Lectio Brevis del profesor Alex Rayón, de la Facultad de Ingeniería. Nos habla sobre el poder que han adquirido los datos en esta era. Es lo que se ha venido a conocer como Big Data. Un área, que también entraña retos legales y éticos, expuestos en el texto.
El poder de los datos: hacia una sociedad inteligente, pero ética
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Lectio Brevis de Investidura de nuevos Graduados
19 y 27 de Febrero de 2016
Por Alex Rayón Jerez
Ilustrísima Señora Decana,
Claustro de Profesores,
Nuevos Ingenieros y Graduados,
Familiares y Amigos,
Buenos días a todos y todas,
El poder de los datos: hacia una sociedad inteligente, pero ética
Sé que lo saben: vivimos rodeados de datos. El 90% de los datos del mundo
han sido creados en los últimos dos años. En el tiempo que dure esta Lectio
Brevis, se sacarán tantas fotografías en el mundo como todas las tomadas en
el Siglo XIX y parte del XX. Crearemos 11.500 millones de disquettes de datos.
Ya ven que las cifras asustan.
En Singapur, las personas mayores tienen un robot, que han bautizado como
Robocoach. Les anima en el día a día e incluso aconseja qué ejercicios pueden
realizar. Se trata de un proyecto del gobierno que busca fomentar una vida
saludable entre las personas mayores, evitando así su deterioro físico, social y
cognitivo. El Gobierno de Singapur considera los algoritmos y la robótica
como la solución a sus problemas demográficos. Las actividades de los
ancianos, sus ritmos de sueño, sus conversaciones, etc. son capturadas y
enviadas para su análisis. En Japón, IBM y Apple pilotan un proyecto
parecido. En Italia, IBM también ha instalado sensores en las casas de los
mayores para monitorizar y analizar su comportamiento. Es más, el lema dice
nada más y nada menos que “Una nueva concepción de Seguridad Social”.
Los datos, al parecer, transforman nuestras sociedades.
¿Qué está pasando? Es lo que muchos se preguntan. ¿Se imaginarían lo que
sería estar generando y guardando datos en 11.500.000.000 disquettes cada
10 minutos? Nos resultaría imposible. Lo que ocurre es que hay tres
elementos que están provocando que esto de los datos nos esté abrumando:
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● La computación se ha abaratado: fabricar ordenadores resulta muy
económico. Lejos quedan los días en los que esto era un limitante. El
libro “La sociedad de coste marginal cero” de Jeremy Rifkin, nos ilustró
con los costes marginales cero que tendríamos en esta era digital. Esto
hace que estemos rodeados de dispositivos digitales en todas las
esquinas.
● La tecnificación de la sociedad y su digitalización: cada vez codificamos
en objetos conectados a Internet más conductas o expresiones
sociales. Así, los datos están cada vez más desperdigados y distribuidos
en diferentes entornos. Los coches, las lavadoras, nuestra ropa o
incluso nuestras paredes ahora adquieren capacidades de escucha y
actuación, lo que hace que se generen cada vez más datos de todo ello.
Datos que se quedan en dispositivos electrónicos fabricados por
diferentes empresas.
● La era de las redes sociales: hace unos cuantos años, Manuel Castells,
escribió el libro Comunicación y Poder. Habló de las redes sociales y su
poder, y concretamente se refirió a las mismas como medios de
autocomunicación de masas. Redes que implican interacción,
comunicación y diálogo con nuestros “amigos”. Para una empresa, una
oportunidad para fortalecer la imagen de marca, aumentar la
fidelización de los clientes, mejorar la implicación de los empleados o
conocer más sobre los deseos y tendencias de sus clientes. Para
nosotros, una fuente de ocio cuando subimos fotos, las comentamos o
envíamos mensajes. Las redes sociales que empleamos en nuestro día a
día (Instagram, Twitter, Facebook, Linkedin, etc.), son servicios
“gratuitos”. Pero, ya saben lo que dicen nuestros amigos economistas:
nada es gratis. Las redes sociales comerciales, las que empleamos,
funcionan como si fueran una televisión: el objetivo es generar datos
sobre audiencias y comportamientos para que luego puedan
comercializar espacios de impacto a esas audiencias. Nos convertimos
en proveedores de datos.
Si algo ha producido la era digital es que el valor se genera de manera
permanente, pero no siempre es aprovechado por el que lo genera. Los datos
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son un gran exponente de esta paradoja. Los “datos a la sombra” o datos
“involuntarios” (acceso, búsquedas, lugares que frecuentamos, etc.) ofrecen
una visión de nosotros que las empresas están aprovechando.
Esta sociedad digitalizada y ubicua precisa del manejo de datos a gran escala.
Esta era, la hemos venido a bautizar como Big Data, un nuevo paradigma que
permite generar, procesar y sacar valor del gran volumen, variedad y
velocidad a la que generamos datos en nuestro día a día. Estamos hoy en día
en una sociedad inteligente en la que el dato es la materia prima de la que se
nutren muchas personas y empresas.
Así, podemos entender las sociedades del siglo XXI como complejos sistemas
en tiempo real que generan grandes cantidades de datos. Los ámbitos en los
cuales una sociedad puede adquirir inteligencia son muy amplios. Pueden
describirse desde una perspectiva del servicio al ciudadano), aumento de las
oportunidades laborales, mejora de la seguridad, acceso a la información
pública y transparencia, etc.
Y, como no, desde una perspectiva más empresarial. Y es que muchos
sectores de actividad económica ven oportunidades en esta “economía del
dato”. La “mal llamada” tarjeta de fidelización que empleáis todos los fines
de semana en vuestro supermercado es una máquina de generar patrones de
consumo y publicidad personalizada e invasiva. Revisen sus buzones a partir
de este mismo fin de semana con cierta sospecha e inquietud. Muchas
empresas ya tienen modelos que les dicen lo rentables que seremos para
ellos, incluso, antes de contratar el servicio. Nos quejamos de su servicio, sí,
pero si los datos dicen que no somos rentables y que incluso pierden dinero si
siguen atendiendo nuestras llamadas de queja, ¿por qué atendernos
correctamente? Yo mismo, soy cliente de una aseguradora a la que voluntaria
y conscientemente cedo todos mis datos de conducción con el GPS que tengo
instalado en el vehículo: saben por dónde me muevo, el ritmo de aceleración
y freno, la brusquedad con la que tomo las curvas, etc. ¿Para qué? Para
reducir la póliza y sus habituales tarifas “por si sucediera algo, aunque no sé
cómo conduces”. Como ven, queridos amigos y amigas, muchos sectores se
están transformando gracias a los datos.
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¿Y si todo esto llegase al servicio sanitario? ¿Y a la seguridad social como en
Italia? Estos riesgos, pueden parecer una utopía, pero ante la constante
privatización de servicios públicos, me parece que no lo son tanto.
¿Pudiéramos dejar de percibir un servicio de atención médica por tener un
patrón médico anómalo? ¿Pudiéramos tener que cotizar más a la seguridad
social por tener un patrón de esperanza de vida superior a la media de
nuestro sociedad? Inquietantes reflexiones.
Estamos evolucionando lentamente a vivir en un mundo en el que, de
manera inevitable, las compañías pasan a saber qué compramos, cuándo lo
hacemos, con qué frecuencia, cuándo consumimos, con qué actitud, con
quién, cómo nos sentimos, etc.
El problema adicional de todo esto es que el dato se concentra en
monopolios. Por ilustrar dos ejemplos. El 60% de los millenials (es decir,
vosotros, queridos graduados) lee las noticias en Facebook. Noticias que os
envuelven para que sigáis luego mirando fotos, comentando, reaccionando a
mensajes de las marcas, etc. Facebook supera ya a la televisión y otros
medios tradicionales. Es ya la cuarta empresa por valor bursátil del mundo. Y
esto, además, parece que se acentúa con las nuevas generaciones. 1.600
millones de personas en el mundo ya usan esta red social, que actúa como
una gran TV vendiendo espacios de impacto publicitario mientras
comentamos o leemos noticias en Facebook.
Por otro lado, Google, tiene el 89% de la cuota de mercado de las búsquedas
en Internet. Sabe lo que buscamos. Y gana dinero con la publicidad. Es ya la
empresa de mayor valor bursátil del mundo. Tal es su poder, que unos
investigadores querían comprobar si alterar los resultados de Google pudiera
influir en la decisión del voto. Ya sabemos que las elecciones, es de una de
esas decisiones que tomamos que se rigen por el “efecto recency“; la toma
de decisiones sobre la base de los últimos impactos recibidos. Esto es algo
que la publicidad ha explotado durante muchos años. En el experimento de
Google, participaron 5.000 personas. Los investigadores manipularon para
que en los primeros resultados aparecieran resultados relacionados con un
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político determinado. Hasta un 48% de los participantes cambiaron su
sentido de voto tras la manipulación de los resultados que se les mostraron.
Prácticamente ninguno de las personas que participó en el experimento, se
dio cuenta de la manipulación de los resultados. Lo que Google nos devuelve
al buscar, parece ser de nuestra confianza. Esto es lo que los investigadores
han llamado el efecto de manipulación del buscador (SEME). En la actualidad,
casi el 25% de las elecciones se deciden por márgenes inferiores al 3%, por lo
que este efecto puede llegar a tener un poder realmente trascendental. El
dato, nuestros patrones de búsqueda y actos en Internet, pudiendo llegar a
condicionar la elección de nuestros representantes.
Por todo ello, y para ir terminando, a mí esta era del dato me genera muchas
preguntas que no soy capaz de responder siempre. Por eso, quería terminar,
queridos amigos, queridas amigas, planteando una serie de reflexiones de
carácter social y ético.
Hablemos de nuestro país. De nuestro día a día. De nuestras empresas.
Nuestra Seguridad Social. Nuestro gobierno. En un país que se califica a sí
mismo como “Estado social y democrático de Derecho” (artículo 1 de la
Constitución), no puede haber conductas que no sean éticas pero que sean, a
la vez, lícitas. Sugiero que concluyamos hablando por ello de tres elementos
desde una perspectiva legal y ética, que son frecuentemente olvidados y que
deben estar presentes ante el auge de este fenómeno del Big Data.
En primer lugar, la propiedad intelectual de los datos. Un tema de candente
actualidad. Las empresas, que son las que ahora mismo están explotando los
datos personales y colectivos, son las más beneficiadas por esta implosión de
generación de datos. Son las que han ayudado a que los datos sean
generados (una estrategia muy inteligente), y encima los han gestionado,
mejorado y enriquecido. Por lo tanto, uno podría pensar que la “propiedad
intelectual del dato” es de ellas. ¿Pero es esto así? Esta era digital que altera
modelos de negocio un día, y leyes y regulaciones al otro, seguramente
cambie esta óptica. Se escudan en que hemos dado nuestro permiso para
que esto sea así. Yo lo veo más como un contrato de adhesión. ¿Pero cuán
conscientes somos de ello los consumidores y usuarios? ¿Nos explicaron para
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qué iban a usar los datos? ¿De qué nos sirve que nos digan que guardarán
nuestros datos si luego no nos dicen qué harán con ellos? ¿Dónde está la
frontera de lo “privado y público”? Son todo cuestiones difíciles de
responder. Debiéramos comenzar a enfocar este problema desde la óptica de
derechos y responsabilidades.
La privacidad. Con una sentencia de Mayo del 2014, se reconoce el “derecho
al olvido” en buscadores. Esto es, que se deban borrar contenidos
inadecuados o no relevantes para una persona dada. Esto, deja entrever que
nuestra identidad es una combinación de atributos permanentes y dinámicos.
Las situaciones personales evolucionan, y se deben ajustar en esta era digital
de permanente cambio. Por ello, cuando hablamos de privacidad, no solo
hablamos de garantizar el anonimato (cuestión harto difícil, por cierto), sino
también de reconocer su naturaleza temporal y cambiante, y que por lo
tanto, debe ser modificada cuando proceda para respetar la misma.
En cuanto a las discriminaciones, nos referimos a lo que el determinismo de
los algoritmos nos puede conducir. Esto es especialmente crítico cuando
aplicamos el Big Data en sectores como la educación, la salud o los servicios
sociales y profesionales. ¿Qué pasaría si un algoritmo decide que un paciente
es mejor no medicarle, a un estudiante no renovarle su matrícula por su
patrón de comportamiento o no defender una causa como abogado por las
pocas probabilidades de éxito que hay? ¿No cubriré con una póliza de seguro
a una persona con muchas probabilidades de fallecer? ¿Pudiera el Ministerio
de Economía y Hacienda revisar nuestras declaraciones de impuestos para
conocernos y entendernos mejor? Los datos no son objetivos per se. Son
creaciones del ser humano. Damos sentido y significado a los mismos a través
de nuestras interpretaciones, por lo que creo deberíamos complementar las
capacidades computacionales con las nuestras cognitivas.
Con estos retos éticos y legales encima de la mesa, supongo que os estaréis
preguntando qué soluciones existen. Jack Balkin, profesor de la facultad de
derecho de Yale, sugiere que las empresas en Internet que traten con datos
personales y de preferencias debieran ser “fiduciarias de información“. Algo
similar a lo que ya hacen los doctores y los abogados, que obtienen
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información sensible de sus pacientes y clientes, pero que no pueden
utilizarlos para otros propósitos que no sean la defensa de sus intereses y
necesidades. Esto no sería la primera vez en la historia que ocurre con algún
medio de comunicación; en 1974, cuando la Comisión Federal de
Comunicaciones de EEUU tenía miedos parecidos con la televisión (que
estaba en pleno despegue), ya reguló el uso de datos y los mensajes
publicitarios posteriores. En definitiva, se trata de un ejercicio de proteger a
los ciudadanos. A ustedes, a todos nosotros, al parecer, tan vulnerables a lo
que recibimos y leemos en Internet. Esta regulación de protección, no es
incompatible con las ventajas competitivas que tienen ahora mismo estas
empresas (Facebook o Google): sus algoritmos de ordenación, sus bases de
datos, su carácter social, las harán igual de atractivas. Pero, siempre y cuando
vigilen su neutralidad a la hora de retransmitir los mensajes.
Concluyendo, amigas, amigos. El Big Data, como toda tecnología, es
éticamente neutra. Sin embargo, su utilización no lo es. Su uso actual tiene su
fundamento en el utilitarismo, que nos indica que debemos proceder con
aquello que causa el mayor bienestar a más personas. Se han analizado
muchos datos de consumidores, de clientes, de pacientes, de asegurados,
etc., que han beneficiado enormemente a las compañías, pero poco a los
propios generadores de datos. Creo que esto debe cambiar. Esta confianza de
los ciudadanos en el mundo digital es crucial para que las empresas puedan
aprovechar el potencial económico de la información que da el Big Data.
El poder de los datos está claro. La ética y la perspectiva social e inclusiva no
tanto. En nuestras manos está que el poder que traen estos datos tenga una
mirada humanista o no.
Muchas gracias.
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