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INVENTARIO DE 2008.
Manfred Nolte
Concluye hoy el año natural y, por tanto, también, el año económico. Tal vez
convenga con tal motivo repasar algunos hitos registrados en los últimos doce
meses, que, sin duda, condicionarán los pronósticos de los doce siguientes.
Fue 2017 un ejercicio de una destacada fortaleza económica en todos los
hemisferios del planeta y 2018 debía tomar el relevo de la esperanza que aquel
había despertado. Pero ya en enero, las Instituciones Internacionales advertían
de que el crecimiento registrado en años anteriores estaba llamado a ralentizarse.
Las primeras profecías se cumplieron cuando a nivel mundial la producción
industrial, el comercio y la confianza empresarial comenzaron a decaer.
Hoy en día todas las casas de estudios y los mismos Gobiernos avalan la tesis de
que la economía en los países centrales está en fase de desaceleración:
crecimientos positivos todavía apreciables, pero en la senda decreciente. Nada
que la teoría de los ciclos no haya previsto y que la historia no se canse de
recordar.
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Dejando de lado la economía real y asumiendo que ésta no se halla
necesariamente vinculada a la economía financiera, los primeros episodios de
desencanto se registraron cuando 2018 apenas tenía un mes de edad y las bolsas
de valores registraban caídas notables acompañadas de una significativa alza de
la volatilidad. En el último trimestre del año una nueva oleada de movimientos
erráticos, una posible sobrerreacción de miedo y pesimismo ha vuelto a azotar los
mercados globales de valores hasta el mismo día de hoy. Dejando de lado lo que
suceda en la media jornada de hoy, la aversión al riesgo bursátil ha campeado en
2018, como lo demuestra el hecho de que, con la intrigante excepción de Brasil
(+12%), todas las bolsas del mundo han cerrado en negativo, algunas con caídas
dramáticas como Atenas o Shanghái (-26%) y la mayoría por encima de los dos
dígitos, como Frankfurt (-18%), o Milán y Madrid (-16%). Si estos retrocesos se
prolongasen y se enquistara el sentimiento de retrasar las decisiones de gasto por
parte de familias o empresarios -consumo e inversión- y paralelamente la perdida
patrimonial de las economías domesticas indujese a una reducción paralela del
gasto corriente, el contagio entre economía financiera y economía real se habría
comenzado a producir acelerando de esta manera la caída del PIB y amenazando
la recuperación del empleo. Esta es, quizá, la mayor incógnita que nos depara la
liquidación del ejercicio de 2018.
2018 ha contemplado, asimismo, el retorno de las crisis de los países emergentes,
aunque sin aparente contagio global, lo que es una buena noticia, aunque a nivel
microeconómico la banca española haya resultado especialmente afectada en sus
cuentas de resultados. Primero Argentina, en mayo, que debió apelar al más
repudiado de sus benefactores, el Fondo Monetario Internacional, en busca del
ineludible rescate. En agosto le tocó el turno a la libra turca.
En Estados Unidos, 2018 ha resultado ser el año en que las baladronadas tuiteras
del presidente Trump se han tornado en acciones agresivas para el orden
comercial mundial, con la adopción de una agresiva política arancelaria sobre el
aluminio y el acero que puede extenderse a otras importaciones americanas con
la consiguiente reacción por parte de los países exportadores afectados. Las
consecuencias sobre el volumen del comercio mundial aun no son patentes, pero
el precio del proteccionismo se está dejando sentir precisamente en Estados
Unidos, aunque los estímulos fiscales derivados de los recortes del impuesto de
sociedades de finales de 2017 estén compensando las diseconomías citadas. Las
seis subidas de los tipos a corto plazo decididas desde 2017 por parte de la Reserva
Federal también han provocado un cierto desánimo en los inversores
tradicionales en renta variable, al tiempo que han encarecido el coste del
endeudamiento, notablemente en los países emergentes.
El pulso fiscal italiano ante la Comisión europea y la vulnerabilidad de su sistema
financiero, han supuesto para Europa y el euro un problema no menor. El gigante
alemán sufrió un desvanecimiento puntual de su PIB, hecho insólito, como
consecuencia de los recortes en la producción automovilística derivados del
nuevo karma mundial en torno a los estándares de emisiones.
Nada cabe añadir acerca de la tragicomedia del Brexit, salvo que el último
capítulo de la obra está pendiente de escribirse, y el relato podría contener un
número indeterminado de consecuencias catastróficas.
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La caída del Brent hasta los 50 dólares nos lleva al capítulo de la economía
española, tan dependiente de la energía exterior, y tan sensible a su influencia en
el índice del coste de la vida. Todo lo anterior nos afecta en un mundo abierto e
interrelacionado, pero en especial cabe destacar la fragilidad de la estructura
política del país y la lastimosa opera bufa declamada en Cataluña, aspectos ambos
que añaden un punto de gris oscuro al incierto 2018 global. Un Gobierno incapaz
matemáticamente de acometer reformas estructurales que ensanchen nuestro
crecimiento potencial y nos lancen a converger con Europa en términos de renta
y empleo.
Finalmente, la semana pasada, Euskadi ha cerrado su relato económico particular
con un brochazo de optimismo. Según Confebask la tasa de desempleo a finales
del próximo ejercicio caerá entre nosotros hasta el 7,5%. Muy lejos aun del 3,2%
de 2007, pero a reconfortantes niveles de la Unión Europea.
Se va 2018 y, francamente, han ido desapareciendo sus informantes y valedores.