2. ALMENDRAS DE TERCIOPELO VERDE
Corría el año 1816 en la Baronía de Alcublas.
La Cartuja era sombría, fría y despiadada, los monjes rezaban, mandaban y
cantaban latinajos, en su tesón por agradar a Dios, su vida silenciosa y contemplativa,
con aquel dormir en dos, convirtieron su infancia en un desangelado desencuentro con
la especie humana.
Nunca supo qué hacía en aquel lugar, pero no recordaba familia alguna, ni nada
parecido a un hogar.
Allí creció y aprendió a silencios, sólo el lenguaje corporal le daba alguna señal
de que estaba en el mundo de los vivos, no tenía conversación, ni amigos, sólo una
perra, que vigilaba el patio, le lamía cariñosa aquellas manos.
Fue creciendo encerrado en sí mismo, estorbando siempre y trabajando mucho.
Callando y mirando aprendió a leer con un monje escribano a cambio de una
ración de más del vino sobrante de las comidas.
Comprendió que el silencio era su gran fortaleza, le aislaba de todos. Los demás
sólo se fijaban en su torpeza, en aquel aspecto de torpe patán que con los años iba
adquiriendo.
Pronto fue a trabajar a la Masía Valero y entre el ganado, las veintidós cahizadas
de huerto, la viña, el algarrobar y los olivos, supo que en esta vida se venía a todo
menos a descansar.
Parco en palabras, con la piel reseca de tierra, las manos curtidas de sol y campo,
de sol y tierra, de sol y hacina.
A ratos, paseaba el monte, rastreaba el monte, observaba el monte, sentía una
fascinación enorme por aquel paraíso vivo y sonoro, conocía cada senda, cada camino,
cada piedra.
Un día, un buitre leonado planeó sobre su cabeza, trazando una majestuosa
elipse invisible en el aire… y entonces se fijó en el cielo…
3. El cielo, que estaba tan lejos, era su gran misterio, un escenario con tantos
actores que le maravillaba de día y de noche, con nubes, con sol, con truenos con
tempestades… con lluvia y con pedregás estivales.
De noche, cuando titilaban las estrellas, se estremecía, y al observar que la luna
redonda menguaba y crecía, aquellas curvas quietas y vivas, a contraluz, aquellas
redondas esferas.
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Ella apareció de la nada, silenciosamente, recogiendo tomillo.
Tatareaba una canción, sus descalzos pies se deslizaban entre las piedras como
una bailarina, en un equilibrio sutil.
Tatareaba bajito una canción y se movía como una lunita redonda y pequeña
caída del cielo en un día de sol.
Aquella voz…
Aquella voz que canturreaba era más dulce que toda la miel que las abejas
fabricaban, su voz era más fresca que toda la lluvia vertida del cielo en una noche de
mayo.
Sus ojos, pequeños como almendras de terciopelo verde, brillaban, se abrían y
cerraban y un gesto nuevo, que llamó sonrisa, se contemplaba en su rostro.
Escondido entre matorrales observó a aquel ser.
Y en su cuerpo una extraña reacción le turbó del todo.
****
Tomillo.
Buscó tomillo, lo tocó, lo olió, lo mordió, su sabor, su olor…
Más tomillo, más olor, más recuerdo.
Lo mordió suavemente, entornando los ojos…y aparecía en su mente la lunita
redonda.
La preciosa descalza.
La preciosa descalza con voz de agua de lluvia y frescura de mayo.
4. No podía olvidarla, y no la encontró de nuevo. Le dolían las sienes de tanto
pensarla.
Como una espina cruel se le atravesó en el alma, aquella mujer menuda.
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El tiempo le ayudó a curar el dolor de aquel encuentro, pero mientras tanto,
mientras en el corazón le escocía una sinrazón dolorosa e inquietante, mientras todo el
cariño sentido era el de la perrilla que le lamía aquellas manos cuarteadas que parecían
de esparto.
Sacó del monte la fuerza terapéutica para sanarse, creyendo que toda substancia
se componía de tres partes -espíritu, alma y cuerpo-, se esforzó en encontrar algún
sentido y orden en la naturaleza.
Empezó a experimentar con el tomillo, la planta que le había robado el espíritu,
con el fin de que su cuerpo encontrará la paz del alma.
Sus experimentos alquímicos del reino vegetal, tras años de esfuerzos y
dedicación, dieron sus frutos y consiguió extraer los aceites esenciales de aquella
planta.
Las gotas de aquella esencia eran su medicina mágica.
Un recuerdo sin olvido en la selva de la comarca.
En los inviernos solitarios y fríos, se encerraba en sus aposentos y en un ritual
secreto organizaba una orgía de aromas, con sólo un testigo, aquella perrica flaca que le
miraba esperando la vueltecita de noche y la caricia del amo.
Pero de noche, cuando titilaban las estrellas, se estremecía, y al observar que la
luna redonda menguaba y crecía, aquellas curvas quietas y vivas, a contraluz, aquellas
redondas esferas… y soñaba… con la preciosa descalza, con voz de agua de lluvia y
frescura de mayo.
Y entonces, de sus ojos cansados y adormecidos, resbalaba un rocío humano,
unas gotas destiladas desde el corazón, y aquella esencia la recogía con un pétalo de
rosa, para mezclarla con el aceite de tomillo de propiedades milagrosas.