Este documento discute las motivaciones y actitudes hacia la prostitución desde varias perspectivas. Desde el punto de vista de los clientes, la prostitución ofrece desahogo sexual sin responsabilidades futuras. La Iglesia considera la prostitución como pecado grave que aleja de Dios. La autoridad civil debe combatirla como un mal social, aunque hay desacuerdo sobre si debe ser tolerada o prohibida. La solución requiere abordar factores como la pobreza y educar para elevar la moral.
1. 6. LOS CLIENTES Y SUS NECESIDADES
Los clientes de las prostitutas las utilizan por diversas razones. Las
motivaciones de muchos hombres,
especialmente aquellos de las clases bajas, son a menudo simplemente de
desahogo sexual o de deseo de experimentar un contacto sexual nuevo, a
través de una nueva mujer o de un método tabú (normalmente, el contacto
buco-genital). Sin embargo, para muchos otros hombres, normalmente de la
clase media, con el contacto con las prostitutas suele ser un hecho más
complejo y está rodeado de una mayor ambivalencia.
Naturalmente, existen las motivaciones de novedad de la pareja y de la técnica
sexual, pero parece que la falta de responsabilidad futura por las
consecuencias del contacto sexual constituye también un factor importante.
Como quiera que muchas de las barreras institucionalizadas puestas a la
actividad sexual están relacionadas con el mantenimiento de la familia y el
aseguramiento de su porvenir, el contacto con una prostituta es importante
para muchos hombres, ya que les permite un desahogo sexual sin que su
comportamiento se vea controlado. La culpabilidad que sigue a la violación de
las normas da normalmente mayor profundidad e intensidad al carácter erótico
de la relación, como también lo hace la situación degradada de la prostituta,
que ofrece unas relaciones sexuales sin que haya que ofrecer a cambio cariño
y sustento.
Además la prostituta proporciona un contacto sexual que no requiere del
hombre la tradicional inversión de tiempo y esfuerzos necesarios para llegar a
coito, y lo deja libre para otras ocupaciones. Los frecuentes contactos con
prostitutas por quienes asisten a congresos, convenciones, etc., o se
encuentran alejados de casa por otras razones, hace pensar en el aflojamiento
de los controles sociales necesarios para que tales contactos tengan lugar.
7. LA ACTITUD DE LA SOCIEDAD CIVIL.
Cara a la represión de prostitutas, cabría objetar -y así se hace desde diversos
ambientes- que la pasión natural del hombre, su desarrollo sexual “normal”,
exige “desahogos” ocasionales. Para estos tales, la prostituta sería un
fenómeno inevitable. Sin embargo, en las grandes ciudades, el desarrollo
sexual se caracteriza por una hiperactividad prematura -fruto de la
permisividad- que constituye una excitación puramente ficticia del instinto. El
instinto desempeña en la prostituta un papel mucho menos importante de lo
que se afirma, y gran parte de lo que se ha considerado como “fisiológico” es,
sin duda, un mal social, atajable. Muchas de las prostitutas han llegado a ese
modo de vida por una serie de circunstancias ambientales; de ahí que la
prostituta pueda ser combatida eficazmente por medio de una política social
que modifique aquellos factores ocasionantes (vivienda, educación, igualdad
de salarios respecto al hombre, cualificación profesional, etc.) y que proteja a
2. las jóvenes contra las solicitaciones de personas u organizaciones
proxenetistas.
Pero lo importante es eliminar las causas morales; algunas tienen su raíz en
aquella pretendida dualidad de las diferentes morales en materia sexual
exigidas al hombre y a la mujer; es un objetivo a largo plazo que deberían
proponerse los diferentes movimientos feministas. La solución no será, en
ningún caso, rebajar el nivel de exigencia moral en las mujeres -como
reclaman solapada o explícitamente algunos de estos movimientos-, sino más
bien elevar la actitud moral en la conducta de los hombres; terminar -por parte
de la autoridad pública- con el permisivismo social, promover una política de
protección a la familia, elevar el nivel de educación moral y subvencionar
suficientemente centros e instituciones para la reinserción social de estas
mujeres.
La sociedad civil no puede reprimir todos los vicios, pero la tendencia actual
es suprimir los sistemas de reglamentación de la prostituta e implantar el
abolicionismo, persiguiendo la prostituta practicada con proteccióln y reclamo
escandaloso.
A nivel internacional se han firmado diversos acuerdos en 1904, 1910, 1921 y
1933 para combatir la prostitución, pero el mejor y más completo instrumento,
en el plano del derecho, es la Convención Internacional, relativa a la represión
de la trata de blancas, votada por la IV Asamblea General de las Naciones
Unidas (2 de dic. de 1949), a la que no pueden adherirse los países que sigan
manteniendo un sistema de reglamentación.
El sistema seguido en España -al igual que en Francia, Italia, Alemania,
Holanda, Luxemburgo, etc.- es el abolicionismo. Después de una tradición de
tolerancia reglamentada, el decreto-Ley de 3 de mar. De 1956 abolió en
España los centros de tolerancia y adoptó medidas represivas contra la
prostitución.
Otras normas legales contra la prostitución están recogidas en la Ley de
Peligrosidad social -que sustituyó a la Ley de Vagos y Maleantes-, en las
circulares de la fiscalía del Tribunal supremo y en el CP (art. 434-447 y 452
bis).
3. 8. LA ACTITUD DE LA AUTORIDAD MORAL. LA IGLESIA
La Iglesia al exponer la moral cristiana rechaza la prostitución, al igual que
cualquier otro tipo de relación sexual fuera del matrimonio, ya que
constituyen pecado grave, independientemente de la legislación estatal al
respecto.
Lo especifica como pecado de fornicación, que excluye del reino de los cielos
al que lo comete, como declara S. Pablo a los de Corinto y a los de Éfeso [(1
Cor 6, 9-10), (Eph 5,5)].
Posee además una serie de efectos a nivel moral y a nivel físico, tanto en el
individuo como en la sociedad, que convendrá tener presentes para despertar
en las conciencias cristianas la necesidad de luchar para acabar con él en
cuanto sea posible.
Entre los efectos morales podemos citar:
la frecuencia del pecado de fornicación, el aumento de la líbido que echa
raíces más profundas, se favorece la solicitación a las mujeres honestas, más
jóvenes se prostituyen, los adolescentes desprecian a sus padres, gastan más
dinero del que tienen, no estudian, se vuelven pendencieros y rechazan el
matrimonio.
Entre los efectos físicos se encuentran: el contagio y transmisión de las
enfermedades venéreas. Sin duda, nadie niega la importancia de estas
enfermedades sobre la persona y la sociedad.
8.1. Mención se ha de hacer a las obligaciones de la autoridad civil según la
Iglesia:
Tratándose de un mal social, la autoridad pública debe intervenir para atajarlo,
ya que su misión es velar por el bien común.
Desde el punto de vista legal son dos las posibilidades para combatir el
meretricio: tolerarlo como un mal menor, o declararlo fuera de ley y
perseguirlo como un delito. Sobre las ventajas e inconvenientes de cada una
de estas posibilidades ha habido grandes controversias desde siempre. Parece
que los autores más antiguos se inclinaban por la tolerancia, mientras que los
más recientes se inclinan por la prohibición.
4. Los que defienden
la legalización, frecuentemente invocan a la autoridad de s. Agustín, que se
decide por la tolerancia para evitar mayores perturbaciones en el campo de la
lascivia y la de s. Tomás, que citando a S. Agustín, al tratar de la permisión de
los ritos de los infieles, da el fundamento de la tolerancia de las leyes: <<Los
que gobiernan en el régimen humano, razonablemente toleran algunos males,
para que no sean impedidos otros bienes, o para evitar peores males>>.
Además de este argumento de autoridad, se suelen aducir otras razones de
conveniencia como el de la posibilidad de un control higiénico sanitario por
parte de la autoridad, que favorezca la disminución de las enfermedades
venéreas, y localice las casas dedicadas a estos fines en lugares bien
determinados, evitando una generalización de este vicio por toda la ciudad,
etc.
Los que tienen la opinión contraria, entre ellos S. Alfonso, dicen que si los
autores más antiguos eran partidarios de la legalización era porque las
circunstancias históricas y sociales en que vivieron les hacía pensar así, pero
que hoy han cambiado totalmente. Además tener lugares determinados y
reconocidos para el meretricio es favorecerlo y dar una ocasión próxima a
aquellos que quieren aprovecharse.
Así, que la autoridad civil, en su lucha contra el meretricio, deberá tener
presente.
que nunca será lícito implantar prostíbulos -más o menos encubiertos-, ni
dar permiso para que lo hagan los particulares (hay empresas que explotan el
meretricio a nivel nacional e internacional con grandes medios económicos y
de otro tipo).
que en el caso de que en el país ya exista una tolerancia reglamentada, se
debe valorar con todo cuidado la posible ventaja de su supresión, teniendo en
cuenta que esta tolerancia no significa una solución definitiva del problema.
Debe luchar con todas las posibilidades contra los males que de ella se derivan
5. y, por tanto, llevar un control riguroso de policía y sanitario hasta llegar, si es
posible, a la supresión total. Además la ley se aplicará con todo rigor.
que la lucha no debe ceñirse sólo a un control legalizado o a la supresión
legal radical. Debe ir más lejos tratando de resolver aquellos problemas que
pueden ser causas remotas: problema de la vivienda, pobreza material,
trabajos inadecuados para la mujer, etc., y sobre todo, fomentar la educación
cristiana elevando el nivel moral de los ciudadanos por medio de la vigilancia
de las publicaciones, espectáculos, publicidad, moralidad en la vía pública,
etc..
debe procurar también que las mujeres que por desgracia ejercen este oficio
tengan posibilidades de redimirse, creando instituciones idóneas y
favoreciendo las ya existentes, tanto oficiales como privadas.
8.2. Mencionar también la actitud de personas singulares
A nivel particular y privado, la actitud de un cristiano ante la prostitución debe
ser, como ante cualquier mal, la de poner en práctica todas las posibilidades
lícitas que tiene a su alcance para combatirlo. No puede desentenderse y
quedar indiferente ante este mal. Habrá profesiones que permitirán un mayor
influjo y eficacia en esta lucha, como son los médicos, educadores, etc., que
deberán tener en cuenta:
que la legislación que tolera y regula el vicio de la prostitución no la hace
moralmente lícita; las eventuales medidas legales sobre higiene, etc., tienden a
disminuir los males que se siguen para el bien común, no a fomentar o
favorecer el vicio. Por tanto, bien a nivel personal como colectivo, no pueden
emplearse modos de hablar o expresiones que impliquen la aprobación -
aunque sea tácita- de la prostitución en sí misma.
que deben dar razones morales, más altas,
para apartar de este mal a las personas: en primer lugar han de enseñar que se
trata de una ofensa a Dios y, en consecuencia, a la misma dignidad humana;
además, se podrán dar otras razones de orden natural: el posible daño a su
salud, a su familia, mujer e hijos. Sólo así, y aconsejando medios
6. sobrenaturales -las normas de piedad y ascesis que exige el cumplimiento del
sexto mandamiento-, se podrá influir en la erradicación o, por lo menos, en la
disminución de este mal.