelos de mi nuca. Entonces los ojos verdes del chico se
abrieron, mirándome desde la corta distancia, y los labios que tenía posados
contra los míos hablaron, apenas sin separarse unos centímetros, rozándome
con cada movimiento.
—Tu noviecito también está en peligro, por lo que si valoras su vida tan solo un
poco, agradecería que me siguieras el juego, ¿de acuerdo?
Aquella afirmación hizo que mis piernas temblaran. Ben estaba en peligro. Ni
siquiera me importaba que Peter se hubiese referido a él como “mi noviecito”.
Agradecí estar apoyada contra el cristal porque resbalé un poco hacia abajo
por la multitud de sensaciones venidas a mí desde que empezó la noche, la
adrenalina amenazando por escaparse de mi cuerpo.
Las manos de Peter soltaron mis muñecas y se posaron en mi cintura,
estabilizándome. La yema de sus dedos rozó la piel desnuda debajo de mi
blusa, corriendo alrededor hasta engancharse en mi espalda. Cerré los ojos
mareada cuando tiró de mi cuerpo hacia el suyo, con fuerza. Podía notar el
cierre de sus vaqueros apretándose en mi ombligo, tanto que dejaría marca.
Mi cabeza dio vueltas, y sentí la necesidad de un agarre mayor. Subí mis
manos a los hombros desnudos de Peter, apretando y sintiendo el calor que él
emanaba.
—Así mejor —susurró contra mis labios.
Abrí la boca con sorpresa, su voz devolviéndome de vuelta a lo que estaba
sucediendo. Y juro que apenas la abrí unos centímetros, un pequeño espacio,
pero fue suficiente para que Peter se lo tomara como una señal equivocada.
Su lengua golpeó dentro de mi boca sobresaltándome. Empecé a apartar las
manos de sus hombros cuando él nos balanceó, perdiendo el equilibro.
Realmente solo lo perdí yo, porque él nos giró de forma que su espalda fue lo
que chocó esta vez contra el cristal mientras todo el peso de mi cuerpo caía
contra el suyo.
Enredé mis manos en su cuello para sujetarme, y ahí perdí la batalla.
Jamás había besado a un chico, creo que eso es algo que ya había dicho.
Me había imaginado muchas veces como sería. Tal vez desagradable la
primera vez. Había oído que a muchas personas les disgustaba. Pero nunca
me había imaginado nada como eso, especialmente porque Bentley era
quien ocupaba la mayoría de mis fantasías.
Los labios de Peter eran feroces contra los míos. Aquel pequeño toque que
hubo en un principio había desaparecido tan rápido como él consiguió
hacerse paso dentro de mi boca. Y lo cierto era que lo estaba disfrutando.
Todos mis sentidos estaban a flor de piel, y por la forma en la que reaccioné al
devolverle el beso, nadie podría dudar acerca de si era verdadero.
Mis manos se engancharon detrás de su cuello en su sedoso cabello castaño.
Nuca pensé que un chico pudiera tenerlo tan suave, eso a pesar de los rizos.
Lentamente la intensidad fue disminuyendo, lo que por un lado me hizo
protestar y por otro agradecer, porque si hubiésemos seguido mucho más
tiempo así, no estaba segura de haber podido aguantarme de pies, aun con
Peter sosteniéndome.
Los labios del chico se deleitaron en mi labio inferior antes de separarse,
dejándome unos segundos para volver a mí y abrir los ojos, encontrándome
con su mirada verde brillando directamente hacia mí. Aparté mis brazos de su
cuello, bajándolos a ambos lados de mi cuerpo. Las manos de Peter corrieron
bajo mi blusa de la parte baja de mi espalda a los laterales de mi cintura, su
cálida suavidad mandándome escalofríos.
Me tambaleé como una idiota hacia un lado, y él afianzó su agarre para
estabilizarme. No creía poder sostener más tiempo su mirada en aquel pesado
silencio que se formó entre nosotros hasta que él la apartó, echando una
ojeada detrás de mi coronilla. Su suspiro de tranquilidad vibró contra mí.
—Camino despejado —mascullo, apartándome gentilmente a un lado y
dando un paso fuera de las sombras del edificio—. Alf ya se ha ido.
Parpadeé haciendo que mi cerebro volviera de nuevo a trabajar. No podía
creer lo que acababa de pasar. Y lo peor de todo: no podía ser cierto que
había disfrutado. Pero lo era, y sería un secreto que me llevaría la tumba tanto
tiempo como pudiese fingir que fue horrible delante de Peter.
—¿Alf? ¿Así se llama el hombre que te perseguía?
Mi voz sonó octavas más agudas de lo que me hubiese gustado. Peter se giró
hacia mí, sus ojos verdes demasiado penetrantes para no ponerme nerviosa.
Odié el momento en que necesité apoyarme en el cristal de la tienda para no
caer.
—Nos perseguían, pequeña escritora, ahora tu también estás en el lote —me
corrigió. Quise pegarle un puñetazo cuando una sonrisa brabucona adornó su
rostro, pero su cuerpo hizo un camino de nuevo hacia mí, quedando
suficientemente cerca como para lograr que me atragantase con mi propia
saliva—. Al menos me alegra saber que mis besos siguen causando tan buena
impresión en las damas.
Su mirada bajó a mi labios y luego mis mejillas sonrosadas. Agarró mi mano y
tiró de mí de nuevo al camino antes de que pudiese hacer ninguna pregunta.
Corrimos velozmente por las calles, nuestros ojos en vigilancia por si volvíamos
a ver a otro hombre peligroso, pero afortunadamente pudimos llegar al
aparcamiento del instituto a salvo. Estaba a oscuras, las luces se apagan
pronto en aquel lugar. Apeas la figura de uno o dos coches aparcados
escondía el lugar. Caminamos hasta la alta pared de piedra y nos dejamos
caer sentados allí contra el frío suelo.
—Bentley aun no ha llegado —expresé en voz alta, algo que en verdad me
daba miedo—. ¿Crees que…?
—No, Slightly sabe defender solo bastante bien —negó él, girándose hacia mi
desde el suelo. El perfil de sus músculos era palpable aun en la oscuridad.
—¿Slightly? —Repetí. Era la segunda vez que lo llamaba así, algo raro ya que
significa “ligeramente”.
—Sí, él tiene la manía de decir “ligeramente” en muchas de sus frases, ¿no te
has dado cuenta?
Arrugué la frente. ¿Por qué aquel nombre se me hacía conocido?
—La tenía, pero se lo corrigieron hace años en el colegio.
Peter apretó los labios, ladeando el rostro hacia un lado.
—Supongo que ha cambiado más de lo que pensaba —murmuró más para él
mismo que para mí. Luego sacudió la cabeza, como si estuviese tratando de
evitar alguna clase de pensamiento, y volvió a mantener su atención en mí—.
Así que… ¿cómo os conocisteis vosotros dos?
—Somos vecinos, los Parrel le adoptaron —Expliqué, tampoco tenía mucho
misterio—. Es mi mejor amigo desde que tengo diez años.
Aun en la penumbra, pude ver la mirada juguetona posándose en su rostro,
esa que siempre había visto en Bentley, esa que anunciaba que algo malo
(para mí), iba a suceder de seguido.
—Así que… ¿llevas desde los diez años babeando por Slightly?
Mi boca calló hacia abajo cuando Peter preguntó eso. No podía notarse
tanto, sino Ben ya se hubiese percatado. El pensamiento de que tal vez lo
hubiese hecho pero nunca quiso decir nada porque jamás me vio de esa
manera revolvió mis tripas. No, tenía que ser Peter con algún estúpido juego de
manipulación. Tenía que salir de esta como fuese.
—Mira, yo no te conozco de nada, así que para mi eres un completo extraño
que desaparecerá de mi vida en cuanto vuelva a mi casa. Puedes meterte tus
estúpidas frases y tus estúpidos besos por donde te…
—Así que ahí volvemos, ¿Verdad, pequeña escritora? Al asunto del beso —las
cejas de Peter se arquearon en mi dirección. Bufé perdiendo la paciencia—.
Siempre supe que mis besos volvían locas a las mujeres.
—Puedes seguir practicando con todas las mujeres que quieras entonces, pero
a mí déjame en paz de juegos —dije, utilizando lo que me pareció la voz más
autoritaria que tenía—. La próxima vez que quieras escapar de… locos
drogadictos, utiliza otra estrategia. Pero jamás vuelvas a besarme.
Él rió, irritándome más. Si seguía allí con él era solo porque estaba preocupada
por Bentley, el cual seguía sin aparecer.
—Vamos, encanto, sabes tan bien como yo que te encantó el beso —
presumió Peter, alzándose sobre sus rodillas y acercándose a mí lo suficiente
para que quedásemos cara a cara.
Y ahí fue donde le di un tortazo. Se llevó una mano a la mejilla donde le había
golpeado mirándome con sorpresa. Pero más sorpresa me invadió a mi
cuando escuché las palabras que salieron de mis labios.
—¡Era mi primer beso, idiota!
Un silencio terriblemente incómodo se formó después de eso. Peter volvió a
sentarse, marcando distancia entre ambos y guiando sus ojos hacia la
oscuridad del cielo. Aquella noche se podían apreciar perfectamente las
estrellas. Di un pequeño respingo cuando habló.
—Si te sirve de consuelo fue mi segundo beso.
—¡No hay manera!
Aquellas palabras escaparon de mí sin que pudiera evitarlo, mirándole con
asombro. No había forma de que yo hubiese sido su segundo beso,
simplemente no era creíble. No solo por la forma en que me besó, para nada
de un principiante, sino porque… Hombre, ese chico era guapo. Muy guapo.
Por mucho que me cayese mal, era algo que tampoco podía negar. La risa de
Peter me dijo que lo que había dicho era cierto.
—Ella no se sorprendió como tú de saber que era el primer beso. De hecho me
tendió una trampa, creo que lo sabía antes de dármelo.
Sus palabras sonaron lejanas, como si estuviesen perdidas en sus
pensamientos, en sus recuerdos. No podía hablar de algo demasiado lejano, el
chico no podía tener más de dieciocho años.
—¿Cómo se puede tender una trampa con un beso? —Pregunté curiosa.
Estábamos llevando una conversación relajada. Si aguantábamos así hasta
que Bentley llegase tal vez no acabase matándole.
—Bueno, técnicamente yo también te la tendí a ti —olvida eso de
conversación relajada—. Eh, era broma —sonrió dándome una ojeada
cuando le pegué en el brazo—. Digamos que ella me dijo que me iba a dar
otra cosa.
—¿Otra cosa?
—Un dedal.
Eso sonaba demasiado conocido. No, espera, eso sonaba muy a Peter Pan…
Fruncí el ceño molesta. Slightly también era Peter Pan, uno de los niños
perdidos. Algo estaba empezando a ir mal en mi cabeza.
—De todos modos ya no importa —continuó hablando Peter, volviendo sus
ojos al suelo y arrugando la nariz—. Ella es cosa del pasado.
Un escalofrío me recorrió. Se notaba en su voz que ella no podía formar parte
de su pasado simplemente, había algo subyácete detrás de todo ello. No
pude evitar preguntar qué pasó con la chica.
—Murió —la contestación de Peter me dejó tan helada que cualquier cosa
que estuviese pasando por mi mente se escabulló para dar paso a aquella
confesión—. No pongas esa cara, encanto, fue hace mucho tiempo.
Pero no podía haber pasado tanto tiempo. Menos el necesario para superarlo.
¿Sería esa la razón por la que yo había sido su segundo beso? De repente me
sentí mal por haberlo recibido. Aunque no fuese culpa mía, era como si
hubiese roto alguna clase de huelga de besos que Peter pudiese haber tenido
en honor su ex novia muerta.
Unos pasos caminando hacia nosotros fue lo que logró que los ojos verdes del
chico saliesen de los míos. Peter se puso de pies en menos segundos de los que
creí posible, en una posición defensiva, situándome detrás de él.
—He escapado ligeramente por los pelos.
Fue “ligeramente” consciente de la tensión escapándose fuera de los hombros
de Peter cuando corrí a abrazar a Ben. Sorprendido tardó en reaccionar, pero
cuando lo hizo sus brazos me rodearon con fuerza atrayéndome a él. El familiar
olor de su ropa tranquilizó todos los nervios que habían estado corriendo a flor
de piel. Jamás me había alegrado tanto de volver a verlo.
—¿Estás bien? ¿Te han llegado a herir? —Preguntó a la par que se separaba
de mí, acunando mi rostro entre sus manos para observarme de cerca.
Ahogué un grito cuando vi su cara. Tenía una tajada no demasiado profunda
cruzando su mejilla izquierda, la sangre goteando por su pómulo y mandíbula.
—¿Qué te…? —Comencé a preguntar, pero él colocó un dedo en mis labios
callándome.
—Eso fue un cuchillo mal lanzado. No te preocupes, no moriré de ello —No
pude sonreír a pesar de que él lo hizo, por lo que paseó sus ojos por encima de
mi hacia Peter—. Gracias por traerla hasta aquí igual a cómo te la dejé.
—Eso de igual es bastante discutible —farfullé.
Bentley se separó unos centímetros de mí, mirándome con una ceja alzada.
—¿Qué quiere decir eso?
—El imbécil de tu amigo me besó.
Mis pensamientos empezaron a volar solos. La boca de Peter sabía a
frambuesas. No tenía ni la menor idea de cómo lograba aquello, era un total
misterio para mí. Me regañé mentalmente al tiempo que sentía mis mejillas
sonrojarse al recordar ese dato. Los ojos de Bentley no fueron muy cordiales
cuando notaron mi rubor.
—Teníamos que huir de Alf de alguna manera —explicó Peter cuando Ben
comenzó a caminar hacia él con los puños apretados.
—Oh, ¿y no había ninguna manera mejor, verdad? Porque besarla era la
única solución.
Me sorprendí de una manera agradable al ver a Bentley enfadado porque
Peter me hubiese besado. Tal vez fuese una mala persona por alegrarme de
que dos amigos se enfadasen, pero el significado de ello me agradaba
sobremanera.
Hasta que Ben le pegó un puñetazo.
—Joder, a este paso voy a volver al barco con la cara marcada —se quejó
Peter, frotándose la mandíbula.
—Sabes que tenía que hacerlo, Pan.
Algo me estaba perdiendo en medio de tanta discusión, y no eran los
repentinos celos de Ben. La comparación creada previamente en mi cabeza
volvió a mi tan pronto como escuché a mi amigo llamarle Pan. El dedal.
Slightly. Respiré lentamente, tenían que ser paranoias mías. Además Ben
odiaba la historia de Peter Pan. Y de pronto también eso pareció encajar.
Empecé a sentir el mundo dando vueltas, tambaleándome antes de que mi
trasero aterrizara con fuerza en el suelo. Debo admitir que dolió, pero me
sentía demasiado entumecida con tantos pensamientos dando vueltas en mi
cabeza. No podía ser cierto.
—¡Hails! —Se giró Ben hacia mí, corriendo para agacharse a mi lado—. ¿Estás
bien? ¿Estás segura de que los piratas no te hirieron?
—¿Piratas? —Repetí, sintiendo mis piernas hormiguear.
El rostro de mi amigo se volvió pálido. Echó un vistazo rápido hacia Peter…
Peter Pan…
—¿Le llamaste Pan? —Pregunté en voz baja. Tenía que ser todo obra de mi
vívida imaginación. Podía estar haciendo el ridículo en aquel momento. Peter
Pan no existía.
—Slightly, lo has confesado todo tu solito.
—Cállate, Peter —masculló Ben en su dirección, para luego volverse hacia
mí—. Es una larga historia, Hails. Yo… te lo explicaré cuando volvamos a casa.
La risa de Peter me hizo estremecerme.
—¿A casa? Sabes tan bien como yo que eso es imposible, Slightly. Ellos irán a
por ella.
—Los piratas no buscan a la gente ajena a Nunca Jamás —negó Ben. Quise
vomitar cuando mi loca mente comprendía el significado de sus palabras.
Pero aquello no podía ser real—. Está en la ley, lo sabes.
—Hasta que ella se ha visto involucrada —contraatacó Peter—. No solo la han
visto en tu casa, me han visto correr con ella para salvarla.
—No lo permitiré. Ella no…
—Tiene que venir con nosotros y lo sabes. Conoces el final de la historia, amigo.
Es igual a lo que pasó con Wendy.
Y aquello último si terminó de acabar con todas mis dudas.
—Esto es una especia de cámara oculta, ¿verdad? —Dije en voz alta,
haciendo que ambos chicos parasen de discutir y se girasen para mirarme con
sorpresa—. Estáis conspirando para gastarme una broma pesada.
Permanecieron en silencio, Ben rehuyendo mi mirada. Todo era tan inverosímil
que no podía ser cierto. Y clavando mis ojos en los verdes de Peter, así lo
expresé.
—Tú no puedes ser Peter Pan.
—Créeme —habló despacio, haciendo que mi corazón se parase—. Puedo, y
lo soy.
—No, no, no. Eso es solo ficción —negué con fuerza, mis ojos buscando la
mirada de Ben—. Entonces tú serías…
—Un niño perdido —confesó en voz tan baja Ben que apenas fue audible.
—Slightly —susurré, asintiendo.
Peter dio un pequeño salto caminando hacia nosotros, agarrándome del
brazo y ayudándome a levantarme. Tenía demasiada energía para un
momento como este.
—Bueno, ahora que hemos aclarado todo, creo que es el momento de ir al
barco.
—¿Barco? —Repitió confuso Ben, evitando todavía mirarme a los ojos—.
¿Cómo demonios conseguiste un barco?
—Tigrilla convenció a unos cuantos para fabricar uno y que pudiese surcar el
cielo en busca de los niños perdidos —anunció con orgullo Peter, cruzando los
brazos—. La pega es todo el polvo de hadas que necesita para volar.
La cabeza volvió a darme vueltas, y tuve que apoyarme en el brazo de Peter
para no caer. Él me sostuvo mirándome con algo de preocupación.
—Esto no… Tiene que ser una jodida broma —Ahí fue cuando los ojos de Ben
finalmente se dignaron a mirarme, boquiabiertos. Vaya, tenía que empezar a
decir más palabrotas—. Peter Pan es solo un cuento, ¿vale? Sí, me encantaba
de pequeña, pero… Estáis llevando esto demasiado lejos.
—Necesitas más pruebas, ¿verdad, pequeña escritora? —Sonrió de forma
juguetona Peter, mirándome con descaro—. Eres demasiado escéptica.
—Escéptica no, solo realista —escupí, encarándole—. Esto es una soberbia
tontería. Peter Pan no existe. Igual que todo eso del polvo de hadas. No creo
en las ha…
La mano de Ben tapando mi boca impidió que acabase la frase. No podía
verle, pero si a Peter. El espanto relucía en sus ojos.
—No se te ocurra decir jamás esa frase —me acusó amenazador.
Bufé soltándome del agarre de Bentley.
—¿Y qué pasaría entonces? —Pregunté con fingida inocencia—. ¿Un hada
moriría?
—Eso pasaría exactamente.
Me giré hacia Ben. El tono serio en su voz alcanzaba a sus ojos azules. No
podían ir en serio.
—Y la verdad, estamos en escasez de hadas en estos momentos, por lo que tu
comentario no nos beneficiaria en nada —escuché la voz de Peter detrás de
mi—. ¿Tienes idea de lo difícil que es conseguir polvo de hada hoy en día?
Rodé los ojos, girándome para mirarle.
—Oh, claro, porque sin el polvo de hadas no podrías vo…
La frase quedó inconclusa en mis labios cuando le vi.
Volando.
—¿Qué ibas a decir, pequeña escritora? —Se burló mirándome desde al
menos tres metros de altura, suspendido en el aire—. ¿Qué no podría volar?
Veo que te conoces muy bien la historia de Peter Pan.
—¿Ahora nos crees? —La mano de Ben agarró la mía, mirándome con
calidez—. Nunca quise que te enterases así, o… Sinceramente, nunca quise
contártelo. Pero ahora ya no queda otra.
—Así es, encanto —gritó Peter. Mi estómago se encogió cuando dio una
voltereta en el aire. Contuve la tentación de frotarme los ojos—. Si quieres
conservar tu vida, vas a tener que venir con nosotros.
—¿Ir… con vosotros?
Eso no sonaba bien.
—¡A buscar a los niños perdidos! —Exclamó Peter, volviendo hacer cabriolas en
el aire—. Y luego… ¡Al país de Nunca Jamás!
—Esto tiene que ser una broma —Negué, dando un paso hacia atrás.
Mi espalda chocó contra el cuerpo de Ben.
—¿Cuántas pruebas más necesitas, encanto? —Se burló Peter, bajando cerca
de nosotros esta vez volando sobre nuestras cabezas.
Unos polvos brillantes cayeron de sus puños, rociándonos a Ben y a mí. El aire
se llenó de un olor dulzón, como una condensación de fragancia de flores a
mí alrededor. Y entonces Ben se elevó hacia arriba con su amigo. Les miré con
los ojos muy abiertos.
—¡Solo cree que puedes y volarás! —Gritó Peter, elevándose de nuevo más
arriba.
Solo Ben se quedó conmigo, a mi lado flotando en el aire, su mano extendida
hacia mí.
—Confía en mí, Hailey. Esto es real.
Negué dando un paso hacia atrás. No podía ser.
Y un cuchillo pasó atravesando el aire muy cerca de nosotros, clavándose en
la pared de piedra del aparcamiento. Me giré al tiempo que la alarma de un
coche saltaba. Uno de los hombres… un pirata, me corregí, corría hacia
nosotros blandiendo cuchillos al aire. ¿No se les acababa el arsenal?
—Maldición, no hay tiempo para dudas —gruñó Ben, agarrando mi mano sin
darme tiempo a protestar y tirando de mi hacia arriba.
Ahogue un grito cuando mis pies se separaron del suelo, tirados por la mano
de mi amigo. Segundos más tarde Peter se unió a nosotros, sosteniendo mi otra
mano entre la suya. Mi estómago se apretó cuando comprobé que estaba a
tres metros sobre el suelo. Cuatro. Cinco.
—Creo que voy a desmayarme —dije en voz alta, lo único coherente que vino
a mi cabeza.
—No te preocupes por eso, encanto —sonrió Peter de forma traviesa, bajando
sus ojos hacia abajo, donde los piratas chillaban hacia nosotros con enfado—.
Si eso ocurre yo te llevaré en brazos.
—Tú llevarás en tus brazos lo que yo te diga —le espetó Ben, apretando con
fuerza mi mano. Mi corazón aceleró el ritmo. Aunque tal vez fuese solo porque
habíamos superado la altura del techo del instituto—. No quiero verte
tocándola un pelo.
—Que protector te has vuelto, Slightly —se burló Peter, riendo—. Curly y los
gemelos se sorprenderán al verte.
—¿Ellos ya están allí? —Ben parecía confuso con la información.
—A diferencia de ti, no todos se han mostrado reacios al volver.
Gemí mientras ellos continuaban hablando. La altura era tal que mi cabeza
daba tumbos. Mis manos hormigueaban entre la de los chicos.
—Venga, pequeña escritora, trata solo de mantenerte despierta hasta que
lleguemos al barco. Hay muchas cosas que estoy seguro querrás saber.
Y me hubiese gustado hacer caso al consejo de Peter, pero mi cerebro había
sido sometido a demasiadas emociones fuertes a lo largo de una sola noche.
Escuché a Ben gritar cuando me escurrí de su agarré. Todo se estaba
oscureciendo cuando unos brazos me acercaron contra un cálido pecho
desnudo. El aire frío revolvía mi pelo cuando finalmente la negrura me venció.
Capitulo 3. Los niños perdidos.
Desperté antes de abrir los ojos. Había tenido un sueño muy extraño y vívido. Mi
obsesión por Peter Pan debía de haber crecido demasiado, porque había
soñado que mi mejor amigo Bentley era en realidad Slightly, un niño perdido, y
que Peter Pan venía a buscarlo para llevárselo con él a Nunca Jamás. Lo más
raro de todo era que yo me iba con ellos.
Mis párpados seguían cerrados, demasiado pesados como para abrirlos.
Además estaba muy cómoda, tumbada sobre un colchón blando.
—Parece que se está despertando.
Fruncí el ceño al escuchar una voz desconocida. Quería seguir durmiendo.
—Decididamente ha despertado. Ve a llamar a Slightly.
Aquella última frase entró por mi oído colándose en lo más profundo de mi
cabeza y sacándome a tirones de la duermevela en la que me encontraba.
“Ve a llamar a Slightly”. Bentley.
Abrí los ojos de golpe, sintiendo un mareo momentáneo. Nada de lo que
había a mi alrededor era conocido. Ni las paredes marrones, ni el suelo de
madera, ni la cara del adolescente que estaba frente a mí.
Pegué un chillido incorporándome de la cama en la que estaba tumbada. Del
mismo modo el chico también gritó, lo que en cualquier otra situación me
hubiese resultado gracioso por el tono agudo que usó, pero en aquel
momento sólo consiguió hacerme chillar más. Unos pasos corrieron hacia
nosotros entrando a trompicones por la puerta.
—¿Qué pasa? ¿Hailey? ¿Estás bien?
El rostro contorsionado de preocupación de Bentley hizo que dejase de gritar,
y con mi silencio también vino el del otro chico. Se acercó a mí y me envolvió
en sus brazos, sentándome en la cama y acunándome con el calor de su
cuerpo.
—No era ningún sueño —susurré contra él mientras los acontecimientos vividos
regresaban a mí con más fuerza que al despertarme—. Eres Slightly.
La mano de mi amigo se tensó sobre mis hombros, y luego elevó mi barbilla
para poder mirarme a los ojos. Su voz fue tranquila cuando habló, pero había
seriedad en ella.
—Bentley. Sigo siendo Bentley, Hailey. Para ti siempre seré Bentley.
Tragué saliva y asentí. Sabía que esas palabras significaban más de lo que en
realidad parecían. Siempre sería Bentley para mí. Para mí.
Alguien carraspeó a nuestro lado llamando la atención. Por unos segundos me
olvidé del adolescente que había visto nada más despertar. Ahora a su lado
había otro, y era exactamente igual a él. Unos quince años, delgados,
morenos, y con los ojos marrones a juego con el color de su pelo. Gemelos. Los
gemelos.
—Siento haberte asustado, no era mi intención —se disculpó uno de ellos,
supuse el que había chillado. Eran realmente iguales.
—Más bien debería pedirte disculpas ella a ti, hermano —contraatacó su
gemelo con malicia—. ¿Tú escuchaste que grito? Pensé que había dos chicas
en apuros.
El pecho de Bentley vibró contra mi espalda, riéndose. Yo no encontraba la
gracia a la situación. Me separé un poco más de él, buscando aire para inflar
mis pulmones y calmarme. Paseé mi mirada por la habitación, que sin duda
era un dormitorio. Hecho entero de madera. Las paredes, el techo, el suelo…
Una ventana dejaba entrar la luz en la pared frente a la cama en la que
estaba, tapada con una cortina amarrilla, aunque más bien parecía un trozo
de tela desigualmente cortado. La decoración lo complementaba una
cómoda y un escritorio lleno de libros.
—¿Dónde estamos? —Pregunté una vez que terminé la exploración.
—En el barco de Pan.
Giré la cabeza hacia la puerta tan rápido que me dolió el cuello. Por ella
entraba un chico alto y semidesnudo, usando solo unos pantalones vaqueros
rasgados. Sus ojos verdes se encontraron con los míos y me sonrió ladeando la
cabeza.
—Bienvenida a mi barco volador, pequeña escritora.
Mi mandíbula calló atónita hacia abajo. Decididamente, fue ningún sueño.
Peter Pan era real.
—Peter…
El tono de amenaza de Bentley no pasó desapercibido para nadie en la sala,
incluida yo.
—¿Qué pasa? —Preguntó Peter hacia Bentley fingiendo confusión—. ¿Ella
puede robarme la habitación pero yo no puedo presentarla mi barco? Eso es
incongruente.
—Dudo que sepas lo que significa incongruente.
Las cabezas de los gemelos y la mía botaban de un chico a otro, siguiendo lo
que parecía el inicio de una discusión con total atención. Y tal vez hubiese
llegado a más de no ser por la intromisión de otra persona en la habitación.
—He escuchado un chillido, ¿está todo bien?
Un adolescente con claros problemas de sobrepeso entró dando tumbos,
parándose en el marco de la puerta con precaución. Su cabello pelirrojo
despuntaba en un mal recortado flequillo, y sus ojos oscuros de cachorrillo
mostraban empatía.
—Mi hermano, Curly, que chilla como una niña —explicó uno de los gemelos
ganándose una colleja por parte del otro—. ¡Ay! Eso dolió.
Curly asintió, y luego su mirada calló sobre mí. Oh, claro, lo olvidaba, yo era la
nueva aquí. Porque todos ellos ya se conocían. De Nunca Jamás. Los niños
perdidos y Peter Pan. Creo que necesitaba un tranquilizante…
—Soy Curly —se presentó el chico, avanzando hacia mí y estirando una mano
para que se la estrechase—. Encantado.
Estupefacta le devolví el saludo. Era el primero de todos que se presentaba
como era debido.
—Hailey Hoffman.
Peter bufó detrás de nosotros, dejándose caer contra la pared y cruzando los
brazos sobre el pecho desnudo. La luz que entraba por la ventana se reflejaba
en su cabello rizado, formando una aureola de claridad en las puntas rubias y
alzando su rostro hacia un nivel angelical. Sacudí la cabeza molesta conmigo
misma por ese pensamiento.
—Demasiados formalismos para estar dentro del barco de Pan —comentó
Peter en voz alta—. Además, ella ya nos conoce.
Una sonrisa traviesa, igual que las que siempre había visto en Bentley, adornó
su rostro creando un hoyuelo en su mejilla. No me gustaba lo que había detrás
de esa sonrisa. Malicia.
—¿No os lo ha contado Slightly? —Continuó hablando Peter, aunque ninguno
contestaba—. Su pequeña novia es una fan de las historias de Peter Pan.
—Cállate Peter —le interrumpió Bentley en mi defensa, agarrándome de los
hombros y tirándome más cerca de él. Luego miró al resto de niños perdidos—.
¿Os importaría dejarnos a solas?
Sin ningún tipo de protesta los tres adolescentes dejaron la habitación
cerrando la puerta tras de sí. Menos Peter Pan. Él sí se quedó allí, en la pared,
con su pecho desnudo y la aureola dorada sobre su cabeza.
—Bien, supongo que tendrás preguntas.
Los ojos azules de Bentley se interpusieron en mi camino distanciando mi
atención de Peter. Me mordí el labio inferior, y su mirada se distrajo por unos
segundos bajando a él. No era capaz de formar ningún pensamiento
coherente si él seguía mirándome así.
—Esto es demasiado empalagoso incluso para mí —Sentenció de pronto Peter,
despegándose de la pared y caminando hacia la puerta—. Recuerda, Slightly,
no la cuentes nada.
Y con esa despedida Peter Pan también salió de la habitación dejándonos
solos. Por muy indecorosas y faltas de vergüenza que hubiesen sido, sus
palabras consiguieron crear la suficiente distracción como para alinear los
pensamientos en mi enredado cerebro. Me giré hacia Bentley antes de que él
pudiese decir algo más.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —Ben apretó los labios considerando mi
pregunta y cómo responderme—. Déjame adivinar, ¿no puedes contarme
nada?
Mi voz salió más ofendida de lo que pretendía, pero la verdad era que yo
estaba enfadada. Crucé los brazos y me separé de él, sentándome al estilo
indio sobre la cama y encarándolo. Bentley me miró afligido por el rechazo.
—Sería mucha información para ti —explicó compungido—. Has tenido mucho
que asimilar en poco tiempo.
—¿Cómo que estoy en un barco que vuela? —Bufé, rodando los ojos y
descruzando los brazos.
—O que un personaje de tu libro favorito es real. Que Peter Pan existe. Y los
niños perdidos también.
—Y que tú eres uno de ellos.
Bentley asintió, como si aquella realización no le agradase.
—¿Entonces no vas a decirme nada? —Insistí.
—No aún —admitió, incrementando mi irritación—. Y tampoco debo ser yo
quien te lo diga, tiene que hacerlo Peter.
Abrí la boca con indignación. Cualquier persona menos él, porque por mucho
que trataba de no pensar en la noche anterior la imagen de Peter robándome
mi primer beso seguía grabada, no solo en mi cabeza, también en mis labios.
—¡Si casi no le conozco! Y tú eres mi amigo…
—Pero él es Peter Pan. Es quien está organizando toda esta… historia. Es él
quien debe explicarte lo que ocurre, no yo.
Su mano avanzó sobre la manta hacia la mía, pero cuando nuestros dedos
estaban a punto de tocarse me levanté de un salto, apartándome de él.
Girándome le di la espalda, evitando mirarle.
—Para mí como si es Papa Noel. Yo quiero irme a casa.
La cama crujió cuando Ben se levantó y caminó hacia mí, situándose a mi
lado.
—No puedes Hails. Los piratas saben donde viven y te buscarán. Te harán
daño y… No puedo permitirlo.
Como si de alguna forma aquella frase hubiera tocado una fibra sensible
dentro de mí, giré de nuevo, esta vez hacia él, y sus ojos azules miraron
afectados dentro de los míos. Y ahí estaba de nuevo Bentley, mi amigo, el
chico del que estaba perdidamente enamorada y al con el cual no podía
enfadarme.
—¿Y qué pasa con mi madre? —Pregunté, cayendo entonces en la cuenta de
que la había abandonado en casa, sin dar explicaciones, ni una llamada, ni
una nota. Ni siquiera había vuelto a casa a dormir—. ¡Tiene que estar
preocupadísima! Y angustiada. Estará buscándome como loca por todos
lados y…
—Como mis padres —me interrumpió Ben—. Peter dice que seguramente
crean que huimos juntos.
Y por muy atractiva que esa idea se me antojase, no era la realidad. Yo no
había huido con Bentley para proclamar nuestro amor a los cuatro vientos. No,
yo seguía en la zona de amigos, lejos de casa, y sin tener ni idea de qué iba
todo esto. Sentía que en cualquier momento iba a explotar.
—Analicemos por un segundo lo loco de la situación. Yo, Hailey, estoy en un
barco. Un barco que vuela por el cielo. Con Peter Pan y parte de los niños
perdidos. Y nadie me quiere dar ni una sola explicación de qué está pasando.
—Ahora analicemos lo real —contraatacó Ben, tomando mi manos entre las
suyas y asiéndolas hacia él, acercándome más a él.
—No hay nada real aquí —susurré, confinada en la cárcel de sus ojos azules en
el momento en el que estos se trabaron con los míos.
—Te equivocas. Lo hay. Estás aquí, conmigo. Eso es lo más real en mi mundo
ahora mismo.
Para saber más de esta historia…
librosenlatierra.tumblr.com
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  • 1.
  • 2. SINOPSIS He estado enamorada de mi mejor amigo, Ben, desde que le conocí. Lo que es exactamente desde los diez años, cuando nuestros vecinos, los Parrel, le adoptaron. Él es el único que conoce y acepta mi secreta obsesión por escribir historias, del mismo modo que ama escucharlas. Él es el único que me defendió (y de una manera sorprendente para tener doce años) cuando Jason Summer quiso obligarme a darle un beso en sexto grado. Él es también el único para el que guardo mi primer beso. Este verano iba a hacer la diferencia. Por fin me atrevería a confesarle esos sentimientos que siempre he guardado para mí. Hasta que él apareció. Y me robó mi robó mi primer beso. Con su actitud arrogante y vestido como un completo vagabundo (un vagabundo muy sexy), el desconocido-viejo-amigo de la infancia de Ben, Peter, aparece poniendo nuestras vidas del revés. No solo es un cretino orgulloso que cree tener siempre la razón, sino que desde su llegada, Ben no es el mismo. Solo que cuando descubrí la verdad, hubiese preferido no haberlo hecho nunca. El desconocido no es solo Peter, es Peter Pan. Un Peter Pan de dieciocho años. Y mi amigo Ben no es solo Ben, es Slighty, un niño perdido. Un niño perdido de dieciocho años. Demasiadas preguntas que hacer y demasiadas respuestas que nadie me quiere dar. Y quizás la historia podría no ser tan loca. Quizás podría tratarse simplemente de personajes del cuento de J.M. Barrie volviéndose reales. Pero el hecho es que el capitán Garfio ha desaparecido y el señor Smee se está apoderando de Nunca Jamás. Ahora Peter necesita la ayuda de todos los niños perdidos para derrotarle, dando un vuelco completo a la historia que amé de niña. Y por un giro del destino me encuentro involucrada dentro de ese viaje a la tierra de Neverland, donde los niños ya no son tan niños, y Peter Pan no es tan bueno como recordaba.
  • 3. PRÓLOGO —Sólo tienes que creerlo, Hailey. Puedes volar. Negué con la cabeza. No podía. Iba en contra de las leyes de la física. Claro, que también era imposible que una sombra se separase del cuerpo de una persona, y yo no solo había visto eso, sino que había sido rociada con polvo de hadas. Mi piel brillaba centelleante, incluso mi ropa lo hacía. —Hailey, por favor… Yo te aseguro que es posible. Yo confío en ti. ¿Tú confías en mí? Mis ojos corrieron rápidamente hacia su mirada suplicante. ¿Lo hacía? ¿Confiaba en él? Si se sorprendió cuando asentí con la cabeza no me lo hizo notar. En su lugar agarró mi mano, apretando con fuerza. El toque de su piel me recordó el sabor de nuestros besos, haciendo que mis dedos hormigueasen. Pero no era hora de sacarlo a colación. Era hora de salvar nunca jamás, y eso es lo que iba a hacer.
  • 4. CAPITULO 1. Un primer beso fallido. La habitación estaba a oscuras, todas las luces apagadas. Sólo se escuchaba el golpeteo de la lluvia contra los cristales, como recordatorio de las punzadas que sentía en su alma al recordarle. Allie se levantó de la cama de un salto y corrió hacia el empañado cristal. Estaba segura de que si miraba durante largo tiempo, volvería a ver su figura desapareciendo entre… —Últimamente te has vuelto demasiado gótica —me interrumpió Ben, arrebatándome el folio donde yo había escrito el último capítulo de mi historia—. Y también cursi, ¿qué ha sido de las historias de piratas y hadas? —¿Crecí? —Probé como respuesta, sin poder evitar el sofoco de rubor que provocó sus palabras—. Y yo no me he vuelto gótica. —No lo niegues, Hails. “¿Todas las luces apagadas?”. Acabarás por darme pesadillas. Le saco la lengua al tiempo que agarro el escrito de sus manos. Accidentalmente nuestros dedos se rozan, y ahí está, de nuevo, esa electricidad haciéndome cosquillas. Si tan solo tuviera la seguridad de que Ben la ha sentido también… —Pensé que eras un chico duro. Y mayor —agrego mientras él carraspea, revolviéndose mientras cruza sus piernas al estilo indio—. Pero ya sabes, si tienes pesadillas siempre puedes recurrir a meterte en la cama de tus padres. Era el primer día de las vacaciones de verano y estábamos sentados sobre la alfombra del suelo de mi habitación, tal como habíamos hecho desde que teníamos diez años y él fue adoptado por nuestros vecinos, los Parrel. Un día descubrió la montaña de cuadernos con historias que yo escribía, y quedo tan encantado que desde entonces nos encerrábamos todas las tardes en mi cuarto para que yo le leyese mis nuevos proyectos. Solo que planeaba que este verano fuese distinto. Me lanza una de esas miradas juguetonas que desde niño siempre ha sabido hacer, una mezcla entre picardía y malicia inocente. De pequeña traté de imitarla severas veces, pero nunca lo conseguí. Aun así, sabía que detrás de esa sonrisa venía alguna frase que me iba a dejar planchada o me haría estallar a carcajadas. —En realidad yo estaba pensando más bien en Jenna Stuart. Esa chica es caliente. Me forcé a rodar los ojos mientras mis tripas se retorcían con dolor. Dolor en mi corazón, porque llevaba enamorada de él desde el momento en que pegó un puñetazo a Dick Summers en sexto grado. El tipo había hecho una apuesta con sus amigos y quería obligarme a darle un beso, cuando yo obviamente le repudiaba. Todos formaron un corrillo a mí alrededor para verlo y nadie parecía querer ayudarme, hasta que Ben vino en mi ayuda como bueno
  • 5. amigo. Le partió el labio y destrozó su nariz, mientras que el Dick no le tocó ni un pelo. Estuvo expulsado por una semana pero él siempre dice que mereció la pena. Fue en ese momento cuando se convirtió en el caballero protagonista de mis sueños e historias. —Tienes que empezar a controlar tus hormonas, amigo —arrugué la nariz, incorporándome y dejando el escrito sobre mi mesita—. Bentley, tienes diecisiete años y sigues padeciendo el síndrome de Peter Pan. Reí cuando él frunció el ceño ante mi insinuación, pero esa risa desapareció en cuanto él se incorporó también. Agarrándome del antebrazo con fuerza, tiró de mi cuerpo hacia el suyo con enfado. Estudiando su rostro desde más cerca comprobé que le había molesto. Me había olvidado de su aversión por esa historia. —Oye, era solo una expresión —murmuré, nerviosa ante su cercanía a pesar de la situación—. Lo siento si te molestó. —¿Una expresión? —Repitió, relajando la fuerza sobre mi brazo pero aún sin soltarme. —Sí, significa que quieres ser para siempre un niño o actúas como tal. Ya sabes, Peter Pan, el niño que no quería crecer… —Me sé la historia —farfulló soltándome, pero sin separarse del todo de mí. Tragué saliva duramente. Su rostro tan cercano al mío hacía que la sangre hirviese bajo mis venas. Si tan solo fuera algo más valiente… Lo suficiente como para dale un beso. Pero perdí mi oportunidad cuando Ben dio un paso hacia atrás justo en el momento en que mis ojos se posaban sobre sus labios. Lo había notado, estaba segura de ello. Desvié la atención caminando hacia mi balda de libros y rebuscando el de Peter Pan. Lo que fuese para tranquilizar mi acelerado corazón. —Nunca me has contado por qué tienes tanto odio por la historia —comento tratando de no sonar afectada cuando vuelvo con el libro en la mano. Un niño volando en la portada. —Lo que sea, ¿acaso importa? ¿O acaso estás obsesionada con Peter? — Bufó, clavando sus grandes ojos azules en mí. Alcé las cejas asombrada con la familiaridad con la que trataba al personaje. Nunca escuché de nadie diciendo su nombre sin el apellido. Siempre me sorprendió lo poco que le gustaba el libro. Lo descubrí una tarde que me puse enferma y no tenía humor de contar historias. Bentlley se ofreció a leerme alguno de mis libros, y cuando le pedí el Peter Pan faltó poco para que lo tirara por la ventana. Cada uno tiene sus traumas infantiles, supongo. Tal vez en su orfanato se lo habían hecho leer varias veces, ya que se llamaba
  • 6. “Nunca Jamás”, como la tierra de los niños perdidos. Podía imaginarme las burlas. —Lo confieso, siempre tuve un enamoramiento profundo por Peter Pan — suspiré, sentándome en la cama—. Dejaba mi ventana abierta por las noches a ver si se aparecía. —Él no es tan genial como tú te imaginas. —¿Qué? ¿Acaso le conoces en persona? —Me burlé por el tono serio de su voz, apoyando la cabeza en las almohadas—. Eso te convertiría en un niño perdido, ¿cierto? —No sigas por ahí —me regañó, sentándose a mi lado—. Sabes que eso es una sandez. —¿Por qué? Es divertido. De pequeña me imaginaba que era Wendy Darling. —Hails… —Me advirtió con voz queda. Pero no pensaba parar, me gustaba hacerle enfadar. —Sólo estaba el pequeño fallo de que soy hija única. Y no vivo en Londres, sino en Estados Unidos. —Hailey… —Llegamos a la fase de usar el nombre completo. —Oh, y que tengo pánico a los perros. Jamás podría tener uno como niñera. —Si sigues por ahí le diré a todo el mundo que en realidad no besaste a Cameron en ese campamento —Oh-oh, habíamos pasado a las amenazas—. Y que nunca has besado a nadie. Siento mis mejillas sonrosarse ante el comentario. Pero no voy a acongojarme por eso. Ben conoce todo sobre mí, no hay nada que le oculte (a excepción de mi enamoramiento secreto, al cual esperaba ponerle fin este verano), por lo que su amenaza es bastante vana. Nunca me traicionaría. —¿Sabes? —Continúo—. A ti siempre te imaginaba como… Y entonces es cuando él se hartó y saltó encima de mí, girando su cuerpo hasta sentarse a horcajadas. Sabía lo que venía después. De hecho es lo que había estado buscando. Sus manos empezar a acercarse lentamente mientras yo apretaba los labios, hasta que las cosquillas empezar y yo me reí como una loca retorciéndome bajo él. Tal vez solo fuese un juego, un contacto inocente, pero era una de las formas que tenía de estar más cerca de él. —Vale, vale, ¡me rindo! —Chillé entre jadeos, pero Ben no paró—. ¡Bentley, por favor! —¡Jamás! Sufrirás la ira del increíble Ben.
  • 7. Continué riéndome mientras las lágrimas saltaban de mis ojos. Ahí estaba él sacando su lado friki a relucir. Y me encantaba. Fue solo cuando las lágrimas se escaparon de mis ojos que mi amigo paró, sujetando mis brazos por mis muñecas y aplastándolos contra el colchón, a ambos lados de mi cara, impidiéndome el escape. El problema es que en esa posición su rostro volvía a estar, de nuevo, demasiado cerca del mío. Mi pecho se elevaba una y otra vez en busca de aire, rozando el suyo a cada movimiento. Sentía mi cara caliente, pero no solo a causa de las cosquilleas. Mi cuerpo hormigueaba en cada parte que él tocaba. Clavé mi mirada en la suya, sintiéndome nerviosa cuando me di cuenta de sus ojos azules clavados en los míos. Sin moverse. Sin apartarse de ellos. Una de sus manos se eleva hasta mi rostro, y contengo el aliento cuando sus dedos me rozan la frente, apartando un mechón de cabello rubio arena. La situación se estaba volviendo demasiado espesa, y no quería echar a perder mi plan. Me iba a declarar esa noche, bajo la luz de las estrellas. Habíamos quedado para ver las constelaciones en el jardín trasero de su casa aprovechando que los señores Parrel se iban de cena para celebrar su aniversario, así no tendríamos a su madre saliendo cada dos por tres a ver como estábamos y podríamos disfrutar de las vistas de su telescopio. Y con un poco de suerte, esa noche también disfrutaría de algo más. Me aclaré la garganta y Ben rompió la conexión entre nuestros ojos, rodando hacia un lateral y apoyándose sobre el codo para mirarme. —De todos modos, ¿qué es un beso? —Pregunté, trayendo a colación su comentario sobre Cameron y el no-beso—. Solo fardas porque estuviste experimentando con Carly Simpson el otro año. —¿Experimentar? —Se burla, con esa mirada juguetona de nuevo—. ¿Es así como le llamas ahora a tener se…? El sonido de la puerta de mi cuarto abriéndose nos interrumpió. Me incorporé con velocidad, sentándome en la cama. No estábamos haciendo nada, pero sentía aquella situación tan íntima que mis mejillas se tiñeron de escarlata cuando mi madre apareció en el umbral con un teléfono fijo en la mano. —Bentley, es para ti, de parte de tú madre —nos informó, lanzándole el inalámbrico a mi amigo, que lo atrapó al vuelo. —No entiendo por qué llama, vivimos al lado —Negó él con la cabeza, levantándose de la cama y saliendo del cuarto para hablar. —Comodidades de tener llamada gratis de fijo a fijo —explicó mamá cuando él pasó a su lado para ir al pasillo.
  • 8. Mi madre era preciosa, una joven mujer de largo pelo rubio platino y encantadores ojos azules. Me hubiese gustado salir a ella, pero no. En su lugar tuve que parecerme a mi padre, con mis ojos ámbar y mi cabello de un apagado tono arena. Había querido teñírmele como el de ella, pero no me dejó. Los tintes arruinan el pelo. —Bueno, y… ¿qué estabais haciendo Bentley y tú ahí sentados? —Preguntó, acercándose a la cama y sentándose a mi lado. Amaba a mi madre mucho, pero odiaba esa manía suya de querer ser mi mejor amiga comportándose como si fuese alguien muy liberal. No estaba segura de cómo reaccionaría en realidad si me encontrara en mi cuarto teniendo sexo con algún chico. —¿Sabes? Existe una cosa llamada “tocar la puerta antes de entrar” — comenté, arrugando la nariz. —Lo hice, pero nadie contestó. Ya, seguro. Lo más probable era que quisiera pillarnos en acción para luego tener algo que comentar conmigo. ¿Cuán macabro podía ser eso? Ben entró de nuevo con el ceño fruncido. —Tengo que irme a casa —anunció, pareciendo bastante ofuscado. Era imposible para mí no percatarme de la repentina oscuridad en sus ojos azules. —¿Hay algún problema? ¿Está tu padre bien? El señor Parrel había tenido problemas del corazón y Ben lo pasaba bastante mal. Sin embargo él negó con la cabeza y me pasó el teléfono, agarrando su chaqueta de la silla de mi escritorio. —Tengo visita en casa —habló de manera forzada, como si no quisiera contarme sobre ello—. Mejor nos vemos esta noche, Hails. —Está bien… —pronuncié despacio las palabras, asintiendo con la cabeza—. Te veo a las diez en tu jardín. Y luego salió veloz fuera de la habitación, dejándome de nuevo a solas con mi madre. Ella me dio un codazo arrebatando el teléfono de mis manos. —Entonces, ¿una cita con Bentley por fin? Si ella supiera… —Solo vamos a ver estrellas. —Oh, eso es muy romántico —suspiró, con ojos soñadores.
  • 9. —Él ama la astronomía, eso es todo —me levante de la cama dispuesta a darla la señal para que me dejara sola en el cuarto. Tenía que preparar la ropa para la gran noche. —Vale, vale, capto una indirecta cuando me la lanzan —exclamó con voz dramática, también incorporándose de la cama. Parecía que se iba a ir cuando se lo pensó mejor y frenó a mitad del camino—. Por cierto, hoy tengo una cita con tu antiguo profesor de inglés, así que no me esperes despierta. —¡Mamá! —La reñí, pero ella desapareció finalmente, riendo cuando salía por la puerta. Sabía que había estado coqueteando con el señor Hitch desde aquella reunión de padres al principio del curso, pero se había seguido las reglas y esperó a que acabase el curso y él dejase de ser mi maestro antes de salir en una cita. O más bien él debió de seguir las reglas. De todos modos me alegraba por ella, nunca ha tenido demasiada suerte con los hombres y el señor Hitch parece buen partido. No es un profesor estricto y suele caer bien a los alumnos. Cuando digo que me parezco a mi padre, es al menos lo que supongo ya que soy totalmente diferente a mi madre. Jamás le conocí ni hay fotos de él por la casa. Mi madre le conoció cuando estaba en la universidad y se quedó embarazada de mí. Se lo iba a decir en una cita que tenían planeada pero él no apareció. Lo estuvo buscando en su facultad, en su apartamento, preguntando los locales que solían frecuentar… Pero nunca dio con él. Se esfumó. Sin embargo ella tuvo el coraje de afrontar la situación y criarme sola en la vieja casa de sus padres. Hasta el momento, la cosa no había ido nada mal. Me paré frente a mi armario y abrí las puertas de par en par. Ahora tenía una tarea más importante en la que concentrarme, y no era ni padres desaparecidos ni profesores de inglés saliendo con mi madre. Mi tarea se llamaba Bentley Parrel, y estaba preparando mi primer beso para él. Era de noche cuando salí de casa hacia el jardín de los Parrel. Mi madre se había ido hacia ya una hora con el señor Hitch, dejándome frente al espejo del baño tratando en vano de darle vida a mi apagado cabello. El frío de la noche de principios de verano me trajo escalofríos. Tal vez debería haber agarrado una chaqueta para poner sobre mi top azulina. Pero ya estaba llegando “elegantemente tarde”, y no lo quería retrasar más. Dudé si entrar por nuestro trozo de valla rota, aquella que separaba su jardín del mío, pero para eso tenía que saltarla y generalmente acababa cayendo de bruces al suelo. Hoy era un día especial y no quería eso, por lo que utilicé la puerta. Cuando al segundo timbrazo nadie vino abrir empecé a sospechar
  • 10. que la valla no hubiese sido tan mala idea. Hasta que escuché unas voces al lado de la puerta. Más bien gritos. Una de ellas era la de Bentley, pero la otra no podía reconocerla. Pensaba que sus padres estaban fuera. Recordé la llamada de su madre y su comentario sobre una visita en casa justo cuando la puerta se abrió, apareciendo un extraño ante mí. Vívidos ojos de color verde intenso, bordeados con abundantes pestañas oscuras me miraron desde una cabeza de altura. Un largo flequillo castaño rebelde los cubría, dándoles gracia pícara a su rostro. Las cejas espesas se arquearon con sorpresa, su mandíbula ampliándose una sonrisa. Y luego esa mirada… La mirada juguetona que tantas veces había visto en Ben y solo en él. —Hola encanto, ¿te has perdido? Arrugué la nariz ante el comentario de ese chico. Él tenía que ser la visita. Mis ojos bajaron desde su nariz respingona, pasando por sus labios carnosos y su amplio pecho desnudo hasta llegar a unos pies descalzos. Vestía unos viejos pantalones vaqueros rotos por todos lados, pero no como si estuvieran a la moda, estos estaban rotos por el uso. Podría haberlos sacado perfectamente del cubo de basura. —¡Hailey! Iba a llamarte. La voz de Ben apareciendo junto con su cuerpo detrás del extraño chico llamó mi atención, haciéndome centrar mi mirada en él de nuevo. —¿Así que la preciosidad tiene nombre? —Se burló el extraño de ojos verdes, cruzando sus fuertes brazos sobre el desnudo pecho. —¿Bentley? —Le llamé, usando su nombre completo y reclamando explicaciones. —Oh, y también puede hablar —continuó, lanzándome de nuevo la mirada juguetona, haciendo que se erizaran los pelos de mi nuca—. Pensé que se dedicaba exclusivamente a comer con la mirada a la gente. Sentí la sangre de mi cuerpo concentrándose en mi rostro mientras el rubor hacia su aparición. Fuese quien fuese aquel extraño, no me caía bien. Nada bien, de hecho. Mis ojos buscaron los azules y familiares de Ben. Mi amigo le dio una colleja al chico, quien refunfuñó apartándose. Pasé a su lado sin siquiera mirarle, no dispuesta a recibir más burlas, y Ben cerró la puerta tras de mí, dejándonos en el tranquilo y limpio recibidor de los Parrel. El silencio calló pesado sobre nosotros. Aclaré mi garganta lanzando una ojeada furtiva al extraño.
  • 11. —Eh… Sí, claro, presentaciones —asintió mi amigo, comprendiendo—. Peter, esta es Hailey Hoffman. Hailey, él es Peter Pa… De repente su voz se quedó trabada a medio camino del apellido. Fue gracioso, porque en mi mente el nombre terminaba como “Peter Pan”. Eso traería burlas. —¿Peter Pa…? —Le ayudé, o más bien forcé a que terminase el apellido. —Parker —Dijo al cabo de unos segundos. —Estuvimos juntos en Nunca Jamás —comenta la voz del chico de ojos azules. Me giré hacia él pillada por sorpresa. —Nunca Jamás, el orfanato —aclara Ben. Sí, ya lo había pillado. —Así que… ¿Peter Parker? —Repetí con media sonrisa contenida. Eso era casi tan divertido como Peter Pan. No podía haber tenido una infancia muy buena. Oh sí, su nombre bien podía actuar para convertirle en el rarito de la clase o para hacerle un héroe. Por la pose de arrogancia y la mirada prepotente que me lanzó, supuse que con él ocurrió lo segundo. —Oye Hails… —Recuperó mi atención Ben, posando su mano sobre mi muñeca—. Te iba a llamar antes. Es mejor que pospongamos lo de mirar las estrellas para otro día. Tengo cosas de las que hablar con Peter. Mis labios se tensaron, apretando los dientes tras ellos. Aquella iba a ser mi noche. Iba a confesarme y, si todo salía bien, a darle mi primer beso a Bentley. ¿Su amigo no podía haber escogido otro día para visitarle? Pero no había nada que pudiese hacer al respecto. Sabía que si mostraba mi enfado iba a quedar como una tonta niña mimada, y estaba completamente segura de que el tal Peter haría alguna broma al respecto. Gracias, pero no quería dejarme más en evidencia delante de Ben. —Está bien —dije tratando que mi voz sonara lo más sosegada posible. No debí de conseguirlo, porque Ben me paró a mitad de camino hacia la puerta. —¿Seguro? —Preguntó, su mano agarrando la mía con delicadeza—. No quiero dejarte plantada. “Tarde”, pensé. Pero en su lugar dije: —Seguro. Ya hablaremos mañana. —Lo dudo —canturreó la voz de Peter.
  • 12. Me volví hacia él con los ojos entrecerrados, la mano de Bentley aun sosteniendo la mía. Cuando mi amigo habló, sus palabras sonaron envenenadas, rebosantes de advertencia. —Peter, calla. —¿Por qué? Ella es tu amiga, ¿no? Debe saberlo —Se encogió de ojos el chico, para luego mirarme de forma tan directa que tuve que me sentí estremecer—. Puede que mañana tu noviecito no esté aquí. Siquiera tuve tiempo de discutir el tema de que Bentley no era mi “noviecito”, cuando éste soltó mi mano y se abalanzó directo contra Peter. Ahogué un grito lleno de sorpresa cuando los dedos de Ben se cerraron alrededor de los hombros de su amigo, aplastándolo con fuerza contra la pared. —Te dije que callaras —escupió entre dientes, apretando sus puños con fuerza hasta que los dedos se le quedaron blancos sobre la piel del chico—. No quiero que la pongas en peligro, jamás. ¿Peligro? No me agradaba como sonaba eso… Peter rió con arrogante confianza, sin importarle que un tipo fuerte (aunque posiblemente no tanto como él), estuviese a punto de partirle la cabeza de un puñetazo. —Como si no lo estuviera ya, ellos han estado observando. —¿Ellos? Las palabras salen de mi boca antes de que pueda contenerlas. Ambos se paran y dos pares de ojos, verdes y azules, caen sobre mí. Me balanceo sobre mis playeras con nerviosismo. Tengo la sensación de haber caído dentro de una realidad paralela, o tal vez un mal chiste con una cámara oculta. Porque el resto de teorías incluyen asesinos y policías. —Hailey, es mejor que te vayas —me pide amablemente Ben, soltando a su amigo, quien estira sus hombros alejándose de la pared. —¿Qué? ¡No! Ahora no me iré hasta que me deis alguna clase de explicación sobre lo que está pasando aquí —protesto cruzando mis brazos. —Prometo pasarme mañana por tu casa, pero por favor, vete —suplica mientras Peter pasea distraídamente sus ojos por el recibidor, como si la conversación que estamos teniendo frente a él no le importase lo más mínimo. Tal vez no lo hace. —¿Y lo que dijo el tipo este medio desnudo sobre que no vas a estar mañana aquí? —Pregunto, bajando mis brazos a los lados de mi cadera. Ben sonríe relajándose. Sabe que con ese gesto que acabo de hacer me está ganando.
  • 13. —Iré. Lo prometo. Asiento derrotada. Solo me queda confiar en él. Mientras me giro para salir por donde he entrado, con todos mis planes yéndose al traste, Bentley agarra a su amigo de la muñeca y se le lleva fuera de mi vista, hablando en susurros lo que me parecieron insultos. Desaparecen de mi vista antes de que abra la puerta de entrada de la casa. Y allí había alguien. Pegué un bote ante el señor parado en el porche. Debía tener unos cincuenta años, con un estilo de viejo roquero. Una barba blanca crecía en su mentón y mejillas mientras que su cabeza estaba calva, cubierta por un pañuelo rojo. Cuando se encontró con mi mirada confusa me sonrió, mostrándome varios agujeros vacíos donde debería haber dientes. Ese hombre necesitaba con urgencia un dentista. —Buenas noches, señorita —saludó en un tono demasiado formal para mi gusto. Los huecos vacios en su boca me daban escalofríos—. Me preguntaba si… ¿Se encuentra Peter en esta casa? Evalué sus pintas de nuevo, esta vez de arriba abajo. Camisa hecha girones, pantalones llenos de rotos y no vestía zapatos. Tenía que ser el padre de Peter. O el padre adoptivo, en su defecto. —Sí, un momento —asentí un poco monocorde, y luego me giré sobre mi hombro para gritar—. ¡Bentley! ¡Tienes visita! Nadie respondió, así que lo intenté de nuevo. —¡Bentley! Y de nuevo nadie vino. Dándole una sonrisa de disculpa al hombro, le pedí que esperase mientras me adentraba dentro del hogar en busca de los chicos. Con razón no me escuchaban, les encontré a oscuras en el jardín trasero, en medio de una acalorada discusión. Ben estaba dándole un fuerte empujón a Peter cuando me adentré en el patio. —Ella no puede haberme traicionado —renegó Peter con voz seria—. Es mi mejor amiga. Parecía que la cosa iba de mal de amores hoy. Carraspeé para llamar su atención, pero no funcionó. La discusión continuaba. —Pero ya lo hizo una vez, recuérdalo —contradijo Ben—. Es demasiado celosa. —Celosa o no siempre estuvo a mi lado. Las palabras de Peter parecieron herir a mi amigo, quien suavizó la expresión de sus ojos antes de hablar. —Sabes que quería una familia. Me dejaste escoger.
  • 14. —Sí, y escogiste abandonarme. Bueno, ya habría tiempo para que zanjasen esa discusión sentimental más tarde. Abriéndome paso en la oscuridad caminé hacia ellos hasta situarme al lado de Ben, entrando en su campo visual. Ambos se sobresaltaron al notarme. —¡Hails! —Exclamó mi amigo—. ¿No te ibas a casa? —Sí, pero cuando salía… —empecé a explicarme, hasta que Peter me interrumpió, agarrándome con fuerza del brazo y girándome hacia él. —¿Cuánto has oído? La ferocidad en sus ojos verdes me intimidó, haciéndome retroceder un paso. Ben acudió en mi ayuda rápidamente, pegando un puñetazo en el rostro a Peter y haciendo que me soltase. —No te atrevas a tocarla —escupió con enfado, apartándome de él. Los ojos verdes del chico hicieron un camino invisible entre Ben y yo. Pude ver dolor en su mirada brillante, pero apenas duró un segundo, cubriéndose de nuevo por una máscara de arrogancia. Tal vez solo lo había imaginado. —Oh, ya veo que encontraste un remplazo para mí. Si, definitivamente lo había imaginado. —Sabes que no es así, Peter —suspiró con tristeza Ben, para luego girarse hacia mí—. Estabas diciendo algo antes, Hails. ¿Qué era? Por fin. Lancé una corta mirada hacia el extraño chico antes de hablar. —Decía que me estaba yendo, pero había alguien en la puerta. Preguntaba por Peter. No sé si será tu padre… La expresión de espanto y terror que se formó en los rostros de ambos chicos no pasó para nada desapercibida. Las manos de Ben se clavaron en mis hombros con fuerza. —¿Les has dicho que estaba aquí? ¿Les? Solo era uno. —Supongo, entré de nuevo a buscaros —contesté, haciendo que Peter soltase una maldición y mirase hacia dentro de la casa con atención—. ¿No… era su padre? ¿Hice mal? —Tienes que salir de aquí ya.
  • 15. La orden salió directa y seria de los labios de Ben, sus ojos mirando directamente hacia la valla y el hueco por el que solíamos saltarla. Peter negó a nuestro lado. —No funcionaran, ya la han visto. Tiene que quedarse con nosotros si la quieres viva —fruncí el ceño, de nuevo no me gusto como sonó eso. ¿Sería acaso su padre un drogadicto? ¿O un traficante de órganos y por eso Peter huía?—. Nos están dando ya demasiados segundos de cortesía. De nuevo el plural. Y nada más dijo eso, unas sombras aparecieron en el jardín, proviniendo de la luz de la casa. Tuve el tiempo suficiente para distinguir al hombre de la puerta avanzando hacia nosotros, y otras dos figuras más detrás de él, antes de que Ben me escondiera detrás de su cuerpo en ademán protector. Ambos chicos se habían puesto en tensión, con sus cuerpos en lo que parecía una posición de ataque. Algo brillante relució en la mano de Peter. Un cuchillo. —Espero que no se te haya olvidado cómo luchar —comentó hacia Bentley con una sonrisa. —Procuro mantenerme entrenado —Respondió mi amigo igualmente sonriendo. ¿Estaban trastornados o algo por el estilo? La situación no parecía la indicada para bromear. ¡Y llevaba un cuchillo! Las repentinas palabras de Ben hacia mí me sacaron de vuelta a él. —Escucha Hails, esto se va a poner feo. Pero podemos salir de esta si nos dividimos. Te vas a ir con Peter y nos encontraremos en el aparcamiento del instituto en una hora. —¿Qué? Yo no me voy a ir con él —sabía que no estaba en posición de protestar, pero aquella situación era completamente alocada, y el chico un completo extraño—. No confío en él. Ben gruñó moviéndose un paso a su izquierda para juntarse más a Peter. Las sombras cada vez parecían más cerca de nosotros. —Pero yo sí. Y tu confías en mí, ¿cierto? No respondí. Peter lo hizo en mi lugar, con fingida emoción en su voz. —¿Confías en mí, pequeño Slighty? —No es el momento, Peter —Bramó Ben, y de un solo golpe me empujó hacia los brazos de Peter, los cuales me atraparon antes de que cayera al suelo—. Si algo la pasa, no vivirás para contarlo.
  • 16. Peter rió ante la amenaza de Ben, aunque la reacción que provocó en mi fue totalmente distinta. Mi estómago se encogió ante el tono protector de mi amigo. Solo lo había escuchado así la vez del incidente con Dick Summer, pero era muy pequeña para tomarlo en cuenta. Cuando un cuchillo atravesó el aire muy cerca de mí, haciendo hondear mí cabello, cualquier duda sobre si eso era una broma desapareció de mi mente. Los brazos de Peter se apretaron alrededor de mi cintura, juntando mi espalda a su pecho y rozando la piel desnuda de mi estómago. Cuando habló su aliento hizo cosquillas en mi cuello. —Veamos si esto merece la pena, pequeña escritora. No tuve tiempo de preguntar sobre cómo había conseguido esa información cuando se separó, tomando mi mano y tirando de mí hacia la parte trasera del jardín, lejos de los hombres. Lejos de Ben. —No podemos dejarlo ahí —Protesté con el corazón martilleando contra mis costillas. —Él estará bien, no te preocupes. Quien no lo estará seré yo si no te llevo sana y salva a ese aparcamiento. Así que hazme un favor y coopera para saltar la jodida valla. No me había dado cuenta de que estábamos en los límites del terreno. La oscuridad aquí era absoluta. El tono de Peter no daba pie a contradicción, y tragándome toda la angustia que sentía por Ben hice casi y traté de subir la valla, alegrándome de haber escogido ponerme los pantalones cortos en lugar de un vestido. Mi pierna quedó enganchada entre las tablas. Por el dolor, estaba segura de que me saldría un moretón. Peter lanzó una maldición cuando empecé a dar saltitos por no poder salir. De un solo salto, se dio el impulso necesario para saltar la valla y aterrizar al otro lado. Parpadeé con asombro. Prácticamente acababa de volar. Aquello era imposible. Pero otro cuchillo clavándose muy cerca de la pierna que quedaba dentro del terreno me hizo olvidarlo rápidamente. Uno de los hombres se estaba acercando a nosotros. Entonces las manos de Peter se posaron con determinación en la cara interna de mi muslo. Su tacto mandó escalofríos por todo mi cuerpo. Nadie nunca me había tocado ahí, aunque fuese para salvarme de un lanzador de cuchillos con poca puntería. Dando un impulso, tiró de mi pierna con fuerza haciéndome saltar. Sus manos volaron de seguido a mi cintura, atrapándome antes de que callera de bruces contra el suelo. Segunda vez en la noche que lo hacía. —¿Estás bien? —Preguntó mirándome de cerca, sus ojos verdes brillando aun en la oscuridad.
  • 17. Asentí al tiempo que un grito rabioso se escuchaba al otro lado de la valla, seguido de golpes contra ella. Intentaban derribarla. Peter farfulló otra maldición y luego volvió a agarrar mi mano con la suya, tirando de mi campo a través. Llegamos corriendo a una carretera poco transitada. Estábamos lejos del centro, en un campo abierto, ahí no podíamos escondernos. —Bueno, pequeña escritora —habló en tono pausado mientras yo recuperaba el aliento. Era imposible que no estuviese cansado—. Será mejor que nos guíes ya hasta ese instituto. Asentí comprendiendo por qué Ben me había hecho ir con él. Peter no conocía el pueblo, y si algo pasaba no tendrían otro sitio donde reunirse. Una arcada hirió mi estómago mientras volvíamos a correr dirección al aparcamiento. Ben seguramente no podría volver a su casa. Aquellos hombres… No parecían precisamente buena gente. Estaban metidos en un lío. Y yo me había metido con ellos. Rezaba para que al menos Ben no estuviese herido. Reducimos el ritmo cuando llegamos a la calle de los cines. Había bares abiertos y gente paseando. Allí era imposible que nos reconocieran, a menos que empezásemos a correr anunciándonos como carteles luminosos. Acabamos por andar a una velocidad medianamente rápida por la acera. A través de los cristales de las tiendas cerradas podía ver mi reflejo, despeinada y con la cara roja. A mi lado, un escultural chico medio desnudo cogido de mi mano. Lancé una mirada a nuestras manos unidas, pero Peter no pareció darse cuenta. No sabía si quitarla, tal vez tendríamos que echar a correr en cualquier momento y ese era nuestro único vínculo para permanecer unidos. Y era lo suficientemente lista como para entender que sin él estaba perdida. Buena puntería o no, los hombres me matarían en cuanto me reconociesen. Estábamos caminando a las afueras del edificio del cine, la zona más oscura, donde parejas de adolescentes se adentraban para restregarse mutuamente. Me pareció reconocer a Lila Anderson entre ellos… La mano de Peter se apretó de pronto con fuerza. Mi corazón empezó a martillear con fuerza. —No mires —susurró por lo bajo. Por supuesto, porque cuando dices eso a alguien, la persona siempre te hace caso. Seguí la dirección de sus ojos y mis tripas se revolvieron. El hombre al que había abierto la puerta estaba allí. —Mierda, te dije que no miraras. Peter me riñó al tiempo que los ojos del hombre se posaban sobre la zona donde estábamos. Giré la cabeza con rapidez. Había un cristal oscuro en ella
  • 18. desde donde podía ver al hombre. No pareció darse cuenta de nosotros, pero sí vio algo sospechoso porque comenzó a caminar hacia allí. Estábamos perdidos. Si nos quedábamos, nos descubriría. Y si echábamos a correr, nos descubriríamos. Mi cabeza empezó a dar vueltas con miedo y adrenalina. El hombre estaba cada vez más cerca. Por millonésima vez en esa noche, escuché a Peter maldecir. Dio un tirón de mi mano, poniéndome frente a él y empujándome hasta que mi espalda chocó con el frío cristal. —Lo siento por esto. Y eso fue lo último que alcancé a escuchar antes de que posara sus labios sobre los míos.
  • 19. CAPITULO 2. Peter Pan. Mis ojos estaban abiertos en dos círculos amplios, cogida por sorpresa y sin posibilidad a reaccionar para impedir lo que vino. Los labios de Peter descansaban sobre los míos, cálidos, suaves. Sus manos me agarraron de las muñecas, apretando su cuerpo contra el mío. El frío cristal contra mi espalda me daba escalofríos. O al menos esperaba que fuese producido por el cristal. Cuando mi cerebro fue capaz de asimilar lo que estaba pasando, mi cuerpo por fin se reveló. Me importaba un comino que un tipo con pinta de mala agüero nos estuviese persiguiendo por todo el vecindario. Ese no era mi asunto, era el de Peter, por eso le buscaban a él. ¡Y ahora el imbécil se estaba cargando mi primer beso! Yo había querido reservarlo para Ben. ¿Cuán tonto puede ser eso? Tener casi diecisiete años y no haber besado a ningún chico, para que luego venga un… un… No encontraba palabras para insultarle. Gruñendo con protesta traté de empujarle, pero no hice más que tirar de mis manos hacia arriba que Peter apretó con más fuerza de mis muñecas, apresando más mi cuerpo entre él y el cristal. La fuerza que escondían sus brazos erizó los pelos de mi nuca. Entonces los ojos verdes del chico se abrieron, mirándome desde la corta distancia, y los labios que tenía posados contra los míos hablaron, apenas sin separarse unos centímetros, rozándome con cada movimiento. —Tu noviecito también está en peligro, por lo que si valoras su vida tan solo un poco, agradecería que me siguieras el juego, ¿de acuerdo? Aquella afirmación hizo que mis piernas temblaran. Ben estaba en peligro. Ni siquiera me importaba que Peter se hubiese referido a él como “mi noviecito”. Agradecí estar apoyada contra el cristal porque resbalé un poco hacia abajo por la multitud de sensaciones venidas a mí desde que empezó la noche, la adrenalina amenazando por escaparse de mi cuerpo. Las manos de Peter soltaron mis muñecas y se posaron en mi cintura, estabilizándome. La yema de sus dedos rozó la piel desnuda debajo de mi blusa, corriendo alrededor hasta engancharse en mi espalda. Cerré los ojos mareada cuando tiró de mi cuerpo hacia el suyo, con fuerza. Podía notar el cierre de sus vaqueros apretándose en mi ombligo, tanto que dejaría marca. Mi cabeza dio vueltas, y sentí la necesidad de un agarre mayor. Subí mis manos a los hombros desnudos de Peter, apretando y sintiendo el calor que él emanaba. —Así mejor —susurró contra mis labios. Abrí la boca con sorpresa, su voz devolviéndome de vuelta a lo que estaba sucediendo. Y juro que apenas la abrí unos centímetros, un pequeño espacio, pero fue suficiente para que Peter se lo tomara como una señal equivocada. Su lengua golpeó dentro de mi boca sobresaltándome. Empecé a apartar las
  • 20. manos de sus hombros cuando él nos balanceó, perdiendo el equilibro. Realmente solo lo perdí yo, porque él nos giró de forma que su espalda fue lo que chocó esta vez contra el cristal mientras todo el peso de mi cuerpo caía contra el suyo. Enredé mis manos en su cuello para sujetarme, y ahí perdí la batalla. Jamás había besado a un chico, creo que eso es algo que ya había dicho. Me había imaginado muchas veces como sería. Tal vez desagradable la primera vez. Había oído que a muchas personas les disgustaba. Pero nunca me había imaginado nada como eso, especialmente porque Bentley era quien ocupaba la mayoría de mis fantasías. Los labios de Peter eran feroces contra los míos. Aquel pequeño toque que hubo en un principio había desaparecido tan rápido como él consiguió hacerse paso dentro de mi boca. Y lo cierto era que lo estaba disfrutando. Todos mis sentidos estaban a flor de piel, y por la forma en la que reaccioné al devolverle el beso, nadie podría dudar acerca de si era verdadero. Mis manos se engancharon detrás de su cuello en su sedoso cabello castaño. Nuca pensé que un chico pudiera tenerlo tan suave, eso a pesar de los rizos. Lentamente la intensidad fue disminuyendo, lo que por un lado me hizo protestar y por otro agradecer, porque si hubiésemos seguido mucho más tiempo así, no estaba segura de haber podido aguantarme de pies, aun con Peter sosteniéndome. Los labios del chico se deleitaron en mi labio inferior antes de separarse, dejándome unos segundos para volver a mí y abrir los ojos, encontrándome con su mirada verde brillando directamente hacia mí. Aparté mis brazos de su cuello, bajándolos a ambos lados de mi cuerpo. Las manos de Peter corrieron bajo mi blusa de la parte baja de mi espalda a los laterales de mi cintura, su cálida suavidad mandándome escalofríos. Me tambaleé como una idiota hacia un lado, y él afianzó su agarre para estabilizarme. No creía poder sostener más tiempo su mirada en aquel pesado silencio que se formó entre nosotros hasta que él la apartó, echando una ojeada detrás de mi coronilla. Su suspiro de tranquilidad vibró contra mí. —Camino despejado —mascullo, apartándome gentilmente a un lado y dando un paso fuera de las sombras del edificio—. Alf ya se ha ido. Parpadeé haciendo que mi cerebro volviera de nuevo a trabajar. No podía creer lo que acababa de pasar. Y lo peor de todo: no podía ser cierto que había disfrutado. Pero lo era, y sería un secreto que me llevaría la tumba tanto tiempo como pudiese fingir que fue horrible delante de Peter. —¿Alf? ¿Así se llama el hombre que te perseguía?
  • 21. Mi voz sonó octavas más agudas de lo que me hubiese gustado. Peter se giró hacia mí, sus ojos verdes demasiado penetrantes para no ponerme nerviosa. Odié el momento en que necesité apoyarme en el cristal de la tienda para no caer. —Nos perseguían, pequeña escritora, ahora tu también estás en el lote —me corrigió. Quise pegarle un puñetazo cuando una sonrisa brabucona adornó su rostro, pero su cuerpo hizo un camino de nuevo hacia mí, quedando suficientemente cerca como para lograr que me atragantase con mi propia saliva—. Al menos me alegra saber que mis besos siguen causando tan buena impresión en las damas. Su mirada bajó a mi labios y luego mis mejillas sonrosadas. Agarró mi mano y tiró de mí de nuevo al camino antes de que pudiese hacer ninguna pregunta. Corrimos velozmente por las calles, nuestros ojos en vigilancia por si volvíamos a ver a otro hombre peligroso, pero afortunadamente pudimos llegar al aparcamiento del instituto a salvo. Estaba a oscuras, las luces se apagan pronto en aquel lugar. Apeas la figura de uno o dos coches aparcados escondía el lugar. Caminamos hasta la alta pared de piedra y nos dejamos caer sentados allí contra el frío suelo. —Bentley aun no ha llegado —expresé en voz alta, algo que en verdad me daba miedo—. ¿Crees que…? —No, Slightly sabe defender solo bastante bien —negó él, girándose hacia mi desde el suelo. El perfil de sus músculos era palpable aun en la oscuridad. —¿Slightly? —Repetí. Era la segunda vez que lo llamaba así, algo raro ya que significa “ligeramente”. —Sí, él tiene la manía de decir “ligeramente” en muchas de sus frases, ¿no te has dado cuenta? Arrugué la frente. ¿Por qué aquel nombre se me hacía conocido? —La tenía, pero se lo corrigieron hace años en el colegio. Peter apretó los labios, ladeando el rostro hacia un lado. —Supongo que ha cambiado más de lo que pensaba —murmuró más para él mismo que para mí. Luego sacudió la cabeza, como si estuviese tratando de evitar alguna clase de pensamiento, y volvió a mantener su atención en mí—. Así que… ¿cómo os conocisteis vosotros dos? —Somos vecinos, los Parrel le adoptaron —Expliqué, tampoco tenía mucho misterio—. Es mi mejor amigo desde que tengo diez años.
  • 22. Aun en la penumbra, pude ver la mirada juguetona posándose en su rostro, esa que siempre había visto en Bentley, esa que anunciaba que algo malo (para mí), iba a suceder de seguido. —Así que… ¿llevas desde los diez años babeando por Slightly? Mi boca calló hacia abajo cuando Peter preguntó eso. No podía notarse tanto, sino Ben ya se hubiese percatado. El pensamiento de que tal vez lo hubiese hecho pero nunca quiso decir nada porque jamás me vio de esa manera revolvió mis tripas. No, tenía que ser Peter con algún estúpido juego de manipulación. Tenía que salir de esta como fuese. —Mira, yo no te conozco de nada, así que para mi eres un completo extraño que desaparecerá de mi vida en cuanto vuelva a mi casa. Puedes meterte tus estúpidas frases y tus estúpidos besos por donde te… —Así que ahí volvemos, ¿Verdad, pequeña escritora? Al asunto del beso —las cejas de Peter se arquearon en mi dirección. Bufé perdiendo la paciencia—. Siempre supe que mis besos volvían locas a las mujeres. —Puedes seguir practicando con todas las mujeres que quieras entonces, pero a mí déjame en paz de juegos —dije, utilizando lo que me pareció la voz más autoritaria que tenía—. La próxima vez que quieras escapar de… locos drogadictos, utiliza otra estrategia. Pero jamás vuelvas a besarme. Él rió, irritándome más. Si seguía allí con él era solo porque estaba preocupada por Bentley, el cual seguía sin aparecer. —Vamos, encanto, sabes tan bien como yo que te encantó el beso — presumió Peter, alzándose sobre sus rodillas y acercándose a mí lo suficiente para que quedásemos cara a cara. Y ahí fue donde le di un tortazo. Se llevó una mano a la mejilla donde le había golpeado mirándome con sorpresa. Pero más sorpresa me invadió a mi cuando escuché las palabras que salieron de mis labios. —¡Era mi primer beso, idiota! Un silencio terriblemente incómodo se formó después de eso. Peter volvió a sentarse, marcando distancia entre ambos y guiando sus ojos hacia la oscuridad del cielo. Aquella noche se podían apreciar perfectamente las estrellas. Di un pequeño respingo cuando habló. —Si te sirve de consuelo fue mi segundo beso. —¡No hay manera! Aquellas palabras escaparon de mí sin que pudiera evitarlo, mirándole con asombro. No había forma de que yo hubiese sido su segundo beso,
  • 23. simplemente no era creíble. No solo por la forma en que me besó, para nada de un principiante, sino porque… Hombre, ese chico era guapo. Muy guapo. Por mucho que me cayese mal, era algo que tampoco podía negar. La risa de Peter me dijo que lo que había dicho era cierto. —Ella no se sorprendió como tú de saber que era el primer beso. De hecho me tendió una trampa, creo que lo sabía antes de dármelo. Sus palabras sonaron lejanas, como si estuviesen perdidas en sus pensamientos, en sus recuerdos. No podía hablar de algo demasiado lejano, el chico no podía tener más de dieciocho años. —¿Cómo se puede tender una trampa con un beso? —Pregunté curiosa. Estábamos llevando una conversación relajada. Si aguantábamos así hasta que Bentley llegase tal vez no acabase matándole. —Bueno, técnicamente yo también te la tendí a ti —olvida eso de conversación relajada—. Eh, era broma —sonrió dándome una ojeada cuando le pegué en el brazo—. Digamos que ella me dijo que me iba a dar otra cosa. —¿Otra cosa? —Un dedal. Eso sonaba demasiado conocido. No, espera, eso sonaba muy a Peter Pan… Fruncí el ceño molesta. Slightly también era Peter Pan, uno de los niños perdidos. Algo estaba empezando a ir mal en mi cabeza. —De todos modos ya no importa —continuó hablando Peter, volviendo sus ojos al suelo y arrugando la nariz—. Ella es cosa del pasado. Un escalofrío me recorrió. Se notaba en su voz que ella no podía formar parte de su pasado simplemente, había algo subyácete detrás de todo ello. No pude evitar preguntar qué pasó con la chica. —Murió —la contestación de Peter me dejó tan helada que cualquier cosa que estuviese pasando por mi mente se escabulló para dar paso a aquella confesión—. No pongas esa cara, encanto, fue hace mucho tiempo. Pero no podía haber pasado tanto tiempo. Menos el necesario para superarlo. ¿Sería esa la razón por la que yo había sido su segundo beso? De repente me sentí mal por haberlo recibido. Aunque no fuese culpa mía, era como si hubiese roto alguna clase de huelga de besos que Peter pudiese haber tenido en honor su ex novia muerta. Unos pasos caminando hacia nosotros fue lo que logró que los ojos verdes del chico saliesen de los míos. Peter se puso de pies en menos segundos de los que creí posible, en una posición defensiva, situándome detrás de él.
  • 24. —He escapado ligeramente por los pelos. Fue “ligeramente” consciente de la tensión escapándose fuera de los hombros de Peter cuando corrí a abrazar a Ben. Sorprendido tardó en reaccionar, pero cuando lo hizo sus brazos me rodearon con fuerza atrayéndome a él. El familiar olor de su ropa tranquilizó todos los nervios que habían estado corriendo a flor de piel. Jamás me había alegrado tanto de volver a verlo. —¿Estás bien? ¿Te han llegado a herir? —Preguntó a la par que se separaba de mí, acunando mi rostro entre sus manos para observarme de cerca. Ahogué un grito cuando vi su cara. Tenía una tajada no demasiado profunda cruzando su mejilla izquierda, la sangre goteando por su pómulo y mandíbula. —¿Qué te…? —Comencé a preguntar, pero él colocó un dedo en mis labios callándome. —Eso fue un cuchillo mal lanzado. No te preocupes, no moriré de ello —No pude sonreír a pesar de que él lo hizo, por lo que paseó sus ojos por encima de mi hacia Peter—. Gracias por traerla hasta aquí igual a cómo te la dejé. —Eso de igual es bastante discutible —farfullé. Bentley se separó unos centímetros de mí, mirándome con una ceja alzada. —¿Qué quiere decir eso? —El imbécil de tu amigo me besó. Mis pensamientos empezaron a volar solos. La boca de Peter sabía a frambuesas. No tenía ni la menor idea de cómo lograba aquello, era un total misterio para mí. Me regañé mentalmente al tiempo que sentía mis mejillas sonrojarse al recordar ese dato. Los ojos de Bentley no fueron muy cordiales cuando notaron mi rubor. —Teníamos que huir de Alf de alguna manera —explicó Peter cuando Ben comenzó a caminar hacia él con los puños apretados. —Oh, ¿y no había ninguna manera mejor, verdad? Porque besarla era la única solución. Me sorprendí de una manera agradable al ver a Bentley enfadado porque Peter me hubiese besado. Tal vez fuese una mala persona por alegrarme de que dos amigos se enfadasen, pero el significado de ello me agradaba sobremanera. Hasta que Ben le pegó un puñetazo. —Joder, a este paso voy a volver al barco con la cara marcada —se quejó Peter, frotándose la mandíbula.
  • 25. —Sabes que tenía que hacerlo, Pan. Algo me estaba perdiendo en medio de tanta discusión, y no eran los repentinos celos de Ben. La comparación creada previamente en mi cabeza volvió a mi tan pronto como escuché a mi amigo llamarle Pan. El dedal. Slightly. Respiré lentamente, tenían que ser paranoias mías. Además Ben odiaba la historia de Peter Pan. Y de pronto también eso pareció encajar. Empecé a sentir el mundo dando vueltas, tambaleándome antes de que mi trasero aterrizara con fuerza en el suelo. Debo admitir que dolió, pero me sentía demasiado entumecida con tantos pensamientos dando vueltas en mi cabeza. No podía ser cierto. —¡Hails! —Se giró Ben hacia mí, corriendo para agacharse a mi lado—. ¿Estás bien? ¿Estás segura de que los piratas no te hirieron? —¿Piratas? —Repetí, sintiendo mis piernas hormiguear. El rostro de mi amigo se volvió pálido. Echó un vistazo rápido hacia Peter… Peter Pan… —¿Le llamaste Pan? —Pregunté en voz baja. Tenía que ser todo obra de mi vívida imaginación. Podía estar haciendo el ridículo en aquel momento. Peter Pan no existía. —Slightly, lo has confesado todo tu solito. —Cállate, Peter —masculló Ben en su dirección, para luego volverse hacia mí—. Es una larga historia, Hails. Yo… te lo explicaré cuando volvamos a casa. La risa de Peter me hizo estremecerme. —¿A casa? Sabes tan bien como yo que eso es imposible, Slightly. Ellos irán a por ella. —Los piratas no buscan a la gente ajena a Nunca Jamás —negó Ben. Quise vomitar cuando mi loca mente comprendía el significado de sus palabras. Pero aquello no podía ser real—. Está en la ley, lo sabes. —Hasta que ella se ha visto involucrada —contraatacó Peter—. No solo la han visto en tu casa, me han visto correr con ella para salvarla. —No lo permitiré. Ella no… —Tiene que venir con nosotros y lo sabes. Conoces el final de la historia, amigo. Es igual a lo que pasó con Wendy. Y aquello último si terminó de acabar con todas mis dudas.
  • 26. —Esto es una especia de cámara oculta, ¿verdad? —Dije en voz alta, haciendo que ambos chicos parasen de discutir y se girasen para mirarme con sorpresa—. Estáis conspirando para gastarme una broma pesada. Permanecieron en silencio, Ben rehuyendo mi mirada. Todo era tan inverosímil que no podía ser cierto. Y clavando mis ojos en los verdes de Peter, así lo expresé. —Tú no puedes ser Peter Pan. —Créeme —habló despacio, haciendo que mi corazón se parase—. Puedo, y lo soy. —No, no, no. Eso es solo ficción —negué con fuerza, mis ojos buscando la mirada de Ben—. Entonces tú serías… —Un niño perdido —confesó en voz tan baja Ben que apenas fue audible. —Slightly —susurré, asintiendo. Peter dio un pequeño salto caminando hacia nosotros, agarrándome del brazo y ayudándome a levantarme. Tenía demasiada energía para un momento como este. —Bueno, ahora que hemos aclarado todo, creo que es el momento de ir al barco. —¿Barco? —Repitió confuso Ben, evitando todavía mirarme a los ojos—. ¿Cómo demonios conseguiste un barco? —Tigrilla convenció a unos cuantos para fabricar uno y que pudiese surcar el cielo en busca de los niños perdidos —anunció con orgullo Peter, cruzando los brazos—. La pega es todo el polvo de hadas que necesita para volar. La cabeza volvió a darme vueltas, y tuve que apoyarme en el brazo de Peter para no caer. Él me sostuvo mirándome con algo de preocupación. —Esto no… Tiene que ser una jodida broma —Ahí fue cuando los ojos de Ben finalmente se dignaron a mirarme, boquiabiertos. Vaya, tenía que empezar a decir más palabrotas—. Peter Pan es solo un cuento, ¿vale? Sí, me encantaba de pequeña, pero… Estáis llevando esto demasiado lejos. —Necesitas más pruebas, ¿verdad, pequeña escritora? —Sonrió de forma juguetona Peter, mirándome con descaro—. Eres demasiado escéptica. —Escéptica no, solo realista —escupí, encarándole—. Esto es una soberbia tontería. Peter Pan no existe. Igual que todo eso del polvo de hadas. No creo en las ha…
  • 27. La mano de Ben tapando mi boca impidió que acabase la frase. No podía verle, pero si a Peter. El espanto relucía en sus ojos. —No se te ocurra decir jamás esa frase —me acusó amenazador. Bufé soltándome del agarre de Bentley. —¿Y qué pasaría entonces? —Pregunté con fingida inocencia—. ¿Un hada moriría? —Eso pasaría exactamente. Me giré hacia Ben. El tono serio en su voz alcanzaba a sus ojos azules. No podían ir en serio. —Y la verdad, estamos en escasez de hadas en estos momentos, por lo que tu comentario no nos beneficiaria en nada —escuché la voz de Peter detrás de mi—. ¿Tienes idea de lo difícil que es conseguir polvo de hada hoy en día? Rodé los ojos, girándome para mirarle. —Oh, claro, porque sin el polvo de hadas no podrías vo… La frase quedó inconclusa en mis labios cuando le vi. Volando. —¿Qué ibas a decir, pequeña escritora? —Se burló mirándome desde al menos tres metros de altura, suspendido en el aire—. ¿Qué no podría volar? Veo que te conoces muy bien la historia de Peter Pan. —¿Ahora nos crees? —La mano de Ben agarró la mía, mirándome con calidez—. Nunca quise que te enterases así, o… Sinceramente, nunca quise contártelo. Pero ahora ya no queda otra. —Así es, encanto —gritó Peter. Mi estómago se encogió cuando dio una voltereta en el aire. Contuve la tentación de frotarme los ojos—. Si quieres conservar tu vida, vas a tener que venir con nosotros. —¿Ir… con vosotros? Eso no sonaba bien. —¡A buscar a los niños perdidos! —Exclamó Peter, volviendo hacer cabriolas en el aire—. Y luego… ¡Al país de Nunca Jamás! —Esto tiene que ser una broma —Negué, dando un paso hacia atrás. Mi espalda chocó contra el cuerpo de Ben. —¿Cuántas pruebas más necesitas, encanto? —Se burló Peter, bajando cerca de nosotros esta vez volando sobre nuestras cabezas.
  • 28. Unos polvos brillantes cayeron de sus puños, rociándonos a Ben y a mí. El aire se llenó de un olor dulzón, como una condensación de fragancia de flores a mí alrededor. Y entonces Ben se elevó hacia arriba con su amigo. Les miré con los ojos muy abiertos. —¡Solo cree que puedes y volarás! —Gritó Peter, elevándose de nuevo más arriba. Solo Ben se quedó conmigo, a mi lado flotando en el aire, su mano extendida hacia mí. —Confía en mí, Hailey. Esto es real. Negué dando un paso hacia atrás. No podía ser. Y un cuchillo pasó atravesando el aire muy cerca de nosotros, clavándose en la pared de piedra del aparcamiento. Me giré al tiempo que la alarma de un coche saltaba. Uno de los hombres… un pirata, me corregí, corría hacia nosotros blandiendo cuchillos al aire. ¿No se les acababa el arsenal? —Maldición, no hay tiempo para dudas —gruñó Ben, agarrando mi mano sin darme tiempo a protestar y tirando de mi hacia arriba. Ahogue un grito cuando mis pies se separaron del suelo, tirados por la mano de mi amigo. Segundos más tarde Peter se unió a nosotros, sosteniendo mi otra mano entre la suya. Mi estómago se apretó cuando comprobé que estaba a tres metros sobre el suelo. Cuatro. Cinco. —Creo que voy a desmayarme —dije en voz alta, lo único coherente que vino a mi cabeza. —No te preocupes por eso, encanto —sonrió Peter de forma traviesa, bajando sus ojos hacia abajo, donde los piratas chillaban hacia nosotros con enfado—. Si eso ocurre yo te llevaré en brazos. —Tú llevarás en tus brazos lo que yo te diga —le espetó Ben, apretando con fuerza mi mano. Mi corazón aceleró el ritmo. Aunque tal vez fuese solo porque habíamos superado la altura del techo del instituto—. No quiero verte tocándola un pelo. —Que protector te has vuelto, Slightly —se burló Peter, riendo—. Curly y los gemelos se sorprenderán al verte. —¿Ellos ya están allí? —Ben parecía confuso con la información. —A diferencia de ti, no todos se han mostrado reacios al volver. Gemí mientras ellos continuaban hablando. La altura era tal que mi cabeza daba tumbos. Mis manos hormigueaban entre la de los chicos.
  • 29. —Venga, pequeña escritora, trata solo de mantenerte despierta hasta que lleguemos al barco. Hay muchas cosas que estoy seguro querrás saber. Y me hubiese gustado hacer caso al consejo de Peter, pero mi cerebro había sido sometido a demasiadas emociones fuertes a lo largo de una sola noche. Escuché a Ben gritar cuando me escurrí de su agarré. Todo se estaba oscureciendo cuando unos brazos me acercaron contra un cálido pecho desnudo. El aire frío revolvía mi pelo cuando finalmente la negrura me venció.
  • 30. Capitulo 3. Los niños perdidos. Desperté antes de abrir los ojos. Había tenido un sueño muy extraño y vívido. Mi obsesión por Peter Pan debía de haber crecido demasiado, porque había soñado que mi mejor amigo Bentley era en realidad Slightly, un niño perdido, y que Peter Pan venía a buscarlo para llevárselo con él a Nunca Jamás. Lo más raro de todo era que yo me iba con ellos. Mis párpados seguían cerrados, demasiado pesados como para abrirlos. Además estaba muy cómoda, tumbada sobre un colchón blando. —Parece que se está despertando. Fruncí el ceño al escuchar una voz desconocida. Quería seguir durmiendo. —Decididamente ha despertado. Ve a llamar a Slightly. Aquella última frase entró por mi oído colándose en lo más profundo de mi cabeza y sacándome a tirones de la duermevela en la que me encontraba. “Ve a llamar a Slightly”. Bentley. Abrí los ojos de golpe, sintiendo un mareo momentáneo. Nada de lo que había a mi alrededor era conocido. Ni las paredes marrones, ni el suelo de madera, ni la cara del adolescente que estaba frente a mí. Pegué un chillido incorporándome de la cama en la que estaba tumbada. Del mismo modo el chico también gritó, lo que en cualquier otra situación me hubiese resultado gracioso por el tono agudo que usó, pero en aquel momento sólo consiguió hacerme chillar más. Unos pasos corrieron hacia nosotros entrando a trompicones por la puerta. —¿Qué pasa? ¿Hailey? ¿Estás bien? El rostro contorsionado de preocupación de Bentley hizo que dejase de gritar, y con mi silencio también vino el del otro chico. Se acercó a mí y me envolvió en sus brazos, sentándome en la cama y acunándome con el calor de su cuerpo. —No era ningún sueño —susurré contra él mientras los acontecimientos vividos regresaban a mí con más fuerza que al despertarme—. Eres Slightly. La mano de mi amigo se tensó sobre mis hombros, y luego elevó mi barbilla para poder mirarme a los ojos. Su voz fue tranquila cuando habló, pero había seriedad en ella. —Bentley. Sigo siendo Bentley, Hailey. Para ti siempre seré Bentley. Tragué saliva y asentí. Sabía que esas palabras significaban más de lo que en realidad parecían. Siempre sería Bentley para mí. Para mí.
  • 31. Alguien carraspeó a nuestro lado llamando la atención. Por unos segundos me olvidé del adolescente que había visto nada más despertar. Ahora a su lado había otro, y era exactamente igual a él. Unos quince años, delgados, morenos, y con los ojos marrones a juego con el color de su pelo. Gemelos. Los gemelos. —Siento haberte asustado, no era mi intención —se disculpó uno de ellos, supuse el que había chillado. Eran realmente iguales. —Más bien debería pedirte disculpas ella a ti, hermano —contraatacó su gemelo con malicia—. ¿Tú escuchaste que grito? Pensé que había dos chicas en apuros. El pecho de Bentley vibró contra mi espalda, riéndose. Yo no encontraba la gracia a la situación. Me separé un poco más de él, buscando aire para inflar mis pulmones y calmarme. Paseé mi mirada por la habitación, que sin duda era un dormitorio. Hecho entero de madera. Las paredes, el techo, el suelo… Una ventana dejaba entrar la luz en la pared frente a la cama en la que estaba, tapada con una cortina amarrilla, aunque más bien parecía un trozo de tela desigualmente cortado. La decoración lo complementaba una cómoda y un escritorio lleno de libros. —¿Dónde estamos? —Pregunté una vez que terminé la exploración. —En el barco de Pan. Giré la cabeza hacia la puerta tan rápido que me dolió el cuello. Por ella entraba un chico alto y semidesnudo, usando solo unos pantalones vaqueros rasgados. Sus ojos verdes se encontraron con los míos y me sonrió ladeando la cabeza. —Bienvenida a mi barco volador, pequeña escritora. Mi mandíbula calló atónita hacia abajo. Decididamente, fue ningún sueño. Peter Pan era real. —Peter… El tono de amenaza de Bentley no pasó desapercibido para nadie en la sala, incluida yo. —¿Qué pasa? —Preguntó Peter hacia Bentley fingiendo confusión—. ¿Ella puede robarme la habitación pero yo no puedo presentarla mi barco? Eso es incongruente. —Dudo que sepas lo que significa incongruente.
  • 32. Las cabezas de los gemelos y la mía botaban de un chico a otro, siguiendo lo que parecía el inicio de una discusión con total atención. Y tal vez hubiese llegado a más de no ser por la intromisión de otra persona en la habitación. —He escuchado un chillido, ¿está todo bien? Un adolescente con claros problemas de sobrepeso entró dando tumbos, parándose en el marco de la puerta con precaución. Su cabello pelirrojo despuntaba en un mal recortado flequillo, y sus ojos oscuros de cachorrillo mostraban empatía. —Mi hermano, Curly, que chilla como una niña —explicó uno de los gemelos ganándose una colleja por parte del otro—. ¡Ay! Eso dolió. Curly asintió, y luego su mirada calló sobre mí. Oh, claro, lo olvidaba, yo era la nueva aquí. Porque todos ellos ya se conocían. De Nunca Jamás. Los niños perdidos y Peter Pan. Creo que necesitaba un tranquilizante… —Soy Curly —se presentó el chico, avanzando hacia mí y estirando una mano para que se la estrechase—. Encantado. Estupefacta le devolví el saludo. Era el primero de todos que se presentaba como era debido. —Hailey Hoffman. Peter bufó detrás de nosotros, dejándose caer contra la pared y cruzando los brazos sobre el pecho desnudo. La luz que entraba por la ventana se reflejaba en su cabello rizado, formando una aureola de claridad en las puntas rubias y alzando su rostro hacia un nivel angelical. Sacudí la cabeza molesta conmigo misma por ese pensamiento. —Demasiados formalismos para estar dentro del barco de Pan —comentó Peter en voz alta—. Además, ella ya nos conoce. Una sonrisa traviesa, igual que las que siempre había visto en Bentley, adornó su rostro creando un hoyuelo en su mejilla. No me gustaba lo que había detrás de esa sonrisa. Malicia. —¿No os lo ha contado Slightly? —Continuó hablando Peter, aunque ninguno contestaba—. Su pequeña novia es una fan de las historias de Peter Pan. —Cállate Peter —le interrumpió Bentley en mi defensa, agarrándome de los hombros y tirándome más cerca de él. Luego miró al resto de niños perdidos—. ¿Os importaría dejarnos a solas? Sin ningún tipo de protesta los tres adolescentes dejaron la habitación cerrando la puerta tras de sí. Menos Peter Pan. Él sí se quedó allí, en la pared, con su pecho desnudo y la aureola dorada sobre su cabeza.
  • 33. —Bien, supongo que tendrás preguntas. Los ojos azules de Bentley se interpusieron en mi camino distanciando mi atención de Peter. Me mordí el labio inferior, y su mirada se distrajo por unos segundos bajando a él. No era capaz de formar ningún pensamiento coherente si él seguía mirándome así. —Esto es demasiado empalagoso incluso para mí —Sentenció de pronto Peter, despegándose de la pared y caminando hacia la puerta—. Recuerda, Slightly, no la cuentes nada. Y con esa despedida Peter Pan también salió de la habitación dejándonos solos. Por muy indecorosas y faltas de vergüenza que hubiesen sido, sus palabras consiguieron crear la suficiente distracción como para alinear los pensamientos en mi enredado cerebro. Me giré hacia Bentley antes de que él pudiese decir algo más. —¿Qué demonios está pasando aquí? —Ben apretó los labios considerando mi pregunta y cómo responderme—. Déjame adivinar, ¿no puedes contarme nada? Mi voz salió más ofendida de lo que pretendía, pero la verdad era que yo estaba enfadada. Crucé los brazos y me separé de él, sentándome al estilo indio sobre la cama y encarándolo. Bentley me miró afligido por el rechazo. —Sería mucha información para ti —explicó compungido—. Has tenido mucho que asimilar en poco tiempo. —¿Cómo que estoy en un barco que vuela? —Bufé, rodando los ojos y descruzando los brazos. —O que un personaje de tu libro favorito es real. Que Peter Pan existe. Y los niños perdidos también. —Y que tú eres uno de ellos. Bentley asintió, como si aquella realización no le agradase. —¿Entonces no vas a decirme nada? —Insistí. —No aún —admitió, incrementando mi irritación—. Y tampoco debo ser yo quien te lo diga, tiene que hacerlo Peter. Abrí la boca con indignación. Cualquier persona menos él, porque por mucho que trataba de no pensar en la noche anterior la imagen de Peter robándome mi primer beso seguía grabada, no solo en mi cabeza, también en mis labios. —¡Si casi no le conozco! Y tú eres mi amigo…
  • 34. —Pero él es Peter Pan. Es quien está organizando toda esta… historia. Es él quien debe explicarte lo que ocurre, no yo. Su mano avanzó sobre la manta hacia la mía, pero cuando nuestros dedos estaban a punto de tocarse me levanté de un salto, apartándome de él. Girándome le di la espalda, evitando mirarle. —Para mí como si es Papa Noel. Yo quiero irme a casa. La cama crujió cuando Ben se levantó y caminó hacia mí, situándose a mi lado. —No puedes Hails. Los piratas saben donde viven y te buscarán. Te harán daño y… No puedo permitirlo. Como si de alguna forma aquella frase hubiera tocado una fibra sensible dentro de mí, giré de nuevo, esta vez hacia él, y sus ojos azules miraron afectados dentro de los míos. Y ahí estaba de nuevo Bentley, mi amigo, el chico del que estaba perdidamente enamorada y al con el cual no podía enfadarme. —¿Y qué pasa con mi madre? —Pregunté, cayendo entonces en la cuenta de que la había abandonado en casa, sin dar explicaciones, ni una llamada, ni una nota. Ni siquiera había vuelto a casa a dormir—. ¡Tiene que estar preocupadísima! Y angustiada. Estará buscándome como loca por todos lados y… —Como mis padres —me interrumpió Ben—. Peter dice que seguramente crean que huimos juntos. Y por muy atractiva que esa idea se me antojase, no era la realidad. Yo no había huido con Bentley para proclamar nuestro amor a los cuatro vientos. No, yo seguía en la zona de amigos, lejos de casa, y sin tener ni idea de qué iba todo esto. Sentía que en cualquier momento iba a explotar. —Analicemos por un segundo lo loco de la situación. Yo, Hailey, estoy en un barco. Un barco que vuela por el cielo. Con Peter Pan y parte de los niños perdidos. Y nadie me quiere dar ni una sola explicación de qué está pasando. —Ahora analicemos lo real —contraatacó Ben, tomando mi manos entre las suyas y asiéndolas hacia él, acercándome más a él. —No hay nada real aquí —susurré, confinada en la cárcel de sus ojos azules en el momento en el que estos se trabaron con los míos. —Te equivocas. Lo hay. Estás aquí, conmigo. Eso es lo más real en mi mundo ahora mismo.
  • 35. Para saber más de esta historia… librosenlatierra.tumblr.com http://librosenlatierra.blogspot.com