El documento presenta información sobre la Segunda República Española en 6 puntos principales:
1) La oposición de Ortega y Gasset a la monarquía y el establecimiento de la República en 1931.
2) Los esfuerzos de modernización y reforma de la República encontraron resistencia de sectores conservadores.
3) La República tuvo éxito inicialmente en mantener la estabilidad económica durante la crisis, pero falló en aplicar plenamente reformas como la agraria.
cuadernillo de lectoescritura para niños de básica
ESPANYA - SEGLE XX. TEXTOS SOBRE LA REPÚBLICA.
1. TEMA 10 – 14 - 16. ESPANYA – SEGLE XX.
1. L’oposició d’ Ortega y Gasset a la monarquia.
La dictadura ha sido un poder omnímodo y sin límites que no sólo ha operado sin ley ni
responsabilidad, sino que ha entrado en el orden privadísimo, brutal y soezmente [...]. A este hecho
responde el régimen con el gobierno Berenguer, cuya política significa: volvamos tranquilamente a la
normalidad por los medios más normales, hagamos, «como si aquí no hubiese pasado nada» [...].
Pero esta vez se ha equivocado. Se trataba de dar largas. Se contaba que con pocos meses de
gobierno bastarían para hacer olvidar los siete años de dictadura [...].
Pero esta vez se ha equivocado. Éste es el error Berenguer. Al cabo de diez meses, la opinión
pública está menos resuelta que nunca a olvidar lo que fue la dictadura. El régimen sigue solitario,
acordonado, corno leproso en lazareto. No hay un hombre hábil que quiera acercarse a él [...]. Encuentra
sólo un general. Éste es el error Berenguer, de que la historia hablará.
Y como es irremediablemente un error, somos nosotros, y no el régimen mismo; nosotros, gente
de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros conciudadanos:
¡Españoles, nuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!.
Delenda est monarchia (la monarquía está destruida).
JOSÉ ORTEGA Y GASSET. El Sol, Madrid, 14 de noviembre de 1930
2. La Proclamación de la República
El 14 de abril de 1931, (en Madrid) obreros, empleados, estudiantes abandonaron sus
ocupaciones: todo el mundo se echó a la calle esperando la proclamación de la República. Alcalá Zamora
(futuro primer Presidente) exigió... que Alfonso XIII abandonase España "antes de la puesta del sol". No
obstante los dirigentes republicanos seguían dudando: Sanjurjo (general jefe de la Guardia Civil) les dijo
que a qué esperaban: ya no había gobierno, ya no había autoridad y la policía necesitaba saber a quién
debía obedecer. Entonces, los miembros del Pacto de San Sebastián se dirigieron a la sede del Ministerio
de la Gobernación, situada en la Puerta del Sol, ocupada por una muchedumbre que los aclamó. No sin
cierto temor franquearon el umbral: eran las ocho de la tarde; después de dudar algunos segundos, el
oficial de la guardia ordenó presentar armas al gobierno de la República. Aquella misma noche Alfonso
XIII partió hacia el exilio; se fue de España pero no abdicó; conservaba la esperanza de volver contando
con el apoyo de los partidarios que aún creía tener.
Joseph Pérez: Historia de España, Barcelona, 1999.
3. LA SEGONA REPÚBLICA.
En la II República se concentraron todos los grandes problemas que se arrastraban sin resolver
desde hacía cerca de un siglo y que eran los de España entera: la secularización del Estado y de la
educación, la no injerencia del Ejército y de la Iglesia en las decisiones del Estado; una reforma agraria,
planteada desde un siglo atrás, que era necesaria para dotar de mayor poder de compra a la masa de
población y robustecer el mercado nacional; y otra reforma, la autonómica, urgente en los países de la
periferia con identidad más definida; y, en fin, una «culturización» total y renovadora.
La Constitución votada en diciembre de 1931 y la legislación de dos años del gobierno de
Manuel Azaña abrían paso a la modernización política, el principio de soberanía popular y de que todos
los órganos del Estado republicano emanaban del pueblo [...]. La enseñanza fue laica, así como todos los
actos de la vida civil (como el matrimonio o los entierros). También se abría el proceso de las autonomías
regionales.
La Segunda República fue el primero y único intento serio de modernización del Estado, sentó
los principios de igualdad ante la Ley, derechos individuales y sociales. Sin embargo, la aplicación de
esos grandes principios encontró la resistencia de los sectores más conservadores. Los grandes temas se
convirtieron pronto en grandes problemas generadores de conflictos que culminarían en una guerra civil.
TUÑÓN DE LARA, M. y otros (1992): Transición y democracia, Barcelona, Labor, vol. X**, pp.14-15.
4. LA SEGONA REPÚBLICA.
El mayor elogio que puede hacerse de la Segunda República consiste, desde luego, en lo que
intentó ser. Nunca España había tenido un sistema político democrático y en 1931 intentó llegar a él... Sin
duda, parte de las causas del fracaso reside en las peculiaridades de los años treinta: se quería implantar
2. de manera súbita en un país, como España en 1931, cuyo nivel cultural y cuyas tensiones sociales
correspondían a los de Inglaterra o Francia de medio siglo antes. Además el clima cultural, político y
social europeo y mundial no era propicio... La clase política -que tuvo aciertos reformistas importantes-
cometió también muchos y graves errores. El principal de ellos fue ignorar que había un adversario con el
que compartir los fundamentos de la convivencia si de verdad se quería democracia. Eso, y la ausencia de
previsión de los resultados de la acción propia, explican el desastre final.
JAVIER TUSSELL: Historia de España. Edad Contemporánea. Madrid, 2001.
5. LA SEGONA REPÚBLICA.
Si algo sorprende en la historia de la Segunda República española es lo mucho que intentó hacer
en el poco tiempo que tuvo para ello, puesto que su etapa reformista se limita a dos años y medio (de
1931 a 1933). El nuevo régimen se estableció “sin causar víctimas ni daños”, en medio de una alegría que
no permitía prever cuán grandes iban a ser las dificultades que le crearía la hostilidad de un amplio
espectro de fuerzas sociales que se propusieron, desde el primer momento, derribarlo por la fuerza.
Un texto publicado por un combatiente franquista en 1937 refleja esta actitud inicial: “En 1931
hubo cambio político en España, y de entonces acá fue creándose, y adquiriendo luego de día en día
mayor ímpetu, la lucha de clases; en esta lucha llevábamos la peor parte las clases burguesas […]. Era
constante el comentario “esto no puede seguir así”, y yo he de decir que desde el año 1931 estaba
esperando que llegase el momento en que hubiéramos de jugárnoslo todo, absolutamente todo”.
La República nació en plena crisis internacional, y consiguió dejar a España al margen del
desastroso hundimiento de la economía mundial. En comparación con los desplomes de la producción y
del empleo que se dieron en otros países, los índices españoles muestran una relativa estabilidad e incluso
cierto crecimiento en algunos sectores, como consecuencia de que la mejora de la situación de los
asalariados hizo posible un aumento de su capacidad de consumo.
Aunque, como escribió Manuel Azaña, “1a obra legislativa y de gobierno de la República
arrancó de los principios clásicos de la democracia liberal”, se apartó inicialmente de ellos por la
conciencia de que era necesario intervenir para hacer frente a las consecuencias de la crisis. Había que
hacerlo, sobre todo, en lo referente a las condiciones de vida de la población trabajadora, en momentos de
paro y de conflicto. “Con socialistas o sin socialistas -añade Azaña-, ningún régimen que atienda al deber
de procurar a sus súbditos unas condiciones de vida medianamente humanas podía dejar las cosas en la
situación en que las halló la República”.
Falló, posiblemente, en otros aspectos, como en la política agraria, con una reforma de la
propiedad que hasta 1936 apenas había realizado nada, ya que, como dijo el anarquista italiano Camilo
Berneri, “fue aplicada en dosis homeopáticas”, y con el error de no haber entendido que no solo existía la
España del latifundio, sino también la de los pequeños y medianos productores de trigo, cuyos problemas
no supo atender, lo que los puso del lado de sus enemigos.
Se suele olvidar, sin embargo, que la parte esencial de su programa residía en su proyecto de
transformar la sociedad a través de la educación, por lo que deberíamos valorar lo que hizo esencialmente
en estos términos. La República se encontró con un gran déficit de escuelas y de maestros, al que se
enfrentó formando millares de nuevos maestros y construyendo numerosas escuelas. No bastaba con esto,
pero si hubiera seguido por ese camino unos años más, habría cambiado el panorama educativo del país.
Este interés por elevar la instrucción iba más allá de la escuela y se manifestó también en sus
esfuerzos por difundir la cultura entre los adultos, con las misiones pedagógicas, con la creación de
bibliotecas públicas o con campañas de teatro popular inspiradas por Alejandro Casona y por Federico
García Lorca. Estos reformistas ingenuos no habían entendido, sin embargo, la primera regla que todo
revolucionario, de derechas o de izquierdas, debe saber: que lo esencial es asegurarse el poder, y que la
transformación de la sociedad vendrá, si ha de venir, más tarde.
Una población ampliamente escolarizada, con una educación razonadora y laica, y unos
sindicatos que garantizasen a los trabajadores la libertad para negociar sus condiciones de trabajo y sus
salarios eran algo que no podían aceptar las derechas que, al ver fracasado en febrero de 1936 su intento
de conservar el poder dentro de las reglas de la democracia parlamentaria, renovaron sus viejos proyectos
de 1931 y decidieron evitar por la fuerza que hubiese otros dos o tres años como los de la primera etapa
de la República de izquierdas.
Era la reforma lo que temían y no una revolución que no figuraba en los propósitos de un Frente
Popular tan moderado que no aceptaba ni siquiera el subsidio de paro. Lo que reivindicaba Azaña era
completar “la revolución liberal” que “la clase media no había realizado a fondo, durante el siglo XIX”. Y
su preocupación por la instrucción se basaba en que el atraso de esta privaba de base al régimen
parlamentario, que había sido en este país “poco más que una ficción”.
3. El significado político monárquico Pedro Sainz Rodríguez enumera así los desmanes
revolucionarios de la política republicana que le movieron a sumarse a la sublevación militar: “Se
obligaba a los terratenientes a roturar y cultivar sus tierras baldías, se protegía al trabajador de la
agricultura tanto como al de la industria, se creaban escuelas laicas, se introducía el divorcio, se
secularizaban los cementerios, pasaban los hospitales a depender directamente del Estado...” Este es el
bolchevismo que se propuso combatir la insurrección militar de julio de 1936.
Una insurrección que emprendió desde su inicio -mucho antes de ocuparse de los partidos y de
los sindicatos, o de cuestiones como la reforma agraria- la destrucción del aparato educativo creado por la
República, hasta el punto de que la junta de Defensa de Burgos comenzó a tomar decisiones en esta
materia desde los primeros momentos. El 19 de agosto de 1936, al cabo de un mes del comienzo del
levantamiento militar, se ordenaba a los alcaldes que vigilasen que la enseñanza “responda a las
conveniencias nacionales”, que “los juegos infantiles, obligatorios, tiendan a la exaltación del patriotismo
sano y entusiasta de la España nueva” y que denunciasen “toda manifestación de debilidad u orientación
opuesta a la sana y patriótica virtud del Ejército y pueblo español”.
Que consideraban el esfuerzo educativo de la República como una amenaza lo demuestran las
palabras de José Pemartín, jefe del Servicio de Educación Superior y Media, que afirmó en 1937 que “tal
vez un 75 por ciento del personal oficial enseñante ha traicionado -unos abiertamente, otros
solapadamente, que son los más peligrosos- a la causa nacional. Una depuración inevitable va a disminuir
considerablemente, sin duda, la cantidad de personas de la enseñanza oficial”.
A la fase inicial de persecución y fusilamiento de maestros la siguió una tarea sistemática de
depuración, llevada a cabo a largo plazo y metódicamente, a la vez que se cerraban muchos de los
institutos de segunda enseñanza creados en esos años, alegando que eran demasiados para las necesidades
del país, y que se expulsaba de la universidad a los mejores docentes.
Se acostumbra a decir, basándose en la considerable presencia de escritores y académicos en las
filas del republicanismo, que aquella fue una República de intelectuales. Atendiendo a su proyecto social
y a sus realizaciones, me parece que es más apropiado calificarla como una República de maestros.
Cuando se cumplen 75 años del 14 de abril de 1931, conviene que recuperemos la memoria de
un régimen que, con todas sus carencias, pretendió construir una sociedad donde las graves cuestiones
que la dividían pudieran debatirse en un clima de libertad y convivencia. Es evidente que los problemas
han cambiado y que las soluciones de ayer no nos sirven hoy, Pero el espíritu de democracia que las
inspiró sigue siendo plenamente válido, y la clarificación de las causas que hicieron fracasar aquel
proyecto debe ayudarnos a evitar repetir viejos errores, a fundamentar una conciencia colectiva que nos
permita vivir en paz y avanzar conjuntamente, con la tolerancia que a ellos se les negó, y que no parece
abundar tampoco hoy en la escena política española.
JOSEP FONTANA, En defensa de la República. Clio, Revista de Historia, nº 54, p, 16-18, Madrid, 2006.
6. REFORMA AGRÀRIA.
Sea como fuere, en septiembre de 1932 se promulgó la norma que había de regular el acceso del
campesinado a la tierra. De haberse llevado a cabo, sólo en Andalucía habría afectado a 2.418.084
hectáreas, algo más de un cuarto de la superficie total de esta región. Pues bien, a finales de 1934,
después de dos años de vigencia, los asentamientos realizados eran en total 12.260, con una superficie
afectada de 118.837 hectáreas. Se estaba muy lejos del mínimo de 60.000-75.000 campesinos asentados
anualmente que propuso la Comisión Técnica para remediar el llamado problema agrario.
JIMÉNEZ BLANCO, JL. (1986): «Introducción», en Historia agraria de la España contemporánea,
Barcelona, Crítica, vol. III, págs. 121-122.
7. EL BIENIO DE LA DERECHA SEGÚN LOS HISTORIADORES
La izquierda llegó a contemplar el «Bienio Negro» (diciembre de 1933-febrero de 1936) como
un período de gobierno casi fascista. [...] Se trató de un «período estéril» dedicado a realizar un cambio
completo de la obra de la coalición azañista, desde el volver a pagar salarios a los sacerdotes hasta el
despido del personal de limpieza del ministerio. [...] Quizás el síntoma más revelador de un período en el
que los gobiernos les permitieron todo a los terratenientes sea el fuerte descenso de los salarios rurales y
el aumento de los desahucios.
R. CARR, España: de la Restauración a la democracia, 1875-1980