En la corte renacentista del Castello sforzesco milanés, en tiempos de Ludovico El Moro, un adolescente, empeñado en ser soldado y enamorado sin esperanza, conocerá a Leonardo da Vinci y será testigo de sus triunfos como artista y sus fracasos como inventor.
El mundo de los códices, novelado junto a la intriga y la aventura.
Editorial: ABAB Editores
Autor: Miguel Fernández-Pacheco
6. I
Quiero empezar avisando que la historia que me
propongo contaros tiene algo de disparatada, no poco
de desastrosa y otro tanto de ingenua; como ingenuo,
disparatado y desastroso fue el tiempo en que me tocó
vivirla. Sin embargo, confío en que se tenga por rigurosa-
mente cierta y, en ese sentido, advierto también que no
cambiaré los nombres de sus personajes, pese a que
muchos de ellos ocuparon en vida puestos muy princi-
pales, como Ludovico Sforza, llamado el Moro, su esposa
Beatrice d’Este o el maestro Leonardo, quien goza des-
pués de muerto, pese a sus extravagancias, de imperece-
dera fama.
Pero estimo que nada hay de censurable en los
hechos que aquí se narran, harto triviales y domésticos,
que no han merecido la atención de los grandes cronis-
tas y que hasta podrían resultar impropios en boca de
un viejo soldado, testigo de acontecimientos decisivos
que alteraron, en cambio, el curso de la historia.
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7. Dos años con Leonardo Primera Parte. El maestro en la cocina
Considerad, no obstante, que entrelazado en esa mayoría de los muchachos de Florencia, que era, como
madeja de sucesos banales surgió, como fruta temprana, ya habréis supuesto, el escenario de mis correrías… En
mi primer y único amor, que es lo que insistentemente fin, que ajeno a cualquier disciplina, campaba por mis
se me ha rogado que cuente en esta amorosa corte. respetos de la mañana a la noche, invirtiendo en tales
Establecido esto, paso a presentarme, dando de lado delicias, y otras por el estilo, mi tiempo todo.
a más pudores y prolegómenos, ya que no quisiera en Al regresar a casa, maltrecho las más de las veces,
modo alguno que mi verídica narración os llegara a eran de ver las reprimendas, gritos y achuchones con
cansar. que me recibían mis progenitores, que desesperaban ya
Soy Odoardo di Ser Piero y nací en Vinci hace más de encauzar por el buen camino mis pecadores pasos.
de medio siglo. Fui, de joven, artillero en el ejército de En particular, al autor de mis días, que era notario y
la Serenísima y, ya hombre, senté plaza como alférez había acariciado largamente el sueño de convertirme en
de zapadores con los imperiales, entre los que llegué a un digno jurisconsulto semejante a él, se lo llevaban los
alcanzar el grado de coronel, hasta que un arcabuzazo demonios cada vez que me escuchaba menospreciar
turco me colocó en la forzosa situación de retiro que con soeces palabras la Lógica, la Gramática o el Dere-
conocéis. cho romano, y se mesaba los cabellos cuando tenía que
Pero mucho antes, en la alocada adolescencia, era yo oír que mi única ilusión era abrazar la carrera de las
un muchachuelo inquieto, espigado y no mal parecido, armas y mi solo deseo consistía en enrolarme, en cuanto
con una insaciable sed de aventuras y un profundo cumpliera la edad requerida, en cualquiera de los ejérci-
aborrecimiento de los áridos latines y las huecas retóri- tos que por ese tiempo asolaban —y por desdicha siguen
cas, con las que mis maestros trataban de atiborrarme. asolando— nuestra querida patria, donde estaba con-
En cambio se me daba mejor que bien atrapar pája- vencido de que pronto adquiriría el honor y la gloria de
ros con liga y cazar con hurones. Presumía de poder un nuevo César.
cruzar a nado el peligroso Arno, desnudo cual mi madre El infeliz estaba más que harto de pagar vidrios
me pariera, y aun de ganar cualquier carrera que en él rotos, curar descalabros y tratar de hacer frente a los
se planteara. Se me tenía por indiscutible catedrático que, de vez en cuando, me traían a casa por las orejas.
asaltando ajenos huertos, y por consumado estratega al Pero, claro, de eso a consentir que su hijo se convirtiera
frente de una tropa de zagales a la que respetaban la en soldado había un abismo.
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8. Dos años con Leonardo Primera Parte. El maestro en la cocina
De modo que así estaban las cosas cuando ocurrió otro lado de la tapia, para consternación mía, lanzando
un hecho que no puedo dejar de consignar por poco además tales maldiciones y denuestos que en verdad
importante que pueda pareceros, ya que resultará defi- ponían los pelos de punta.
nitivo a la hora de evaluar mi carácter de esos días y Era primavera, y una de las tormentas propias de la
ayudará a entender por qué di con mis huesos en Milán estación estalló entonces en un violento aguacero.
y conocí de cerca a mi hermanastro Leonardo. Afortunadamente acerté a descubrir un pabellonci-
Era el caso que yo aguardaba cada mañana a una to, al parecer destinado a las herramientas, donde con-
linda jovencita, cuando iba a la iglesia acompañada de seguí guarecerme.
su aya, para, a su paso y en un lugar distinto cada día, Como no las tenía todas conmigo, pues sospechaba
ponerme sigilosamente a sus espaldas y darle un buen que mi perseguidor, pese a la lluvia, podría esperarme
tirón de trenzas, que por cierto tenía hermosísimas, des- aún, y puesto que el jardín estaba desierto, decidí aguar-
apareciendo después como alma que lleva el diablo. dar allí hasta que escampara del todo, cosa que no suce-
Pero he aquí que, un buen día, su señor padre, que dió en lo que restaba de mañana; así es que, aburrido
caminaba a unos metros de ella con un buen palo en de mantenerme inmóvil, se me ocurrió ponerme a jugar
previsión del atropello, dio en perseguirme con una agi- sobre una tabla con el limo que rodeaba el pabellón.
lidad y una constancia impropias de sus años. Absorto en tal distracción se me pasaron un par de
Ya se sabe que nuestra amada Florencia es pródiga horas casi sin sentir y lo que de mis manos surgió no
en callejuelas de casi laberíntico trazado, que en ese dejó de sorprenderme. Había modelado una feroz cabe-
tiempo yo conocía como nadie; pues bien, pese a tal za de Gorgona, en cuyos aterrados ojos y deformes fau-
conocimiento y pese a mi luenga experiencia en pareci- ces se introducían algunas de las serpientes que le ser-
dos lances, no conseguía despistarlo y solo encontré sal- vían de cabellos. Era ciertamente algo horrible, pero su
vación traspasando, con agilidad de acróbata, la tapia de expresión y su rara perfección me resultaron también
un frondoso jardín, donde, sin aliento y con el corazón notables, al punto que decidí llevarla conmigo, pues se
palpitante, aguardé a que sus pasos dejaran de sonar en me ocurrió la peregrina idea de que quizás regalándole
la calleja. aquello a la jovencita de las soberbias trenzas, conse-
Pero el miserable debía de sospechar sin duda que guiría aplacar sus iras, y hasta puede que las de su pro-
no podía andar lejos y pasaba y volvía a pasar por el genitor.
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9. Dos años con Leonardo Primera Parte. El maestro en la cocina
Había escampado hacía rato. Ya sin el acoso del peli- cuentas más adelante —y esgrimiendo la Gorgona des-
gro, me fue difícil volver a saltar la tapia, cuidando ade- apareció, reclamado por alguno de sus zurupetos.
más de que aquello no se desbaratara, de modo que Desde aquel día, para no aburrirme y quizás empu-
cuando al fin llegué a casa, una media hora después, jado también por cierto sentido de culpa, me hice con
estaba embarrado hasta la raíz del pelo y presentaba un un poco de barro y di en modelar algunas piececillas: un
aspecto tan lamentable que no es raro que despertara pequeño relieve de un centauro, que le agradó aún más
las iras de mi padre, quien, para desdicha mía, regre- que la Gorgona y me libró también de unos cuantos
saba en ese momento de una de sus múltiples obliga- pescozones; una Madonna, que traté sin éxito de que se
ciones. pareciese a la jovencita de las trenzas, y que gustó tanto
—¿Se puede saber qué has hecho esta vez? —excla- a mi madrastra que la colocó en su oratorio; y un pajari-
mó nada más echarme la vista encima—. ¿Y qué es eso llo, atravesado por una saeta de verdad, que finalmente
que escondes ahí detrás, tunante? me atreví a regalarle a la perseguida doncellica, quien no
Hube de mostrarle la monstruosa Gorgona, pero más solo no se reconcilió conmigo por ello, sino que empezó
que asustarle o enfurecerle, como esperaba, me dio la a sonreírle a uno de mis peores enemigos, jefecillo de
impresión de que le sorprendía gratamente. una banda rival. ¡Vivir para ver!
—¿De dónde has sacado esto? —interrogó entonces—. En fin, la cuestión es que cada vez que mi señor
¿En qué lío me has metido esta vez? ¿De quién es? padre le echaba la vista encima a alguna de mis obras,
—Lo he hecho yo. por designarlas de algún modo, se le cambiaba inme-
—¿Tú? ¿Dónde? ¿Cómo? diatamente el humor y, adoptando aires de complicidad,
—¡Qué importa dónde ni cómo! Lo he hecho yo y sacaba a relucir lo de su sangre artística, que no podía
basta. dejar de correr por mis venas puesto que tanto abunda-
—¿Tú solo? ba en las suyas.
—Naturalmente. He de decir, a estas alturas, que aunque el autor de
—Pues es bonito, sí señor. Impresionante. Tremendo. mis días era tenido por excelente notario, y como tal
Me recuerda… Bueno, se nota que llevas mi sangre… trabajaba hacía tiempo para la Signoria, él, llevado de
¡Y ahora vete a cambiarte! Y procura que tu madre no no sé qué estúpida vanidad, se consideraba, solo fami-
te vea con ese aspecto. Ya ajustaremos, tú y yo, nuestras liarmente, eso sí, todo un artista, y aunque nunca había
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10. Dos años con Leonardo Primera Parte. El maestro en la cocina
tocado un pincel ni se había manchado jamás con una —En efecto, ¿cómo lo has adivinado?
pella de barro, se las daba ante sus amigos íntimos de —Pero, padre, aunque vos apenas lo mencionéis, al
más que versado en pintura o escultura. servicio no se le cae de la boca.
Hay que añadir además que su primogénito —pese —Vaya con el servicio. Ya ajustaré yo…
a ser un primogénito bastardo al que no se refería en —Dicen, además, que tenéis otros bastardos y asegu-
público— era el famoso Leonardo da Vinci, que tanto ran que tantos o más que hijos legítimos…
destacara en el taller de Verrocchio y del que ahora decían —¡Cállate, desvergonzado! ¿Cómo te atreves? ¡A tu
que triunfaba en Milán. propio padre! Prestar oídos a semejantes habladurías…
A mí, tal manía me parecía ridícula. No obstante, Ya ajustaré yo… contigo y con ese servicio desleal, por
decidí aprovecharla al máximo en lo sucesivo y cada vez supuesto… Pero deseo hablarte de otra cosa… ¡Ah,
que se anunciaba tormenta doméstica, me ponía a mode- Madonna, qué mala es la gente! ¡Y tú, desde luego, has
lar con verdadera pasión. de ser mi cruz si no pongo coto a tu descaro! Bueno,
No sospechaba que tal actividad me acarrearía lo paciencia, calma… El caso es que quería contarte algo
que en aquel momento tuve por una verdadera des- que ocurrió mucho antes de que nacieras… De modo que
gracia. cállate y no me interrumpas. Verás: un día, un campesino
Y fue el caso que una de las pocas mañanas que mi de Anchiano me trajo una enorme rodela, cortada del
padre paraba en casa me llamó a sus aposentos y en el tronco de una vieja higuera, y me pidió que la llevara a
tono más solemne me dijo: Florencia para que alguno de sus artistas se la pintara
—Quisiera contarte una anécdota, ocurrida hace casi con el motivo que mejor le pareciera.
treinta años, antes de proponerte un proyecto que pue- »A mí se me ocurrió dársela a Leonardo, que por
de cambiar el curso de tu vida. esas fechas vivía con nosotros en Vinci y ya dibujaba
—Como gustéis, padre mío. como los ángeles, encargándole que la pintara. El chico,
—Supongo que alguna vez me habrás oído mencio- pues no era mayor que tú en esos días, empezó por
nar a un hermano tuyo, el mayor de todos vosotros, que pulir la tabla, que estaba sin desbastar, luego se la llevó
desdichadamente concebí en mujer indigna de nuestro a su cuarto, donde amontonó cadáveres de grillos, lan-
nombre. gostas, mariposas, culebras, búhos, cernícalos y otras
—Leonardo. especies de alimañas. La habitación despedía a los pocos
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11. Dos años con Leonardo Primera Parte. El maestro en la cocina
días un hedor que te puedes imaginar; pero él, que no »Poco tiempo después, incitado por mí, Leonardo
dejaba entrar a nadie, aseguraba que ni lo notaba, pese pintaría también una Gorgona, pero si quieres que te
a ser extremadamente delicado para los olores; tanta diga la verdad, la tuya me parece mucho más expresiva.
pasión ponía en lo que estaba haciendo. En fin, que no me cabe duda de que te aguarda un por-
»Cuando al fin, tras varias semanas de trabajo, me venir tan brillante como el suyo, quizás mejor; no en
permitió entrar para recoger la rodela, juro que me llevé vano eres hijo mío, y además legítimo. De modo que he
un susto de muerte, ya que en su centro, como surgien- decidido que te instales en Milán como discípulo de
do de una cueva, aparecía pintada una bestia monstruo- Leonardo.»
sa, pero tan real que semejaba estar a punto de esca- —Pero ¿os habéis vuelto loco, padre mío? ¿Queréis
parse de la tabla y abalanzarse sobre mí, con aquellos mandarme a Milán al cuidado de un sodomita?
ojos refulgentes y malignos, llenos de fiereza animal. —¿Cómo?… ¿Qué?… ¿Cómo te atreves? ¡Eres en ver-
Hasta el hedor corrompido que envenenaba el aire daba dad peor que la más deslenguada de nuestras criadas!
la impresión de salir de sus espantosas fauces. Pues ¡Hacerse eco de semejantes obscenidades! A ver, dime
bien, hace una semana, viendo la terrible Gorgona que inmediatamente. ¿A quién le has escuchado esa calumnia?
habías modelado, sentí algo muy parecido. Muchacho, —Pero, padre, cuanto digo es del dominio público.
¡basta de soñar con guerras librescas! Es indudable que ¿Es posible que lo ignoréis? Fue denunciado por dos
estás dotado para las artes. Porque fíjate cómo acabó veces en el tamburo que hay a la entrada del Palazzo Vec-
la cosa: chio. Toda la ciudad lo sabe. Dos veces, padre.
»Yo, por supuesto, no le devolví al campesino su —¡Nada se probó!
rodela, compré otra y se la hice pintar por cuatro cuar- —Que se probara es lo de menos. Para todo el mun-
tos, pero la de Leonardo se la vendí a un mercader do es la verdad.
milanés por la nada despreciable suma de doscientos —¡Pues es falso!
ducados. Poco después, ese mercader la vendería por —Padre…
cuatrocientos. ¿A que no sabes a quién? Precisamente a —¡Es falso, y basta! Las gentes son envidiosas y mez-
Ludovico Sforza, ¿te das cuenta? El mismísimo duque quinas. Y tú no muestras ser mejor que ellas.
de Bari, que ahora protege a tu hermanastro. ¡Menudo —Está bien, será como vos queráis. Pero no pienso ir a
éxito el de la dichosa rodela! Milán. Antes me escapo y me enrolo en cualquier ejército.
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12. Dos años con Leonardo
—¿Soldado? ¡Otra vez con esas! Juro que mientras
yo viva tú no serás soldado. Y juro también que si no te
vas a Milán, ¡y mañana mismo!, te haré encerrar en un
calabozo de la Signoria.
Salí corriendo de allí, ahogado por las lágrimas,
jurando a mi vez a gritos que me tiraría al Arno antes de
caer en las garras de semejante pederasta, y dejando a
mi padre congestionado de ira.
Pero no tuve el valor de cumplir mi amenaza. Sus II
gentes me arrancaron del pretil del Ponte Vecchio y, tras
algunos días a pan y agua en un lóbrego calabozo, más Os encontráis ante un viejo soldado, endurecido en
muerto que vivo, comprendí que era más sensato obede- treinta años de guerras ininterrumpidas, marcado, como
cer los designios de mi progenitor y me puse en marcha un mapa, por las cicatrices de cientos de combates. Pero
camino de Milán, sintiéndome el joven más desdichado tratad de imaginaros al jovenzuelo medio lampiño que,
del mundo. una tarde de domingo del mes de mayo, con el mejor
de sus trajes de terciopelo, un hatillo no muy volumino-
so y una carta de su padre para Leonardo, llegó a Milán
y preguntó por él en Corte Vecchia, donde tenía el taller.
Naturalmente, durante el viaje me había sobrado
tiempo para abrir dicha carta, cuyo contenido decía más
o menos así:
Querido Leo:
Espero que te encuentres bien y tengas todo el éxito
que mereces. Aquí todo sigue más o menos como siempre.
Odoardetto, portador de esta, es el segundo de mis hijos,
muchacho asaz travieso, pero de buen corazón, con la
cabeza un tanto a pájaros —figúrate que quiere ser solda-
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13. DOS AÑOS CON LEONARDO
fue escrita en San Lorenzo de El Escorial en 1997
y publicada por primera vez en 1999
en la editorial Edebé, de Barcelona.
La presente edición
se compuso en Bodoni Old Face BE Regular
y se acabó de imprimir en 2012
ASPICIUNT SUPERI
14. Quiero empezar avisando que la historia que me
propongo contaros tiene algo de disparatada, no poco de
desastrosa y otro tanto de ingenua, como ingenuo, dispa-
ratado y desastroso fue el tiempo en que me tocó vivirla.
Sin embargo, confío en que se tenga por rigurosamente
cierta…
En la corte renacentista de Ludovico el Moro,
un adolescente, empeñado en ser soldado contra la
opinión de su padre, conocerá a un insospechado
hermano mayor, el célebre Leonardo da Vinci, y será
testigo excepcional de sus triunfos como artista y sus
fracasos como inventor. Sin proponérselo, también
encontrará en Milán su primer amor, un amor inalcan-
zable, que desencadenará conflictos e intrigas.
I S B N 978-84-612-0274-4
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