ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...
32 domingo ordinario - C
1. PARA DIOS TODOS ESTÁN VIVOS
32º DOMINGO ORDINARIO – CICLO C
Aún tenemos reciente la celebración de Todos los Santos y de los Fieles
Difuntos y las lecturas de hoy vuelven a tocar este tema. La muerte, uno de
los grandes misterios que nos acechan, nos hace pensar, y a menudo dudar
y temer. Lo único que sabemos de la vida es que tiene un límite: empieza en
un momento y termina en otro. Antes de ser engendrados, no existíamos,
pero… ¿qué sucederá después? ¿Realmente hay otra vida? ¿Es el alma eterna
e inmortal? ¿Resucitará nuestro cuerpo algún día? ¿O son todo fantasías y
consuelos, aptos sólo para personas de mente simple y supersticiosa?
Hay un hecho, y es que desde los albores de la historia el ser humano ha
intuido que el espíritu no puede morir, y tiene que haber algún tipo de vida
más allá de la muerte. No hay una sola cultura que no contemple esta
posibilidad. Un entierro digno, una creencia en un más allá, son signos
distintivos de todas las civilizaciones. Pero la incredulidad también es algo
antiguo. Pensar que todo se acaba aquí no es exclusivo materialismo ni del
ateísmo moderno. Siempre ha habido escépticos. En tiempos de Jesús los
saduceos no creían en la resurrección y se burlaban de estas creencias. Por
eso ponen a prueba a Jesús con este ejemplo extremo. Una mujer que ha
enviudado siete veces, ¿de quién será la esposa, en el más allá?
Jesús es rotundo en su respuesta. En primer lugar, la vida más allá de la
muerte no es equiparable a nuestra vida mortal, finita y limitada. No existe la
muerte ni las necesidades biológicas que nos afectan a todos, por tanto no
tiene sentido procrear, pues todos seremos eternos. Las relaciones entre
personas serán distintas. ¡No podemos imaginarlo! En segundo lugar,
cuestionando la resurrección los saduceos están cuestionando al mismo Dios.
Un Dios de Abraham, de Isaac, de Moisés…, de tantos que fallecieron hace
tiempo, ¿puede seguir siendo su Dios, si están muertos? Dicho de otro modo:
¿qué clase de Dios es el que llama a la existencia a unas criaturas para luego
permitir que sean aniquiladas por la muerte? ¿Qué sentido tiene crear para
luego destruir? Si una madre desearía que sus hijos no murieran jamás… ¿no
lo va a desear Dios, que es amor infinito? La conclusión lógica es que Dios
no nos condena al exterminio. Dios es un Dios de vivos. Nos hace eternos.
Terminará la vida mortal, en esta tierra. Nuestro cuerpo físico perecerá, pero
la muerte no será un final definitivo, sino un paso. Será el umbral de otra
vida que perdurará para siempre, de otro modo y en otra dimensión, que
llamamos cielo.
Aún y así podríamos pensar que todo son conjeturas fruto del deseo… pero
no es así. Jesús regresó de la muerte para contárnoslo. Sus apariciones
después de resucitado transformaron radicalmente a sus discípulos. Ya no
creemos porque nos gustaría: creemos porque Jesús vino, lo anunció y le
creemos a él y a sus testimonios. ¿Qué sentido tendría inventar algo tan
increíble y asombroso? A donde él fue iremos todos y viviremos para siempre.
También nosotros tendremos, un día, un cuerpo glorioso y resucitado.
2. La convicción de que no somos caducos, sino que más allá de la muerte nos
espera una vida inimaginable, plena y hermosa, nos da valor y entereza para
afrontar cualquier dificultad de la vida. Esta es la convicción que hizo de los
apóstoles un grupo de hombres llenos de coraje, sin miedo a nada, capaces
de morir por comunicar a Jesús y su gran noticia. Esta es la convicción que
puede hacer de nosotros, cristianos de hoy, unos hombres y mujeres libres
que no teman a nada ni a nadie, como los valientes Macabeos, cuya historia
leemos en la primera lectura. Creemos en la palabra de Cristo, la única que,
como afirma san Pablo, nos da fortaleza, paciencia y perseverancia. La única
que llena de paz nuestros corazones y nos hace libres de todo mal.