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“Año de la Consolidación
Del Marde Grau”
Institución Educativa
“Aurelio Moisés Flores
Gonzales nº22237”
ALUMNO: Alexis Campusana
Tasayco.
PROFESORA: Hilda
2016
EL ELEFANTE BERNARDO
Había una vez un elefante llamado Bernardo que nunca pensaba en los demás. Un día,
mientras Bernardo jugaba con sus compañeros de la escuela, cogió a una piedra y la lanzó
hacia sus compañeros.
La piedra golpeó al burro Cándido en su oreja, de la que salió mucha sangre. Cuando las
maestras vieron lo que había pasado, inmediatamente se pusieron a ayudar a Cándido
Le pusieron un gran curita en su oreja para curarlo. Mientras Cándido lloraba, Bernardo
se burlaba, escondiéndose de las maestras.
Al día siguiente, Bernardo jugaba en el campo cuando, de pronto, le dio mucha sed.
Caminó hacia el río para beber agua. Al llegar al río vio a unos ciervos que jugaban a la
orilla del río.
Sin pensar dos veces, Bernardo tomó mucha agua con su trompa y se las arrojó a los
ciervos. Gilberto, el ciervo más chiquitito perdió el equilibrio y acabó cayéndose al río,
sin saber nadar.
Afortunadamente, Felipe, un ciervo más grande y que era un buen nadador, se lanzó al
río de inmediato y ayudó a salir del río a Gilberto. Felizmente, a Gilberto no le pasó nada,
pero tenía muchísimo frío porque el agua estaba fría, y acabó por coger un
resfriado. Mientras todo eso ocurría, lo único que hizo el elefante Bernardo fue reírse de
ellos.
Una mañana de sábado, mientras Bernardo daba un paseo por el campo y se comía un
poco de pasto, pasó muy cerca de una planta que tenía muchas espinas. Sin percibir el
peligro, Bernardo acabó hiriéndose en su espalda y patas con las espinas. Intentó
quitárselas, pero sus patas no alcanzaban arrancar las espinas, que les provocaba
mucho dolor.
Se sentó bajo un árbol y lloró desconsoladamente, mientras el dolor seguía. Cansado de
esperar que el dolor se le pasara, Bernardo decidió caminar para pedir ayuda. Mientras
caminaba, se encontró a los ciervos a los que les había echado agua. Al verlos, les gritó:
- Por favor, ayúdenme a quitarme esas espinas que me duelen mucho.
Y reconociendo a Bernardo, los ciervos le dijeron:
- No te vamos a ayudar porque lanzaste a Gilberto al río y él casi se ahogó. Aparte de eso,
Gilberto está enfermo de gripe por el frío que cogió. Tienes que aprender a no herirte ni
burlarte de los demás.
El pobre Bernardo, entristecido, bajo la cabeza y siguió en el camino en busca de ayuda.
Mientras caminaba se encontró algunos de sus compañeros de la escuela. Les pidió ayuda
pero ellos tampoco quisieron ayudarle porque estaban enojados por lo que había hecho
Bernardo al burro Cándido.
Y una vez más Bernardo bajo la cabeza y siguió el camino para buscar ayuda. Las espinas
les provocaban mucho dolor. Mientras todo eso sucedía, había un gran mono que trepaba
por los árboles. Venía saltando de un árbol a otro, persiguiendo a Bernardo y viendo todo
lo que ocurría. De pronto, el gran y sabio mono que se llamaba Justino, dio un gran salto
y se paró enfrente a Bernardo. Y le dijo:
- Ya ves gran elefante, siempre has lastimado a los demás y, como si eso fuera poco, te
burlabas de ellos. Por eso, ahora nadie te quiere ayudar. Pero yo, que todo lo he visto,
estoy dispuesto a ayudarte si aprendes y cumples dos grandes reglas de la vida.
Y le contestó Bernardo, llorando:
- Sí, haré todo lo que me digas sabio mono, pero por favor, ayúdame a quitar los espinos.
Y le dijo el mono:
- Bien, las reglas son estas: la primera es que no lastimarás a los demás, y la segunda es
que ayudarás a los demás y los demás te ayudarán cuando lo necesites.
Dichas las reglas, el mono se puso a quitar las espinas y a curar las heridas a Bernardo. Y
a partir de este día, el elefante Bernardo cumplió, a rajatabla, las reglas que había
aprendido.
FIN
EL CARACOLILLO GUSTAVILLO
Gustavillo era un caracolillo que vivía feliz en el fondo del mar; se mecía al ritmo de las
corrientes marinas, reposaba en la arena, buscando algún rayo de sol y de vez en cuando
daba sus paseos.
Un día un cangrejo le vio y le dijo:
- ¿Puedo vivir contigo?
Gustavillo se lo pensó dos veces y al final decidió ser, como un antepasado suyo un
cangrejo ermitaño.
Empezaron a vivir juntos el cangrejo dentro del caracol y al poco comenzaron los
problemas: el cangrejo se metía las pinzas en la nariz, hacía ruidos cuando comía, no
ayudaba en la limpieza...
Una mañana Gustavillo le dijo al cangrejo todo lo que no se debía hacer, con paciencia ,
explicándole que:
- Hurgarse en la nariz, es de mala educación y además puede hacer daño
- Se mastica siempre con la boca cerrada
- Hay siempre que colaborar en la limpieza y orden de dónde se vive
El cangrejo se quedó callado, salió de la casa y se perdió durante varios días.
Cuando volvió habló con Gustavillo y entre los dos juntitos hicieron una lista de las cosas
que, para estar juntos, debían hacer para que todo funcionara bien.
A partir de ese momento se acoplaron a convivir juntos y fueron muy, muy felices, el
cangrejo, daba a Gustavillo largos paseos y el caracolillo arropaba al cangrejo cuando
había marea.
FIN
OREJAS Y RABITO
Hace muchos años en un bosque verde y lleno de hermosos árboles, plantas y flores, vivía
Orejas comiendo y disfrutando todas las zanahorias que cultivaba para él y su familia.
Un día Orejas como de costumbre salió a buscar sus alimentos, sus preciadas zanahorias,
pero algo raro sucedió, no encontró ni una sola zanahoria, ni grande ni chiquita.
¡Quizás vine muy lejos!, exclamó Orejas, y decidió entonces ir al prado más cercano que
él conocía y al cual algunas veces acudía en busca de alimento, pero allí tampoco había
ni una sola zanahoria, ni muy fresca ni muy madura.
Ya había atardecido y Orejas no había podido encontrar la respuesta a tan insólito
acontecimiento 'Será mejor que pida ayuda', dijo. Fue entonces que apareció Rabito, un
blanco y hermoso conejo de abolengo, luciendo una inmensa panza, ¡rebosante de
felicidad!
- ¡Hola! - ¡Soy Rabito!
- ¿Quién eres tú? - ¿Qué haces por aquí? Ante tantas preguntas Orejas estaba
desconcertado y muy enojado, yo diría que nunca había visto a un conejo tan molesto
como éste. Pero le contestó:
- Soy Orejas y vivo en este bosque desde hace mucho tiempo y aquí cultivo el alimento
para mi familia, pero hoy extrañamente desaparecieron todas las zanahorias que con
mucho esfuerzo cultivé durante bastante tiempo. ¿Sabes algo tú?, le preguntó a Rabito.
- Yo, je, je, je, yo no sé na, na, na, nada de nada, y será mejor que de una vez yo me
marche llevando este encargo de mi familia. Además son pu, pu, pu, puras pelusas, dijo
Rabito, muy nervioso.
- Está bien, pero no te enfades, contestó Orejas. Y Rabito siguió su camino. Caminó largo
rato, pero su conciencia pesaba más que la bolsa que llevaba, decidió regresar y confesar
la verdad a Orejas.
Cuando volvió encontró a Orejas muy triste así que le confesó toda la verdad:
- Orejas yo fui quien recogió todas tus zanahorias, es que tengo una gran familia, muy
numerosa y no me quedó otro remedio. Orejas, que tenía buen corazón, decidió perdonar
a Rabito, y además le invitó a que viniera a vivir con su familia, y que trabajasen juntos.
Desde entonces Orejas y Rabito viven muy felices comiendo zanahorias todos los días.
FIN
LA VACA SOÑADORA.
Había una vez en un campo de Santa Fe una vaca soñadora, que no veía las horas para
que pase el tren. Será tal vez, por su aire de grandeza, es que movía su cabeza, para
verlo pasar.
Todos los días la misma historia, para ella sería la gloria si algún día pudiera viajar.
Conocer Buenos Aires, los teatros y las revistas. Y conseguir alguna entrevista con
algún galán de novela, ese hombre que tanto la desvela y lo ve sólo por la tele.
Ella no lo podía fingir tanto nervio que sentía, su televisión. Como soñar no cuesta
nada, todas las noches le pedía a su hada que se hiciera realidad.
Por esas cosas del destino o a lo mejor fue respuesta a sus pedidos, es que el tren un día
paró, por desperfecto de la maquina y frente al campo se quedó.
La vaca soñadora no lo podía creer y le pidió con tanta fe a su santo San Roque, ¡por
favor que hoy me toque! y le inviten a subir. El corazón le latía, mientras se despedía de
las demás.
Y así partió la vaca rumbo a la gran ciudad, sentada en soledad por la ventanilla
saludaba, a sus amigas le tiraba besitos de despedida, prometiéndoles regresar. Mucho
tiempo pasó, nadie supo mas de ella, quizás ya sea una estrella, que triunfa en Buenos
Aires y de nosotras se olvidó.
Pero un día el tren paró, en el campo de Santa Fe y no podían creer cuando ella se bajó.
Estaba distinta, estaba delgada y de las piernas le colgaba unas cadenas importantes y
aunque no era como antes, sus amigas la querían igual y con gran algarabía la salieron a
encontrar.
Ya hablaba distinto, hablaba aporteñada, decía que añoraba a sus amigas de la infancia y
con tantas ansias volvió a su campo natal.
Contaba con lágrimas en los ojos que no pudo cumplir sus sueños ni antojos y que por
caminar en una avenida estuvo presa en Buenos Aires. ¡Esto sí que es vida! ¡Esto es
tranquilidad! Aquí en mi campo puedo caminar, aunque arrastrando mis cadenas. No
será Buenos Aires, pero sí, es un Aire Distinto, si se vive en libertad.
FIN

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El elefante bernardo

  • 1. “Año de la Consolidación Del Marde Grau” Institución Educativa “Aurelio Moisés Flores Gonzales nº22237” ALUMNO: Alexis Campusana Tasayco. PROFESORA: Hilda
  • 2. 2016 EL ELEFANTE BERNARDO Había una vez un elefante llamado Bernardo que nunca pensaba en los demás. Un día, mientras Bernardo jugaba con sus compañeros de la escuela, cogió a una piedra y la lanzó hacia sus compañeros. La piedra golpeó al burro Cándido en su oreja, de la que salió mucha sangre. Cuando las maestras vieron lo que había pasado, inmediatamente se pusieron a ayudar a Cándido Le pusieron un gran curita en su oreja para curarlo. Mientras Cándido lloraba, Bernardo se burlaba, escondiéndose de las maestras. Al día siguiente, Bernardo jugaba en el campo cuando, de pronto, le dio mucha sed. Caminó hacia el río para beber agua. Al llegar al río vio a unos ciervos que jugaban a la orilla del río. Sin pensar dos veces, Bernardo tomó mucha agua con su trompa y se las arrojó a los ciervos. Gilberto, el ciervo más chiquitito perdió el equilibrio y acabó cayéndose al río, sin saber nadar. Afortunadamente, Felipe, un ciervo más grande y que era un buen nadador, se lanzó al río de inmediato y ayudó a salir del río a Gilberto. Felizmente, a Gilberto no le pasó nada, pero tenía muchísimo frío porque el agua estaba fría, y acabó por coger un resfriado. Mientras todo eso ocurría, lo único que hizo el elefante Bernardo fue reírse de ellos. Una mañana de sábado, mientras Bernardo daba un paseo por el campo y se comía un poco de pasto, pasó muy cerca de una planta que tenía muchas espinas. Sin percibir el peligro, Bernardo acabó hiriéndose en su espalda y patas con las espinas. Intentó quitárselas, pero sus patas no alcanzaban arrancar las espinas, que les provocaba mucho dolor. Se sentó bajo un árbol y lloró desconsoladamente, mientras el dolor seguía. Cansado de esperar que el dolor se le pasara, Bernardo decidió caminar para pedir ayuda. Mientras caminaba, se encontró a los ciervos a los que les había echado agua. Al verlos, les gritó: - Por favor, ayúdenme a quitarme esas espinas que me duelen mucho.
  • 3. Y reconociendo a Bernardo, los ciervos le dijeron: - No te vamos a ayudar porque lanzaste a Gilberto al río y él casi se ahogó. Aparte de eso, Gilberto está enfermo de gripe por el frío que cogió. Tienes que aprender a no herirte ni burlarte de los demás. El pobre Bernardo, entristecido, bajo la cabeza y siguió en el camino en busca de ayuda. Mientras caminaba se encontró algunos de sus compañeros de la escuela. Les pidió ayuda pero ellos tampoco quisieron ayudarle porque estaban enojados por lo que había hecho Bernardo al burro Cándido. Y una vez más Bernardo bajo la cabeza y siguió el camino para buscar ayuda. Las espinas les provocaban mucho dolor. Mientras todo eso sucedía, había un gran mono que trepaba por los árboles. Venía saltando de un árbol a otro, persiguiendo a Bernardo y viendo todo lo que ocurría. De pronto, el gran y sabio mono que se llamaba Justino, dio un gran salto y se paró enfrente a Bernardo. Y le dijo: - Ya ves gran elefante, siempre has lastimado a los demás y, como si eso fuera poco, te burlabas de ellos. Por eso, ahora nadie te quiere ayudar. Pero yo, que todo lo he visto, estoy dispuesto a ayudarte si aprendes y cumples dos grandes reglas de la vida. Y le contestó Bernardo, llorando: - Sí, haré todo lo que me digas sabio mono, pero por favor, ayúdame a quitar los espinos. Y le dijo el mono: - Bien, las reglas son estas: la primera es que no lastimarás a los demás, y la segunda es que ayudarás a los demás y los demás te ayudarán cuando lo necesites. Dichas las reglas, el mono se puso a quitar las espinas y a curar las heridas a Bernardo. Y a partir de este día, el elefante Bernardo cumplió, a rajatabla, las reglas que había aprendido.
  • 4. FIN EL CARACOLILLO GUSTAVILLO Gustavillo era un caracolillo que vivía feliz en el fondo del mar; se mecía al ritmo de las corrientes marinas, reposaba en la arena, buscando algún rayo de sol y de vez en cuando daba sus paseos. Un día un cangrejo le vio y le dijo: - ¿Puedo vivir contigo? Gustavillo se lo pensó dos veces y al final decidió ser, como un antepasado suyo un cangrejo ermitaño. Empezaron a vivir juntos el cangrejo dentro del caracol y al poco comenzaron los problemas: el cangrejo se metía las pinzas en la nariz, hacía ruidos cuando comía, no ayudaba en la limpieza... Una mañana Gustavillo le dijo al cangrejo todo lo que no se debía hacer, con paciencia , explicándole que: - Hurgarse en la nariz, es de mala educación y además puede hacer daño - Se mastica siempre con la boca cerrada - Hay siempre que colaborar en la limpieza y orden de dónde se vive
  • 5. El cangrejo se quedó callado, salió de la casa y se perdió durante varios días. Cuando volvió habló con Gustavillo y entre los dos juntitos hicieron una lista de las cosas que, para estar juntos, debían hacer para que todo funcionara bien. A partir de ese momento se acoplaron a convivir juntos y fueron muy, muy felices, el cangrejo, daba a Gustavillo largos paseos y el caracolillo arropaba al cangrejo cuando había marea. FIN OREJAS Y RABITO Hace muchos años en un bosque verde y lleno de hermosos árboles, plantas y flores, vivía Orejas comiendo y disfrutando todas las zanahorias que cultivaba para él y su familia. Un día Orejas como de costumbre salió a buscar sus alimentos, sus preciadas zanahorias, pero algo raro sucedió, no encontró ni una sola zanahoria, ni grande ni chiquita. ¡Quizás vine muy lejos!, exclamó Orejas, y decidió entonces ir al prado más cercano que él conocía y al cual algunas veces acudía en busca de alimento, pero allí tampoco había ni una sola zanahoria, ni muy fresca ni muy madura. Ya había atardecido y Orejas no había podido encontrar la respuesta a tan insólito acontecimiento 'Será mejor que pida ayuda', dijo. Fue entonces que apareció Rabito, un blanco y hermoso conejo de abolengo, luciendo una inmensa panza, ¡rebosante de felicidad! - ¡Hola! - ¡Soy Rabito! - ¿Quién eres tú? - ¿Qué haces por aquí? Ante tantas preguntas Orejas estaba desconcertado y muy enojado, yo diría que nunca había visto a un conejo tan molesto como éste. Pero le contestó: - Soy Orejas y vivo en este bosque desde hace mucho tiempo y aquí cultivo el alimento para mi familia, pero hoy extrañamente desaparecieron todas las zanahorias que con mucho esfuerzo cultivé durante bastante tiempo. ¿Sabes algo tú?, le preguntó a Rabito.
  • 6. - Yo, je, je, je, yo no sé na, na, na, nada de nada, y será mejor que de una vez yo me marche llevando este encargo de mi familia. Además son pu, pu, pu, puras pelusas, dijo Rabito, muy nervioso. - Está bien, pero no te enfades, contestó Orejas. Y Rabito siguió su camino. Caminó largo rato, pero su conciencia pesaba más que la bolsa que llevaba, decidió regresar y confesar la verdad a Orejas. Cuando volvió encontró a Orejas muy triste así que le confesó toda la verdad: - Orejas yo fui quien recogió todas tus zanahorias, es que tengo una gran familia, muy numerosa y no me quedó otro remedio. Orejas, que tenía buen corazón, decidió perdonar a Rabito, y además le invitó a que viniera a vivir con su familia, y que trabajasen juntos. Desde entonces Orejas y Rabito viven muy felices comiendo zanahorias todos los días. FIN
  • 7. LA VACA SOÑADORA. Había una vez en un campo de Santa Fe una vaca soñadora, que no veía las horas para que pase el tren. Será tal vez, por su aire de grandeza, es que movía su cabeza, para verlo pasar. Todos los días la misma historia, para ella sería la gloria si algún día pudiera viajar. Conocer Buenos Aires, los teatros y las revistas. Y conseguir alguna entrevista con algún galán de novela, ese hombre que tanto la desvela y lo ve sólo por la tele. Ella no lo podía fingir tanto nervio que sentía, su televisión. Como soñar no cuesta nada, todas las noches le pedía a su hada que se hiciera realidad. Por esas cosas del destino o a lo mejor fue respuesta a sus pedidos, es que el tren un día paró, por desperfecto de la maquina y frente al campo se quedó. La vaca soñadora no lo podía creer y le pidió con tanta fe a su santo San Roque, ¡por favor que hoy me toque! y le inviten a subir. El corazón le latía, mientras se despedía de las demás. Y así partió la vaca rumbo a la gran ciudad, sentada en soledad por la ventanilla saludaba, a sus amigas le tiraba besitos de despedida, prometiéndoles regresar. Mucho tiempo pasó, nadie supo mas de ella, quizás ya sea una estrella, que triunfa en Buenos Aires y de nosotras se olvidó.
  • 8. Pero un día el tren paró, en el campo de Santa Fe y no podían creer cuando ella se bajó. Estaba distinta, estaba delgada y de las piernas le colgaba unas cadenas importantes y aunque no era como antes, sus amigas la querían igual y con gran algarabía la salieron a encontrar. Ya hablaba distinto, hablaba aporteñada, decía que añoraba a sus amigas de la infancia y con tantas ansias volvió a su campo natal. Contaba con lágrimas en los ojos que no pudo cumplir sus sueños ni antojos y que por caminar en una avenida estuvo presa en Buenos Aires. ¡Esto sí que es vida! ¡Esto es tranquilidad! Aquí en mi campo puedo caminar, aunque arrastrando mis cadenas. No será Buenos Aires, pero sí, es un Aire Distinto, si se vive en libertad. FIN