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LA GUERRA: DONDE CONVERGE LA
BAJEZA Y LA GRANDEZA HUMANA
PRISIONEROS DURANTE LA GUERRA DEL
PACÍFICO
GENERAL MARCOS LÓPEZ ARDILES
PDTE. ACADEMIA DE HISTORIA MILITAR
Lamentablemente, no ha sido frecuente en la historia de nuestros dos países que un
grupo de peruanos y chilenos nos convoquemos en un acto académico en torno a la
Guerra del Pacífico; conflicto este último que marcó a nuestros pueblos hasta un punto
tal que todavía se perciben resquemores y desconfianzas que tienen su origen en una
guerra que terminó hace ciento treinta años.
Es cierto que ha habido reuniones entre historiadores de ambos países destinadas a
examinar en conjunto la historiografía acerca de esa guerra; sin embargo, no recuerdo
un acto público, en el que peruanos y chilenos rememoremos algunos episodios de esa
conflagración, como lo haremos hoy en torno a los peruanos que estuvieron en
cautiverio.
Me permito entonces felicitar a la Ilustre Municipalidad de San Bernardo por la
organización de este Seminario, agradecer la hospitalidad de los rotarios y además
cumplir con el deber de resaltar la iniciativa de un grupo de ex alumnos del Colegio
Militar Leoncio Prado, donde debo poner de relieve el tesón y la perseverancia de don
Fernando González del Riego, peruano de antigua residencia en nuestro país, quien, a
nombre de sus compañeros en el Perú, se propuso, con notable tenacidad, el objetivo
de llevar adelante este acto académico.
He puesto por título de esta exposición “La Guerra: donde converge la grandeza y la
bajeza humana” y ello se debe a que siendo la guerra el fenómeno político, social y
económico de la más extrema condición que puede enfrentar un ser humano, es
también un escenario en el que la conducta del hombre puede tener rasgos de
despiadada crueldad y a la vez puede dar lugar a actos de misericordia y nobleza.
No quiero consumir los minutos que se me han otorgado en un análisis profundo del
fenómeno de la guerra, el que ha convivido desde siempre con la humanidad y del cual
existen registros desde tiempo remotos, entre los que destacan las detalladas crónicas
de las Guerras Médicas relatadas por Heródoto, o de la Guerra del Peloponeso
descritas por Tucídides (alrededor de 400 a.c); sin embargo, aparte de estos
testimonios escritos, hay constancias de guerras más antiguas acontecidas entre los
años 14.000 o 12.000 antes de Cristo.
A pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional por terminar con las guerras en
la faz del mundo, las noticias que vemos a diario nos entregan crudas imágenes de
conflictos armados que prueban que dichos empeños no han sido exitosos.
La humanidad no ha aprendido, a pesar de que nosotros, en los últimos cien años,
hemos sido testigos de dos guerras mundiales que costaron millones de víctimas y
enormes sufrimientos. Son muchos los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial
que todavía pueden contar en primera persona las atrocidades de la guerra.
Desde muy antiguo el hombre ha tratado de humanizar las conductas de la guerra.
Entre algunos ejemplos podemos citar el Código de Hammurabi, promulgado por este
rey de Babilonia en el 1760 a.C. En la Antigüedad tardía también destacó el
pensamiento de San Agustín en relación a la guerra y, más tarde, durante la Edad
Media, el de Santo Tomás de Aquino; por otra parte, a comienzos de la época moderna
destacaron los escritos de Francisco de Vitoria en torno a la denominada “Guerra
Justa”; sin embargo, todo esto corresponde a reflexiones filosóficas y teológicas
encaminadas a humanizar la guerra, pero carentes de toda fuerza obligatoria que fuera
capaz de constreñir las acciones de los contendientes.
Recién en los tiempos contemporáneos hay una primera iniciativa para que los Estados
fueran obligados a cumplir con ciertas conductas que protegieran a los combatientes
indefensos y ello se verificó en la Conferencia de Ginebra de 1864, impulsada por el
filántropo suizo Henri Dunant, quien también fue el creador de la Cruz Roja
Internacional. En esta conferencia participaron sólo doce estados, todos europeos.
Resulta entonces muy digno de destacarse que, al inicio de la Guerra del Pacífico, fuera
el Perú el que primero tomara la iniciativa de suscribir los acuerdos de la Convención
de Ginebra, ejemplo que semanas más tarde fue imitado por Chile. En efecto, a menos
de un mes de declaración de guerra, el presidente peruano Manuel Ignacio Prado
firmó el decreto del 2 de mayo de 1879, por el cual su país adhirió a la Convención de
Ginebra, lo que provocó la inmediata reciprocidad del presidente Aníbal Pinto, quien
firmó similar decreto el 28 de junio de 1879. Es oportuno recordar aquí que ambos
presidentes fueron renuentes al inicio de la guerra. Poco después, el 24 de julio,
Bolivia reaccionó en el mismo sentido, con lo cual los tres beligerantes reconocieron
las obligaciones establecidas en Ginebra respecto a los heridos en combate.
Esa primera Convención de Ginebra –posteriormente, hubo tres más- constituyó el
primer esfuerzo internacional por regular la guerra mediante disposiciones vinculantes
para los Estados que eran parte; sin embargo, esta primera iniciativa tenía una seria
limitación, pues su normativa se centraba en el tratamiento que debía darse a los
heridos en un conflicto bélico y prácticamente no hacía referencia a la conducta que
debía observarse hacia los prisioneros de guerra.
En vista de esa falencia, el Estado de Chile tomó como referencia un documento en el
que se dictaban disposiciones referidas a los prisioneros de guerra y que bajo el título
de “Instrucciones para los ejércitos de los Estados Unidos de América en campaña”
había sido emitido por el gobierno estadounidense durante la Guerra de la Secesión,
conflicto que había terminado hacía sólo catorce años. A pesar de las regulaciones
contenidas en ese documento, durante esa guerra civil, cerca de la cuarta parte de los
prisioneros del norte y del sur murieron estando en cautiverio.
Haciendo una síntesis de las normativas antes indicadas – la de Ginebra y la de Estados
Unidos- el gobierno de Chile divulgó a los mandos del Ejército y de la Marina una
publicación oficial titulada “El derecho de la guerra según los últimos progresos de la
civilización”, donde se dictaban instrucciones de cumplimento obligatorio por parte de
los jefes de las unidades terrestres y navales. Queda claro que ese fue el espíritu que
animó al Estado de Chile, pero la letra de sus instrucciones no siempre fue posible de
controlar por parte de los mandos. En el fragor del combate, hubo numerosas
oportunidades en las que se cometieron excesos.
Según la publicación oficial divulgada por el gobierno chileno, ¿quiénes debían ser
considerados prisioneros? Esta normativa recogía a la letra lo contemplado en el
Congreso Internacional de Bruselas, que establecía los siguientes requisitos:
1. Que tengan a su cabeza a una persona que responda por sus subordinados.
2. Que tengan un signo distintivo fijo que pueda distinguirse desde lejos.
3. Que lleven armas al descubierto.
4. Que en sus operaciones se ciñan a las leyes y usos de la guerra. 1
Sin embargo, ¿por qué era tan importante establecer regulaciones en torno al trato de
los prisioneros? La naturaleza de la guerra, en un ambiente donde reinan el caos y el
miedo, hace que aflore con tal fuerza en el combatiente un poderoso instinto de
supervivencia, que el temor a la muerte supera cualquier otro sentimiento de
1
Artículo 9º del apartado “A quienes debe reconocerse como partes beligerantes._ De los combatientes
y no combatientes”, ubicado dentro del “Proyecto de una declaración internacional concerniente a las
leyes y costumbres de una guerra”. Este último documento consistió en un texto modificado por la
misma Conferencia de Bruselas, que tuvo por base un anterior proyecto ruso.
humanidad. La convivencia con la muerte a cada momento, el hecho de presenciar
como muere el compañero que marcha al lado o cómo el de más allá cae atrozmente
herido, hace que el soldado observe una sola premisa frente al enemigo: o soy yo el
que mata primero o soy yo el que muere. Esto, que suena muy reprobable desde el
punto de vista ético, corresponde a la inevitable realidad de la guerra, especialmente
cuando los enlistados son reclutas bisoños, tal como ocurrió en la Guerra del Pacífico,
en la cual más del 80% del contingente de ambos bandos correspondió a esa categoría.
En este escenario de extrema violencia, la suerte de los que caen prisioneros es de la
mayor vulnerabilidad. Pero, la sola captura de prisioneros es, en sí misma, un acto de
humanidad, en cuanto significa que se ha vencido el instinto de dar muerte a aquellos
que hace sólo minutos atrás estaban dispuestos a matar a sus captores.
Sobre la posibilidad de fusilar o de dar muerte a un prisionero, la misma Conferencia
de Bruselas prohibía una acción de esta naturaleza, pero hacía una salvedad que se
prestaba para la más amplia interpretación:
Ningún cuerpo de ejército tiene derecho a declamar que no dará ni aceptará
cuartel; pero es lícito a un comandante prevenir a sus tropas que no den
cuartel, en ciertos casos extremos, si su propia seguridad, le hace imposible
sobrecargarse de prisioneros.
La ambigua redacción de este último precepto podía dejar a la libre interpretación de
un comandante cuáles eran las circunstancias que podían constituirse en “un caso
extremo”, a partir de lo cual podía optar por deshacerse de los prisioneros, si éstos
significan una limitación a los movimientos de su unidad, o una desmedida carga
logística, o una amenaza de rebelión.
No es necesario remontarnos hasta la antigüedad para ver con que crueldad se trataba
a los prisioneros de guerra. Parece suficiente recordar que sólo setenta años antes de
la Guerra del Pacífico, después de la victoria española en la batalla de Bailén, fueron
hechos prisioneros 12.000 franceses, los que fueron conducidos y abandonados a su
suerte en la Isla de Cabrera. Después de cinco años de cautiverio, de los 12.000
iniciales, sólo unos 3.000 lograron sobrevivir.
Pero, en esa misma guerra, los franceses tampoco observaron mucha clemencia hacia
los prisioneros españoles, ya que en una marcha de éstos últimos morían entre 300 ó
400 diariamente. Para buscar ejemplos más cercanos a nuestros días, nos bastaría con
hacer mención a los innumerables casos de extrema crueldad que acontecieron
durante la Segunda Guerra Mundial con los prisioneros de guerra, conductas que
presentan el agravante del conocimiento y la vigencia de los Convenios de Ginebra,
cuyas primeras normativas se habían dictado setenta y cinco años antes.
No es nuestra intención hacer comparaciones que pueden ser odiosas, pero respecto a
los ejemplos descritos y a pesar de los inevitables excesos, tanto Chile como el Perú
observaron una conducta bastante más civilizada para con los prisioneros que
capturaron durante la guerra. Lo anterior se evidencia cuando se revisa la nota de
respuesta del Gobierno de Chile al diplomático británico que había informado sobre
los sobrevivientes chilenos del combate naval de Iquique:
“Mediante los buenos y generosos oficios de la legación británica, el gobierno ha
tenido la satisfacción de saber que los marinos de la “Esmeralda”, prisioneros en
Iquique, son tratados por las autoridades de aquella plaza con las atenciones y
miramientos a que les dan derecho su condición de tales prisioneros y las reglas más
elementales de toda guerra civilizada; y al contestar al honorable señor Drummonds la
nota en que tan gratas informaciones se sirve transmitir, nuestro ministro de
Relaciones Exteriores ha rendido el debido homenaje a los que observando semejante
conducta, se honran a sí mismos y contribuyen a atenuar en cuanto es posible las
calamidades y dolores de la lucha." 2
Dado el propósito de este seminario, me referiré de manera especial a los prisioneros
peruanos que fueron capturados y mantenidos en cautiverio por las armas de Chile.
Debo advertir que sobre esta materia que no existe, tanto en la historiografía chilena
como en la peruana, un recuento minucioso de los prisioneros capturados por ambos
países. Para el caso chileno, el más completo estudio que se ha realizado está
contenido en la tesis de grado del Sr. Patricio Ibarra Cifuentes, excelente trabajo que,
hasta donde entiendo, permanece inédito.
A pesar de que no tenemos datos fidedignos, nos atrevemos a aproximar en unos
2.500 la cantidad de prisioneros peruanos que fueron internados en territorio chileno.
Para refrendar esa cantidad, tengamos presente que la Batalla de Tacna fue la
oportunidad en que las tropas chilenas hicieron el mayor número de prisioneros,
estimándose que ellos superaron a los 1.400 individuos.
Aunque en algunos casos los capturados fueron liberados a los pocos días, bajo su
palabra de honor de que no volverían a tomar las armas contra Chile, la norma general
fue la de trasladarlos por vía marítima a territorio nacional, con el consecuente gasto
que ello originaba en transporte y manutención. Varias ciudades sirvieron de lugares
de cautiverio y entre ellas figuraron Copiapó, Caldera, Valparaíso, Quillota, Melipilla,
2
Boletín de la Guerra del Pacífico, Número 11, Año 1, Santiago de Chile, jueves 17 de julio de 1879, pág.
237.
Chillán y Angol; pero fue San Bernardo la que concentró la mayor cantidad de cautivos,
calculándose que, en total y en épocas diferentes, pasaron por esta ciudad más de
quinientos prisioneros de guerra de nacionalidad peruana.
No me referiré ahora a los prisioneros en San Bernardo, ni tampoco a la sobresaliente
conducta que observaron sus ciudadanos hacia sus inusuales huéspedes. Para resaltar
la actitud de los vecinos de esta ciudad, hay que tener en cuenta que, a pesar del buen
comportamiento de los cautivos peruanos y de los lazos de simpatía que se fueron
formando a través de los meses, ellos no dejaban de representar a los enemigos de
Chile, enemigos de la misma nacionalidad de aquellos que combatían con fiereza a
otros tantos sambernardinos que habían partido a la guerra en el batallón Victoria,
nacido al calor del patriotismo de esta villa.
Ya he dicho que no abordaré aquí las vivencias de los prisioneros, pero creo que es de
justicia hacer un reconocimiento al distinguido coronel José Antonio Bustamante Sainz
de la Peña, quien fue designado por el gobierno como el encargado del depósito de
prisioneros de San Bernardo, cuando cumplía funciones como edecán del Congreso
Nacional. Su hoja de servicio revela su sentido del honor y su calidad profesional.
En suma, el gobierno había escogido a un oficial de excelencia para que cumpliera esta
delicada misión que ponía a prueba el honor de Chile. Este propósito de las
autoridades chilenas quedó reflejado en varios documentos oficiales, pero, por su
elocuencia, es interesante el tenor de una carta fechada el 05 de noviembre de 1879,
que dirigiera el entonces Ministro del Interior y de Guerra, don Domingo Santa María a
don José Victorino Lastarria, en la que le expresa:
“En materia de prisioneros, habrá de saber UD. que me he esforzado en tratarlos con
exquisita atención, para que se sepa en todas partes que podemos ser tan generosos
en el hogar como somos altivos en la pelea.
Los oficiales están en San Bernardo viviendo en la quinta de don Pedro Ignacio
Izquierdo, y la marinería; 130 hombres, sin incluir 38 extranjeros en el edificio de San
Miguel, Cañada abajo. (…) El caballeroso coronel Bustamante es el encargado de
atender y cuidar a los prisioneros.” 3
Cabe señalar que el Sr. Lastarria se desempeñaba entonces en funciones diplomáticas
fuera del país.
También tenemos testimonios del tratamiento humanitario que el Perú dio a los
soldados y marinos chilenos que fueron capturados en combate. Ambos países
3
Carta; de Domingo Santa María a José Victorino Lastarria; Santiago, 5 de noviembre de 1879.
hicieron todo lo posible, en la medida que las circunstancias lo permitían, para tener
una conducta civilizada hacia los prisioneros de guerra.
Otro aspecto que da cuenta de esa conducta fue el hecho de que ambos gobiernos
acordaron efectuar canjes de prisioneros, los que fueron llevados a cabo bajo un
criterio de proporcionalidad en cuanto a la equivalencia numérica y a la similitud de
grados o de jerarquía de los prisioneros canjeados. El primer intercambio se efectuó
tempranamente, en diciembre de 1879 y favoreció a los tripulantes cautivos de los
buques peruanos “Huáscar” y “Pilcomayo”, y a los tripulantes de las naves chilenas
“Esmeralda” y “Rimac”, como también a una parte de los Carabineros de Yungay que
habían sido capturados a bordo de este último buque.
Estimo que resaltar estos hechos de humanidad acontecidos en la Guerra del Pacífico
acerca mucho más a nuestros pueblos que la constante recriminación recíproca por las
crueldades que en el fragor del combate cometieron tanto chilenos como peruanos.
¿Qué sentido tiene comparar las conductas reprobables tanto de las fuerzas peruanas
en la Quebrada de Tarapacá o de las chilenas en el Asalto de Chorrillos - por poner solo
dos ejemplos - donde esa guerra no mostró ni un asomo de piedad? ¿Qué ganamos
con eso? ¿Cuántos años más deberemos seguir enseñando a nuestros pueblos una
historia salpicada de recelos? Mejor que preguntarnos acerca de qué ganamos, la
pregunta debería ser: ¿Cuánto perdemos?
Parece, entonces, que es más aconsejable seguir los ejemplos de otros países que en
ciertos momentos de su historia fueron enconados enemigos. Es el caso de Alemania y
Francia, que en un período de sólo setenta años se enfrentaron tres veces en los
campos de batalla europeos. Sin embargo, solo diez y seis años después de su última
confrontación bélica, alemanes y franceses adoptaron iniciativas de integración
económica.
La paz y la armonía entre nuestras naciones no es obstáculo para seguir rindiendo
homenajes a Prat y a Grau, a Francisco Bolognesi y a Eleuterio Ramírez; héroes
nacionales que, sin lugar a dudas, hoy anhelarían la paz y la hermandad de nuestros
pueblos. Muchas Gracias.
Nunca es fácil para los gobiernos decidir donde depositar a sus prisioneros de guerra.
El Perú mantuvo a los sobrevivientes de la Esmeralda por un tiempo en Iquique. Una
inspección del vicecónsul británico, a pedido de las autoridades chilenas terminó
diciendo: “Hablando con toda imparcialidad, creo que los peruanos, en su trato a los
prisioneros de guerra dan un ejemplo que puede darles crédito ante cualquier nación.”
Posteriormente los reunió en Tarma con los oficiales del batallón Carabineros de
Yungay, donde permanecieron hasta ser canjeados por los prisioneros del Huáscar y de
la Pilcomayo.
Chile estableció en San Bernardo su primer y más importante depósito de prisioneros y
pienso que no hay nadie mejor para hablarnos de la ciudad que quien perteneciendo a
una antigua familia sambernardina, hizo sus primeras letras en la Escuela Nº 7 y luego
en el Liceo de Hombres. Su amor por esta ciudad se siente tan pronto aparece el
nombre San Bernardo, al conversar con él.
Nuestro próximo expositor no solo ha escrito la historia de San Bernardo o de
importantes personalidades locales como Rene Amengual, un enamorado de la música
o Miguel Aylwin Gajardo, un ejemplo de integridad moral, sino que conoce a casi
todos los vecinos.
Don Raúl Besoaín Armijo, es un educador laureado. Profesor de Estado en Historia y
Geografía por la Universidad de Chile, Magíster en Gestión Educacional por la
Universidad Diego Portales. Magíster en Humanidades y Arte por la Universidad
Gabriela Mistral. Historiador de San Bernardo además de Socio del Centro Cultural San
Bernardo y del Rotary Club.
Para mí es un agrado presentar al profesor Besoaín quien nos expondrá el tema
“Porqué en San Bernardo Triunfó el Sentido Humanitario”. Adelante don Raúl por
favor.

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La guerra donde converge la bajeza, por el Sr. GDD. Marcos López Ardiles

  • 1. LA GUERRA: DONDE CONVERGE LA BAJEZA Y LA GRANDEZA HUMANA PRISIONEROS DURANTE LA GUERRA DEL PACÍFICO GENERAL MARCOS LÓPEZ ARDILES PDTE. ACADEMIA DE HISTORIA MILITAR Lamentablemente, no ha sido frecuente en la historia de nuestros dos países que un grupo de peruanos y chilenos nos convoquemos en un acto académico en torno a la Guerra del Pacífico; conflicto este último que marcó a nuestros pueblos hasta un punto tal que todavía se perciben resquemores y desconfianzas que tienen su origen en una guerra que terminó hace ciento treinta años. Es cierto que ha habido reuniones entre historiadores de ambos países destinadas a examinar en conjunto la historiografía acerca de esa guerra; sin embargo, no recuerdo un acto público, en el que peruanos y chilenos rememoremos algunos episodios de esa conflagración, como lo haremos hoy en torno a los peruanos que estuvieron en cautiverio. Me permito entonces felicitar a la Ilustre Municipalidad de San Bernardo por la organización de este Seminario, agradecer la hospitalidad de los rotarios y además cumplir con el deber de resaltar la iniciativa de un grupo de ex alumnos del Colegio Militar Leoncio Prado, donde debo poner de relieve el tesón y la perseverancia de don Fernando González del Riego, peruano de antigua residencia en nuestro país, quien, a nombre de sus compañeros en el Perú, se propuso, con notable tenacidad, el objetivo de llevar adelante este acto académico. He puesto por título de esta exposición “La Guerra: donde converge la grandeza y la bajeza humana” y ello se debe a que siendo la guerra el fenómeno político, social y económico de la más extrema condición que puede enfrentar un ser humano, es también un escenario en el que la conducta del hombre puede tener rasgos de despiadada crueldad y a la vez puede dar lugar a actos de misericordia y nobleza. No quiero consumir los minutos que se me han otorgado en un análisis profundo del fenómeno de la guerra, el que ha convivido desde siempre con la humanidad y del cual
  • 2. existen registros desde tiempo remotos, entre los que destacan las detalladas crónicas de las Guerras Médicas relatadas por Heródoto, o de la Guerra del Peloponeso descritas por Tucídides (alrededor de 400 a.c); sin embargo, aparte de estos testimonios escritos, hay constancias de guerras más antiguas acontecidas entre los años 14.000 o 12.000 antes de Cristo. A pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional por terminar con las guerras en la faz del mundo, las noticias que vemos a diario nos entregan crudas imágenes de conflictos armados que prueban que dichos empeños no han sido exitosos. La humanidad no ha aprendido, a pesar de que nosotros, en los últimos cien años, hemos sido testigos de dos guerras mundiales que costaron millones de víctimas y enormes sufrimientos. Son muchos los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial que todavía pueden contar en primera persona las atrocidades de la guerra. Desde muy antiguo el hombre ha tratado de humanizar las conductas de la guerra. Entre algunos ejemplos podemos citar el Código de Hammurabi, promulgado por este rey de Babilonia en el 1760 a.C. En la Antigüedad tardía también destacó el pensamiento de San Agustín en relación a la guerra y, más tarde, durante la Edad Media, el de Santo Tomás de Aquino; por otra parte, a comienzos de la época moderna destacaron los escritos de Francisco de Vitoria en torno a la denominada “Guerra Justa”; sin embargo, todo esto corresponde a reflexiones filosóficas y teológicas encaminadas a humanizar la guerra, pero carentes de toda fuerza obligatoria que fuera capaz de constreñir las acciones de los contendientes. Recién en los tiempos contemporáneos hay una primera iniciativa para que los Estados fueran obligados a cumplir con ciertas conductas que protegieran a los combatientes indefensos y ello se verificó en la Conferencia de Ginebra de 1864, impulsada por el filántropo suizo Henri Dunant, quien también fue el creador de la Cruz Roja Internacional. En esta conferencia participaron sólo doce estados, todos europeos. Resulta entonces muy digno de destacarse que, al inicio de la Guerra del Pacífico, fuera el Perú el que primero tomara la iniciativa de suscribir los acuerdos de la Convención de Ginebra, ejemplo que semanas más tarde fue imitado por Chile. En efecto, a menos de un mes de declaración de guerra, el presidente peruano Manuel Ignacio Prado firmó el decreto del 2 de mayo de 1879, por el cual su país adhirió a la Convención de Ginebra, lo que provocó la inmediata reciprocidad del presidente Aníbal Pinto, quien firmó similar decreto el 28 de junio de 1879. Es oportuno recordar aquí que ambos presidentes fueron renuentes al inicio de la guerra. Poco después, el 24 de julio, Bolivia reaccionó en el mismo sentido, con lo cual los tres beligerantes reconocieron las obligaciones establecidas en Ginebra respecto a los heridos en combate.
  • 3. Esa primera Convención de Ginebra –posteriormente, hubo tres más- constituyó el primer esfuerzo internacional por regular la guerra mediante disposiciones vinculantes para los Estados que eran parte; sin embargo, esta primera iniciativa tenía una seria limitación, pues su normativa se centraba en el tratamiento que debía darse a los heridos en un conflicto bélico y prácticamente no hacía referencia a la conducta que debía observarse hacia los prisioneros de guerra. En vista de esa falencia, el Estado de Chile tomó como referencia un documento en el que se dictaban disposiciones referidas a los prisioneros de guerra y que bajo el título de “Instrucciones para los ejércitos de los Estados Unidos de América en campaña” había sido emitido por el gobierno estadounidense durante la Guerra de la Secesión, conflicto que había terminado hacía sólo catorce años. A pesar de las regulaciones contenidas en ese documento, durante esa guerra civil, cerca de la cuarta parte de los prisioneros del norte y del sur murieron estando en cautiverio. Haciendo una síntesis de las normativas antes indicadas – la de Ginebra y la de Estados Unidos- el gobierno de Chile divulgó a los mandos del Ejército y de la Marina una publicación oficial titulada “El derecho de la guerra según los últimos progresos de la civilización”, donde se dictaban instrucciones de cumplimento obligatorio por parte de los jefes de las unidades terrestres y navales. Queda claro que ese fue el espíritu que animó al Estado de Chile, pero la letra de sus instrucciones no siempre fue posible de controlar por parte de los mandos. En el fragor del combate, hubo numerosas oportunidades en las que se cometieron excesos. Según la publicación oficial divulgada por el gobierno chileno, ¿quiénes debían ser considerados prisioneros? Esta normativa recogía a la letra lo contemplado en el Congreso Internacional de Bruselas, que establecía los siguientes requisitos: 1. Que tengan a su cabeza a una persona que responda por sus subordinados. 2. Que tengan un signo distintivo fijo que pueda distinguirse desde lejos. 3. Que lleven armas al descubierto. 4. Que en sus operaciones se ciñan a las leyes y usos de la guerra. 1 Sin embargo, ¿por qué era tan importante establecer regulaciones en torno al trato de los prisioneros? La naturaleza de la guerra, en un ambiente donde reinan el caos y el miedo, hace que aflore con tal fuerza en el combatiente un poderoso instinto de supervivencia, que el temor a la muerte supera cualquier otro sentimiento de 1 Artículo 9º del apartado “A quienes debe reconocerse como partes beligerantes._ De los combatientes y no combatientes”, ubicado dentro del “Proyecto de una declaración internacional concerniente a las leyes y costumbres de una guerra”. Este último documento consistió en un texto modificado por la misma Conferencia de Bruselas, que tuvo por base un anterior proyecto ruso.
  • 4. humanidad. La convivencia con la muerte a cada momento, el hecho de presenciar como muere el compañero que marcha al lado o cómo el de más allá cae atrozmente herido, hace que el soldado observe una sola premisa frente al enemigo: o soy yo el que mata primero o soy yo el que muere. Esto, que suena muy reprobable desde el punto de vista ético, corresponde a la inevitable realidad de la guerra, especialmente cuando los enlistados son reclutas bisoños, tal como ocurrió en la Guerra del Pacífico, en la cual más del 80% del contingente de ambos bandos correspondió a esa categoría. En este escenario de extrema violencia, la suerte de los que caen prisioneros es de la mayor vulnerabilidad. Pero, la sola captura de prisioneros es, en sí misma, un acto de humanidad, en cuanto significa que se ha vencido el instinto de dar muerte a aquellos que hace sólo minutos atrás estaban dispuestos a matar a sus captores. Sobre la posibilidad de fusilar o de dar muerte a un prisionero, la misma Conferencia de Bruselas prohibía una acción de esta naturaleza, pero hacía una salvedad que se prestaba para la más amplia interpretación: Ningún cuerpo de ejército tiene derecho a declamar que no dará ni aceptará cuartel; pero es lícito a un comandante prevenir a sus tropas que no den cuartel, en ciertos casos extremos, si su propia seguridad, le hace imposible sobrecargarse de prisioneros. La ambigua redacción de este último precepto podía dejar a la libre interpretación de un comandante cuáles eran las circunstancias que podían constituirse en “un caso extremo”, a partir de lo cual podía optar por deshacerse de los prisioneros, si éstos significan una limitación a los movimientos de su unidad, o una desmedida carga logística, o una amenaza de rebelión. No es necesario remontarnos hasta la antigüedad para ver con que crueldad se trataba a los prisioneros de guerra. Parece suficiente recordar que sólo setenta años antes de la Guerra del Pacífico, después de la victoria española en la batalla de Bailén, fueron hechos prisioneros 12.000 franceses, los que fueron conducidos y abandonados a su suerte en la Isla de Cabrera. Después de cinco años de cautiverio, de los 12.000 iniciales, sólo unos 3.000 lograron sobrevivir. Pero, en esa misma guerra, los franceses tampoco observaron mucha clemencia hacia los prisioneros españoles, ya que en una marcha de éstos últimos morían entre 300 ó 400 diariamente. Para buscar ejemplos más cercanos a nuestros días, nos bastaría con hacer mención a los innumerables casos de extrema crueldad que acontecieron durante la Segunda Guerra Mundial con los prisioneros de guerra, conductas que
  • 5. presentan el agravante del conocimiento y la vigencia de los Convenios de Ginebra, cuyas primeras normativas se habían dictado setenta y cinco años antes. No es nuestra intención hacer comparaciones que pueden ser odiosas, pero respecto a los ejemplos descritos y a pesar de los inevitables excesos, tanto Chile como el Perú observaron una conducta bastante más civilizada para con los prisioneros que capturaron durante la guerra. Lo anterior se evidencia cuando se revisa la nota de respuesta del Gobierno de Chile al diplomático británico que había informado sobre los sobrevivientes chilenos del combate naval de Iquique: “Mediante los buenos y generosos oficios de la legación británica, el gobierno ha tenido la satisfacción de saber que los marinos de la “Esmeralda”, prisioneros en Iquique, son tratados por las autoridades de aquella plaza con las atenciones y miramientos a que les dan derecho su condición de tales prisioneros y las reglas más elementales de toda guerra civilizada; y al contestar al honorable señor Drummonds la nota en que tan gratas informaciones se sirve transmitir, nuestro ministro de Relaciones Exteriores ha rendido el debido homenaje a los que observando semejante conducta, se honran a sí mismos y contribuyen a atenuar en cuanto es posible las calamidades y dolores de la lucha." 2 Dado el propósito de este seminario, me referiré de manera especial a los prisioneros peruanos que fueron capturados y mantenidos en cautiverio por las armas de Chile. Debo advertir que sobre esta materia que no existe, tanto en la historiografía chilena como en la peruana, un recuento minucioso de los prisioneros capturados por ambos países. Para el caso chileno, el más completo estudio que se ha realizado está contenido en la tesis de grado del Sr. Patricio Ibarra Cifuentes, excelente trabajo que, hasta donde entiendo, permanece inédito. A pesar de que no tenemos datos fidedignos, nos atrevemos a aproximar en unos 2.500 la cantidad de prisioneros peruanos que fueron internados en territorio chileno. Para refrendar esa cantidad, tengamos presente que la Batalla de Tacna fue la oportunidad en que las tropas chilenas hicieron el mayor número de prisioneros, estimándose que ellos superaron a los 1.400 individuos. Aunque en algunos casos los capturados fueron liberados a los pocos días, bajo su palabra de honor de que no volverían a tomar las armas contra Chile, la norma general fue la de trasladarlos por vía marítima a territorio nacional, con el consecuente gasto que ello originaba en transporte y manutención. Varias ciudades sirvieron de lugares de cautiverio y entre ellas figuraron Copiapó, Caldera, Valparaíso, Quillota, Melipilla, 2 Boletín de la Guerra del Pacífico, Número 11, Año 1, Santiago de Chile, jueves 17 de julio de 1879, pág. 237.
  • 6. Chillán y Angol; pero fue San Bernardo la que concentró la mayor cantidad de cautivos, calculándose que, en total y en épocas diferentes, pasaron por esta ciudad más de quinientos prisioneros de guerra de nacionalidad peruana. No me referiré ahora a los prisioneros en San Bernardo, ni tampoco a la sobresaliente conducta que observaron sus ciudadanos hacia sus inusuales huéspedes. Para resaltar la actitud de los vecinos de esta ciudad, hay que tener en cuenta que, a pesar del buen comportamiento de los cautivos peruanos y de los lazos de simpatía que se fueron formando a través de los meses, ellos no dejaban de representar a los enemigos de Chile, enemigos de la misma nacionalidad de aquellos que combatían con fiereza a otros tantos sambernardinos que habían partido a la guerra en el batallón Victoria, nacido al calor del patriotismo de esta villa. Ya he dicho que no abordaré aquí las vivencias de los prisioneros, pero creo que es de justicia hacer un reconocimiento al distinguido coronel José Antonio Bustamante Sainz de la Peña, quien fue designado por el gobierno como el encargado del depósito de prisioneros de San Bernardo, cuando cumplía funciones como edecán del Congreso Nacional. Su hoja de servicio revela su sentido del honor y su calidad profesional. En suma, el gobierno había escogido a un oficial de excelencia para que cumpliera esta delicada misión que ponía a prueba el honor de Chile. Este propósito de las autoridades chilenas quedó reflejado en varios documentos oficiales, pero, por su elocuencia, es interesante el tenor de una carta fechada el 05 de noviembre de 1879, que dirigiera el entonces Ministro del Interior y de Guerra, don Domingo Santa María a don José Victorino Lastarria, en la que le expresa: “En materia de prisioneros, habrá de saber UD. que me he esforzado en tratarlos con exquisita atención, para que se sepa en todas partes que podemos ser tan generosos en el hogar como somos altivos en la pelea. Los oficiales están en San Bernardo viviendo en la quinta de don Pedro Ignacio Izquierdo, y la marinería; 130 hombres, sin incluir 38 extranjeros en el edificio de San Miguel, Cañada abajo. (…) El caballeroso coronel Bustamante es el encargado de atender y cuidar a los prisioneros.” 3 Cabe señalar que el Sr. Lastarria se desempeñaba entonces en funciones diplomáticas fuera del país. También tenemos testimonios del tratamiento humanitario que el Perú dio a los soldados y marinos chilenos que fueron capturados en combate. Ambos países 3 Carta; de Domingo Santa María a José Victorino Lastarria; Santiago, 5 de noviembre de 1879.
  • 7. hicieron todo lo posible, en la medida que las circunstancias lo permitían, para tener una conducta civilizada hacia los prisioneros de guerra. Otro aspecto que da cuenta de esa conducta fue el hecho de que ambos gobiernos acordaron efectuar canjes de prisioneros, los que fueron llevados a cabo bajo un criterio de proporcionalidad en cuanto a la equivalencia numérica y a la similitud de grados o de jerarquía de los prisioneros canjeados. El primer intercambio se efectuó tempranamente, en diciembre de 1879 y favoreció a los tripulantes cautivos de los buques peruanos “Huáscar” y “Pilcomayo”, y a los tripulantes de las naves chilenas “Esmeralda” y “Rimac”, como también a una parte de los Carabineros de Yungay que habían sido capturados a bordo de este último buque. Estimo que resaltar estos hechos de humanidad acontecidos en la Guerra del Pacífico acerca mucho más a nuestros pueblos que la constante recriminación recíproca por las crueldades que en el fragor del combate cometieron tanto chilenos como peruanos. ¿Qué sentido tiene comparar las conductas reprobables tanto de las fuerzas peruanas en la Quebrada de Tarapacá o de las chilenas en el Asalto de Chorrillos - por poner solo dos ejemplos - donde esa guerra no mostró ni un asomo de piedad? ¿Qué ganamos con eso? ¿Cuántos años más deberemos seguir enseñando a nuestros pueblos una historia salpicada de recelos? Mejor que preguntarnos acerca de qué ganamos, la pregunta debería ser: ¿Cuánto perdemos? Parece, entonces, que es más aconsejable seguir los ejemplos de otros países que en ciertos momentos de su historia fueron enconados enemigos. Es el caso de Alemania y Francia, que en un período de sólo setenta años se enfrentaron tres veces en los campos de batalla europeos. Sin embargo, solo diez y seis años después de su última confrontación bélica, alemanes y franceses adoptaron iniciativas de integración económica. La paz y la armonía entre nuestras naciones no es obstáculo para seguir rindiendo homenajes a Prat y a Grau, a Francisco Bolognesi y a Eleuterio Ramírez; héroes nacionales que, sin lugar a dudas, hoy anhelarían la paz y la hermandad de nuestros pueblos. Muchas Gracias. Nunca es fácil para los gobiernos decidir donde depositar a sus prisioneros de guerra. El Perú mantuvo a los sobrevivientes de la Esmeralda por un tiempo en Iquique. Una inspección del vicecónsul británico, a pedido de las autoridades chilenas terminó diciendo: “Hablando con toda imparcialidad, creo que los peruanos, en su trato a los prisioneros de guerra dan un ejemplo que puede darles crédito ante cualquier nación.”
  • 8. Posteriormente los reunió en Tarma con los oficiales del batallón Carabineros de Yungay, donde permanecieron hasta ser canjeados por los prisioneros del Huáscar y de la Pilcomayo. Chile estableció en San Bernardo su primer y más importante depósito de prisioneros y pienso que no hay nadie mejor para hablarnos de la ciudad que quien perteneciendo a una antigua familia sambernardina, hizo sus primeras letras en la Escuela Nº 7 y luego en el Liceo de Hombres. Su amor por esta ciudad se siente tan pronto aparece el nombre San Bernardo, al conversar con él. Nuestro próximo expositor no solo ha escrito la historia de San Bernardo o de importantes personalidades locales como Rene Amengual, un enamorado de la música o Miguel Aylwin Gajardo, un ejemplo de integridad moral, sino que conoce a casi todos los vecinos. Don Raúl Besoaín Armijo, es un educador laureado. Profesor de Estado en Historia y Geografía por la Universidad de Chile, Magíster en Gestión Educacional por la Universidad Diego Portales. Magíster en Humanidades y Arte por la Universidad Gabriela Mistral. Historiador de San Bernardo además de Socio del Centro Cultural San Bernardo y del Rotary Club. Para mí es un agrado presentar al profesor Besoaín quien nos expondrá el tema “Porqué en San Bernardo Triunfó el Sentido Humanitario”. Adelante don Raúl por favor.