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C O R T E S A N A S , E S C R I T O R E S ,
B O H E M I O S , A S E S I N O S Y F A N T A S M A S
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página III
EDUARDO ZAMACOIS EN EL JARDÍN DE LA CASA FAMILIAR DE
JULIO ROMERO DE TORRES EN CÓRDOBA, HACIA 1930.
Fototeca del Museo Julio Romero de Torres.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página IV
C O L E C C I Ó N O B R A F U N D A M E N TA L
EDUARDO ZAMACOIS
CORTESANAS,
BOHEMIOS,
ASESINOS
Y FANTASMAS
Introducción y selección de
Gonzalo Santonja
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página V
COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTAL
Responsable literario: Francisco Javier Expósito
Cuidado de la edición: Lola Martínez de Albornoz
Diseño de la colección: Gonzalo Armero
Impresión: Gráficas Jomagar, S. L. Móstoles (Madrid)
© Fundación Banco Santander, 2014
© De la introducción, Gonzalo Santonja
© Herederos de Eduardo Zamacois
Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigente,
podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o
en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autori-
zación.
ISBN: 978-84-92543-55-7
Depósito legal: M-13600-2014
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página VI
Í N D I C E
Un hombre que se fue, una obra que vuelve, por Gonzalo Santonja [ IX ]
Procedencia de los textos [ LXVI ]
NOVELAS Y CUENTOS
Cuentos de asesinos, ladrones y fantasmas [ 3 ]
Europa se va [ 69 ]
Postales de Madrid. Los que huyen de la muerte [ 137 ]
Un hombre que se va (capítulo xxiv) [ 145 ]
ESCRITORES
GALERÍA DE CONTEMPORÁNEOS
Los olvidados [ 161 ]
Cosas de Baroja [ 165 ]
A propósito de Benavente [ 169 ]
Vicente Blasco Ibáñez [ 173 ]
Miguel de Unamuno [ 181 ]
Ramón del Valle-Inclán, iluminado por Dorio de Gádex [ 183 ]
TEATRO GALANTE
Nochebuena [ 189 ]
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página VII
EPISTOLARIO
Cartas a Julio, Enrique y Rafael Romero de Torres (1920) [ 253 ]
Epistolario (1938-1971)
1. De Margarita Nelken, 18 de noviembre de 1938 [ 265 ]
2. A Juan Negrín, 1 de febrero de 1939 [ 266 ]
3. De Jean Cassou, 31 de mayo de 1939 [ 267 ]
4. De Ramón Gómez de la Serna, ¿diciembre de 1958? [ 269 ]
5. A Alfredo Palacios, 17 de febrero de 1961 [ 270 ]
6. De Luis Ponce de León, 19 de enero de 1965 [ 271 ]
7. De Luis Ponce de León, 11 de diciembre de 1967 [ 272 ]
8. A Luis Ponce de León, 29 de enero de 1968 [ 274 ]
9. A Luis Ponce de León, 11 de febrero de 1968 [ 276 ]
10. A Luis Ponce de León, 11 de septiembre de 1968 [ 278 ]
11. A Ramón Solís, 24 de enero de 1969 [ 279 ]
12. De Ramón Solís, 24 de marzo de 1969 [ 280 ]
13. De Federico Carlos Sainz de Robles, 12 de noviembre de 1969 [ 281 ]
14. De Francisco Umbral, 7 de diciembre de 1969 [ 283 ]
15. A Ramón Solís, 26 de diciembre de 1969 [ 285 ]
16. A Ramón Solís, 20 de enero de 1970 [ 286 ]
17. De Federico Carlos Sainz de Robles, 30 de enero de 1970 [ 287 ]
18. A Federico Carlos Sainz de Robles, 6 de febrero de 1970 [ 288 ]
19. De Federico Carlos Sainz de Robles, 30 de mayo de 1970 [ 289 ]
20. De Matilde Fernández a Ramón Solís, 22 de mayo de 1971 [ 290 ]
21. De Manuel Ríos Ruiz a Matilde Fernández,
28 de mayo de 1971 [ 291 ]
22. A José Manuel Lara, 15 de diciembre de 1971 [ 292 ]
Cartas familiares (1950-1971) [ 295 ]
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página VIII
Gonzalo Santonja
UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
… Y es tan largo el olvido.
Pablo Neruda
A partir de 1960 el nombre de Eduardo Zamacois «empezó a sonar de nuevo en
España», escribió Federico Carlos Sainz de Robles al prologar en 1971 sus Obras se-
lectas en AHR (Barcelona)1, editorial decisiva en ese intento de recuperación, el mis-
mo año en que la muerte alcanzaba al autor en Buenos Aires2, cuando cumplía
treinta y dos años de exilio y al cabo de una vida pródiga en iniciativas y literaria-
mente fecunda.
1
Cerca de mil páginas que incluyen Las raíces, Los vivos muertos y Memorias de un vagón de ferrocarril (2.ª ed.,
1973), libro precedido en la misma editorial en 1959 por Obras selectas, con mil quinientas páginas y seis novelas
(las tres citadas más El delito de todos, La opinión ajena y El misterio de un hombre pequeñito). El punto máximo se
alcanzó con la publicación de sus memorias: Un hombre que se va, prólogo de Federico Carlos Sainz de Robles, Bar-
celona, AHR, 1964, con segunda edición en Buenos Aires, Santiago Rueda, 1969 (por la que citaré) y tercera, a car-
go de Javier Barreiro y Barbara Minesso, en Sevilla, Renacimiento, 2011. Entre finales de la década de los sesenta y
la de los setenta, en especial al comienzo de esta, Zamacois conoció un conato de recuperación, con varias reedi-
ciones: La antorcha apagada (Linosa, 1968), Sobre el abismo (Linosa, 1970), Don Luis se divierte (Linosa, 1971), El
misterio de un hombre pequeñito (Barcelona, Andorra, 1970), La cita (incluida por Sainz de Robles en Antología de
la novela corta, Barcelona, Andorra, 1972, t. i), El asedio de Madrid (Barcelona, AHR, 1976), Memorias de una cor-
tesana (Petronio, 1979), El seductor (Barcelona, Plaza & Janés, 1980), Los últimos capítulos (Madrid, Emiliano Esco-
lar, 1980), etc.
2
El 31 de diciembre, siendo sus restos inhumados en la sacramental madrileña de San Justo el 13 de marzo de
1972 en presencia de su viuda Matilde Fernández, Federico Carlos Sainz de Robles, estudioso y reivindicador de su
obra, Rodolfo Schelotto, jefe de información de El Día (Buenos Aires), y Alfredo Herrero Romero, propietario de
AHR.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página IX
Cubano de nacimiento (Pinar del Río, 17 de febrero de 1873), hijo único de
Pantaleón Zamacois y Urrutia, músico vasco emigrante en América, hermano de in-
telectuales, artistas y aventureros3, y de la pinareña Victoria Quintana, con infancia
y juventud viajera4, Eduardo Zamacois dirigió revistas, fundó editoriales, inventó la
novela corta de quiosco, modalidad clave en las primeras décadas del pasado siglo,
fue narrador consagrado, memorialista de los imprescindibles, corresponsal de la
Primera Guerra Mundial, republicano sin adscripción partidaria y exiliado, reno-
vando también —aportación habitualmente inadvertida— el género de las confe-
rencias, pionero en la alianza de la palabra y la imagen con películas rodadas por él
mismo, realización documentada gracias al Museo Julio Romero de Torres (Córdo-
ba), cuya directora Mercedes Valverde, que prepara su catálogo, ha descubierto en-
tre sus muy ricos fondos un interesantísimo conjunto de cartas y telegramas de Za-
macois, aquí anticipados por mor de su generoso sentido de la colaboración y la
responsabilidad intelectual.5
[X] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
3
Los Zamacois fueron veintiún hermanos, y aunque el patriarca, Miguel Zamacois, «quiso hacer de su nume-
rosa prole un plantel de obreros», persuadido de que «las Bellas Artes no dan de comer», estos se le descarriaron
para destacar como actores (Ricardo), pintores (Eduardo, Leonardo), cantantes (Elicia) o historiadores (Niceto).
Huyendo de los menesteres planeados por el progenitor, «Adolfo dejó la cuchillería por la gimnasia y actuando de
trapecista recorrió los mejores circos europeos, hasta que en Bayona, dando un salto mortal, se rompió varios hue-
sos; Francisco […] se hizo domador de fieras y se trasladó a la India, donde lo mató un tigre […]; Federico se en-
roló, como músico, en la charanga de unas tropas que iban a Filipinas», etc.: Eduardo Zamacois, Un hombre que
se va, cit., cap. i, pág. 19.
4
El primer año de vida de Eduardo transcurrió en la finca familiar de La Ceiba; con dos, sus padres se trasla-
daron a Marinao, junto a La Habana, y con tres dieron el salto a Europa, instalados primero en Bruselas, luego en
París y después en Sevilla (1883), para asentarse por fin en Madrid, ciudad que, «habituado a la estridente policro-
mía de Sevilla, me desagradó», y donde le aguardaba la Universidad Central. Zamacois se matriculó en Filosofía y
Letras, «halagado vagamente por la ambición de ser catedrático y escritor» (Un hombre que se va, cit., cap. iii, pág.
58), y a continuación en Medicina, con la voluntad «rápidamente» conquistada por el ambiente de la capital, «con
sus cafés, sus bailes, y especialmente con sus librerías de lance» (pág. 61).
5
Complemento esas películas de las «Charlas familiares», se trató de una idea novedosa, con la conferencia
«ilustrada con proyecciones cinematográficas» sobre «cómo vivían y trabajaban las grandes figuras españolas de mi
época». Proyecto inicialmente recibido con escepticismo, se abrió paso a partir del apoyo de Pérez Galdós y Ramón
y Cajal, quienes accedieron a ser filmados, y en pos de los cuales «todos los del gremio se pusieron, en manada, a
mi disposición», entre otros, Valle-Inclán, Benavente, Azorín, Baroja, Villaespesa, Fernández Flórez, Hoyos y Vi-
nent, los hermanos Quintero y, ampliando el objetivo, pintores como Julio Romero de Torres. «El espectáculo»,
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página X
Desde aquel ya lejano año de 1971 hasta el presente, la obra de Zamacois ha cre-
cido entre los círculos especializados6, círculos trascendidos por Un hombre que se
va7, apasionante obra de marquetería que ensambla multitud de páginas anteriores
y aun obras enteras, verbigracia Años de miseria y risa o Confesiones de un «niño de-
cente». ¿Razones o sinrazones de tanto olvido? Además del corte de la guerra y el
exilio, Zamacois posiblemente sea víctima de una pereza mental que le mantiene
en sus primeros éxitos, obtenidos en el ámbito de la llamada novela galante. Rafael
Cansinos-Assens lo fijó ahí en La nueva literatura, y en ese compartimento conti-
núa anclado para buena (o mala) parte de los historiadores de nuestra narrativa, a
pesar de que dicho ensayo apareciera en 1916, cuando Zamacois, superada esa eta-
pa, ya se ocupaba de «temas más serios», como el mismo Cansinos apuntó entre
errores:
«La novela galante era una novela ligera, llena de chispeante ingenio francés o
florentino, con seducciones fáciles, bailes de máscaras, cenas en los reservados y
champagne. Hubo un tiempo —hasta 1900— en que este género literario estuvo
GONZALO SANTONJA [XI]
proyección y conferencia, «podría durar hora y media, dos horas…», se celebraba en teatros, era de pago y los in-
gresos rendidos «me permitían vivir con una tranquilidad nueva para mí» (Un hombre que se va, cit., capítulos xviii-
xix, págs. 333-354). ¿Qué fue de aquellas películas? «Ah, mis películas», lamenta Zamacois en una de sus cartas fa-
miliares, recuperadas y editadas por Sang Joo Hwang, «las hice en 1916 [y en ello siguió al menos hasta 1920, como
demuestra su correspondencia con los hermanos Romero de Torres], y se quedaron en Barcelona cuando la guerra»,
añadiendo en otra que «Si yo pudiera conseguir una copia […] sería “el hombre más feliz del hemisferio austral”»,
Sang Joo Hwang, Vida y obra de Eduardo Zamacois, tesis doctoral bajo mi dirección, Madrid, 1996, vol. ii, págs.
697-699; cartas fechadas en Buenos Aires, 27 de noviembre y 15 de diciembre de 1965.
6
Particular importancia registran dos tesis doctorales, ambas presentadas en la Facultad de Filología Española
de la Universidad Complutense de Madrid: Hwang Sang Joo, Vida y obra de Eduardo Zamacois, bajo mi dirección
(Madrid, 1966); Ignacio Cordero Gómez, La obra literaria de Eduardo Zamacois, dirigida por Andrés Amorós Guar-
diola (Madrid, 2007), basada en el exhaustivo inventario bibliográfico que constituyó su memoria de licenciatura
(Bibliografía de Eduardo Zamacois, dirigida por José Simón Díaz, Universidad Complutense de Madrid, 1986).
7
Memorias publicadas tras dos años de dilaciones: «Ese libro, que todos (desde hace dos años) quieren publi-
carlo, me tiene enfermo». Nadie le hablaba con claridad, pero «de lo que sí estoy seguro es de que hay algo», un
«algo», entiéndase, con la censura, a pesar de que en el «libro no digo nada de la guerra; ni una palabra; me la salto
a la torera, por miedo a la censura, y salgo del paso diciendo: “Terminada la guerra me fui a Francia”»: Sang Joo
Hwang, tesis doctoral, vol. ii, 1996, cartas fechadas en Buenos Aires a 29 de agosto y julio de 1963.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XI
muy en boga entre nosotros; y raro será el escritor de aquella época que no lo haya
cultivado al menos con amor efímero e incidental […]. Pero el cultivador sistemá-
tico de este género novelesco, el que afirmó la intención galante en mayor número
de obras y fue alma de la más notoria de aquellas revistas galantes […], fue Eduardo
Zamacois, el autor de Seducción [en realidad El seductor, Barcelona, Sopena, 1902],
Punto Negro [Madrid, Imprenta de Fortanet, 1897] y tantas otras obras de esta clase,
que marcan la primera manera de este escritor, orientado luego hacia temas más se-
rios. Véase Tik-Nay o el payaso inimitable [Tik-Nay, payaso inimitable, Barcelona,
Sopena, 1900]».
Esa sigue siendo la imagen dominante en la caracterización novelística de Za-
macois, repetida por César González Ruano en sus memorias: «Había recorrido el
mundo y traído a la literatura española el naturalismo francés y la fórmula de la
novela erótica»8. Como si su obra, integrada por nada menos que ciento veinte
títulos y varios miles de artículos periodísticos, se hubiera detenido en el tránsito
del siglo xix al xx, cuando el autor ni siquiera alcanzaba veinticinco años de edad,
dejando de lado sus (a mi juicio) mejores vertientes narrativas: la social y la de mis-
terio, amén de hacer caso omiso de sus facetas teatral, viajera, periodística y ensa-
yística.
Arrastrado al exilio con sesenta y siete años, la guerra, contada y sufrida desde
un periodismo de circunstancias9, le arrebató «lo más entrañable que había en mí:
el deseo de escribir», «porque el destierro me había sacado del ambiente castellano
[XII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
8
César González Ruano, Mi medio siglo se confiesa. Memorias, Barcelona, Noguer, 1951 (reed.: Sevilla, Renaci-
miento, 2004).
9
Cronista del frente, que no corresponsal, al comienzo desde la sierra de Madrid y más adelante por Toledo y
Extremadura, seleccionó sus artículos en tres libros: De la batalla (Madrid, Gráficas Reunidas, 1936), Crónica de la
guerra (Valencia, Subsecretaría de Propaganda, 1937) y Por las trincheras (Madrid, Castro, empresa colectivizada,
1937), y también se valió de ellos en El asedio de Madrid, su última novela (Barcelona, Mi Revista, 1938). Al tratar
de estos artículos, a veces se remite a los de su peripecia como enviado especial de La Tribuna (Madrid), el periódico
de Cánovas Cervantes, para cubrir la Primera Guerra Mundial, recogidos en La ola de plomo: episodios de la guerra
europea, 1914-1915 (Madrid, Librería de la Viuda de Pueyo, 1915), más literarios y con menos implicaciones per-
sonales.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XII
que yo necesitaba para las novelas seguidoras de Las raíces»10; únicamente regresó a
la escritura, ya en sus últimos años, desde el memorialismo. Lo demás fueron me-
nesteres adventicios: consultorios radiofónicos («El confesionario del amor», charlas
bien pagadas desde La Habana, de «éxito continental»11), doblajes para Metro
Goldwyn Mayer y Paramount, un período «de esclavitud» en la redacción neoyor-
quina de Reader’s Digest del que se liberó para volver a la radio con cuarenta nove-
las12, y un centón de colaboraciones periodísticas (El País, Bohemia, Carteles o Alerta
en Cuba; Todo de México; Clarín, Mundo Argentino, Maribel o Sintonía en Argen-
tina), a salto de mata entre país y país, amparado por la nacionalidad cubana, lo que
le otorgó una libertad de movimiento que la condición de rojo le negaba13.
Reivindicado en la España de los sesenta por Federico Carlos Sainz de Robles, a
cuyo juicio se trató de uno de los escritores «que más han influido, entre 1907 y
1936, sobre las promociones siguientes», sus gestiones, al principio solitarias y siem-
pre loables, se vieron favorecidas por la política aperturista dispuesta por Fraga Iri-
barne desde el Ministerio de Información y Turismo (1962-1969), en este aspecto
concretada a través de La Estafeta Literaria de Luis Ponce de León, revista oficial de
vida larga14, y por medio de Joaquín de Entrambasaguas, que incluyó Memorias de
GONZALO SANTONJA [XIII]
10
Zamacois se refiere aquí a los primeros años de exilio («pronto iba a cumplirse el tercer aniversario de mi lle-
gada a México»), pero esa situación se mantuvo hasta el final, sumido en trabajos adventicios para ganarse la vida:
«Modestamente, yo me ceñía a escribir lo que me decían que escribiera», añade tras volver a Buenos Aires en 1946,
el último puerto de su existencia, «pequeñas notas tendentes a revelar la conveniencia de abrigarse en invierno, para
evitar resfriados; y a la obligación en que estamos, por razones de higiene pública, de combatir las ratas y las moscas
[…]. Trabajos que nada tenían que ver con la literatura»: Un hombre que se va, cit., cap. xxxi, pág. 484.
11
Fue al comienzo del exilio, rescatados Zamacois y su familia por Flora Díaz Parreño, diplomática de Cuba
en París: «A los españoles el suyo [el pasaporte] no les servía, porque Francia no les dejaba salir a no ser para volver
a España. Todas las fronteras nos estaban cerradas; nadie nos quería»; ibídem, cap. xxviii, pág. 459, y cap. xxix,
pág. 461.
12
Ibídem, cap. xxx, págs. 470-471.
13
«Luis Rodolfo Miranda y de la Rúa, subsecretario de Estado de la República de Cuba/ Certifica/ que Eduar-
do Julián José Zamacois y Quintana, de sesenta y siete años, viudo, hijo de Pantaleón y Victoria ha acreditado tener
la calidad de ciudadano cubano» en La Habana, a 23 de julio de 1941; Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN).
14
Fundada por Juan Aparicio en 1944 e incursa en el organigrama de la Delegación Nacional de Prensa, La Es-
tafeta Literaria (Madrid) conoció siete épocas, extendidas hasta 2001, bien deslindadas por Margarita Garbisu Bue-
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XIII
un vagón de ferrocarril entre Las mejores novelas contemporáneas, y para quien la es-
critura galante «rebaja la categoría de gran parte de su producción»15.
La Estafeta Literaria le cursó entonces una invitación generosa para viajar a Es-
paña: dos pasajes, hoteles, dinero para gastos. Zamacois, halagado, empezó por
aceptar. El plan quedó cerrado, pero, inopinadamente, volvió sobre sus pasos. ¿Por
qué? Al tanto de los periódicos españoles, enseguida cayó en la cuenta de que no se
le trataba como escritor, sino como curiosidad: antigualla de noventa y tantos años,
todavía erguido y con salud para saltar de un continente a otro. Viéndolo con luci-
dez, escribió a Ponce de León: «Yo leo entre líneas lo que dicen los periódicos de mi
viaje, y hay en sus comentarios más compasión que aprecio. Es mi edad, antes que
mi obra, la que estiman digna de glosarse […]. Me consideran un fracasado, un inú-
til que ya sólo piensa en dónde echarse»16.
Y así no. Consciente de que encaraba los años finales de su existencia, el escritor
se afirmaba en la dignidad: «Yo seré un olvidado, pero no un vencido de la Vida»17,
y muchísimo menos, apreciación que corre de mi cuenta, un desertor de la litera-
tura, señaladamente de la narrativa, porque hasta sus últimas cartas familiares res-
ponden a la idiosincrasia del contador de historias, con muy logrados microrre-
latos.
[XIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
sa: la inicial, 1944-1946, regida por Juan Aparicio, bajo los designios del franquismo más intransigente; segunda, de
abril de 1956 a julio de 1957, dirigida por Luis Jiménez Sutil, continuista; tercera, a partir de noviembre de 1957,
cuando toma la dirección el poeta Rafael Morales, orientada a cerrar las heridas de la guerra y a la promoción de
nuevos valores; cuarta, el período de Ponce de León, 1962-1968, de signo aperturista, mantenido por Ramón Solís
hasta octubre de 1978 (quinta) y a continuación acentuado por Luis Rosales (Nueva Estafeta, 1978-1983); y séptima,
encabezada por Manuel Ríos Ruiz, 1997-2001. Margarita Garbisu y Montserrat Iglesias Berzal han trazado su histo-
ria en Índices de La Estafeta Literaria (1944-2001), Madrid, Fragua, 2004. En cuanto a su «aperturismo», se impone
recordar el juicio crítico de Ricardo Doménech: La Estafeta Literaria o «antiliteraria se especializó en denigrar a los
escritores y críticos de la nueva literatura. Eran ataques brutales, con acusaciones políticas de consecuencias impre-
visibles […] ante los cuales, además, uno estaba indefenso: cualquier intento de réplica resultaba inútil, ya que esa
réplica, para publicarse, habría tenido que ser aprobada antes por unos censores que eran… ellos mismos» («Una
experiencia, una época» en Paul Aubert, A. Alted Vigil (eds.), Triunfo en su época, Madrid, Casa de Velázquez, 1995).
15
Barcelona, Planeta, 1963, tomo vi (1920-1924), pág. 617.
16
Un hombre que se va, cit., cap. xxxi, pág. 493.
17
Ibídem, cap. xxx, págs. 491-494.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XIV
Se negó, pero desde La Estafeta insistieron y al final, cediendo en sus reparos,
Zamacois y su mujer, Matilde Fernández, volvieron de visita a España, insistiendo
en que ese retorno fugaz se desarrollase con discreción. De visita, insisto: sabiendo
que su hogar, su vida, irreversiblemente estaba al otro lado del mar. Fue en la pri-
mavera de 1969.
Zamacois confirmó sus peores sospechas: nadie le leía, el tajo de la guerra había
calado demasiado hondo: «Este viaje me ha hecho mucho daño», confió a su sobri-
no Ricardo tras regresar a Buenos Aires18, y del mismo tenor se manifestó con Ra-
món Solís, sucesor de Ponce en la dirección de La Estafeta: «Será porque me he con-
vencido de que para mis compañeros (de esta generación) no paso de ser una figura
un tanto pintoresca y no tienen de consiguiente mayor interés en comprar mis li-
bros». Se reencontró con familiares, estrechó amistad con Federico Carlos Sainz de
Robles, con Dámaso Santos, con la gente de la revista. Pero nada más. Su tiempo,
sus cosas, sus gentes habían declinado. Él era otro: «El Zamacois que tú abrazaste
en abril ya no era el que fue; se le parecía pero era otro». Pocos meses después, le al-
canzó la mano de nieve. Siempre caballero, se marchó con elegancia: «Adiós, Ricar-
dito, despídeme de todos»19.
I
Zamacois, Zola: esta sería la primera referencia, el punto de partida para la carac-
terización de su obra narrativa; maestro literario, espejo de conducta y modelo de
compromiso, con J’accuse como «monumento de honradez, de elocuencia y de valor
cívico»20. Zamacois lo expone paladinamente en sus memorias y aun mucho antes. Esa
profesión de fe en los principios del naturalismo ya la manifestó en Consuelo (1896):
GONZALO SANTONJA [XV]
18
Correspondencia recogida por Sang Joo Hwang, tesis doctoral, cit., vol. ii.
19
Buenos Aires, 5 de noviembre de 1969 y 13 de julio de 1971, en Sang Joo Hwang, tesis doctoral, cit.
20
Años de miseria y de risa. Escenas de una vida en que sólo hubo erratas, segunda edición, Barcelona, Maucci
(s.a.), pág. 159.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XV
«Yo también soy defensor entusiasta del naturalismo […]; el empirismo en me-
dicina, el positivismo en filosofía, el realismo en literatura y en artes, esas son las
grandes conquistas del espíritu moderno».
Y esa actitud se acentuó en el tránsito, sin rupturas ni renuncias, de la novela ga-
lante a la novela social (su última novela galante, Don Juan hace economías, escrita
en 1935, apareció en 1936, en vísperas de la guerra). Zamacois, a la manera de Zola,
preparaba los temas y escribía desde su propia experiencia, sin dejarse aplastar por
los documentos y poniendo la imaginación al servicio de la verosimilitud:
«Como soy enemigo de inventar, aun cuando para ello tenga gran facilidad, la
mayor parte de los incidentes de mis libros están basados en hechos reales de que
fui protagonista o espectador, y que luego trueco o desfiguro según las necesidades
o exigencias de mi obra»21.
«Hechos reales de que fui protagonista o espectador». ¿También cuando pintaba
escenas del «gran mundo», sazonadas de aristócratas, plutócratas y damas de alcur-
nia? Cualquier afirmación absoluta requiere de matizaciones. Y esta no supone nin-
guna excepción. Él mismo se encargó de aclararlo: «La mayor parte de los incidentes
de mis libros»; la mayor parte, ¿y el resto? Pues es muy evidente: de la realidad y de
la experiencia de Zamacois formaban parte sus lecturas, enamorado por ejemplo
de París, como tantos otros escritores y artistas de la época, a través de las novelas de
Victor Hugo y Murger22. Lector memorioso, en los libros encontró los elementos
para tales ambientaciones, proceso ciertamente atemperado a lo largo de su carrera:
menos vividos y más literarios sus relatos en la primera de las tres etapas en que di-
vidió su obra; menos literarios y más vividos después, proceso plenamente asentado
[XVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
21
De mi vida. Recuerdo, historia de mis libros, críticas…, Barcelona, Sopena, 1903, pág. 222.
22
«Los museos, las encrucijadas de Montmartre me fascinaban. Las novelas de Victor Hugo y de Murger ha-
bían poblado mi espíritu de lugares y nombres. Quería visitar la tumba de Musset, pisar las calles citadas por Balzac,
oír el eco de mis pasos bajo los portales del Odeón, y tener en el Barrio Latino un amorío», señala en Un hombre
que se va, cit., cap. iv, pág. 86.
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en la tercera. «La fábula mejor es la más verosímil», leemos en Consuelo, apuntando
un programa y adelantando un logro.
Eduardo Zamacois se dejaba llamar por los asuntos, disponía unos cuadernos de
trabajo minuciosos y hacía lo que menester fuera para empaparse de la materia a nove-
lar. La historia le conducía a situaciones de hambre, pues se apartaba durante días de la
alimentación: «Las mismas páginas donde describo el hambre de Isabel Ortego», expli-
có en De mi vida a propósito de Memorias de una cortesana, «las compuse después de
haber permanecido voluntariamente tres días justos sin comer»23. Y si al hambre por el
hambre, al mundo de los trenes (Memorias de un vagón de ferrocarril) metiéndose a fo-
gonero24 o al de los presos, pongo por caso, internándose en las prisiones, penado entre
los penados, uno más en la rutina del patio y en la sordidez del enchiqueramiento25. No
era ver la cara del hambre, informarse de las condiciones de los trenes o vislumbrar el
penar de los encarcelados; se trataba de padecer los ladridos del estómago, de sufrir las
angustias del preso. A partir de tales presupuestos el escritor inventaba desde la lógica
de la historia y la coherencia de los personajes: cada uno de ellos «un hijo que se pone
a discutir con su padre», y que dejaba de funcionar cuando las acciones perdían conse-
cuencia26. Para caracterizar su fórmula narrativa, algunos críticos (Carmona Nenclares)
han acuñado la expresión «realismo imaginario», a mi juicio nada desencaminada.
Puesto a escribir su trilogía más ambiciosa, Zamacois se miró, proclamándolo,
en el espejo del Zola de aquella saga imponente de Les Rougon-Macquart27, «histoire
GONZALO SANTONJA [XVII]
23
De mi vida, cit., pág. 94.
24
«Al volver de nuestro viaje [con Blanca Valoris a Canarias, 1922] se me ocurrió mi novela Memorias de un
vagón de ferrocarril. Para vivir el tema, antes de llevarlo al papel, hice varios viajes en las locomotoras de los expresos
Madrid-Hendaya como ayudante de máquina»; Un hombre que se va, cit., cap. xxiii, pág. 392.
25
«Pero antes de sentarme a escribir necesitaba conocer personalmente el medio en que situaba la acción, para
lo cual pensé recluirme en una penitenciaría», proyecto planteado al director general de Prisiones, Clemente Mi-
quélez de Mendiluce, que se apresuró a rechazarlo, aunque enseguida tuvo que rectificar, aprobándolo, instado a
ello por el ministro de Gobernación, el general Severiano Martínez Anido, gestión facilitada por su hijo, el pintor
Roberto Baldrich, buen amigo de Zamacois; ibídem, cap. xxvii, págs. 229-232.
26
Los dos, Madrid, Siglo XX, 1925, págs. 18-19.
27
Entrevistado por José Montero Alonso en el prólogo de Los dos, cit., pág. 12, Zamacois adelantó la noticia
de «una serie de volúmenes independientes; pero con una trabazón superior», manifestando el propósito de que
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naturelle et sociale d’une famille sous le Second Empire», cinco generaciones que
«personnifieront l’époque, l’Empire lui-même», en total veinte novelas en más de
dos décadas de trabajo (de 1871 a 1893), a su vez con el Balzac de la Comedia hu-
mana como referente. El maestro del naturalismo aspiraba a la «novela fisiológica»,
ganado por las teorías de Taine, enfrentado a las interpretaciones espiritualistas y a
las especulaciones psicológicas, persuadido de que las obras de arte se explican mejor
desde el estudio geográfico, la realidad económica y la situación social, influido por
Claude Bernard, uno de los padres de la medicina experimental.
Recreando esas influencias y atenuando sus planteamientos, ahí se reconocen los
propósitos y el estilo de Zamacois, también identificado con otros autores galos, co-
mo el Gautier de la literatura viajera (Constantinopla, Viaje a España, Viaje a Rusia),
el Catulle Mendès de Para leer en el convento, Voltaire, Victor Hugo, Murger, Musset
o Max Nordau (húngaro —Budapest, 1849— de origen hebreo, a partir de 1880
instalado en París), y naturalmente con algunos de sus contemporáneos españoles
como Vicente Blasco Ibáñez, de quien se declaró admirador y cuya obra demostró
conocer, y diversos compañeros de afanes, figuras de algún fuste entonces pero
náufragos hoy en el ancho océano de la historia de la literatura. ¿Qué multitud de
lectores recuerda, por ejemplo, a Jacinto Octavio Picón, José Zahonero o Eduardo
López Bago, tres referentes de peso para Zamacois?
Jacinto Octavio Picón (Madrid, 1852-1923), educado en Francia y uno de los
máximos exponentes del naturalismo español, académico por partida doble (Real
Academia Española28, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando29), desempe-
ñó la vicepresidencia del Patronato del Museo del Prado (formó parte de la comi-
sión redactora de sus estatutos y dejó un rico legado al Museo de Arte Moderno) y
[XVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
fuesen «algo así como Los Rougon-Macquart de Zola […], unos ocho o diez volúmenes encadenados e independien-
tes a la vez», finalmente limitada a tres (Las raíces, Los vivos muertos y El delito de todos).
28
Ingresó en 1900 con un discurso sobre Emilio Castelar respondido por Juan Valera, fue bibliotecario y secre-
tario perpetuo de la institución.
29
Ingresó en 1902 con un discurso sobre «el desnudo y su escasez en el arte español», carencia imputada a la
Iglesia, respondido por José Ramón Mélida.
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consiguió acta de diputado republicano por Madrid30, significándose en calidad de
político europeísta, distinguido por el Gobierno de Francia con la encomienda
de la Legión de Honor.
Escritor profesional, de los pocos que en su época vivió de la pluma31, progresis-
ta, partidario de la justicia social y el feminismo, defensor del amor natural y ene-
migo de cualquier tipo de fanatismo, Picón fue biógrafo de Velázquez (obra ponde-
rada por Gaya Nuño32), pionero en el estudio de la caricatura33, crítico canónico de
arte desde Revista de España, Revista Europea, El Correo, La Ilustración Española y
GONZALO SANTONJA [XIX]
30
Elegido en 1903 junto a Joaquín Costa, adalid del regeneracionismo (recuérdese: «Escuela, despensa y siete
llaves para el sepulcro del Cid»); Nicolás Salmerón, presidente efímero de la Primera República (sucedió a Pi y Mar-
gall), efímero porque dimitió del cargo para no verse en la obligación de firmar unas sentencias de muerte, y filósofo
krausista, despojado de su cátedra al restaurarse la monarquía y en dicha sazón empujado al exilio; Manuel de Llano
y Persi, gran maestre interino del Oriente Español, presidente del Partido Republicano Progresista y miembro de
la comisión que propuso la corona a Amadeo de Saboya; Nicolás Estévanez, militar revolucionario que siendo ca-
pitán también se negó a ejecutar en La Habana las penas capitales dictadas contra ocho estudiantes («antes que la
patria», afirmó, «están la humanidad y la justicia»), por lo que fue expulsado del ejército, partidario de la autonomía
de Cuba y Canarias, su tierra natal, exiliado durante la Restauración y mentor de Mateo Morral, regicida frustrado
de Alfonso XIII; y Miguel Morayta, gran maestre definitivo de la masonería española y filipina, acusado de alta
traición en calidad de corresponsable de la insurrección por la independencia. El perfil de dichos compañeros de
candidatura esclarece la faceta política de Picón.
31
Así lo ponderaba Juan Valera: habiéndose «creado ya un numeroso público, [figura entre los pocos] que
viven o pueden vivir con el producto de lo que escriben, y que venden no pocos miles de ejemplares de los libros
que publican» (Ecos argentinos, Madrid, Fernando Fe, 1901, pág. 14), y lo reconocía él mismo: «¿Usted vive de
los libros, don Jacinto?», le preguntó el Caballero Audaz. «Sí, señor», respondió, «de la literatura […]. Pues
qué… ¿No se concibe que en España un literato viva de sus libros?» («Nuestras visitas», La Esfera, Madrid, 2 de
julio de 1914).
32
Vida y obras de don Diego Velázquez. Madrid, Ricardo Fe, 1899. Sin competir ni hacer sombra a los monu-
mentales estudios de Beruete y Justi, para Gaya Nuño, historiador exigente, «se trata de uno de los libros más per-
fectos del autor de Dulce y sabrosa. Sin grandes novedades de criterio de documentación, sin propósito de ninguna
erudición ni sapiencia, esta bella monografía era, en cuanto a digna prosa, el regalo del año del centenario»; Biblio-
gafía crítica y antológica de Velázquez, Madrid, Fundación Lázaro Galdiano, 1963, pág. 50.
33
Apuntes para la historia de la caricatura. Madrid, 1877, impresa en la tipografía de Revista de España, en cuyas
páginas apareció por entregas. A su juicio, la caricatura constituía un arte de progreso: «La caricatura es la sátira di-
bujada […]. Es quizás el medio más enérgico de que lo cómico dispone, el correctivo más poderoso, la censura que
más han empleado en todo tiempo los oprimidos contra los opresores, los débiles contra los fuertes, los pueblos
contra los tiranos y hasta los moralistas contra la corrupción» (pág. 7).
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Americana, La Esfera, El Imparcial, del que fue corresponsal en la Exposición Uni-
versal de París de 1878, o Heraldo de Madrid y además cuenta en su haber con no-
velas y cuentos como La honrada, Dulce y sabrosa34, Tres mujeres, Drama de familia
o Sacramento, auténticos best sellers en su momento. En refrendo de tanta notorie-
dad y buscando una respuesta masiva para el lanzamiento de El Cuento Semanal,
Zamacois escogió su novela corta Desencanto para dar comienzo a la serie, acierto
indiscutible, ya que alcanzó varias ediciones consecutivas con tiradas considerables.
Renacimiento editó en los años veinte sus obras completas y Zamacois le dedicó un
libro: Impresiones de arte, publicado por Sopena en 1905, antología de críticas lite-
rarias y artísticas35 un tanto extrañamente completada por un puñado de cuentos
galantes. Picón pisó fuerte en aquel tiempo.
A su vez José Zahonero (Ávila, 1853-Madrid, 1931), con estudios de Medicina y
Derecho en las universidades de Granada y Valladolid, se significó entre los parti-
darios de Zola36 e intervino junto a Clarín en el debate del Ateneo de Madrid sobre
el naturalismo, pese a lo cual apenas se le cita de pasada o en condición de folleti-
nista, etiqueta injusta37.
Zahonero debutó en el mundo literario con una colección de cuentos, Zig Zag
(1881), y apenas tres años después llegó con La carnaza al cenit de su carrera en
[XX] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
34
Reedición a cargo de Gonzalo Sobejano en Madrid, Cátedra, 1990 (Letras Hispánicas). Novela de sesgo es-
peranzado y final optimista, donde el amor derriba todas las barreras, económicas o sociales, apunta uno de los mo-
dos de la novela galante, basado en el esteticismo y el dominio —sobre el componente doctrinal— de los elementos
literarios, con el autor asomando en el relato para contrarrestar la ganga retórica y los excesos sentimentales de sus
personajes a través de la ironía, rasgo de modernidad.
35
Sobre su concepción de «las crónicas llamadas de arte» y el oficio de crítico literario, Zamacois se explaya en
Un hombre que se va, cit., cap. xiii, págs. 259-260: «Si te metes a crítico, te recomiendo muy seriamente», indicó a
José Francés, «que uses lentes; que, cuando salgas a la calle, lo hagas llevando algunas revistas extranjeras en la mano,
que no te rías nunca y que te dejes redondear la barriga».
36
El 15 de septiembre de 1880 salió en su defensa desde La Unión con un artículo antes rechazado por distintos
periódicos, y al año siguiente se volcó en alabanza de Nana, actitud agradecida por el mismísimo Zola (El Imparcial,
12 de mayo de 1882).
37
José Antonio Bernaldo de Quirós Mateo, «José Zahonero en el contexto del naturalismo español», Espéculo
(revista electrónica cuatrimestral de estudios literarios), núm. 22, Universidad Complutense, Ciencias de la Infor-
mación, noviembre de 2001-febrero de 2002.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XX
tanto que escritor naturalista, y digo bien: en tanto que escritor naturalista, por-
que a finales de siglo entró en crisis y, renunciando al anticlericalismo, la denuncia
de la condición social de la mujer, el republicanismo y el determinismo, volvió a
la fe católica, repudiando aquella etapa. «El renombrado cuentista es fervoroso ca-
tólico, apostólico y romano», contó Polo Benito, «aunque cierto día díjome muy
entristecido que en esto había pasado por breve tiempo de desvío […], por absor-
ción en el aborrascamiento de un ambiente político y literario cargado de podre-
dumbre»38.
Dotado para las descripciones y con dominio del diálogo, Zahonero naufraga
por las estructuras y el sentido del relato, pecando de desordenado, efectista y gran-
dilocuente. Alejandro Sawa, que a raíz de La prostituta lo proclamó «campeón del
naturalismo radical», lamentó después su influencia: «En mi primera época hacía
novelas truculentas, de un realismo zolesco exagerado, por el estilo de Zahonero, el
de La carnaza […], cosas de que hoy me avergüenzo»39.
Eduardo López Bago (Aranjuez, 1853-Alicante, 1931), médico y zolista extrema-
do (calificó sus novelas de «ensayos médico-sociales»), ingresó de golpe en la litera-
tura y en el índice de obras prohibidas por la autoridad eclesiástica con Los amores
(1876). Lo suyo consistió en un naturalismo radical, concretado en dos series: la te-
tralogía formada por La prostituta, retirada de la venta y denunciada, La pálida, La
buscona y La querida, sembrada de elementos autobiográficos; y la trilogía «Amor y
miseria», compuesta por La mujer honrada. La señora de López, La mujer honrada.
La soltera y La mujer honrada. La desposada, enderezada de lleno a la denuncia de la
moral sexual.
López Bago también se ocupó críticamente del sistema penitenciario (El preso,
Los asesinos, obra folletinesca), denunció los males debidos al celibato eclesiástico
(El confesionario, La monja y El cura) y dedicó al tema candente de Cuba El separa-
tista, novela antiseparatista, contra lo que el título pudiera dar a entender y algunos
de sus contemporáneos pensaron, compleja y en la órbita de los planteamientos del
GONZALO SANTONJA [XXI]
38
José Zahonero, Manojito de cuentos, prólogo de Polo Benito, Madrid, Voluntad, 1928.
39
Allen Phillips, Alejandro Sawa, mito y realidad, Madrid, Turner, 1976, pág. 159.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXI
general Martínez Campos40. Asimismo se sumó a la nómina de la literatura taurina
con La torería, biografía de Luis Mazzantini, personaje apasionante, torero consa-
grado en España e Hispanoamérica que al cortarse la coleta se pasó al ruedo de la
política, concejal de Madrid y gobernador civil en Ávila y Guadalajara, habitual de
los cafés y tertuliano de fecundo ingenio. Emigrante en Buenos Aires y La Habana
desde 1888 hasta bien entrado el siglo xx, el brillo literario de López Bago se diluyó
al regresar a España, pronto «retirado» en Alicante.
Al lado de escritores olvidados, meras referencias en notas a pie de página en las
historias de la literatura, escritores consagrados. Zamacois absorbió multitud de lec-
turas de la primera mitad de los años ochenta decimonónicos, como La desheredada
de Benito Pérez Galdós, La cuestión palpitante y Un viaje de novios de Emilia Pardo
Bazán o La Regenta de Clarín, traductor de Zola. En ese ambiente creció y se formó
él, ambiente que no fue de exaltación y apoteosis del naturalismo, sino de polémica
intensa, con detractores notables (desde Alarcón a Menéndez Pelayo) y con matices
entre los adeptos.
Pardo Bazán, por ejemplo, situaba el realismo español por delante «de la escuela
de noveladores franceses que enarbola la bandera realista o naturalista»41, opinión
compartida por Galdós, reivindicador de Pereda y en especial de «las grandes rique-
zas de este género que nos ofrece la literatura picaresca»42, en tanto que Clarín tra-
dujo Trabajo, de Zola, «por espíritu de tolerancia», respeto literario a un gran nove-
[XXII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
40
Reeditada por Castalia (Madrid, 1997) con un documentado estudio preliminar de Francisco Gutiérrez Car-
bajo. Publicada en La Habana en 1895, la novela se cierra con las primeras victorias de Martínez Campos, sustituido
por Weyler, militar colonialista, recambio que determinó la acentuación fatal del conflicto. Gutiérrez Carbajo lo
explica así: «Martínez Campos, dotado de un gran olfato político, advierte que han cambiado las condiciones du-
rante los catorce años de paz y se da cuenta del respaldo total a los independentistas de la base popular de la po-
blación urbana así como de campesinos, negros y mulatos. En esas condiciones, ganar la guerra no era sólo derrotar
a un ejército enemigo, sino desarticular la sociedad que lo apoyaba: es decir, la guerra había que librarla en parte
contra la población civil y no estaba dispuesto a ello. Esa fue la misión que pretendió cumplir su sucesor», la que
López Bago no contempla en su novela, aunque sí la padeciera en directo, instalado en Cuba, tras una etapa en
Buenos Aires en 1888, hasta después del desastre.
41
Un viaje de novios, Madrid, 1881, prólogo.
42
José María de Pereda, El sabor de la tierruca. Copias del natural, prólogo de Benito Pérez Galdós, grabados
de C. Verdaguer, ilustraciones de Apeles Mestres, Barcelona, Biblioteca de Artes y Letras, 1882.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXII
lista de muchas de cuyas ideas «no participo», y «deseo de servir modestamente a la
lengua castellana»43, en sintonía con la «manera religiosa de Tolstoi» y contrario a
«la inflexibilidad dogmática» de Zola:
«Zola es el primer novelista de su país, a mi ver, entre los vivos; y acaso también
del mundo entero […]. Tolstoi, espíritu más profundo, no es ni tan fuerte ni tan
variado como Zola, con serlo mucho. Mi alma está más cerca de Tolstoi que de Zo-
la, sin embargo, tal vez, principalmente, por las fórmulas dogmáticas en que Zola
expresa sus aventuradas negaciones […].
Yo creo en Dios, en el espíritu, en el misterio; y las graves cuestiones sociales no
creo que hoy se puedan resolver científicamente […]. Las rotundas afirmaciones de
Zola sobre Dios, el alma, la evolución, el fin de la vida, la llamada cuestión social, las
rechazo, aún más que por su contenido, por la inflexibilidad dogmática de Zola»44.
En esa perspectiva, Zamacois tenía bien presentes aquellas militancias y estos re-
paros cuando se declaró, como vimos más arriba, «defensor entusiasta del naturalis-
mo» a través de uno de los personajes de Consuelo. No se olvide.
II
El mismo Zamacois distinguió tres momentos en su narrativa (momentos, no
épocas), representados por «las obras en que puse mayor esfuerzo».
Primer momento, «el pasional»: Punto negro (1897), Tik-Nay, El seductor, Duelo
a muerte (1902), Memorias de una cortesana (1903) y Sobre el abismo (1905), novela
ajena a la órbita galante de las anteriores. Comprende de los veinticuatro a los trein-
GONZALO SANTONJA [XXIII]
43
Émile Zola, Trabajo, traducción de Leopoldo Alas Clarín, estudio preliminar de Francisco Caudet, Madrid,
Ediciones de la Torre, 1991, «Prólogo del traductor», págs. 150-151.
44
Ibídem. Y añade: «En España tuve el honor de ser el primero, allá en mi juventud, casi adolescente, que de-
fendió las novelas de Zola, de entonces (para mí las mejores de las suyas), y hasta su teoría naturalista, con reservas,
como un oportunismo…».
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXIII
ta y dos años y se desarrolla entre París y Madrid, con el editor Ramón Sopena, las
revistas La Vida Galante y El Escándalo y la editorial Cosmópolis en calidad de ejes.
Al señalar esas obras, Zamacois pasa de largo por sus primeras novelas y deja un va-
cío hasta 1910, el comienzo de su segunda etapa, en buena medida ocupada por la
fortuna y los reveses de El Cuento Semanal.
Segundo momento, «de indecisión o transición, en que el sentimiento amoroso
me preocupa menos, y me aventuré por los pagos del misterio y la ironía»: El otro
(1910), Europa se va y La opinión ajena (1913), El misterio de un hombre pequeñito
(1914), Memorias de un vagón de ferrocarril (1922) y Una vida extraordinaria (1923),
más Traición por traición (1925). Este «momento», cruzada de viajes triunfales (Bue-
nos Aires, Santiago de Chile, Nueva York, La Habana, San Juan de Puerto Rico,
México y Mérida, Guatemala y Centroamérica, Venezuela y Santo Domingo), tam-
bién conoció la penuria, «un éxodo de cuatro o cinco meses [en que] recorrimos to-
do el norte africano»45 y la Primera Guerra Mundial, como corresponsal tentativo
en los frentes, frustrado por los incumplimientos económicos de Cánovas Cervan-
tes, director de La Tribuna, que al mandarlo a Berlín «me entregó mil pesetas y un
billete kilométrico valedero para circular por toda Europa, excepto Rusia», y le re-
galó la promesa de otras mil pesetas mensuales, vanagloria deshecha en humo e in-
cumplimiento que obligó a Zamacois a una renuncia resuelta sobre engaños y tra-
pisondas. Cánovas lo recibió en Madrid con una sonrisa: «Yo sabía —gritó riendo
a carcajadas— que usted no es de los que se ahogan en poca agua»46.
Tercer momento, el de «mis novelas de ambiente social»: Las raíces (1927), Los
vivos muertos (1929) y El delito de todos (1933), «las tres primeras de un ciclo de siete
volúmenes que la guerra me impidió escribir»; momento clausurado por La antor-
[XXIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
45
«Recorrimos»: en compañía de Blanca Valoris, una de sus muchas amantes, «hija de italiano y alemana» que
«nació en París, se educó en Londres» y hablaba cuatro idiomas, mujer «complicada, bohemia y autócrata» y actriz
de talento que «pronto se apartó del teatro». Dejó a Zamacois a la vuelta de ese periplo africano al descubrirlo ca-
sado: «Si cuando nos conocimos —sollozaba— me lo hubieras dicho, tal vez te habría querido igual. Pero me en-
gañaste, y ya no tengo confianza en ti. El encanto se ha roto. Ahora, aunque renunciaras a tu mujer y a tu hija para
mí no serías el mismo»; Un hombre que se va, cit., págs. 317 y 331.
46
Ibídem, caps. xv y xvii, págs. 310-311 y 330.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXIV
cha apagada (1935) y El asedio de Madrid (1938), que abarca la segunda etapa de la
dictadura de Primo de Rivera, el final de la monarquía, la Segunda República y la
guerra.
Novelas, pues, galantes, de ironía, misteriosas y sociales: «Esta diversidad de gé-
neros demuestra que jamás he pensado en adular las aficiones del público, sino en
dar pleno contentamiento a las mías»47. Como rasgo muy acusado, Zamacois corri-
gió en cuanto pudo a fondo, hasta el borde de la reescritura, las novelas iniciales48,
urgidas por Ramón Sopena y elaboradas con premura, incitado a ello por el favor
del público que le acompañó desde Punto negro, su segundo título.
Pasarán los años, no demasiados, y una vez liberado de Sopena y asentado en el
catálogo de Renacimiento, Zamacois rechazó la recuperación de aquellos productos,
insatisfecho con su escritura descuidada, molesto por la cosecha de erratas, apartado
del móvil de lucro que precipitó su salida y guiado por la decisión de atemperar la
crudeza y proliferación de escenas sexuales. Abrumado por aquellas novelas, una y
otra vez reimpresas por Ramón Sopena, el autor estampó esta advertencia al frente
de sus obras:
«Mis doce o quince primeros libros: La enferma, Punto negro, El seductor, Duelo
a muerte, etc., fueron escritos a vuela pluma, bajo presión de la Necesidad, y vendi-
dos a precios irrisorios a la Casa Editorial Sopena, la cual, después de veinte años,
continúa publicándolos con los mismos deplorables andrajos con que aparecieron.
Pero yo, persuadido de que no merecían tan mal trato, acudí a corregirlos, y tan
honrada y perseverante aplicación puse en ello que casi “he vuelto a escribirlos”.
Por consiguiente, la única edición que me atrevo a recomendar a mis lectores es
la de Renacimiento. Todas las anteriores —especialmente aquellas de la Casa Edito-
rial Sopena— son execrables y únicamente merecen olvido. Yo no las reconozco, no
GONZALO SANTONJA [XXV]
47
Ibídem, cap. ii, págs. 52-53.
48
Corrector minucioso de pruebas y nada autocomplaciente, se confesó «atormentado» e inseguro («todo me
parece mediano, en todas partes creo hallar asonancias, solecismos o repeticiones…») y tan atribulado como Flau-
bert, «levantándose a media noche para corregir una errata» (De mi vida, cit., pág. 222).
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las autorizo; yo no escribiré jamás sobre la primera página de tales libros una dedi-
catoria…
Por rescatar los millares de ejemplares que de esas ediciones se han vendido, da-
ría el autor su mano derecha».
Su mano derecha o su mano izquierda, la que quisiera. Porque Ramón Sopena
siguió a lo suyo, es de suponer que amparado por contratos leoninos. Publicar resul-
taba difícil para un escritor en los comienzos, cobrar derechos suponía una hazaña,
ponerse en el camino de la profesionalización apuntaba a una quimera. El mundo
editorial era muy reducido, de poco vuelo; las posibilidades escaseaban. Y Ramón
Sopena constituía un hito de primer orden. Poco a poco, con tenacidad y esfuerzo,
había forjado, no un imperio, pero sí una empresa con implantación y alcance. Los
escritores nuevos, sin alternativas, aceptarían esto y aquello, cobrando y perdiendo
por unas pesetas «mis doce o quince primeros libros». Al cabo de los años y a la vuel-
ta de mil conflictos, tras entenderse con Martínez Sierra (Renacimiento), Zamacois
conseguiría recuperar algunos; otros, en cambio, prosiguieron su vida descarriada.
De bien avanzado 1936 data la última edición de Sopena de Memorias de una corte-
sana, agregada a la «Biblioteca de Grandes Novelistas» (Julio Verne, Cervantes, Ale-
jandro Dumas, Enrique Sue, Enrique Larreta, Armando Palacio Valdés) y estampada
a dos columnas sobre papel de pésima calidad, con el reclamo de una cromolitogra-
fía de añejo gusto decimonónico. Que el autor se quejara hasta desgañitarse, estaba
en su derecho, pero las leyes desprotegían a los escritores y la lucha por la vida eter-
nizaba concesiones, creídas pasajeras pero a la postre demostradas irreparables.
Autoexigente y persuadido de sus posibilidades, a la hora del balance final Za-
macois se pintó por debajo de ellas y derrotado. Sin recursos económicos y propicio
a las tentaciones, arrastrado por un frenesí de amores y viajes, con la maleta siempre
hecha y por lo menos dos hogares que mantener (por lo menos dos, frecuentemente
tres, en ocasiones hasta cuatro), «el Hombre hizo mucho daño al Artista», ambos
con mayúsculas reivindicativas, con su punto de orgullo. Hombre, Artista. El pri-
mero dañó al segundo. Fueron las exigencias naturales, la vida como torbellino. Así
se lo confió a Entrambasaguas mientras este antologaba las mejores novelas españo-
[XXVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
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las contemporáneas49. Se lo confesó por escrito, en una de sus cartas, y sin duda se
trata de una reflexión reveladora: «El Hombre hizo mucho daño al Artista».
Tres momentos acabo de señalar asumiendo los deslindes del autor, pero asu-
miéndolos con salvedades y precisiones. El primer momento, por ejemplo, no sale de
la nada, porque Zamacois desembocó en Punto negro tras unos años de caminos equi-
vocados, de aprendizaje y tanteos (de 1890 a 1897), con estudios abandonados de Fi-
losofía y Letras, ahuyentado por la enseñanza oficial y ganado por la lectura50, y Me-
dicina, feliz en las aulas durante tres cursos pero disuadido de seguir adelante en
cuanto «me enfrenté con la clínica», desalentado por el ambiente lúgubre, frío y sór-
dido del hospital de San Carlos, definitivamente decidido entonces a ser escritor51.
Quemada la nave de los estudios, la travesía literaria conoció diversos puntos de
apoyo: el periodismo, ejercido desde cabeceras de signo descreído, como Las Domi-
nicales del Libre Pensamiento; el ensayismo científico, acogido al postulado de que la
ciencia explicaba o explicaría, simple cuestión de tiempo, los misterios de las reli-
giones (alucinaciones, éxtasis, llagas), apartado que incluye diversas traducciones co-
mo Clasificación de las ciencias de Hubert Spencer52; y el apunte de diversos esbozos
narrativos, asentados en el costumbrismo (Tipos de café, 1893, libro perdido, pero
título y temática reiterados en 1935) y en un puñado de novelas cortas. Desde Amor
a oscuras («capullo de novela») llega hasta Consuelo (1896), preludio de la novela ga-
GONZALO SANTONJA [XXVII]
49
Las mejores novelas contemporáneas, t. iv, pág. 602.
50
«Leía sin cesar, y este desbocado afán me convirtió en un mal estudiante. La enseñanza oficial llegó a serme
intolerable: la juzgaba rutinaria, aburridora, lenta, sobre todo lenta. Dejé de ir a clase. ¿Para qué invertir dos años
en aprender de memoria el texto de metafísica escolástica hilvanado por nuestro profesor Orti y Lara en preguntas
y respuestas […]. Y pues, todos los libros maestros del pensamiento antiguo fueron traducidos al castellano, ¿para
qué malgastar tiempo en aprender griego clásico?», entusiasmado entonces con la medicina («creí haber hallado mi
camino»), quizá por «influencias balzanianas»; Un hombre que se va, cit., cap. iii, pág. 65.
51
«Los tres primeros años de la carrera me encantaron. Luego […] estos fervores se desvanecieron apenas me
enfrenté con la clínica. El lúgubre convento de San Carlos, convertido en hospital, me repugnó; era viejo, oscuro,
feo, frío, sucio, con una suciedad de siglos; olía mal, olía a cadaverina. Y automáticamente desistí de ser médico.
[…] Y arrepentido de mis veleidades ya sólo pensé en ser autor: escribiría novelas, comedias, cuentos, ensayos filo-
sóficos…»; ibídem, cap. iii, pág. 66.
52
Hubert Spencer, Clasificación de las ciencias, prólogo de Antonio Zozaya, traducción de Eduardo Zamacois
y Quintana, Madrid, Biblioteca Económica Filosófica, 1889.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXVII
lante. Son obras de cara y cruz: de escritura despejada y con suma habilidad para los
diálogos, el lenguaje se resiente, a veces apegado a registros fósiles, mientras el ritmo
se desequilibra, afectado por el afán discursivo.
Con veinte años, estudiante entusiasmado de Medicina y escritor en agraz, que
ya se nutre de su experiencia y tempraneramente se afirma en la literatura de su pro-
pio acontecer (recuérdese: «yo soy enemigo de inventar»), Zamacois vaciló entre la
escritura y la ciencia, con El misticismo y las perturbaciones del sistema nervioso (1893)
y Consuelo marcando los límites, unos límites, por cierto, ya contaminados, puesto
que dicho ensayo otorga pareja importancia a unas fuentes y a otras, científicas y li-
terarias, con tanta presencia de autoridades en psicología o fisiólogos eminentes co-
mo de Lord Byron, Walter Scott, Flaubert o Santa Teresa, y con pasajes manifiesta-
mente anunciadores de novelas como La enferma o El otro. Antes de contar cinco
lustros de existencia, Zamacois colgó los libros de estudio y sentó plaza definitiva de
escritor, de escritor profesional, no de profesional que en los ratos libres escribía,
apuesta cuando menos osada en aquella sociedad.
Las novelas del primer momento responden a un género, el de la novela galante
francesa, cuajado desde un patrón, unos moldes y unas características bien defini-
dos: historias ligeras, ingeniosas y con chispa, vivas y maliciosas, con travesuras, de-
senfados, ironías y donaires; gabinetes elegantes, playas de moda, hoteles de lujo,
criadas cómplices, sirvientes solícitos. La moral burguesa sometida al tamiz de la
burla; atmósfera liberal, escéptica y sin prejuicios. La vida alegre a salto de mata, con
trampas y sobresaltos. Caballeros de alcurnia venidos a menos, apaches en situación
postiza y cortesanas en cuyas casas el timbre de la puerta inevitablemente anunciaba
artificios, impaciencias o deudas. Maridos burlados, carrusel de queridas, revival de
amantes. Literatura de pasatiempo, picante y con aventuras fáciles, las seducciones
a flor de página. El corpus, los episodios eróticos; las fronteras, la acritud social. Se
trataba de un género menor, de escaso relieve literario y aún de menos prestigio. Sin
complicaciones argumentales, ágiles las descripciones, ocurrentes los diálogos y pre-
cipitadas las acciones.
A partir de tales rasgos, Zamacois aporta una voluntad de estilo, un afán de con-
gruencia, un mundo propio y un denuedo evidente por desbordar esos límites. No
[XXVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXVIII
se conforma con contar, no le convencen los personajes sin entidad ni coherencia,
no le atraen los ambientes imaginados. Al contrario: escribe, fija caracteres y se sitúa
en el Madrid contemporáneo, con personajes que pasan de novela en novela, tam-
bién en este aspecto deudor de Pérez Galdós y Balzac.
Autor omnisciente, en sus primeros relatos pesan demasiado las digresiones y su
morosidad descriptiva supone un handicap. Ahora bien, frente a las novelas galantes
en boga, tópicas y por lo general desaliñadas, las suyas implican un paso literario de
consideración. De ahí, creo yo, que se haya confundido su papel: no fue el «inven-
tor» o el introductor de esa modalidad de la narrativa francesa en España, sino el
autor que acertó literariamente a dignificarla, enriqueciéndola con personajes que
no se movían como simples guiñoles de la sensualidad en una sucesión mecánica de
bailes, máscaras, donaires, penumbras, frivolidades, amoríos en reservados, equívo-
cos, engaños, champán y orquestas, sin preocupaciones de otra índole. Nada de eso.
Enseguida desbordó ese marco.
En 1902 Zamacois publicó cinco novelas, tres cortas y dos largas: Loca de amor,
La quimera y Noche de bodas; El seductor y Duelo a muerte. Trabajos convencionales
y pro pane lucrando las primeras, aunque ya con una notable carga de misterio la úl-
tima, los relatos extensos apuntan más allá. Así, El seductor responde a una cuidada
estructura casi epistolar, con el personaje central, un escritor de cartas de amor por
encargo, protagonizando en la vida la historia antes escrita para otro, en tanto Duelo
a muerte plantea una dinámica de exclusión social y marginamiento, con la pareja
formada por el pintor Daniel Carmona y la vizcondesa de San Bartolomé, unidos
por la deslealtad de sus respectivos cónyuges, enfrentada en duelo a muerte con la
sociedad biempensante y todopoderosa: la nobleza, la alta burguesía y el clero, clases
y estamentos dominados por la hipocresía y la corrupción. La historia ofrecerá fallos y
su planteamiento crítico quizá peque de confuso, pero de ninguna manera se pliega
al molde de la novela galante, referente perdido y ni siquiera tenido en cuenta por
el autor cuando la lógica del texto le lleva al mundo de las cortesanas, mujeres re-
sentidas y, en nombre del interés, dispuestas a cualquier extremo.
Además, ese mismo año aún publicó otra obra: Memorias de una cortesana, un
mixto de memoria y novela, en su opinión el género «más humano, el menos artifi-
GONZALO SANTONJA [XXIX]
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXIX
cioso, aquel que tiene una dosis mayor de realidad», declaración a tomar con cuida-
do, porque al instante se advierte la huella de no pocas lecturas y el influjo de Balzac.
El lector se encuentra con la autobiografía de Isabel Ortega, meretriz de fortuna tor-
nadiza, niña educada «para la virtud» que al cabo de un sinfín de vaivenes sobrevivía
al amparo de un grupo de prostitutas lozanas, criada suya y a las que «ya no sirve ni
para cómplice del pecado»53. Apurando el análisis psicológico y trazando un friso
crudo de la prostitución finisecular, el autor se maneja en la órbita del naturalismo.
Por si todavía fueran precisos más ingredientes, eso no es todo. Porque, dando
un paso en su carrera, la última novela de este «primer momento», Sobre el abismo
(1905), resulta una obra de transición, enfocada hacia la narrativa social, con el vér-
tigo del sexo abocado a la violencia en el marco de un escenario opresivo: siete ma-
rineros y una prostituta, embarcada como polizón, encerrados en una goleta con to-
dos los elementos desatados, así el mar, la lluvia y el viento como el mástil o los
barriles de las provisiones. Tremendismo y deshumanización, furia ciega.
En consecuencia, consideradas esas obras del primer momento en el contexto y
con perspectiva, Zamacois ingresó en el mundo literario a través de un género sin
prestigio intelectual, pero lo hizo dispuesto a dotarlo de dignidad y, al quedársele
pequeño, pronto rebasó sus barreras, aventurándose por distintos caminos. Ajena a
ello, cierta crítica lo habría condenado a un encasillamiento fatal, reduciéndolo a esa
faceta: la del escritor galante por excelencia. En otras palabras, nuestro autor siguió,
y en buena medida (o sea, en mala medida) todavía seguiría, purgando el éxito co-
mercial que le permitió profesionalizarse. Como si la posición alcanzada por medio
de Tik-Nay y afianzada con El seductor, comportara una etiqueta literaria peyorativa
e inmodificable.
«De indecisión o transición» define Zamacois su segundo momento, «en que el
sentimiento amoroso me preocupa menos, y me aventuré por los pagos del misterio
y la ironía», que va de 1910 a 1925, y está compuesto por más de sesenta títulos de
distintos géneros, narraciones largas y cortas, crónicas, cuentos, teatro, literatura
autobiográfica y crítica literaria. Transición y ahondamiento en las formas del rea-
[XXX] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
53
De mi vida, cit., pág. 92.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXX
lismo sin renunciar por ello a la novela galante, modalidad relegada a las obras me-
nores, las de la lucha cotidiana por la existencia.
El otro, la obra inicial, desarrolla un extraño triángulo amoroso, un triángulo de
ultratumba al modo de la novela gótica y en la estela de Espirita de Gautier54. Ade-
lina y el barón de Nhorres, su amante, asesinan al marido, el doctor Riaza, director
de un manicomio, hombre cruel y retorcido, temido en vida y aún más temido en
muerte, omnipresente cuando creían haberse librado de él. El peso de la culpa, la
carga del terror. Riaza los anula, y también impone su presencia al resto de los per-
sonajes de la novela, entre los que sobresale el sepulturero Bonifacio Crespo, obvio
trasunto del Lorenzo de las Noches lúgubres de Cadalso. Novela opresiva, el protago-
nismo corresponde al poder del más allá, lo inasible y los terrores, asuntos y clímax
de varios relatos cortos del «primer momento», con lo que volvemos a los apunta-
mientos y a las pervivencias de unos momentos en otros, con novelas galantes en vís-
peras de la guerra incivil y anticipos de misterio en los años iniciales.
Entre El otro y La opinión ajena se aprecia continuidad, no ruptura, puesto que
esta última novela es asimismo psicológica, aunque en clave irónica —ironía de de-
senlace cruel—, con el terror del más allá sustituido por el terror del más acá, en-
carnado por la dictadura del «qué dirán», férreamente asentada en un poblachón
manchego imaginario: Serranillas, situado en los aledaños de Almodóvar del Cam-
po y Valdepeñas, espacio que remite al Quijote, huella patente, así como la del Gal-
dós de Doña Perfecta (obra publicada por Zamacois en un aventura editorial fran-
cesa que consideraremos más adelante).
A don Higinio Perea, acomodado en su mediana hacienda, le toca la lotería, y
ese suceso le saca de sus casillas, esto es, le mueve a rebasar las bardas del lugar, em-
pujado por el «qué dirán» a viajar a París, obligado por el «qué dirán» a inventarse
la fantasía de un asesinato y, en definitiva, inducido por el «qué dirán» a someterse
a una operación de resultado funesto. En resumidas cuentas, esta sería la novela de
la consagración del prisma de la ironía, pero no en simple función de humorada,
GONZALO SANTONJA [XXXI]
54
Teófilo Gautier, Espirita, traducción de Diodoro de Tejada, Madrid, Librería Alfonso Durán, 1866, de nuevo
traducida, prologada y anotada por Guillermo Carnero, Barcelona, Edhasa, 1971.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXI
antes bien en calidad de elemento crítico, revelador de miserias, vanidad, debilida-
des y pequeñeces y del peso insuperable de usos y costumbres opresivos, puntales
del orden social establecido.
Así pues, Zamacois, siendo el mismo, ya era otro, lo reconozca o no la opinión
ajena.
Otro, en primer lugar, por los temas, novelista del drama de la emigración en
Europa se va y novelista que vuelve al enigma del más allá, en la estela de El otro, en
El misterio de un hombre pequeñito, afortunadísima conjunción de fantasía y realis-
mo, con una historia de espíritus ambientada en el lugar salmantino de Puertopu-
mares en la ficción, y en la realidad posiblemente Béjar, porque las referencias son
inequívocas.
Otro, también, por la intención, paulatinamente acentuada la preocupación so-
cial y la carga de denuncia: «Aquello era la España que se iba», explica en Europa se
va, «la patria vieja, desilusionada, empobrecida por los criminales errores de sus go-
biernos», carne de cañón, desheredados a quienes el sistema marginaba y a quienes
una sociedad complaciente y cómplice volvía la espalda: «Aquellos centenares de
hombres emigraban de noche, solos, olvidados de las autoridades, despedidos por la
indiferencia glacial de la ciudad dormida»55.
Otro por los ambientes: historias desarrolladas más allá y más acá de Madrid y,
sobre todo, en ausencia de los escenarios galantes, tierras adentro de la Meseta. «A
intervalos, sacando tiempo no sé de dónde, me retiraba a vivir breves temporadas
en pueblos de Castilla, con el objeto de ir reuniendo las observaciones y paisajes que
utilicé en Traición por traición […], y que posteriormente me permitieron trazar el
escenario de Las raíces»56. Horizontes dilatados, paisaje y paisanaje, tradiciones y
costumbres, tipos y modismos: las novelas de Zamacois rompían el círculo y pasa-
ban al regeneracionismo y el 98.
Y otro, fundamentalmente, por la técnica y el estilo, profundizando en la novela
caleidoscópica y polifónica, en suma de historias fragmentarias (Europa se va, Me-
[XXXII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
55
Europa se va, séptima edición, «(única refundida por el autor)», Madrid, Renacimiento, (s.a.), pág. 59.
56
Un hombre que se va, cit., cap. xxvi, pág. 417.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXII
morias de un vagón de ferrocarril, Una vida extraordinaria), y con la expresión depu-
rada, progresivamente apartado de los excesos retóricos, de la ganga y el artificio
inherentes a la novela galante, deudor en esto del modernismo. Unas veces inserta
en el relato novelas cortas, sabiendo fundirlas con habilidad; otras, en cambio, pro-
cede al revés, independizando en novelas cortas algunos fragmentos.
Ahora bien, otro y el mismo cuando en Una vida extraordinaria, las memorias
de Luis Leal y Donaire, barón de San Félix, libro andariego y autobiográfico, reto-
ma los ambientes aristocráticos y los decorados galantes, en sucesión de aventuras y
lances amorosos, frívolos y evanescentes, al margen de la realidad, por encima de los
problemas. Leal también, si se quiere, a los donaires.
El ciclo de Las raíces, tres novelas de las ocho o diez que llegó a plantearse (la he-
rida de la guerra y el tajo del exilio, ya lo he señalado, cercenaron el proyecto), inicia-
do con ese título (1927), continuado por Los vivos muertos (1929) y concluido con El
delito de todos (1933), sitúa a Zamacois, junto al Felipe Trigo de El médico rural (1912)
y Jarrapellejos (1914), en el punto de enlace entre los regeneracionistas y la novela so-
cial de los años treinta, precursor asimismo del tremendismo de la posguerra y de la
novela social de los años cincuenta. El novelista desaparece de unos relatos que ya no
interrumpe con las apostillas inhábiles del primer momento, acentúa la sobriedad del
lenguaje y crea universos cerrados (un pueblo hundido en la miseria, Carrascal
del Horcajo; el mundo sórdido de los penales y el Madrid miserable de mendigos y
meretrices), condenados al imperio de la violencia, con los tres relatos articulados en
torno a la familia Santoyo, dos hermanos molineros, réplicas de Caín y Abel, perso-
najes sumidos en la degradación y en el fango, astillas sin fuerza en el vendaval del de-
lito y arrastrados por la culpa de todos, delito y destino heredados por las raíces, vivos
muertos en suma. El mejor Zamacois alienta en estas obras de madurez.
En este sentido, El asedio de Madrid (1938), novela de circunstancias —y de qué
circunstancias—, literariamente implica un paso atrás y en otros aspectos levanta
muchas perplejidades, con Zamacois admitiendo e implícitamente elogiando «lan-
ces» como los que siguen, fruto de una «conversación [que] era animada», contados
«con moderación» en un cuarto de guardia:
GONZALO SANTONJA [XXXIII]
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXIII
«Allá por diciembre —dijo uno—, hallándome con mi Brigada en el frente del
Pardo, a un compañero, mientras dormía, le quitaron el capote. El perjudicado, co-
mo ignoraba quién fuese el ladrón, se calló. Horas después un muchacho extremeño
[…] se presentó al comandante. “Vengo —le dijo— a que me mande usted fusilar”.
Dice el comandante: “¿Por qué…?”. Contestación: “Porque he deshonrado mi uni-
forme”. Y el otro: “¿Qué hiciste?”. Respondió: “Lo peor que puede hacerse: robar a
un camarada, y quiero que me maten; así escarmentarán en mí los demás”.
Un circunstante indagó:
—¿Y le fusilaron?
—Era su gusto —concluyó el narrador— y era de justicia.
—Yo sé —dijo otro— un caso más raro aún que ese: el de un miliciano de la co-
lumna Durruti que se presentó en la cárcel de su pueblo para ver a su padre, preso
allí por fascista, y en teniéndole delante le pegó dos tiros.
Impresionado vivamente, Juanito Muñoz tomó la palabra:
—No sé —dijo— cuál de esos dos episodios supera al otro. Ambos me demues-
tran que al calor de nuestra revolución está forjándose un código nuevo. El primero
es un caso asombroso de autoeducación moral, porque el delincuente, sin estímulo de
nadie, se aplica el castigo que cree merecer. El segundo atestigua la existencia de hom-
bres capaces de inmolar a un ideal sus afectos más entrañables. Ese miliciano de
Durruti me recuerda el sacrificio de Guzmán el Bueno; pues si este, por defender a
España, dejó inmolar a su hijo, aquel por la misma sagrada razón mató a su padre»57.
Autoeducación moral, el vuelco de las revoluciones. ¿Resultado? Un suicidio,
unos verdugos y un parricidio. ¿Un código nuevo? Va de suyo que no cabe identi-
ficar las opiniones de los personajes con la del autor, pero El asedio de Madrid agra-
via con expresiones matoniles («la policía apiolaba a los cuarenta y siete falangistas
que intentaron asaltar Radio España», pág. 152) y con justificaciones de crímenes
sórdidos. Así cuenta e interpreta el asalto a la Cárcel Modelo, antesala de los críme-
nes de Paracuellos:
[XXXIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
57
El asedio de Madrid. Barcelona, AHR, 1938, págs. 392-393.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXIV
«Una mañana Madrid supo que parte de la cárcel Modelo estaba ardiendo. El si-
niestro era intencionado. Lo provocaron unos presos de acuerdo con elementos de la
quinta columna. Estaban armados y se proponían, aprovechando el tumulto que el in-
cendio había de causar, matar a los celadores y huir. No lo lograron. Avisado a tiempo
el pueblo, en tropel, cercó la prisión, la ganó por asalto y dio muerte a los sublevados.
Allí cayeron Melquíades Álvarez, el tristemente conocido doctor Albiñana y otros figu-
rones. Pero estas podaciones no bastaban; el cáncer que roía la vida nacional empeoraba
y el daño se aliviaría únicamente cuando el bisturí justiciero penetrase muy hondo»58.
Eufemismos («dio muerte», «podaciones»), insultos a los asesinados («figurones»)
e incitaciones (que «el bisturí justiciero penetrase más hondo»). Asediado en Madrid
y testigo en la Sierra de infinidad de atrocidades y pérdidas («—¿Cómo va el pleito
en la Sierra? / —Regular / —¿Cae mucha gente nuestra? / —Mucha», pág. 143), na-
da presagiaba tanta radicalidad en Zamacois, orientado al anarcosindicalismo, fer-
voroso de «la palabra quemante, llama viva» de Dolores Ibárruri59, entusiasta del
Quinto Regimiento60, encantado con la «certera labor depurativa»61 de las diversas
policías partidistas; complacido por las «tempestades de aplausos» levantadas en los
frentes por los fusilamientos en la retaguardia e identificado con el «peso abrumador
de la ley», impuesta por unos nuevos tribunales de justicia cuyas sentencias se ajus-
taban a los decretos del pueblo, legislador riguroso de lo que había de ser.
Novela coral, protagonizada por el pueblo madrileño, el relato cobra cuerpo a tra-
vés de los diálogos establecidos entre el taxista Juanito Muñoz y su mujer Purita, ca-
misera, inmersos ambos en la atmósfera de tensión de los días previos al desencade-
namiento de la guerra, arrastrados por el vendaval que desembocó en la toma del
Cuartel de la Montaña e inopinadamente transformados en combatientes voluntarios
en la Sierra. Primero se marchó él, «emborrachado por el aturdidor huracán» de la
GONZALO SANTONJA [XXXV]
58
Ibídem, pág. 141.
59
Ibídem, pág. 130.
60
Ibídem, págs. 139-140.
61
Ibídem, pág. 132.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXV
violencia, pero enseguida lo secundó ella y allí libraron los dos un encuentro cuerpo
a cuerpo sobre el «campo oscuro», acogedora laTierra y el sembrador afanado62.
Trescientas páginas más adelante, trufadas de alegatos y arengas, la novela conclu-
ye. Juanita cumple su «deber de parir», Juanito improvisa frases épicas: «Madrid re-
nace en ti. En tus entrañas está amaneciendo. Date prisa. En estos momentos sería
de mal agüero que nuestro hijo naciese ahogado». «Fin: Madrid, noviembre, 1938»,
datación que implica cierta hipérbole magnificadora, dado que Zamacois, evacuado
antes de Madrid a Valencia, había seguido los pasos del Gobierno republicano. Así
lo detalla en sus memorias.
«En Valencia estuvimos», puntualiza, «hasta que el Gobierno se trasladó a Bar-
celona», exactamente el 30 de noviembre de 1937, donde vivió tensiones, padeció
necesidades y soportó bombardeos que a la postre desembocaron en la toma de la
ciudad por las tropas franquistas el 26 de enero de 1939, encaminado hacia el exilio
casi en el último momento por un golpe de suerte y atrevimiento63.
Con este calendario, El asedio de Madrid, que no alcanzó a publicarse en Valen-
cia «por falta de papel», vio la luz casi de milagro y gracias al empeño de Eduardo
Rubio, «quien luego fue mi mejor amigo»64, «propietario y director de Mi Revista»
(Barcelona), quincenal en aquellas circunstancias de lujo y verdaderamente sui gé-
neris65, ácrata y de variedades, integrador de firmas liberales (Diego de San José, Ro-
[XXXVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
62
Ibídem, págs. 133-136.
63
Refugiado con su mujer en la Embajada de México, colmada de gente desesperada y abandonada por los di-
plomáticos, en medio de la noche «inesperadamente se produjo el milagro: en el silencio negro retumbó la voz fuer-
te, nerviosa, de un hombre: / —¡El señor que va a Le Perthus! […] El coche está listo. / Nos habíamos salvado. Me
levanté de un brinco. / —¡Aquí estoy! —grité—. / Agarré a Matilde de un brazo y tirando de ella y tropezando con
los pies de los dormidos, gané la puerta, donde el llamante esperaba a alguien que no era yo», y así llegaron «a corta
distancia de La Junquera», donde se quedaron sin gasolina, trance solucionado por un nuevo golpe de fortuna: «En
aquel momento pasaba un coche de la Embajada inglesa, que nos recogió y llevó a la frontera»; Un hombre que se
va, cit., págs. 453-454.
64
Ibídem, cap. xxix, pág. 451. Y ese «mi mejor amigo», además de El asedio de Madrid, publicó una nueva edi-
ción de Las raíces.
65
Barcelona, 15 de octubre de 1936-5 de diciembre de 1938, cincuenta y cuatro números y tal vez alguno más,
con profusión de ilustraciones («Ilustración de actualidades», reza el subtítulo), buen papel y muchas páginas, entre
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berto Castrovido, Pedro de Répide, Antonio Zozaya, Gonzalo de Reparaz) y de al-
gunos valores nuevos (Gabriel García Maroto, editor inicial de Federico García Lor-
ca, o Nicolás Guillén66) junto a los históricos de la intelectualidad anarcosindicalista
(Ángel Samblancat, su editorialista, el doctor Félix Martín Ibáñez, Fernando Pinta-
do, editor de La Novela Roja, el dibujante Helios Gómez o Alfonso Vidal y Planas),
partidario de las colectivizaciones pero al tiempo exaltador de Líster y entusiasta de
Hollywood y la Paramount, volcado con sus actores y singularmente «con sus chi-
cas», sin olvidarse por eso del cine español67. En fin, las paradojas pueden extremar-
se, porque Mi Revista, revolucionaria y recelosa del catalanismo68, compatibilizó esa
actitud con una «Página financiera», con reseñas frívolas, con gitanerías poéticas y
hasta con una sección fija («Lo que gusta a las mujeres») imbuida de un feminismo
galante y tradicional a cargo de Rosa Blanca («para hacerse amar de los hombres»,
mejor las lágrimas que los gritos, en verano favorecen los vestidos de punto, etc.),
galimatías número a número heterodoxamente resuelto con desenfado.
Tiempo confuso y, en cuanto tal, abocado al riesgo, la zozobra y los sustos, Rubio
dispensó a Zamacois su último asidero literario en España, con colaboraciones a su
GONZALO SANTONJA [XXXVII]
cuarenta y ochenta por entrega, con el hito de sendos monográficos sobre Madrid (15 de octubre de 1937), el primer
año de guerra, el Ejército Popular y México (1 de enero de 1938), que respectivamente se acercaron a cien, ciento
cincuenta y doscientas. En cuanto al precio, empezó a sesenta céntimos (núms. 1-8), y a continuación registró su-
cesivos incrementos: 1 peseta (9-21), 2 pesetas (22-38), 2,50 (39-45) y 3 pesetas (46-54), con los especiales en pro-
porción, a 10 y 15 pesetas, siempre por debajo del mercado, con publicidad (directa e indirecta, amplios reportajes
sobre ciudades como Alcoy o Gerona) y, según sus repetidas afirmaciones, con aceptación y tiradas considerables,
aunque de cuantificación imposible.
66
«Sirenas en París y aviones sobre Londres», Mi Revista, Barcelona, núm. 48, 1 de septiembre de 1938, pág. 15.
67
En las últimas entregas anunciaron un número especial, íntegramente dedicado al cine español de la guerra,
similar al consagrado a México. Parece que la derrota de la República en Cataluña acabó con el proyecto, ya en im-
prenta, aunque no resulta descartable que llegara a publicarse.
68
Para cerciorarse de ello basta con reparar en la página 3 del número 8 (febrero de 1937), ocupada por un re-
trato de Companys, presidente de la Generalidad de Cataluña, acompañado por esta nota: «Pretendíamos que el
presidente Companys nos dijera qué opinaba de la CNT y de la FAI dentro y fuera del Gobierno: pero el presidente
Companys, por ahora, no puede decirnos nada de la CNT y de la FAI, ni dentro ni fuera del Gobierno», limitán-
dose a entregar a sus redactores «mi retrato» lacónicamente dedicado. «Nada más», concluye la nota, «y aquí lo tie-
nen ustedes. ¡Nada más!».
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voluntad y una sección fija, con algún punto de ironía y hasta de provocación inge-
nua en el título: «Las emboscadas de la ilusión»69, porque el término emboscada/em-
boscados registraba entonces las peores resonancias. De hecho, el escritor lo habría
pasado mal de no mediar a tiempo el doctor Negrín, presidente enérgico de una Re-
pública en trance de consumación, que le libró de unos peligros nada menores por
medio de una estratagema de por sí ilustradora del signo torvo de la situación.
Pues sucedió que, republicano por libre y novelista social, alguien recordaría el
pasado galante de Zamacois y quién sabe qué otras decadencias. Por ese vericueto de
las denuncias anónimas, Zamacois, en su ignorancia, rozó la tragedia cuando más
entretenido estaba con las tertulias de Mi Revista, reducto que en resurrección de
tiempos pasados le tributó un banquete de homenaje con motivo de la publicación
de El asedio de Madrid70, celebración inimaginable en aquella coyuntura de hambre
y necesidades, fruto de los «ardides nunca revelados» de Rubio71. El escritor pasa de
puntillas por aquella penalidad, velando nombres y detalles, como si andados los
años prefiriese callar, aún con el susto a cuestas:
«Pasaron unos días, a tiempo que Matilde, Enrique y yo nos sentábamos a al-
morzar, varios desconocidos rodearon nuestra mesa. Venían a detenerme. Les pre-
guntamos el motivo.
—Ahora —respondieron— no podemos decirlo; más tarde lo sabrán.
Como toda resistencia era inútil, subí con ellos al automóvil que traían. Trans-
currido un rato, ya en las afueras de la ciudad, mis aprehensores me tranquilizaron
diciéndome que, no obstante haberme detenido, no estaba preso. No les entendí.
[XXXVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
69
«Las emboscadas de la ilusión», serie «escrita especialmente para Mi Revista», comenzó en el número 42, co-
rrespondiente al 1 de junio de 1938 («Sinfonía en tono menor», págs. 41-42), y salió con intermitencia hasta el final
de la publicación, con «Rumbo a Costa Rica», en el 54 (1 de diciembre de 1938, págs. 17-18). A falta del 43 en las
colecciones consultadas, salió en los números 44-45, 46 («Por tierras salvadoreñas»), 47 («Desembarcamos en Ni-
caragua»), falta en el 48, y sigue en el 49, 50 y 51-52 («Donde la tentación asoma»), para fallar de nuevo en el 53.
70
Mi Revista, núm. 53, 15 de noviembre de 1938, con fotografía de los asistentes al banquete (los redactores
más Ruiz Villaplana y dos militares) y reseña de la novela de Máximo Silvio.
71
Un hombre que se va, cit., cap. xxix, pág. 451.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXVIII
—El doctor Negrín —aclaró uno de ellos— supo anoche que hoy, a mediodía,
iban a encarcelarle a usted, y para evitarlo nos ordenó prenderle antes de que lo ha-
gan los otros. Ahora le llevamos a Pedralbes, residencia del doctor Juan Negrín, y
allí estará usted mientras dure el peligro».
«Los otros», ¿quiénes? Volviendo a los peores momentos del verano/otoño especial-
mente sangriento del 36, a tal decisión dominada la retaguardia por patrullas patibu-
larias, los incontrolados campaban a su trágico arbitrio por una Barcelona en negro,
sometida a las razias desmoralizadoras de la aviación enemiga y paralizada por el fuego
criminal de los camaradas, sangrantes las heridas de la guerra interna de mayo del 37.
Zamacois, por fortuna, se libró de esas cárceles que con tanta, ingenuidad, exaltó, pre-
cisamente, desde las páginas de Mi Revista72. Poco después, y ya vencida la edad de la
jubilación, cruzó la frontera con lo puesto, no hijo ni padre sino abuelo de la diáspora.
Zamacois, entonces, se reinventó sin novelas. El escritor se había quedado en España.
III
Obra abundante la de Zamacois, fundamentalmente narrador, pero también en-
sayista, dramaturgo, crítico literario, biógrafo y periodista, autor de libros de viajes
y de una obra autobiográfica de importancia. Examinada su narrativa, ahora nos
ocupará su obra autobiográfica, teatral y viajera.
La peripecia vital de Zamacois siempre impregnó su escritura. Permítaseme re-
cordarlo una vez más: «Soy enemigo de inventar». Su obra autobiográfica propia-
GONZALO SANTONJA [XXXIX]
72
¿Ingenuidad? ¿Desinformación? Lo cierto es que Zamacois se deja arrastrar por la incivilidad: haciendo for-
mar a los presos («rebaño asustado»), las autoridades los instan a pasarse de bando. Muchos aceptan, otros se man-
tienen en sus convicciones, atrincherados en el silencio frente a las arengas. Y esa firmeza merece este comentario:
«Del silencio y de la actitud pasiva, desganada, de toda aquella taifa dedujimos que no eran fascistas convencidos,
sino un hato despreciable de abúlicos y de cobardes que prefería la vida embrutecida, pero sin riesgos, de los campos
de concentración a las viriles emociones de la línea de fuego»; «En Vallbona de Las Monjas», Mi Revista, núm. 50,
1 de octubre de 1938, págs. 13-14.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXIX
mente dicha, cifra y resumen de infinidad de fragmentos narrativos, relatos, artícu-
los y crónicas periodísticas, comprende tres títulos: Años de miseria y de risa. Escenas
de una vida en que sólo hubo erratas (Madrid, Biblioteca Hispania, 1916), Confesiones
de «un niño decente» (Madrid, Renacimiento, 1922) y Un hombre que se va (Barce-
lona, AHR, 1964), que engloba los dos precedentes y fija ese final al que acabo de
referirme, porque, terminada esta, el autor, sintiendo que «lo he dicho todo», se ne-
gó «el derecho a seguir escribiendo»73. Hombre elegante y bohemio de buen tono
cuando la vida le puso en esa tesitura, desenvuelto pero no hampón, Zamacois echó
el cierre literario con dignidad admirable. Más de ciento treinta libros y miles de ar-
tículos desembocaron en esta declaración, estampada en el cierre de Un hombre que
se va, obra a mi juicio lúcida y medida o, si se prefiere, medida por lúcida, con la
piedad y el decoro como explicación implícita de algunos silencios:
«En el reloj de nuestra vida hay un segundo, el último, aquel en que el corazón
se detiene. El gráfico de ese segundo es el punto, el más pequeño de los signos or-
tográficos. Ese punto acabo de ponerlo yo, al final de este libro, y en el acto mi alma
se llenó de silencio y de ocaso. […] Consiguientemente, mi misión ha concluido.
Me voy. Lo he dicho todo. Soy un hombre sin secretos; me he quedado vacío, y este
no tener ya nada que contar me niega el derecho a seguir escribiendo. Tengo la im-
presión de que me he suicidado.
Con esto llego al fin de mis Memorias. No vale seguir… En todas las estaciones
ferroviarias hay una sala de espera, llamada de pasos perdidos, en atención a que los
que allí se dan no conducen a parte ninguna, y yo ahora, recordando los muchos que
di buscando algo inefable que no llegó nunca, pienso que acerté al hacer de mi vida
un pasatiempo y una canción; porque, como nada conduce a nada, la vida…, ¡toda
la vida!…, no pasa de ser una sala, una inmensa sala, de pasos perdidos».
Buenos Aires, enero de 1964: fin. Zamacois, fiel a su palabra, se retiró. Un pasa-
tiempo, así entendía su vida. Como Cervantes su gran libro: «Yo he dado en Don
[XL] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
73
Un hombre que se va, cit., cap. xxxi, pág. 495.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XL
Quijote pasatiempo / al pecho melancólico y mohíno, / en cualquiera sazón, en todo
tiempo»74. Nada más, nada menos. En el capítulo inicial de esas memorias, el autor
destaca que «todas las noches, hasta que cumplí doce años, mi padre me dormía le-
yéndome el Quijote, la Historia de Gil Blas de Santillana o las Aventuras del joven Te-
lémaco». Primero el Quijote, fortunas y sinsabores, Sierra Morena, la penitencia de
Beltenebros…, él se dormía escuchando, con los sueños ennoblecidos y la imagina-
ción disparada75. Un pasatiempo, una canción. Por eso, aunque lo inefable no lle-
gara, «pienso que acerté». Pasos perdidos, pasos ganados.
A juicio de Federico Carlos Sainz de Robles, prologuista de Un hombre que se va,
«la confesión de Eduardo Zamacois no puede ser tan sincera al detalle como algunos
la desearían»76. No es que no pudiera; el autor ni siquiera se lo planteó. Zamacois fue
a lo sustancial de su vida a través del anecdotario que la explicaba, desinteresado por
el acarreo de miserias o el zafarrancho de menudencias. Ajustó cuentas con Ramón
Sopena y con la viuda de Antonio Galiardo, el capitalista en la empresa de El Cuento
Semanal. Por el editor se sintió maltratado y explotado; la mujer de su socio creyó que
le despojaba de una casa muy suya. Y poco más, muy poco. Por lo general prefirió vol-
ver página, fiel a la memoria de los olvidos, y además, conviene subrayarlo, inducido
a ello por la censura franquista. Zamacois quería publicar y publicó el libro en España,
y eso le llevó a no aventurarse por las arenas movedizas de la contienda incivil.
A cambio de dichos olvidos esta literatura autobiográfica revela el proceso de
educación de un niño decente, detalla la formación de un escritor, relata desde den-
tro los entresijos del mundo editorial y literario, explica la fascinación de París, des-
menuza la bohemia en clave de ironía o, entre otros aspectos, traza el inventario del
descubrimiento americano, no insiste en la guerra y da cuenta del exilio de un es-
critor deliberadamente apartado de los ambientes políticos, transterrado del éxodo
que, frente al horizonte del llanto, permaneció aferrado a la vida como pasar-del-
tiempo. Y así nos ofrece, en definitiva, unas memorias distintas.
GONZALO SANTONJA [XLI]
74
Viaje del Parnaso, cap. iv, vv. 22-24.
75
Un hombre que se va, cit., cap. i, págs. 30-31.
76
Ibídem, prólogo, pág. 12.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XLI
El apartado teatral comprende siete comedias, un drama y cuatro libros de va-
riedades, con artículos de prensa, entrevistas, estudios de interpretación (sobre Ma-
ría Guerrero, Enrique Borrás o su amante Ramona Valdivia, con quien compartió
el primer viaje americano) y anécdotas chispeantes, mundanas y benévolas, todo
ello en la onda de lo galante, salvo Presentimiento (1915), pieza de un acto de inten-
ción dramática «que recuerda La intrusa de Maeterlinck», cuyo estreno en el Infanta
Isabel significó un fracaso rotundo, aunque luego corriese mejor suerte77.
Atraído desde niño por el teatro, la primera de dichas obras, Lo pasado, data de
1902. Recogida en De mi vida (Sopena, 1903), es un breve cuadro representable y
remite a un modo de hacer inicial del que ofreció repetidas muestras en Vida Ga-
lante, del mismo modo que El aderezo y Rebeldía, adaptación de la novela Incesto,
responden a la impronta expansiva de El Cuento Semanal y aparecieron en sendas
colecciones de quiosco, El Libro Popular (1912) y Los Contemporáneos y Los Maestros
(1914).
Mayor interés presentan Nochebuena (estrenada en el Romea la Nochebuena de
1908), El pasado vuelve y Frío (1909), comedias agrupadas en libro bajo el título
—bien explícito— de Teatro galante (Madrid, Antonio Garrido, 1910), mas galan-
tería corroída de tristeza, con el problema de la soledad y los estragos del tiempo co-
mo materia de fondo. «Así son los hombres», reflexionó en la semblanza dedicada a
la actriz Amalia Colóm78, «y más que los hombres los artistas: risa y llanto, pasión
y olvido, sacrificio y desdén, todo revuelto, todo frívolo, todo deprisa y a flor de
piel; todo teatro, en suma». Desde la Nochebuena oficial, fiesta de alegrías obliga-
das, a la nochebuena del apagamiento, con la alternativa de la borrachera y la des-
memoria: «El vino se lleva los recuerdos, y una noche sin recuerdos… ¡Nochebue-
na!», concluye. De la frivolidad al horror vacui, Zamacois indaga el otro lado del
tópico y la superficialidad, creando personajes con vida interna y contradicciones.
[XLII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE
77
Primero se representó una obra de cuatro actos y a continuación la suya, ya a una hora avanzada y sin cambio
de decorado. «El público no quiso oírla», concluye, «estaba cansado y el cansancio es mal humor. […] Esa noche
el público fue injusto. Presentimiento gustó después y María Teresa Montoya […] lo incorporó en su repertorio»;
ibídem, cap. xviii, pág. 333.
78
Años de miseria y de risa, cit., xxiii, págs. 313-321.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XLII
Obras bien planteadas y alegrías engañosas, con apariencia de broma y realidad
de veras, las tres le depararon triunfos sonados y una parte de la crítica apreció «en
ellas mi propósito de formar un género particularísimo, atrayente, de aventureros y
cortesanas», en concordancia con su novela galante. A pesar de dibujársele unas
perspectivas halagüeñas, el autor, dramaturgo nuevo y en vías de consagración,
abandonó de inmediato ese camino, quizás disuadido por la tensión de las jornadas
previas al estreno y por la inquietud padecida durante las representaciones79.
Lo suyo era la narrativa. La narrativa y el placer de andar, pasiones conciliadas.
Zamacois confiesa tres grandes placeres: las mujeres, los viajes y los libros, afirmado
en los tres. Entre la novela y la literatura del caminante se aprecian puntos de unión:
escribe de lo vivido, y entre el paisaje y el paisanaje, enseguida se decanta por este,
atraído por el hombre común y corriente, el hombre de la calle o el hombre del
campo: «El pueblo, las clases trabajadoras y pobres», precisa. Y no lo hace bajo el se-
ñuelo de afanes exóticos, sino por el deseo de llegar al fondo de cada cultura: «Entre
esas gentes sencillas, que no viajan y leen poco y viven sujetas a la tierra, es donde
con más robustos y limpios perfiles se guardan las costumbres típicas de cada país»80.
Con nostalgia de la vida andariega, el autor de Dos años en América (1910), La
alegría de andar (1920) y De Córdoba a Alcazarquivir (1922) combatió en Barcelona
las angustias de los estertores de la guerra incivil española con los artículos viajeros
en Mi Revista de «Las emboscadas de la ilusión», marbete esclarecedor: frente a las
oscuridades de una ciudad cerrada, pasto de incontrolados y sin defensa ante los
bombardeos, la ilusión, irrenunciable aunque emboscada, de la inmensidad de
los mares y la infinitud de los cielos. Conocer gentes, pisar otras tierras. Evadirse,
alejarse. Adquirir cabal dimensión de la pequeñez del hombre. «Caminante son tus
huellas / el camino y nada más», que cantó Machado. Interpelado por los afanes que
años antes lo arrastraron al Río de la Plata, respondió con dos preguntas: «¿Es que
un hombre inteligente y trabajador no puede vivir en todas partes? ¿Es que a Buenos
GONZALO SANTONJA [XLIII]
79
Teatro galante, Madrid, Antonio Garrido, 1910, prólogo del autor, págs. 5-11.
80
Dos años en América. Impresiones de un viaje por Buenos Aires, Montevideo, Nueva York y Cuba, Barcelona,
Maucci, 1910, pág. 177.
PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XLIII
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Prólogo 'Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas' de Eduardo Zamacois

  • 1. C O R T E S A N A S , E S C R I T O R E S , B O H E M I O S , A S E S I N O S Y F A N T A S M A S PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página III
  • 2. EDUARDO ZAMACOIS EN EL JARDÍN DE LA CASA FAMILIAR DE JULIO ROMERO DE TORRES EN CÓRDOBA, HACIA 1930. Fototeca del Museo Julio Romero de Torres. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página IV
  • 3. C O L E C C I Ó N O B R A F U N D A M E N TA L EDUARDO ZAMACOIS CORTESANAS, BOHEMIOS, ASESINOS Y FANTASMAS Introducción y selección de Gonzalo Santonja PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página V
  • 4. COLECCIÓN OBRA FUNDAMENTAL Responsable literario: Francisco Javier Expósito Cuidado de la edición: Lola Martínez de Albornoz Diseño de la colección: Gonzalo Armero Impresión: Gráficas Jomagar, S. L. Móstoles (Madrid) © Fundación Banco Santander, 2014 © De la introducción, Gonzalo Santonja © Herederos de Eduardo Zamacois Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el artículo 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autori- zación. ISBN: 978-84-92543-55-7 Depósito legal: M-13600-2014 PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página VI
  • 5. Í N D I C E Un hombre que se fue, una obra que vuelve, por Gonzalo Santonja [ IX ] Procedencia de los textos [ LXVI ] NOVELAS Y CUENTOS Cuentos de asesinos, ladrones y fantasmas [ 3 ] Europa se va [ 69 ] Postales de Madrid. Los que huyen de la muerte [ 137 ] Un hombre que se va (capítulo xxiv) [ 145 ] ESCRITORES GALERÍA DE CONTEMPORÁNEOS Los olvidados [ 161 ] Cosas de Baroja [ 165 ] A propósito de Benavente [ 169 ] Vicente Blasco Ibáñez [ 173 ] Miguel de Unamuno [ 181 ] Ramón del Valle-Inclán, iluminado por Dorio de Gádex [ 183 ] TEATRO GALANTE Nochebuena [ 189 ] PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página VII
  • 6. EPISTOLARIO Cartas a Julio, Enrique y Rafael Romero de Torres (1920) [ 253 ] Epistolario (1938-1971) 1. De Margarita Nelken, 18 de noviembre de 1938 [ 265 ] 2. A Juan Negrín, 1 de febrero de 1939 [ 266 ] 3. De Jean Cassou, 31 de mayo de 1939 [ 267 ] 4. De Ramón Gómez de la Serna, ¿diciembre de 1958? [ 269 ] 5. A Alfredo Palacios, 17 de febrero de 1961 [ 270 ] 6. De Luis Ponce de León, 19 de enero de 1965 [ 271 ] 7. De Luis Ponce de León, 11 de diciembre de 1967 [ 272 ] 8. A Luis Ponce de León, 29 de enero de 1968 [ 274 ] 9. A Luis Ponce de León, 11 de febrero de 1968 [ 276 ] 10. A Luis Ponce de León, 11 de septiembre de 1968 [ 278 ] 11. A Ramón Solís, 24 de enero de 1969 [ 279 ] 12. De Ramón Solís, 24 de marzo de 1969 [ 280 ] 13. De Federico Carlos Sainz de Robles, 12 de noviembre de 1969 [ 281 ] 14. De Francisco Umbral, 7 de diciembre de 1969 [ 283 ] 15. A Ramón Solís, 26 de diciembre de 1969 [ 285 ] 16. A Ramón Solís, 20 de enero de 1970 [ 286 ] 17. De Federico Carlos Sainz de Robles, 30 de enero de 1970 [ 287 ] 18. A Federico Carlos Sainz de Robles, 6 de febrero de 1970 [ 288 ] 19. De Federico Carlos Sainz de Robles, 30 de mayo de 1970 [ 289 ] 20. De Matilde Fernández a Ramón Solís, 22 de mayo de 1971 [ 290 ] 21. De Manuel Ríos Ruiz a Matilde Fernández, 28 de mayo de 1971 [ 291 ] 22. A José Manuel Lara, 15 de diciembre de 1971 [ 292 ] Cartas familiares (1950-1971) [ 295 ] PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página VIII
  • 7. Gonzalo Santonja UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE … Y es tan largo el olvido. Pablo Neruda A partir de 1960 el nombre de Eduardo Zamacois «empezó a sonar de nuevo en España», escribió Federico Carlos Sainz de Robles al prologar en 1971 sus Obras se- lectas en AHR (Barcelona)1, editorial decisiva en ese intento de recuperación, el mis- mo año en que la muerte alcanzaba al autor en Buenos Aires2, cuando cumplía treinta y dos años de exilio y al cabo de una vida pródiga en iniciativas y literaria- mente fecunda. 1 Cerca de mil páginas que incluyen Las raíces, Los vivos muertos y Memorias de un vagón de ferrocarril (2.ª ed., 1973), libro precedido en la misma editorial en 1959 por Obras selectas, con mil quinientas páginas y seis novelas (las tres citadas más El delito de todos, La opinión ajena y El misterio de un hombre pequeñito). El punto máximo se alcanzó con la publicación de sus memorias: Un hombre que se va, prólogo de Federico Carlos Sainz de Robles, Bar- celona, AHR, 1964, con segunda edición en Buenos Aires, Santiago Rueda, 1969 (por la que citaré) y tercera, a car- go de Javier Barreiro y Barbara Minesso, en Sevilla, Renacimiento, 2011. Entre finales de la década de los sesenta y la de los setenta, en especial al comienzo de esta, Zamacois conoció un conato de recuperación, con varias reedi- ciones: La antorcha apagada (Linosa, 1968), Sobre el abismo (Linosa, 1970), Don Luis se divierte (Linosa, 1971), El misterio de un hombre pequeñito (Barcelona, Andorra, 1970), La cita (incluida por Sainz de Robles en Antología de la novela corta, Barcelona, Andorra, 1972, t. i), El asedio de Madrid (Barcelona, AHR, 1976), Memorias de una cor- tesana (Petronio, 1979), El seductor (Barcelona, Plaza & Janés, 1980), Los últimos capítulos (Madrid, Emiliano Esco- lar, 1980), etc. 2 El 31 de diciembre, siendo sus restos inhumados en la sacramental madrileña de San Justo el 13 de marzo de 1972 en presencia de su viuda Matilde Fernández, Federico Carlos Sainz de Robles, estudioso y reivindicador de su obra, Rodolfo Schelotto, jefe de información de El Día (Buenos Aires), y Alfredo Herrero Romero, propietario de AHR. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página IX
  • 8. Cubano de nacimiento (Pinar del Río, 17 de febrero de 1873), hijo único de Pantaleón Zamacois y Urrutia, músico vasco emigrante en América, hermano de in- telectuales, artistas y aventureros3, y de la pinareña Victoria Quintana, con infancia y juventud viajera4, Eduardo Zamacois dirigió revistas, fundó editoriales, inventó la novela corta de quiosco, modalidad clave en las primeras décadas del pasado siglo, fue narrador consagrado, memorialista de los imprescindibles, corresponsal de la Primera Guerra Mundial, republicano sin adscripción partidaria y exiliado, reno- vando también —aportación habitualmente inadvertida— el género de las confe- rencias, pionero en la alianza de la palabra y la imagen con películas rodadas por él mismo, realización documentada gracias al Museo Julio Romero de Torres (Córdo- ba), cuya directora Mercedes Valverde, que prepara su catálogo, ha descubierto en- tre sus muy ricos fondos un interesantísimo conjunto de cartas y telegramas de Za- macois, aquí anticipados por mor de su generoso sentido de la colaboración y la responsabilidad intelectual.5 [X] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 3 Los Zamacois fueron veintiún hermanos, y aunque el patriarca, Miguel Zamacois, «quiso hacer de su nume- rosa prole un plantel de obreros», persuadido de que «las Bellas Artes no dan de comer», estos se le descarriaron para destacar como actores (Ricardo), pintores (Eduardo, Leonardo), cantantes (Elicia) o historiadores (Niceto). Huyendo de los menesteres planeados por el progenitor, «Adolfo dejó la cuchillería por la gimnasia y actuando de trapecista recorrió los mejores circos europeos, hasta que en Bayona, dando un salto mortal, se rompió varios hue- sos; Francisco […] se hizo domador de fieras y se trasladó a la India, donde lo mató un tigre […]; Federico se en- roló, como músico, en la charanga de unas tropas que iban a Filipinas», etc.: Eduardo Zamacois, Un hombre que se va, cit., cap. i, pág. 19. 4 El primer año de vida de Eduardo transcurrió en la finca familiar de La Ceiba; con dos, sus padres se trasla- daron a Marinao, junto a La Habana, y con tres dieron el salto a Europa, instalados primero en Bruselas, luego en París y después en Sevilla (1883), para asentarse por fin en Madrid, ciudad que, «habituado a la estridente policro- mía de Sevilla, me desagradó», y donde le aguardaba la Universidad Central. Zamacois se matriculó en Filosofía y Letras, «halagado vagamente por la ambición de ser catedrático y escritor» (Un hombre que se va, cit., cap. iii, pág. 58), y a continuación en Medicina, con la voluntad «rápidamente» conquistada por el ambiente de la capital, «con sus cafés, sus bailes, y especialmente con sus librerías de lance» (pág. 61). 5 Complemento esas películas de las «Charlas familiares», se trató de una idea novedosa, con la conferencia «ilustrada con proyecciones cinematográficas» sobre «cómo vivían y trabajaban las grandes figuras españolas de mi época». Proyecto inicialmente recibido con escepticismo, se abrió paso a partir del apoyo de Pérez Galdós y Ramón y Cajal, quienes accedieron a ser filmados, y en pos de los cuales «todos los del gremio se pusieron, en manada, a mi disposición», entre otros, Valle-Inclán, Benavente, Azorín, Baroja, Villaespesa, Fernández Flórez, Hoyos y Vi- nent, los hermanos Quintero y, ampliando el objetivo, pintores como Julio Romero de Torres. «El espectáculo», PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página X
  • 9. Desde aquel ya lejano año de 1971 hasta el presente, la obra de Zamacois ha cre- cido entre los círculos especializados6, círculos trascendidos por Un hombre que se va7, apasionante obra de marquetería que ensambla multitud de páginas anteriores y aun obras enteras, verbigracia Años de miseria y risa o Confesiones de un «niño de- cente». ¿Razones o sinrazones de tanto olvido? Además del corte de la guerra y el exilio, Zamacois posiblemente sea víctima de una pereza mental que le mantiene en sus primeros éxitos, obtenidos en el ámbito de la llamada novela galante. Rafael Cansinos-Assens lo fijó ahí en La nueva literatura, y en ese compartimento conti- núa anclado para buena (o mala) parte de los historiadores de nuestra narrativa, a pesar de que dicho ensayo apareciera en 1916, cuando Zamacois, superada esa eta- pa, ya se ocupaba de «temas más serios», como el mismo Cansinos apuntó entre errores: «La novela galante era una novela ligera, llena de chispeante ingenio francés o florentino, con seducciones fáciles, bailes de máscaras, cenas en los reservados y champagne. Hubo un tiempo —hasta 1900— en que este género literario estuvo GONZALO SANTONJA [XI] proyección y conferencia, «podría durar hora y media, dos horas…», se celebraba en teatros, era de pago y los in- gresos rendidos «me permitían vivir con una tranquilidad nueva para mí» (Un hombre que se va, cit., capítulos xviii- xix, págs. 333-354). ¿Qué fue de aquellas películas? «Ah, mis películas», lamenta Zamacois en una de sus cartas fa- miliares, recuperadas y editadas por Sang Joo Hwang, «las hice en 1916 [y en ello siguió al menos hasta 1920, como demuestra su correspondencia con los hermanos Romero de Torres], y se quedaron en Barcelona cuando la guerra», añadiendo en otra que «Si yo pudiera conseguir una copia […] sería “el hombre más feliz del hemisferio austral”», Sang Joo Hwang, Vida y obra de Eduardo Zamacois, tesis doctoral bajo mi dirección, Madrid, 1996, vol. ii, págs. 697-699; cartas fechadas en Buenos Aires, 27 de noviembre y 15 de diciembre de 1965. 6 Particular importancia registran dos tesis doctorales, ambas presentadas en la Facultad de Filología Española de la Universidad Complutense de Madrid: Hwang Sang Joo, Vida y obra de Eduardo Zamacois, bajo mi dirección (Madrid, 1966); Ignacio Cordero Gómez, La obra literaria de Eduardo Zamacois, dirigida por Andrés Amorós Guar- diola (Madrid, 2007), basada en el exhaustivo inventario bibliográfico que constituyó su memoria de licenciatura (Bibliografía de Eduardo Zamacois, dirigida por José Simón Díaz, Universidad Complutense de Madrid, 1986). 7 Memorias publicadas tras dos años de dilaciones: «Ese libro, que todos (desde hace dos años) quieren publi- carlo, me tiene enfermo». Nadie le hablaba con claridad, pero «de lo que sí estoy seguro es de que hay algo», un «algo», entiéndase, con la censura, a pesar de que en el «libro no digo nada de la guerra; ni una palabra; me la salto a la torera, por miedo a la censura, y salgo del paso diciendo: “Terminada la guerra me fui a Francia”»: Sang Joo Hwang, tesis doctoral, vol. ii, 1996, cartas fechadas en Buenos Aires a 29 de agosto y julio de 1963. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XI
  • 10. muy en boga entre nosotros; y raro será el escritor de aquella época que no lo haya cultivado al menos con amor efímero e incidental […]. Pero el cultivador sistemá- tico de este género novelesco, el que afirmó la intención galante en mayor número de obras y fue alma de la más notoria de aquellas revistas galantes […], fue Eduardo Zamacois, el autor de Seducción [en realidad El seductor, Barcelona, Sopena, 1902], Punto Negro [Madrid, Imprenta de Fortanet, 1897] y tantas otras obras de esta clase, que marcan la primera manera de este escritor, orientado luego hacia temas más se- rios. Véase Tik-Nay o el payaso inimitable [Tik-Nay, payaso inimitable, Barcelona, Sopena, 1900]». Esa sigue siendo la imagen dominante en la caracterización novelística de Za- macois, repetida por César González Ruano en sus memorias: «Había recorrido el mundo y traído a la literatura española el naturalismo francés y la fórmula de la novela erótica»8. Como si su obra, integrada por nada menos que ciento veinte títulos y varios miles de artículos periodísticos, se hubiera detenido en el tránsito del siglo xix al xx, cuando el autor ni siquiera alcanzaba veinticinco años de edad, dejando de lado sus (a mi juicio) mejores vertientes narrativas: la social y la de mis- terio, amén de hacer caso omiso de sus facetas teatral, viajera, periodística y ensa- yística. Arrastrado al exilio con sesenta y siete años, la guerra, contada y sufrida desde un periodismo de circunstancias9, le arrebató «lo más entrañable que había en mí: el deseo de escribir», «porque el destierro me había sacado del ambiente castellano [XII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 8 César González Ruano, Mi medio siglo se confiesa. Memorias, Barcelona, Noguer, 1951 (reed.: Sevilla, Renaci- miento, 2004). 9 Cronista del frente, que no corresponsal, al comienzo desde la sierra de Madrid y más adelante por Toledo y Extremadura, seleccionó sus artículos en tres libros: De la batalla (Madrid, Gráficas Reunidas, 1936), Crónica de la guerra (Valencia, Subsecretaría de Propaganda, 1937) y Por las trincheras (Madrid, Castro, empresa colectivizada, 1937), y también se valió de ellos en El asedio de Madrid, su última novela (Barcelona, Mi Revista, 1938). Al tratar de estos artículos, a veces se remite a los de su peripecia como enviado especial de La Tribuna (Madrid), el periódico de Cánovas Cervantes, para cubrir la Primera Guerra Mundial, recogidos en La ola de plomo: episodios de la guerra europea, 1914-1915 (Madrid, Librería de la Viuda de Pueyo, 1915), más literarios y con menos implicaciones per- sonales. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XII
  • 11. que yo necesitaba para las novelas seguidoras de Las raíces»10; únicamente regresó a la escritura, ya en sus últimos años, desde el memorialismo. Lo demás fueron me- nesteres adventicios: consultorios radiofónicos («El confesionario del amor», charlas bien pagadas desde La Habana, de «éxito continental»11), doblajes para Metro Goldwyn Mayer y Paramount, un período «de esclavitud» en la redacción neoyor- quina de Reader’s Digest del que se liberó para volver a la radio con cuarenta nove- las12, y un centón de colaboraciones periodísticas (El País, Bohemia, Carteles o Alerta en Cuba; Todo de México; Clarín, Mundo Argentino, Maribel o Sintonía en Argen- tina), a salto de mata entre país y país, amparado por la nacionalidad cubana, lo que le otorgó una libertad de movimiento que la condición de rojo le negaba13. Reivindicado en la España de los sesenta por Federico Carlos Sainz de Robles, a cuyo juicio se trató de uno de los escritores «que más han influido, entre 1907 y 1936, sobre las promociones siguientes», sus gestiones, al principio solitarias y siem- pre loables, se vieron favorecidas por la política aperturista dispuesta por Fraga Iri- barne desde el Ministerio de Información y Turismo (1962-1969), en este aspecto concretada a través de La Estafeta Literaria de Luis Ponce de León, revista oficial de vida larga14, y por medio de Joaquín de Entrambasaguas, que incluyó Memorias de GONZALO SANTONJA [XIII] 10 Zamacois se refiere aquí a los primeros años de exilio («pronto iba a cumplirse el tercer aniversario de mi lle- gada a México»), pero esa situación se mantuvo hasta el final, sumido en trabajos adventicios para ganarse la vida: «Modestamente, yo me ceñía a escribir lo que me decían que escribiera», añade tras volver a Buenos Aires en 1946, el último puerto de su existencia, «pequeñas notas tendentes a revelar la conveniencia de abrigarse en invierno, para evitar resfriados; y a la obligación en que estamos, por razones de higiene pública, de combatir las ratas y las moscas […]. Trabajos que nada tenían que ver con la literatura»: Un hombre que se va, cit., cap. xxxi, pág. 484. 11 Fue al comienzo del exilio, rescatados Zamacois y su familia por Flora Díaz Parreño, diplomática de Cuba en París: «A los españoles el suyo [el pasaporte] no les servía, porque Francia no les dejaba salir a no ser para volver a España. Todas las fronteras nos estaban cerradas; nadie nos quería»; ibídem, cap. xxviii, pág. 459, y cap. xxix, pág. 461. 12 Ibídem, cap. xxx, págs. 470-471. 13 «Luis Rodolfo Miranda y de la Rúa, subsecretario de Estado de la República de Cuba/ Certifica/ que Eduar- do Julián José Zamacois y Quintana, de sesenta y siete años, viudo, hijo de Pantaleón y Victoria ha acreditado tener la calidad de ciudadano cubano» en La Habana, a 23 de julio de 1941; Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN). 14 Fundada por Juan Aparicio en 1944 e incursa en el organigrama de la Delegación Nacional de Prensa, La Es- tafeta Literaria (Madrid) conoció siete épocas, extendidas hasta 2001, bien deslindadas por Margarita Garbisu Bue- PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XIII
  • 12. un vagón de ferrocarril entre Las mejores novelas contemporáneas, y para quien la es- critura galante «rebaja la categoría de gran parte de su producción»15. La Estafeta Literaria le cursó entonces una invitación generosa para viajar a Es- paña: dos pasajes, hoteles, dinero para gastos. Zamacois, halagado, empezó por aceptar. El plan quedó cerrado, pero, inopinadamente, volvió sobre sus pasos. ¿Por qué? Al tanto de los periódicos españoles, enseguida cayó en la cuenta de que no se le trataba como escritor, sino como curiosidad: antigualla de noventa y tantos años, todavía erguido y con salud para saltar de un continente a otro. Viéndolo con luci- dez, escribió a Ponce de León: «Yo leo entre líneas lo que dicen los periódicos de mi viaje, y hay en sus comentarios más compasión que aprecio. Es mi edad, antes que mi obra, la que estiman digna de glosarse […]. Me consideran un fracasado, un inú- til que ya sólo piensa en dónde echarse»16. Y así no. Consciente de que encaraba los años finales de su existencia, el escritor se afirmaba en la dignidad: «Yo seré un olvidado, pero no un vencido de la Vida»17, y muchísimo menos, apreciación que corre de mi cuenta, un desertor de la litera- tura, señaladamente de la narrativa, porque hasta sus últimas cartas familiares res- ponden a la idiosincrasia del contador de historias, con muy logrados microrre- latos. [XIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE sa: la inicial, 1944-1946, regida por Juan Aparicio, bajo los designios del franquismo más intransigente; segunda, de abril de 1956 a julio de 1957, dirigida por Luis Jiménez Sutil, continuista; tercera, a partir de noviembre de 1957, cuando toma la dirección el poeta Rafael Morales, orientada a cerrar las heridas de la guerra y a la promoción de nuevos valores; cuarta, el período de Ponce de León, 1962-1968, de signo aperturista, mantenido por Ramón Solís hasta octubre de 1978 (quinta) y a continuación acentuado por Luis Rosales (Nueva Estafeta, 1978-1983); y séptima, encabezada por Manuel Ríos Ruiz, 1997-2001. Margarita Garbisu y Montserrat Iglesias Berzal han trazado su histo- ria en Índices de La Estafeta Literaria (1944-2001), Madrid, Fragua, 2004. En cuanto a su «aperturismo», se impone recordar el juicio crítico de Ricardo Doménech: La Estafeta Literaria o «antiliteraria se especializó en denigrar a los escritores y críticos de la nueva literatura. Eran ataques brutales, con acusaciones políticas de consecuencias impre- visibles […] ante los cuales, además, uno estaba indefenso: cualquier intento de réplica resultaba inútil, ya que esa réplica, para publicarse, habría tenido que ser aprobada antes por unos censores que eran… ellos mismos» («Una experiencia, una época» en Paul Aubert, A. Alted Vigil (eds.), Triunfo en su época, Madrid, Casa de Velázquez, 1995). 15 Barcelona, Planeta, 1963, tomo vi (1920-1924), pág. 617. 16 Un hombre que se va, cit., cap. xxxi, pág. 493. 17 Ibídem, cap. xxx, págs. 491-494. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XIV
  • 13. Se negó, pero desde La Estafeta insistieron y al final, cediendo en sus reparos, Zamacois y su mujer, Matilde Fernández, volvieron de visita a España, insistiendo en que ese retorno fugaz se desarrollase con discreción. De visita, insisto: sabiendo que su hogar, su vida, irreversiblemente estaba al otro lado del mar. Fue en la pri- mavera de 1969. Zamacois confirmó sus peores sospechas: nadie le leía, el tajo de la guerra había calado demasiado hondo: «Este viaje me ha hecho mucho daño», confió a su sobri- no Ricardo tras regresar a Buenos Aires18, y del mismo tenor se manifestó con Ra- món Solís, sucesor de Ponce en la dirección de La Estafeta: «Será porque me he con- vencido de que para mis compañeros (de esta generación) no paso de ser una figura un tanto pintoresca y no tienen de consiguiente mayor interés en comprar mis li- bros». Se reencontró con familiares, estrechó amistad con Federico Carlos Sainz de Robles, con Dámaso Santos, con la gente de la revista. Pero nada más. Su tiempo, sus cosas, sus gentes habían declinado. Él era otro: «El Zamacois que tú abrazaste en abril ya no era el que fue; se le parecía pero era otro». Pocos meses después, le al- canzó la mano de nieve. Siempre caballero, se marchó con elegancia: «Adiós, Ricar- dito, despídeme de todos»19. I Zamacois, Zola: esta sería la primera referencia, el punto de partida para la carac- terización de su obra narrativa; maestro literario, espejo de conducta y modelo de compromiso, con J’accuse como «monumento de honradez, de elocuencia y de valor cívico»20. Zamacois lo expone paladinamente en sus memorias y aun mucho antes. Esa profesión de fe en los principios del naturalismo ya la manifestó en Consuelo (1896): GONZALO SANTONJA [XV] 18 Correspondencia recogida por Sang Joo Hwang, tesis doctoral, cit., vol. ii. 19 Buenos Aires, 5 de noviembre de 1969 y 13 de julio de 1971, en Sang Joo Hwang, tesis doctoral, cit. 20 Años de miseria y de risa. Escenas de una vida en que sólo hubo erratas, segunda edición, Barcelona, Maucci (s.a.), pág. 159. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XV
  • 14. «Yo también soy defensor entusiasta del naturalismo […]; el empirismo en me- dicina, el positivismo en filosofía, el realismo en literatura y en artes, esas son las grandes conquistas del espíritu moderno». Y esa actitud se acentuó en el tránsito, sin rupturas ni renuncias, de la novela ga- lante a la novela social (su última novela galante, Don Juan hace economías, escrita en 1935, apareció en 1936, en vísperas de la guerra). Zamacois, a la manera de Zola, preparaba los temas y escribía desde su propia experiencia, sin dejarse aplastar por los documentos y poniendo la imaginación al servicio de la verosimilitud: «Como soy enemigo de inventar, aun cuando para ello tenga gran facilidad, la mayor parte de los incidentes de mis libros están basados en hechos reales de que fui protagonista o espectador, y que luego trueco o desfiguro según las necesidades o exigencias de mi obra»21. «Hechos reales de que fui protagonista o espectador». ¿También cuando pintaba escenas del «gran mundo», sazonadas de aristócratas, plutócratas y damas de alcur- nia? Cualquier afirmación absoluta requiere de matizaciones. Y esta no supone nin- guna excepción. Él mismo se encargó de aclararlo: «La mayor parte de los incidentes de mis libros»; la mayor parte, ¿y el resto? Pues es muy evidente: de la realidad y de la experiencia de Zamacois formaban parte sus lecturas, enamorado por ejemplo de París, como tantos otros escritores y artistas de la época, a través de las novelas de Victor Hugo y Murger22. Lector memorioso, en los libros encontró los elementos para tales ambientaciones, proceso ciertamente atemperado a lo largo de su carrera: menos vividos y más literarios sus relatos en la primera de las tres etapas en que di- vidió su obra; menos literarios y más vividos después, proceso plenamente asentado [XVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 21 De mi vida. Recuerdo, historia de mis libros, críticas…, Barcelona, Sopena, 1903, pág. 222. 22 «Los museos, las encrucijadas de Montmartre me fascinaban. Las novelas de Victor Hugo y de Murger ha- bían poblado mi espíritu de lugares y nombres. Quería visitar la tumba de Musset, pisar las calles citadas por Balzac, oír el eco de mis pasos bajo los portales del Odeón, y tener en el Barrio Latino un amorío», señala en Un hombre que se va, cit., cap. iv, pág. 86. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XVI
  • 15. en la tercera. «La fábula mejor es la más verosímil», leemos en Consuelo, apuntando un programa y adelantando un logro. Eduardo Zamacois se dejaba llamar por los asuntos, disponía unos cuadernos de trabajo minuciosos y hacía lo que menester fuera para empaparse de la materia a nove- lar. La historia le conducía a situaciones de hambre, pues se apartaba durante días de la alimentación: «Las mismas páginas donde describo el hambre de Isabel Ortego», expli- có en De mi vida a propósito de Memorias de una cortesana, «las compuse después de haber permanecido voluntariamente tres días justos sin comer»23. Y si al hambre por el hambre, al mundo de los trenes (Memorias de un vagón de ferrocarril) metiéndose a fo- gonero24 o al de los presos, pongo por caso, internándose en las prisiones, penado entre los penados, uno más en la rutina del patio y en la sordidez del enchiqueramiento25. No era ver la cara del hambre, informarse de las condiciones de los trenes o vislumbrar el penar de los encarcelados; se trataba de padecer los ladridos del estómago, de sufrir las angustias del preso. A partir de tales presupuestos el escritor inventaba desde la lógica de la historia y la coherencia de los personajes: cada uno de ellos «un hijo que se pone a discutir con su padre», y que dejaba de funcionar cuando las acciones perdían conse- cuencia26. Para caracterizar su fórmula narrativa, algunos críticos (Carmona Nenclares) han acuñado la expresión «realismo imaginario», a mi juicio nada desencaminada. Puesto a escribir su trilogía más ambiciosa, Zamacois se miró, proclamándolo, en el espejo del Zola de aquella saga imponente de Les Rougon-Macquart27, «histoire GONZALO SANTONJA [XVII] 23 De mi vida, cit., pág. 94. 24 «Al volver de nuestro viaje [con Blanca Valoris a Canarias, 1922] se me ocurrió mi novela Memorias de un vagón de ferrocarril. Para vivir el tema, antes de llevarlo al papel, hice varios viajes en las locomotoras de los expresos Madrid-Hendaya como ayudante de máquina»; Un hombre que se va, cit., cap. xxiii, pág. 392. 25 «Pero antes de sentarme a escribir necesitaba conocer personalmente el medio en que situaba la acción, para lo cual pensé recluirme en una penitenciaría», proyecto planteado al director general de Prisiones, Clemente Mi- quélez de Mendiluce, que se apresuró a rechazarlo, aunque enseguida tuvo que rectificar, aprobándolo, instado a ello por el ministro de Gobernación, el general Severiano Martínez Anido, gestión facilitada por su hijo, el pintor Roberto Baldrich, buen amigo de Zamacois; ibídem, cap. xxvii, págs. 229-232. 26 Los dos, Madrid, Siglo XX, 1925, págs. 18-19. 27 Entrevistado por José Montero Alonso en el prólogo de Los dos, cit., pág. 12, Zamacois adelantó la noticia de «una serie de volúmenes independientes; pero con una trabazón superior», manifestando el propósito de que PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XVII
  • 16. naturelle et sociale d’une famille sous le Second Empire», cinco generaciones que «personnifieront l’époque, l’Empire lui-même», en total veinte novelas en más de dos décadas de trabajo (de 1871 a 1893), a su vez con el Balzac de la Comedia hu- mana como referente. El maestro del naturalismo aspiraba a la «novela fisiológica», ganado por las teorías de Taine, enfrentado a las interpretaciones espiritualistas y a las especulaciones psicológicas, persuadido de que las obras de arte se explican mejor desde el estudio geográfico, la realidad económica y la situación social, influido por Claude Bernard, uno de los padres de la medicina experimental. Recreando esas influencias y atenuando sus planteamientos, ahí se reconocen los propósitos y el estilo de Zamacois, también identificado con otros autores galos, co- mo el Gautier de la literatura viajera (Constantinopla, Viaje a España, Viaje a Rusia), el Catulle Mendès de Para leer en el convento, Voltaire, Victor Hugo, Murger, Musset o Max Nordau (húngaro —Budapest, 1849— de origen hebreo, a partir de 1880 instalado en París), y naturalmente con algunos de sus contemporáneos españoles como Vicente Blasco Ibáñez, de quien se declaró admirador y cuya obra demostró conocer, y diversos compañeros de afanes, figuras de algún fuste entonces pero náufragos hoy en el ancho océano de la historia de la literatura. ¿Qué multitud de lectores recuerda, por ejemplo, a Jacinto Octavio Picón, José Zahonero o Eduardo López Bago, tres referentes de peso para Zamacois? Jacinto Octavio Picón (Madrid, 1852-1923), educado en Francia y uno de los máximos exponentes del naturalismo español, académico por partida doble (Real Academia Española28, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando29), desempe- ñó la vicepresidencia del Patronato del Museo del Prado (formó parte de la comi- sión redactora de sus estatutos y dejó un rico legado al Museo de Arte Moderno) y [XVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE fuesen «algo así como Los Rougon-Macquart de Zola […], unos ocho o diez volúmenes encadenados e independien- tes a la vez», finalmente limitada a tres (Las raíces, Los vivos muertos y El delito de todos). 28 Ingresó en 1900 con un discurso sobre Emilio Castelar respondido por Juan Valera, fue bibliotecario y secre- tario perpetuo de la institución. 29 Ingresó en 1902 con un discurso sobre «el desnudo y su escasez en el arte español», carencia imputada a la Iglesia, respondido por José Ramón Mélida. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XVIII
  • 17. consiguió acta de diputado republicano por Madrid30, significándose en calidad de político europeísta, distinguido por el Gobierno de Francia con la encomienda de la Legión de Honor. Escritor profesional, de los pocos que en su época vivió de la pluma31, progresis- ta, partidario de la justicia social y el feminismo, defensor del amor natural y ene- migo de cualquier tipo de fanatismo, Picón fue biógrafo de Velázquez (obra ponde- rada por Gaya Nuño32), pionero en el estudio de la caricatura33, crítico canónico de arte desde Revista de España, Revista Europea, El Correo, La Ilustración Española y GONZALO SANTONJA [XIX] 30 Elegido en 1903 junto a Joaquín Costa, adalid del regeneracionismo (recuérdese: «Escuela, despensa y siete llaves para el sepulcro del Cid»); Nicolás Salmerón, presidente efímero de la Primera República (sucedió a Pi y Mar- gall), efímero porque dimitió del cargo para no verse en la obligación de firmar unas sentencias de muerte, y filósofo krausista, despojado de su cátedra al restaurarse la monarquía y en dicha sazón empujado al exilio; Manuel de Llano y Persi, gran maestre interino del Oriente Español, presidente del Partido Republicano Progresista y miembro de la comisión que propuso la corona a Amadeo de Saboya; Nicolás Estévanez, militar revolucionario que siendo ca- pitán también se negó a ejecutar en La Habana las penas capitales dictadas contra ocho estudiantes («antes que la patria», afirmó, «están la humanidad y la justicia»), por lo que fue expulsado del ejército, partidario de la autonomía de Cuba y Canarias, su tierra natal, exiliado durante la Restauración y mentor de Mateo Morral, regicida frustrado de Alfonso XIII; y Miguel Morayta, gran maestre definitivo de la masonería española y filipina, acusado de alta traición en calidad de corresponsable de la insurrección por la independencia. El perfil de dichos compañeros de candidatura esclarece la faceta política de Picón. 31 Así lo ponderaba Juan Valera: habiéndose «creado ya un numeroso público, [figura entre los pocos] que viven o pueden vivir con el producto de lo que escriben, y que venden no pocos miles de ejemplares de los libros que publican» (Ecos argentinos, Madrid, Fernando Fe, 1901, pág. 14), y lo reconocía él mismo: «¿Usted vive de los libros, don Jacinto?», le preguntó el Caballero Audaz. «Sí, señor», respondió, «de la literatura […]. Pues qué… ¿No se concibe que en España un literato viva de sus libros?» («Nuestras visitas», La Esfera, Madrid, 2 de julio de 1914). 32 Vida y obras de don Diego Velázquez. Madrid, Ricardo Fe, 1899. Sin competir ni hacer sombra a los monu- mentales estudios de Beruete y Justi, para Gaya Nuño, historiador exigente, «se trata de uno de los libros más per- fectos del autor de Dulce y sabrosa. Sin grandes novedades de criterio de documentación, sin propósito de ninguna erudición ni sapiencia, esta bella monografía era, en cuanto a digna prosa, el regalo del año del centenario»; Biblio- gafía crítica y antológica de Velázquez, Madrid, Fundación Lázaro Galdiano, 1963, pág. 50. 33 Apuntes para la historia de la caricatura. Madrid, 1877, impresa en la tipografía de Revista de España, en cuyas páginas apareció por entregas. A su juicio, la caricatura constituía un arte de progreso: «La caricatura es la sátira di- bujada […]. Es quizás el medio más enérgico de que lo cómico dispone, el correctivo más poderoso, la censura que más han empleado en todo tiempo los oprimidos contra los opresores, los débiles contra los fuertes, los pueblos contra los tiranos y hasta los moralistas contra la corrupción» (pág. 7). PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XIX
  • 18. Americana, La Esfera, El Imparcial, del que fue corresponsal en la Exposición Uni- versal de París de 1878, o Heraldo de Madrid y además cuenta en su haber con no- velas y cuentos como La honrada, Dulce y sabrosa34, Tres mujeres, Drama de familia o Sacramento, auténticos best sellers en su momento. En refrendo de tanta notorie- dad y buscando una respuesta masiva para el lanzamiento de El Cuento Semanal, Zamacois escogió su novela corta Desencanto para dar comienzo a la serie, acierto indiscutible, ya que alcanzó varias ediciones consecutivas con tiradas considerables. Renacimiento editó en los años veinte sus obras completas y Zamacois le dedicó un libro: Impresiones de arte, publicado por Sopena en 1905, antología de críticas lite- rarias y artísticas35 un tanto extrañamente completada por un puñado de cuentos galantes. Picón pisó fuerte en aquel tiempo. A su vez José Zahonero (Ávila, 1853-Madrid, 1931), con estudios de Medicina y Derecho en las universidades de Granada y Valladolid, se significó entre los parti- darios de Zola36 e intervino junto a Clarín en el debate del Ateneo de Madrid sobre el naturalismo, pese a lo cual apenas se le cita de pasada o en condición de folleti- nista, etiqueta injusta37. Zahonero debutó en el mundo literario con una colección de cuentos, Zig Zag (1881), y apenas tres años después llegó con La carnaza al cenit de su carrera en [XX] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 34 Reedición a cargo de Gonzalo Sobejano en Madrid, Cátedra, 1990 (Letras Hispánicas). Novela de sesgo es- peranzado y final optimista, donde el amor derriba todas las barreras, económicas o sociales, apunta uno de los mo- dos de la novela galante, basado en el esteticismo y el dominio —sobre el componente doctrinal— de los elementos literarios, con el autor asomando en el relato para contrarrestar la ganga retórica y los excesos sentimentales de sus personajes a través de la ironía, rasgo de modernidad. 35 Sobre su concepción de «las crónicas llamadas de arte» y el oficio de crítico literario, Zamacois se explaya en Un hombre que se va, cit., cap. xiii, págs. 259-260: «Si te metes a crítico, te recomiendo muy seriamente», indicó a José Francés, «que uses lentes; que, cuando salgas a la calle, lo hagas llevando algunas revistas extranjeras en la mano, que no te rías nunca y que te dejes redondear la barriga». 36 El 15 de septiembre de 1880 salió en su defensa desde La Unión con un artículo antes rechazado por distintos periódicos, y al año siguiente se volcó en alabanza de Nana, actitud agradecida por el mismísimo Zola (El Imparcial, 12 de mayo de 1882). 37 José Antonio Bernaldo de Quirós Mateo, «José Zahonero en el contexto del naturalismo español», Espéculo (revista electrónica cuatrimestral de estudios literarios), núm. 22, Universidad Complutense, Ciencias de la Infor- mación, noviembre de 2001-febrero de 2002. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XX
  • 19. tanto que escritor naturalista, y digo bien: en tanto que escritor naturalista, por- que a finales de siglo entró en crisis y, renunciando al anticlericalismo, la denuncia de la condición social de la mujer, el republicanismo y el determinismo, volvió a la fe católica, repudiando aquella etapa. «El renombrado cuentista es fervoroso ca- tólico, apostólico y romano», contó Polo Benito, «aunque cierto día díjome muy entristecido que en esto había pasado por breve tiempo de desvío […], por absor- ción en el aborrascamiento de un ambiente político y literario cargado de podre- dumbre»38. Dotado para las descripciones y con dominio del diálogo, Zahonero naufraga por las estructuras y el sentido del relato, pecando de desordenado, efectista y gran- dilocuente. Alejandro Sawa, que a raíz de La prostituta lo proclamó «campeón del naturalismo radical», lamentó después su influencia: «En mi primera época hacía novelas truculentas, de un realismo zolesco exagerado, por el estilo de Zahonero, el de La carnaza […], cosas de que hoy me avergüenzo»39. Eduardo López Bago (Aranjuez, 1853-Alicante, 1931), médico y zolista extrema- do (calificó sus novelas de «ensayos médico-sociales»), ingresó de golpe en la litera- tura y en el índice de obras prohibidas por la autoridad eclesiástica con Los amores (1876). Lo suyo consistió en un naturalismo radical, concretado en dos series: la te- tralogía formada por La prostituta, retirada de la venta y denunciada, La pálida, La buscona y La querida, sembrada de elementos autobiográficos; y la trilogía «Amor y miseria», compuesta por La mujer honrada. La señora de López, La mujer honrada. La soltera y La mujer honrada. La desposada, enderezada de lleno a la denuncia de la moral sexual. López Bago también se ocupó críticamente del sistema penitenciario (El preso, Los asesinos, obra folletinesca), denunció los males debidos al celibato eclesiástico (El confesionario, La monja y El cura) y dedicó al tema candente de Cuba El separa- tista, novela antiseparatista, contra lo que el título pudiera dar a entender y algunos de sus contemporáneos pensaron, compleja y en la órbita de los planteamientos del GONZALO SANTONJA [XXI] 38 José Zahonero, Manojito de cuentos, prólogo de Polo Benito, Madrid, Voluntad, 1928. 39 Allen Phillips, Alejandro Sawa, mito y realidad, Madrid, Turner, 1976, pág. 159. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXI
  • 20. general Martínez Campos40. Asimismo se sumó a la nómina de la literatura taurina con La torería, biografía de Luis Mazzantini, personaje apasionante, torero consa- grado en España e Hispanoamérica que al cortarse la coleta se pasó al ruedo de la política, concejal de Madrid y gobernador civil en Ávila y Guadalajara, habitual de los cafés y tertuliano de fecundo ingenio. Emigrante en Buenos Aires y La Habana desde 1888 hasta bien entrado el siglo xx, el brillo literario de López Bago se diluyó al regresar a España, pronto «retirado» en Alicante. Al lado de escritores olvidados, meras referencias en notas a pie de página en las historias de la literatura, escritores consagrados. Zamacois absorbió multitud de lec- turas de la primera mitad de los años ochenta decimonónicos, como La desheredada de Benito Pérez Galdós, La cuestión palpitante y Un viaje de novios de Emilia Pardo Bazán o La Regenta de Clarín, traductor de Zola. En ese ambiente creció y se formó él, ambiente que no fue de exaltación y apoteosis del naturalismo, sino de polémica intensa, con detractores notables (desde Alarcón a Menéndez Pelayo) y con matices entre los adeptos. Pardo Bazán, por ejemplo, situaba el realismo español por delante «de la escuela de noveladores franceses que enarbola la bandera realista o naturalista»41, opinión compartida por Galdós, reivindicador de Pereda y en especial de «las grandes rique- zas de este género que nos ofrece la literatura picaresca»42, en tanto que Clarín tra- dujo Trabajo, de Zola, «por espíritu de tolerancia», respeto literario a un gran nove- [XXII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 40 Reeditada por Castalia (Madrid, 1997) con un documentado estudio preliminar de Francisco Gutiérrez Car- bajo. Publicada en La Habana en 1895, la novela se cierra con las primeras victorias de Martínez Campos, sustituido por Weyler, militar colonialista, recambio que determinó la acentuación fatal del conflicto. Gutiérrez Carbajo lo explica así: «Martínez Campos, dotado de un gran olfato político, advierte que han cambiado las condiciones du- rante los catorce años de paz y se da cuenta del respaldo total a los independentistas de la base popular de la po- blación urbana así como de campesinos, negros y mulatos. En esas condiciones, ganar la guerra no era sólo derrotar a un ejército enemigo, sino desarticular la sociedad que lo apoyaba: es decir, la guerra había que librarla en parte contra la población civil y no estaba dispuesto a ello. Esa fue la misión que pretendió cumplir su sucesor», la que López Bago no contempla en su novela, aunque sí la padeciera en directo, instalado en Cuba, tras una etapa en Buenos Aires en 1888, hasta después del desastre. 41 Un viaje de novios, Madrid, 1881, prólogo. 42 José María de Pereda, El sabor de la tierruca. Copias del natural, prólogo de Benito Pérez Galdós, grabados de C. Verdaguer, ilustraciones de Apeles Mestres, Barcelona, Biblioteca de Artes y Letras, 1882. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXII
  • 21. lista de muchas de cuyas ideas «no participo», y «deseo de servir modestamente a la lengua castellana»43, en sintonía con la «manera religiosa de Tolstoi» y contrario a «la inflexibilidad dogmática» de Zola: «Zola es el primer novelista de su país, a mi ver, entre los vivos; y acaso también del mundo entero […]. Tolstoi, espíritu más profundo, no es ni tan fuerte ni tan variado como Zola, con serlo mucho. Mi alma está más cerca de Tolstoi que de Zo- la, sin embargo, tal vez, principalmente, por las fórmulas dogmáticas en que Zola expresa sus aventuradas negaciones […]. Yo creo en Dios, en el espíritu, en el misterio; y las graves cuestiones sociales no creo que hoy se puedan resolver científicamente […]. Las rotundas afirmaciones de Zola sobre Dios, el alma, la evolución, el fin de la vida, la llamada cuestión social, las rechazo, aún más que por su contenido, por la inflexibilidad dogmática de Zola»44. En esa perspectiva, Zamacois tenía bien presentes aquellas militancias y estos re- paros cuando se declaró, como vimos más arriba, «defensor entusiasta del naturalis- mo» a través de uno de los personajes de Consuelo. No se olvide. II El mismo Zamacois distinguió tres momentos en su narrativa (momentos, no épocas), representados por «las obras en que puse mayor esfuerzo». Primer momento, «el pasional»: Punto negro (1897), Tik-Nay, El seductor, Duelo a muerte (1902), Memorias de una cortesana (1903) y Sobre el abismo (1905), novela ajena a la órbita galante de las anteriores. Comprende de los veinticuatro a los trein- GONZALO SANTONJA [XXIII] 43 Émile Zola, Trabajo, traducción de Leopoldo Alas Clarín, estudio preliminar de Francisco Caudet, Madrid, Ediciones de la Torre, 1991, «Prólogo del traductor», págs. 150-151. 44 Ibídem. Y añade: «En España tuve el honor de ser el primero, allá en mi juventud, casi adolescente, que de- fendió las novelas de Zola, de entonces (para mí las mejores de las suyas), y hasta su teoría naturalista, con reservas, como un oportunismo…». PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXIII
  • 22. ta y dos años y se desarrolla entre París y Madrid, con el editor Ramón Sopena, las revistas La Vida Galante y El Escándalo y la editorial Cosmópolis en calidad de ejes. Al señalar esas obras, Zamacois pasa de largo por sus primeras novelas y deja un va- cío hasta 1910, el comienzo de su segunda etapa, en buena medida ocupada por la fortuna y los reveses de El Cuento Semanal. Segundo momento, «de indecisión o transición, en que el sentimiento amoroso me preocupa menos, y me aventuré por los pagos del misterio y la ironía»: El otro (1910), Europa se va y La opinión ajena (1913), El misterio de un hombre pequeñito (1914), Memorias de un vagón de ferrocarril (1922) y Una vida extraordinaria (1923), más Traición por traición (1925). Este «momento», cruzada de viajes triunfales (Bue- nos Aires, Santiago de Chile, Nueva York, La Habana, San Juan de Puerto Rico, México y Mérida, Guatemala y Centroamérica, Venezuela y Santo Domingo), tam- bién conoció la penuria, «un éxodo de cuatro o cinco meses [en que] recorrimos to- do el norte africano»45 y la Primera Guerra Mundial, como corresponsal tentativo en los frentes, frustrado por los incumplimientos económicos de Cánovas Cervan- tes, director de La Tribuna, que al mandarlo a Berlín «me entregó mil pesetas y un billete kilométrico valedero para circular por toda Europa, excepto Rusia», y le re- galó la promesa de otras mil pesetas mensuales, vanagloria deshecha en humo e in- cumplimiento que obligó a Zamacois a una renuncia resuelta sobre engaños y tra- pisondas. Cánovas lo recibió en Madrid con una sonrisa: «Yo sabía —gritó riendo a carcajadas— que usted no es de los que se ahogan en poca agua»46. Tercer momento, el de «mis novelas de ambiente social»: Las raíces (1927), Los vivos muertos (1929) y El delito de todos (1933), «las tres primeras de un ciclo de siete volúmenes que la guerra me impidió escribir»; momento clausurado por La antor- [XXIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 45 «Recorrimos»: en compañía de Blanca Valoris, una de sus muchas amantes, «hija de italiano y alemana» que «nació en París, se educó en Londres» y hablaba cuatro idiomas, mujer «complicada, bohemia y autócrata» y actriz de talento que «pronto se apartó del teatro». Dejó a Zamacois a la vuelta de ese periplo africano al descubrirlo ca- sado: «Si cuando nos conocimos —sollozaba— me lo hubieras dicho, tal vez te habría querido igual. Pero me en- gañaste, y ya no tengo confianza en ti. El encanto se ha roto. Ahora, aunque renunciaras a tu mujer y a tu hija para mí no serías el mismo»; Un hombre que se va, cit., págs. 317 y 331. 46 Ibídem, caps. xv y xvii, págs. 310-311 y 330. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXIV
  • 23. cha apagada (1935) y El asedio de Madrid (1938), que abarca la segunda etapa de la dictadura de Primo de Rivera, el final de la monarquía, la Segunda República y la guerra. Novelas, pues, galantes, de ironía, misteriosas y sociales: «Esta diversidad de gé- neros demuestra que jamás he pensado en adular las aficiones del público, sino en dar pleno contentamiento a las mías»47. Como rasgo muy acusado, Zamacois corri- gió en cuanto pudo a fondo, hasta el borde de la reescritura, las novelas iniciales48, urgidas por Ramón Sopena y elaboradas con premura, incitado a ello por el favor del público que le acompañó desde Punto negro, su segundo título. Pasarán los años, no demasiados, y una vez liberado de Sopena y asentado en el catálogo de Renacimiento, Zamacois rechazó la recuperación de aquellos productos, insatisfecho con su escritura descuidada, molesto por la cosecha de erratas, apartado del móvil de lucro que precipitó su salida y guiado por la decisión de atemperar la crudeza y proliferación de escenas sexuales. Abrumado por aquellas novelas, una y otra vez reimpresas por Ramón Sopena, el autor estampó esta advertencia al frente de sus obras: «Mis doce o quince primeros libros: La enferma, Punto negro, El seductor, Duelo a muerte, etc., fueron escritos a vuela pluma, bajo presión de la Necesidad, y vendi- dos a precios irrisorios a la Casa Editorial Sopena, la cual, después de veinte años, continúa publicándolos con los mismos deplorables andrajos con que aparecieron. Pero yo, persuadido de que no merecían tan mal trato, acudí a corregirlos, y tan honrada y perseverante aplicación puse en ello que casi “he vuelto a escribirlos”. Por consiguiente, la única edición que me atrevo a recomendar a mis lectores es la de Renacimiento. Todas las anteriores —especialmente aquellas de la Casa Edito- rial Sopena— son execrables y únicamente merecen olvido. Yo no las reconozco, no GONZALO SANTONJA [XXV] 47 Ibídem, cap. ii, págs. 52-53. 48 Corrector minucioso de pruebas y nada autocomplaciente, se confesó «atormentado» e inseguro («todo me parece mediano, en todas partes creo hallar asonancias, solecismos o repeticiones…») y tan atribulado como Flau- bert, «levantándose a media noche para corregir una errata» (De mi vida, cit., pág. 222). PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXV
  • 24. las autorizo; yo no escribiré jamás sobre la primera página de tales libros una dedi- catoria… Por rescatar los millares de ejemplares que de esas ediciones se han vendido, da- ría el autor su mano derecha». Su mano derecha o su mano izquierda, la que quisiera. Porque Ramón Sopena siguió a lo suyo, es de suponer que amparado por contratos leoninos. Publicar resul- taba difícil para un escritor en los comienzos, cobrar derechos suponía una hazaña, ponerse en el camino de la profesionalización apuntaba a una quimera. El mundo editorial era muy reducido, de poco vuelo; las posibilidades escaseaban. Y Ramón Sopena constituía un hito de primer orden. Poco a poco, con tenacidad y esfuerzo, había forjado, no un imperio, pero sí una empresa con implantación y alcance. Los escritores nuevos, sin alternativas, aceptarían esto y aquello, cobrando y perdiendo por unas pesetas «mis doce o quince primeros libros». Al cabo de los años y a la vuel- ta de mil conflictos, tras entenderse con Martínez Sierra (Renacimiento), Zamacois conseguiría recuperar algunos; otros, en cambio, prosiguieron su vida descarriada. De bien avanzado 1936 data la última edición de Sopena de Memorias de una corte- sana, agregada a la «Biblioteca de Grandes Novelistas» (Julio Verne, Cervantes, Ale- jandro Dumas, Enrique Sue, Enrique Larreta, Armando Palacio Valdés) y estampada a dos columnas sobre papel de pésima calidad, con el reclamo de una cromolitogra- fía de añejo gusto decimonónico. Que el autor se quejara hasta desgañitarse, estaba en su derecho, pero las leyes desprotegían a los escritores y la lucha por la vida eter- nizaba concesiones, creídas pasajeras pero a la postre demostradas irreparables. Autoexigente y persuadido de sus posibilidades, a la hora del balance final Za- macois se pintó por debajo de ellas y derrotado. Sin recursos económicos y propicio a las tentaciones, arrastrado por un frenesí de amores y viajes, con la maleta siempre hecha y por lo menos dos hogares que mantener (por lo menos dos, frecuentemente tres, en ocasiones hasta cuatro), «el Hombre hizo mucho daño al Artista», ambos con mayúsculas reivindicativas, con su punto de orgullo. Hombre, Artista. El pri- mero dañó al segundo. Fueron las exigencias naturales, la vida como torbellino. Así se lo confió a Entrambasaguas mientras este antologaba las mejores novelas españo- [XXVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXVI
  • 25. las contemporáneas49. Se lo confesó por escrito, en una de sus cartas, y sin duda se trata de una reflexión reveladora: «El Hombre hizo mucho daño al Artista». Tres momentos acabo de señalar asumiendo los deslindes del autor, pero asu- miéndolos con salvedades y precisiones. El primer momento, por ejemplo, no sale de la nada, porque Zamacois desembocó en Punto negro tras unos años de caminos equi- vocados, de aprendizaje y tanteos (de 1890 a 1897), con estudios abandonados de Fi- losofía y Letras, ahuyentado por la enseñanza oficial y ganado por la lectura50, y Me- dicina, feliz en las aulas durante tres cursos pero disuadido de seguir adelante en cuanto «me enfrenté con la clínica», desalentado por el ambiente lúgubre, frío y sór- dido del hospital de San Carlos, definitivamente decidido entonces a ser escritor51. Quemada la nave de los estudios, la travesía literaria conoció diversos puntos de apoyo: el periodismo, ejercido desde cabeceras de signo descreído, como Las Domi- nicales del Libre Pensamiento; el ensayismo científico, acogido al postulado de que la ciencia explicaba o explicaría, simple cuestión de tiempo, los misterios de las reli- giones (alucinaciones, éxtasis, llagas), apartado que incluye diversas traducciones co- mo Clasificación de las ciencias de Hubert Spencer52; y el apunte de diversos esbozos narrativos, asentados en el costumbrismo (Tipos de café, 1893, libro perdido, pero título y temática reiterados en 1935) y en un puñado de novelas cortas. Desde Amor a oscuras («capullo de novela») llega hasta Consuelo (1896), preludio de la novela ga- GONZALO SANTONJA [XXVII] 49 Las mejores novelas contemporáneas, t. iv, pág. 602. 50 «Leía sin cesar, y este desbocado afán me convirtió en un mal estudiante. La enseñanza oficial llegó a serme intolerable: la juzgaba rutinaria, aburridora, lenta, sobre todo lenta. Dejé de ir a clase. ¿Para qué invertir dos años en aprender de memoria el texto de metafísica escolástica hilvanado por nuestro profesor Orti y Lara en preguntas y respuestas […]. Y pues, todos los libros maestros del pensamiento antiguo fueron traducidos al castellano, ¿para qué malgastar tiempo en aprender griego clásico?», entusiasmado entonces con la medicina («creí haber hallado mi camino»), quizá por «influencias balzanianas»; Un hombre que se va, cit., cap. iii, pág. 65. 51 «Los tres primeros años de la carrera me encantaron. Luego […] estos fervores se desvanecieron apenas me enfrenté con la clínica. El lúgubre convento de San Carlos, convertido en hospital, me repugnó; era viejo, oscuro, feo, frío, sucio, con una suciedad de siglos; olía mal, olía a cadaverina. Y automáticamente desistí de ser médico. […] Y arrepentido de mis veleidades ya sólo pensé en ser autor: escribiría novelas, comedias, cuentos, ensayos filo- sóficos…»; ibídem, cap. iii, pág. 66. 52 Hubert Spencer, Clasificación de las ciencias, prólogo de Antonio Zozaya, traducción de Eduardo Zamacois y Quintana, Madrid, Biblioteca Económica Filosófica, 1889. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXVII
  • 26. lante. Son obras de cara y cruz: de escritura despejada y con suma habilidad para los diálogos, el lenguaje se resiente, a veces apegado a registros fósiles, mientras el ritmo se desequilibra, afectado por el afán discursivo. Con veinte años, estudiante entusiasmado de Medicina y escritor en agraz, que ya se nutre de su experiencia y tempraneramente se afirma en la literatura de su pro- pio acontecer (recuérdese: «yo soy enemigo de inventar»), Zamacois vaciló entre la escritura y la ciencia, con El misticismo y las perturbaciones del sistema nervioso (1893) y Consuelo marcando los límites, unos límites, por cierto, ya contaminados, puesto que dicho ensayo otorga pareja importancia a unas fuentes y a otras, científicas y li- terarias, con tanta presencia de autoridades en psicología o fisiólogos eminentes co- mo de Lord Byron, Walter Scott, Flaubert o Santa Teresa, y con pasajes manifiesta- mente anunciadores de novelas como La enferma o El otro. Antes de contar cinco lustros de existencia, Zamacois colgó los libros de estudio y sentó plaza definitiva de escritor, de escritor profesional, no de profesional que en los ratos libres escribía, apuesta cuando menos osada en aquella sociedad. Las novelas del primer momento responden a un género, el de la novela galante francesa, cuajado desde un patrón, unos moldes y unas características bien defini- dos: historias ligeras, ingeniosas y con chispa, vivas y maliciosas, con travesuras, de- senfados, ironías y donaires; gabinetes elegantes, playas de moda, hoteles de lujo, criadas cómplices, sirvientes solícitos. La moral burguesa sometida al tamiz de la burla; atmósfera liberal, escéptica y sin prejuicios. La vida alegre a salto de mata, con trampas y sobresaltos. Caballeros de alcurnia venidos a menos, apaches en situación postiza y cortesanas en cuyas casas el timbre de la puerta inevitablemente anunciaba artificios, impaciencias o deudas. Maridos burlados, carrusel de queridas, revival de amantes. Literatura de pasatiempo, picante y con aventuras fáciles, las seducciones a flor de página. El corpus, los episodios eróticos; las fronteras, la acritud social. Se trataba de un género menor, de escaso relieve literario y aún de menos prestigio. Sin complicaciones argumentales, ágiles las descripciones, ocurrentes los diálogos y pre- cipitadas las acciones. A partir de tales rasgos, Zamacois aporta una voluntad de estilo, un afán de con- gruencia, un mundo propio y un denuedo evidente por desbordar esos límites. No [XXVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXVIII
  • 27. se conforma con contar, no le convencen los personajes sin entidad ni coherencia, no le atraen los ambientes imaginados. Al contrario: escribe, fija caracteres y se sitúa en el Madrid contemporáneo, con personajes que pasan de novela en novela, tam- bién en este aspecto deudor de Pérez Galdós y Balzac. Autor omnisciente, en sus primeros relatos pesan demasiado las digresiones y su morosidad descriptiva supone un handicap. Ahora bien, frente a las novelas galantes en boga, tópicas y por lo general desaliñadas, las suyas implican un paso literario de consideración. De ahí, creo yo, que se haya confundido su papel: no fue el «inven- tor» o el introductor de esa modalidad de la narrativa francesa en España, sino el autor que acertó literariamente a dignificarla, enriqueciéndola con personajes que no se movían como simples guiñoles de la sensualidad en una sucesión mecánica de bailes, máscaras, donaires, penumbras, frivolidades, amoríos en reservados, equívo- cos, engaños, champán y orquestas, sin preocupaciones de otra índole. Nada de eso. Enseguida desbordó ese marco. En 1902 Zamacois publicó cinco novelas, tres cortas y dos largas: Loca de amor, La quimera y Noche de bodas; El seductor y Duelo a muerte. Trabajos convencionales y pro pane lucrando las primeras, aunque ya con una notable carga de misterio la úl- tima, los relatos extensos apuntan más allá. Así, El seductor responde a una cuidada estructura casi epistolar, con el personaje central, un escritor de cartas de amor por encargo, protagonizando en la vida la historia antes escrita para otro, en tanto Duelo a muerte plantea una dinámica de exclusión social y marginamiento, con la pareja formada por el pintor Daniel Carmona y la vizcondesa de San Bartolomé, unidos por la deslealtad de sus respectivos cónyuges, enfrentada en duelo a muerte con la sociedad biempensante y todopoderosa: la nobleza, la alta burguesía y el clero, clases y estamentos dominados por la hipocresía y la corrupción. La historia ofrecerá fallos y su planteamiento crítico quizá peque de confuso, pero de ninguna manera se pliega al molde de la novela galante, referente perdido y ni siquiera tenido en cuenta por el autor cuando la lógica del texto le lleva al mundo de las cortesanas, mujeres re- sentidas y, en nombre del interés, dispuestas a cualquier extremo. Además, ese mismo año aún publicó otra obra: Memorias de una cortesana, un mixto de memoria y novela, en su opinión el género «más humano, el menos artifi- GONZALO SANTONJA [XXIX] PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXIX
  • 28. cioso, aquel que tiene una dosis mayor de realidad», declaración a tomar con cuida- do, porque al instante se advierte la huella de no pocas lecturas y el influjo de Balzac. El lector se encuentra con la autobiografía de Isabel Ortega, meretriz de fortuna tor- nadiza, niña educada «para la virtud» que al cabo de un sinfín de vaivenes sobrevivía al amparo de un grupo de prostitutas lozanas, criada suya y a las que «ya no sirve ni para cómplice del pecado»53. Apurando el análisis psicológico y trazando un friso crudo de la prostitución finisecular, el autor se maneja en la órbita del naturalismo. Por si todavía fueran precisos más ingredientes, eso no es todo. Porque, dando un paso en su carrera, la última novela de este «primer momento», Sobre el abismo (1905), resulta una obra de transición, enfocada hacia la narrativa social, con el vér- tigo del sexo abocado a la violencia en el marco de un escenario opresivo: siete ma- rineros y una prostituta, embarcada como polizón, encerrados en una goleta con to- dos los elementos desatados, así el mar, la lluvia y el viento como el mástil o los barriles de las provisiones. Tremendismo y deshumanización, furia ciega. En consecuencia, consideradas esas obras del primer momento en el contexto y con perspectiva, Zamacois ingresó en el mundo literario a través de un género sin prestigio intelectual, pero lo hizo dispuesto a dotarlo de dignidad y, al quedársele pequeño, pronto rebasó sus barreras, aventurándose por distintos caminos. Ajena a ello, cierta crítica lo habría condenado a un encasillamiento fatal, reduciéndolo a esa faceta: la del escritor galante por excelencia. En otras palabras, nuestro autor siguió, y en buena medida (o sea, en mala medida) todavía seguiría, purgando el éxito co- mercial que le permitió profesionalizarse. Como si la posición alcanzada por medio de Tik-Nay y afianzada con El seductor, comportara una etiqueta literaria peyorativa e inmodificable. «De indecisión o transición» define Zamacois su segundo momento, «en que el sentimiento amoroso me preocupa menos, y me aventuré por los pagos del misterio y la ironía», que va de 1910 a 1925, y está compuesto por más de sesenta títulos de distintos géneros, narraciones largas y cortas, crónicas, cuentos, teatro, literatura autobiográfica y crítica literaria. Transición y ahondamiento en las formas del rea- [XXX] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 53 De mi vida, cit., pág. 92. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXX
  • 29. lismo sin renunciar por ello a la novela galante, modalidad relegada a las obras me- nores, las de la lucha cotidiana por la existencia. El otro, la obra inicial, desarrolla un extraño triángulo amoroso, un triángulo de ultratumba al modo de la novela gótica y en la estela de Espirita de Gautier54. Ade- lina y el barón de Nhorres, su amante, asesinan al marido, el doctor Riaza, director de un manicomio, hombre cruel y retorcido, temido en vida y aún más temido en muerte, omnipresente cuando creían haberse librado de él. El peso de la culpa, la carga del terror. Riaza los anula, y también impone su presencia al resto de los per- sonajes de la novela, entre los que sobresale el sepulturero Bonifacio Crespo, obvio trasunto del Lorenzo de las Noches lúgubres de Cadalso. Novela opresiva, el protago- nismo corresponde al poder del más allá, lo inasible y los terrores, asuntos y clímax de varios relatos cortos del «primer momento», con lo que volvemos a los apunta- mientos y a las pervivencias de unos momentos en otros, con novelas galantes en vís- peras de la guerra incivil y anticipos de misterio en los años iniciales. Entre El otro y La opinión ajena se aprecia continuidad, no ruptura, puesto que esta última novela es asimismo psicológica, aunque en clave irónica —ironía de de- senlace cruel—, con el terror del más allá sustituido por el terror del más acá, en- carnado por la dictadura del «qué dirán», férreamente asentada en un poblachón manchego imaginario: Serranillas, situado en los aledaños de Almodóvar del Cam- po y Valdepeñas, espacio que remite al Quijote, huella patente, así como la del Gal- dós de Doña Perfecta (obra publicada por Zamacois en un aventura editorial fran- cesa que consideraremos más adelante). A don Higinio Perea, acomodado en su mediana hacienda, le toca la lotería, y ese suceso le saca de sus casillas, esto es, le mueve a rebasar las bardas del lugar, em- pujado por el «qué dirán» a viajar a París, obligado por el «qué dirán» a inventarse la fantasía de un asesinato y, en definitiva, inducido por el «qué dirán» a someterse a una operación de resultado funesto. En resumidas cuentas, esta sería la novela de la consagración del prisma de la ironía, pero no en simple función de humorada, GONZALO SANTONJA [XXXI] 54 Teófilo Gautier, Espirita, traducción de Diodoro de Tejada, Madrid, Librería Alfonso Durán, 1866, de nuevo traducida, prologada y anotada por Guillermo Carnero, Barcelona, Edhasa, 1971. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXI
  • 30. antes bien en calidad de elemento crítico, revelador de miserias, vanidad, debilida- des y pequeñeces y del peso insuperable de usos y costumbres opresivos, puntales del orden social establecido. Así pues, Zamacois, siendo el mismo, ya era otro, lo reconozca o no la opinión ajena. Otro, en primer lugar, por los temas, novelista del drama de la emigración en Europa se va y novelista que vuelve al enigma del más allá, en la estela de El otro, en El misterio de un hombre pequeñito, afortunadísima conjunción de fantasía y realis- mo, con una historia de espíritus ambientada en el lugar salmantino de Puertopu- mares en la ficción, y en la realidad posiblemente Béjar, porque las referencias son inequívocas. Otro, también, por la intención, paulatinamente acentuada la preocupación so- cial y la carga de denuncia: «Aquello era la España que se iba», explica en Europa se va, «la patria vieja, desilusionada, empobrecida por los criminales errores de sus go- biernos», carne de cañón, desheredados a quienes el sistema marginaba y a quienes una sociedad complaciente y cómplice volvía la espalda: «Aquellos centenares de hombres emigraban de noche, solos, olvidados de las autoridades, despedidos por la indiferencia glacial de la ciudad dormida»55. Otro por los ambientes: historias desarrolladas más allá y más acá de Madrid y, sobre todo, en ausencia de los escenarios galantes, tierras adentro de la Meseta. «A intervalos, sacando tiempo no sé de dónde, me retiraba a vivir breves temporadas en pueblos de Castilla, con el objeto de ir reuniendo las observaciones y paisajes que utilicé en Traición por traición […], y que posteriormente me permitieron trazar el escenario de Las raíces»56. Horizontes dilatados, paisaje y paisanaje, tradiciones y costumbres, tipos y modismos: las novelas de Zamacois rompían el círculo y pasa- ban al regeneracionismo y el 98. Y otro, fundamentalmente, por la técnica y el estilo, profundizando en la novela caleidoscópica y polifónica, en suma de historias fragmentarias (Europa se va, Me- [XXXII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 55 Europa se va, séptima edición, «(única refundida por el autor)», Madrid, Renacimiento, (s.a.), pág. 59. 56 Un hombre que se va, cit., cap. xxvi, pág. 417. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXII
  • 31. morias de un vagón de ferrocarril, Una vida extraordinaria), y con la expresión depu- rada, progresivamente apartado de los excesos retóricos, de la ganga y el artificio inherentes a la novela galante, deudor en esto del modernismo. Unas veces inserta en el relato novelas cortas, sabiendo fundirlas con habilidad; otras, en cambio, pro- cede al revés, independizando en novelas cortas algunos fragmentos. Ahora bien, otro y el mismo cuando en Una vida extraordinaria, las memorias de Luis Leal y Donaire, barón de San Félix, libro andariego y autobiográfico, reto- ma los ambientes aristocráticos y los decorados galantes, en sucesión de aventuras y lances amorosos, frívolos y evanescentes, al margen de la realidad, por encima de los problemas. Leal también, si se quiere, a los donaires. El ciclo de Las raíces, tres novelas de las ocho o diez que llegó a plantearse (la he- rida de la guerra y el tajo del exilio, ya lo he señalado, cercenaron el proyecto), inicia- do con ese título (1927), continuado por Los vivos muertos (1929) y concluido con El delito de todos (1933), sitúa a Zamacois, junto al Felipe Trigo de El médico rural (1912) y Jarrapellejos (1914), en el punto de enlace entre los regeneracionistas y la novela so- cial de los años treinta, precursor asimismo del tremendismo de la posguerra y de la novela social de los años cincuenta. El novelista desaparece de unos relatos que ya no interrumpe con las apostillas inhábiles del primer momento, acentúa la sobriedad del lenguaje y crea universos cerrados (un pueblo hundido en la miseria, Carrascal del Horcajo; el mundo sórdido de los penales y el Madrid miserable de mendigos y meretrices), condenados al imperio de la violencia, con los tres relatos articulados en torno a la familia Santoyo, dos hermanos molineros, réplicas de Caín y Abel, perso- najes sumidos en la degradación y en el fango, astillas sin fuerza en el vendaval del de- lito y arrastrados por la culpa de todos, delito y destino heredados por las raíces, vivos muertos en suma. El mejor Zamacois alienta en estas obras de madurez. En este sentido, El asedio de Madrid (1938), novela de circunstancias —y de qué circunstancias—, literariamente implica un paso atrás y en otros aspectos levanta muchas perplejidades, con Zamacois admitiendo e implícitamente elogiando «lan- ces» como los que siguen, fruto de una «conversación [que] era animada», contados «con moderación» en un cuarto de guardia: GONZALO SANTONJA [XXXIII] PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXIII
  • 32. «Allá por diciembre —dijo uno—, hallándome con mi Brigada en el frente del Pardo, a un compañero, mientras dormía, le quitaron el capote. El perjudicado, co- mo ignoraba quién fuese el ladrón, se calló. Horas después un muchacho extremeño […] se presentó al comandante. “Vengo —le dijo— a que me mande usted fusilar”. Dice el comandante: “¿Por qué…?”. Contestación: “Porque he deshonrado mi uni- forme”. Y el otro: “¿Qué hiciste?”. Respondió: “Lo peor que puede hacerse: robar a un camarada, y quiero que me maten; así escarmentarán en mí los demás”. Un circunstante indagó: —¿Y le fusilaron? —Era su gusto —concluyó el narrador— y era de justicia. —Yo sé —dijo otro— un caso más raro aún que ese: el de un miliciano de la co- lumna Durruti que se presentó en la cárcel de su pueblo para ver a su padre, preso allí por fascista, y en teniéndole delante le pegó dos tiros. Impresionado vivamente, Juanito Muñoz tomó la palabra: —No sé —dijo— cuál de esos dos episodios supera al otro. Ambos me demues- tran que al calor de nuestra revolución está forjándose un código nuevo. El primero es un caso asombroso de autoeducación moral, porque el delincuente, sin estímulo de nadie, se aplica el castigo que cree merecer. El segundo atestigua la existencia de hom- bres capaces de inmolar a un ideal sus afectos más entrañables. Ese miliciano de Durruti me recuerda el sacrificio de Guzmán el Bueno; pues si este, por defender a España, dejó inmolar a su hijo, aquel por la misma sagrada razón mató a su padre»57. Autoeducación moral, el vuelco de las revoluciones. ¿Resultado? Un suicidio, unos verdugos y un parricidio. ¿Un código nuevo? Va de suyo que no cabe identi- ficar las opiniones de los personajes con la del autor, pero El asedio de Madrid agra- via con expresiones matoniles («la policía apiolaba a los cuarenta y siete falangistas que intentaron asaltar Radio España», pág. 152) y con justificaciones de crímenes sórdidos. Así cuenta e interpreta el asalto a la Cárcel Modelo, antesala de los críme- nes de Paracuellos: [XXXIV] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 57 El asedio de Madrid. Barcelona, AHR, 1938, págs. 392-393. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXIV
  • 33. «Una mañana Madrid supo que parte de la cárcel Modelo estaba ardiendo. El si- niestro era intencionado. Lo provocaron unos presos de acuerdo con elementos de la quinta columna. Estaban armados y se proponían, aprovechando el tumulto que el in- cendio había de causar, matar a los celadores y huir. No lo lograron. Avisado a tiempo el pueblo, en tropel, cercó la prisión, la ganó por asalto y dio muerte a los sublevados. Allí cayeron Melquíades Álvarez, el tristemente conocido doctor Albiñana y otros figu- rones. Pero estas podaciones no bastaban; el cáncer que roía la vida nacional empeoraba y el daño se aliviaría únicamente cuando el bisturí justiciero penetrase muy hondo»58. Eufemismos («dio muerte», «podaciones»), insultos a los asesinados («figurones») e incitaciones (que «el bisturí justiciero penetrase más hondo»). Asediado en Madrid y testigo en la Sierra de infinidad de atrocidades y pérdidas («—¿Cómo va el pleito en la Sierra? / —Regular / —¿Cae mucha gente nuestra? / —Mucha», pág. 143), na- da presagiaba tanta radicalidad en Zamacois, orientado al anarcosindicalismo, fer- voroso de «la palabra quemante, llama viva» de Dolores Ibárruri59, entusiasta del Quinto Regimiento60, encantado con la «certera labor depurativa»61 de las diversas policías partidistas; complacido por las «tempestades de aplausos» levantadas en los frentes por los fusilamientos en la retaguardia e identificado con el «peso abrumador de la ley», impuesta por unos nuevos tribunales de justicia cuyas sentencias se ajus- taban a los decretos del pueblo, legislador riguroso de lo que había de ser. Novela coral, protagonizada por el pueblo madrileño, el relato cobra cuerpo a tra- vés de los diálogos establecidos entre el taxista Juanito Muñoz y su mujer Purita, ca- misera, inmersos ambos en la atmósfera de tensión de los días previos al desencade- namiento de la guerra, arrastrados por el vendaval que desembocó en la toma del Cuartel de la Montaña e inopinadamente transformados en combatientes voluntarios en la Sierra. Primero se marchó él, «emborrachado por el aturdidor huracán» de la GONZALO SANTONJA [XXXV] 58 Ibídem, pág. 141. 59 Ibídem, pág. 130. 60 Ibídem, págs. 139-140. 61 Ibídem, pág. 132. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXV
  • 34. violencia, pero enseguida lo secundó ella y allí libraron los dos un encuentro cuerpo a cuerpo sobre el «campo oscuro», acogedora laTierra y el sembrador afanado62. Trescientas páginas más adelante, trufadas de alegatos y arengas, la novela conclu- ye. Juanita cumple su «deber de parir», Juanito improvisa frases épicas: «Madrid re- nace en ti. En tus entrañas está amaneciendo. Date prisa. En estos momentos sería de mal agüero que nuestro hijo naciese ahogado». «Fin: Madrid, noviembre, 1938», datación que implica cierta hipérbole magnificadora, dado que Zamacois, evacuado antes de Madrid a Valencia, había seguido los pasos del Gobierno republicano. Así lo detalla en sus memorias. «En Valencia estuvimos», puntualiza, «hasta que el Gobierno se trasladó a Bar- celona», exactamente el 30 de noviembre de 1937, donde vivió tensiones, padeció necesidades y soportó bombardeos que a la postre desembocaron en la toma de la ciudad por las tropas franquistas el 26 de enero de 1939, encaminado hacia el exilio casi en el último momento por un golpe de suerte y atrevimiento63. Con este calendario, El asedio de Madrid, que no alcanzó a publicarse en Valen- cia «por falta de papel», vio la luz casi de milagro y gracias al empeño de Eduardo Rubio, «quien luego fue mi mejor amigo»64, «propietario y director de Mi Revista» (Barcelona), quincenal en aquellas circunstancias de lujo y verdaderamente sui gé- neris65, ácrata y de variedades, integrador de firmas liberales (Diego de San José, Ro- [XXXVI] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 62 Ibídem, págs. 133-136. 63 Refugiado con su mujer en la Embajada de México, colmada de gente desesperada y abandonada por los di- plomáticos, en medio de la noche «inesperadamente se produjo el milagro: en el silencio negro retumbó la voz fuer- te, nerviosa, de un hombre: / —¡El señor que va a Le Perthus! […] El coche está listo. / Nos habíamos salvado. Me levanté de un brinco. / —¡Aquí estoy! —grité—. / Agarré a Matilde de un brazo y tirando de ella y tropezando con los pies de los dormidos, gané la puerta, donde el llamante esperaba a alguien que no era yo», y así llegaron «a corta distancia de La Junquera», donde se quedaron sin gasolina, trance solucionado por un nuevo golpe de fortuna: «En aquel momento pasaba un coche de la Embajada inglesa, que nos recogió y llevó a la frontera»; Un hombre que se va, cit., págs. 453-454. 64 Ibídem, cap. xxix, pág. 451. Y ese «mi mejor amigo», además de El asedio de Madrid, publicó una nueva edi- ción de Las raíces. 65 Barcelona, 15 de octubre de 1936-5 de diciembre de 1938, cincuenta y cuatro números y tal vez alguno más, con profusión de ilustraciones («Ilustración de actualidades», reza el subtítulo), buen papel y muchas páginas, entre PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXVI
  • 35. berto Castrovido, Pedro de Répide, Antonio Zozaya, Gonzalo de Reparaz) y de al- gunos valores nuevos (Gabriel García Maroto, editor inicial de Federico García Lor- ca, o Nicolás Guillén66) junto a los históricos de la intelectualidad anarcosindicalista (Ángel Samblancat, su editorialista, el doctor Félix Martín Ibáñez, Fernando Pinta- do, editor de La Novela Roja, el dibujante Helios Gómez o Alfonso Vidal y Planas), partidario de las colectivizaciones pero al tiempo exaltador de Líster y entusiasta de Hollywood y la Paramount, volcado con sus actores y singularmente «con sus chi- cas», sin olvidarse por eso del cine español67. En fin, las paradojas pueden extremar- se, porque Mi Revista, revolucionaria y recelosa del catalanismo68, compatibilizó esa actitud con una «Página financiera», con reseñas frívolas, con gitanerías poéticas y hasta con una sección fija («Lo que gusta a las mujeres») imbuida de un feminismo galante y tradicional a cargo de Rosa Blanca («para hacerse amar de los hombres», mejor las lágrimas que los gritos, en verano favorecen los vestidos de punto, etc.), galimatías número a número heterodoxamente resuelto con desenfado. Tiempo confuso y, en cuanto tal, abocado al riesgo, la zozobra y los sustos, Rubio dispensó a Zamacois su último asidero literario en España, con colaboraciones a su GONZALO SANTONJA [XXXVII] cuarenta y ochenta por entrega, con el hito de sendos monográficos sobre Madrid (15 de octubre de 1937), el primer año de guerra, el Ejército Popular y México (1 de enero de 1938), que respectivamente se acercaron a cien, ciento cincuenta y doscientas. En cuanto al precio, empezó a sesenta céntimos (núms. 1-8), y a continuación registró su- cesivos incrementos: 1 peseta (9-21), 2 pesetas (22-38), 2,50 (39-45) y 3 pesetas (46-54), con los especiales en pro- porción, a 10 y 15 pesetas, siempre por debajo del mercado, con publicidad (directa e indirecta, amplios reportajes sobre ciudades como Alcoy o Gerona) y, según sus repetidas afirmaciones, con aceptación y tiradas considerables, aunque de cuantificación imposible. 66 «Sirenas en París y aviones sobre Londres», Mi Revista, Barcelona, núm. 48, 1 de septiembre de 1938, pág. 15. 67 En las últimas entregas anunciaron un número especial, íntegramente dedicado al cine español de la guerra, similar al consagrado a México. Parece que la derrota de la República en Cataluña acabó con el proyecto, ya en im- prenta, aunque no resulta descartable que llegara a publicarse. 68 Para cerciorarse de ello basta con reparar en la página 3 del número 8 (febrero de 1937), ocupada por un re- trato de Companys, presidente de la Generalidad de Cataluña, acompañado por esta nota: «Pretendíamos que el presidente Companys nos dijera qué opinaba de la CNT y de la FAI dentro y fuera del Gobierno: pero el presidente Companys, por ahora, no puede decirnos nada de la CNT y de la FAI, ni dentro ni fuera del Gobierno», limitán- dose a entregar a sus redactores «mi retrato» lacónicamente dedicado. «Nada más», concluye la nota, «y aquí lo tie- nen ustedes. ¡Nada más!». PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXVII
  • 36. voluntad y una sección fija, con algún punto de ironía y hasta de provocación inge- nua en el título: «Las emboscadas de la ilusión»69, porque el término emboscada/em- boscados registraba entonces las peores resonancias. De hecho, el escritor lo habría pasado mal de no mediar a tiempo el doctor Negrín, presidente enérgico de una Re- pública en trance de consumación, que le libró de unos peligros nada menores por medio de una estratagema de por sí ilustradora del signo torvo de la situación. Pues sucedió que, republicano por libre y novelista social, alguien recordaría el pasado galante de Zamacois y quién sabe qué otras decadencias. Por ese vericueto de las denuncias anónimas, Zamacois, en su ignorancia, rozó la tragedia cuando más entretenido estaba con las tertulias de Mi Revista, reducto que en resurrección de tiempos pasados le tributó un banquete de homenaje con motivo de la publicación de El asedio de Madrid70, celebración inimaginable en aquella coyuntura de hambre y necesidades, fruto de los «ardides nunca revelados» de Rubio71. El escritor pasa de puntillas por aquella penalidad, velando nombres y detalles, como si andados los años prefiriese callar, aún con el susto a cuestas: «Pasaron unos días, a tiempo que Matilde, Enrique y yo nos sentábamos a al- morzar, varios desconocidos rodearon nuestra mesa. Venían a detenerme. Les pre- guntamos el motivo. —Ahora —respondieron— no podemos decirlo; más tarde lo sabrán. Como toda resistencia era inútil, subí con ellos al automóvil que traían. Trans- currido un rato, ya en las afueras de la ciudad, mis aprehensores me tranquilizaron diciéndome que, no obstante haberme detenido, no estaba preso. No les entendí. [XXXVIII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 69 «Las emboscadas de la ilusión», serie «escrita especialmente para Mi Revista», comenzó en el número 42, co- rrespondiente al 1 de junio de 1938 («Sinfonía en tono menor», págs. 41-42), y salió con intermitencia hasta el final de la publicación, con «Rumbo a Costa Rica», en el 54 (1 de diciembre de 1938, págs. 17-18). A falta del 43 en las colecciones consultadas, salió en los números 44-45, 46 («Por tierras salvadoreñas»), 47 («Desembarcamos en Ni- caragua»), falta en el 48, y sigue en el 49, 50 y 51-52 («Donde la tentación asoma»), para fallar de nuevo en el 53. 70 Mi Revista, núm. 53, 15 de noviembre de 1938, con fotografía de los asistentes al banquete (los redactores más Ruiz Villaplana y dos militares) y reseña de la novela de Máximo Silvio. 71 Un hombre que se va, cit., cap. xxix, pág. 451. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXVIII
  • 37. —El doctor Negrín —aclaró uno de ellos— supo anoche que hoy, a mediodía, iban a encarcelarle a usted, y para evitarlo nos ordenó prenderle antes de que lo ha- gan los otros. Ahora le llevamos a Pedralbes, residencia del doctor Juan Negrín, y allí estará usted mientras dure el peligro». «Los otros», ¿quiénes? Volviendo a los peores momentos del verano/otoño especial- mente sangriento del 36, a tal decisión dominada la retaguardia por patrullas patibu- larias, los incontrolados campaban a su trágico arbitrio por una Barcelona en negro, sometida a las razias desmoralizadoras de la aviación enemiga y paralizada por el fuego criminal de los camaradas, sangrantes las heridas de la guerra interna de mayo del 37. Zamacois, por fortuna, se libró de esas cárceles que con tanta, ingenuidad, exaltó, pre- cisamente, desde las páginas de Mi Revista72. Poco después, y ya vencida la edad de la jubilación, cruzó la frontera con lo puesto, no hijo ni padre sino abuelo de la diáspora. Zamacois, entonces, se reinventó sin novelas. El escritor se había quedado en España. III Obra abundante la de Zamacois, fundamentalmente narrador, pero también en- sayista, dramaturgo, crítico literario, biógrafo y periodista, autor de libros de viajes y de una obra autobiográfica de importancia. Examinada su narrativa, ahora nos ocupará su obra autobiográfica, teatral y viajera. La peripecia vital de Zamacois siempre impregnó su escritura. Permítaseme re- cordarlo una vez más: «Soy enemigo de inventar». Su obra autobiográfica propia- GONZALO SANTONJA [XXXIX] 72 ¿Ingenuidad? ¿Desinformación? Lo cierto es que Zamacois se deja arrastrar por la incivilidad: haciendo for- mar a los presos («rebaño asustado»), las autoridades los instan a pasarse de bando. Muchos aceptan, otros se man- tienen en sus convicciones, atrincherados en el silencio frente a las arengas. Y esa firmeza merece este comentario: «Del silencio y de la actitud pasiva, desganada, de toda aquella taifa dedujimos que no eran fascistas convencidos, sino un hato despreciable de abúlicos y de cobardes que prefería la vida embrutecida, pero sin riesgos, de los campos de concentración a las viriles emociones de la línea de fuego»; «En Vallbona de Las Monjas», Mi Revista, núm. 50, 1 de octubre de 1938, págs. 13-14. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XXXIX
  • 38. mente dicha, cifra y resumen de infinidad de fragmentos narrativos, relatos, artícu- los y crónicas periodísticas, comprende tres títulos: Años de miseria y de risa. Escenas de una vida en que sólo hubo erratas (Madrid, Biblioteca Hispania, 1916), Confesiones de «un niño decente» (Madrid, Renacimiento, 1922) y Un hombre que se va (Barce- lona, AHR, 1964), que engloba los dos precedentes y fija ese final al que acabo de referirme, porque, terminada esta, el autor, sintiendo que «lo he dicho todo», se ne- gó «el derecho a seguir escribiendo»73. Hombre elegante y bohemio de buen tono cuando la vida le puso en esa tesitura, desenvuelto pero no hampón, Zamacois echó el cierre literario con dignidad admirable. Más de ciento treinta libros y miles de ar- tículos desembocaron en esta declaración, estampada en el cierre de Un hombre que se va, obra a mi juicio lúcida y medida o, si se prefiere, medida por lúcida, con la piedad y el decoro como explicación implícita de algunos silencios: «En el reloj de nuestra vida hay un segundo, el último, aquel en que el corazón se detiene. El gráfico de ese segundo es el punto, el más pequeño de los signos or- tográficos. Ese punto acabo de ponerlo yo, al final de este libro, y en el acto mi alma se llenó de silencio y de ocaso. […] Consiguientemente, mi misión ha concluido. Me voy. Lo he dicho todo. Soy un hombre sin secretos; me he quedado vacío, y este no tener ya nada que contar me niega el derecho a seguir escribiendo. Tengo la im- presión de que me he suicidado. Con esto llego al fin de mis Memorias. No vale seguir… En todas las estaciones ferroviarias hay una sala de espera, llamada de pasos perdidos, en atención a que los que allí se dan no conducen a parte ninguna, y yo ahora, recordando los muchos que di buscando algo inefable que no llegó nunca, pienso que acerté al hacer de mi vida un pasatiempo y una canción; porque, como nada conduce a nada, la vida…, ¡toda la vida!…, no pasa de ser una sala, una inmensa sala, de pasos perdidos». Buenos Aires, enero de 1964: fin. Zamacois, fiel a su palabra, se retiró. Un pasa- tiempo, así entendía su vida. Como Cervantes su gran libro: «Yo he dado en Don [XL] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 73 Un hombre que se va, cit., cap. xxxi, pág. 495. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XL
  • 39. Quijote pasatiempo / al pecho melancólico y mohíno, / en cualquiera sazón, en todo tiempo»74. Nada más, nada menos. En el capítulo inicial de esas memorias, el autor destaca que «todas las noches, hasta que cumplí doce años, mi padre me dormía le- yéndome el Quijote, la Historia de Gil Blas de Santillana o las Aventuras del joven Te- lémaco». Primero el Quijote, fortunas y sinsabores, Sierra Morena, la penitencia de Beltenebros…, él se dormía escuchando, con los sueños ennoblecidos y la imagina- ción disparada75. Un pasatiempo, una canción. Por eso, aunque lo inefable no lle- gara, «pienso que acerté». Pasos perdidos, pasos ganados. A juicio de Federico Carlos Sainz de Robles, prologuista de Un hombre que se va, «la confesión de Eduardo Zamacois no puede ser tan sincera al detalle como algunos la desearían»76. No es que no pudiera; el autor ni siquiera se lo planteó. Zamacois fue a lo sustancial de su vida a través del anecdotario que la explicaba, desinteresado por el acarreo de miserias o el zafarrancho de menudencias. Ajustó cuentas con Ramón Sopena y con la viuda de Antonio Galiardo, el capitalista en la empresa de El Cuento Semanal. Por el editor se sintió maltratado y explotado; la mujer de su socio creyó que le despojaba de una casa muy suya. Y poco más, muy poco. Por lo general prefirió vol- ver página, fiel a la memoria de los olvidos, y además, conviene subrayarlo, inducido a ello por la censura franquista. Zamacois quería publicar y publicó el libro en España, y eso le llevó a no aventurarse por las arenas movedizas de la contienda incivil. A cambio de dichos olvidos esta literatura autobiográfica revela el proceso de educación de un niño decente, detalla la formación de un escritor, relata desde den- tro los entresijos del mundo editorial y literario, explica la fascinación de París, des- menuza la bohemia en clave de ironía o, entre otros aspectos, traza el inventario del descubrimiento americano, no insiste en la guerra y da cuenta del exilio de un es- critor deliberadamente apartado de los ambientes políticos, transterrado del éxodo que, frente al horizonte del llanto, permaneció aferrado a la vida como pasar-del- tiempo. Y así nos ofrece, en definitiva, unas memorias distintas. GONZALO SANTONJA [XLI] 74 Viaje del Parnaso, cap. iv, vv. 22-24. 75 Un hombre que se va, cit., cap. i, págs. 30-31. 76 Ibídem, prólogo, pág. 12. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XLI
  • 40. El apartado teatral comprende siete comedias, un drama y cuatro libros de va- riedades, con artículos de prensa, entrevistas, estudios de interpretación (sobre Ma- ría Guerrero, Enrique Borrás o su amante Ramona Valdivia, con quien compartió el primer viaje americano) y anécdotas chispeantes, mundanas y benévolas, todo ello en la onda de lo galante, salvo Presentimiento (1915), pieza de un acto de inten- ción dramática «que recuerda La intrusa de Maeterlinck», cuyo estreno en el Infanta Isabel significó un fracaso rotundo, aunque luego corriese mejor suerte77. Atraído desde niño por el teatro, la primera de dichas obras, Lo pasado, data de 1902. Recogida en De mi vida (Sopena, 1903), es un breve cuadro representable y remite a un modo de hacer inicial del que ofreció repetidas muestras en Vida Ga- lante, del mismo modo que El aderezo y Rebeldía, adaptación de la novela Incesto, responden a la impronta expansiva de El Cuento Semanal y aparecieron en sendas colecciones de quiosco, El Libro Popular (1912) y Los Contemporáneos y Los Maestros (1914). Mayor interés presentan Nochebuena (estrenada en el Romea la Nochebuena de 1908), El pasado vuelve y Frío (1909), comedias agrupadas en libro bajo el título —bien explícito— de Teatro galante (Madrid, Antonio Garrido, 1910), mas galan- tería corroída de tristeza, con el problema de la soledad y los estragos del tiempo co- mo materia de fondo. «Así son los hombres», reflexionó en la semblanza dedicada a la actriz Amalia Colóm78, «y más que los hombres los artistas: risa y llanto, pasión y olvido, sacrificio y desdén, todo revuelto, todo frívolo, todo deprisa y a flor de piel; todo teatro, en suma». Desde la Nochebuena oficial, fiesta de alegrías obliga- das, a la nochebuena del apagamiento, con la alternativa de la borrachera y la des- memoria: «El vino se lleva los recuerdos, y una noche sin recuerdos… ¡Nochebue- na!», concluye. De la frivolidad al horror vacui, Zamacois indaga el otro lado del tópico y la superficialidad, creando personajes con vida interna y contradicciones. [XLII] UN HOMBRE QUE SE FUE, UNA OBRA QUE VUELVE 77 Primero se representó una obra de cuatro actos y a continuación la suya, ya a una hora avanzada y sin cambio de decorado. «El público no quiso oírla», concluye, «estaba cansado y el cansancio es mal humor. […] Esa noche el público fue injusto. Presentimiento gustó después y María Teresa Montoya […] lo incorporó en su repertorio»; ibídem, cap. xviii, pág. 333. 78 Años de miseria y de risa, cit., xxiii, págs. 313-321. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XLII
  • 41. Obras bien planteadas y alegrías engañosas, con apariencia de broma y realidad de veras, las tres le depararon triunfos sonados y una parte de la crítica apreció «en ellas mi propósito de formar un género particularísimo, atrayente, de aventureros y cortesanas», en concordancia con su novela galante. A pesar de dibujársele unas perspectivas halagüeñas, el autor, dramaturgo nuevo y en vías de consagración, abandonó de inmediato ese camino, quizás disuadido por la tensión de las jornadas previas al estreno y por la inquietud padecida durante las representaciones79. Lo suyo era la narrativa. La narrativa y el placer de andar, pasiones conciliadas. Zamacois confiesa tres grandes placeres: las mujeres, los viajes y los libros, afirmado en los tres. Entre la novela y la literatura del caminante se aprecian puntos de unión: escribe de lo vivido, y entre el paisaje y el paisanaje, enseguida se decanta por este, atraído por el hombre común y corriente, el hombre de la calle o el hombre del campo: «El pueblo, las clases trabajadoras y pobres», precisa. Y no lo hace bajo el se- ñuelo de afanes exóticos, sino por el deseo de llegar al fondo de cada cultura: «Entre esas gentes sencillas, que no viajan y leen poco y viven sujetas a la tierra, es donde con más robustos y limpios perfiles se guardan las costumbres típicas de cada país»80. Con nostalgia de la vida andariega, el autor de Dos años en América (1910), La alegría de andar (1920) y De Córdoba a Alcazarquivir (1922) combatió en Barcelona las angustias de los estertores de la guerra incivil española con los artículos viajeros en Mi Revista de «Las emboscadas de la ilusión», marbete esclarecedor: frente a las oscuridades de una ciudad cerrada, pasto de incontrolados y sin defensa ante los bombardeos, la ilusión, irrenunciable aunque emboscada, de la inmensidad de los mares y la infinitud de los cielos. Conocer gentes, pisar otras tierras. Evadirse, alejarse. Adquirir cabal dimensión de la pequeñez del hombre. «Caminante son tus huellas / el camino y nada más», que cantó Machado. Interpelado por los afanes que años antes lo arrastraron al Río de la Plata, respondió con dos preguntas: «¿Es que un hombre inteligente y trabajador no puede vivir en todas partes? ¿Es que a Buenos GONZALO SANTONJA [XLIII] 79 Teatro galante, Madrid, Antonio Garrido, 1910, prólogo del autor, págs. 5-11. 80 Dos años en América. Impresiones de un viaje por Buenos Aires, Montevideo, Nueva York y Cuba, Barcelona, Maucci, 1910, pág. 177. PRINCIPIOS E. ZAMACOIS.qxp_Maquetación 1 19/05/14 10:17 Página XLIII