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Prólogo
La lluvia arreciaba sobre los terrenos del internado, haciendo
caer torrentes de agua sobre las enormes cristaleras de mi
inmenso dormitorio. Era la primera noche que dormía lejos
de casa y la soledad me acompañaba ahora más que nunca.
Mi madre había perecido hacía tan solo una semana y mi
odioso y arrogante tío me había arrastrado a aquella prisión
estudiantil, tan alejada de la mano de dios. No se me
permitió asistir al velatorio de mi madre, bajo el pretexto de
ser demasiado joven, pero he llegado a la conclusión que lo
que querían era deshacerse de mí cuanto antes, borrarme de
la faz de la tierra, hacerme desaparecer y, aunque suene mal
decirlo, por una parte me sentía feliz de alejarme de los
únicos parientes que me quedaban vivos. La despedida con
mi tío fue un gran alivio después de lo ocurrido, aunque
ahora me sintiera sola, pero sabía que iba a ser mucho mejor
así, ya que las únicas palabras que cruzó conmigo, nada
más dejarme a las puertas del internado, fueron: "espero que
seas feliz" y eso decía bastante de él. Ahora, en la inmensa
oscuridad que reinaba en mi cuarto, recordaba los momentos
con mi madre y deseaba no haber sido yo la propietaria de
aquel maldito libro, que no me había acarreado más que
problemas desde que mis dedos rozaron el desgastado y
asqueroso cuero de sus tapas. Había decidido esconderlo en
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una caja de plomo para mayor seguridad, pero dudaba de
que tan solo eso fuese efectivo para mantener a salvo al
resto de los estudiantes del internado. No quería por nada
del mundo hacerle daño a nadie pero, conmigo, allí, iban a
estar en peligro constante, por lo que no podía permanecer
allí durante demasiado tiempo. Debía buscar algún lugar
seguro lejos de todo y de todos y hallar por mí misma las
respuestas a los numerosos interrogantes que se agolpaban
en mi mente, pero hasta que llegase ese momento, debía
permanecer allí, arriesgando las vidas de los demás a causa
de mi propia cruz.
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1. Una nueva vida
"La sangre es vida y la vida es efímera"
"Desea la sangre del crepúsculo y huye de lo vivo"
Tan solo era medianoche, la lluvia no había cesado y yo me
hallaba bajo las sábanas con el libro demoníaco entre las
manos, tratando de descifrar las extrañas palabras allí
escritas. La tinta estaba desgastada y no se veía demasiado
bien, pero aún así, podía descifrar algunas de las frases
como si fuera mi idioma nativo. No comprendía mi situación
demasiado bien y tampoco sabía los efectos que el libro
podía ocasionarme a la larga, pero estaba más que
dispuesta a descifrar el texto. De otro modo, ¿qué sentido
tenía ser yo la propietaria del libro? Muchos antes que yo, lo
habían poseído y habían perecido al poco. ¿Por qué era yo
diferente?
"La vida dará mil vueltas y tu existencia quedará definida"
Cerré el apestoso libro, lo guardé en la caja y me concentré
en conciliar el sueño. Lo mirase por donde lo mirase, no
entendía ni una sola palabra de lo que estaba intentando leer
y, además, el día que se aproximaba sería demasiado arduo,
como para quedarme en vela la noche entera.
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No tenía ni la más mínima gana de levantarme, pero cuando
los primeros rayos de sol iluminaron el dormitorio, no me
quedó más remedio que levantarme a regañadientes y
embutirme en el uniforme del internado, es decir, una falda
más corta que larga y sin pliegues de color azul claro, que se
abotonaba con un imperdible en un costado, una blusa súper
escotada de manga pirata de color blanco y una chaqueta de
algodón de un color más oscuro que el de la falda, con el
escudo del internado en el lateral izquierdo de la misma. No
había medias, pantis o lo que fuera por ningún lado y
tampoco hallé los zapatos. Quien diseñó el uniforme fue un
completo idiota, pero debía encontrar los zapatos o, por lo
menos algo con qué cubrir mis piernas, que ahora estaban a
la intemperie, ya que la falda era tan sumamente corta que
tan solo llegaba hasta por encima de las rodillas.
Tuve que desistir en el intento, o si no, iba a llegar tarde al
desayuno. La impuntualidad estaba castigada muy
severamente y ya eran las 7:25, de modo que tan solo me
restaban cinco minutos para arreglarme y bajar con el resto
de estudiantes.
Hacía un frío terrible por el pasillo, propio del mes de enero,
y lo sentía más hondo por el hecho de caminar descalza y
medio desnuda. Cuando llegué al primer tramo de escaleras,
un cuadro, dispuesto de forma elegante sobre la pared
empapelada en flores, llamó mi atención. La imagen estaba
desdibujada, pero por la silueta se trataba de una mujer de
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poco más de dieciocho años, que vestía los ropajes propios
del siglo XV, siglo arriba, siglo abajo. Entre sus manos, el
autor de la obra, había pintado un retal de tela arrebujado y,
en segundo plano se podía distinguir la silueta de un castillo,
edificio antiguo, o algo medianamente parecido. Me quedé
embobada admirando el cuadro hasta que me di cuenta que
si no corría como nunca lo había hecho, llegaría realmente
tarde pero, antes de irme, leí la inscripción de la chapa bajo
la pintura: "Lady Lazzaro Valentine"
Bajé las escaleras de caracol tan aprisa que, cuando llegué
abajo, tuve un brutal encontronazo con uno de los
estudiantes que aguardaban la apertura de las puertas del
comedor.
-Perdón, lo siento mucho, iba despistada.- Farfullé tratando
de disculparme.
El chico parado frente a mí era de mi misma edad. Tenía el
pelo rojizo y liso y unos ojos tan verdes que parecían haber
robado el color a todos los campos del mundo. Era un poco
más alto que yo y tenía unos músculos impresionantes, no
como los de los culturistas, pero eran perfectos y bien
proporcionados.
-Tú eres nueva, ¿verdad?
-¿Por qué dices eso?- Pregunté indignada.
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-¿Por qué vas descalza?- Rió.- Y, no sé si te habrás dado
cuenta, pero hace un frío espantoso como para ir sin medias.
-Bueno, es que en mi cuarto no había nada de eso y, si
quería llegar al desayuno, no me ha quedado otra que bajar
a medio arreglar, ¿te importa?
-En absoluto, así estás mucho más guapa que el resto de
las chicas de por aquí.- Vale, típico de un capullo hacer
cumplidos a una chica en una situación tan embarazosa
como lo era aquella.- Soy Erik McNeil.- Se presentó y su
mano se extendió hacia mí en señal de amistad.
-Violet Lazzaro.- Estreché su mano, pero la solté al poco
en cuanto escuché el chirrido de las puertas del comedor,
que anunciaban su inminente apertura.
-Si quieres, puedo acompañarte luego al despacho del
director para que te diga dónde guardan las ropas de
mujeres, o puedo decírselo a alguna de las profesoras, si lo
prefieres.
-Gracias, pero creo que me las arreglaré yo solita.- Le corté
en seco.
La horda de estudiantes fue pasando al interior del amplio
comedor y, cuando llegó mi turno, me quedé pasmada. Más
que un comedor tenía pinta de un restaurante a gran escala.
Las mesas eran cuadradas, dispuestas en hileras perfectas.
Estaban cubiertas con manteles a cuadritos azules y blancos
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y sobre estos, estaban colocados los cubiertos, el vaso y la
servilleta, ésta también de tela. No había platos, sino que en
un extremo de la sala había una gran estructura en cuyo
interior había toda clase de comida, como en un buffet libre,
separada por primeros platos, segundos platos, postres y
bebidas, básicamente. Por lo que pude comprobar en un
rápido vistazo, había tres primeros platos y tres segundos,
postres diversos y una cantidad ingente de botellas de agua,
zumos y demás, todo en formato familiar.
Seguí a un grupo de chicas que cogían una bandeja de un
soporte de madera cercano a la puerta y luego las seguí
unos metros más adelante, donde una señora mayor con
redecilla estaba repartiendo un juego de platos por alumno
que se ajustaban a la perfección en los huecos de la bandeja
(como las que utilizan en los hospitales para servir la comida
de los residentes). Después, me giré a la izquierda, hacia la
vitrina que contenía la comida y me fijé en las dos barras de
metal dispuestas en horizontal, donde los estudiantes
dejaban descansar sus bandejas para poder servirse con
mayor facilidad. Se trataba de un gran invento, de modo que,
para no ser menos, dejé caer la bandeja, con los platos ya
colocados, sobre las barras. Me di cuenta que los demás
deslizaban su bandeja por las barras, de modo que los imité
y, al tiempo que pasaba por el primer plato apetecible, tomé
el cazo y dejé caer su espeso contenido sobre el plato hondo
antes de proseguir con el deslizamiento hacia la zona de los
segundos platos, donde repetí la misma operación. Cuando
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llegué a la zona de los postres, no hallé más que fruta, de
manera que me reservé de coger alguna pieza. El desayuno
ya estaba siendo demasiado raro como para añadirle más
guasa al asunto. El último tramo se componía básicamente
de pan tostado y botellas de agua y zumo, además de otras
sustancias que no identifiqué. El pan no me apetecía, pero
cogí una botella de zumo de melocotón.
Cuando acabé, recogí mi bandeja de las barras y busqué
una mesa libre donde poder sentarme tranquila a desayunar.
Sorprendentemente, casi todas las mesas ya estaban
ocupadas, de modo que me costó un poco encontrar un lugar
donde esconder mi cara hasta tener la suficiente confianza
como para sentarme a charlar con alguien. Atisbé una mesa
vacía al fondo de la sala, tan solo rodeada por una pareja
bien avenida, que sonreían como si se conocieran de toda la
vida y tal vez era así.
Dejé la bandeja entre los cubiertos y me senté en una de las
sillas acolchadas, agotada de tanto ajetreo desde por la
mañana.
-Es raro, ¿verdad?- Comentó alguien a mi espalda.
Agaché la cabeza desesperada. Para una vez que quería
estar sola, tenían que venir a molestarme en mi momento de
relax.
-¿Puedo sentarme contigo?- Erik se situó a un lado para
que pudiese verle la cara.
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-¿No tienes a nadie más para chafarle el día?
-Pensé que querrías compañía.- Rió y, sin esperar
autorización alguna, se apoltronó en la silla frente a la mía.
-Pues te equivocaste.- Dije con voz lo más cortante
posible.
-¿Por qué eres tan dura conmigo?
-¿Por qué tienes tanto interés en mí?- Solté con
brusquedad.
-Porque pareces mucho más inteligente que las demás
chicas, a pesar de ir descalza y sin medias.
-Deja de burlarte de mí.- Proferí tomando una cucharada
de mi arroz con leche.
-No lo hago,- Se defendió.- tan solo estaba tratando de
hacerte reír.
-Pues déjame decirte que no tienes dotes para humorista.
-Sí, ya me lo han dicho antes.- Rió partiendo las galletas y
echándolas sobre la leche.- Bueno, ¿y qué tal el primer día?-
Preguntó.
-Los he tenido mejores.
-¿Y eso?- La rapidez con la que engullía el desayuno no
era ni medio normal.- ¿Es que has tenido días peores?
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-Mi madre falleció la semana pasada.- Dije de corrida.- Y
ahora estoy empezando de cero, por decirlo de algún modo.
-¿No tienes más parientes?
-Se deshicieron de mí, ¿vale?- Grité.
-Vale, lo siento.- Se disculpó de inmediato.- Te prometo
que ya no voy a volver a mencionar el tema hasta que tú no
quieras.
-Gracias.
El desayuno transcurrió sin más contratiempos que lamentar.
Bastante mal me sentía ya por ser la chica nueva y no quería
llamar la atención más de lo necesario.
Erik se había empeñado en acompañarme al despacho del
director para solucionar mi pequeño problemilla y me faltó el
valor para negarme. Parecía como si, en tan solo media
hora, hubiéramos forjado un vínculo entre los dos y ya no
pudiésemos estar el uno sin el otro.
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2. En el infierno
La primera asignatura del día, biología, se impartía en el
laboratorio y, por desgracia, tuve que pedirle a la única
persona que conocía hasta el momento, que me mostrase el
camino. Lo primero de todo, tenía que recorrer el pasillo del
lado izquierdo de la escalera de acceso a los dormitorios y
torcer a la izquierda en la primera salida. Después, continuar
un poco más en línea recta y torcer a la derecha en la
segunda salida y, en ese punto, ya habría llegado a mi
destino. Bastaba decir que todo aquel entresijo de pasillos
hacían perderse a cualquiera que no conociera a la
perfección cada recoveco del internado.
-¿No quieres que te acompañe?- Se ofreció Erik notando
mi ahogo por la complejidad del asunto.
-Gracias, pero no, gracias.- Contesté.- Quiero intentarlo por
mí misma, si no te importa.
-En tal caso, nos vemos en clase.
Lo cierto es que estaba deseando que me acompañase.
Sería la única manera de no perderme, pero la situación
entre nosotros ya era lo bastante extraña y no estaba
dispuesta a complicarla más de lo necesario.
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Seguí las indicaciones de Erik a rajatabla, o al menos eso
creí, pero debía de haberme perdido algún capítulo, porque
donde se suponía que debía estar el aula del laboratorio,
había una gran fuente de piedra que emanaba agua a chorro
en sentido contrario al de la gravedad y un viento gélido
campaba a sus anchas por el lugar, provocándome un millar
de escalofríos.
Me acerqué a la fuente y tomé asiento sobre la piedra
redonda. Estaba húmeda y fría y pequeñas gotitas del agua
que subía a presión, empapaban mis largos y níveos
cabellos.
Me sentía frustrada. Había logrado perderme incluso cuando
estaba decidida a no hacerlo y ahora lamentaba no haber
aceptado la propuesta de Erik, que tan amablemente se
había ofrecido a acompañarme.
-¿Hay alguien ahí?, ¿Violet?
Me asusté y me levanté de un brinco de la roca. Había dos
posibilidades: una, o me estaba empezando a volver majara
o, dos, Erik me había encontrado. Yo votaba por la primera
opción.
-¡Soy Violet!- Grité, aunque no esperaba respuesta alguna.
Una chica de más o menos mi misma edad, de cabello largo
y castaño, ojos azules y cuerpo esbelto y proporcionado,
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salió del corredor por el que había llegado yo y se acercó a
mí, dándome tal achuchón, que creí que no lo contaba.
-Me llamo Cybille.- Se presentó nada más soltarme de sus
entusiastas brazos.- Perdona por lo del abrazo, es un tic que
tengo. Todos en el internado están acostumbrados, pero a ti
te ha debido de parecer extraño.
-No pasa nada.- Le mentí piadosamente. A decir verdad,
me había dado un susto de muerte.- ¿Estás sola?
-¡Qué va!- Exclamó.- Estaba con Erik, pero ha ido a avisar
al profe de que te hemos encontrado.- Tomó mi brazo como
si fuésemos amigas de toda la vida y empezamos a caminar
por uno de los corredores con total seguridad.- Tardas un
tiempo en acostumbrarte,- Dijo muy sonriente.- pero luego es
de lo más fácil, ya lo verás.
-Para mí no lo creo. Me pierdo hasta con un mapa.- Su
sonrisa se hizo más grande y, al poco, no pudimos dejar de
reír.- ¿Cómo es que habéis venido a buscarme?- Dije en
cuanto se me pasó la risa.
-Por tres motivos: uno, Erik estaba preocupado, dos, el
profe nos ha dado permiso y tres, no estamos
acostumbrados a perder alumnos, que no hayan querido
perderse voluntariamente.- Rió y me guiñó un ojo en señal
de complicidad y yo lo entendí a la primera.
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Cuando llegamos a lo que supuestamente era el laboratorio,
llamamos a la puerta y entramos en la sala sin esperar
respuesta. Todo el mundo se alborotó, pero fue el profesor,
un hombre alto y fuerte, de cabello rubio pálido, con perilla y
unos ojos más negros que el tizón, quien me alejó de Cybille
y me achuchó al igual que ella lo había hecho minutos antes.
-Es mi padre adoptivo.- Me susurró mi, al parecer, nueva
amiga en tanto que el profesor me dejó respirar. Ahora ya
sabía de dónde venía el misterioso tic.
-Vale, chicos.- Les llamó la atención el profe.- Puesto que
ya hemos localizado a la Sta. Lazzaro,- Las risitas ahogadas
me hicieron sentir como una tonta.- podemos continuar con
la clase. Violet,- Me llamó.- toma asiento junto a Erik y
Cybille.- Asentí, pero maldije mi mala suerte.
Cybille me llevó de la mano (ni que fuera una niña) hacia la
larga mesa blanca donde ya estaba sentado Erik.
El laboratorio era más grande de lo que había imaginado. No
se trataba de un aula común y corriente. Las mesas donde
estaban sentados el resto de los estudiantes, parecían tener
cabida para no más de tres personas y estaban dispuestas
en círculo en lugar de horizontalmente, como era lo habitual,
para que todos nos pudiésemos mirar a la cara, supuse. El
centro de la circunferencia estaba presidido por una mesa
cuadrangular con dos sillas y las paredes estaban
amuebladas con vitrinas y un par de estanterías con libros,
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seguramente de consulta. Había también un perchero de pie,
frente a una de las vitrinas, con una triste bata blanca
colgada y no había pizarra.
Tomé asiento entre Erik y Cybille, de manera que él estaba a
mi izquierda y ella a mi derecha, y coloqué las manos sobre
la mesa con suavidad. Me fijé en que cada estudiante tenía
un libro de texto sobre la mesa, junto con un taco de folios y
un juego estándar de escritura que se componía de bolígrafo
azul, negro, rojo y verde, tres marcadores fluorescentes, un
rulo de goma con su correspondiente porta-gomas, un
carboncillo, un portaminas de mina gruesa, como la de los
lapiceros, y otro de mina fina, con sus correspondientes
recambios (y eso era a lo que llamaban estándar).
-Algunos de vosotros ya estuvieron conmigo el año
pasado,- Comenzó el profe.- de modo que ya saben cómo
trabajo. Para los que no… lo irán aprendiendo sobre la
marcha.- Rió.- Eso en lo referente a las clases. Ahora, como
vuestro tutor, solo decir que considero el respeto
fundamental, de manera que no me hagan enfadar.- Levanté
la mano sin pensar.- ¿Sí, Sta. Lazzaro?
-Ya que es nuestro tutor, ¿puedo preguntar por qué los
dormitorios son tan grandes?- Tenía esa curiosidad desde
por la mañana.
-Puede.- Rió el profe.- Y es una pregunta que deberían
habérsela hecho todos ustedes. Los dormitorios de los
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estudiantes son tan grandes porque están dispuestos para
nada más ni nada menos que tres personas.- Volvió a reír.
-¿Ha dicho para tres personas?- Insistí.
-Si miran a su derecha e izquierda, conocerán a sus
compañeros de habitación.
Se me encogió el corazón. ¿Tendría que compartir
habitación con Erik? Esto parecía una pesadilla de la que no
me iba a despertar nunca.
-Usted llegó aquí antes de empezar las clases y, ¿no se ha
dado cuenta que en el dormitorio designado para usted hay
tres camas?
-Sí.
-Pues ahí tiene la respuesta.- ¡No, no, no! Esto tenía que
ser un mal sueño.
-Pero…
-Se está preguntando el porqué de la no separación entre
chicos y chicas, ¿cierto?- Asentí. El profe rió con más
ganas.- Eso… pregúnteselo al director.- Menuda respuesta.
Había salido por patas ante una sencilla pregunta.
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3. Compañeros de habitación
Después de la clase de biología, en la cual había estado
demasiado distraída pensando en que Erik sería mi
compañero de cuarto, Erik, Cybille y yo, nos encaminamos
juntos (habían decidido no dejarme sola por si me volvía a
perder) hacia el aula de cálculo, más sencillamente llamado
matemáticas, por lo menos para mí. No lograba comprender
la razón que tenían para cambiarle el nombre a las
asignaturas. Resultaba de lo más irritante.
Una vez llegamos al aula correspondiente, tomamos asiento
en una de las grandes mesas marrones. La disposición de
aquel aula era exactamente igual a la del laboratorio, a
excepción de las vitrinas, que se habían transformado en
estanterías con un millar de libros y el color de las mesas,
por supuesto. Todo lo demás era idéntico: la disposición de
las mesas en círculo, la mesa con dos sillas en el centro del
mismo y tampoco había pizarra. El libro de texto estaba
sobre la mesa, frente a cada estudiante y, además del juego
de escritura estándar (aún no comprendo por qué lo llaman
así), había una calculadora, un compás y un juego de reglas.
La profesora era una mujer bajita y canosa de mediana edad.
Tenía un aire risueño y nos sonreía satisfecha y, aunque no
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la conocía, supe que su asignatura no iba a resultarme nada
difícil, a pesar de ser bastante mala en matemáticas.
-No te fíes de su apariencia.- Me susurró Erik al oído.-
Tiene una fama bestial.
-¿A qué te refieres con bestial?- Le dije sin siquiera mirarle
a los ojos.
-Me refiero a que va a matar, de modo que estate alerta.
-La tuvimos el año pasado.- Intervino Cybille.- Y
aprobamos la asignatura por los pelos, aunque con eso no
quiero asustarte.- Demasiado tarde.- Tú hazlo lo mejor que
puedas.
-¿Cuánto tiempo lleváis aquí?- Susurré.
-Sólo un par de años, suficiente para saber de qué pie
cojean los profesores.- Rió Erik.
-¿Y siempre ha sido así?- Salté.- Me refiero a la
dinámica… al internado en general.
-Básicamente,- Respondió Cybille.- Aunque en lo que
respecta a los compañeros de habitación, por lo general
cambian todos los años.
-¿Entonces el año que viene no vamos a ser compañeros
de cuarto?- Pregunté esperanzada, más por Erik que por
ella.
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-Depende que cómo funcione el grupo.- Intervino Erik.- Yo
conozco una chica que sigue conservando a sus
compañeros desde hace tres años, por lo menos,- Mierda, mi
gozo en un pozo.- pero todo depende de los profes, de modo
que hagas lo que hagas, la última palabra la tienen ellos,
aparte del director.- Suspiré.
El tiempo pasó volando y, muy a mi pesar, tampoco pude
concentrarme en la lección. Tenía la cabeza embotada con
maquinaciones, no del tipo malicioso, sino que, al tener
compañeros de habitación, tenía que encontrar la forma de
que no descubrieran mi terrorífico secreto. El libro
demoníaco no se encontraba a la vista, pero de seguro
sentirían curiosidad por la caja de plomo que había dejado
sobre la mesilla de noche de mi lado del dormitorio y,
además, estaba el tema de la intimidad. Todavía no lograba
hacerme a la idea de que iba a compartir mi espacio vital con
un chico que, aunque no lo quisiera reconocer, estaba
buenísimo.
La tercera hora del día, antes del almuerzo, se impartía en el
establo situado dentro del complejo del internado, pero
bastante alejado del edificio. Erik me había comentado
durante la última clase, en uno de los escasos momentos
que había intentado prestar atención a la profesora, sobre la
asignatura que tendríamos a continuación: equitación, de
modo que no me pilló tan de sorpresa cuando la profesora,
una mujer estirada de unos treinta años de edad, con un pelo
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moreno y largo hasta la cintura y unos andares demasiado
elegantes para mi gusto, me presentó a mi compañera
equina, una hermosa yegua de color blanco, que atendía al
nombre de Luna.
Por primera vez en mi vida, supe cómo se sentía una
servidora en el cielo y también, por primera vez desde que
había llegado al internado, me sentí de lo más relajada.
El tema de la equitación lo tenía más que dominado, ya que
en el pueblo donde viví con mi madre hasta que nos vimos
obligadas a trasladarnos a la ciudad, teníamos un caballo,
bueno, más exactamente era una yegua y también era
blanca, de manera que ahora, montada sobre Luna y dando
un paseo por el bosque del recinto (los terrenos del internado
son bastante amplios), me sentía como en casa. No era mi
casa en realidad, lo sabía, como también sabía que no me
podría quedar allí por el maldito libro demoníaco, pero quería
soñar por una vez que había encontrado un lugar donde
estar a gusto, aunque no fuese cierto.
-¿No tienes hambre?- Me preguntó Erik a la hora del
almuerzo.
Aunque pareciera raro, estábamos sentados en el mismo
rincón, en la misma mesa, que había escogido durante el
desayuno, es decir, la más alejada, aunque ahora ya no
estábamos solos, por suerte, Cybille se hallaba sentada a mi
lado, dándole un mordisco a una grandiosa tostada.
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-He desayunado demasiado.- Respondí apática.
-¿Aún te preocupa el hecho de “vivir juntos”?- Aventuró.
-¡No digas idioteces!- Grité exasperada.- ¡Ni que fueses el
Rey!- Erik suspiró y Cybille se quedó con la boca abierta,
mirándome pasmada.
-Perdonadme.
En cuanto me levanté, Erik me agarró del brazo en un intento
por detenerme, aunque fue Cybille quien tuvo más suerte,
agarrándome de los hombros y obligándome a sentarme de
nuevo. La escena había atraído a un montón de miradas
curiosas. Metí la cabeza entre las manos en un intento por
pasar desapercibida.
-Relaja un poco, ¿quieres?- Me reprendió Erik dándome un
capón.- Y come.- Añadió colocando de nuevo en su sitio el
plato que yo misma había apartado.
-Ya te he dicho que no tengo hambre, así que no insistas.-
Dije retirando nuevamente el plato.- ¿Qué clase hay ahora?-
Me urgía cambiar de tema cuanto antes.
-Por hoy ya no hay más clases.- Respondió Cybille con la
boca tan llena que casi no se la entendía.- Podemos
deshacer las male…- Tosió y Erik y yo no pudimos reprimir la
risa.
-Eso te pasa por comer tan deprisa.- Reí.
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-Al menos te he hecho reír.- Observó y lo cierto era que
tenía razón y ahora me encontraba más relajada.
-Gracias.
-No hay de qué.- Dijo con la boca llena, a lo que Erik y yo
respondimos con sonoras carcajadas.
El comedor ya se estaba vaciando cuando Cybille acabó de
almorzar y pudimos ponernos en camino hacia los
dormitorios. Por lo general estaría contenta de regresar a mi
espacio vital, pero en cuanto vi el panorama, se me cayó el
alma a los pies. El pasillo estaba abarrotado de estudiantes
que acarreaban con sus cosas, o al menos la mitad de ellas,
hacia sus nuevos alojamientos. Basta decir que casi no
había espacio para pasar a causa de los enormes
maletones, bolsas y cajas que estaban dispersos aquí y allá
y, en lo que hubiera tardado menos de un minuto en llegar a
mi cuarto, tuve que emplear al menos quince, sorteando todo
aquel desbarajuste de alumnos y maletas, además de unos
cuantos posibles pisotones.
-¡Nos vemos ahora!- Me gritaron Erik y Cybille haciéndose
oír entre la bulliciosa multitud.
-¡Es la 9!- Grité internándome, por fin, en la seguridad de
mi cuarto, suspirando y deseando que todo aquello acabase
pronto.
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Aunque la puerta del dormitorio estaba cerrada, no aplacaba
el griterío del exterior y me hubiera gustado que el cuarto
estuviera insonorizado, por lo menos hasta que pasase todo
aquello.
Bueno, lo primero de todo era esconder en algún lugar
alejado la caja de plomo que contenía el maldito libro para
que a mis nuevos compañeros no se les ocurriese la gran
idea de abrirlo, desvelando así mi secreto, aunque también
podría decirles que era un joyero, o algo por el estilo.
Deseché la idea de inmediato, ya que quién no se iba a
resistir ante la idea de cotillear las cosas de los demás. Me
acerqué a la mesilla, donde descansaba la caja pero, en
cuanto la fui a coger, la puerta se abrió de golpe, dando paso
a una más que cargada Cybille.
-¿Quieres echarme una mano?- Me rogó exasperada.
-No me digas que todo eso es tu equipaje.- Exclamé.
Me acerqué hasta ella, le cogí el bulto más grande que
llevaba y lo dejé caer suavemente sobre la alfombra en la
que descansaba una gran mesa redonda, dispuesta en el
centro de la habitación. Para mi sorpresa, Cybille dejó caer el
resto de los bártulos y salió corriendo de la habitación.
Al poco, llegó Erik acarreando una triste maleta y algunos
papeles enrollados y al ver el maletón de Cybille, ahogó un
grito.
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-No me digas que todo esto es de Cybille.
-Pues al parecer hay más.- Respondí.
Erik se acercó a una de las dos camas vacías, dejó la maleta
y los papeles en el suelo y se tiró en pancha sobre la colcha.
-Me parece que nos vamos a quedar sin esp…
-¡Ayuda!
Erik dio un respingo en la cama y yo me puse alerta. Cybille
se paró en el umbral del cuarto con aire suplicante, al tiempo
que nosotros hacíamos de tripas corazón y descargábamos
sus brazos de un acuario en miniatura y un par de cajas más.
-Y ahora me dirás que hay más.- Me quejé colocando la
pecera en la mesilla de noche del lado de la cama que había
quedado libre.
-Solo un par de cuadros y unos cuantos posters.- Suspiré.
-Mas te vale que así sea.- Le amenazó Erik, pero Cybille se
limitó a sacarle la lengua y a salir del cuarto con una sonrisa
de oreja a oreja.
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4. La primera noche
Cuando Cybille regresó al cuarto, trajo más trastos consigo:
un par de retratos, que a mi parecer no pegaban en absoluto
con el resto del dormitorio y un enorme rollo de papel que, se
suponía, eran posters.
-¿Y dónde se supone que vas a colocar todo eso?- Se
quejó Erik desde la cama.
-Son para decorar mi lado del cuarto.- Se defendió Cybille
desplegando el largo rollo sobre la cama.
-Yo también lo voy a decorar, pero tampoco es que me
quiera ahogar.
-Tú decora tu lado a tu gusto, que ya me ocuparé yo de mi
lado, por cierto,- Vi cómo Cybille miraba a un lado y a otro,
buscando dónde colocar el primer poster.- ¿puedo utilizar
parte de tu espacio?
-Oye, tú, no tengas tanto morro.- Saltó Erik.- En primer
lugar, cada uno tenemos nuestro espacio y, en segundo, no
deberías haber traído tanos trastos, sabiendo que ibas a
compartir habitación. Si ves que te quedas sin espacio, lo
más lógico que puedes hacer es elegir.
-Ya, pero es que no puedo.- Se quejó.
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-Pues yo no lo voy a hacer por ti.
Suspiré. El cansancio acumulado ya estaba empezando a
hacer estragos, aunque viendo el comportamiento de Cybille
frente a aquellos posters, podía llegar a comprenderla, sin
embargo, por otra parte, Erik tenía razón. Ella tenía
demasiadas cosas y la mitad de ellas no iban a caber en su
espacio de la habitación.
Cybille cayó sobre la cama, abatida, al igual que lo habíamos
hecho Erik y yo minutos antes. Los tres nos encontrábamos
realmente agotados y, aunque le daba mil vueltas a la
cabeza, no conseguía determinar la razón de aquel repentino
cansancio.
-¿Qué hay que hacer esta tarde?- Susurré medio
adormilada.
-Dormir.- Respondió Cybille.
-Ídem, compañera.- Corroboró Erik.
Unos golpecitos en la puerta me hicieron saltar en la cama
del susto. El reloj de mi mesilla marcaba las 1:45 del
mediodía, lo que significaba que nos habíamos quedado
dormidos. Los golpes en la puerta se repitieron, haciéndome
levantarme de la cama a regañadientes para abrirla.
-Es hora de comer.- Informó el profe de biología.- ¿Estáis
bien?
31. 31
-Estábamos cansados y nos hemos debido de quedar
dormidos.
-¿Cybille también?- Insistió preocupado.
Abrí la puerta de par en par para dejarle ver el interior del
dormitorio. Erik Y Cybille aún dormían a pierna suelta
aunque, por suerte, ninguno de los dos roncaba.
-De acuerdo,- Accedió el profe sonriente.- pero la próxima
vez dejad algo para la noche. Quince minutos, ¿de
acuerdo?- Asentí y cerré la puerta nada más el profe enfiló
hacia otra habitación.
Me froté los ojos tratando de despejarme. Aún estaba
dormida y lo cierto era que me rugían las tripas. Me acerqué
a la cama donde descansaba Cybille y la zarandeé
suavemente hasta que reaccionó. Luego repetí la operación
con Erik, que, por cierto, también estaba buenísimo cuando
dormía, hasta que los tres estuvimos lo suficientemente
despiertos como para bajar al comedor.
-No hemos tenido tiempo de echar un ojo por la
habitación.- Se quejó Cybille tomando una cucharada de la
sopa de guisantes que se había servido de primero.
-Eso es porque te has quedado dormida.- Le espetó Erik
con la nariz manchada por un espagueti demasiado
resbaladizo.
32. 32
-No tiene nada de particular.- Intervine dándole vueltas al
tenedor en mi plato de espaguetis.- Aparte de las camas, los
armarios, las mesitas y la mesa central, hay un baño enorme,
con bañera y placa de ducha y una especie de cocina, con
un frigo y un microondas y una pila de armarios, además de
la pila, claro está.
-¿Y el frigo está lleno?- Preguntó Cybille con la boca llena.
-El frigo, no, pero he metido unas cuantas tabletas de
chocolate que me traje de casa en uno de los armarios.
-Yo tengo una caja entera de galletas y otras dos de pastas
de té que podemos meter allí también.- Erik ya iba por el
segundo plato, aun cuando nosotras dos no habíamos
terminado ni el primero.
-Chachi.- Reí.
-Bueno, ahora que ya estamos más o menos en pie, ¿qué
os apetece hacer esta tarde?- Preguntó Cybille muy
animada.
-¿Qué se puede hacer?- Pregunté terminándome el
segundo plato, albóndigas en salsa.
-Bueno, como es día de entresemana no podemos salir,
pero podríamos hacer algo divertido.
-¿Cómo qué?- Intervino Erik pensativo.
33. 33
-Montar a caballo.- Ofrecí.
-No está nada mal.- Me alabó Erik culminando su postre,
un enorme flan de vainilla.- ¿Te parece, Cybille?
-No soy demasiado diestra, pero si no me tira el caballo…
vale, por mí no hay problema.
-Espera un momento,- Intenté recapitular lo que Cybille
había dicho anteriormente.- ¿has dicho que podemos salir?
-Los fines de semana,- respondió Erik desparramándose
en la silla.- aunque tenemos toque de queda.
-Y eso es…- Empecé.
-Antes de medianoche.- Completó Cybille imitando a Erik.
-A medianoche en punto hacen recuento de todos los
estudiantes y vuelven a pasar a las… cinco, me parece.-
Bostezó Erik.
-Oye, tú estás muy enterado de eso, ¿no?- Se mofó Cybille
guiñándome un ojo.
-Bueno, he tenido alguna que otra escapadita… y nunca
me han pillado, no como a otras.- Miró de reojo a Cybille.
-Eso no fue culpa mía.- Se envaró.- La culpa la tuvo uno de
mis compañeros de cuarto, que se puso a gritar nada más
entrar en el bosque.
34. 34
-Sí, ya, seguro.- La risa de Erik era tan perfecta, que
parecía un modelo de esos que posan para que todo el
mundo pueda ver lo perfectos que son.
-¿Y a qué fuisteis al bosque en plena noche?- Pregunté y
Cybille y Erik se me quedaron mirando como si hubiese
preguntado una barbaridad.
-¿A qué van un chico y una chica al bosque en plena
noche, si no es para enrollarse y para tener un poco de
intimidad?- Respondió Cybille.
-¡Aaah!- Ahora sí que parecía estúpida de verdad.
-Deberíamos enfilar ya para el establo.- Me salvó Erik
poniéndose en pie. Un día de estos le daría las gracias por
sacarme del apuro.
El paseo a caballo resultó de lo más reconfortante, incluso
encontramos una especie de charca donde pudieron abrevar
los caballos y, aun cuando hacía fresco, me sentía de lo más
relajada, mucho más que durante la clase de equitación.
Cuando llegó la hora de regresar a cenar, traté de darles
largas a mis compañeros, pero no funcionó, de modo que
recogimos los caballos y volvimos dando un paseo al establo
para dejar los caballos y luego al edificio.
Mi cabeza daba vueltas todavía sobre el hecho de cómo iba
a ser capaz de ocultarles el libro demoníaco a mis
35. 35
compañeros y, además, estaba el hecho de que iba a
compartir habitación con Erik. Aparte de esos pequeños
detalles, estaba feliz o, al menos, todo lo feliz que podía
estar en mi situación.
-Estoy muerta.- Dijo Cybille arrojándose sobre la cama.
-Todos lo estamos.- Comentó Erik desde su lado del
dormitorio quitándose el jersey que cubría la flamante blusa
blanca con el escudo del internado.- Voy a pegarme una
ducha y mientras, vosotras, os podéis ir poniendo el pijama,
o lo que queráis.
Cybille y yo nos miramos y, en cuanto Erik se metió al cuarto
de baño, nos empezamos a reír a carcajadas.
-¿Hace fiesta de pijamas esta noche?- Propuso Cybille
todavía riendo.
-Chachi.- Dije peleándome con las medias.- Mañana no
hay clase, ¿no?
-Por suerte.- Rió.- Lo que no entiendo es por qué narices
las clases han de empezar un viernes.- Se quejó echando a
un lado de la cama la falda que se había quitado.- Es de
locos.
-¡Uaah!- Exclamé observando la mancha rosácea que tenía
en el muslo.- Qué pedazo de mancha que tienes.
36. 36
-Sí.- Rió.- Siempre me sale en esta época del año. Al
menos puedo dar gracias que en verano se borra.
Terminé de desvestirme y de ponerme el pijama, al tiempo
que Erik hacía su aparición en el cuarto, pillando a Cybille a
medio vestir. Yo me levanté de la cama a toda prisa y
empujé a Erik, que parecía haberse quedado embobado con
los pechos de Cybille, hacia la cocina para coger las tabletas
de chocolate del armario.
-¡Idiota, podías haber avisado!- Le grité y abrí la puerta del
armario que se hallaba sobre su cabeza.
-¡Ay!- Se quejó rascándose la coronilla.- Ten más cuidado.
-Has sido tú, que estabas en medio. ¿Estás visible ya,
Cybille?- Grité.
-Sííííí.
Erik y yo salimos de la cocina y entramos de nuevo en el
cuarto. Cybille estaba echada sobre la cama con un libro
entre las manos y, en cuanto nos vio, tiró el libro sobre su
mesilla y se abalanzó a nuestros brazos, haciéndome tener
que soltar las tabletas de chocolate, que cayeron al suelo en
un golpe seco.
-¡Fies-ta!- Gritó.
Erik y yo sonreímos y, mientras él fue a buscar una radio
para poner un poco de música para hacer ambiente, Cybille y
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yo nos dedicamos a mover la mesa central hacia un lado
para hacer hueco a una manta y podernos tumbar en el
suelo.
Una vez estuvo todo listo y Erik consiguió localizar la mini-
radio, lo dejamos todo preparado y bajamos al comedor a
cenar y a ver si podíamos subir algo de comer al dormitorio,
cosa que resultó más fácil de lo que esperaba.
Eran casi las diez cuando acabamos de cenar y subimos al
dormitorio cargados hasta las orejas de todo lo que nos
habían dado las cocineras. Entre más chocolate, más
galletas, bolsas de patatas fritas, algunas piezas de fruta y
hortalizas, un par de cajas de leche, algunas latas de
refrescos y algunas cosas más, teníamos para llenar no
todos, pero casi todos los armarios de la cocina, además del
frigorífico. Más que un internado, parecía un hotel de cinco
estrellas, pero no me podía quejar, es más, no quería
quejarme. Me estaba empezando a gustar vivir allí y tal solo
lamentaba el hecho de que no me pudiera quedar.
Subimos todo al dormitorio y, una vez que lo guardamos todo
en su sitio, pusimos música, nos tiramos sobre la manta,
donde habíamos dejado algunas cosas para picar, y nos
propusimos relajarnos, charlando, riendo y haciendo alguna
que otra broma.
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5. Aliados
La sirena perforó mis tímpanos como agujas encendidas,
provocando que la galleta, a la cual estaba tratando de darle
un bocado, se me escurriera de entre los dedos del susto.
Erik y Cybille me miraron sonrientes desde su posición en la
manta.
-¿Qué narices ha sido eso?- Pregunté todavía aturdida.
-El toque de queda.- Respondió Erik sin dejar de reír a
moco tendido.
-Encima no os burléis de mí.- Me quejé y me puse en pie
enfurruñada.- ¿Qué iba a saber yo?
-Violet, no te pongas así, anda.- Cybille intentó darme un
abrazo, pero me aparté de ella.
-Te comportas como una niña a la que le ha dado una
pataleta.- Erik me agarró del brazo para hacerme volver a la
manta, pero me resistí. Tenía la cabeza embotada.- ¿No nos
vas a decir lo que te pasa?- Me suplicó con ojitos de niño
bueno, rodeándome bien fuerte con sus brazos.
-Yo…
39. 39
-Está bien Erik.- Cybille me separó de Erik, me rodeó la
cintura con su brazo y me llevó a mi lado de la habitación.-
Ya nos lo dirá cuando esté preparada.
-Vale, pero no es normal que siempre esté a la que salta.
Deseché el comentario de Erik y me metí en la cama. Se
estaba calentito, igual que la noche anterior. Aquella noche
sería el momento propicio para continuar con la lectura del
libro demoníaco, de modo que alargué una mano a la mesilla
para coger la caja de plomo, sin darme cuenta de que los
ojos de Erik se habían quedado clavados en mí y, hasta que
no se acercó hasta mi cama y se arrodilló para hablar
conmigo, no supe a ciencia cierta si me había pillado, o no.
Cybille se había quedado dormida al primer momento y Erik
y yo nos mirábamos el uno al otro como si hubiera algo que
nos impulsara.
-Hazme un sitio.- Dijo con suavidad.
-No pretenderás que te deje dormir conmigo, ¿verdad?-
Susurré para no despertar a Cybille.
-Entonces, enséñame lo que tienes escondido ahí.- Señaló
la almohada con el dedo, donde yo había tratado de
esconder la caja de plomo que contenía el libro.
-Erik, no quiero hacerte daño.- Pronuncié sin pensar.
-¿Por qué habrías de hacérmelo?
40. 40
-¿Por qué tienes tanto interés en mí?- Le había hecho esa
misma pregunta por la mañana, pero dudaba que la
respuesta que me dio fuese del todo sincera.
-Ya te lo dije.
-Sabes que no te creo.
-Lo sé.- Pronunció cabizbajo.
-¿Entonces por qué no me dices la verdad?- Suspiré.
-Déjame dormir contigo esta noche, por favor.
-No.- Me negué en rotundo.
-Pues no me pienso mover de aquí hasta que no me dejes
entrar.
-¿Te han dicho alguna vez que eres un tanto cabezota?-
Suspiré al tiempo que descubría mi cuerpo y me hacía a un
lado para hacerle sitio.
-Me parezco a mi padre.- Rió.- Él también es un tanto
cabezota.- Añadió arropándonos a ambos.- Quizá por eso se
enamoró de quien no debía y, aunque se casó con mi madre,
yo creo que aún la sigue queriendo.
-¿A quién?- Pregunté somnolienta.
-¿Te has fijado en el retrato que hay al bajar las
escaleras?- Preguntó en un susurro.
41. 41
-Sí.
-Pues lo pintó mi padre.
-¿Tu padre es pintor?- Musité.
-No. Fue el amor que sentía por esa mujer el que hizo que
pudiera plasmarla en el lienzo, no su habilidad.
-Pero ese retrato fue pintado hace más de mil años.-
Bostecé.- ¿Cómo es posible que sigas hablando de tu padre
en presente?
-Bueno, eso es porque mi padre no ha muerto.- Respondió
y sentí el calor de su cuerpo muy cerca y su brazo apoyarse
en mi cintura.
-Pero no puede ser.- Le rebatí.- Eso significaría que tu
padre tiene…
-Mil quinientos diecinueve años.- Completó.
-Venga ya, me estás tomando el pelo.- Reí.- ¿Y qué hay de
la mujer del retrato?, ¿vive todavía?
-¿Te refieres a Reesha Valentine?
-¿A quién más sino? Reesha Valentine, la mujer que pintó
tu padre…
-No sé nada de ella desde que se casó con el Duque de
Lazzaro.- Contestó.
42. 42
-Hablas como si hubieras estado allí, pero pareces tener la
misma edad que yo.- Dije medio dormida.
-Ambos aparentamos ser menos de lo que en realidad
somos.
Y eso fue lo último que dijo, antes de que ambos cayéramos
rendidos al sueño.
A la mañana siguiente me encontraba tan aturdida y a la vez
tan confundida, que no tuve el valor de dirigirle la palabra, ni
siquiera durante el desayuno.
-¿Quieres saber la verdadera razón por la cual me acerqué
a ti cuando llegaste?- Me dijo por la tarde nada más salir yo
del baño (cabe decir que mi cuerpo estaba cubierto con una
toalla empapada). Estábamos solos en el dormitorio, ya que
Cybille había salido de compras a la ciudad con un par de
amigas.
-Sí.- Asentí desde mi lado de la habitación, tratando de
secarme el pelo con una toalla de mano.
-Fue porque había algo en ti que me recordó a Reesha.
Algo en tu interior me acercaba a ti, al igual que pasó entre
mi padre y ella, algo que ni yo mismo llego a comprender.
-Ah, ¿era eso?- Dije indiferente.
-No lo entiendes, ¿verdad?- Dijo Erik tomando asiento a mi
lado.
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-Es difícil de creer.- Respondí impasible.
-Puedo ayudarte… con el libro.- La toalla que había estado
utilizando se me escapó de entre los dedos y cayó al suelo.
-Yo… no sé de lo que hablas.- Negué, aunque por los ojos
de Erik, supe que ya lo sabía, aunque no sabía muy bien
cómo.
-El libro es una especie de diario que…
-¿Cómo sabes tanto?- Me envaré.- ¿Cómo es que sabes
de la existencia del libro?, ¿cómo sabes que soy yo su
propietaria? Y, ¿por qué no me dijiste nada antes?- Grité.
-Al principio no lo sabía, pero lo supe en cuanto te vi
recoger aquella caja de plomo.
-¡Aléjate de mí!- Grité y salí corriendo de la habitación.
No fui muy lejos, ya que el cuadro de Reesha me detuvo. En
verdad se veía hermosa, pero no entendía qué semejanza
podría ver Erik entre ella y yo. Yo… no era nada… se habían
deshecho de mí y ella era… perfecta aunque… por otro lado,
sus ojos eran tristes, aún así, seguía siendo mucho más
hermosa que yo.
No entendía nada. Se suponía que aquel cuadro había sido
pintado por el padre de Erik pero, ¿cómo era eso posible?,
¿cómo podría creer que su padre tenía más de mil años de
edad, cuando Erik parecía de mi misma edad? “Ambos
44. 44
aparentamos ser menos de lo que en realidad somos”, me
había dicho, pero yo no lo entendía.
-Vas a pillar un constipado.- No tuve ni que darme la vuelta
para saber que Erik me aguardaba en los últimos peldaños
de la escalera.
-No te acerques a mí.- Dije sin apartar los ojos del cuadro.
-Violet, ¿alguna vez has sentido que tu vida tenía otro
sentido al que le daban el resto de las personas que te
rodeaban?
-Cada día de mi vida.- Respondí.- Por eso, cuando me
dejaron aquí tirada, me sentí aliviada. Creí haber encontrado
un sitio en el cual pudiera ser feliz, a pesar…
-¿A pesar del libro?- Completó Erik.
-Sí.- Suspiré.- Mi madre murió porque me fue entregado a
mí y aún no sé por qué. No entiendo qué tiene que ver
conmigo. No comprendo por qué si el libro parece tener más
de mil años…
-Yo tampoco lo sé,- Sentí la mano de Erik sobre mi hombro
y las lágrimas rebosaron de mis ojos.- por eso es por lo que
tenemos que encontrar respuestas. Tenemos que encontrar
la manera de recuperar nuestras vidas, saber lo que en
realidad pasó, saber por qué la gente borró aquella parte de
la historia.
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-¿Te refieres a la Gran Guerra?
-¿Qué sabes de ella?- Me insistió Erik.
-Se lo oí mencionar a mi madre una vez, pero no sé nada
y, al parecer, no hay documentos al respecto.
-¡Eso no es cierto!- Erik giró mi cuerpo hasta que mis ojos
llorosos se encontraron con los suyos.- Hay un diario, me lo
contó mi padre.
-¿Un diario?- Pregunté confusa.- No me digas que…
-Tú eres la portadora de la historia. La historia de la Gran
Guerra está encerrada en esas páginas.
-Pero la gente muere por él…
-Según mi padre, solo los elegidos pueden leer las
palabras… yo puedo leer las palabras.
-¿Lo has leído?- Pregunté indignada.
-Solo una frase cuando dormías y me sentí…
-Lleno de vida, poderoso.- Completé.
-Sí y triste y melancólico al mismo tiempo, por eso digo que
tenemos que hacerlo. Tenemos que averiguar lo que
esconden esas páginas y tenemos que hacerlo juntos.
-Juntos.- Afirmé decidida.
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6. Destino
Me desperté en plena noche, asustada. ¿Qué había sido
eso?, ¿un sueño? No, no podía serlo. Me senté en la cama y
me cubrí la cara con las manos para pensar pero, unos
fuertes brazos me devolvieron a mi posición original. Erik me
sonreía desde su lado en la cama, pero yo no podía mirarle
directamente a los ojos, me sentía demasiado avergonzada
por el hecho de haber estado soñando con él, sin apenas
conocerle.
-¿Ocurre algo?- Me preguntó con la suavidad de un ángel,
al tiempo que su mano se colocaba sobre mi mejilla.
-No, todo está bien.- Le mentí.
-¿Has tenido una pesadilla?, ¿quieres que salgamos a que
nos dé un poco el aire?
-No podemos salir.- Le recordé.
-Podemos,- Rió.- siempre y cuando no nos pillen.
-¿Te puedo hacer una pregunta?- Dije sin apartar mis ojos
de los suyos.
-Claro, pregunta.- Accedió.
-Yo… esto… nada, déjalo.- Me corté.
47. 47
-No, Violet, ¿qué me ibas a preguntar?-insistió.
-Solo quería… saber un poco más… supongo.- No me lo
había inventado del todo pero, aún así, se notaba a leguas
que era una mentira.
-¿Sobre?- Insistió de nuevo.
-Déjalo Erik, estoy cansada.- Me giré para darle la espalda
en la cama.
-Violet, por favor, no me des la espalda.- Me suplicó.
-¿Puedes irte, por favor? Necesito pensar.
-Te dije que quería dormir contigo.
-Sí, pero aún no me has dicho porqué.
-Porque quiero estar cerca de ti.- Contestó como si fuese lo
más natural del mundo.
-Eso no responde a la pregunta.- Me quejé.
-Mierda, Violet, hay veces que es muy difícil hablar contigo.
-Eso es porque no me conoces lo suficiente.
-Lo sé, ya lo sé y aunque quisiera que eso cambiase,
parece que tú tienes tendencia a alejar a todo el mundo de ti.
-Es complicado… muy complicado… por favor, déjame
sola.- Le supliqué.
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Erik no se movió ni un ápice. En lugar de eso me abrazó muy
fuerte. Yo sabía que tenía que alejarme de él, pero me era
imposible. Algo muy dentro de mí me decía que no me
alejase de él porque, aunque solo le conocía de un par de
días, se había convertido en una persona demasiado
importante para mí.
-Erik, vale ya, por favor.- Me resistí.
Erik me obligó a darme la vuelta, hasta que quedé colocada
boca arriba, y se colocó sobre mi cuerpo, aprisionándome.
Ambos sabíamos lo que nos estaba pasando, pero ninguno
de los dos estaba dispuesto a dar su brazo a torcer y, por
mucho que me doliese, debía alejarme de él. Mi problema
era solo mío, no podía involucrar a nadie más y, respecto a
nuestros sentimientos… deberíamos olvidarlos, volver a
empezar desde el principio, empezar desde cero, como era
mi intención desde el principio, sin más complicaciones de
las necesarias, sin distracciones, negando… negándome a
mí misma.
Erik pareció darse cuenta de cómo me sentía porque se hizo
a un lado de inmediato y nos volvió a arropar.
-No llores por favor.- Mis ojos, anegados en lágrimas, se
cerraron y un par de gotas fueron a parar a la mano de Erik.
-Mi vida… la odio… es demasiado complicada.- Logré decir
entre sollozos.
49. 49
-Duerme, pequeña, duerme.- Sus brazos rodearon mi
cuerpo, proporcionándome un calor y una paz que hacía
mucho tiempo que no sentía.
Por la mañana, nada más despuntar los primeros rayos de
sol, me levanté, procurando no despertar ni a Erik ni a Cybille
y salí del cuarto en pijama para, acto seguido, bajar por las
escaleras y plantarme frente al retrato de Reesha Valentine.
Quería averiguar más de ella y lo único que tenía hasta el
momento era aquella pintura.
-¡Mierda, me he quedado dormida!
Mi corazón dio un vuelco y, nada más recuperar la cordura,
empecé a descojonarme. Resultaba extraño que alguien
dijese eso precisamente un sábado, que no había clase y…
pensándolo bien, aquella voz me era familiar.
Aparté los ojos de la pintura y ascendí de nuevo las
escaleras en dirección al dormitorio pero, cuando llegué,
lamenté sobremanera no haberme quedado abajo. Cybille
parecía histérica. Iba de un lado a otro de la habitación como
una posesa, unas veces con un cepillo de dientes en la boca,
otras con una prenda y un cepillo de pelo. En cuanto me vio
aparecer, me sonrió y me señaló en dirección a mi cama,
donde Erik estaba tumbado, con la cabeza sujeta por uno de
sus brazos, mirando a la histérica Cybille con cara de pocos
amigos. Suspiré.
50. 50
-¿Te vas a algún lado?- Le pregunté a Cybille en cuanto
conseguí detener sus desenfrenados movimientos.
-He quedado con mi abuela.- Me dijo muy rápido.- Y ya
llego tarde.- Me dio un fugaz abrazo y volvió a su lado de la
habitación para terminar de vestirse, de ropa de calle, por
supuesto.
-Y tú,- Miré a Erik de soslayo.- haz el favor de salir ya de mi
cama.- Enfaticé.
-Ni hablar.- Me contestó.
-Pasa un buen finde.
Cybille me estrujó contra su pecho muy fuerte, antes de salir
por la puerta, cargada tan solo con una pequeña mochila,
algo del todo extraño en ella aunque, si bien cabe decir,
todavía no la conocía demasiado bien.
Erik continuaba tumbado en mi cama, como si no hubiera
escuchado nada de lo que le hubiera dicho. Me acerqué a él
con los brazos cruzados esperando, así, hacerle entrar en
razón.
-¿Piensas quedarte toda la vida ahí?- Le dije con
sequedad.
-"La sangre es vida y la vida es efímera", "Desea la sangre
del crepúsculo y huye de lo vivo", "La vida dará mil vueltas y
tu existencia quedará definida", “La luna y el sol, dos almas
51. 51
complementarias”, “Los elegidos obtendrán la llave del
poder”.
-¿Qué… has dicho?- Erik sonrió y sacó sus manos de
entre las sábanas, dejándome ver lo que sujetaba: el libro
demoníaco. Sujetaba el libro demoníaco.- No…- Estaba
clavada en el suelo por el terror.
-No te preocupes,- Dijo sonriente.- no la voy a palmar.
-¿Cómo…?- Erik guardó el libro de nuevo en la caja de
plomo y se levantó. En un abrir y cerrar de ojos tenía su
cuerpo muy cerca de mí y sus firmes brazos rodeaban mi
cintura.
-Es nuestro destino.- Me susurró al oído.
-¿Cómo… lo has sabido?
-Por tu parecido con…
-¡No, yo no me parezco en nada a ella!- Grité apartándome
de él con brusquedad.- Y no entiendo nada, no lo entiendo.
-Yo no soy quien para explicártelo, de modo que, si
quieres, mi padre te lo contará.- Dijo pausadamente.- Voy a
pasar con él este finde.
-¿Quién soy?- Solté de repente.
-Eres Violet Lazzaro.- Respondió.
52. 52
- Yo no me refería a eso.
La puerta del dormitorio se tambaleó, al igual que todos los
muebles. Erik me abrazó mucho más fuerte que antes
aunque, por desgracia, el sonido de un teléfono móvil le quitó
encanto a la escena. Erik me soltó y caminó hacia su lado de
la habitación. El teléfono no hacía más que sonar y sonar
hasta que por fin Erik dio con él, entre las sábanas de su
cama. Lo cogió y se lo puso a la oreja.
-Erik.- Dijo.- Sí, de acuerdo.- Susurró y colgó el teléfono.-
Prepárate, nos vamos.- Me dijo poniéndose un jersey encima
del pijama.- No tenemos demasiado tiempo, así que haz
como yo.
-¿Tengo que ir?- Me quejé y me senté sobre la cama.
-Sí.- Dijo de forma autoritaria.- Y no te olvides del libro.-
¡Vamos!- Me llamó la atención al ver que ni tan siquiera
había comenzado a vestirme.
53. 53
7. Luchar o morir
Erik se veía furioso. No le había hecho el menor caso y eso
le había hecho obligarme a vestirme y a sacarme a rastras
de la habitación. Ahora viajábamos en un coche lo
suficientemente grande para asemejarse a una limusina y,
aunque el paisaje de fuera era espectacular, yo no me
estaba fijando. Estaba nerviosa y no solo por el hecho de
viajar con Erik muy pegadito a mí para que no huyera al
primer momento, sino porque tenía sobre las piernas la caja
de plomo que contenía el libro demoníaco.
-Que sea la última vez que te comportas como una niña.-
Soltó nada más traspasar las vías del tren.
-Me comporto así porque nadie tiene narices a contarme
nada y, además, ¿quién eres tú para decirme lo que tengo o
no tengo que hacer?, ¿solo hace dos días que te conozco y
ya estás dándome órdenes?
Erik no dijo nada más, solo se quedó mirando el paisaje y
suspirando. A veces le oía refunfuñar algo, pero no entendía
muy bien lo que decía, de modo que me limitaba a divagar
en mis recuerdos para pasar el rato hasta que llegáramos a
nuestro destino.
54. 54
-Bueno, ¿y qué tal te va en Luna Llena?- Preguntó el
conductor tomando una curva.
-¿Luna Llena?- Pregunté confusa mirando de reojo a Erik.
-Se refiere al internado.- Me aclaró Erik en un susurro.
-A, pues… es un poco… extraño.- Dije al fin.- Y los
profesores son… esto… muy amables.
-¿Te sientes segura?
-No mucho, la verdad,- Dije con la cabeza gacha.- pero
como nunca me he sentido así, no sabría decirlo con
exactitud.
-No intentes huir.- Me susurró Erik y su mano se acopló a
la mía muy fuerte.
-Lo haré si hay algo que no me agrada.- Le amenacé y la
sonrisa de Erik me turbó.
-Tan cabezota como siempre, ¿no?
-Ni que me conocieras tan bien.- Solté.
Erik giró su cabeza con brusquedad. De seguro le había
molestado algo que hubiera dicho pero, como no entendía
nada de lo que estaba pasando, me daba exactamente igual
que se enfadase, o no.
En la última curva, entramos por un camino de tierra hacia
una gran mansión. A los lados del camino había unos
55. 55
jardines grandiosos y bien cuidados, tan bien, que parecían
artificiales. La mansión se erigía espléndida al final del
camino y no me costó determinar que pertenecía a una
persona rica, lo que me produjo pavor. ¿Por qué me había
traído Erik allí?, ¿acaso era la residencia de su padre?, ¿o
tan solo se trataba de una especie de hotel? A juzgar por su
aspecto, no tenía pinta de tratarse de ningún hotel y eso me
ponía más nerviosa aún. Si resultaba ser cierto que se
trataba de la residencia del padre de Erik y, por consiguiente,
la del mismo Erik...
-Relájate, Violet.- Me suplicó Erik al tiempo que
descendíamos del vehículo y nos encaminábamos prestos
hacia la puerta de entrada a la mansión.
-¿Dónde estamos?
-Es la residencia de la fundadora del internado,- Me
susurró traspasando el umbral.- aunque, aparte de ella, hay
varias personas más viviendo aquí.
-¿Tu padre y tú?
-Entre otros.
-¿Y qué hacemos aquí exactamente?
-¡Erik!
Una mujer de unos treinta años apareció corriendo por
nuestra izquierda. Su pelo largo, rubio y ondulado ondeó al
56. 56
compás de su rápido acercamiento. Cuando llegó hasta
nosotros se detuvo para recuperar el aliento y, aunque había
llamado a Erik, sus ojos negros estaban fijos en los míos y
me miraba como si yo fuese un fantasma, o algo parecido.
-¿Qué ocurre Nara?- Habló Erik muy calmado.
-Estamos en código rojo.- Respondió la mujer
apresuradamente.- Recibimos una llamada de los refugiados
del Mont-Tank y tu padre fue con algunos de nosotros.-
Explicó.- Eso fue ayer.- Añadió.- ¿Es Violet?- Dijo clavando
nuevamente los ojos en mí.
-Lo es.- Erik se había puesto muy tenso, lo sabía porque mi
mano, muy sujeta a la suya, estaba sufriendo las
consecuencias.- ¿Dónde está Reesha?
-¿Reesha?- Pregunté. ¿Podría tratarse de la misma
Reesha de la pintura?
-Está en la sala de control. Ella va a… ¿luchar?
-Aún hay varias cosas que hay que explicarle.- Dijo Erik
tirando de mí hacia un espacio abierto en el suelo, donde
unas escaleras permitían el paso al sótano.
-Vale, pero date prisa.- Gritó la mujer al tiempo que
desaparecía a toda mecha.- No tenemos demasiado tiempo
y tampoco podemos estar haciendo de niñeras en estos
momentos.
57. 57
-Disculpa a Nara, Violet.- Me dijo ayudándome a bajar por
las empinadas escaleras de madera.- Están un poco
nerviosos por aquí.
-Equipo Rojo, aquí Rayo de Luna, ¿me oís?
El sótano realmente tenía pinta de cuartel general. Todo
cuanto veían mis ojos parecía sacado de una peli de guerra,
tanto el panel de control, con las pantallas, los botones y
demás, como las armas. Espadas, hachas, cuchillos,
boomerangs, suriquens, todo tipo de pistolas, incluso alguna
que otra estaca de madera, estaba colocado muy
diligentemente en las vitrinas situadas por las paredes.
Sentado frente al panel de control, había un hombre y,
aunque solo le veía de espaldas, era joven, de unos treinta y
pocos.
-¡Erik, prepárate!
La voz de la mujer me pilló desprevenida, así como mis
rápidos reflejos al dar un paso atrás. Erik me asió fuerte del
brazo para impedirme la huída. Si no hubiera sido por él, lo
habría hecho pero, aquella mujer… no lograba a verla bien
pero… se asemejaba bastante a la mujer del cuadro.
-¿Qué haces ahí parado?- Gritó la mujer sin siquiera darse
la vuelta.- ¿No ves que tenemos prisa?
-Vale, en ese caso os la dejo aquí mientras tanto.
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La mujer se dio la vuelta tan rápido, que sus níveos cabellos
le ocultaron temporalmente el rostro. aun así, yo sabía que
se trataba de la misma mujer, la misma mujer del cuadro que
tanto me había embelesado, aunque ahora ella no vestía los
mismos ropajes de la pintura, sino un sencillo vestido de
color azul claro, con unas mangas tan largas, que le tapaban
casi la totalidad de la mano.
-Mi niña… Cuanto has crecido.- Me la quedé mirando,
embobada. En persona era incluso más hermosa.
-¿Vas a volver a irte?- Preguntó Erik de improviso.
-Es mejor así.- Susurró Reesha y por la expresión de la
cara de ambos supe que estaban sufriendo.
-¿No te vas a quedar ni tan siquiera para darle algunas
explicaciones a tu hija?- Me quedé mirando a Erik,
asombrada.
-Ahora lo más importante es recuperar a tu padre.- Le cortó
Reesha.- No tengo tiempo para reencuentros familiares, por
mucho que me duela. Ahora… ¡acata mis órdenes!
-¿Queréis dejar de hablar como si yo no estuviera aquí?-
Grité enfurecida y con las lágrimas recorriendo mis mejillas.-
¿Y qué es eso de que ella es mi madre?- Le grité a Erik.- ¡Mi
madre murió, por si no lo recuerdas!
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-La que conoces como tu madre, era mi hermana.- Soltó
Reesha clavando sus ojos en mí.- Fui yo la que te trajo a
este mundo y fui yo quien tuve que separarme de ti.- Gritó.-
Y he sido yo la que ha pasado los últimos quince años
preguntándome si estarías bien, o qué estarías haciendo y
soy yo la que debo volver a irme. Soy yo la que, por mucho
que quiera, jamás podrá ser feliz con el hombre que amo y
soy yo la que tiene obligaciones…
-¡Ya basta!-grité.
El rasguño que me hizo Erik al zafarme de él, no fue ni tan
siquiera comparable al dolor y la impotencia que sentía…
-No la hemos encontrado.- Dijo Nara mordiéndose el labio
de rabia.
-Perdón, ¿me he perdido algo?- Dije más confundida que
nunca. ¿Había estado soñando otra vez despierta?
-¿Te encuentras bien, Violet?- Erik me soltó la mano y su
brazo rodeó mi cintura.
-Supongo que estoy… algo cansada.
-Nara, vamos arriba a descansar.
-Os doy una hora,- Accedió Nara.- nada más.
-Será suficiente.
60. 60
Erik empujó mi cuerpo escaleras arriba y, mientras subíamos
por las empinadas escaleras de madera, no podía dejar de
pensar en que me estaba volviendo completamente loca. Mi
cabeza me estaba jugando muy malas pasadas y, si no fuera
porque Erik me tenía bien sujeta, de seguro habría huido de
aquel lugar. La caja de plomo que llevaba bajo el brazo,
pesaba mucho más ahora que cuando había llegado a
aquella casa y, por si fuera poco, los párpados parecían
pesar una tonelada.
El pasillo al que habíamos dado a parar estaba
generosamente iluminado, tanto que mis ojos se cerraban
casi involuntariamente, señal de que estaba demasiado
cansada como para mantenerme despierta, aunque no sabía
muy bien cómo había sucedido.
-Es aquí.- Me susurró Erik y mis ojos, que se habían
cerrado unos instantes, se abrieron paulatinamente.
Erik abrió la puerta despacio, lo que me permitió habituarme
a la penumbra que reinaba en el interior. Suspiré al tiempo
que entraba en el dormitorio, con Erik sujetándome bien
fuerte. La habitación en sí, no parecía nada del otro mundo.
Una enorme cama se localizaba justo en el centro del
dormitorio y, a su lado, podían distinguirse un par de mesillas
de noche. El armario tenía casi la misma envergadura que la
cama, lo que me hizo sonreír por un momento y la
decoración de las paredes era sencilla, sin florituras por
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ningún lado, aunque sí un par de posters y unas cuantas
fotografías, pegados a la pared.
-Violet.- Me llamó Erik guiándome hacia la cama y
tumbándome sobre ella.
-¿Sí?- Susurré.
-La situación que tenemos entre manos es bastante
complicada.- Me susurró tumbándose a mi lado.
-Lo sé.- Musité.
-¿Lo sabes?- Medio gritó Erik.
-Soñé contigo ayer.- Le confesé entre dientes.- Y hace
unos minutos he tenido como una especie de visión.- Añadí.-
Es difícil de explicar, por eso sé que debo pelear… aunque
no lo entienda… todavía.
-¿Estarías dispuesta?- La mano de Erik sobre mi mejilla
me hizo estremecer.
-Debo hacerlo…- Dije pausadamente.- Sé que debo
hacerlo… Sé que debo vivir… Pero luego quiero una
explicación de todo lo que está ocurriendo aquí.
-Te lo prometo. Ahora descansemos un poco.
-Sí… estoy tan… cansada…
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8. La misión
Estaba realmente cansada pero, aun en esa situación, no
lograba conciliar el sueño. No sabía lo que estaba pasando
y, por lo visto, nadie quería contarme nada. Sabía lo que
tenía que hacer y estaba nerviosa por ello pero, ¿qué sentido
tenía? Y, sobre todo, ¿por qué me sucedía a mí?
La visión de Erik dormido era incluso más hermosa que
cuando habíamos dormido juntos en el internado. En aquella
ocasión también había soñado despierta y, por alguna
extraña razón que no llegaba a comprender, sabía que todo
lo que había visto era real, que no se trataba de ninguna
ilusión, pero no quería creerlo, no podía creerlo, me negaba
a creerlo.
-¿No puedes dormir?- Los brazos de Erik rodearon fuerte
mi cintura y tiró hasta que ambos quedamos lo más
pegaditos el uno al otro posible.
-No.- Respondí en un susurro.- No comprendo lo que está
pasando.
-Tu madre no te dijo nada, ¿verdad?
-Mi madre murió, Erik, ya es hora de que te entre en la
cabeza.
63. 63
-Sí, Violet, eso lo sé, a lo que me refería es…
-No me dijo nada.- Le corté con suavidad.- Me entregó el
maldito libro y al día siguiente murió. Fue mi tío quien me
llevó a… ¿cómo habéis dicho que se llamaba?… a… Luna
Llena, eso es.
-Ya veo.
-Yo solo quiero que pase todo esto, hacer lo que tenga que
hacer y volver a vivir como una quinceañera normal y
corriente.
-Violet, algunos no tienen elección.- Soltó Erik de
improviso.
-¿Con eso me estás diciendo que no tengo elección, que
no seré normal nunca más?- Lloriqueé.
-Tampoco yo tuve elección.
-¿Cuánto tiempo hace que haces… bueno, lo que haces?-
Pregunté. Erik sonrió.
-Violet,- Sus dedos se entrelazaron en mi cabello.- tienes
que estar muy segura de estar preparada.- Susurró.- ¿Lo
estarás?- Preguntó al fin.
-¿Acaso puedo estarlo sin saber a qué me enfrento?-
Escupí con rabia. Erik volvió a sonreír.
-¿Nos vamos a preparar?
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-¿Por qué narices no contestas a mis preguntas?
-No puedo, Violet.- La cercanía de Erik me estaba
poniendo realmente nerviosa.- Eso lo entiendes, ¿verdad?
-Erik,- Me incorporé en la cama con tanta brusquedad, que
me mareé. Al instante, los brazos de Erik estaban otra vez
sujetando mi espalda y mi cintura.- ¿porqué te comportas
así, conmigo?- Musité.
-Tampoco puedo responderte a eso.- Me susurró al oído.
-¿Hay algo a lo que sí me puedas responder?- Grité
exasperada.
Erik no reaccionó, de modo que retiré sus brazos de mi
cuerpo y me levanté.
-¡Acabemos con esto!- Grité y me dirigí a la puerta.
-¡Espera, Violet!- Erik agarró mi brazo con rudeza.
-Si no vas a responder a mis preguntas, es mejor acabar
con esto de una maldita vez, aunque no tenga ni idea de
cómo hacerlo.- Solté al tiempo que tiraba de mi brazo para
liberarlo de la presión.
-Violet, por dios, que yo no te pueda decir nada, no quiere
decir que no te vayamos a contar nada.- Me di la vuelta para
encarar a Erik.
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-¿Y se puede saber porqué tú no me puedes decir nada?,
¿acaso no somos compañeros?- Grité ocultando el rasguño
que me había hecho en el brazo.
-Es más complicado que eso, Violet.- Gritó Erik y su
repentino abrazo me dejó pasmada.
-En cuanto esto acabe,- Me aparté de él y le di la espalda.
Sorprendentemente mi brazo ya se había curado, pero Erik
no pareció darle ninguna importancia.- ten por seguro que no
te volveré a dirigir la palabra.- Y nada más pronunciar esas
duras palabras, se me saltaron las lágrimas.
Nara ya nos estaba esperando en el recibidor de la mansión
cuando hicimos acto de presencia. Nos miró recelosa, pero
no dijo nada, tan solo nos guió al sótano, el mismo en el que
yo había visto a Reesha, y nos señaló la vitrina de las armas.
No había nadie más allí, tan solo nosotros tres, pero la
tensión se respiraba en el ambiente, como si una batalla
silenciosa hubiera empezado ya.
-No tenemos demasiado tiempo.- Dijo Nara mientras hacía
algo sobre el panel de control.
Me armé de valor y abrí las puertas de la vitrina de las
armas, bajo la sorpresa de Erik.
Al principio pensé en coger como arma un hacha enorme,
pero una de las espadas llamó mi atención, de modo que la
cogí y la desenvainé. Era ligera, fácil de manejar y algo en mi
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interior me impulsaba a poseerla. La empuñadura de cuero
se acoplaba a mi mano a la perfección y la hoja refulgía con
una flamante belleza. Pero había algo más, algo que me
hacía pensar que no se trataba de una espada normal y
corriente y era que la hoja estaba… ¿mellada? El centro de
la misma estaba dispuesto en forma de canal y éste se
bifurcaba hacia el filo, disponiendo cinco canales más y, lo
más extraño de todo, sin duda, era la curvatura del lado de la
hoja más cercano a la empuñadura, que abría el paso hacia
el canalillo central. Además, ambos lados de la espada
tenían filo, algo extraño en una espada.
Erik recogió la vaina del suelo y volvió a enfundarla,
mostrando una sonrisa de oreja a oreja, al tiempo que me
arrebataba la espada de entre los dedos.
-Bien, Violet, cojamos el resto.- Y trasladó una pequeña
mochila a mis hombros. Yo asentí bastante poco convencida.
Eché otro vistazo a la vitrina y fui metiendo en la mochila las
armas pequeñas, tanto los pequeños cuchillos, como las
estacas de madera, así como todo cuanto me pareció que
podríamos necesitar, hasta que la bolsa estuvo totalmente
llena. Luego, me acerqué al panel de control, donde Erik y
Nara estaban discutiendo el plan. Nara se dio la vuelta y me
dirigió una cálida sonrisa, al mismo tiempo que me entregaba
un pequeño teléfono móvil de color plateado y un Walkie.
-Te pertenecen.- Dijo.- No los pierdas otra vez, ¿vale?
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-¿Otra vez?- Su sonrisa se contrajo y en ese momento
supe que Nara había dicho más de lo que debería.- Da
igual.- Suspiré.- ¿Y ahora qué?- Pregunté decaída.
-Sus localizadores están intactos,- Susurró Nara señalando
sobre el mapa de la pantalla unos puntitos parpadeantes de
color rojo sobre un área marrón.- pero tardaremos por lo
menos un día entero en llegar. Espero que resistan hasta
entonces.
-Son fuertes.- Erik colocó sus manos sobre los hombros de
Nara, consolándola.
-Deberíamos irnos ya.- Nara se puso en pie y me dirigió un
fugaz vistazo antes de dirigirse a la escalera de ascenso.-
Devuélvele la espada, Erik.
Y así fue como me vi envuelta en algo que ni yo misma
entendía y de lo que no podría escabullirme así como así.
La espada que llevaba colgada a la espalda se había vuelto
muchísimo más pesada, a medida que nuestros cuerpos se
abrían paso entre la maleza y, a pesar de haberme quitado la
sudadera y recogido mis pantalones hasta las rodillas, tenía
calor. Hacía un calor sofocante a pesar de la humedad. La
tierra estaba tan embarrada, que nos impedía el avance y
nuestros pies se hundían progresivamente, pero lo peor de
todo era el calor. Tenía tanto calor que estaba a punto de
desmayarme.
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-Descansemos un poco.- Gritó Erik mirándome a mí y
luego a Nara.
En ese momento mis piernas flaquearon y caí en redondo
sobre el barro, con la respiración entrecortada y el pulso
yéndome a mil por hora. Sentí los brazos de Erik que me
erguían sobre su regazo y sus manos me acariciaban el
rostro con suavidad, retirándome el barro que se me había
quedado pegado, pero lo que más me impresionó fue su
forma de mirarme, tan cariñosa y a la vez tan dura.
-¿Pasa algo?- Susurré apoyándome en él para levantarme.
-Estás desentrenada.- Susurró Erik sonriente.- Hacía
tiempo que no te veía tan indefensa.
Ya me estaba acostumbrando a que Erik hablase como si me
conociera de toda la vida, de modo que sonreí y comencé a
caminar de nuevo. Aún no había recuperado del todo las
fuerzas, pero quería resolver ese asunto lo más pronto
posible para regresar a la vida normal del internado.
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9. Rescate
Mediodía, tan solo era mediodía y aún faltaba más de la
mitad del camino y ya me hallaba exhausta. Tenía razón Erik
cuando había dicho que estaba desentrenada, ahora lo
entendía.
-¿Te encuentras bien, Violet?- Dijo Erik a mi espalda.
-Ca…lor.- Dije.
Erik me pilló desprevenida cargándome a sus espaldas y
caminando a una velocidad vertiginosa. La maleza parecía
abrirnos el paso y Nara, quien había visto la escena
sonriente, nos seguía sin esfuerzo.
-¡Bá…Bájame, por favor!- Grité desesperada.
-Estate calladita y descansa un poco. Te bajaré cuando
sea la hora de comer.
Por más que trataba de comprender el comportamiento de
Erik, no lo lograba y yo estaba más confusa que nunca. Tan
solo hacía un par de días que había llegado al internado y,
aparte de intentar desentrañar el misterio que encerraba el
libro demoníaco, ahora debería luchar en una batalla que no
era la mía.
70. 70
Mis párpados se cerraron sumiéndome en la oscuridad de un
sueño. En él yo estaba en una habitación con todas las
cortinas corridas, tumbada sobre la cama y tarareando una
melodía. Entre mis manos tenía un álbum de fotos…
-¡No!- Grité.
-Violet, tranquila, solo ha sido un sueño.- Erik me abrazó
muy fuerte.
-¡No!- Volví a gritar y mi mano sujetó la espada con fuerza.-
¡No ha sido un sueño, era real!
-Violet, relájate.- Intervino Nara.- Estamos en terreno
enemigo.
¿En terreno enemigo? Miré a mi alrededor. Estábamos
ocultos entre una arboleda y más allá había un claro con un
montón de tiendas de campaña. Había gente paseando de
un lado a otro, blandiendo sus armas y yo… ¿cómo podía
ser capaz de ver todo eso, si estábamos a más de un
kilómetro de distancia? Me zafé de Erik furiosa, me puse en
pie y desenvainé la espada. No sabía cuánto tiempo había
estado durmiendo, ni tan siquiera dónde me encontraba.
Empuñé la espada con firmeza y coloqué la afilada hoja
sobre el cuello de Erik.
-¡Dime qué está pasando!- Grité.- ¡Dime qué me está
pasando y porqué tengo esos sueños!
71. 71
No hubo tiempo de respuesta, ya que un grupo de hombres
armados se acercaba a nuestra posición a una velocidad
sobrehumana. Di un paso atrás, tenía que huir de allí cuanto
antes, pero Erik me retuvo y negó con la cabeza.
-Tenemos que pasar por ahí.- Dijo muy sereno.
-¡Pero vienen a matarnos!- Grité.
-¿Crees que no lo sé?, pero mi padre y mis compañeros
están en aquella dirección y no te pienso dejar atrás.
Erik me agarró con fuerza del brazo que no sostenía la
espada y me obligó a correr en dirección al peligro. Diez
hombres armados hasta los dientes detuvieron nuestro
avance.
-¡Lucha!- Me gritó Erik.
Y nada más decirlo, arremetió contra uno de los hombres y le
partió el cuello como si nada y, cuando quise darme cuenta,
Nara ya se había cargado a otros dos y yo era incapaz de
moverme.
-¡Violet, a tu espalda!- Gritó Nara al viento.
Pero yo no me moví ni un ápice, hasta que la punta de una
flecha se clavó en mi hombro. Entonces fue cuando sentí la
rabia apoderándose de mí…
72. 72
El filo de mi espada ensangrentada, mi ropa cubierta con el
líquido y un montón de cuerpos a mi alrededor, me
devolvieron a la normalidad, si es que eso era posible.
Jamás hubiera creído posible que yo pudiera hacer algo así,
pero lo recordaba. Recordaba cada movimiento, recordaba la
sensación al asestar el golpe mortal y…me sentía en el
cielo…
-Violet, abre los ojos.- La voz de Erik, tan lejana, me hizo
recobrar el sentido. Mis ojos se abrieron paulatinamente y
dibujaron la figura de Erik a mi lado.
-¿Qué me ha pasado?- Erik me impidió ponerme en pie y,
a cambio, sentí el dolor provocado por la extracción brusca
de la flecha.- ¡Ay!- Me quejé.
-En ese estado no creo que nos sea demasiado útil.- Soltó
Nara desde el árbol en que se había dejado caer.- Está
demasiado débil y no recuerda absolutamente nada. ¡Qué
mierda!
Me puse en pie furiosa y cogí de nuevo la espada, con la que
amenacé a Nara.
-¿Quién te crees que eres?- Vociferé.- ¿Me traéis con
vosotros casi a la fuerza y ahora dices que no os valgo?-
Apreté la hoja contra su cuello hasta que una fina línea roja
quedó dibujada en él.
73. 73
-Lo siento, Violet, pero no puedo perder a Kai, lo entiendes,
¿verdad?- Las lágrimas de Nara me hicieron retroceder.
-Vosotros… me trajisteis contra mi voluntad.
Solté mi espada y eché a correr muy rápido hacia la
montaña, tan rápido que me sorprendí. Dos metros me
separaban del interior de una cueva rodeada de maleza y…
estaba sola, más sola que nunca. Coloqué la espalda contra
la roca y atisbé el interior de la cueva. Dentro no había
claridad pero, aún así, mis ojos distinguieron las jaulas y
unos… ¿hombres? no, eran monstruos, que paseaban
delante de ellas riendo.
-Tengo hambre.- Se quejó uno de los monstruos.
Se me encogió el corazón solo de pensar que… iban a
comerse a las personas de las jaulas. Las lágrimas afloraron
en mis ojos, pero sentía de nuevo fluir la rabia dentro de mí.
No tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo yo allí,
rodeada de monstruos y… con ansias de matarlos a todos.
Suspiré y me planté delante de la cueva a la vista de todos.
Los gritos de las mujeres y los niños atravesaron mis
tímpanos. Avancé, me interné en la cueva sin pensármelo
dos veces. La oscuridad me envolvía y los monstruos reían
satisfechos. Cerré los ojos y aguardé pacientemente.
-¡Cógela, Violet!
74. 74
Me di la vuelta y agarré la hoja de mi espada, derramando mi
sangre sobre el canal. Erik y Nara estaban a mi lado
sonriendo divertidos.
-¿Vamos?- Dijo Erik.
El fuego de mi interior se avivó justo a tiempo para esquivar
la garra de uno de los monstruos y mi espada cortó su brazo,
haciéndole emitir un rugido de dolor, pero yo me había vuelto
insensible, de modo que le corté el otro brazo y luego una
pierna y luego la otra y, por último la cabeza de aquel
monstruo, hasta que su cuerpo inerte y sin miembros se
desplomó sobre la piedra.
Los niños gritaban cada vez más, pero yo era incapaz de
oírlos. Mi cabeza estaba concentrada en acabar con aquellos
horrendos seres…
De nuevo aquel sentimiento me embargaba. Tenía que
acabar cuanto antes… antes de que cayera inconsciente de
nuevo. Mis habilidades de lucha habían mejorado, como si
ya hubiera aprendido todo aquello antes, como si cada
movimiento con la espada formase parte de mí.
Clavé la espada en la piedra y me acerqué a una de las
jaulas. Varias personas estaban tendidas sobre los barrotes,
con un montón de sangre sobre sus cuerpos y el resto,
mayoritariamente niños, me observaban esperanzados. Les
dediqué una sonrisa mientras desmantelaba el cerrojo,
dándoles la libertad. Los niños se abalanzaron sobre mi
75. 75
cuerpo, llorando, pero yo no estaba pensando solamente en
ellos, sino que debíamos sacar de allí a las personas que
estaban inconscientes.
-Mami, mami.- Me agaché para hablar con una niña rubia
con coletitas.- La abuelita, hay que sacar a la abuelita.
Me puse en pie. ¿Había alguien más allí cautiva? Si ese era
el caso, teníamos que sacarla también. Miré a Erik y a Nara
de reojo. Erik asintió con una sonrisa, de modo que me
adentré en el pasadizo de la cueva. Podía escuchar una
respiración entrecortada que parecía pedir ayuda a gritos y,
cuando llegué hasta la estancia de donde provenían los
jadeos, me paré en seco. Había dos personas allí, no una.
Una de ellas era un hombre y la otra era una hermosa mujer
y estaba… desnuda…
-Reesha…- Susurré.
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10. Una parte de mi vida
La mujer del retrato estaba delante de mí, con los ojos
cerrados y completamente desnuda. Me acerqué despacio.
-¡Violet, cuidado!
Me giré en todas direcciones para determinar el punto de
origen del ataque, pero ya era demasiado tarde. La punta de
una espada me sobresalía a la altura del corazón y, con un
fuerte y brusco tirón, caí de bruces. Las carcajadas de un
hombre se hicieron eco en mis oídos pero, mi espada, como
si cobrase vida propia, aunque fue mi mano y mi voluntad
quien la empuñó, se me clavó en el vientre y atravesó a mi
atacante.
-¡Tú…!
La sangre brotó por encima de mi hombro, al tiempo que
extraía con brusquedad la espada y lograba darme la vuelta
con dificultad.
-¿Quién demonios eres?
El hombre se desplomó a mis pies y, de no haber sido por
los fuertes brazos de Erik que me sujetaron, Habría caído
también.
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-Estoy cansada.- Susurré.
-Lo sé, vamos a salir de aquí y te prometo que te lo contaré
todo… Pero aguanta, por favor… solo un poco más.
-Yo estoy bien.- Mis ojos se clavaron de nuevo en la mujer
y el hombre, quienes parecían totalmente inconscientes.-
Pero Reesha y… el hombre…
-Tranquila, sacaremos a mi padre y a Reesha de aquí, pero
necesito que me ayudes, que te mantengas consciente.
-¿Tu padre?
-Sí, es mi padre y ella… ella es…
-Mi… mi… madre.- Las palabras salieron de mi boca, igual
que si hubiera sabido desde un principio aquella verdad.
Logré mantener el equilibrio a duras penas, mientras Erik
desataba a nuestros padres y los recogía del suelo,
llevándolos a mi posición y, colocándome los brazos de
Reesha sobre mi cuello, salimos de la cueva, donde… un
helicóptero nos estaba esperando pacientemente y Nara
estaba dentro y nos ofrecía la mano sonriente.
El peso de mis hombros cesó y, justo en ese momento, mi
cuerpo me dejó de responder y me desplomé sobre las
rocas.
78. 78
La luz del día me cegó, al tiempo que intentaba incorporarme
en la blanda superficie, sin conseguirlo. Unos fuertes brazos
devolvieron mi cuerpo al blando colchón.
-No te muevas, Violet.- Sentí los dedos de Erik rozándome
la frente.
-Erik.- Susurré.- Lo siento… ¿Estás bien?
-Tranquila, estoy bien y no eres tú quien debe disculparse.-
Me susurró al oído y, en ese momento me di cuenta que
estaba tumbado en la cama, conmigo.
-¿Los demás están bien?, ¿y… Reesha?
-Están todos bien, se están recuperando bien.
-Me alegro.- Susurré.
-Tenemos una reunión antes de regresar al internado.
-Vale.- Esta vez sí dejó que me incorporara, aunque con
dificultad.- ¿Ahora?-pregunté.
-Dentro de un ratito pero, si te ves con fuerzas, podemos
bajar ya.
-Sí.- Mis pies rozaron el suelo.
Me puse en pie y aguardé el apoyo de Erik. No sabía cómo
había sucedido, pero había llegado a depender de él, igual
que si formase parte de mi familia, igual que si fuese mi
79. 79
familia, lo sentía y la cabeza me daba mil vueltas, pensando,
pensando que la separación entre nosotros iba a ser
demasiado dura y no quería por nada del mundo pasar por
ello pero, sabía que en eso no tendría elección posible, por
mucho que deseara que no fuera así. El hecho de ser yo la
propietaria de aquel libro… esa era la razón de todo y, por
más que en la reunión me revelasen algo importante, no
podía encariñarme demasiado con ellos, ya que debía
separarme de ellos para protegerlos a todos… de mí misma
y del maldito libro.
Erik me llevó despacio hacia las escaleras y, al verme
suspirar, se detuvo y aguardó hasta que yo estuve lista para
afrontar el dolor de bajar las escaleras. Él también había sido
herido en la batalla, pero actuaba como si no hubiera sido
así, ya que su cuerpo se movía ágil y no había ni rastro de
dolor dibujado en su perfecto rostro.
Tardamos más tiempo del esperado en bajar las escaleras,
pero una vez llegamos abajo, un hombre, que reconocí como
el padre de Erik, nos estaba aguardando pacientemente. Se
trataba de un hombre joven de unos treinta y pocos, con el
cabello negro y más bien largo y una incipiente barba, señal
de que no había tenido tiempo de afeitarse. Sus ojos eran
grandes, de un color azul intenso y nos observaba a Erik y a
mí cariñosamente.
-Celebro que ambos estéis bien.- Dijo con suavidad.- Me
alegro de verdad.
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-Papá…
-Ya, lo sé.- El hombre me ofreció cordialmente la mano.-
Puedes llamarme Carl.
-En… Encantada… Yo soy…
-Violet Lazzaro Valentine.- Me presentó.- Lo sé preciosa,
ahora vamos, tenemos que hablar de muchas cosas.
Cuando entramos en la sala de estar, los cuchicheos
cesaron, haciéndome sentir de lo más incómoda. Varias
personas estaban mirándome expectantes desde sus
asientos en la mesa central. No sonreían, ni nada, tan solo
miraban y miraban mi cuerpo. Cerré los ojos al tiempo que
Carl me llevaba del brazo hacia una silla vacía, donde no
tuve más remedio que sentarme. Suspiré a la vez que
cruzaba los brazos sobre la mesa, ¿dónde se supone que
me había metido? Aquella gente no dejaba de mirarme y yo
me sentía demasiado fuera de lugar.
La puerta se abrió de nuevo y una bella mujer entró
elegantemente en la sala y tomó asiento a mi lado. No quería
mirar, no quería ver a la hermosa mujer que decía ser mi
madre, no quería… pero lo hice. Mis ojos se clavaron en los
suyos. Hermosa, realmente era hermosa, pero sus ojos
denotaban una tristeza incapaz de comprender y… yo era la
razón de aquella tristeza, lo sabía, lo veía, de modo que
cerré los ojos, pero el tacto de su mano sobre mi mejilla me
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impresionó. Ahora me sonreía, pero yo no podía hacer lo
mismo.
-Mi señora,- Habló una de las mujeres sentadas a la mesa,
cuyo cabello era tan largo, que llegaba hasta el suelo,
aunque lo que más me impresionó fue que había cruzado su
brazo derecho hacia el corazón y había agachado la
cabeza.- ¿ya estáis bien?- Preguntó.
-Sí.
No pude resistirlo más, todo esto era demasiado raro para
mí. Me levanté de un brinco y caminé deprisa hacia la salida,
pero Erik rodeó mi cuerpo con ambos brazos y detuvo mi
avance.
-¿Ya estás huyendo otra vez?- Me di cuenta de que tanto
Reesha como Carl nos rodeaban a ambos.
-Tengo… Tengo que irme… ahora.- Varias lágrimas
desbordaron de mis ojos. Erik suspiró.- No quiero… nada de
esto.
-Te llevaré a casa.- Dijo sujetándome la mano con fuerza.
-¡Erik!
-¡Ya basta!- Gritó.- Yo mismo se lo contaré todo, la haré
recordar, pero será su elección, la que yo no tuve.
82. 82
-Erik, sabes que no hay elección posible, por favor,
entiende.- Intervino Reesha suplicante. Erik suspiró, pero me
guió hacia el exterior de la casa.
La confusión reinaba en mi mente mientras caminaba junto a
Erik hacia el coche. El sol ya se ocultaba en el horizonte, de
modo que debían ser más de las seis, pero eso no
importaba, no importaba nada. Tan solo quería alejarme de
allí y cuanto antes mejor.
Cuando me di cuenta de lo que estaba ocurriendo, Erik ya
estaba sentado en el lado del conductor, arrancando el
vehículo.
-¿Desde cuándo sabes conducir?- Grité poniéndome a
todo correr el cinturón de seguridad y la frase que iba a
pronunciar a continuación, se me quedó clavada en la
garganta. Erik estaba más serio que nunca.
-Violet, ¿porqué no recuerdas nada?
-No… No lo sé.- Lloriqueé con las manos cubriéndome la
cara.- No sé qué tengo que recordar.
-Ya, si ni tan siquiera me recuerdas a mí, dudo mucho que
seas capaz de recordar el resto.
-¿A ti?- Susurré entre lágrimas.- ¿Tú y yo nos conocemos?
-Desde hace bastante tiempo, de hecho.- Me confirmó en
un susurro.- Pero eso no viene a cuento ahora mismo.
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-Estás enfadado.- Me acomodé en el asiento y crucé los
brazos sobre el vientre.
-No es eso, Violet, es solo que llevo demasiado tiempo
deseando verte y, cuando por fin lo consigo… Deberías
haber recuperado la memoria hace tiempo, tendrías que
haberlo hecho… ¡Mierda!, ¿porqué no lo has hecho?
-¡Cállate, imbécil!- Me envaré.- ¡Si supiera lo que
supuestamente tengo que recordar, lo haría, pero no tengo ni
idea!
-¿Qué sabes sobre la Gran Guerra?- Soltó de pronto. Yo
me relajé un poco, aunque seguía tensa.
-Mi madre… esto… mi tía… lo mencionó alguna vez, pero
no sé nada al respecto.
-Hace poco más de mil quinientos años tuvo lugar la que
se denominó la Gran Guerra.- Erik giró el volante para tomar
una curva.- Fue una batalla sin igual entre nosotros y los
hombres bestia, que llamamos Mork…
-¿Y qué tiene que ver eso conmigo?- Le interrumpí.
-Fueron dos familias las que intentaron erradicar a los
Mork,- Prosiguió.- cada una con un concepto distinto de lo
que… debían hacer con ellos.- Suspiró.- Tú, Violet, peleaste
junto a mí en la batalla…
-Pero… no puede ser… yo tan solo tengo quince años…
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-Puede que físicamente.- Me cortó.- El caso es que al final,
los conflictos entre ambas familias se hicieron más patentes,
hasta el punto en el que una de ellas se alió con los Mork.
Finalmente, logramos contrarrestarlos pero, aun hoy en día,
existen resquicios de aquella familia que traicionó sus ideales
y aún continúan quedando Morks dispuestos a acabar con
toda clase de vida sobre la tierra.
-¿Qué son los Morks?- Pregunté más por obligación que
otra cosa.
-Son una… mutación de la raza de los vampiros.
-¿Vampiros? Venga ya.- Me mofé incrédula.- Me estás
tomando el pelo, ¿no?
-A pesar de todo,- Continuó sin hacer caso de mi
comentario.- varios miembros de la familia de traidores,
renunciaron a su sangre y se unieron a nosotros.
-¿Quiénes son “nosotros”?
-Los miembros de la Cruz Roja.
-Erik, por dios.- Suspiré.- Pero, ¿es que acaso no te oyes
cuando hablas? ¿Cómo puedes estar hablando de vampiros
y otros seres imaginarios así, tan campante?
-Sé que es difícil de creer, pero es la pura verdad… Bueno,
una versión resumida, lo suficiente para ponerte al tanto
hasta que…- Se detuvo.
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-Hasta que ¿qué?- Insistí.
-Hasta que recuerdes.
-Vale, bien, estupendo.
Erik detuvo el coche frente a las puertas del internado y
apagó el motor. En cuanto lo hizo, me quité el cinturón de
seguridad, abrí la puerta y corrí como nunca antes lo había
hecho hacia el refugio del internado. Ya no estaba dispuesta
a escuchar más patrañas, que si vampiros… que si
Morks...eso tan solo eran cuentos para niños, aunque… aún
tenía miles de interrogantes que gritaban por ser resueltos,
pero de lo que sí estaba segura era de que no volvería a
hablar con Erik. Estaba dolida y, además, se lo había
prometido, por mucho que me hubiera costado hacerlo.
Ascendí las escaleras hacia los dormitorios y, una vez allí,
me dirigí presta hacia el cuarto, hacia mi lado de la
habitación, donde me hundí sobre el colchón de la cama y
me dejé llevar a las profundidades de los sueños.
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11. Mi vida, una gran mentira
La soledad del dormitorio me acompañaba. Hubiera deseado
encontrarme allí con Cybille, así por lo menos podría hablar
con alguien más o menos cuerdo, pero aún no había vuelto
de ver a su abuela y, quien no quería ver por nada del
mundo, era quien iba a aparecer en el dormitorio,
seguramente gritándome.
Se suponía que debía recordar pero, ¿cómo recordar algo
que ni siquiera has vivido?, ¿y cómo se supone que Erik y yo
ya nos conocíamos antes de llegar al internado?, y, en ese
supuesto, ¿cómo sabía él que iba a ir precisamente a ese
internado, si fue mi tío (si es que realmente lo era) quien lo
decidió de la noche a la mañana?
La puerta se abrió con suavidad, pero no quise darme la
vuelta, en cambio, sentí los pasos de Erik acercándose a mi
lado de la habitación.
-Violet,- Suspiré y giré mi cabeza. Erik estaba muy serio,
casi diría que triste, y, entre sus manos, llevaba un montón
de vendas.- hay que curarte,- Dijo- antes de que venga
Cybille.- Alargué una de mis manos para coger una venda,
pero Erik negó con la cabeza.- No podrás hacerlo sola,- Dijo
entre dientes.- además, no voy a ver nada que no haya visto
antes.- Esta vez sonreía picaronamente.
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Me incorporé desganada y le dejé actuar. Los diestros
brazos de Erik me retiraron la camiseta sin darme tiempo
siquiera a quejarme. Las vendas que cubrían mi cuerpo
estaban manchadas de rojo, pero cuando Erik las retiró,
dejando mi torso al desnudo, la herida ya estaba más o
menos curada, aunque todavía supuraba.
-Está bastante bien.- Comentó Erik cubriéndome de nuevo
el torso con una venda limpia.
-Ni que fueras médico.- Salté olvidándome por completo de
la promesa que había hecho de no hablar con él.
-No, pero tengo bastante experiencia.- Susurró acabando
de anudar las vendas.
-Erik…- Erik recogió las vendas de encima de la cama y se
levantó para irse, pero yo tenía un par de preguntas que
hacerle.
-Dime.- Accedió clavando sus ojos en los míos y tomando
asiento a mi lado, en la cama.
-¿Es cierto que tú y yo ya nos conocíamos de antes?
-Sí, nos conocimos en el año 572.
-¡Hace más de mil años…!
-Así es, por lo que asistimos de primera mano al desarrollo
de la guerra.
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-¿Cuánto tiempo duró la guerra?
-Siempre hemos estado en guerra, Violet, siempre habrá
alguien a quien matar para continuar manteniendo la paz.
-¿Cómo sabías que yo estaba precisamente en este
internado?
-Fue lo acordado.
-¿Mi tío es realmente mi tío?
-No, él no es más que un sirviente.
-¿Porqué murió mi… tía?- Ya no podía seguir llamándola
mi madre.
-Trató de deshacerse del libro.
-¿El libro?, ¿qué tiene que ver el libro en todo esto?
-Es un diario, pero también es una profecía, ¿has acabado
el interrogatorio?
-Quiero pruebas…- Susurré.
-Las hay.- Contestó de pasada al tiempo que salía de la
habitación.- Ve a hablar con el director.- Dijo a lo lejos.
¿Con el director?, ¿qué tenía que ver el director?, ¿acaso él
también era miembro de la Cruz Roja? Si antes estaba
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confusa, ahora lo estaba muchísimo más que antes y todavía
no había logrado de procesarlo todo.
Era de noche, el director no podía seguir en el despacho
pero, de todos modos, me encaminé hacia allí. Era imposible
perderse, ya que su despacho se hallaba en el piso superior,
en el ala opuesta a los dormitorios de los profesores, al fondo
de un largo pasillo apenas decorado con pinturas de paisajes
y algún que otro retrato. Una vez frente a la puerta, la golpeé
con los nudillos y la abrí sin permiso.
El director era un hombre joven, como todos allí en el
internado, de pelo moreno y sumamente corto y unos ojos
grandes y una mirada a veces dura a veces amable. Estaba
sentado en su silla, con un teléfono móvil pegado a la oreja.
Nada más verme, me hizo señas con la mano para que me
sentase en el sillón frente al escritorio.
-¿Entonces todo fue bien?- Le preguntó al teléfono.- Vale,
me alegro, estamos en contacto.- Y colgó el teléfono,
dejándolo descansar sobre la mesa.- Bien, ¿qué tal te
encuentras?- Me preguntó.
-Estoy bien.- Respondí desganada.
-¿Algún problema?- Insistió.
-Erik me ha dicho que venga a hablar con usted.
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-Ya veo, ¿problemas con Erik?- Volvió a insistir. Yo
suspiré.- Entiendo.
-No, usted no lo entiende.- Me puse a la defensiva.- He
perdido mi identidad de la noche a la mañana.
-¿Y te sientes mal por eso?- Sonrió.
-No… yo… Bueno, sí… un poco.- Farfullé. Ya no sabía ni
lo que estaba diciendo.
-Estás abrumada por cómo se comporta Erik contigo, ¿es
eso?- No respondí, en cambio bajé la cabeza.- Déjame
mostrarte algo.
El director abrió un cajón y sacó un enorme álbum de fotos,
el cual comenzó a hojear hasta que dio con lo que buscaba y
lo volteó para que yo pudiera ver la fotografía. Me quedé
helada. Se trataba de una fotografía en blanco y negro un
tanto demacrada, pero en ella pude distinguir a Erik y a mí a
su lado. Me la quedé mirando un buen rato hasta que, por
fin, el director retiró el álbum del alcance de mis ojos.
-Esa fotografía fue tomada el día de vuestra boda.- Se me
salió el corazón del pecho, ¿había oído bien?
-¿Acaba de decir que yo… y él…?- No pude acabar la
frase.
-Pues sí.- Suspiró.- Y lo recuerdo como si hubiese sido
ayer mismo. Recuerdo que estabas tan nerviosa que
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intentaste huir y tuvimos que ir todos a buscarte.- Rió.-
Aunque… fue una ceremonia un tanto movidita.
-¿Por qué lo dice?- Pregunté con demasiado ímpetu.
-Nos atacaron los Morks nada más acabar.- Así que yo
tenía razón y él era también miembro de la Cruz Roja.- Y tu
vestido… bueno, lo tuvimos que quemar.
-¿Cuánto tiempo hace que estoy… con Erik?- Pregunté.
-Ufff… hace ya tanto, que ni me acuerdo, pero… veamos…
si ahora estamos en el 2000 y la guerra empezó en el 500
más o menos y la boda fue en el año 631, llevas con él…
como unos mil cuatrocientos años, más o menos.
-¡Estará d broma!- Grité.
-Bueno, tuvisteis una pelea que duró… bastantes años, por
lo que podría ser menos.
-¡Pero, si eso es verdad, tendría más de mil años de edad!-
Vociferé exasperada.
-Pues… sí.
-Pero mi cuerpo es el de una niña de quince años.
-¿Eso es lo que te preocupa?- Rió.- No te preocupes, tu
pico de crecimiento está ya muy próximo.
-¿Cómo dice?
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-¡Ah, es cierto, no lo recuerdas!- Negué con la cabeza.-
Pues verás, básicamente, en tu decimosexto cumpleaños
humano tu cuerpo cambiará día a día hasta que cumplas los
veinte, cuando dejarás de crecer hasta el próximo pico de
crecimiento.
-¿Cumpleaños humano?- Repetí confusa.
-Violet, hay cosas que te puedo contar yo, pero el resto es
obligación de Erik el contártelas, el hacértelas recordar, de
modo que habla con él sobre todo lo que te preocupe y que
yo no te pueda contar, ¿vale?, ahora ve a descansar.- El
director se levantó para acompañarme hasta la puerta.- Te
doy permiso para saltarte la cena.
-Una pregunta más.- Dije mientras me ponía en pie.- ¿Qué
es la Cruz Roja?, ¿por qué fue fundada?- Pero al ver que el
director negaba con la cabeza, salí del despacho sin decir
nada más.
La conversación con el director me había aclarado bastante
poco, por no decir que me había dejado con más dudas.
Ahora resultaba que yo estaba casada, nada más ni nada
menos que con Erik, a quien apenas hacía dos días que
había conocido y, por lo que pude entresacar, yo no era ni
tan siquiera humana y tenía más de mil años de edad.
Suspiré y descendí las escaleras más que abatida y seguí
bajando escaleras hasta que me detuve frente al retrato de
Reesha. Lo quisiera, o no, siempre llegaba a aquel lugar