1. Un espíritu de fortaleza
27º Domingo Ordinario – ciclo C
Vivimos tiempos difíciles. Pero ¿cuándo no lo han sido? ¿Cuándo no hemos pasado épocas de
crisis, personal y social? ¿Cuándo no ha habido desastres naturales, violencia, corrupción,
injusticia social y derrumbe de valores? ¿Cuándo el mundo ha sido una balsa de aceite?
Es cierto que hoy estamos viviendo una época de cambios acelerados a nivel global, y quizás nos
sentimos poco preparados para lo que puede venir… Pero sepamos mantener la calma y tomar un
poco de distancia. Serenémonos, en silencio, ante Dios. Contemplemos nuestra vida, y el mundo,
desde lo alto. Demos la justa medida a las cosas. Entonces veremos que no hay motivos para
hundirse, acobardarse o esconderse en un agujero. Al contrario, nuestra época, como la época de
los primeros cristianos, es un tiempo convulso, pero abierto a la esperanza.
Podríamos extraer algunas frases de las tres lecturas de hoy. Son todas lecturas de tiempos de
crisis. La primera, del profeta Habacuc, nos lleva al siglo VIII antes de Cristo. El reino de Israel está
a punto de sucumbir ante los ejércitos asirios. La derrota fue tan estrepitosa que este reino
desapareció del mapa para siempre. Muchos israelitas fueron muertos, otros deportados, y la
tierra fue repoblada con gentes venidas de otras partes. Ante el panorama devastador, el profeta
Habacuc grita ante Dios. ¿Hasta cuándo tendrá que sufrir tanta violencia, tanta destrucción? La
voz de Dios lo tranquiliza. La historia es una sucesión de luchas por el poder. Pero el que hoy vence,
puede ser derrotado mañana. Nadie perdura por siempre en su pedestal: «el altanero no triunfará;
pero el justo por su fe vivirá». Perdurarán quienes confíen y sigan luchando por vivir, de la manera
más íntegra y honesta posible, confiando en Dios. Mientras haya vida, habrá esperanza.
San Pablo escribe a Timoteo, uno de sus ayudantes, desde la cárcel. Vemos al apóstol en otra
situación precaria, de incerteza y riesgo. Y escribe animando a su discípulo, él que está preso, a
perseverar y a no desfallecer: «Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de
amor y de templanza». Lo alienta para que siga fiel en su apostolado y se apoye bien fuerte en
Jesús. El amor de Dios y la misión a la que nos llama son más grandes que todas las dificultades
que podamos afrontar. Cuando uno vive para algo más grande que sí mismo, no hay obstáculos
que lo detengan. No se rinde nunca. Lo afronta todo con gallardía y serenidad.
Jesús hoy nos presenta dos imágenes poderosas y que no parecen guardar relación, pero la tienen,
y mucha. Por un lado, oímos la comparación tan conocida sobre la fe: «Si tuvierais fe como un
granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.»
La fe es confianza en Dios. Cuando nos afianzamos en él, nada nos detiene y poseemos una fuerza
y un coraje que todo lo superan. La confianza es el mejor antídoto para el miedo.
A continuación, Jesús compara al apóstol (al misionero, al discípulo), con un criado que sirve a su
amo. El criado no se enorgullece de su trabajo, ni reclama a su amo que le sirva y le reconozca. No
pide honores ni privilegios, simplemente ha hecho su trabajo. Igual hemos de ser nosotros cuando
trabajamos por el reino de Dios. ¿Esperamos que nos aplaudan? ¿Esperamos reconocimiento,
halagos, que nos sirvan? ¡Nada de eso! El mejor privilegio es poder servir a Dios, con humildad, con
sencillez, sin querer que nos pongan medallas.
2. ¿Qué tiene que ver esto con la fe? Mucho. Quien sirve con amor, nada espera y nada reclama. Su
premio es poder servir. Y ese amor es el que genera una fe y una confianza sin límites. No es posible
tener fe en alguien si no hay un amor sincero. Y tampoco es posible servir con alegría sin este amor
incondicional, que no busca recompensas. ¿Es así como amamos a Dios? El premio que nos da es
el Espíritu Santo, con todos sus dones: fortaleza, sabiduría, coraje, alegría… Y esto es lo que
verdaderamente hace que podamos vivir una vida dichosa, aunque esté llena de dificultades, y
muy, muy plena.