3. El jardín de niños
“Ofelia Hernández
Hernández” está ubicado
en el municipio de
Zacatecas, dentro del
Estado del mismo nombre,
en México.
Pertenece a la colonia
Lomas del Lago, que como
su nombre lo dice, es una
zona con muchas lomas y
altibajos. El jardín está en la
parte alta de una de ellas,
lo que hace que el clima
sea fresco, y en invierno,
frío.
4. Anteriormente, la reputación que
tenían estas zonas era de ser
peligrosas, pues al estar ubicada
cerca de la salida del municipio había
mucha despoblación, que se
aprovechaba por delincuentes. Hoy
día sin embargo, ya cuenta con más
población, lo que disminuyó el riesgo
existente.
5. El jardín de niños en un pasado
era de organización completa,
pero con la creación de otro
cerca de esa zona, la matrícula
de alumnos disminuyó, lo que
provocó que se volviera de
carácter unitario.
Cuenta con dirección y tres
salones más, de los cuales el
primero es donde se imparten las
clases todos los días. .El segundo
salón se utiliza de manera
provisional cuando el intendente
realiza la limpieza del aula
habitual; también es este el aula
que se utiliza para las juntas con
los padres de familia. El último es
utilizado como la cocina, que se
utiliza sólo cuando se festeja el
cumpleaños de alguno de los
niños.
6. Cuenta además con un
pasillo a la entrada y un
patio amplio, hechos con
cemento; todo lo restante
es terracería y jardín.
Tienen además juegos
como resbaladilla,
columpios, subibajas,
pasamanos y «el mundo».
El amplio espacio
proporciona a los niños un
agradable lugar, donde se
divierten, pueden jugar en
los juegos o correr por los
amplios terrenos de juego,
disfrutan de moverse en los
espacios.
8. Cuenta con variedad de
materiales y mobiliario
necesario para llevar a
cabo actividades
variadas, y para organizar
al grupo de diferentes
maneras según lo requiera
la situación.
Su decoración es
adecuada, con muchos
elementos en las paredes
y colores llamativos.
Es espaciosa y con buena
ventilación e iluminación.
9. La educadora se llama María del Carmen Diosdado
Velázquez, su grupo alberga 19 alumnos en total, donde hay
presentes niños de los tres grados.
La educadora trabaja por competencias, de acuerdo al PEP
2011, lo que significa que ve el desarrollo de los niños a través
de los campos formativos:
1.-Lenguaje y comunicación.
2.-Pensamiento matemático.
3.- Exploración y conocimiento del mundo.
4.-Desarrollo físico y salud.
5.-Desarrollo personal y social.
6.-Expresión y apreciación artísticas.
Sin embargo, no cuenta con maestro de educación física ni
música, por lo que ella es quién se encarga de impartir la
primera, y recibe el apoyo de una educadora (hija de la
supervisora), para la clase de música una o dos veces por
semana.
10. En el salón de clases se maneja un
ambiente de autonomía y respeto, regido
por acuerdos que se hacen cumplir por
exigencia de los mismos alumnos y la
educadora.
El trato entre la educadora y los niños es
adecuado para el desarrollo de estos, ella
les proporciona confianza no sólo para
con ella, sino hacia con ellos mismos.
Les hace conocedores de sus propios
conocimientos y capacidades.
Utiliza analogías y chistes para mantener
la atención y lograr mayor comprensión.
Existe una buena comunicación de los
niños hacia con ella, le expresan sus
intereses, dudas, inquietudes e ideas, así
como sus necesidades.
11. Debido a la observación de los tres días
previos a mi práctica y el apoyo de la
educadora titular, pude tener un
acercamiento a los niños, que me
permitió ser aceptada por ellos.
Me identificaban como ‘la otra
maestra’, pero me incluían en sus
actividades y juegos como si fuera uno
de ellos.
Me trataban de manera amable y me
expresaban su cariño mediante regalos
pequeños, como galletas, flores, etc.
También se acercaban a conversar
conmigo sobre aspectos de su vida,
recurrían a mí para pedirme ayuda
cuando la necesitaban y buscaban mi
aprobación hacia sus trabajos
realizados.
12. La educadora estaba trabajando el campo de
pensamiento matemático. Como la educadora
se basa en las necesidades e intereses de los
niños, cuando estos expresaron que querían
poner una tiendita, la maestra tomó su palabra y
comenzó a planear todo.
Finalmente, decidieron que sería de juguetes, y
yo debía manejar las actividades de poner
precios y enseñar a comprar a los niños.
Un día previo a mi práctica, la educadora
enseñó los billetes y monedas nacionales(falsos)
a los niños. Les mostró y habló de aquellos billetes
de grandes cantidades, por lo que creí que
debía manejarlas con ellos.
13. Decidí hacer una cartulina con equivalencias de billetes y
monedas, pensando que se les facilitaría a los niños
comprender las cantidades.
Hice además evaluaciones donde debían identificar los
juguetes más caros y baratos, y los más grandes y pequeños
(porque ellos asocian el precio con el tamaño del producto).
Me presenté e hice las mismas actividades de rutina que
realiza la educadora, les recordé los acuerdos y que yo sería
quién les daría clase ese día. Se mostraron motivados al
inicio, hasta que inicié con la clase.
Ellos no comprendían bien debido a la complejidad, se
aburrieron y dejaron de prestarme atención. Ellos querían
jugar con los muñecos, y lo hacían cada vez que me
descuidaba. Sólo los niños más grandes podían comprender
un poco lo esencial de lo que les hablaba, pero terminé
creando más confusiones. Hubo momentos en que los niños
estaban tan confundidos que un 10, un 100 y un 1000 eran
igual para ellos, y ni siquiera eran capaces de reconocer el
número 20 en un billete, teniéndolo enfrente.
Intenté no hablarles fuerte, pero fue inevitable. Mi
desesperación llegó a tal grado que dejé que los niños
‘compraran’ los juguetes con la cantidad en billetes o
monedas que ellos consideraban, aunque fueran erróneas y
no fundamentadas esas concepciones.
Al final, fueron sólo los de tercer año quienes entendieron
vagamente de lo que hablé, mientras que los demás no
tenían ni idea de lo que habíamos hecho.
14. Ese día me sentí nerviosa antes y después. Creo que los niños notaron mi
desesperación al final; lloré antes y después de mi práctica, incluso un niño me
vio.
Fue un verdadero fracaso. Sin embargo, los niños no me odiaban, en el recreo
me hablaron y trataron como si no hubiera pasado nada malo, a pesar de que
sabía yo que les había aburrido con mis explicaciones y les había llamado
mucho la atención por estar haciendo otras cosas.
La maestra también me vio llorar, creo que hasta me tuvo lástima. Al final del día
me dijo que si quería dar seguimiento a lo revisado el día de hoy para la clase
de mañana.
Yo no quería saber nada de monedas, billetes ni tiendas, pero necesariamente
debía intentar arreglar el aparente fracaso. Para el día siguiente planteé un
juego de la búsqueda del tesoro, donde buscarían fichas con cruces rojas;
dentro de ellas había un número según el cual canjearían dicha ficha por
monedas de chocolate.
La introducción a la actividad sería leerles un cuento sobre un pirata que
encontraba monedas y con ellas compraba objetos según el valor de estas.
La evidencia de aprendizaje era diseñada similar a la de la clase anterior: unir
los objetos comprados con su moneda correspondiente.
Como motivación, les daría un sombrero de pirata a cada uno.
Esta situación fue diseñada más como un juego, porque comprobé que los niños
aprenden jugando y moviéndose, no viendo cartulinas que exponen las
relaciones de igualdad o valores mayores e inferiores bajo un discurso del callar
para poner atención para entender.
15. La manera de dirigirme los niños
el día siguiente fue más animosa,
los organicé en círculo mi
alrededor y les conté el cuento
del pirata, al que nombraron
Garfio.
Prestaron mucha atención, y
para asegurarme de ello les
preguntaba cosas como el color,
nombre y forma de lo contenido
en las ilustraciones de las que me
apoyé.
Al terminar el cuento, les di los
sobreros de pirata para que los
decoraran mientras colocaba las
pistas.
Los niños estaban contentos y no
hacían mucho desorden, en
cuanto les decía que no hicieran
ruido o algo malo accedían, la
idea del tesoro les era muy
atractiva y servía para mantener
la participación.
16. Los niños salían por equipos y turnos a buscar
las fichas afuera del aula, en el patio, y no
regresaban hasta que todos tenían.
Ponerlos en equipo logró que confiaran unos
en los otros y se apoyaran mutuamente.
Al terminar, se canjeó la ficha y su valor por
monedas de chocolate.
Durante el recreo los niños seguían buscando
fichas, o jugaban a los piratas
Al regresar del recreo, les repartí una hoja a
modo de evaluación, donde demostrarían si
pusieron atención al cuento y si la lógica de
este les había sido más significativo.
Como siempre, hubo niños que
comprendieron a la perfección y otros que no
mostraban su nivel de comprensión.
A pesar de eso, me sentí mucho mejor que la
primera vez, pues los niños se veían
interesados y más conscientes de lo que se
trataban las actividades.
Al final expresaron que les gustó trabajar
conmigo , y que esperaban que volviera otra
vez.
17. El clima que procuré fue de respeto, tolerancia y
apoyo.
Trataba de no llamar la atención de manera violenta ni
por medio de amenazas, sino hablándolo.
Intenté incluir a todos los niños y les daba atenciones
personales a quienes necesitaran.
Ofrecí múltiples formas de organización del grupo para
favorecer la convivencia.
Mi manera de dirigirme a ellos era respetuosa y con
vocabulario acorde a la edad, usando los términos
exactos.
18. Sin embargo, mi tono de voz es bajo y le
hace falta moderarla para llamar más l
atención.
Presento mucha inseguridad en mi
persona y en mi planeación.
No sé planear para multigrado.
No realicé muchas actividades que
involucraran el movimiento o para
atender las diferentes inteligencias.
19. El ambiente de aprendizaje que planteé fue centrado más en el
conocimiento y en la evaluación que en el alumno. Mi
preocupación se encontraba en cómo presentar el contenido,
hacer los materiales comprensibles y llamativos para los niños. Me
estresaba rompiéndome la cabeza pensando mil maneras de
explicar una cosa, para que todos me entendieran, pero no les
preguntaba qué entendían y qué no realmente. Para mí, la manera
de darme cuenta de si ellos habían aprendido algo realmente era
por medio de las hojas que les pedía contestaran, aunque en
verdad sé que no es lo más importante, pero no se me ocurría otra
manera de comprobar que habían aprendido algo.
Lo único que retomé del ambiente centrado en el alumno fue
averiguar sus conocimientos previos, tomar en cuenta sus ideas o
aportaciones y atenderlos de manera individual a la hora de
repasar lo visto durante la clase. Así me di cuenta de que algunos
que yo creía no me entendían, sabían y recordaban bien lo que
había tratado de enseñarles, pero no sabían cómo o no
demostraban en la evidencia escrita lo que ellos sabían.