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El hijo pródigo
Siempre habrá una claridad…
La palabra que llegó más lejos
«Pero entre todas destaca la tercera parábola.
Ha sido contada a innumerables hombres desde la primera
vez y, a menos de tener un corazón de piedra, hijo mío,
¿quién será capaz de escucharla sin llorar?
Es la palabra de Dios que ha llegado más lejos, hijo mío.
Es célebre incluso entre los impíos y quizás la única que
permanece clavada en el corazón del impío como un clavo
de ternura.
Es la sola palabra de Dios que el pecador no ha ahogado
en su corazón.»
(Fragmentos de Charles Peguy)
El hijo
Un hombre tenía dos hijos
Vivían con él, en su casa.
En la rutina de levantarse,
trabajar, comer, charlar y
acostarse.
En la casa había amor,
mucho amor.
Pero no todos sabemos ver
el amor que nos rodea. Y
menos en el estallido de la
edad juvenil.
El joven aventurero

          El hermano pequeño
    prefirió la aventura de sus
   sueños a la aparente rutina
        del amor de su padre.
    Pidió parte de la herencia.
   No le correspondía por ley,
       pero el padre se la dio.
Respeto a la libertad
Al padre no le importaban las leyes. Respetaba demasiado
la libertad de su hijo y accedió. ¿Pudo resistirse o darle
consejos? ¿Le mostró su tristeza? Probablemente no.
El Dios del evangelio usa sólo la voz de la conciencia.
Su respeto a la libertad humana es casi escandaloso.
El espejismo
El muchacho se va en busca de los desconocido. Sentía la
ebriedad de recorrer el mundo. Con dinero, no le fue difícil
encontrar amigos… ¡Cuánto le respetaban todos, mientras
le duró el dinero!
La amarga realidad
Pero le duró poco, como a todo el que no ha sudado para
ganarlo. Se le fue como agua de las manos.
Pronto vio que a quien pide se le cierran tantas puertas
como se le abren a quien da.
Nada sabía hacer. Y tuvo que ponerse a trabajar.
Añoranza
Pastor de cerdos. Ahora
comprende lo que es
trabajar a las órdenes de un
amo, y un amo cruel. Era
tiempo de hambre y
comenzó a saber lo que
dolía dar a los animales lo
que hubiera querido para él.
Una noche, las lágrimas
subieron a sus ojos.
Comenzó a recordar. Y, con
los recuerdos, vino su
salvación.
Arrepentimiento
        El hijo pródigo es un
 pecador que desconocía el
   cálculo. Pecaba como se
  ama, en caliente, no como
              se odia, en frío.
   Sigue acordándose de su
  casa, de su padre, que es
 bueno y perdonador. Sigue
  sintiéndose hijo. Tampoco
   es muy grande su orgullo
  cuando le quedan fuerzas
                  para volver.
Regreso
             Es el hambre que lo mueve, y no el amor o el
 reconocimiento del error. Pero, por el hambre, la luz entra
      en su alma: la gracia de Dios es terca y si encuentra
        cerrada la puerta de la calle, entra por la ventana.
Y prepara un discurso melodramático para que su padre lo
              reciba como jornalero, ya que no como hijo.
                   Aún no sabe lo bueno que es su padre.
El padre en la ventana
El padre espera
El verdadero protagonista de
esta parábola es el Padre.
El padre ha dejado marchar a
su hijo. Ha respetado su
libertad. Pero tiene el corazón
destrozado.
Necesita que regrese el
muchacho. Sabe que no es
malo. Sabe que volverá. Y
porque lo sabe, pasa las horas
en la ventana, fijos los ojos en
el camino por el que partió.
El abrazo
  El hijo que partió vestido en sedas
llega envuelto en harapos. Nadie le
           hubiera reconocido. Él, sí.
  Y no supo esperar a que el hijo se
                   arrojara a sus pies.
         ¡Es tan agradable mostrarse
    ofendido y perdonar luego! Pero
       este padre no. Salió corriendo
  aprisa y abrazó a su hijo antes de
   que él pensara en abrazarle. Y le
       cubrió de lágrimas y besos. El
 arrepentimiento anda a paso lento,
        pero la misericordia vuela… y
        manda por delante la alegría.
El perdón
         Con el perdón el hijo
   recupera la comodidad, el
  padre recupera el corazón.
      Y se trata de un perdón
 verdadero: desbordante, sin
            explicaciones, sin
    condiciones ni promesas,
        restallante de alegría.
El padre ni siquiera pregunta
     por qué ha vuelto el hijo.
       Lo primero es abrazar.
      Lo demás, ya se sabrá
             luego… o nunca.
El perdón
 El muchacho ha preparado un
    discurso: Padre, he pecado
   contra el cielo y contra ti, no
    merezco ser llamado hijo…
El padre no puede creer lo que
    oye, y se pone a gritar a los
        criados que preparen un
banquete y traigan los mejores
    vestidos, porque este es mi
    hijo, que había muerto y ha
     vuelto a la vida; se había
      perdido y ha sido hallado.
El hermano mayor
El hermano mayor estaba en el
                                   La silla vacía
 campo. Tan lejos de su padre
 como su hermano. Al regresar
     oye la música y llama a un
    criado: ¿Qué es todo esto?
Extraño hijo este, que sabe del
   dolor de su padre desde que
marchó el otro hermano y no se
     le ocurre cuál puede ser la
        causa de esta alegría…
 Estando en casa, sabe menos
   de su padre que el hermano
 pequeño en el lejano criadero
                      de cerdos.
La “santa” indignación
            Se encoleriza al enterarse.
         ¡No es justo! La santa justicia
                 sube a sus labios para
             disimular la sucia envidia.
      A él también le hubiera gustado
           paladear las alegrías de las
          que ha gozado el pequeño…
             Si todo iba a terminar así,
       ¡también él hubiera elegido las
                          francachelas!
         Así es como el “justo” envidia
                             al pecador.
La rabia de los “justos”
        No quería entrar. Es la rabieta de los
        “justos”. ¿Cómo iba a mezclarse con
                               semejante tipo?
    También a este sale a buscarlo el padre.
    Porque él acoge no solo al que viene de
           lejos, sino al que se niega a entrar.
  Pero el hermano mayor tiene sus razones:
   Tantos años que te sirvo sin jamás haber
 traspasado tus mandatos y nunca me diste
      un cabrito para hacer una fiesta… y al
   venir este hijo tuyo, que ha consumido su
          fortuna con meretrices, le matas un
                               becerro cebado.
Alma mezquina
El discurso del hermano mayor es bien triste: pasa factura
a su padre como si estando a su lado le hiciera un favor.
Su gran mérito no es haber amado, sino “no haber
traspasado” los mandatos, no haber hecho el mal.
No reconoce a su hermano ―tu hijo, recalca― como a tal.
Ignora el dolor del hermano, su hambre.
No se preocupó por ir a buscarle. Habla lleno de envidia y
prejuicios.
Ni siquiera para pecar tiene coraje.
La fe farisea
Difícilmente podía retratar
Jesús con mayor viveza la
religiosidad de los fariseos.
Son los justos que pasan a
Dios la factura por sus
bondades junto con la
acusación de la maldad de
los otros.
Pero el padre no se pone
nervioso…
Tú estás siempre conmigo
El tercer hijo
En esta parábola echamos de menos un tercer hijo: el que
estaba contándola.
Cristo, un tercer hermano que salió al camino para buscar
por el mundo a los hermanos perdidos y que luego se
sintió feliz con ellos al entrar en el banquete de su padre.
¡Nada entendemos del corazón de Dios si pensamos en un
corazón de hombre un poco más grande!
¡Únicamente asomándonos a las entrañas de Cristo
podremos entender algo de este pobre padre que ama y a
quien nadie parece amar!
La lección del padre

Hijo, tú estás siempre conmigo.
¿Te parece poco don mi compañía?

No sólo un cabrito, sino todo lo mío es tuyo…
Mas era preciso hacer fiesta porque este tu
hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida.
El único que ama



¿Entró el hijo mayor después de estas palabras? Quizás
sí, porque el evangelista dice que celebraron la fiesta…
El padre es el único que ama, en esta parábola.
El hermano menor regresa movido por el hambre. El mayor
entra al banquete después de ruegos y garantías.
¿Es que ningún hombre puede amar desinteresadamente?
Hay una palabra de Dios que el pecador no
  arrojará en las zarzas y sobre la que el hombre
              ha llorado tantas veces.
   Y es que no necesitáis ocuparos de ella y de
llevarla a cuestas, porque es ella la que se ocupa
                    de vosotros…
     En verdad esta palabra no tiene miedo ni
   vergüenza, y tan lejos como vaya el hombre,
      siempre habrá una claridad, una llama,
           un puntito cocido por el dolor:
       Había un hombre que tenía dos hijos.

 Jesús del atardecer
                   Charles Peguy


    Textos de J. L. Martín Descalzo,
  Vida y misterio de Jesús de Nazaret.

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El hijo prodigo m. descalzo

  • 1. El hijo pródigo Siempre habrá una claridad…
  • 2. La palabra que llegó más lejos «Pero entre todas destaca la tercera parábola. Ha sido contada a innumerables hombres desde la primera vez y, a menos de tener un corazón de piedra, hijo mío, ¿quién será capaz de escucharla sin llorar? Es la palabra de Dios que ha llegado más lejos, hijo mío. Es célebre incluso entre los impíos y quizás la única que permanece clavada en el corazón del impío como un clavo de ternura. Es la sola palabra de Dios que el pecador no ha ahogado en su corazón.» (Fragmentos de Charles Peguy)
  • 4. Un hombre tenía dos hijos Vivían con él, en su casa. En la rutina de levantarse, trabajar, comer, charlar y acostarse. En la casa había amor, mucho amor. Pero no todos sabemos ver el amor que nos rodea. Y menos en el estallido de la edad juvenil.
  • 5. El joven aventurero El hermano pequeño prefirió la aventura de sus sueños a la aparente rutina del amor de su padre. Pidió parte de la herencia. No le correspondía por ley, pero el padre se la dio.
  • 6. Respeto a la libertad Al padre no le importaban las leyes. Respetaba demasiado la libertad de su hijo y accedió. ¿Pudo resistirse o darle consejos? ¿Le mostró su tristeza? Probablemente no. El Dios del evangelio usa sólo la voz de la conciencia. Su respeto a la libertad humana es casi escandaloso.
  • 7. El espejismo El muchacho se va en busca de los desconocido. Sentía la ebriedad de recorrer el mundo. Con dinero, no le fue difícil encontrar amigos… ¡Cuánto le respetaban todos, mientras le duró el dinero!
  • 8. La amarga realidad Pero le duró poco, como a todo el que no ha sudado para ganarlo. Se le fue como agua de las manos. Pronto vio que a quien pide se le cierran tantas puertas como se le abren a quien da. Nada sabía hacer. Y tuvo que ponerse a trabajar.
  • 9. Añoranza Pastor de cerdos. Ahora comprende lo que es trabajar a las órdenes de un amo, y un amo cruel. Era tiempo de hambre y comenzó a saber lo que dolía dar a los animales lo que hubiera querido para él. Una noche, las lágrimas subieron a sus ojos. Comenzó a recordar. Y, con los recuerdos, vino su salvación.
  • 10. Arrepentimiento El hijo pródigo es un pecador que desconocía el cálculo. Pecaba como se ama, en caliente, no como se odia, en frío. Sigue acordándose de su casa, de su padre, que es bueno y perdonador. Sigue sintiéndose hijo. Tampoco es muy grande su orgullo cuando le quedan fuerzas para volver.
  • 11. Regreso Es el hambre que lo mueve, y no el amor o el reconocimiento del error. Pero, por el hambre, la luz entra en su alma: la gracia de Dios es terca y si encuentra cerrada la puerta de la calle, entra por la ventana. Y prepara un discurso melodramático para que su padre lo reciba como jornalero, ya que no como hijo. Aún no sabe lo bueno que es su padre.
  • 12. El padre en la ventana
  • 13. El padre espera El verdadero protagonista de esta parábola es el Padre. El padre ha dejado marchar a su hijo. Ha respetado su libertad. Pero tiene el corazón destrozado. Necesita que regrese el muchacho. Sabe que no es malo. Sabe que volverá. Y porque lo sabe, pasa las horas en la ventana, fijos los ojos en el camino por el que partió.
  • 14. El abrazo El hijo que partió vestido en sedas llega envuelto en harapos. Nadie le hubiera reconocido. Él, sí. Y no supo esperar a que el hijo se arrojara a sus pies. ¡Es tan agradable mostrarse ofendido y perdonar luego! Pero este padre no. Salió corriendo aprisa y abrazó a su hijo antes de que él pensara en abrazarle. Y le cubrió de lágrimas y besos. El arrepentimiento anda a paso lento, pero la misericordia vuela… y manda por delante la alegría.
  • 15. El perdón Con el perdón el hijo recupera la comodidad, el padre recupera el corazón. Y se trata de un perdón verdadero: desbordante, sin explicaciones, sin condiciones ni promesas, restallante de alegría. El padre ni siquiera pregunta por qué ha vuelto el hijo. Lo primero es abrazar. Lo demás, ya se sabrá luego… o nunca.
  • 16. El perdón El muchacho ha preparado un discurso: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no merezco ser llamado hijo… El padre no puede creer lo que oye, y se pone a gritar a los criados que preparen un banquete y traigan los mejores vestidos, porque este es mi hijo, que había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado.
  • 18. El hermano mayor estaba en el La silla vacía campo. Tan lejos de su padre como su hermano. Al regresar oye la música y llama a un criado: ¿Qué es todo esto? Extraño hijo este, que sabe del dolor de su padre desde que marchó el otro hermano y no se le ocurre cuál puede ser la causa de esta alegría… Estando en casa, sabe menos de su padre que el hermano pequeño en el lejano criadero de cerdos.
  • 19. La “santa” indignación Se encoleriza al enterarse. ¡No es justo! La santa justicia sube a sus labios para disimular la sucia envidia. A él también le hubiera gustado paladear las alegrías de las que ha gozado el pequeño… Si todo iba a terminar así, ¡también él hubiera elegido las francachelas! Así es como el “justo” envidia al pecador.
  • 20. La rabia de los “justos” No quería entrar. Es la rabieta de los “justos”. ¿Cómo iba a mezclarse con semejante tipo? También a este sale a buscarlo el padre. Porque él acoge no solo al que viene de lejos, sino al que se niega a entrar. Pero el hermano mayor tiene sus razones: Tantos años que te sirvo sin jamás haber traspasado tus mandatos y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta… y al venir este hijo tuyo, que ha consumido su fortuna con meretrices, le matas un becerro cebado.
  • 21. Alma mezquina El discurso del hermano mayor es bien triste: pasa factura a su padre como si estando a su lado le hiciera un favor. Su gran mérito no es haber amado, sino “no haber traspasado” los mandatos, no haber hecho el mal. No reconoce a su hermano ―tu hijo, recalca― como a tal. Ignora el dolor del hermano, su hambre. No se preocupó por ir a buscarle. Habla lleno de envidia y prejuicios. Ni siquiera para pecar tiene coraje.
  • 22. La fe farisea Difícilmente podía retratar Jesús con mayor viveza la religiosidad de los fariseos. Son los justos que pasan a Dios la factura por sus bondades junto con la acusación de la maldad de los otros. Pero el padre no se pone nervioso…
  • 24. El tercer hijo En esta parábola echamos de menos un tercer hijo: el que estaba contándola. Cristo, un tercer hermano que salió al camino para buscar por el mundo a los hermanos perdidos y que luego se sintió feliz con ellos al entrar en el banquete de su padre. ¡Nada entendemos del corazón de Dios si pensamos en un corazón de hombre un poco más grande! ¡Únicamente asomándonos a las entrañas de Cristo podremos entender algo de este pobre padre que ama y a quien nadie parece amar!
  • 25. La lección del padre Hijo, tú estás siempre conmigo. ¿Te parece poco don mi compañía? No sólo un cabrito, sino todo lo mío es tuyo… Mas era preciso hacer fiesta porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida.
  • 26. El único que ama ¿Entró el hijo mayor después de estas palabras? Quizás sí, porque el evangelista dice que celebraron la fiesta… El padre es el único que ama, en esta parábola. El hermano menor regresa movido por el hambre. El mayor entra al banquete después de ruegos y garantías. ¿Es que ningún hombre puede amar desinteresadamente?
  • 27. Hay una palabra de Dios que el pecador no arrojará en las zarzas y sobre la que el hombre ha llorado tantas veces. Y es que no necesitáis ocuparos de ella y de llevarla a cuestas, porque es ella la que se ocupa de vosotros… En verdad esta palabra no tiene miedo ni vergüenza, y tan lejos como vaya el hombre, siempre habrá una claridad, una llama, un puntito cocido por el dolor: Había un hombre que tenía dos hijos. Jesús del atardecer Charles Peguy Textos de J. L. Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret.