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José María Arguedas
Warma kuyay (Amor de niño)
Noche de luna en la quebrada de Viseca.
Pobre palomita, por dónde has venido,
buscando la arena por Dios, por los cielos.
—¡Justina! ¡Ay, Justinita!
En un terso laso canta la gaviota,
memoria me deja de gratos recuerdos.
—¡Justinay, te pareces a las torcazas de Sausiyok'!
—¡Déjame, niño, anda donde tus señoritas!
—¿Y el Kutu? ¡Al Kutu le quieres, su cara de sapo te gusta!
—¡Déjame, niño Ernesto! Feo, pero soy buen laceador de vaquillas y hago temblar a
los novillos de cada zurriago. Por eso Justina me quiere.
La cholita se rió, mirando al Kutu; sus ojos chispeaban como dos luceros.
—¡Ay Justinacha!
—¡Sonso, niño sonso! —habló Gregoria, la cocinera.
Celedonia, Pedrucha, Manuela, Anitacha... soltaron la risa; gritaron a carcajadas.
—¡Sonso niño!
Se agarraron de las manos y empezaron a bailar en ronda, con la musiquita de Julio el
charanguero. Se volteaban a ratos, para mirarse, y reían. Yo me quedé fuera del círculo,
avergonzado, vencido para siempre.
Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse, como las nubes
que correteaban en las laderas del Chawala. Los eucaliptus de la huerta sonaban con ruido
largo e intenso; sus sombras se tendían hasta el otro lado del río. Llegué al pie del molino,
subí a la pared más alta y miré desde allí la cabeza del Chawala: el cerro medio negro, recto,
amenazaba caerse sobre los alfalfares de la hacienda. Daba miedo por las noches; los indios
nunca lo miraban a esas horas y en las noches claras conversaban siempre dando las espaldas
al cerro.
—¡Si te cayeras de pecho, tayta Chawala, nos moriríamos todos! En medio del
witron1
, Justina empezó otro canto:
Flor de mayo, flor de mayo,
flor de mayo primavera,
por qué no te liberaste
de esa tu falsa prisionera.
Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba al medio. En el patio
inmenso, inmóviles sobre el empedrado, los indios se veían como estacas de tender cueros.
—Ese puntito negro que está al medio es Justina. Y yo la quiero, mi corazón tiembla
cuando ella se ríe, llora cuando sus ojos miran al Kutu. ¿Por qué, pues, me muero por ese
puntito negro?
Los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba voces alrededor del
círculo, dando ánimos, gritando como potro enamorado. Una paca-paca empezó a silbar desde
un sauce que cabeceaba a la orilla del río; la voz del pájaro maldecido daba miedo. El
charanguero corrió hasta el cerco del patio y lanzó pedradas al sauce; todos los cholos le
siguieron. Al poco rato el pájaro voló y fue a posarse sobre los duraznales de la huerta; los
1
Patio grande.
cholos iban a perseguirle, pero Don Froilán apareció en la puerta del witron.
—¡Largo! ¡A dormir!
Los cholos se fueron en tropa hacia la tranca del corral; el Kutu se quedó solo en el
patio.
—¡A ése le quiere!
Los indios de Don Froilán se perdieron en la puerta del caserío de la hacienda, y Don
Froylán entró al patio tras de ellos.
—¡Niño Ernesto! —llamó el Kutu.
Me bajé al suelo de un salto y corrí hacia él.
—Vamos, niño.
Subimos al callejón por el lavadero de metal que iba desmoronándose en un ángulo
del witron; sobre el lavadero había un tubo inmenso de fierro y varias ruedas enmohecidas,
que fueron de las minas del padre de Don Froilán.
Kutu no habló nada hasta llegar a la casa de arriba.
La hacienda era de Don Froylán y de mi tío; tenía dos casas. Kutu y yo estábamos
solos en el caserío de arriba; mi tío y el resto de la gente fueron al escarbe de papas y dormían
en la chacra, a dos leguas de la hacienda.
Subimos las gradas, sin mirarnos siquiera; entramos al corredor, y tendimos allí
nuestras camas para dormir alumbrados por la luna. El Kutu se echó callado; estaba triste y
molesto. Yo me senté al lado del cholo.
—¡Kutu! ¿Te ha despachado Justina?
—¡Don Froylán la ha abusado, niño Ernesto!
—¡Mentira, Kutu, mentira!
—¡Ayer no más la ha forzado; en la toma de agua, cuando fue a bañarse con los niños!
—¡Mentira, Kutullay, mentira!
Me abracé al cuello del cholo. Sentí miedo; mi corazón parecía rajarse, me golpeaba.
Empecé a llorar. Como si hubiera estado solo, abandonado en esa gran quebrada oscura.
—¡Déjate, niño! Yo, pues, soy «endio», no puedo con el patrón. Otra vez, cuando seas
«abugau», vas a fregar a Don Froylán.
Me levantó como a un becerro tierno y me echó sobre mi catre.
—¡Duérmete, niño! Ahora le voy a hablar a Justina para que te quiera. Te vas a dormir
otro día con ella, ¿quieres, niño? ¿Acaso? Justina tiene corazón para ti, pero eres muchacho
todavía, tiene miedo porque eres niño.
Me arrodillé sobre la cama, miré al Chawala que parecía terrible y fúnebre en el
silencio de la noche.
—¡Kutu: cuando sea grande voy a matar a Don Froylán!
—¡Eso sí, niño Ernesto! ¡Eso sí! ¡Mak'tasu!
La voz gruesa del cholo sonó en el corredor como el maullido del león que entra hasta
el caserío en busca de chanchos. Kutu se paró; estaba alegre, como si hubiera tumbado al
puma ladrón.
—Mañana llega el patrón. Mejor esta noche vamos a Justina. El patrón seguro te hace
dormir en su cuarto. Que se entre la luna para ir.
Su alegría me dio rabia.
—¿Y por qué no matas a Don Froylán? Mátale con tu honda, Kutu, desde el frente del
río, como si fuera puma ladrón.
—¡Sus hijitos, niño! ¡Son nueve! Pero cuando seas «abugau» ya estarán grandes.
—¡Mentira, Kutu, mentira! ¡Tienes miedo, como mujer!
—No sabes nada, niño. ¿Acaso no he visto? Tienes pena de los becerritos, pero a los
hombres no los quieres.
—¡Don Froylán! ¡Es malo! Los que tienen hacienda son malos; hacen llorar a los
indios como tú; se llevan las vaquitas de los otros o las matan de hambre en su corral. ¡Kutu,
Don Froylán es peor que toro bravo! Mátale no más, Kutucha, aunque sea con galga, en el
barranco de Capitana.
—¡«Endio» no puede, niño! ¡«Endio» no puede!
¡Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles, hacía temblar a los potros, rajaba a
látigos el lomo de los aradores, hondeaba desde lejos a las vaquitas de los otros cholos cuando
entraban a los potreros de mi tío, pero era cobarde. ¡Indio perdido!
Le miré de cerca: su nariz aplastada, sus ojos casi oblicuos, sus labios delgados,
ennegrecidos por la coca. ¡A éste le quiere! Y ella era bonita: su cara rosada estaba siempre
limpia, sus ojos negros quemaban; no era como las otras cholas, sus pestañas eran largas, su
boca llamaba al amor y no me dejaba dormir. A los catorce años yo la quería; sus pechitos
parecían limones grandes, y me desesperaban. Pero ella era de Kutu, desde tiempo; de este
cholo con cara de sapo. Pensaba en eso y mi pena se parecía mucho a la muerte. ¿Y ahora?
Don Froyfán la había forzado.
—¡Mentira, Kutu! ¡Ella misma, seguro, ella misma!
Un chorro de lágrimas saltó de mis ojos. Otra vez el corazón se sacudía, como si
tuviera más fuerza que todo mi cuerpo.
—¡Kutu! Mejor la mataremos los dos a ella, ¿quieres?
El indio se asustó. Me agarró la frente: estaba húmeda de sudor.
—¡Verdad! Así quieren los mistis.
—¡Llévame donde Justina, Kutu! Eres mujer, no sirves para ella. ¡Déjala!
—Cómo no, niño, para ti voy a dejar, para tí sólito. Mira, en Wayrala se está apagando
la luna.
Los cerros ennegrecieron rápidamente, las estrellitas saltaron de todas partes del cielo;
el viento silbaba en la oscuridad, golpeándose sobre los duraznales y eucaliptos de la huerta;
más abajo, en el fondo de la quebrada, el río grande cantaba con su voz áspera.
* * *
Despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes, me hacían temblar de
rabia.
—¡Indio, muérete mejor, o lárgate a Nazca! ¡Allí te acabará la terciana, te enterrarán
como a perro! —le decía.
Pero el novillero se agachaba no más, humilde, y se iba a witron, a los alfalfares, a la
huerta de los becerros, y se vengaba en el cuerpo de los animales de Don Froylán. Al
principio yo lo acompañaba. En las noches entrábamos, ocultándonos, al corral; escogíamos
los becerros más finos, los más delicados; Kutu se escupía las manos, empuñaba duro el
zurriago, y les rajaba el lomo a los torillitos. Uno, dos, tres... cien zurriagazos; las crías se
retorcían en el suelo, se tumbaban de espaldas, lloraban; y el indio seguía, encorvado, feroz.
¿Y yo? Me sentaba en un rincón y gozaba. Yo gozaba.
—¡De Don Froylán es, no importa! ¡Es de mi enemigo!
Hablaba en voz alta para engañarme, para tapar el dolor que encogía mis labios e
inundaba mi corazón.
Pero ya en la cama, a solas, una pena negra, invencible, se apoderaba de mi alma y
lloraba dos, tres horas. Hasta que una noche mi corazón se hizo grande, se hinchó. El llorar no
bastaba; me vencían la desesperación y el arrepentimiento. Salté de la cama, descalzo, corrí
hasta la puerta; despacio abrí el cerrojo y pasé al corredor. La luna ya había salido; su luz
blanca bañaba la quebrada; los árboles rectos, silenciosos, estiraban sus brazos al cielo. De
dos saltos bajé al corredor y atravesé corriendo el callejón empedrado, salté la pared del corral
y llegué junto a los becerritos. Ahí estaba Zarinacha, la víctima de esa noche; echadita sobre
la bosta seca, con el hocico en el suelo; parecía desmayada. Me abracé a su cuello; la besé mil
veces en su boca con olor a leche fresca, en sus ojos negros y grandes.
—¡Niñacha, perdóname! ¡Perdóname mamaya! Junté mis manos y, de rodillas, me
humillé ante ella.
—¡Ese perdido ha sido, hermanita, yo no! ¡Ese Kutu canalla, indio perro!
La sal de las lágrimas siguió amargándome durante largo rato.
Zarinacha me miraba seria, con su mirada humilde, dulce.
—¡Yo te quiero, niñacha, yo te quiero!
Y una ternura sin igual, pura, dulce, como la luz en esa quebrada madre, alumbró mi
vida.
* * *
A la mañana siguiente encontré al indio en el alfalfar de Capitana. El cielo estaba
limpio y alegre, los campos verdes, llenos de frescura. El Kutu ya se iba tempranito, a buscar
«daños» en los potreros de mi tío, para ensañarse con ellos.
—Kutu, vete de aquí —le dije—. En Viseca ya no sirves. ¡Los comuneros se ríen de
ti, porque eres maula! Sus ojos opacos me miraron con cieno miedo.
—¡Asesino también eres, Kutu! Un becerrito es como una criatura. ¡Ya en Viseca no
sirves, indio!
—¿Yo no más, acaso? Tu también. Pero mírale al tayta Chawala: diez días más atrás
me voy a ir.
Resentido, penoso como nunca, se largó al galope en el bayo de mi tío.
Dos semanas después, Kutu pidió licencia y se fue. Mi tía lloró por él, como si hubiera
perdido a su hijo.
Kutu tenía sangre de mujer: le temblaba a Don Froylán, casi a todos los hombres les
temía. Le quitaron su mujer y se fue a ocultar después en los pueblos del interior,
mezclándose con las comunidades de Son-dondo, Chacralla... ¡Era cobarde!
Yo, solo, me quedé junto a Don Froylán, pero cerca de Justina, de mi Justinacha
ingrata. Yo no fui desgraciado. A la orilla de ese río espumoso, oyendo el canto de las
torcazas y de las tuyas, yo vivía sin esperanzas; pero ella estaba bajo el mismo cielo que yo,
en esa misma quebrada que fue mi nido. Contemplando sus ojos negros, oyendo su risa,
mirándola desde lejitos, era casi feliz, porque mi amor por Justina fue un «warma kuyay» y
no creía tener derecho todavía sobre ella; sabía que tendría que ser de otro, de un hombre
grande, que manejara ya zurriago, que echara ajos roncos y peleara a látigos en los
carnavales. Y como amaba a los animales, las fiestas indias, las cosechas, las siembras con
música y jarawi, viví alegre en esa quebrada verde y llena del calor amoroso del sol. Hasta
que un día me arrancaron de mi querencia, para traerme a este bullicio, donde gentes que no
quiero, que no comprendo.
* * *
El Kutu en un extremo y yo en otro. El quizá habrá olvidado: está en su elemento; en
un pueblecito tranquilo, aunque maula, será el mejor novillero, el mejor amansador de
potrancas, y le respetarán los comuneros. Mientras yo, aquí, vivo amargado y pálido, como un
animal de los llanos fríos, llevado a la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraños.
JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
RESUMEN DE LA OBRA WARMA KUYAY ES EL SIGUIENTE:
Cuenta la historia de un niño mestizo llamado Ernesto sobrino de uno de los dueños
de la hacienda Viseca; aquel niño vivía enamorado de una india llamada Justina,
pero su amor de ella le pertenecía a un indio llamado Kutu, un indio con cara de
sapo así lo llamaba Ernesto. Puesto que en su conquista el niño Ernesto expresa
su amor profundo lo que siente, y las cosas lindas que le dice ”¡Justina!
¡hay,Justinita! ¡Justinay,te pareces a las torcazas de sausiyock!”, ella lo ignora y no
son de mucha importancia para Justina más que una broma de niños, por que siente
que es un niño que no sabe nada de el amor.
En la hacienda vivía Don Froylán un hombre a quien todos tenían miedo en la
hacienda Viseca, era un patrón muy malo que de un solo latigaso mandaba a dormir
a toda su gente.
Cierto día kutu le conto al niño Ernesto, que su amo Don Froylán había abusado de
su adorada Justina, y Kutu encontró una manera de vengarse contra su amo, y era
golpeando ferozmente a los becerritos, cada noche eran latigazos a cuanto
becerritos pudiese dar. Al inicio el niño Ernesto aceptaba esta locura de Kutu y
disfrutaban de esta venganza; Pero luego pensó y dijo que no era necesario pegar a
esos inocentes becerritos.
Él niño Ernesto una noche acompañó a la paliza de esos inocentes becerritos le dijo
kutu que matara a don Froylán por que era un hombre muy malo y no merecía vivir;
pero Kutu se negó añadiendo que él era un “endio” y que no iba a poder contra su
amo; pero le pedía a Ernesto que cuando creciera fuera “abugau” y destruyera al
amo.
Ernesto le increpó a Kutu de Cobarde por no aceptar la propuesta y salvaguardar el
honor de su enamorada justina.
Pero una vez el niño Ernesto arrepentido de tan cruel golpiza que había permitido
por parte de kutu contra esos becerritos, corrió al corral y abrazando al que ese día
había sufrido la paliza, le pidió perdón, mientras el becerrito lo miraba dulcemente y
sin saber por qué había sufrido tan sangrienta golpiza. Luego le increpó a Kutu de
cobarde y asesino de animales, mas kutu al no soportar tan humillante hecho,
decidió marcharse de la hacienda por que no podía vivir siendo tildado de cobarde y
no teniendo el valor para para afrontar a su amo y haber defraudado su amada india
Justina.
Ernesto se quedó junto a Justina, sabiendo que ella no podría amarlo por ser un
niño. Al final Ernesto es llevado a otro lugar, donde recordaba ya de adulto y con
mucha melancolía a su warma kuyay ”amor de niño”. Esto ha sido un breve resumen
del cuento warma kuyay ( amor de niño)
RESUMEN DE AGUA - Jose Maria Arguedas
Argumento de "Agua", libro de Jose Maria Arguedas.
San Juan, un lugar de la serranía, se encuentra en un ambiente desolado
por los comuneros, los corredores de sus casas sin habitantes.
Sólo el cornetero encargado de llamar a la gente para el reparto del agua,
la mesa ya esta ubicada en el corredor de la cárcel, lo había puesto el
varayoq.
La comunidad ubicada entre los cerros de tamaño monstruoso,
representaban la falta de agua, la laderas ya resecas y sólo se observaba
la blancura de la tierra, los arbustos secos y nada más que el eucalipto en
el centro de la comunidad estático y sin un ápice de movimiento indicando
que el sol burlón no permitía que sople el viento, los campesinos
apenados y agresivos contra el sol que mataba a sus sembríos y el agua
que debía repartirse aún no llegaba, manifestaban que era para las
autoridades nada más que para ellos.
Don Braulio era el encargado de ordenar la repartición de agua, para
algunos era posible y a otros los odiaba, ¿Agua para ellos? ¡No hay!
Tenían que resignarse a regresar a casa con la frente agachada y con la
ira que no podía salir sino quería que don Braulio de un tiro en el aire,
ahuyentando por lo tanto a todos aquellos que habían ido por el líquido
que requerían sus sembríos y poder subsistir la sequía.
Los campesinos expresaban siempre la supeditación a don Braulio, el
dueño de la comunidad a quien nadie, absolutamente nadie podía
atreverse a contestarlo, y si era así, resignación para el campesino,
utilizando su ira, comenzaba a dar gritos que incomodaban a la
comunidad.
En esta comunidad de San Juan existían otros comunidades como, Akola,
Utek, Andamarca, Sondondo, Aucará, Chavilla y Larcay, en esa comunidad
San Juan se reunieron todo los comuneros para tratar sobre los reparto
del agua, en la comunidad estaban en escasez de lluvia y no había agua,
los sembríos estaban secándose, cuando Pantacha llegaba a la plaza, vio
alrededor de la comunidad como un desierto, los pilares que sostenían el
techo de las casas todo torcidos y apoyados por troncos y otros rectos
enteros.
Pantacha se fue a Nazca y volvió de seis meses y se encontraron con
Ernesto, conversaron sobre la situación de la comunidad de San Juan,
Ernesto lo contó todo y Pantacha era un músico y “tocó” su corneta, un
huayno de Uteqpampa triste y desconsolado la gente de San Juan se
reunieron y comenzaron a bailar, en ese momento gritó el tayta Vilkas (un
indio viejo) resondró diciendo ustedes están alegres, bailando y cantando
la tierra está seca hay que rezar para que mande lluvia a San Juan.
Agua lloriqueando! y no conseguían de turno y se volvían de amargura
pensando que el maíz estaba secándose, Pantacha gritoneaba delante de
Don Vilkas y Braulio y de los demás seguidores, ustedes hacen llorar a la
gente robando plata.
Vilkas y Don Inocencio se pusieron triste, los comuneros gritaban, pero
Braulio dijo respeta a las autoridades y Pantacha se puso bravo y Don
Inocencio rogó y jaló a Don Vilkas.
Don Braulio los carajeaba a todos los comuneros y recién se daban
cuenta, que Pantacha, Don Wallpa y Pascual se levantaban contra el viejo
Vilkas, Inocencio y los demás indios pensaron hay que sacar agua de la
laguna para todos los que más hablaban, Pantacha y Don Pascual pero la
pelea seguía con Braulio.
Braulio estaba embriagado y se fue a avisar a Inocencio y sus seguidores
estaban vivando ¡Viva Don Braulio!, se enfrentan Pantacha y Braulio, y
también Don Wallpa quería enfrentarse, Don Antonio patea a Don Braulio
y Don Braulio saca su revolver y hace dos tiros al aire y después le mata a
Pantacha, Ernesto rompe la cabeza con la corneta que yacía tirada en el
suelo.
Don Braulio le ordena a Inocencio para que lo mate y el no quiso, las
autoridades le encarcelan a Don Wallpa, Inocencio y Vilkas y se solucionó
el problema de San Juan y todos tuvieron una chacra muy verde, los
animales satisfechos con los pastos, pero seguía el cielo muy despejado
sin lluvia sin Pantacha, Pascual, Wallpa, pero tierra era húmeda y los
indios iban rogando a su Tayta.
Entonces los comuneros se fueron de odio y cólera, el tayta Vilkas
respetaba a las autoridades de repartidores de agua, en esa los escolares
correteaban, al oír la bulla se ponía avergonzado, Pantacha le preguntó
usted no es cariñoso son los maqtillos, Ernesto miró a Braulio con rabia
porque estaba causando problemas a todo los indios porque los cultivos
estaban secándose, sus chacras de él son verdes y los demás comuneros
secos y se fue a su casa agachado, el niño Ernesto le dijo Don Braulio es
ladrón, Pantaleoncha también le preguntó porque tan asustado y los
escoleros oyeron, Braulio le dijo eres chistoso vaya a tocar tu corneta.
Un día domingo programó para repartir agua y los repartió a los
seguidores, y a los demás no les repartió, los indios se fueron a su casa
sin decir nada, los Tinkes dijo los comuneros van a morir como perros por
no reclamar, Pantacha miró con lágrimas a los comuneros, al oír la
conversación de los indios, y subió al corredor y “tocó” su corneta y los
comuneros los miró asustados los Tinkes también de alzamiento de
Pantacha pero ellos tenían miedo, un domingo se reunieron en el corredor
de la cárcel y pedieron agua, lamentablemente el protagonista que había
roto la cabeza de la autoridad principal de san Juan tenía que huir.
Refugiándose en un pueblo llamado Utek'pampa donde él puede darse
cuenta que los indios de ese pueblo se hacen respetar sus derechos y son
libres de cualquier abuso, lo opuesto a su pueblo natal.

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  • 1. José María Arguedas Warma kuyay (Amor de niño) Noche de luna en la quebrada de Viseca. Pobre palomita, por dónde has venido, buscando la arena por Dios, por los cielos. —¡Justina! ¡Ay, Justinita! En un terso laso canta la gaviota, memoria me deja de gratos recuerdos. —¡Justinay, te pareces a las torcazas de Sausiyok'! —¡Déjame, niño, anda donde tus señoritas! —¿Y el Kutu? ¡Al Kutu le quieres, su cara de sapo te gusta! —¡Déjame, niño Ernesto! Feo, pero soy buen laceador de vaquillas y hago temblar a los novillos de cada zurriago. Por eso Justina me quiere. La cholita se rió, mirando al Kutu; sus ojos chispeaban como dos luceros. —¡Ay Justinacha! —¡Sonso, niño sonso! —habló Gregoria, la cocinera. Celedonia, Pedrucha, Manuela, Anitacha... soltaron la risa; gritaron a carcajadas. —¡Sonso niño! Se agarraron de las manos y empezaron a bailar en ronda, con la musiquita de Julio el charanguero. Se volteaban a ratos, para mirarse, y reían. Yo me quedé fuera del círculo, avergonzado, vencido para siempre. Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse, como las nubes que correteaban en las laderas del Chawala. Los eucaliptus de la huerta sonaban con ruido largo e intenso; sus sombras se tendían hasta el otro lado del río. Llegué al pie del molino, subí a la pared más alta y miré desde allí la cabeza del Chawala: el cerro medio negro, recto, amenazaba caerse sobre los alfalfares de la hacienda. Daba miedo por las noches; los indios nunca lo miraban a esas horas y en las noches claras conversaban siempre dando las espaldas al cerro. —¡Si te cayeras de pecho, tayta Chawala, nos moriríamos todos! En medio del witron1 , Justina empezó otro canto: Flor de mayo, flor de mayo, flor de mayo primavera, por qué no te liberaste de esa tu falsa prisionera. Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba al medio. En el patio inmenso, inmóviles sobre el empedrado, los indios se veían como estacas de tender cueros. —Ese puntito negro que está al medio es Justina. Y yo la quiero, mi corazón tiembla cuando ella se ríe, llora cuando sus ojos miran al Kutu. ¿Por qué, pues, me muero por ese puntito negro? Los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba voces alrededor del círculo, dando ánimos, gritando como potro enamorado. Una paca-paca empezó a silbar desde un sauce que cabeceaba a la orilla del río; la voz del pájaro maldecido daba miedo. El charanguero corrió hasta el cerco del patio y lanzó pedradas al sauce; todos los cholos le siguieron. Al poco rato el pájaro voló y fue a posarse sobre los duraznales de la huerta; los 1 Patio grande.
  • 2. cholos iban a perseguirle, pero Don Froilán apareció en la puerta del witron. —¡Largo! ¡A dormir! Los cholos se fueron en tropa hacia la tranca del corral; el Kutu se quedó solo en el patio. —¡A ése le quiere! Los indios de Don Froilán se perdieron en la puerta del caserío de la hacienda, y Don Froylán entró al patio tras de ellos. —¡Niño Ernesto! —llamó el Kutu. Me bajé al suelo de un salto y corrí hacia él. —Vamos, niño. Subimos al callejón por el lavadero de metal que iba desmoronándose en un ángulo del witron; sobre el lavadero había un tubo inmenso de fierro y varias ruedas enmohecidas, que fueron de las minas del padre de Don Froilán. Kutu no habló nada hasta llegar a la casa de arriba. La hacienda era de Don Froylán y de mi tío; tenía dos casas. Kutu y yo estábamos solos en el caserío de arriba; mi tío y el resto de la gente fueron al escarbe de papas y dormían en la chacra, a dos leguas de la hacienda. Subimos las gradas, sin mirarnos siquiera; entramos al corredor, y tendimos allí nuestras camas para dormir alumbrados por la luna. El Kutu se echó callado; estaba triste y molesto. Yo me senté al lado del cholo. —¡Kutu! ¿Te ha despachado Justina? —¡Don Froylán la ha abusado, niño Ernesto! —¡Mentira, Kutu, mentira! —¡Ayer no más la ha forzado; en la toma de agua, cuando fue a bañarse con los niños! —¡Mentira, Kutullay, mentira! Me abracé al cuello del cholo. Sentí miedo; mi corazón parecía rajarse, me golpeaba. Empecé a llorar. Como si hubiera estado solo, abandonado en esa gran quebrada oscura. —¡Déjate, niño! Yo, pues, soy «endio», no puedo con el patrón. Otra vez, cuando seas «abugau», vas a fregar a Don Froylán. Me levantó como a un becerro tierno y me echó sobre mi catre. —¡Duérmete, niño! Ahora le voy a hablar a Justina para que te quiera. Te vas a dormir otro día con ella, ¿quieres, niño? ¿Acaso? Justina tiene corazón para ti, pero eres muchacho todavía, tiene miedo porque eres niño. Me arrodillé sobre la cama, miré al Chawala que parecía terrible y fúnebre en el silencio de la noche. —¡Kutu: cuando sea grande voy a matar a Don Froylán! —¡Eso sí, niño Ernesto! ¡Eso sí! ¡Mak'tasu! La voz gruesa del cholo sonó en el corredor como el maullido del león que entra hasta el caserío en busca de chanchos. Kutu se paró; estaba alegre, como si hubiera tumbado al puma ladrón. —Mañana llega el patrón. Mejor esta noche vamos a Justina. El patrón seguro te hace dormir en su cuarto. Que se entre la luna para ir. Su alegría me dio rabia. —¿Y por qué no matas a Don Froylán? Mátale con tu honda, Kutu, desde el frente del río, como si fuera puma ladrón. —¡Sus hijitos, niño! ¡Son nueve! Pero cuando seas «abugau» ya estarán grandes. —¡Mentira, Kutu, mentira! ¡Tienes miedo, como mujer! —No sabes nada, niño. ¿Acaso no he visto? Tienes pena de los becerritos, pero a los hombres no los quieres. —¡Don Froylán! ¡Es malo! Los que tienen hacienda son malos; hacen llorar a los indios como tú; se llevan las vaquitas de los otros o las matan de hambre en su corral. ¡Kutu, Don Froylán es peor que toro bravo! Mátale no más, Kutucha, aunque sea con galga, en el barranco de Capitana.
  • 3. —¡«Endio» no puede, niño! ¡«Endio» no puede! ¡Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles, hacía temblar a los potros, rajaba a látigos el lomo de los aradores, hondeaba desde lejos a las vaquitas de los otros cholos cuando entraban a los potreros de mi tío, pero era cobarde. ¡Indio perdido! Le miré de cerca: su nariz aplastada, sus ojos casi oblicuos, sus labios delgados, ennegrecidos por la coca. ¡A éste le quiere! Y ella era bonita: su cara rosada estaba siempre limpia, sus ojos negros quemaban; no era como las otras cholas, sus pestañas eran largas, su boca llamaba al amor y no me dejaba dormir. A los catorce años yo la quería; sus pechitos parecían limones grandes, y me desesperaban. Pero ella era de Kutu, desde tiempo; de este cholo con cara de sapo. Pensaba en eso y mi pena se parecía mucho a la muerte. ¿Y ahora? Don Froyfán la había forzado. —¡Mentira, Kutu! ¡Ella misma, seguro, ella misma! Un chorro de lágrimas saltó de mis ojos. Otra vez el corazón se sacudía, como si tuviera más fuerza que todo mi cuerpo. —¡Kutu! Mejor la mataremos los dos a ella, ¿quieres? El indio se asustó. Me agarró la frente: estaba húmeda de sudor. —¡Verdad! Así quieren los mistis. —¡Llévame donde Justina, Kutu! Eres mujer, no sirves para ella. ¡Déjala! —Cómo no, niño, para ti voy a dejar, para tí sólito. Mira, en Wayrala se está apagando la luna. Los cerros ennegrecieron rápidamente, las estrellitas saltaron de todas partes del cielo; el viento silbaba en la oscuridad, golpeándose sobre los duraznales y eucaliptos de la huerta; más abajo, en el fondo de la quebrada, el río grande cantaba con su voz áspera. * * * Despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes, me hacían temblar de rabia. —¡Indio, muérete mejor, o lárgate a Nazca! ¡Allí te acabará la terciana, te enterrarán como a perro! —le decía. Pero el novillero se agachaba no más, humilde, y se iba a witron, a los alfalfares, a la huerta de los becerros, y se vengaba en el cuerpo de los animales de Don Froylán. Al principio yo lo acompañaba. En las noches entrábamos, ocultándonos, al corral; escogíamos los becerros más finos, los más delicados; Kutu se escupía las manos, empuñaba duro el zurriago, y les rajaba el lomo a los torillitos. Uno, dos, tres... cien zurriagazos; las crías se retorcían en el suelo, se tumbaban de espaldas, lloraban; y el indio seguía, encorvado, feroz. ¿Y yo? Me sentaba en un rincón y gozaba. Yo gozaba. —¡De Don Froylán es, no importa! ¡Es de mi enemigo! Hablaba en voz alta para engañarme, para tapar el dolor que encogía mis labios e inundaba mi corazón. Pero ya en la cama, a solas, una pena negra, invencible, se apoderaba de mi alma y lloraba dos, tres horas. Hasta que una noche mi corazón se hizo grande, se hinchó. El llorar no bastaba; me vencían la desesperación y el arrepentimiento. Salté de la cama, descalzo, corrí hasta la puerta; despacio abrí el cerrojo y pasé al corredor. La luna ya había salido; su luz blanca bañaba la quebrada; los árboles rectos, silenciosos, estiraban sus brazos al cielo. De dos saltos bajé al corredor y atravesé corriendo el callejón empedrado, salté la pared del corral y llegué junto a los becerritos. Ahí estaba Zarinacha, la víctima de esa noche; echadita sobre la bosta seca, con el hocico en el suelo; parecía desmayada. Me abracé a su cuello; la besé mil veces en su boca con olor a leche fresca, en sus ojos negros y grandes. —¡Niñacha, perdóname! ¡Perdóname mamaya! Junté mis manos y, de rodillas, me humillé ante ella. —¡Ese perdido ha sido, hermanita, yo no! ¡Ese Kutu canalla, indio perro! La sal de las lágrimas siguió amargándome durante largo rato.
  • 4. Zarinacha me miraba seria, con su mirada humilde, dulce. —¡Yo te quiero, niñacha, yo te quiero! Y una ternura sin igual, pura, dulce, como la luz en esa quebrada madre, alumbró mi vida. * * * A la mañana siguiente encontré al indio en el alfalfar de Capitana. El cielo estaba limpio y alegre, los campos verdes, llenos de frescura. El Kutu ya se iba tempranito, a buscar «daños» en los potreros de mi tío, para ensañarse con ellos. —Kutu, vete de aquí —le dije—. En Viseca ya no sirves. ¡Los comuneros se ríen de ti, porque eres maula! Sus ojos opacos me miraron con cieno miedo. —¡Asesino también eres, Kutu! Un becerrito es como una criatura. ¡Ya en Viseca no sirves, indio! —¿Yo no más, acaso? Tu también. Pero mírale al tayta Chawala: diez días más atrás me voy a ir. Resentido, penoso como nunca, se largó al galope en el bayo de mi tío. Dos semanas después, Kutu pidió licencia y se fue. Mi tía lloró por él, como si hubiera perdido a su hijo. Kutu tenía sangre de mujer: le temblaba a Don Froylán, casi a todos los hombres les temía. Le quitaron su mujer y se fue a ocultar después en los pueblos del interior, mezclándose con las comunidades de Son-dondo, Chacralla... ¡Era cobarde! Yo, solo, me quedé junto a Don Froylán, pero cerca de Justina, de mi Justinacha ingrata. Yo no fui desgraciado. A la orilla de ese río espumoso, oyendo el canto de las torcazas y de las tuyas, yo vivía sin esperanzas; pero ella estaba bajo el mismo cielo que yo, en esa misma quebrada que fue mi nido. Contemplando sus ojos negros, oyendo su risa, mirándola desde lejitos, era casi feliz, porque mi amor por Justina fue un «warma kuyay» y no creía tener derecho todavía sobre ella; sabía que tendría que ser de otro, de un hombre grande, que manejara ya zurriago, que echara ajos roncos y peleara a látigos en los carnavales. Y como amaba a los animales, las fiestas indias, las cosechas, las siembras con música y jarawi, viví alegre en esa quebrada verde y llena del calor amoroso del sol. Hasta que un día me arrancaron de mi querencia, para traerme a este bullicio, donde gentes que no quiero, que no comprendo. * * * El Kutu en un extremo y yo en otro. El quizá habrá olvidado: está en su elemento; en un pueblecito tranquilo, aunque maula, será el mejor novillero, el mejor amansador de potrancas, y le respetarán los comuneros. Mientras yo, aquí, vivo amargado y pálido, como un animal de los llanos fríos, llevado a la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraños. JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
  • 5. RESUMEN DE LA OBRA WARMA KUYAY ES EL SIGUIENTE: Cuenta la historia de un niño mestizo llamado Ernesto sobrino de uno de los dueños de la hacienda Viseca; aquel niño vivía enamorado de una india llamada Justina, pero su amor de ella le pertenecía a un indio llamado Kutu, un indio con cara de sapo así lo llamaba Ernesto. Puesto que en su conquista el niño Ernesto expresa su amor profundo lo que siente, y las cosas lindas que le dice ”¡Justina! ¡hay,Justinita! ¡Justinay,te pareces a las torcazas de sausiyock!”, ella lo ignora y no son de mucha importancia para Justina más que una broma de niños, por que siente que es un niño que no sabe nada de el amor. En la hacienda vivía Don Froylán un hombre a quien todos tenían miedo en la hacienda Viseca, era un patrón muy malo que de un solo latigaso mandaba a dormir a toda su gente. Cierto día kutu le conto al niño Ernesto, que su amo Don Froylán había abusado de su adorada Justina, y Kutu encontró una manera de vengarse contra su amo, y era golpeando ferozmente a los becerritos, cada noche eran latigazos a cuanto becerritos pudiese dar. Al inicio el niño Ernesto aceptaba esta locura de Kutu y disfrutaban de esta venganza; Pero luego pensó y dijo que no era necesario pegar a esos inocentes becerritos. Él niño Ernesto una noche acompañó a la paliza de esos inocentes becerritos le dijo kutu que matara a don Froylán por que era un hombre muy malo y no merecía vivir; pero Kutu se negó añadiendo que él era un “endio” y que no iba a poder contra su amo; pero le pedía a Ernesto que cuando creciera fuera “abugau” y destruyera al amo. Ernesto le increpó a Kutu de Cobarde por no aceptar la propuesta y salvaguardar el honor de su enamorada justina. Pero una vez el niño Ernesto arrepentido de tan cruel golpiza que había permitido por parte de kutu contra esos becerritos, corrió al corral y abrazando al que ese día había sufrido la paliza, le pidió perdón, mientras el becerrito lo miraba dulcemente y sin saber por qué había sufrido tan sangrienta golpiza. Luego le increpó a Kutu de cobarde y asesino de animales, mas kutu al no soportar tan humillante hecho, decidió marcharse de la hacienda por que no podía vivir siendo tildado de cobarde y no teniendo el valor para para afrontar a su amo y haber defraudado su amada india Justina. Ernesto se quedó junto a Justina, sabiendo que ella no podría amarlo por ser un niño. Al final Ernesto es llevado a otro lugar, donde recordaba ya de adulto y con mucha melancolía a su warma kuyay ”amor de niño”. Esto ha sido un breve resumen del cuento warma kuyay ( amor de niño) RESUMEN DE AGUA - Jose Maria Arguedas
  • 6. Argumento de "Agua", libro de Jose Maria Arguedas. San Juan, un lugar de la serranía, se encuentra en un ambiente desolado por los comuneros, los corredores de sus casas sin habitantes. Sólo el cornetero encargado de llamar a la gente para el reparto del agua, la mesa ya esta ubicada en el corredor de la cárcel, lo había puesto el varayoq. La comunidad ubicada entre los cerros de tamaño monstruoso, representaban la falta de agua, la laderas ya resecas y sólo se observaba la blancura de la tierra, los arbustos secos y nada más que el eucalipto en el centro de la comunidad estático y sin un ápice de movimiento indicando que el sol burlón no permitía que sople el viento, los campesinos apenados y agresivos contra el sol que mataba a sus sembríos y el agua que debía repartirse aún no llegaba, manifestaban que era para las autoridades nada más que para ellos. Don Braulio era el encargado de ordenar la repartición de agua, para algunos era posible y a otros los odiaba, ¿Agua para ellos? ¡No hay! Tenían que resignarse a regresar a casa con la frente agachada y con la ira que no podía salir sino quería que don Braulio de un tiro en el aire, ahuyentando por lo tanto a todos aquellos que habían ido por el líquido que requerían sus sembríos y poder subsistir la sequía. Los campesinos expresaban siempre la supeditación a don Braulio, el dueño de la comunidad a quien nadie, absolutamente nadie podía atreverse a contestarlo, y si era así, resignación para el campesino, utilizando su ira, comenzaba a dar gritos que incomodaban a la comunidad. En esta comunidad de San Juan existían otros comunidades como, Akola, Utek, Andamarca, Sondondo, Aucará, Chavilla y Larcay, en esa comunidad San Juan se reunieron todo los comuneros para tratar sobre los reparto del agua, en la comunidad estaban en escasez de lluvia y no había agua, los sembríos estaban secándose, cuando Pantacha llegaba a la plaza, vio alrededor de la comunidad como un desierto, los pilares que sostenían el techo de las casas todo torcidos y apoyados por troncos y otros rectos enteros. Pantacha se fue a Nazca y volvió de seis meses y se encontraron con Ernesto, conversaron sobre la situación de la comunidad de San Juan, Ernesto lo contó todo y Pantacha era un músico y “tocó” su corneta, un huayno de Uteqpampa triste y desconsolado la gente de San Juan se reunieron y comenzaron a bailar, en ese momento gritó el tayta Vilkas (un indio viejo) resondró diciendo ustedes están alegres, bailando y cantando la tierra está seca hay que rezar para que mande lluvia a San Juan. Agua lloriqueando! y no conseguían de turno y se volvían de amargura pensando que el maíz estaba secándose, Pantacha gritoneaba delante de Don Vilkas y Braulio y de los demás seguidores, ustedes hacen llorar a la gente robando plata. Vilkas y Don Inocencio se pusieron triste, los comuneros gritaban, pero Braulio dijo respeta a las autoridades y Pantacha se puso bravo y Don Inocencio rogó y jaló a Don Vilkas.
  • 7. Don Braulio los carajeaba a todos los comuneros y recién se daban cuenta, que Pantacha, Don Wallpa y Pascual se levantaban contra el viejo Vilkas, Inocencio y los demás indios pensaron hay que sacar agua de la laguna para todos los que más hablaban, Pantacha y Don Pascual pero la pelea seguía con Braulio. Braulio estaba embriagado y se fue a avisar a Inocencio y sus seguidores estaban vivando ¡Viva Don Braulio!, se enfrentan Pantacha y Braulio, y también Don Wallpa quería enfrentarse, Don Antonio patea a Don Braulio y Don Braulio saca su revolver y hace dos tiros al aire y después le mata a Pantacha, Ernesto rompe la cabeza con la corneta que yacía tirada en el suelo. Don Braulio le ordena a Inocencio para que lo mate y el no quiso, las autoridades le encarcelan a Don Wallpa, Inocencio y Vilkas y se solucionó el problema de San Juan y todos tuvieron una chacra muy verde, los animales satisfechos con los pastos, pero seguía el cielo muy despejado sin lluvia sin Pantacha, Pascual, Wallpa, pero tierra era húmeda y los indios iban rogando a su Tayta. Entonces los comuneros se fueron de odio y cólera, el tayta Vilkas respetaba a las autoridades de repartidores de agua, en esa los escolares correteaban, al oír la bulla se ponía avergonzado, Pantacha le preguntó usted no es cariñoso son los maqtillos, Ernesto miró a Braulio con rabia porque estaba causando problemas a todo los indios porque los cultivos estaban secándose, sus chacras de él son verdes y los demás comuneros secos y se fue a su casa agachado, el niño Ernesto le dijo Don Braulio es ladrón, Pantaleoncha también le preguntó porque tan asustado y los escoleros oyeron, Braulio le dijo eres chistoso vaya a tocar tu corneta. Un día domingo programó para repartir agua y los repartió a los seguidores, y a los demás no les repartió, los indios se fueron a su casa sin decir nada, los Tinkes dijo los comuneros van a morir como perros por no reclamar, Pantacha miró con lágrimas a los comuneros, al oír la conversación de los indios, y subió al corredor y “tocó” su corneta y los comuneros los miró asustados los Tinkes también de alzamiento de Pantacha pero ellos tenían miedo, un domingo se reunieron en el corredor de la cárcel y pedieron agua, lamentablemente el protagonista que había roto la cabeza de la autoridad principal de san Juan tenía que huir. Refugiándose en un pueblo llamado Utek'pampa donde él puede darse cuenta que los indios de ese pueblo se hacen respetar sus derechos y son libres de cualquier abuso, lo opuesto a su pueblo natal.