Médica y paciente. En la medicina, existió un espacio social reservado a las mujeres de una manera casi exclusiva: el de la práctica de la ginecología y la obstetricia. Así, las comadronas, obstetrices, eran las encargadas de velar por la salud de las embarazadas, de las parturientas y, en general, de cualquier mujer que sufriera desórdenes o enfermedades de tipo sexual. A pesar de ello, en numerosas ocasiones, eran médicos varones los que trataban a las mujeres. Estas profesionales pasaron de tener una baja consideración en los primeros siglos de Roma, hasta llegar a gozar del mismo estatus jurídico que los médicos. Sabemos que, a mediados del siglo VI, el precio de una esclava obstetrix era el mismo que el de un médico-esclavo. Las medicae ocuparon un estatus social más elevado que el de las obstetrices, y no demasiado diferente del reservado a los médicos varones. Se considera que poseían un mayor nivel de instrucción teórica que las segundas, ocupándose de más campos médicos de acción. La proporción de esclavas era menor entre las medicae que entre las obstetrices y, algunas, al igual que ciertos médicos varones, hicieron fortuna. Este es el caso de Metilia Donata, cuyo rico monumento funerario se conserva en el Museo Arqueológico de Lyon. Con todo, las mujeres –incluso las ricas- seguían muriendo en el parto. El matrimonio precoz y la consiguiente gestación de niños por mujeres inmaduras, eran su causa. Las losas sepulcrales muestran un marcado incremento en la mortalidad femenina en el grupo de los quince a los veintinueve años.