1. FIELES DIFUNTOS
CICLO A
En casa de mi padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio.
Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que a donde
estoy yo, estéis también vosotros.
Jn 14, 1-6
EL PASO INTERMEDIO HACIA LA LUZ
Celebramos hoy la festividad de los Fieles Difuntos, una fiesta en la que
la Iglesia nos invita a rezar por muchos seres queridos que nos han
precedido. Tras la muerte, ellos transitan por el camino de la luz, ese
trayecto que los conducirá hasta Dios. Esta celebración es la continuidad
de la fiesta de Todos los Santos, es decir, todos aquellos que ya están
disfrutando del abrazo eterno de Dios Padre y ya han entrado en la
intimidad más genuina, que es su mismo corazón. Estos ya están
gozando de la poderosísima gloria de Dios.
Nuestros difuntos se hallan en ese paso intermedio, durante el cual poco
a poco se van adaptando a la luz potentísima de Dios, que es fuego
ardiente de amor. Por eso nuestras oraciones y las eucaristías que
ofrezcamos por ellos son necesarias, pues los acompañan en ese
proceso y agilizan su paso.
UNA RESPUESTA ANTE LA MUERTE
En esta liturgia, la Iglesia quiere ayudarnos a reflexionar sobre la muerte,
una situación vital que a todos, creyentes y no creyentes, nos interpela
profundamente.
Delante de la muerte nos sentimos desconcertados e inseguros.
Especialmente nos inquieta que un día dejemos de existir. Nos asalta la
cuestión más fundamental: el sentido de la existencia humana, y nos
preguntamos qué hay detrás de la muerte, de ese fino velo que separa
la vida terrena del más allá. Ante este misterio, nos sentimos
sobrecogidos e indefensos.
La muerte marca existencialmente a todas las culturas, desde la más
remota hasta la nuestra, llena de soberbia y orgullo, cuya petulancia
científica cree tener respuestas para todo.
2. Pero los cristianos encontramos la respuesta en Jesús: en la
resurrección del cuerpo y del alma.
Para nosotros la muerte es un paso necesario para un encuentro en el
más allá, el abrazo de Dios con su criatura. Porque Dios nos ama tanto
que nos ha regalado una vida eterna que nos permita disfrutar de su
presencia sin fin.
NOS DEBE PREOCUPAR LA VIDA
A los cristianos no debería preocuparnos la muerte, porque ya sabemos
el final generoso que nos regala Dios, sino que ha de preocuparnos
cómo vivir la vida. Hemos de temer, antes que la muerte, vivir
equivocadamente, al margen de los demás; hemos de temer una vida
hinchada de soberbia, una vida vacía, sin sentido, apagada y sin amor;
una vida llena de enfrentamientos en la convivencia. Hemos de temer lo
que nos engaña y nos hace infelices.
Teniendo presente la perspectiva de la eternidad, nuestra vida puede
cambiar y ser mucho más serena y fructífera. Tenemos un tiempo en
esta tierra para hacer el bien, sin temor y sin vacilación alguna.
La victoria de Cristo sobre la muerte es la gran respuesta a esta cuestión
antropológica tan honda: Cristo es nuestra salvación y quiere que todos
se salven y tengan vida eterna, como dice san Juan en su evangelio: “He
venido para que tengan vida, y vida en abundancia”. Vivir como él lo hizo,
“pasar haciendo el bien” y entregando nuestra vida por amor, es el
trayecto más seguro para afrontar la muerte con paz.
DIOS NOS GUARDA UN LUGAR
El deseo de Jesús es que no seamos cobardes, que tengamos fe en él y
en Dios Padre, porque en casa de su Padre hay muchas moradas y él
nos hará un lugar. El deseo más genuino de Dios es conservarnos vivos
para permanecer con él. Sólo es necesario nuestro sí para el encuentro
definitivo, el abrazo con él en la eternidad.
Jesús nos dice que Dios nos tiene un sitio preparado: ya ocupamos un
lugar en su corazón. San Pablo nos dirá también que la resurrección del
cuerpo glorioso de Cristo también es promesa de la resurrección de
nuestro cuerpo mortal. Esta es la gran dicha del cristiano: viviremos para
siempre y nos encontraremos con el Padre en el cielo.