1. ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María.
Lucas 1, 26-38
La anunciación del ángel a María es una de las secuencias más
hermosas del evangelio de Lucas. A lo largo de los siglos ha fascinado a
poetas y artistas de todos los tiempos. Cientos de pintores han intentado
plasmar de la forma más bella posible esta escena que, en realidad, no
sabemos cómo ocurrió, y que posiblemente fue mucho más sencilla y
menos espectacular que lo que vemos en los cuadros.
Pero ese momento quedó grabado en el corazón de María y ella lo
conservó, meditándolo en el secreto, como un tesoro. Muchos años más
tarde, quizás habló con san Lucas y algo le debió explicar. Con pocas
palabras, simples pero hondísimas. Suficientes como para que el
evangelista pudiera componer este episodio, lleno de poesía cuyas
frases encierran un mensaje enorme.
EL DIOS QUE DESCIENDE
Casi todas las religiones y vías ascéticas son un camino ascendente, una
búsqueda de la divinidad, un esfuerzo del hombre por alcanzar lo
sagrado. Nuestra fe cristiana, en cambio, se sostiene sobre un
movimiento descendente. Ya no es el hombre el que sube hacia Dios,
sino Dios quien baja hacia el hombre. Aquí comienza el misterio y la
grandeza de nuestra fe: nuestro esfuerzo siempre será insuficiente, pero
Dios nos ha mirado con amor y no nos pide tanto. Para recibir la plenitud
ya no es necesario pelear y realizar grandes hazañas, heroicas o
ascéticas. Basta abrirse al don.
Este es el estilo de Dios: nada de apoteosis grandiosas, nada de
espectacularidad. Él viene, él baja. Y no sólo desciende de los cielos sino
que, para entrar en nuestra historia humana, se hace pequeño. Se hace
persona de carne y sangre. Se hace niño. Y no viene con pompa, ni entre
nubes luminosas o cielos tonantes. Su puerta de entrada al mundo es el
cuerpo de una doncella virgen. Y entra así, como una semilla que brota:
a escondidas, en silencio, en el secreto.
2. LA SUMA DE DOS LIBERTADES
Dios, que todo lo puede, que con una sola palabra ordena y da existencia
al universo, elige otra forma de actuar a la hora de realizar su segunda
gran obra: la redención. Si para crear el mundo y el hombre no necesitó
de nadie más, para salvar a su criatura predilecta no quiere actuar solo.
Veremos que, en toda la historia de la salvación, Dios jamás actúa si no
es por medio de personas: hombres y mujeres que se han abierto a su
gracia y han escuchado su voz. Esa voz que, desde el silencio, habla de
una vida plena e imperecedera.
¿Por qué Dios actúa a través de las personas? Por su respeto absoluto
a nuestra libertad. Al hacernos semejantes a él, Dios nos hizo libres.
Porque solo quien es libre puede amar del todo sin condiciones, como
el mismo Creador. Por eso, en el momento de intervenir en nuestra
historia, jamás actuará si nosotros no nos abrimos ni le permitimos el
paso. El Dios todopoderoso se hace así también pequeño, se pone a
nuestro nivel. Y aguarda nuestra respuesta.
María respondió. Con total libertad, ofreció a Dios no sólo su corazón,
sino su cuerpo, su vida entera. En su hágase en mí según tu palabra
resuenan las palabras del Padrenuestro: hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo. María fue la primera que las entendió, y así es cómo el
cielo vino a habitar en la tierra.
UNA GRAN NOTICIA
Hoy, los cristianos que celebramos la fiesta de la Anunciación tenemos
la oportunidad de reflexionar sobre lo que significa este día. Es la fiesta
de una doble gran noticia: Dios viene a nosotros. Lo hace porque quiere,
porque nos ama, y cuenta con nosotros para construir, paso a paso,
nuestra felicidad.
La otra parte del anuncio es que si cada uno de nosotros le abre el
corazón, él hará maravillas en nuestra vida. Hará fecundo nuestro
trabajo, nos llenará de amor y creatividad, nos dará las fuerzas
necesarias para hacer el bien.
Pidamos a María, maestra de contemplación y de oración, maestra de
interioridad, que nos ayude a imitarla y a abrir nuestra vida a la gracia
inagotable de Dios.