España aún no ha logrado recuperar completamente los niveles de PIB y empleo previos a la pandemia de 2019. Aunque el empleo se está recuperando a través de un aumento en el número de trabajadores en lugar de horas trabajadas, el PIB español en 2022 fue un 1,37% inferior al de 2019. Se prevé que España alcance los niveles de actividad previos a la pandemia en 2024. La baja productividad en España sigue siendo un lastre para el crecimiento económico.
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En busca del PIB y empleo perdidos
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A LA RECHERCHE DU TEMPS PERDU.
Manfred Nolte
‘En busca del tiempo perdido’ es el título de una maratoniana novela de Marcel
Proust, escrita entre 1908 y 1922, que consta de siete partes de las que las tres
últimas son póstumas. Tomamos prestado el nombre de la obra del gran novelista
francés para referirnos a la marcha de dos grandes agregados económicos, que
habiendo lucido una trayectoria satisfactoria años atrás, hasta diciembre de 2019,
vieron truncada su carrera por la crisis Covid, y que, al día de hoy, han sido
incapaces de recuperar los niveles de aquella fecha.
Nos referimos a dos variables centrales en cualquier economía como son su nivel
de empleo y el Producto interior bruto.
Comenzando por la ultima, nuestro país arrastra el lastre de ser uno de los dos
Estados Miembros de la unión europea junto a la República Checa que no ha
logrado recuperarse en su totalidad del golpe económico que sufrió en 2020. En
concreto, España registró en 2022, con datos ajustados de estacionalidad y
calendario, un índice medio del PIB del 109,2, un 1,37% por debajo del índice
medio alcanzado en 2019, del 110,7. En cuanto a la fuerza de trabajo, el número
de horas efectivamente trabajadas disminuyó en términos interanuales cinco
décimas, hasta el 2,7%, por debajo de las horas computadas en febrero de 2020.
La Fundación de las Cajas De Ahorro (FUNCAS) prevé unos crecimientos del PIB
del 1% en 2023 y del 1,8% en 2024, con los cuales España lograría alcanzar en el
último de estos años, 2024, el nivel de actividad previo a la pandemia. Esta
previsión coincide con las realizadas por el Banco de España, AIReF y FMI. El
gobierno de España disiente de esta predicción y sitúa la recuperación en 2023.
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Los movimientos de ajuste de nuestra producción podrían haber sido aún más
lentos de no haber entrado en juego los fondos europeos NGEU. Aunque su
asignación final al tejido empresarial español ha sido penosa, han tenido la
virtualidad de contribuir a la mejora de nuestro principal indicador.
Concretamente, el 0,2% en 2021 y el o,9% en 2022, con estimaciones del 1,5% y
1,1% para el 2023 y el 2024, respectivamente. La ejecución el importe total del
Plan -una cifra astronómica- podría tener un impacto acumulado de cinco puntos
porcentuales en el PIB.
Las razones -aparte de la más relevante que se cita al final de estas líneas- son
obvias, aunque no puedan medirse con precisión matemática. La española fue -
como primer argumento-la economía que sufrió la caída más intensa de entre las
desarrolladas, un desplome del 22,3% en el primer semestre de 2020, un golpe
que apareja un mayor trecho hasta la recuperación de los valores iniciales. En
segundo lugar hay que citar la alta concentración del sector servicios, en especial
el que atiende al Turismo internacional, que registró una pronunciada merma
diferencial con respecto a otros países. El tercer factor viene definido por las
restricciones sanitarias, más radicales y dilatadas que las del resto de países de la
OCDE, que retrasó el arranque de la recuperación, con repetidos cierres y
aperturas de la actividad, disuasorios para los turistas extranjeros, frente a la
mayor laxitud sanitaria de otros países competidores. Finalmente hay que citar el
infortunio de una crisis inflacionaria que se recrudecería con la invasión rusa de
Ucrania, cuando nuestra recuperación estaba en su fase inicial de despegue,
cuando la demanda ahogada durante el confinamiento prometía una escalada del
PIB en ‘V’. La subida de tipos de interés ha contribuido últimamente a ralentizar
nuestro crecimiento, dada la política restrictiva del Banco Central europeo.
Lo ocurrido al empleo es más matizable. El ajuste del mercado de trabajo se ha
realizado a través del número de horas trabajado por ocupado, en lugar del
número de trabajadores activos, como ha solido ocurrir en crisis anteriores. Las
restricciones sanitarias y los ERTES causaron desde marzo de 2020 el desplome
repentino de las horas trabajadas. Este dilema da como resultado un descenso del
5,3% en la jornada laboral media, pasando de 33,8 horas semanales en el cuarto
trimestre de 2019 a las 32 horas actuales, según la EPA, sin contar, en
consecuencia, con los fijos discontinuos, modalidad de la que en 2022 se firmaron
casi dos millones y medio de contratos. Las expectativas siguen siendo
halagüeñas. Funcas prevé la creación de casi 100.000 empleos netos durante el
presente ejercicio y de 250.000 adicionales en 2024, reduciéndose la tasa de paro
a niveles aproximados del 11,5%.
Todo lo anterior resultaría incompleto si no hiciéramos una referencia al
principal lastre estructural de la economía española, consistente en la anémica
evolución de nuestra productividad.
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Datos recientes reflejan que en el periodo 2020-2023 la productividad por hora
efectivamente trabajada cayó, un 9,3% en tanto que la productividad por puesto
de trabajo equivalente a tiempo completo cedió un 1,1%. Se omiten aquí los
factores que determinan esta baja productividad, que han sido recogidos en
columnas anteriores en este mismo diario con machacona periodicidad. La
creación de un Instituto u Observatorio de la productividad, solicitada desde hace
años por la Unión Europea y vigente en buen número de países desarrollados, tal
vez ayude a impulsar el crecimiento de producción y empleo, dos de nuestras
variables económicas más relevantes. Resumiendo: dos años después de la
pandemia, España crea empleo a buen ritmo con menos horas trabajadas, pero
seguimos siendo ligeramente más pobres que en 2019.