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Quinta edición
Enero 2016
Lingua Mae
Editorial Independiente
Octubre 2014
En algún lugar del Uruguay
colectivolinguamae@gmail.com
Todo lo que sigue, enteramente, eternamente a mis padres
Gracias por ser
De Ida & Vuelta
Andares de la vida universitaria
Matías da Costa Pereira
Ilustraciones de Andrés Rivero Amaral
A los que recién llegan
A los que ya se van, o se quedan
A los del interior que no son los de afuera
y especialmente
A ella
que toda vida universitaria
en su andar refleja
Andenes
¿Coche 3? ¿Bajás en terminal?
Esas preguntas, o casi esas ¿cuántas veces las escuchaste?
¿Cuántas veces deseaste ventana, cuántas te estiraste para saludar a
quien de abajo te despide, sin irse antes de perder de vista el coche?
¿Cuánta nostalgia anticipada, cuántas veces tus ojos contra el vidrio?
Dormir, tan sólo dormir y despertarse en otra ciudad.
Seguro son demasiadas las preguntas, pero de qué otra forma se podría
empezar una historia que sólo trae dudas, miedos, incertidumbres, y fe
ciega en un pretencioso sueño que va sembrando independencia.
Ida y vuelta, palabras inseparables, volver siempre, partir siempre. Los
mismos zapatos que poco a poco van leyendo calles nuevas, son los que
cuando cansados vuelven al pié de sus raíces, para regarse quizás de
esperanzas, hasta florecer juntos a otros cientos, haciendo primavera en
pleno otoño.
Cuadernos que se archivan y dejan su lugar a otros que esperan ansiosos
con sus reglones vacíos, compañeros de rutina que como el mate, no
cambian a cada semestre, y eso acá se valora, tanto o más que una
encomienda.
Nuestra vida de estudiante es historia de cambios, pocas son las cosas
que se conservan intactas desde su primer marzo, ¿recuerdan su primer
marzo?
Las paredes cambian, las llaves de casa, la cama y la hora de dormir. La
inocencia se va yendo como el sol que a las seis va dejando hilachas de
luz por entre los edificios del centro. Y a la noche los ojos que hacen
hora extra para terminar ese párrafo, van cambiando. Los amigos de
pensión, de apartamento, van y vienen como el ómnibus que nos trae y nos
lleva y que cada año le duele más al bolsillo.
Sin embargo, ahí está aquel sueño, entre ceja y ceja, entre un paso y otro,
anclado a tus pies. A veces se te pierde de vista o se te esconde entre los
edificios del centro, o en el espiral de algún cuaderno que no quiere
archivarse. Pero ahí está, manifestándose cada marzo, creciendo con cada
aprobado. Es él el espacio entre el espejo y vos, entre el lápiz y la hoja,
entre la ida y la vuelta.
Acá empieza la historia que sólo sabe empezar, tan sólo sabe de comienzos,
tan sólo trae cuentos a contar.
Del norte vengo como la tormenta, y así como vengo me voy, como la
tormenta.
Y no vengo solo, vienen conmigo nubes de todas partes y bien cargadas,
con aguas de otras lluvias que ahora deciden mojar el asfalto del sur.
Venimos con viento, viento norte y caliente, y vamos entrando por todas
las puertas y ventanas de todas las facultades y pensiones.
Somos el temporal de cada marzo. Atrás dejamos a nuestro cielo, y venimos
en busca de un sol, que se olvidó de ir a secar las calles embarradas de
nuestro pueblo.
Aquí también están los que nunca vienen, se quedaron.
Los que vienen y se van, y no porque quieran irse.
Los que están pero no están donde deberían estar, ni como deberían de
estar.
Intermitentes, están a veces, otras no.
Los que viven a los manotazos para no ahogarse.
Lucas quería pero no podía, Cecilia pudo, pero pronto dejó de poder,
Yonathan volvió y trabaja en un almacén, Cristhian está.
Esta historia la cuentan todos, aunque muchos no entren en las
estadísticas profesionales, ni ocupen un lugar en la pensión.
Estamos sí, en los carteles de la manifestación, en los grafitis por todo
el barrio, y cuando cae uno, a la calle salimos todos. Tenemos bien más
hinchada que cualquier cuadro de fútbol, o sino, empiecen a sumar
nuestras familias.
Conocemos la despedida, la ilusión, la nostalgia en las terminales, el
olor a encomienda. Nos reconocemos sin conocernos.
Y dicen, que somos el futuro, aunque algunos nos talen el presente.
“Me enseñó el Viejo Antonio que uno es tan grande como el enemigo que
escoge para luchar, y que uno es tan pequeño como grande el miedo que se
tenga”
Insurgente Marcos a Don Eduardo Galeano
Chiapas/Mexico
Yo elegí a la centralización, y es tan grande y tan cortante,
tan distante y tan gris
que mi miedo es justamente
volverme gris
Capitulo Uno
Muchas Flores en Otoño...
Cruzando
Era la primera vez en la vida de Cintia que una calle pasaba por encima
de su cabeza, ella se esperaba muchas cosas de Montevideo, pero nunca que
Tristán Narvaja, la calle que buscaba hacía ya más de dos horas, pasara
como puente en pleno centro.
En los cumpleaños familiares nunca faltaban las anécdotas
montevideanas de su primo universitario, contadas a gritos y con orgullo
por su tía Ana. Cuando Cintia decidió venirse, su madre le hizo acuerdo de
algunas historias, especialmente las no muy lindas.
-¿Te acordás el trabajo que pasó tu primo para encontrar una pensión? Tu
no estás acostumbrada a eso, vas a extrañar enseguida Cintia, además, no
entiendo, para estudiar administración tenés la UTU, como la hija de
Carmen, hace tres años que trabaja lo más bien, si hasta autito tiene.
-Voy a estudiar economía, no administración.
Contestó con aire rebelde y sin pensar, Cintia estaba declarando su
independencia.
Por ahí andaba ella, a unos treinta metros de Tristán, pero tuvo que
caminar más de cinco cuadras para dar la vuelta y al fin pisar la calle.
Con montevideo sobre sus pies, se esperanzó, tampoco es tan difícil.
La pensión quedaba en la esquina con Cerro Largo, ahí a pasos de la
facultad de psicología, es que acá es ley vivir cerca de una facultad que
no será la tuya.
Cintia caminaba encantada bajo los plátanos, fascinada por las casas tan
antiguas y las más antiguas antigüedades en las casas. Era bien distinto
al montevideo que le pintaron, la gente no era tan gris y en las veredas
montoneras de jóvenes con pantalones a rayas y guitarras al hombro, no
charlaban sobre fútbol, y sí sobre teatro y música, también eran distintos
a los de su ciudad.
La pensión, claro, era igual a todas, por la altura pintaba ser de dos
pisos, pero era de uno nomas, dos ventanales enormes y entre ellos la
puerta, para Cintia toda una novedad. Le tocó abrir a Jimena quien la
invitó a pasar enseguida, y entre saludos, besos y toallas colgadas en
las puertas entreabiertas, salía a luz ante los ojos de Cintia, esa
extraña forma de vivir.
Llegando a la cocina, Jimena también la invitó a almorzar junto a su
amiga, que tres años atrás y por esta misma fecha le abría la puerta a
ella. Después del fideo con milanesas, y varias anécdotas, la invitaron a
que las acompañara a poner boletos, también a la juntada del viernes, y a
la feria del domingo. Acá es así.
A la noche por teléfono, Cintia no paraba de contarle su día a la madre,
sin dudas allí empezaba una nueva vida, con plátanos repletos de hojas
verde-amarillas, risas de esquina, gente linda, joven y desconocida,
cargando mochilas, cruzando calles, almuerzos compartidos, noches a vino
y charla, cientos de calles nuevas para gastar zapato. Aquí arrancaba el
camino.
Cintia cruzaba el puente, en pleno centro montevideano.
-Con el permiso del señor conductor les paso a entregar este cuento sin
compromiso de lectura-
Si me sentara del lado del conductor, cuando el ómnibus entrara a la
avenida, debería ver una plaza. Entonces la siguiente parada era la mía.
No sólo no me senté del lado del conductor, sino que no me senté. En aquel
21 había mas gente que asientos. Miento, mucho más gente que espacio.
¿Cuánta gente entra en un 21? Ni el guarda sabe.
Pensar que en mi ciudad, la única preocupación que tiene un pasajero es
estar atento por si debe ceder el lugar.
Yo todavía no había puesto los dos pies en la escalera, cuando arrancó a
andar. Mientras desenganchaba la mochila de la puerta, que
inesperadamente se cerró, buscaba en el bolsillo las monedas. Algo tan
sencillo puede complicarse mucho, demasiado para el cobrador.
Boleto y cambio en una mano, la otra tironeando la mochila que a esta
altura no sé ni donde estaría enganchada. Por primera vez, sentí la falta
de un tercer brazo, y cuando el conductor recordó un poco arriba, que en
rojo no se pasa, sentí la falta de una tercera pierna.
Después de 45 minutos de tire y empuje, se me vino la voz de mi tío a la
cabeza, que me decía que no me olvidara de sentarme del lado del
conductor. Era tarde.
-Señora, a la plaza de los bomberos ¿ya la pasamos?
Silencio.
Mejor preguntarle a alguien mas joven.
-Che, decime ¿qué calle es esta?
-Ni idea.
Bajé y caminé, más de veinte cuadras.
-A mi padrino Gabriel por tanto...por tanto cariño-
Cielo del sur
Cómo podría estar preparado para semejante cosa. Así nomas se tiró. Su
cuerpo cortó el viento en un eterno instante. Vino del cielo, de una nube,
de una azotea de un edificio en construcción. Congeló el transito tan
sólo por unos pocos segundos y nada más. Como podría yo con mis dieciocho
años entender.
Partió el asfalto, partió el tiempo y partió al partir mi inocencia, que se
fue como la vida esa.
Era apenas mi tercer día acá, como podría esperar algo así. Nada ni nadie
se detuvo, apenas el tipo que limpiaba los vidrios de un auto y yo. Ni
siquiera el semáforo.
Quien quiera que fuera, no logró el silencio que merecía ni la paz que
buscaba. Continuaban los ruidos de taladros y martillos en la obra. La
gente distraída e insensible a los gritos por el celular, la madre
discutiendo con la niña. Las bocinas a media cuadra quejándose por el
embotellamiento sin motivo. Ningún pié pisó el freno.
Como podría seguir caminando, cómo pudo el tipo en moto esquivar como si
nada.
Sentí el peso de su mochila en la mía. Yo apenas cargaba mis cuadernos.
Venía memorizando el recorrido del ómnibus, cuando sentí esa racha de
soledad y descaso que barrió Bulevar Artigas a metros de la cruz del
papa. Que fácil era perderse bajo esos edificios a medio hacer. Cómo pudo
venirse de un cielo azul tanta desidia.
Ese no era el cielo de mi barrio.
Diferente fue ese día subir las escaleras del edificio para levantar el
tubo y decirle a mis padres que estaba todo bien, contarles lo bueno que
había sido mi tercer día en la capital.
“Morreu na contramão atrapalhando o tráfego”
Acá pero allá
Yo iba parado en aquel ómnibus pero no estaba allí. A las 7:00 am me
levanté, pero a las 7:45 me estaba levantando de mi cama, la de allá. Justo
me crucé con mi padre que ya iba por el décimo mate, y por mi madre
prendiendo la radio. Yo iba pero no iba, me había quedado estudiando
hasta las 4:00 hasta que me dormí para descansar un poco, y tuve un sueño
horrible, soñé con lo que había estudiado. Mientras el 407 conmigo adentro
esperaba en el semáforo, yo estaba saliendo de mi casa. O era el 405, los
dos me servían, los dos son rojos y los dos van llenos. No hay diferencia.
Ya iba yo caminando por el empedrado, saludé a la Doña, al Don, al perro,
al caballo y al carro. El bolichero sacando los cajones de verduras, los
gurises yendo a la escuela de muro largo y blanco, la plaza, la quiniela,
la tómbola, el olor a pan. Esperen un poco, que escuché una queja, una
crítica y una puteada al guarda. Un pasito al fondo que hay lugar. Un
codazo en la espalda y un correte pelotudo. Bien, ya pasó, ¿dónde estaba
mismo? Ah si! Cruzando el comité o el bar, nunca supe bien que era
aquello. La fila para el comedor, la carnicería evangélica y sus chorizos
celestiales, la competencia en la vereda de enfrente, y la competencia de
la competencia a media cuadra. La gomería y el club, la comisaría y la
iglesia, la papelería y el liceo, el cuartel y la cancha, juntos hasta que
la economía los separe. Y ahora la facultad de Arquitectura, miren que
grande que... Esperen!, en mi pueblo no hay Facultad de... Ah! Permiso que me
bajo en la próxima y acá ni loco quiero caminar una cuadra.
“Me solta Montevideo que acá no hay cuerpo que aguante”
Martín iba rumbo a la cocina para apagar el arroz que según Ana se le
quemaba. En eso se cruzó con Sebastián que salía para el súper, y le
preguntó si quería algo. Si, traeme un pan, le avisó Martín.
Ana estaba estudiando con Cecilia y Yonathan, en la sala de estudios que
también era el comedor. Yona era de Rivera, y andaba con Ceci, de Soriano.
Estaban en vuelta de garantías para alquilar juntos.
Martín puso más milanesas al horno para invitar a Seba, bajó al baño
pero se estaba bañando Carla, así que fue al cuarto a buscar platos. Se
cruzó con Claudia en el sofá hablando con su madre, que cuando se enteró
le mando un beso, pero Martín ya no estaba.
Sonó el timbre, corrió Cristhian a la puerta pero Gimena ya había
entrado, porque Seba justo llegó y los dos pasaron. Carla salía del baño y
agradecía por haberle abierto la puerta a su amiga, de pasada con la
toalla en la cabeza la invitó a Claudia al baile, pero no había plata.
¿A quién le toca lavar? Gritaron.
A mí, contestaron.
El taper con tuco está con olor. Y bueno, dijeron, ya fue.
Martín subía otra vez las escaleras hacia la cocina, ahora pensando si
el taper era suyo. Apagó las milanesas, sirvió el arroz y avisó. Cristhian
escuchó y dijo que entraba con la Coca.
-¿Ana, dónde está Sofía?
- Y, debe estar con el novio.
Al ver las milanesas en la mesa, a Yonathan le pegó el hambre, así que
descongeló unos panchos brasileños.
En la mesa, las milanesas, los panchos, el celular con música sonando, los
cuadernos y un libro de Psicopatología. La pensión poco a poco se iba
silenciando, era noche de viernes y quedaban sólo los que trabajaban el
sábado.
Después de lavar, llegó Rodrigo con un amigo y un rosado dulce. La noche
se estiró hasta las tres, hasta que se fueron Yonathan y Ceci, después
Ana, después el vino.
Martín apagó la luz de la sala, entró a su cuarto, estiró la frazada, puso
despertador, y se acostó.
Miró un rato al techo, imaginó caras en la pared, contó las horas de
sueño, los días para fin de año, suspiró un buenas noches, y durmió.
A los de Rodo 1717.. a Martin y sus 700 pesos por mes...
a los recuerdos de aquella vez
Hasta parece que acá todo se quedó estático, congelado en el espacio, sin
cambio de estaciones. Que en estos meses la vida solo giraba allá por el
sur. Sin embargo las cosas aún viven, respiran y circulan a la misma
velocidad que antes, barriendo los mismos rincones de antes.
Pero si no estoy más por las noches frente a casa ¿A quién saluda Don
Alberto cuando vuelve cansado del trabajo? ¿Quién le hace los mandados a
la abuela por las mañanas? ¿Quién completa el cuadro los sábados de
tarde? Y mis padres ¿A quién le dicen buenas noches?
Si cuando estoy acá soy de allá y cuando estoy allá soy de acá.
¿Por dónde andará mi casa?
Querido diario...
Y yo que nací en la suerte de la frontera..
No sé qué son las fronteras.
“No soy de aquí ni soy de allá”
Te quero
mas tambem quero istuda
Te dexo, eu vo lá
Vo me iscreve na faculta
Nunca vo te olvida
sempre vo me arrepende
sempre te recorda
Mas vo me recibí
y adepos vo volta
meu papel vai prova
que daqui tambem da
pra saí y pra se virá.
Extrañando lo conocido
Ella, y también yo, necesitábamos que todo por un rato no cambiara, que
Don Pedro estuviera ahí en su silla, el Macaco en la esquina. Que el puño
de Corina se congelara pelando ese boniato.
En esta pensión solo sale y entra gente desconocida, ni el cuidacoches es
el mismo que el del otro día. Me abrazó con sus ojos rogando que no me
moviera, que me quedara quieto. Pará un poco, me dijo. Esperame, yo tampoco
quiero cambiar.
La pieza es fría y húmeda, pero se pasa bien. Pero hay noches. Ah! hay
noches eternas donde ningún cuaderno nos consuela. No, no te muevas. No
me miró, cerró la valija y la guardó abajo de la cama. El mundo, me dijo,
está en nosotros, ellos también están acá y nosotros en ellos, allá. No
hay distancia mientras nos una esta esperanza.
Amanecimos, aunque en una pensión nunca se sabe cuándo amanece,
riéndonos.
Conociendo lo extraño
Amanecido ya, caminé de vuelta a casa y me perdí tres veces, confieso que
soy distraído, pero no fue mi culpa, esta vez no, fue de Euclides, aquél
que dijo que dos paralelas nunca se cruzan... Mientras andaba en círculos
pensaba que este señor no tuvo que venirse a estudiar a la capital, no
conoció las calles de Montevideo.. ¡Ah no mismo!
Y caminando cantaba:
“Ô Iaiá
Iaiá, ô Iaiá
Minha preta não sabe o que eu sei
O que vi nos lugares onde andei...”
Capitulo dos
El trueno anuncia el temporal
En hojas mojadas ya no se lee ...
Gris entre los grises
Me lo contó Marcio en las escaleras de la biblioteca nacional, entre
Sócrates y Cervantes. En una media mañana con pocos grados y mucho
ruido. Me lo contó así medio apurado. Que de allí se iba a tres cruces, que
ya no daba. Que el tío no estaba ayudando, y que nada era como debería
ser. Las distancias, la antipatía de los guardas, las presiones de su casa,
los dos prácticos atrasados, la beca negada, el fideo con panchos y esas
tristes luces amarillas que alumbran la cuadra. Parecía que no sentía el
frío que le cortaba los dedos, tenía la vista clavada dieciocho arriba, al
este que lo llevaría al norte del cuál según él nunca debería haber
salido.
Me lo contó, contó sus monedas y se perdió gris entre los grises. Alcanzó
a gritarme:
- No aflojes loco, no van a poder con nosotros.
“La patria se muere de tristeza
cuando ve todo tan centralizado
el desarraigo del joven de su tierra
y el norte cada vez más olvidado”
La Historia del pájaro y el tiro..
Erase una vez una joven que terminó el liceo, y sintió ganas de estudiar.
Y de tantas ganas que sintió se fue al sur, a la capital. Se fue volando
sin saber volar, se despidió de su hermano y de su madre maestra. Llegó
un marzo con ganas, con la mochila vieja pero abierta. Llegó llegando,
compartió cuarto, y compartió pan. Se sintió el futuro del Uruguay, se
sintió bien. Entonces en abril le negaron la beca, y tuvo que volver.
“Livros tão caros/ Tanta taxa prá pagar
Meu dinheiro muito raro/ Alguém teve que emprestar ..
Mas a faculdade/ É particular
Particular!
Ela é particular”
Lunes / primer año / segundo semestre / llueve
Ese fue un lunes completamente nublado y bastante frío. El invierno
montevideano se despide así, nos deja congelados deseando la primavera.
Sólo faltaba la llovizna, hasta que al medio día un viento del sureste al
fin la trajo. En dieciocho de julio a las seis de la tarde apenas puede
uno caminar, y peor en estos días donde la gente pasa a ocupar el espacio
ancho de cada paraguas. Si en esta capital no es costumbre pedir permiso,
mucho menos en esas tardes. Los paraguas van atropellando a los
caminantes que se pechan con otros que se van esquivando baldosas
flojas. Es el efecto dominó dominando las veredas del centro, que ya son
angostas de nacimiento y ni con la lluvia esos tipos dejan de vender esas
películas truchas y esos lentes sin aumento.
Yonathan ahí andaba, medio a la deriva, medio perdido y medio que
extrañando su gente. Pidiendo un par de permisos y unas cuantas
disculpas, cumplía su rutina diaria de ir del trabajo a la casa. Hasta
que se le terminó la cortesía cuando ese 103 pasó a centímetros del
cordón, embarrando el único vaquero limpio que tenía, y acá como se
valora un vaquero limpio. Y era lunes.
Había salido un poco más tarde del trabajo, y sin quejarse, con sus
zapatos mojados trillaba dieciocho hasta la parada del ómnibus. Era su
primer año en Montevideo, la estaba luchando en la Facultad de Medicina,
de cinco hermanos fue él el primero en terminar el liceo. Luis el mayor
había abandonado allá por tercer año y ahora una vez por mes le
mandaba un surtido de su propio almacén. Todos acá dejamos retazos de
vida para atrás cuando decidimos venir, pero Yonathan en especial,
además de su familia, su perro, su trabajo en el tráiler, había dejado a su
inseparable novia que desde cuarto lo acompañaba a cada esquina, y que
en una de esas tantas se habían jurado amor eterno. Un día, con la
lealtad de un Quijote, y dos anillos que brillaban tanto como sus ojos.
Ese sabor salado de cada lágrima que una noche extraña el beso en la
mejilla de mamá, para él, venía cargado con la amargura de no tenerla,
eso lo dividía en dos y lo partía en mil. En un país tan chico, una
distancia tan grande. Estudiar medicina era el sueño, pero ahora eso
había pasado a ser la realidad, y le estaba quitando el sueño. Día a día
mirando al techo de la pensión, tan alto, tan lejano, pensaba como
terminar con esa distancia, esa angustia de no saber que caravanas se
había puesto ella hoy, serían aquellas que tanto le gustaban a él, las
amarillas que con su primera quincena le había comprado al artesano de
la plaza.
Yonathan sabía bien, el amor como una flor, florece sólo en la primavera
de la vida. Una noche de charla larga me lo dijo. Y aquel tiempo, sin
dudas era su primavera. Esa noche le comentó a ella por teléfono, que en
el súper de la vuelta había una vacante.
- Quién sabe, lugar acá en la pensión no falta - le dijo. Y a ella parece
que le gustaba la química.
Sin paraguas, con los pies mojados pero sin quejarse, tranquilo esperaba
su ómnibus. Esa tarde gris.
A unos cuantos minutos, pero bajo el mismo cielo gris, Yessica acomodaba
sus busos en un placar metido en la pared, bien diferente al de su viejo
hogar. Las apilaba con alegría, coloreando el nuevo espacio que ocuparía
a partir de ahora. Había pedido para salir un poco antes esa tarde, con
la excusa de la lluvia, para así esperarlo con todo pronto. Al sacar sus
últimas cosas de la valija, vio que las había dejado atrás, a las
queridas caravanas artesanales que combinaban con todo. Las dejó atrás
junto a un porta retrato que ya no hacía sentido en su nueva vida. Junto
a tantos otros sueños. Las dejó atras, como queriendo dejarlas. Ella
volvería para explicarse mejor pero todo había sido muy rápido, es que
así son esas cosas. Quizás por eso no se sentó en la cama para pensar o
quizás ya no había nada más para pensar, simplemente vaciar la valija.
Si ya estaba con la cabeza sobre otra almohada.
Entró y la vio, feliz de que ya no la tenia que compartir. Se dejó invadir
por ese aroma que ella traía a su hogar. Se habían conocido en el
trabajo, ahí entre las góndolas del super a la vuelta de la vieja pensión.
Ella era nueva, él un rango mayor.
Yonathan cruzaba la plaza primero de mayo, ya no le importaba mojarse
más, sabía que la lluvia era pasajera y hasta era una forma de barrer un
poco su tristeza.
No paró de llover hasta la madrugada, y Yonathan seguía tirando un poco
de su ropa a la mochila, no pudo con el dolor. En pocos días se despidió
de la capital. Fue el último lunes lejos de su casa.
- Ella nunca dejaba las caravanas arriba de la cama- le contaba a Luis
mientras acomodaba un paquete de arroz en la estantería del almacén.
A mi mano Yona,
tu historia no fue invisible
No para mi
Ahora...
Ahora que ya no hay distancias, y de la mano suben las escaleras de la
universidad. Se sabe, la pobreza compartida se hace menor, hasta se hace
linda. Ahora que él pedalea contento a las once de la noche fría para
traerle un alfajor. Y que ella le lleva el té con limón a la cama. Que los
cuadernos se mezclan, que el examen de uno le da nervios al otro. Ahora
que en el asiento de al lado por fin hay buena compañía, y volver no es
tan feo. Juntos estudian y juntos se estudian, se dan el beso de buenas
noches, y pasan las hojas del libro de sus días.
Ahora, la gran ciudad con su indiferencia, los encandila. Ella siente que
ya es hora, y se viste de adiós.
...Adiós
Jimena...
Una cosa es estar solo, otra es vivir en soledad. Pero hace ya algunos
otoños que se le desapareció la linea que marcaba esa diferencia. Desde
que se le empezaron a confundir los apuntes de Histología con las cartas
que escribía sin otro destino que la papelera. Desde que cuando extraña
no se desconcentra, y cuando se concentra, extraña. Desde aquel día
espera un abrazo.
Jimena tiene amor en los ojos y en sus manos, y si la nostalgia tuviera
cara, sería la suya. En silencio guarda lo que no quiere guardar. Lo que
no se aprende porque no se enseña, porque nadie entiende, lo que todos
sienten.
Es decir, acá también se vive. Y aunque a veces solo se pueda ver la
escalera de exámenes por la que avanza un estudiante, y con eso medir su
vida. Sepan que hay pruebas que no se eligen, y resultados que quizás
nunca lleguen. Como ese abrazo que Jimena, aún espera.
Aún espera...
Eu quiria istuda medicina
mas aqui na frontera ninguem insina
eu quiria sé abogado
mas tudo aqui e tan centralizado
Hoje me senté na vereda
pa oia u atardecer
mas ele caiu como pedra
y yo ni pude ver
Vo junta as mueda pa compra trago
hoje acordei loco de bravo.
Capitulo tres
Y en el andar los zapatos se acomodan...
Marchando ando...
Qué lindo era sólo estudiar. Pensaba Andrés mientras discaba el número
del próximo encuestado.
- Al principio éste trabajo era ideal, cinco horas haciéndole un par de
preguntas a algunas personas, de 13 a 18, y así poder irme de esa pensión
para un apartamento. Voy a clase de mañana y estudio de noche, es sólo un
año, hasta que consiga trabajo en lo mío.
Además me gustaría ayudar a mis padres y, si sobra, me compro aquella
guitarra, criollita nomá pa’ aprender. – Decía.
Pero las 5 horas se hicieron 8, entre paradas de ómnibus, filas de
supermercados y horas extras. De noche, Andrés tenía ganas de descansar,
mirar tele o mirar al techo escuchando música, y ahora tenía unos pesos
para compartir una que otra cerveza los fines de semana.
El apartamento se hizo inalcanzable, el sueldo no cubría ningún
alquiler, además, no tenía garantía, acá nadie tiene. Ni heladera, ni
cocina.
Ahora le duele cada vez que no llega a un examen. Él no dice nada, sus
padres tampoco. No tiene las mismas ganas de ir a trabajar, pero no le es
tan feo, allá se hizo amigos, y ahora es él el más viejo.
Su carrera sigue, marchando. Sigue entrando a clase con la misma
esperanza y entusiasmo de siempre. La facultad no espera, algunos
compañeros ya están terminando.
No le importa
Hoy, Andrés cumple tres años en el Call Center.
Proa al viento
Así de libre navegaba. Las horas eran piezas y él iba armando y
desarmando su rutina diaria.
Casi nada había de igual entre un día y otro, a veces se pasaba sin ver
el sol días enteros. Es que acá escasean las ventanas en los cuartos de
pensión. Demostró que la noche no se hizo para dormir, que siempre hay
alguien para chatear a las tres de la mañana, y que libertad es no tener
despertador.
Ahí, con los codos sobre el escritorio junto al café negro, levantarse solo
cuando el hambre disponga.
Abrir la heladera, descongelar un tuco de pollo, lavar un único plato y
volver a la pagina de algún libro con título Introducción a... Alguna
ciencia.
Timoneaba el día, siempre con la proa en dirección al oleaje de exámenes,
cuando éste se acercaba.
El martes podía ser domingo, el desayuno un almuerzo. En la puerta del
ropero pegada con cinta estaba la hoja con los horarios y salones de
clase, y nada más para respetar. Recorrer el pasillo de la pensión y
darse cuenta que no era el único, lo hacía pensar que habrían cientos de
ventanitas iluminadas por portátiles en los edificios de todo Montevideo,
como estrellas.
Así de libre navegaba, hasta que un buen día, naufragó por una ola, de
esas que te sacan ocho horas a cambio de casi nada. Fue arrastrado hacia
la orilla, junto a cientos de otras barcas más. Dicen que hasta ahora
sigue allí, porque de allí no se sale nunca.
Sin embargo no tan lejos y por las noches, de mi barca veo la suya,
alejándose cada vez más de su ancla, y con la luz siempre encendida.
“...Me gustan los estudiantes
porque son la levadura
del pan que saldrá del horno
con toda su sabrosura
para la boca del pobre
que come con amargura...”
Hablábamos sin conocernos, compartíamos desde el pan hasta la saudade.
Nos queríamos sin decirnos, todos allí sentados alrededor de la mesa
partíamos las dificultades en mil pedazos para ponerlos en la olla y
hacer un buen guiso.
Tú con mi vaso y yo con el plato de no se quién, las monedas pasaban de
mano en mano a la hora de la colecta para la coca. Llamen a Ana que
duerme y no se olviden de esperar a Sergio que llega a las once de clase.
Cada uno con su manera de cortar la cebolla, de hablar. Las eses que le
sobran a uno le faltan al otro. La cumbia, el rock, el metal, la murga,
para todos el espacio, para todos el guiso.
Madrugada adentro develando los misterios que trae el otro, nos
recorríamos todos los barrios de todas las ciudades del interior. Las
anécdotas, las familias.
Las confesiones, las dudas de quien recién arranca con la fuerza que da
el que está por irse. Todo sobre la mesa, compartiéndose, compartiéndonos.
Así era, nuestra mejor clase en la mejor universidad.
De todos todo
Aguas
Era más charla que estudio, recién empezaba el segundo semestre después
de un julio lleno de exámenes, cuesta arrancar. Además no había casi
gente en la biblioteca, así que las risas no molestaban. Fernanda había
pasado una semana en Paysandú. Mariana no tuvo tanta suerte, pero pudo
irse por un fin de semana que lo estiro hasta el lunes, como debe ser. Así
que, tema no faltaba y mate tampoco. Se conocieron en primero, el segundo
día de clases, o la segunda semana, no recuerdan bien. Acá el primer día
dura tres meses, así que no hace diferencia.
Mariana conocía Montevideo solo de pasada. Cuando era niña su tía la
traía unos días de las vacaciones de verano para que fuera a la playa
con sus primos. Le llamaban mucho la atención los números tan distintos
de los ómnibus, y los tantos y tan altos edificios de la rambla. Venía de
Treinta y Tres, vivía a la vuelta del zoológico y al liceo iba caminando
con su hermano menor. Sus mejores historias se dieron todas en un solo
lugar, el camping del Olimar. En turismo se juntaba con sus amigas y
aunque vivían a pocos minutos del festival, se armaban con carpas,
mochilas y a acampar. No había nada mejor que pasar una semanita lejos
de sus padres para poder tomar vino con frutilla y ver caras nuevas.
El maldito 370 no pasaba nunca, el teórico arrancaba a las ocho, faltaban
diez minutos y Mariana estaba frente al Clínicas, esperando. Se había
tardado un poco armando el mate, regalo de su padre el día antes de
empezar su nueva vida en la capital. Le podía faltar la mochila, pero
aquel mate nunca. Así que llegó tarde nomas. Demoró más buscando el
salón que en llegar. Al entrar vio aquél pizarrón lleno, vio el salón
lleno.
– No hay lugar, me quiero matar.- pensaba.
Hasta que alguien le hizo señas mientras iba sacando la mochila del
banco que tenía al lado. Fernanda tenía esa costumbre, ocupaba dos
lugares al mismo tiempo, costumbre liceal que se te va enseguida. Así se
conocieron, Mariana ahora tenía asiento y Fernanda mate.
Fueron muchas mañanas sin entender nada, compartiendo biscochos,
cuadernos, risas, y la bronca de tener Estadística en Medicina.
En la residencia de Fernanda las cosas no iban bien. La luz que se
apagaba en horas de estudio, la leche desapareciendo de la heladera, la
visita especial que no podía entrar. Cosas que pasan. Ya Mariana
alquilaba con la prima un apartamento de dos cuartos, amplio, bien
ubicado aunque caro para dos, pero menos caro para tres.
La mudanza duró semanas, participaron todos: madres, padres, amigos,
primo, y amigos del primo. Pasaron juntas varias noches de estudio, de
joda, y algunas cuántas más de joda. La madre de una mandaba en la
encomienda cosas para la otra, y también al revés. Mariana conoció la
fiesta de la cerveza y Fernanda la del Olimar. Un verano, juntas se
aventuraron un fin de semana a Rocha, y tuvieron un año de anécdotas.
Amigas, si, como hermanas que nacieron ahí en la Facultad de Medicina, en
el salón 1, en el anexo, una 15 minutos más tarde que la otra. Dicen que
en cada salón, cada banco tiene cuatro destinos, como puntos cardinales.
Como los vientos del norte que las trajeron, a ellas, aguas del Cebollatí
junto a aguas del Uruguay, encauzadas en la UDELAR.
Mariana cuenta que son amigas gracias al 370, por su retraso diario.
Fernanda dice que es gracias a la centralización. Las dos siempre fueron
optimistas.
Y las dos están de acuerdo en que la mejor materia no se dicta en ningún
semestre de ninguna Facultad. Aquella, la que nos enseña que todo nace
para ser compartido, que quien comparte une, y hace de las partes
separadas un todo, un motivo para seguir. Porque una noche de estudios
entre Mariana y Fernanda, es la mejor ruta entre el Este y el Litoral. Es
la mejor imagen del Uruguay, es toda su geografía arriba de la mesa.
Es el apretón de manos de los que quedan.
De Andares...De Abrazos...Y de estrellas...
Esa forma de mirarse nunca la vi en mis calles, esa forma de hablarse,
ese sin acento. Ese malhumor mañanero, ese apuro por llegar. Esta ciudad
centralizadora, me enseñó que soy de afuera.
Esta noche dejé mis prestamos de biblioteca de lado, y miré las estrellas
que vienen del norte y del este, del litoral y del centro. Vi
constelaciones.
Nadia floreció este último otoño, cuando camina, mira a los ojos y cuenta
hasta ocho, sueña ser bailarina, también psicóloga. Conoció en una
esquina la violencia, en un tire y empuje perdió lo que quedaba de la
beca, lloró de noche, nadie supo, ni siquiera la indiferencia.
Andrés revendía ticholos, rapaduras, delicias de la frontera, llegaba
apenas a fin de mes, pero no a los parciales. Mucho antes de que naciera,
sus padres cambiaron algunos años de vida para comprarse un terreno, y
por ser hijo de propietarios, le negaron la beca. Varias veces, caminaba
hasta la facultad y de paso vendía, de tanto caminar, se perdió en la
polvareda, y ya no supo las diferencias entre la necesidad y el sueño.
Andrés sigue por sus calles de tierras, coloradas del norte, matando
materias.
Lucia adora al sol pero en su cuarto no hay ventanas, le encantan los
helechos pero en su cuarto no hay ventanas, anteayer de noche buscó un
abrazo que aliviara el cansancio y la distancia, en la última hoja del
cuaderno de química orgánica casi nació una hermosa poesía, buscó versos
que hablaran de nostalgias y le pidió inspiración a la luna, pero en su
cuarto no hay ventanas.
Lorena armó y desarmó su valija más de trece veces, la primera vez fue
hace siete años cuando el profesor de neurología mientras buscaba la
llave de su auto le dijo que medicina no es para quien trabaja, acá se
estudia no se trabaja. Y la última vez fue ahora, ¿y acaso importa el
motivo?
En esta ciudad que confunde, en esta noche nublada, decimos, el cielo está
repleto de estrellas.
El martes 4 de marzo del segundo año, nos sentamos a tomar unos mates en
la plaza de los bomberos.
Ese que pasó ahí era un Cutcsa, aquél es el banco república, el 113 pasa
menos veinte, en un rato viene la murga joven, montado al caballo es
Lavalleja, a la vuelta del súper el pan es más barato, el cuidacoches se
llama Salvador. No, no tengo monedas soy estudiante. Si señora, camine dos
hacia abajo y doble a la izquierda.
Después de todo che
¿cuánto falta para semana de turismo?
“Se fue volviendo ducho en los yeitos de allá.
Envejecieron sus zapatos transitando
calles gastadas de esperanzas en su andar
y se metió en su cuerpo el olor a sal.”
Si señor, trabajo turismo, pero...¿cuánto falta para mi licencia?
Martes de marzo del quinto año
Malegría en la madrugada
En la madrugada de un 2 de febrero, Iemanjá la reina del mar esperaba
ansiosa sus ofrendas. Mientras acariciaba la arena en la rambla.
En un balcón, dos gurises pasados de cervezas intentaban consolar el no
de sus amantes. Decían que la vida no tenía sentido sin ellas, no les
interesaba nada más. Nadie va a leer mis poemas, dijo uno. No importaban
los libros percudidos de la facultad, ni decepcionar a las familias por
todo el esfuerzo realizado para tener un hijo universitario.
Esta es una ciudad de mierda, querían regresar a casa por la larga ruta
5 y hacer esos malditos 500 kms para refugiarse en la pérgola. Donde el
mate hace la ronda sin esquivar una boca, el olor a guiso que inunda la
casa se libera por las aberturas, los oídos atentos a la espera de un
chiflido amigo para de sobre pique clavar la guinda contra el palo. Pero
insistían en llorar por sus amores que disfrutaban del verano Valicero.
Sin plata y lejos del pago, el corazón queda en carne viva, los cuerpos
yacen entre las botellas.
Despiertan con los rayos del sol, los barquitos llenos de alhajas
navegan entre las olas. Los gurises le sonríen a la noche y despiertan
con la resaca, para seguir soñando.
A mi mano Andrés,
ahora también, por regalarme este relato
Porque no hay mejor abrazo, que el de la encomienda en mis brazos
De sueños.. De aprendizajes...Y de encuentros..
Cuando vine traje solamente las ganas de venir, una mochila, la fórmula
A69 y el carne de salud. No sé por cuánto tiempo me vine, aunque recuerdo
bien por qué fue que me vine.
Tenía poco: un liceo terminado, una hermana mayor, otro menor y un par de
noches con amigos por ahí. Nada más.
A los tres meses acá, ya tenía mucho más de lo que me hubiese gustado
tener. Ya tenía nostalgia de todo y una barba de semanas. Buscaba un
lugar, mi lugar, en la residencia, en las escaleras metálicas de Sociales,
en el EVA, en los salones de clases, en los domingos fúnebres de la
capital.
Al quinto mes aprendí, acá todo el vacío está lleno de gente, no hay
espacio, y toda la gente está llena de vacío. Y en la montonera entendí
que acá no encontraría mi lugar, así que cargué mis dos cajas de
cuadernos, la única de ropa y me mudé para mi nuevo cuarto en la vieja
residencia.
Al séptimo mes ya tenía escolaridad, ya debía dos exámenes y por primera
vez me había perdido el cumpleaños de mi padre. Ya quería que fuera
navidad, y a mi nunca me gustó la navidad. Me enteré que en la primavera
no habían mas vacaciones, y que según las estadísticas del Fondo de
Solidaridad yo me había transformado en un número, y me quedaba sólo un
periodo de exámenes para alcanzar el sesenta por ciento de lo cursado. La
fachada del Fondo es toda de vidrio, sería una lastima que alguien
tirara una piedra, así que agarré la calculadora, puse a todas las
materias en una regla de tres y vi que matemáticamente tenía chance.
Se terminó el primer año, volví al norte con un par de materias
aprobadas, según mis cuentas el sesenta y cuatro por ciento, algunos
exámenes para febrero y la utopía de que iba a estudiar en carnaval.
Ahora sí, era un estudiante universitario, tenía vastos conocimientos en
fideos con panchos, y un posgrado en secar ropa en el cuarto. Tenía
mucho más que un libro de historias, tenía un sueño.
Hoy, según las estadísticas del Fondo, noventa y tres por ciento de las
materias después. Aún tengo el sueño, y sé que no es necesario tener un
lugar para poder soñar, mi sueño no es una cuenta, ni tampoco se cuenta.
¿Cuánto falta? No se, no me importa y no me ha de importar. Porque a cada
marzo cuándo veo a quien por primera vez pisa esta vida, siento lo que
siente, sueño lo que sueña, y veo todo lo que viene.
Último mes: Hay muchas vidas detrás de la vida universitaria, y sí que
vale la pena encontrarse con todas. Residan en la residencia, miren a los
costados en los salones llenos de primer año, caminen un poco más, sin
miedo, brinden doble el no aprobado, cursen y recursen. No vivan
estudiando, estudiando vivan.
Camino Incierto
A las hojas de un libro las paso, a veces entiendo, a veces por cansancio.
Sencillamente, las paso.
A las hojas de otoño las piso, siempre con nostalgia, las piso.
Nostalgia de aquel otoño que vine, y de lo que dejé porque me vine.
Nostalgia joven y prematura, te sentí sin saber que eras nostalgia. Esta
maldita costumbre de caminar mirando el piso, de ver en cada zapato un
destino y pensarlo, inventarlo.
En el lago del parque me senté a pensar, por qué fue que me vine, y por
qué es que no me voy. Y no se, simplemente no me voy. Como tampoco sé
porque me senté en el parque.
Por la ventana del ómnibus vi la cara del tiempo, que nunca mira a los
ojos. No se si por trabajo o por miedo a enamorarse. Porque si el tiempo al
fin se enamorara de la libertad, cada amanecer sería una porquería, y yo
ahora estaría mirando televisión.
En un banco de la terminal descubrí que si a todos los kilómetros
viajados a mi ciudad, los pusiera en linea recta, habría conocido Europa
y ya estaría de vuelta. Esta maldita costumbre de andar en círculos, de ir
y de volver. Lucía que es de Artigas cree que vuelve por la energía de las
amatistas. Yo para no quedarme atrás le dije que vuelvo porque tomé agua
de la Bica. Pero quizás vuelva por esa maldita costumbre que tienen de
engrapar el pasaje de ida con el de vuelta.
Aunque algo me llama la atención, y es ese brillo en los ojos de mi gente
cuando me despiden con un abrazo. Tampoco sé lo que es, pero por las
dudas, vuelvo.
“E' un mondo difficile
e vita intensa
felicita' a momenti
e futuro incerto...”
En la terminal vi la cara del tiempo que nunca mira a los ojos
Al momento en que supe el número de asiento de mi vuelta, tuve la extraña
certeza de que aquél no sería un buen viaje.
Así me lo confesaba Julieta casi tres años después de aquella noche.
Tomábamos alguna cosa en el callejón de la universidad, y ella me
relataba detalle a detalle todo lo sucedido. Yo, tenía la suerte de tan
sólo escucharla sin decir nada, habían pasado ya muchas aguas, muchas
pensiones, muchas otras vueltas, y era evidente que ya no necesitaba ni
una palabra a tiempo, ella, ya entendía completamente la sucesión de
hechos que romperían en aquella noche, como un río en las rocas, como
una muerte anunciada.
Su cara era tranquila, y soplaba una brisa muy amable para los dos, que
siempre salíamos desabrigados. Montevideo nos acariciaba como
pidiéndonos perdón por tanto, nos regalaba una noche atípica, pudimos
conversar durante rato largo y nadie se nos acercó a pedir un trago, una
moneda, un poco de algo que sirviera para pedir menos. Ciertamente la
ciudad sabía de su parte de culpa en esta historia, y se sentó a escuchar
a nuestro lado, al fin de cuentas, que en una haya en exceso lo que en
dieciocho restantes falta, no tiene perdón.
Asiento 29 del tercer coche a Montevideo, en la terminal todo parecía
normal, o casi. Esteban notó que ese ómnibus hacía menos de diez minutos
atrás había llegado de la capital con el número uno.
- Viste Juli, nos vamos en el mismo coche que llegó recién, el tipo dio la
vuelta manzana para cambiar el cartel.
Pero ya estaban echadas las cartas, y el viento no cambiaría ya de
dirección. Julieta lo sabía, lo sufría.
A pocos kilómetros apenas apagadas las luces, la descarga eléctrica
aumentaba, y la lluvia no se hizo esperar. La angustia no anda con
vueltas, se clava al pecho como el pie de aquel hombre al acelerador, y
aunque es estudiante de filosofía, a Julieta no le faltó física para
saber que el cartel de 90 km/h no encaja con cuatro horas de viaje.
Bruscamente su compañero de asiento, molesto por la luz del celular, se
puso de espaldas a ella, dejándole bien claro que el estar tan cerca,
compartir por algunas horas el mismo destino, y la intimidad de la noche
a tan sólo ruido de motor, no justifican una afinidad o cualquier otro
sentimiento que venga blando, ni pensar un abrazo en este sálvese quien
pueda.
¡Que carajo! La luz del celular no iba a apagarse. Es que no había señal
por culpa de la tormenta, y yo sentía extrañas ganas de mandar un
mensaje, necesitaba expresarme como por última vez. Me decía Julieta con
tanta paz en su voz, que por momentos me resultaba difícil creer que
aquél viaje ya estaba marcado desde mucho antes de ser.
El guarda en la oscuridad repartía bolsas para algunas mamás con sus
chicos, de a ratos se escuchaba el ruido del abrir y cerrar de la puerta
del baño, también de a ratos voces que venían de la cabina, algunos
ronquidos, pocos y tímidos, el veloz sonido de los autos por el carril
contrario, sus luces borrosas pintadas con agua de lluvia en la ventana.
Nadie estaba al tanto del enredo en la cabeza de Julieta, ni ella podía
diferenciar un pensamiento del otro, de donde venían tantos y para qué.
Ella, al fin durmió, y sólo despertó con la tragedia, no podía entender
nada de lo que pasaba a su alrededor, las luces encendidas, la gente
fuera de sus asientos, el coche parado.
Y es que nada había pasado, absolutamente nada, ya estaban en el andén
34 y algunos pasajeros ya hacían fila para el valijero. Desgraciadamente
el mundo no había terminado.
Eran las seis y cuarto de la mañana y la señal ya estaba de vuelta, pero
sin ningún mensaje.
El verano había pasado y nunca más se los vio juntos.
El callejón estaba desierto, yo desde mi bicicleta la abrazaba y de mi
cabeza no se iban sus palabras, sonriendo me dijo:
¿Sabés por qué me subí a ese coche sabiendo su destino?
Es que el mundo nunca para, nos quiere tanto que hace oídos sordos, y así,
ignorándonos, nos salva.
Para Julieta y su filosofía
Mujeres lindas siempre, luchando siempre, salvándonos siempre, y en sus
banderas lo más hermoso, siempre...
La pensión
nunca vacía
siempre alegre y de tanta alegría
sola
Sola como Ciencias en Malvín Norte
triste nunca
La pensión con aires de residencia
llena y de tanta gente
fría.
La pensión
eterna sala de espera
donde en filas de bedelías
se desesperan las ganas
y los ojos ven
como se cierran las ventanas.
Luego noches clandestinas en el sur
hojas al viento en la Tortuguita
arrepentimiento después
cuando fin de mes sin guita.
La pensión
sin dirección
vuela por los aires
se aleja del cemento
y encima de los bares
despacha sentimientos
Con ella vuelo yo y Agustina
y Fernando y Martína
y libros de psicología
y noches vacías
saudades compartidas
exámenes y parciales
cajas de encomiendas
y llamadas perdidas.
La pensión
desaparece
como una idea muerta
como un vago recuerdo
como la intuición de haber venido
con algún buen motivo
Desaparece
se sienta en el limbo
y escribe un libro.
Entonces vuelve
baja y se aferra
lo ata con cuerda
La pensión
sin dirección
rescatada en los renglones
vuelve y sueña.
Cores
Hace cinco años dejé la ciudad que no me deja. Y en este tiempo algunas
veces me hice el loco, estando meses sin volver a verla. Pero no me deja.
Le digo que no la quiero, que se vaya lejos o que se quede quieta, pero
está en mi y si se va me voy, y si me voy vuelvo a ella.
Le dije que ya no la nombraría por ningún lado nunca más. Pero al
hablarle me habló, diciendo que está en mi voz.
Intenté olvidarme de mis vecinos, de sus nombres y sus caras. Quise
cambiarlos por los de acá. Pero acá no hay vecinos, sólo hay gente que
sin decir buen día ni buenas noches, reclama por el ruido, y te pasa
humedad. Están ahí pero no se ven, y es imposible imaginarlos sentados en
la vereda escuchando FM, tomando mate con el cusco al lado.
Busqué nuevos olores recorriendo las calles de la vuelta, pero sólo olí
humo negro de carburador y basura. No me importó, así que pedaleé fuerte
buscando otros colores, otros barrios. Pero acá no hay barrios, hay
municipios y tonos de grises hasta el cielo.
Cuando al fin llegué al mar, me acerqué a la orilla y vi.
Vi que el mar también era gris.
Hace cinco años dejé la ciudad, que no me deja.
Y aquí no termina, lo que recién empieza,
cuando se sueña juntos la vida ya no pesa
Salu'
Matías
Me encantaría saber sus pareceres y sentires:
dacostacuaro@gmail.com
Matías da Costa
Citas “... ” por orden
- Chico Buarque - Construção
– Ernesto Diaz – Me solta Montevideo
– Facundo Cabral – No soy de aquí ni soy de allá
– Zeca Pagodinho – Quando eu contar IaIa
– Lingua Mae – La Patria se muere de tristeza
– Martinho da Vila – Pequeno Burgues
– Violeta Parra – Me gustan los estudiantes
– Larbanois-Carrero – Exilios
– Manu Chao – E un mondo difficile
“…no aflojes loco, no van a poder con nosotros!”, el grito rebelde del
amigo haciéndose uno con quien queda, volviéndose porque lo tragó el
empleo, la no beca, o la plata que llega poca. Estos relatos, en breves
trazos, nos cuentan las peripecias de la muchachada universitaria que
con esfuerzo llega a “la capital”. Traen proyectos, mucha esperanza y
poca plata. De la frontera indefinida -“y yo que nací en la suerte de la
frontera, no sé que son las fronteras“- llega el autor, muy joven, con
intuición de poesía en su prosa, tiene el don de novelar las que fueron
anécdotas propias y ajenas, transmutándolas con valor en vivencias
universales y auténticas como él mismo, sintiendo y diciendo lo que hay
que decir. Incluso nos reconocemos aquí las generaciones, pues las
ilusiones, la solidaridad entre pares, las penurias y gratificaciones, en
esencia no cambian con los tiempos. “No hay pago sin ausencia” me decía
el Prof. Omar Moreira citando a Morosoli, y entonces la nostalgia por
aquello del otro lugar, “… hay noches eternas donde ningún cuaderno nos
consuela”. Y nos golpea con la tragedia incomprensible del suicidio, que
al recién llegado golpea “partió el asfalto, partió el tiempo y partió al
partir mi inocencia que se fue como la vida esa”. Y siempre la rebeldía, “…
dicen que somos el futuro, aunque algunos nos talen el presente.” Nos
cuenta penas del enamorado, siempre sentidas desde el alma joven “… sabía
bien, el amor como una flor, florece solo en la primavera de la vida”
Viejos lectores quizás extrañen no hallar lo de épocas donde todo no era
tan parecido, cuando había claras causas y cauces turbulentos que
navegar, y vivían las pasiones –amorosas y no- esas que atrapan el todo,
subliman, enloquecen o matan… ¿Aunque, sería posible vivenciarlas en
un cuento corto? Y no equivocarse, estos muchachos están, y sin duda
estarán cuando y donde sea preciso. Recibamos entonces estos preciosos
relatos también como anuncio del devenir, esperando buenas cosas que
pensar y sentir, aunque no sepamos que tiempos vivirá Matías con su vida
por delante, como tampoco imaginamos qué piélagos deberá navegar, ni que
destino tendrán las flechas que carga en su esperanzada aljaba. Porque
¿será nomás como dicen sus compañeras (amigas gracias a que aquella
guardaba un asiento y esta llevaba mate y termo)? “…la mejor materia no
se dicta en ningún semestre de ninguna facultad.”
Luis Campelo

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  • 1.
  • 2. Quinta edición Enero 2016 Lingua Mae Editorial Independiente Octubre 2014 En algún lugar del Uruguay colectivolinguamae@gmail.com Todo lo que sigue, enteramente, eternamente a mis padres Gracias por ser
  • 3. De Ida & Vuelta Andares de la vida universitaria Matías da Costa Pereira Ilustraciones de Andrés Rivero Amaral
  • 4. A los que recién llegan A los que ya se van, o se quedan A los del interior que no son los de afuera y especialmente A ella que toda vida universitaria en su andar refleja
  • 5. Andenes ¿Coche 3? ¿Bajás en terminal? Esas preguntas, o casi esas ¿cuántas veces las escuchaste? ¿Cuántas veces deseaste ventana, cuántas te estiraste para saludar a quien de abajo te despide, sin irse antes de perder de vista el coche? ¿Cuánta nostalgia anticipada, cuántas veces tus ojos contra el vidrio? Dormir, tan sólo dormir y despertarse en otra ciudad. Seguro son demasiadas las preguntas, pero de qué otra forma se podría empezar una historia que sólo trae dudas, miedos, incertidumbres, y fe ciega en un pretencioso sueño que va sembrando independencia. Ida y vuelta, palabras inseparables, volver siempre, partir siempre. Los mismos zapatos que poco a poco van leyendo calles nuevas, son los que cuando cansados vuelven al pié de sus raíces, para regarse quizás de esperanzas, hasta florecer juntos a otros cientos, haciendo primavera en pleno otoño. Cuadernos que se archivan y dejan su lugar a otros que esperan ansiosos con sus reglones vacíos, compañeros de rutina que como el mate, no cambian a cada semestre, y eso acá se valora, tanto o más que una encomienda. Nuestra vida de estudiante es historia de cambios, pocas son las cosas que se conservan intactas desde su primer marzo, ¿recuerdan su primer marzo? Las paredes cambian, las llaves de casa, la cama y la hora de dormir. La inocencia se va yendo como el sol que a las seis va dejando hilachas de luz por entre los edificios del centro. Y a la noche los ojos que hacen hora extra para terminar ese párrafo, van cambiando. Los amigos de pensión, de apartamento, van y vienen como el ómnibus que nos trae y nos lleva y que cada año le duele más al bolsillo. Sin embargo, ahí está aquel sueño, entre ceja y ceja, entre un paso y otro, anclado a tus pies. A veces se te pierde de vista o se te esconde entre los edificios del centro, o en el espiral de algún cuaderno que no quiere archivarse. Pero ahí está, manifestándose cada marzo, creciendo con cada aprobado. Es él el espacio entre el espejo y vos, entre el lápiz y la hoja, entre la ida y la vuelta. Acá empieza la historia que sólo sabe empezar, tan sólo sabe de comienzos, tan sólo trae cuentos a contar.
  • 6. Del norte vengo como la tormenta, y así como vengo me voy, como la tormenta. Y no vengo solo, vienen conmigo nubes de todas partes y bien cargadas, con aguas de otras lluvias que ahora deciden mojar el asfalto del sur. Venimos con viento, viento norte y caliente, y vamos entrando por todas las puertas y ventanas de todas las facultades y pensiones. Somos el temporal de cada marzo. Atrás dejamos a nuestro cielo, y venimos en busca de un sol, que se olvidó de ir a secar las calles embarradas de nuestro pueblo.
  • 7. Aquí también están los que nunca vienen, se quedaron. Los que vienen y se van, y no porque quieran irse. Los que están pero no están donde deberían estar, ni como deberían de estar. Intermitentes, están a veces, otras no. Los que viven a los manotazos para no ahogarse. Lucas quería pero no podía, Cecilia pudo, pero pronto dejó de poder, Yonathan volvió y trabaja en un almacén, Cristhian está. Esta historia la cuentan todos, aunque muchos no entren en las estadísticas profesionales, ni ocupen un lugar en la pensión. Estamos sí, en los carteles de la manifestación, en los grafitis por todo el barrio, y cuando cae uno, a la calle salimos todos. Tenemos bien más hinchada que cualquier cuadro de fútbol, o sino, empiecen a sumar nuestras familias. Conocemos la despedida, la ilusión, la nostalgia en las terminales, el olor a encomienda. Nos reconocemos sin conocernos. Y dicen, que somos el futuro, aunque algunos nos talen el presente. “Me enseñó el Viejo Antonio que uno es tan grande como el enemigo que escoge para luchar, y que uno es tan pequeño como grande el miedo que se tenga” Insurgente Marcos a Don Eduardo Galeano Chiapas/Mexico Yo elegí a la centralización, y es tan grande y tan cortante, tan distante y tan gris que mi miedo es justamente volverme gris
  • 8.
  • 10. Cruzando Era la primera vez en la vida de Cintia que una calle pasaba por encima de su cabeza, ella se esperaba muchas cosas de Montevideo, pero nunca que Tristán Narvaja, la calle que buscaba hacía ya más de dos horas, pasara como puente en pleno centro. En los cumpleaños familiares nunca faltaban las anécdotas montevideanas de su primo universitario, contadas a gritos y con orgullo por su tía Ana. Cuando Cintia decidió venirse, su madre le hizo acuerdo de algunas historias, especialmente las no muy lindas. -¿Te acordás el trabajo que pasó tu primo para encontrar una pensión? Tu no estás acostumbrada a eso, vas a extrañar enseguida Cintia, además, no entiendo, para estudiar administración tenés la UTU, como la hija de Carmen, hace tres años que trabaja lo más bien, si hasta autito tiene. -Voy a estudiar economía, no administración. Contestó con aire rebelde y sin pensar, Cintia estaba declarando su independencia. Por ahí andaba ella, a unos treinta metros de Tristán, pero tuvo que caminar más de cinco cuadras para dar la vuelta y al fin pisar la calle. Con montevideo sobre sus pies, se esperanzó, tampoco es tan difícil. La pensión quedaba en la esquina con Cerro Largo, ahí a pasos de la facultad de psicología, es que acá es ley vivir cerca de una facultad que no será la tuya. Cintia caminaba encantada bajo los plátanos, fascinada por las casas tan antiguas y las más antiguas antigüedades en las casas. Era bien distinto al montevideo que le pintaron, la gente no era tan gris y en las veredas montoneras de jóvenes con pantalones a rayas y guitarras al hombro, no charlaban sobre fútbol, y sí sobre teatro y música, también eran distintos a los de su ciudad. La pensión, claro, era igual a todas, por la altura pintaba ser de dos pisos, pero era de uno nomas, dos ventanales enormes y entre ellos la puerta, para Cintia toda una novedad. Le tocó abrir a Jimena quien la invitó a pasar enseguida, y entre saludos, besos y toallas colgadas en las puertas entreabiertas, salía a luz ante los ojos de Cintia, esa extraña forma de vivir. Llegando a la cocina, Jimena también la invitó a almorzar junto a su amiga, que tres años atrás y por esta misma fecha le abría la puerta a ella. Después del fideo con milanesas, y varias anécdotas, la invitaron a que las acompañara a poner boletos, también a la juntada del viernes, y a la feria del domingo. Acá es así.
  • 11. A la noche por teléfono, Cintia no paraba de contarle su día a la madre, sin dudas allí empezaba una nueva vida, con plátanos repletos de hojas verde-amarillas, risas de esquina, gente linda, joven y desconocida, cargando mochilas, cruzando calles, almuerzos compartidos, noches a vino y charla, cientos de calles nuevas para gastar zapato. Aquí arrancaba el camino. Cintia cruzaba el puente, en pleno centro montevideano.
  • 12. -Con el permiso del señor conductor les paso a entregar este cuento sin compromiso de lectura- Si me sentara del lado del conductor, cuando el ómnibus entrara a la avenida, debería ver una plaza. Entonces la siguiente parada era la mía. No sólo no me senté del lado del conductor, sino que no me senté. En aquel 21 había mas gente que asientos. Miento, mucho más gente que espacio. ¿Cuánta gente entra en un 21? Ni el guarda sabe. Pensar que en mi ciudad, la única preocupación que tiene un pasajero es estar atento por si debe ceder el lugar. Yo todavía no había puesto los dos pies en la escalera, cuando arrancó a andar. Mientras desenganchaba la mochila de la puerta, que inesperadamente se cerró, buscaba en el bolsillo las monedas. Algo tan sencillo puede complicarse mucho, demasiado para el cobrador. Boleto y cambio en una mano, la otra tironeando la mochila que a esta altura no sé ni donde estaría enganchada. Por primera vez, sentí la falta de un tercer brazo, y cuando el conductor recordó un poco arriba, que en rojo no se pasa, sentí la falta de una tercera pierna. Después de 45 minutos de tire y empuje, se me vino la voz de mi tío a la cabeza, que me decía que no me olvidara de sentarme del lado del conductor. Era tarde. -Señora, a la plaza de los bomberos ¿ya la pasamos? Silencio. Mejor preguntarle a alguien mas joven. -Che, decime ¿qué calle es esta? -Ni idea. Bajé y caminé, más de veinte cuadras. -A mi padrino Gabriel por tanto...por tanto cariño-
  • 13. Cielo del sur Cómo podría estar preparado para semejante cosa. Así nomas se tiró. Su cuerpo cortó el viento en un eterno instante. Vino del cielo, de una nube, de una azotea de un edificio en construcción. Congeló el transito tan sólo por unos pocos segundos y nada más. Como podría yo con mis dieciocho años entender. Partió el asfalto, partió el tiempo y partió al partir mi inocencia, que se fue como la vida esa. Era apenas mi tercer día acá, como podría esperar algo así. Nada ni nadie se detuvo, apenas el tipo que limpiaba los vidrios de un auto y yo. Ni siquiera el semáforo. Quien quiera que fuera, no logró el silencio que merecía ni la paz que buscaba. Continuaban los ruidos de taladros y martillos en la obra. La gente distraída e insensible a los gritos por el celular, la madre discutiendo con la niña. Las bocinas a media cuadra quejándose por el embotellamiento sin motivo. Ningún pié pisó el freno. Como podría seguir caminando, cómo pudo el tipo en moto esquivar como si nada. Sentí el peso de su mochila en la mía. Yo apenas cargaba mis cuadernos. Venía memorizando el recorrido del ómnibus, cuando sentí esa racha de soledad y descaso que barrió Bulevar Artigas a metros de la cruz del papa. Que fácil era perderse bajo esos edificios a medio hacer. Cómo pudo venirse de un cielo azul tanta desidia. Ese no era el cielo de mi barrio. Diferente fue ese día subir las escaleras del edificio para levantar el tubo y decirle a mis padres que estaba todo bien, contarles lo bueno que había sido mi tercer día en la capital. “Morreu na contramão atrapalhando o tráfego”
  • 14. Acá pero allá Yo iba parado en aquel ómnibus pero no estaba allí. A las 7:00 am me levanté, pero a las 7:45 me estaba levantando de mi cama, la de allá. Justo me crucé con mi padre que ya iba por el décimo mate, y por mi madre prendiendo la radio. Yo iba pero no iba, me había quedado estudiando hasta las 4:00 hasta que me dormí para descansar un poco, y tuve un sueño horrible, soñé con lo que había estudiado. Mientras el 407 conmigo adentro esperaba en el semáforo, yo estaba saliendo de mi casa. O era el 405, los dos me servían, los dos son rojos y los dos van llenos. No hay diferencia. Ya iba yo caminando por el empedrado, saludé a la Doña, al Don, al perro, al caballo y al carro. El bolichero sacando los cajones de verduras, los gurises yendo a la escuela de muro largo y blanco, la plaza, la quiniela, la tómbola, el olor a pan. Esperen un poco, que escuché una queja, una crítica y una puteada al guarda. Un pasito al fondo que hay lugar. Un codazo en la espalda y un correte pelotudo. Bien, ya pasó, ¿dónde estaba mismo? Ah si! Cruzando el comité o el bar, nunca supe bien que era aquello. La fila para el comedor, la carnicería evangélica y sus chorizos celestiales, la competencia en la vereda de enfrente, y la competencia de la competencia a media cuadra. La gomería y el club, la comisaría y la iglesia, la papelería y el liceo, el cuartel y la cancha, juntos hasta que la economía los separe. Y ahora la facultad de Arquitectura, miren que grande que... Esperen!, en mi pueblo no hay Facultad de... Ah! Permiso que me bajo en la próxima y acá ni loco quiero caminar una cuadra. “Me solta Montevideo que acá no hay cuerpo que aguante”
  • 15. Martín iba rumbo a la cocina para apagar el arroz que según Ana se le quemaba. En eso se cruzó con Sebastián que salía para el súper, y le preguntó si quería algo. Si, traeme un pan, le avisó Martín. Ana estaba estudiando con Cecilia y Yonathan, en la sala de estudios que también era el comedor. Yona era de Rivera, y andaba con Ceci, de Soriano. Estaban en vuelta de garantías para alquilar juntos. Martín puso más milanesas al horno para invitar a Seba, bajó al baño pero se estaba bañando Carla, así que fue al cuarto a buscar platos. Se cruzó con Claudia en el sofá hablando con su madre, que cuando se enteró le mando un beso, pero Martín ya no estaba. Sonó el timbre, corrió Cristhian a la puerta pero Gimena ya había entrado, porque Seba justo llegó y los dos pasaron. Carla salía del baño y agradecía por haberle abierto la puerta a su amiga, de pasada con la toalla en la cabeza la invitó a Claudia al baile, pero no había plata. ¿A quién le toca lavar? Gritaron. A mí, contestaron. El taper con tuco está con olor. Y bueno, dijeron, ya fue. Martín subía otra vez las escaleras hacia la cocina, ahora pensando si el taper era suyo. Apagó las milanesas, sirvió el arroz y avisó. Cristhian escuchó y dijo que entraba con la Coca. -¿Ana, dónde está Sofía? - Y, debe estar con el novio. Al ver las milanesas en la mesa, a Yonathan le pegó el hambre, así que descongeló unos panchos brasileños. En la mesa, las milanesas, los panchos, el celular con música sonando, los cuadernos y un libro de Psicopatología. La pensión poco a poco se iba silenciando, era noche de viernes y quedaban sólo los que trabajaban el sábado. Después de lavar, llegó Rodrigo con un amigo y un rosado dulce. La noche se estiró hasta las tres, hasta que se fueron Yonathan y Ceci, después Ana, después el vino. Martín apagó la luz de la sala, entró a su cuarto, estiró la frazada, puso despertador, y se acostó. Miró un rato al techo, imaginó caras en la pared, contó las horas de sueño, los días para fin de año, suspiró un buenas noches, y durmió. A los de Rodo 1717.. a Martin y sus 700 pesos por mes... a los recuerdos de aquella vez
  • 16. Hasta parece que acá todo se quedó estático, congelado en el espacio, sin cambio de estaciones. Que en estos meses la vida solo giraba allá por el sur. Sin embargo las cosas aún viven, respiran y circulan a la misma velocidad que antes, barriendo los mismos rincones de antes. Pero si no estoy más por las noches frente a casa ¿A quién saluda Don Alberto cuando vuelve cansado del trabajo? ¿Quién le hace los mandados a la abuela por las mañanas? ¿Quién completa el cuadro los sábados de tarde? Y mis padres ¿A quién le dicen buenas noches? Si cuando estoy acá soy de allá y cuando estoy allá soy de acá. ¿Por dónde andará mi casa? Querido diario... Y yo que nací en la suerte de la frontera.. No sé qué son las fronteras. “No soy de aquí ni soy de allá”
  • 17. Te quero mas tambem quero istuda Te dexo, eu vo lá Vo me iscreve na faculta Nunca vo te olvida sempre vo me arrepende sempre te recorda Mas vo me recibí y adepos vo volta meu papel vai prova que daqui tambem da pra saí y pra se virá.
  • 18. Extrañando lo conocido Ella, y también yo, necesitábamos que todo por un rato no cambiara, que Don Pedro estuviera ahí en su silla, el Macaco en la esquina. Que el puño de Corina se congelara pelando ese boniato. En esta pensión solo sale y entra gente desconocida, ni el cuidacoches es el mismo que el del otro día. Me abrazó con sus ojos rogando que no me moviera, que me quedara quieto. Pará un poco, me dijo. Esperame, yo tampoco quiero cambiar. La pieza es fría y húmeda, pero se pasa bien. Pero hay noches. Ah! hay noches eternas donde ningún cuaderno nos consuela. No, no te muevas. No me miró, cerró la valija y la guardó abajo de la cama. El mundo, me dijo, está en nosotros, ellos también están acá y nosotros en ellos, allá. No hay distancia mientras nos una esta esperanza. Amanecimos, aunque en una pensión nunca se sabe cuándo amanece, riéndonos. Conociendo lo extraño Amanecido ya, caminé de vuelta a casa y me perdí tres veces, confieso que soy distraído, pero no fue mi culpa, esta vez no, fue de Euclides, aquél que dijo que dos paralelas nunca se cruzan... Mientras andaba en círculos pensaba que este señor no tuvo que venirse a estudiar a la capital, no conoció las calles de Montevideo.. ¡Ah no mismo! Y caminando cantaba: “Ô Iaiá Iaiá, ô Iaiá Minha preta não sabe o que eu sei O que vi nos lugares onde andei...”
  • 19. Capitulo dos El trueno anuncia el temporal En hojas mojadas ya no se lee ...
  • 20. Gris entre los grises Me lo contó Marcio en las escaleras de la biblioteca nacional, entre Sócrates y Cervantes. En una media mañana con pocos grados y mucho ruido. Me lo contó así medio apurado. Que de allí se iba a tres cruces, que ya no daba. Que el tío no estaba ayudando, y que nada era como debería ser. Las distancias, la antipatía de los guardas, las presiones de su casa, los dos prácticos atrasados, la beca negada, el fideo con panchos y esas tristes luces amarillas que alumbran la cuadra. Parecía que no sentía el frío que le cortaba los dedos, tenía la vista clavada dieciocho arriba, al este que lo llevaría al norte del cuál según él nunca debería haber salido. Me lo contó, contó sus monedas y se perdió gris entre los grises. Alcanzó a gritarme: - No aflojes loco, no van a poder con nosotros. “La patria se muere de tristeza cuando ve todo tan centralizado el desarraigo del joven de su tierra y el norte cada vez más olvidado”
  • 21. La Historia del pájaro y el tiro.. Erase una vez una joven que terminó el liceo, y sintió ganas de estudiar. Y de tantas ganas que sintió se fue al sur, a la capital. Se fue volando sin saber volar, se despidió de su hermano y de su madre maestra. Llegó un marzo con ganas, con la mochila vieja pero abierta. Llegó llegando, compartió cuarto, y compartió pan. Se sintió el futuro del Uruguay, se sintió bien. Entonces en abril le negaron la beca, y tuvo que volver. “Livros tão caros/ Tanta taxa prá pagar Meu dinheiro muito raro/ Alguém teve que emprestar .. Mas a faculdade/ É particular Particular! Ela é particular”
  • 22. Lunes / primer año / segundo semestre / llueve Ese fue un lunes completamente nublado y bastante frío. El invierno montevideano se despide así, nos deja congelados deseando la primavera. Sólo faltaba la llovizna, hasta que al medio día un viento del sureste al fin la trajo. En dieciocho de julio a las seis de la tarde apenas puede uno caminar, y peor en estos días donde la gente pasa a ocupar el espacio ancho de cada paraguas. Si en esta capital no es costumbre pedir permiso, mucho menos en esas tardes. Los paraguas van atropellando a los caminantes que se pechan con otros que se van esquivando baldosas flojas. Es el efecto dominó dominando las veredas del centro, que ya son angostas de nacimiento y ni con la lluvia esos tipos dejan de vender esas películas truchas y esos lentes sin aumento. Yonathan ahí andaba, medio a la deriva, medio perdido y medio que extrañando su gente. Pidiendo un par de permisos y unas cuantas disculpas, cumplía su rutina diaria de ir del trabajo a la casa. Hasta que se le terminó la cortesía cuando ese 103 pasó a centímetros del cordón, embarrando el único vaquero limpio que tenía, y acá como se valora un vaquero limpio. Y era lunes. Había salido un poco más tarde del trabajo, y sin quejarse, con sus zapatos mojados trillaba dieciocho hasta la parada del ómnibus. Era su primer año en Montevideo, la estaba luchando en la Facultad de Medicina, de cinco hermanos fue él el primero en terminar el liceo. Luis el mayor había abandonado allá por tercer año y ahora una vez por mes le mandaba un surtido de su propio almacén. Todos acá dejamos retazos de vida para atrás cuando decidimos venir, pero Yonathan en especial, además de su familia, su perro, su trabajo en el tráiler, había dejado a su inseparable novia que desde cuarto lo acompañaba a cada esquina, y que en una de esas tantas se habían jurado amor eterno. Un día, con la lealtad de un Quijote, y dos anillos que brillaban tanto como sus ojos. Ese sabor salado de cada lágrima que una noche extraña el beso en la mejilla de mamá, para él, venía cargado con la amargura de no tenerla, eso lo dividía en dos y lo partía en mil. En un país tan chico, una distancia tan grande. Estudiar medicina era el sueño, pero ahora eso había pasado a ser la realidad, y le estaba quitando el sueño. Día a día mirando al techo de la pensión, tan alto, tan lejano, pensaba como terminar con esa distancia, esa angustia de no saber que caravanas se había puesto ella hoy, serían aquellas que tanto le gustaban a él, las amarillas que con su primera quincena le había comprado al artesano de la plaza. Yonathan sabía bien, el amor como una flor, florece sólo en la primavera de la vida. Una noche de charla larga me lo dijo. Y aquel tiempo, sin dudas era su primavera. Esa noche le comentó a ella por teléfono, que en el súper de la vuelta había una vacante. - Quién sabe, lugar acá en la pensión no falta - le dijo. Y a ella parece que le gustaba la química.
  • 23. Sin paraguas, con los pies mojados pero sin quejarse, tranquilo esperaba su ómnibus. Esa tarde gris. A unos cuantos minutos, pero bajo el mismo cielo gris, Yessica acomodaba sus busos en un placar metido en la pared, bien diferente al de su viejo hogar. Las apilaba con alegría, coloreando el nuevo espacio que ocuparía a partir de ahora. Había pedido para salir un poco antes esa tarde, con la excusa de la lluvia, para así esperarlo con todo pronto. Al sacar sus últimas cosas de la valija, vio que las había dejado atrás, a las queridas caravanas artesanales que combinaban con todo. Las dejó atrás junto a un porta retrato que ya no hacía sentido en su nueva vida. Junto a tantos otros sueños. Las dejó atras, como queriendo dejarlas. Ella volvería para explicarse mejor pero todo había sido muy rápido, es que así son esas cosas. Quizás por eso no se sentó en la cama para pensar o quizás ya no había nada más para pensar, simplemente vaciar la valija. Si ya estaba con la cabeza sobre otra almohada. Entró y la vio, feliz de que ya no la tenia que compartir. Se dejó invadir por ese aroma que ella traía a su hogar. Se habían conocido en el trabajo, ahí entre las góndolas del super a la vuelta de la vieja pensión. Ella era nueva, él un rango mayor. Yonathan cruzaba la plaza primero de mayo, ya no le importaba mojarse más, sabía que la lluvia era pasajera y hasta era una forma de barrer un poco su tristeza. No paró de llover hasta la madrugada, y Yonathan seguía tirando un poco de su ropa a la mochila, no pudo con el dolor. En pocos días se despidió de la capital. Fue el último lunes lejos de su casa. - Ella nunca dejaba las caravanas arriba de la cama- le contaba a Luis mientras acomodaba un paquete de arroz en la estantería del almacén. A mi mano Yona, tu historia no fue invisible No para mi
  • 24. Ahora... Ahora que ya no hay distancias, y de la mano suben las escaleras de la universidad. Se sabe, la pobreza compartida se hace menor, hasta se hace linda. Ahora que él pedalea contento a las once de la noche fría para traerle un alfajor. Y que ella le lleva el té con limón a la cama. Que los cuadernos se mezclan, que el examen de uno le da nervios al otro. Ahora que en el asiento de al lado por fin hay buena compañía, y volver no es tan feo. Juntos estudian y juntos se estudian, se dan el beso de buenas noches, y pasan las hojas del libro de sus días. Ahora, la gran ciudad con su indiferencia, los encandila. Ella siente que ya es hora, y se viste de adiós. ...Adiós
  • 25. Jimena... Una cosa es estar solo, otra es vivir en soledad. Pero hace ya algunos otoños que se le desapareció la linea que marcaba esa diferencia. Desde que se le empezaron a confundir los apuntes de Histología con las cartas que escribía sin otro destino que la papelera. Desde que cuando extraña no se desconcentra, y cuando se concentra, extraña. Desde aquel día espera un abrazo. Jimena tiene amor en los ojos y en sus manos, y si la nostalgia tuviera cara, sería la suya. En silencio guarda lo que no quiere guardar. Lo que no se aprende porque no se enseña, porque nadie entiende, lo que todos sienten. Es decir, acá también se vive. Y aunque a veces solo se pueda ver la escalera de exámenes por la que avanza un estudiante, y con eso medir su vida. Sepan que hay pruebas que no se eligen, y resultados que quizás nunca lleguen. Como ese abrazo que Jimena, aún espera. Aún espera...
  • 26. Eu quiria istuda medicina mas aqui na frontera ninguem insina eu quiria sé abogado mas tudo aqui e tan centralizado Hoje me senté na vereda pa oia u atardecer mas ele caiu como pedra y yo ni pude ver Vo junta as mueda pa compra trago hoje acordei loco de bravo.
  • 27. Capitulo tres Y en el andar los zapatos se acomodan...
  • 28. Marchando ando... Qué lindo era sólo estudiar. Pensaba Andrés mientras discaba el número del próximo encuestado. - Al principio éste trabajo era ideal, cinco horas haciéndole un par de preguntas a algunas personas, de 13 a 18, y así poder irme de esa pensión para un apartamento. Voy a clase de mañana y estudio de noche, es sólo un año, hasta que consiga trabajo en lo mío. Además me gustaría ayudar a mis padres y, si sobra, me compro aquella guitarra, criollita nomá pa’ aprender. – Decía. Pero las 5 horas se hicieron 8, entre paradas de ómnibus, filas de supermercados y horas extras. De noche, Andrés tenía ganas de descansar, mirar tele o mirar al techo escuchando música, y ahora tenía unos pesos para compartir una que otra cerveza los fines de semana. El apartamento se hizo inalcanzable, el sueldo no cubría ningún alquiler, además, no tenía garantía, acá nadie tiene. Ni heladera, ni cocina. Ahora le duele cada vez que no llega a un examen. Él no dice nada, sus padres tampoco. No tiene las mismas ganas de ir a trabajar, pero no le es tan feo, allá se hizo amigos, y ahora es él el más viejo. Su carrera sigue, marchando. Sigue entrando a clase con la misma esperanza y entusiasmo de siempre. La facultad no espera, algunos compañeros ya están terminando. No le importa Hoy, Andrés cumple tres años en el Call Center.
  • 29. Proa al viento Así de libre navegaba. Las horas eran piezas y él iba armando y desarmando su rutina diaria. Casi nada había de igual entre un día y otro, a veces se pasaba sin ver el sol días enteros. Es que acá escasean las ventanas en los cuartos de pensión. Demostró que la noche no se hizo para dormir, que siempre hay alguien para chatear a las tres de la mañana, y que libertad es no tener despertador. Ahí, con los codos sobre el escritorio junto al café negro, levantarse solo cuando el hambre disponga. Abrir la heladera, descongelar un tuco de pollo, lavar un único plato y volver a la pagina de algún libro con título Introducción a... Alguna ciencia. Timoneaba el día, siempre con la proa en dirección al oleaje de exámenes, cuando éste se acercaba. El martes podía ser domingo, el desayuno un almuerzo. En la puerta del ropero pegada con cinta estaba la hoja con los horarios y salones de clase, y nada más para respetar. Recorrer el pasillo de la pensión y darse cuenta que no era el único, lo hacía pensar que habrían cientos de ventanitas iluminadas por portátiles en los edificios de todo Montevideo, como estrellas. Así de libre navegaba, hasta que un buen día, naufragó por una ola, de esas que te sacan ocho horas a cambio de casi nada. Fue arrastrado hacia la orilla, junto a cientos de otras barcas más. Dicen que hasta ahora sigue allí, porque de allí no se sale nunca. Sin embargo no tan lejos y por las noches, de mi barca veo la suya, alejándose cada vez más de su ancla, y con la luz siempre encendida.
  • 30. “...Me gustan los estudiantes porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura para la boca del pobre que come con amargura...” Hablábamos sin conocernos, compartíamos desde el pan hasta la saudade. Nos queríamos sin decirnos, todos allí sentados alrededor de la mesa partíamos las dificultades en mil pedazos para ponerlos en la olla y hacer un buen guiso. Tú con mi vaso y yo con el plato de no se quién, las monedas pasaban de mano en mano a la hora de la colecta para la coca. Llamen a Ana que duerme y no se olviden de esperar a Sergio que llega a las once de clase. Cada uno con su manera de cortar la cebolla, de hablar. Las eses que le sobran a uno le faltan al otro. La cumbia, el rock, el metal, la murga, para todos el espacio, para todos el guiso. Madrugada adentro develando los misterios que trae el otro, nos recorríamos todos los barrios de todas las ciudades del interior. Las anécdotas, las familias. Las confesiones, las dudas de quien recién arranca con la fuerza que da el que está por irse. Todo sobre la mesa, compartiéndose, compartiéndonos. Así era, nuestra mejor clase en la mejor universidad. De todos todo
  • 31. Aguas Era más charla que estudio, recién empezaba el segundo semestre después de un julio lleno de exámenes, cuesta arrancar. Además no había casi gente en la biblioteca, así que las risas no molestaban. Fernanda había pasado una semana en Paysandú. Mariana no tuvo tanta suerte, pero pudo irse por un fin de semana que lo estiro hasta el lunes, como debe ser. Así que, tema no faltaba y mate tampoco. Se conocieron en primero, el segundo día de clases, o la segunda semana, no recuerdan bien. Acá el primer día dura tres meses, así que no hace diferencia. Mariana conocía Montevideo solo de pasada. Cuando era niña su tía la traía unos días de las vacaciones de verano para que fuera a la playa con sus primos. Le llamaban mucho la atención los números tan distintos de los ómnibus, y los tantos y tan altos edificios de la rambla. Venía de Treinta y Tres, vivía a la vuelta del zoológico y al liceo iba caminando con su hermano menor. Sus mejores historias se dieron todas en un solo lugar, el camping del Olimar. En turismo se juntaba con sus amigas y aunque vivían a pocos minutos del festival, se armaban con carpas, mochilas y a acampar. No había nada mejor que pasar una semanita lejos de sus padres para poder tomar vino con frutilla y ver caras nuevas. El maldito 370 no pasaba nunca, el teórico arrancaba a las ocho, faltaban diez minutos y Mariana estaba frente al Clínicas, esperando. Se había tardado un poco armando el mate, regalo de su padre el día antes de empezar su nueva vida en la capital. Le podía faltar la mochila, pero aquel mate nunca. Así que llegó tarde nomas. Demoró más buscando el salón que en llegar. Al entrar vio aquél pizarrón lleno, vio el salón lleno. – No hay lugar, me quiero matar.- pensaba. Hasta que alguien le hizo señas mientras iba sacando la mochila del banco que tenía al lado. Fernanda tenía esa costumbre, ocupaba dos lugares al mismo tiempo, costumbre liceal que se te va enseguida. Así se conocieron, Mariana ahora tenía asiento y Fernanda mate. Fueron muchas mañanas sin entender nada, compartiendo biscochos, cuadernos, risas, y la bronca de tener Estadística en Medicina. En la residencia de Fernanda las cosas no iban bien. La luz que se apagaba en horas de estudio, la leche desapareciendo de la heladera, la visita especial que no podía entrar. Cosas que pasan. Ya Mariana alquilaba con la prima un apartamento de dos cuartos, amplio, bien ubicado aunque caro para dos, pero menos caro para tres. La mudanza duró semanas, participaron todos: madres, padres, amigos, primo, y amigos del primo. Pasaron juntas varias noches de estudio, de joda, y algunas cuántas más de joda. La madre de una mandaba en la encomienda cosas para la otra, y también al revés. Mariana conoció la fiesta de la cerveza y Fernanda la del Olimar. Un verano, juntas se
  • 32. aventuraron un fin de semana a Rocha, y tuvieron un año de anécdotas. Amigas, si, como hermanas que nacieron ahí en la Facultad de Medicina, en el salón 1, en el anexo, una 15 minutos más tarde que la otra. Dicen que en cada salón, cada banco tiene cuatro destinos, como puntos cardinales. Como los vientos del norte que las trajeron, a ellas, aguas del Cebollatí junto a aguas del Uruguay, encauzadas en la UDELAR. Mariana cuenta que son amigas gracias al 370, por su retraso diario. Fernanda dice que es gracias a la centralización. Las dos siempre fueron optimistas. Y las dos están de acuerdo en que la mejor materia no se dicta en ningún semestre de ninguna Facultad. Aquella, la que nos enseña que todo nace para ser compartido, que quien comparte une, y hace de las partes separadas un todo, un motivo para seguir. Porque una noche de estudios entre Mariana y Fernanda, es la mejor ruta entre el Este y el Litoral. Es la mejor imagen del Uruguay, es toda su geografía arriba de la mesa. Es el apretón de manos de los que quedan.
  • 33. De Andares...De Abrazos...Y de estrellas... Esa forma de mirarse nunca la vi en mis calles, esa forma de hablarse, ese sin acento. Ese malhumor mañanero, ese apuro por llegar. Esta ciudad centralizadora, me enseñó que soy de afuera. Esta noche dejé mis prestamos de biblioteca de lado, y miré las estrellas que vienen del norte y del este, del litoral y del centro. Vi constelaciones. Nadia floreció este último otoño, cuando camina, mira a los ojos y cuenta hasta ocho, sueña ser bailarina, también psicóloga. Conoció en una esquina la violencia, en un tire y empuje perdió lo que quedaba de la beca, lloró de noche, nadie supo, ni siquiera la indiferencia. Andrés revendía ticholos, rapaduras, delicias de la frontera, llegaba apenas a fin de mes, pero no a los parciales. Mucho antes de que naciera, sus padres cambiaron algunos años de vida para comprarse un terreno, y por ser hijo de propietarios, le negaron la beca. Varias veces, caminaba hasta la facultad y de paso vendía, de tanto caminar, se perdió en la polvareda, y ya no supo las diferencias entre la necesidad y el sueño. Andrés sigue por sus calles de tierras, coloradas del norte, matando materias. Lucia adora al sol pero en su cuarto no hay ventanas, le encantan los helechos pero en su cuarto no hay ventanas, anteayer de noche buscó un abrazo que aliviara el cansancio y la distancia, en la última hoja del cuaderno de química orgánica casi nació una hermosa poesía, buscó versos que hablaran de nostalgias y le pidió inspiración a la luna, pero en su cuarto no hay ventanas. Lorena armó y desarmó su valija más de trece veces, la primera vez fue hace siete años cuando el profesor de neurología mientras buscaba la llave de su auto le dijo que medicina no es para quien trabaja, acá se estudia no se trabaja. Y la última vez fue ahora, ¿y acaso importa el motivo? En esta ciudad que confunde, en esta noche nublada, decimos, el cielo está repleto de estrellas.
  • 34. El martes 4 de marzo del segundo año, nos sentamos a tomar unos mates en la plaza de los bomberos. Ese que pasó ahí era un Cutcsa, aquél es el banco república, el 113 pasa menos veinte, en un rato viene la murga joven, montado al caballo es Lavalleja, a la vuelta del súper el pan es más barato, el cuidacoches se llama Salvador. No, no tengo monedas soy estudiante. Si señora, camine dos hacia abajo y doble a la izquierda. Después de todo che ¿cuánto falta para semana de turismo? “Se fue volviendo ducho en los yeitos de allá. Envejecieron sus zapatos transitando calles gastadas de esperanzas en su andar y se metió en su cuerpo el olor a sal.” Si señor, trabajo turismo, pero...¿cuánto falta para mi licencia? Martes de marzo del quinto año
  • 35. Malegría en la madrugada En la madrugada de un 2 de febrero, Iemanjá la reina del mar esperaba ansiosa sus ofrendas. Mientras acariciaba la arena en la rambla. En un balcón, dos gurises pasados de cervezas intentaban consolar el no de sus amantes. Decían que la vida no tenía sentido sin ellas, no les interesaba nada más. Nadie va a leer mis poemas, dijo uno. No importaban los libros percudidos de la facultad, ni decepcionar a las familias por todo el esfuerzo realizado para tener un hijo universitario. Esta es una ciudad de mierda, querían regresar a casa por la larga ruta 5 y hacer esos malditos 500 kms para refugiarse en la pérgola. Donde el mate hace la ronda sin esquivar una boca, el olor a guiso que inunda la casa se libera por las aberturas, los oídos atentos a la espera de un chiflido amigo para de sobre pique clavar la guinda contra el palo. Pero insistían en llorar por sus amores que disfrutaban del verano Valicero. Sin plata y lejos del pago, el corazón queda en carne viva, los cuerpos yacen entre las botellas. Despiertan con los rayos del sol, los barquitos llenos de alhajas navegan entre las olas. Los gurises le sonríen a la noche y despiertan con la resaca, para seguir soñando. A mi mano Andrés, ahora también, por regalarme este relato
  • 36. Porque no hay mejor abrazo, que el de la encomienda en mis brazos
  • 37. De sueños.. De aprendizajes...Y de encuentros.. Cuando vine traje solamente las ganas de venir, una mochila, la fórmula A69 y el carne de salud. No sé por cuánto tiempo me vine, aunque recuerdo bien por qué fue que me vine. Tenía poco: un liceo terminado, una hermana mayor, otro menor y un par de noches con amigos por ahí. Nada más. A los tres meses acá, ya tenía mucho más de lo que me hubiese gustado tener. Ya tenía nostalgia de todo y una barba de semanas. Buscaba un lugar, mi lugar, en la residencia, en las escaleras metálicas de Sociales, en el EVA, en los salones de clases, en los domingos fúnebres de la capital. Al quinto mes aprendí, acá todo el vacío está lleno de gente, no hay espacio, y toda la gente está llena de vacío. Y en la montonera entendí que acá no encontraría mi lugar, así que cargué mis dos cajas de cuadernos, la única de ropa y me mudé para mi nuevo cuarto en la vieja residencia. Al séptimo mes ya tenía escolaridad, ya debía dos exámenes y por primera vez me había perdido el cumpleaños de mi padre. Ya quería que fuera navidad, y a mi nunca me gustó la navidad. Me enteré que en la primavera no habían mas vacaciones, y que según las estadísticas del Fondo de Solidaridad yo me había transformado en un número, y me quedaba sólo un periodo de exámenes para alcanzar el sesenta por ciento de lo cursado. La fachada del Fondo es toda de vidrio, sería una lastima que alguien tirara una piedra, así que agarré la calculadora, puse a todas las materias en una regla de tres y vi que matemáticamente tenía chance. Se terminó el primer año, volví al norte con un par de materias aprobadas, según mis cuentas el sesenta y cuatro por ciento, algunos exámenes para febrero y la utopía de que iba a estudiar en carnaval. Ahora sí, era un estudiante universitario, tenía vastos conocimientos en fideos con panchos, y un posgrado en secar ropa en el cuarto. Tenía mucho más que un libro de historias, tenía un sueño. Hoy, según las estadísticas del Fondo, noventa y tres por ciento de las materias después. Aún tengo el sueño, y sé que no es necesario tener un lugar para poder soñar, mi sueño no es una cuenta, ni tampoco se cuenta. ¿Cuánto falta? No se, no me importa y no me ha de importar. Porque a cada marzo cuándo veo a quien por primera vez pisa esta vida, siento lo que siente, sueño lo que sueña, y veo todo lo que viene. Último mes: Hay muchas vidas detrás de la vida universitaria, y sí que vale la pena encontrarse con todas. Residan en la residencia, miren a los costados en los salones llenos de primer año, caminen un poco más, sin miedo, brinden doble el no aprobado, cursen y recursen. No vivan estudiando, estudiando vivan.
  • 38. Camino Incierto A las hojas de un libro las paso, a veces entiendo, a veces por cansancio. Sencillamente, las paso. A las hojas de otoño las piso, siempre con nostalgia, las piso. Nostalgia de aquel otoño que vine, y de lo que dejé porque me vine. Nostalgia joven y prematura, te sentí sin saber que eras nostalgia. Esta maldita costumbre de caminar mirando el piso, de ver en cada zapato un destino y pensarlo, inventarlo. En el lago del parque me senté a pensar, por qué fue que me vine, y por qué es que no me voy. Y no se, simplemente no me voy. Como tampoco sé porque me senté en el parque. Por la ventana del ómnibus vi la cara del tiempo, que nunca mira a los ojos. No se si por trabajo o por miedo a enamorarse. Porque si el tiempo al fin se enamorara de la libertad, cada amanecer sería una porquería, y yo ahora estaría mirando televisión. En un banco de la terminal descubrí que si a todos los kilómetros viajados a mi ciudad, los pusiera en linea recta, habría conocido Europa y ya estaría de vuelta. Esta maldita costumbre de andar en círculos, de ir y de volver. Lucía que es de Artigas cree que vuelve por la energía de las amatistas. Yo para no quedarme atrás le dije que vuelvo porque tomé agua de la Bica. Pero quizás vuelva por esa maldita costumbre que tienen de engrapar el pasaje de ida con el de vuelta. Aunque algo me llama la atención, y es ese brillo en los ojos de mi gente cuando me despiden con un abrazo. Tampoco sé lo que es, pero por las dudas, vuelvo. “E' un mondo difficile e vita intensa felicita' a momenti e futuro incerto...”
  • 39. En la terminal vi la cara del tiempo que nunca mira a los ojos Al momento en que supe el número de asiento de mi vuelta, tuve la extraña certeza de que aquél no sería un buen viaje. Así me lo confesaba Julieta casi tres años después de aquella noche. Tomábamos alguna cosa en el callejón de la universidad, y ella me relataba detalle a detalle todo lo sucedido. Yo, tenía la suerte de tan sólo escucharla sin decir nada, habían pasado ya muchas aguas, muchas pensiones, muchas otras vueltas, y era evidente que ya no necesitaba ni una palabra a tiempo, ella, ya entendía completamente la sucesión de hechos que romperían en aquella noche, como un río en las rocas, como una muerte anunciada. Su cara era tranquila, y soplaba una brisa muy amable para los dos, que siempre salíamos desabrigados. Montevideo nos acariciaba como pidiéndonos perdón por tanto, nos regalaba una noche atípica, pudimos conversar durante rato largo y nadie se nos acercó a pedir un trago, una moneda, un poco de algo que sirviera para pedir menos. Ciertamente la ciudad sabía de su parte de culpa en esta historia, y se sentó a escuchar a nuestro lado, al fin de cuentas, que en una haya en exceso lo que en dieciocho restantes falta, no tiene perdón. Asiento 29 del tercer coche a Montevideo, en la terminal todo parecía normal, o casi. Esteban notó que ese ómnibus hacía menos de diez minutos atrás había llegado de la capital con el número uno. - Viste Juli, nos vamos en el mismo coche que llegó recién, el tipo dio la vuelta manzana para cambiar el cartel. Pero ya estaban echadas las cartas, y el viento no cambiaría ya de dirección. Julieta lo sabía, lo sufría. A pocos kilómetros apenas apagadas las luces, la descarga eléctrica aumentaba, y la lluvia no se hizo esperar. La angustia no anda con vueltas, se clava al pecho como el pie de aquel hombre al acelerador, y aunque es estudiante de filosofía, a Julieta no le faltó física para saber que el cartel de 90 km/h no encaja con cuatro horas de viaje. Bruscamente su compañero de asiento, molesto por la luz del celular, se puso de espaldas a ella, dejándole bien claro que el estar tan cerca, compartir por algunas horas el mismo destino, y la intimidad de la noche a tan sólo ruido de motor, no justifican una afinidad o cualquier otro sentimiento que venga blando, ni pensar un abrazo en este sálvese quien pueda. ¡Que carajo! La luz del celular no iba a apagarse. Es que no había señal por culpa de la tormenta, y yo sentía extrañas ganas de mandar un mensaje, necesitaba expresarme como por última vez. Me decía Julieta con tanta paz en su voz, que por momentos me resultaba difícil creer que aquél viaje ya estaba marcado desde mucho antes de ser. El guarda en la oscuridad repartía bolsas para algunas mamás con sus
  • 40. chicos, de a ratos se escuchaba el ruido del abrir y cerrar de la puerta del baño, también de a ratos voces que venían de la cabina, algunos ronquidos, pocos y tímidos, el veloz sonido de los autos por el carril contrario, sus luces borrosas pintadas con agua de lluvia en la ventana. Nadie estaba al tanto del enredo en la cabeza de Julieta, ni ella podía diferenciar un pensamiento del otro, de donde venían tantos y para qué. Ella, al fin durmió, y sólo despertó con la tragedia, no podía entender nada de lo que pasaba a su alrededor, las luces encendidas, la gente fuera de sus asientos, el coche parado. Y es que nada había pasado, absolutamente nada, ya estaban en el andén 34 y algunos pasajeros ya hacían fila para el valijero. Desgraciadamente el mundo no había terminado. Eran las seis y cuarto de la mañana y la señal ya estaba de vuelta, pero sin ningún mensaje. El verano había pasado y nunca más se los vio juntos. El callejón estaba desierto, yo desde mi bicicleta la abrazaba y de mi cabeza no se iban sus palabras, sonriendo me dijo: ¿Sabés por qué me subí a ese coche sabiendo su destino? Es que el mundo nunca para, nos quiere tanto que hace oídos sordos, y así, ignorándonos, nos salva. Para Julieta y su filosofía Mujeres lindas siempre, luchando siempre, salvándonos siempre, y en sus banderas lo más hermoso, siempre...
  • 41. La pensión nunca vacía siempre alegre y de tanta alegría sola Sola como Ciencias en Malvín Norte triste nunca La pensión con aires de residencia llena y de tanta gente fría. La pensión eterna sala de espera donde en filas de bedelías se desesperan las ganas y los ojos ven como se cierran las ventanas. Luego noches clandestinas en el sur hojas al viento en la Tortuguita arrepentimiento después cuando fin de mes sin guita. La pensión sin dirección vuela por los aires se aleja del cemento y encima de los bares despacha sentimientos Con ella vuelo yo y Agustina y Fernando y Martína y libros de psicología y noches vacías saudades compartidas exámenes y parciales cajas de encomiendas y llamadas perdidas. La pensión desaparece como una idea muerta como un vago recuerdo como la intuición de haber venido con algún buen motivo
  • 42. Desaparece se sienta en el limbo y escribe un libro. Entonces vuelve baja y se aferra lo ata con cuerda La pensión sin dirección rescatada en los renglones vuelve y sueña.
  • 43. Cores Hace cinco años dejé la ciudad que no me deja. Y en este tiempo algunas veces me hice el loco, estando meses sin volver a verla. Pero no me deja. Le digo que no la quiero, que se vaya lejos o que se quede quieta, pero está en mi y si se va me voy, y si me voy vuelvo a ella. Le dije que ya no la nombraría por ningún lado nunca más. Pero al hablarle me habló, diciendo que está en mi voz. Intenté olvidarme de mis vecinos, de sus nombres y sus caras. Quise cambiarlos por los de acá. Pero acá no hay vecinos, sólo hay gente que sin decir buen día ni buenas noches, reclama por el ruido, y te pasa humedad. Están ahí pero no se ven, y es imposible imaginarlos sentados en la vereda escuchando FM, tomando mate con el cusco al lado. Busqué nuevos olores recorriendo las calles de la vuelta, pero sólo olí humo negro de carburador y basura. No me importó, así que pedaleé fuerte buscando otros colores, otros barrios. Pero acá no hay barrios, hay municipios y tonos de grises hasta el cielo. Cuando al fin llegué al mar, me acerqué a la orilla y vi. Vi que el mar también era gris. Hace cinco años dejé la ciudad, que no me deja. Y aquí no termina, lo que recién empieza, cuando se sueña juntos la vida ya no pesa Salu' Matías
  • 44. Me encantaría saber sus pareceres y sentires: dacostacuaro@gmail.com Matías da Costa Citas “... ” por orden - Chico Buarque - Construção – Ernesto Diaz – Me solta Montevideo – Facundo Cabral – No soy de aquí ni soy de allá – Zeca Pagodinho – Quando eu contar IaIa – Lingua Mae – La Patria se muere de tristeza – Martinho da Vila – Pequeno Burgues – Violeta Parra – Me gustan los estudiantes – Larbanois-Carrero – Exilios – Manu Chao – E un mondo difficile
  • 45. “…no aflojes loco, no van a poder con nosotros!”, el grito rebelde del amigo haciéndose uno con quien queda, volviéndose porque lo tragó el empleo, la no beca, o la plata que llega poca. Estos relatos, en breves trazos, nos cuentan las peripecias de la muchachada universitaria que con esfuerzo llega a “la capital”. Traen proyectos, mucha esperanza y poca plata. De la frontera indefinida -“y yo que nací en la suerte de la frontera, no sé que son las fronteras“- llega el autor, muy joven, con intuición de poesía en su prosa, tiene el don de novelar las que fueron anécdotas propias y ajenas, transmutándolas con valor en vivencias universales y auténticas como él mismo, sintiendo y diciendo lo que hay que decir. Incluso nos reconocemos aquí las generaciones, pues las ilusiones, la solidaridad entre pares, las penurias y gratificaciones, en esencia no cambian con los tiempos. “No hay pago sin ausencia” me decía el Prof. Omar Moreira citando a Morosoli, y entonces la nostalgia por aquello del otro lugar, “… hay noches eternas donde ningún cuaderno nos consuela”. Y nos golpea con la tragedia incomprensible del suicidio, que al recién llegado golpea “partió el asfalto, partió el tiempo y partió al partir mi inocencia que se fue como la vida esa”. Y siempre la rebeldía, “… dicen que somos el futuro, aunque algunos nos talen el presente.” Nos cuenta penas del enamorado, siempre sentidas desde el alma joven “… sabía bien, el amor como una flor, florece solo en la primavera de la vida” Viejos lectores quizás extrañen no hallar lo de épocas donde todo no era tan parecido, cuando había claras causas y cauces turbulentos que navegar, y vivían las pasiones –amorosas y no- esas que atrapan el todo, subliman, enloquecen o matan… ¿Aunque, sería posible vivenciarlas en un cuento corto? Y no equivocarse, estos muchachos están, y sin duda estarán cuando y donde sea preciso. Recibamos entonces estos preciosos relatos también como anuncio del devenir, esperando buenas cosas que pensar y sentir, aunque no sepamos que tiempos vivirá Matías con su vida por delante, como tampoco imaginamos qué piélagos deberá navegar, ni que destino tendrán las flechas que carga en su esperanzada aljaba. Porque ¿será nomás como dicen sus compañeras (amigas gracias a que aquella guardaba un asiento y esta llevaba mate y termo)? “…la mejor materia no se dicta en ningún semestre de ninguna facultad.” Luis Campelo