El gato con botas ayuda a su amo, el hijo menor de un molinero, a convertirse en un rico y poderoso marqués casado con una princesa. El gato engaña al rey haciéndole creer que su amo es el marqués de Carabás y posee grandes tierras y un castillo. Luego, el gato mata a un ogro que vivía en el castillo, liberando la propiedad para su amo. Gracias a las astutas maquinaciones del gato, el joven se casa con la princesa y vive fel
5. Sucedió una vez, que un molinero dejó a sus tres hijos, como única
herencia, un molino, un asno y un gato. Como es lógico, el mayor se quedó
con el molino, el mediano con el asno, y el pequeño con el gato. Y también
lógicamente, quien menos contento estaba con el reparto era el hijo menor,
que miraba a su gato y se quejaba:
—¿Qué voy a hacer contigo? —decía—. ¡Con un gato como herencia,
menudo futuro me espera!
El gato, que no era tonto, estuvo pensando un buen rato y por fin propuso
a su amo:
—Si me compráis unas botas y una capa, os prometo convertiros en rico
y poderoso en menos de un mes.
6. El joven no creyó demasiado en las palabras del gato, pero como le había
visto cazar ratones con gran presteza y además, no tenía nada que perder, le
dio las botas y la capa que el felino pedía. Mientras, éste buscó un saco y
una vez se hubo vestido y calzado, partió hacia el monte, dejando muy
intrigado a su amo.
—No os preocupéis; la fortuna os espera —dijo, al marchar.
Ya en el monte, el gato se las ingenió para cazar un conejo y, con él en el
saco, se dirigió a Palacio, donde solicitó audiencia para hablar con el Rey.
7. Una vez frente al soberano, dijo:
—Majestad, es para mí un honor poder ofreceros este rollizo conejo, de
parte de mi Señor, el marqués de Carabás.
Habréis podido imaginar que ese tal marqués de Carabás imaginario, era
el nombre con que el astuto gato había «bautizado» a su joven amo. Sea
como fuere, el caso es que el Rey aceptó aquel presente y se mostró muy
complacido.
—Dile a tu Señor que nos ha gustado mucho su obsequio —dijo.
Ese episodio se repitió varias veces, a lo largo de las dos semanas
siguientes. El gato visitó Palacio en otras cuatro ocasiones, regalando
siempre distintas piezas de caza al monarca, quien comenzaba a intrigarse
por la personalidad de ese marqués de Carabás tan obsequioso.
Un día, el gato supo que la comitiva real pensaba pasar a orillas del río.
Ni corto ni perezoso le dijo a su amo:
—Si seguís mis instrucciones, esta noche dormiréis en Palacio.
—¿Y qué es lo que debo hacer, según tú? —preguntó el joven.
—Muy sencillo: bañaros en el río cuando yo os diga.
Así lo hizo el hijo del molinero y tan pronto el carruaje del Rey pasó
cerca de la orilla, saltó el gato a la cuneta, gritando:
—¡Auxilio! ¡Mi amo se está ahogando! ¡Socorredle, por favor! ¡Es el
marqués de Carabás!
8. Al oír este nombre, el Rey ordenó que ayudasen al supuesto accidentado,
mientras el gato le explicaba que unos ladrones habían robado la ropa de su
amo, mientras éste se bañaba, golpeándolo después.
El joven, que no entendía nada, siguió la corriente a su gatuno servidor,
sobre todo cuando comprobó lo bien que le trataban los pajes reales.
Enseguida llegó un elegante traje de Palacio, con el que el joven se vistió.
A continuación, el Rey quiso conocer a quien le obsequiaba tan
continuadamente y pidió al falso marqués de Carabás que subiese al
carruaje, donde no sólo estaba el monarca, sino su bellísima hija, la
Princesa, quien no tardó en admirar la gallardía del joven, que con aquel
traje parecía un auténtico marqués.
9. El paseo se reanudó y las miradas entre la Princesa y el joven se
sucedían, preludiando un amor inevitable. A todo esto, el gato se adelantó a
la comitiva y al pasar junto a unos campos de trigo que circundaban el
camino, gritó a los campesinos:
—Buenas gentes, tan pronto pase el Rey, decidle que estos campos
pertenecen al marqués de Carabás y seréis recompensados.
Y exactamente, esto fue lo que pasó. Cuando el carruaje real se deslizó
junto a los trigales, el Rey comentó:
—¡Qué hermosos campos! ¿De quién deben ser?
—¡Del marqués de Carabás, majestad! —respondieron los campesinos.
10. El Rey se maravilló de que Carabás tuviese tanta riqueza y así se lo hizo
saber al joven, que respondió, algo aturdido:
—Ya veis, majestad ... Por fortuna, hemos tenido un buen año y el trigo
no ha de faltar.
Otro tanto sucedió cuando el carruaje atravesó unos magníficos viñedos.
El Rey preguntó a uno de los labriegos:
—¿A quién pertenecen estas viñas?
—¡Al marqués de Carabás, majestad! —respondió el campesino,
aleccionado previamente por el pillo del gato.
«¡He aquí un buen partido para mi hija! —pensó el soberano—. ¡Y me
parece que ella no le mira con malos ojos ...!»
Sin embargo, el trabajo del gato no había terminado todavía. Era
justamente ahora cuando llegaba la parte más difícil de la tarea. Al rato, el
felino llegó a un precioso castillo, habitado por un ogro que tenía muy
malas pulgas y asustaba muy a menudo a la población.
11. —Poderoso señor —dijo el gato, una vez le dejaron entrar en el castillo y
se vio delante del ogro—, he venido a presentaros mis respetos, puesto que
hasta mis lejanas tierras han llegado las noticias de vuestras proezas.
—¡Proezas son, en efecto! —asintió el ogro, ufanándose como un pavo
real.
—¿Es verdad, por ejemplo, que sabéis transformaros en león? —
preguntó el gato.
—¡Eso no tiene mayor importancia! —dijo el ogro—. ¡Mira!
Y al instante, se convirtió en un león tan fiero, que el gato no pudo por
menos que retroceder, asustado.
12. —¡Ja, ja, ja! —reía el ogro, satisfecho—. ¿Hay miedo, eh?
—¡Prodigioso, realmente prodigioso! —dijo el gato—. Pero... si he de ser
sincero, también me han dicho que además de tomar la apariencia de un
gran animal, podéis convertiros al mismo tiempo en un bichito tan pequeño
como ... digamos un ratón. Y, no os ofendáis, mi señor, pero eso ya me
cuesta un poco más de creer ...
El ogro se sintió picado en su orgullo y en un santiamén correteaba por
las baldosas, transformado en un minúsculo ratoncito. Ésa era la ocasión
esperada por el gato, quien no dudó ni un instante en saltar sobre el roedor y
acabar con él, tarea en la que era un excelente especialista.
13. Sin la amenaza del ogro, el gato reunió a la servidumbre y les dijo:
—Escuchad; dentro de un rato llegará el Rey, con un invitado suyo, el
marqués de Carabás. Os propongo que sirváis a este gran Señor, a partir de
ahora. No os faltará de nada y tendréis una vida mucho más tranquila que
con vuestro anterior amo, ya que el joven de Carabás es justo y honesto con
todos.
Los criados, que en realidad estaban bastante cansados del ogro y de sus
malos tratos, aceptaron. Así que cuando el carruaje real se aproximó al
castillo, el gato fue el primero en salir a recibir a los regios huéspedes.
—¡Bienvenidos al castillo del marqués de Carabás! —hizo revolotear su
empenachado sombrero sobre la cabeza.
El joven molinero ya se había acostumbrado a las sorpresas de su gatuno
mensajero y fingió que aquél era realmente su castillo.
—¡No sabía que vuestra riqueza y patrimonio fuesen de tal categoría! —
se maravilló el Rey, ante aquel despliegue de boato.
Los servidores cumplieron su papel a la perfección, y enseguida se
preparó una suculenta cena, con la que se agasajó a la comitiva. No le costó
demasiado al supuesto marqués adoptar su nueva personalidad, ya que era
muy despierto y además el gato le resolvía cualquier problema que pudiese
surgir. A los postres, habiendo todos bebido varias copas de vino y con la
euforia de un día tan completo, el Rey dijo al joven en un susurro:
—Señor marqués, nos gustaría que consideraseis la posibilidad de ser
nuestro yerno...
14. El marqués aceptó el gran honor que se le confería y quince días más
tarde tuvo lugar la boda, con unos festejos que todavía se recuerdan en el
lugar.
15. El agradecimiento del joven para con su buen gato, no tuvo límites. Poco
después de la boda, el felino fue nombrado Gran Señor de los Bigotes,
disponiendo de un ala del castillo para él solo.
Andando el tiempo, el marqués de Carabás hizo venir a sus hermanos
junto a él y los tres, cuando se reunían para comentar las anécdotas vividas,
bendecían la astucia del gato que su buen padre dejó en testamento al más
pequeño de los hermanos.
En cuanto al gato, tuvo una existencia tan regalada que nunca más
necesitó correr tras los ratones, a no ser que fuese para divertirse un rato.
16.
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