Este artículo analiza las tendencias recientes de acumulación capitalista y la configuración del régimen político en Colombia. Señala que a diferencia de otros países de América Latina, en Colombia se ha profundizado el proyecto neoliberal y ha habido un creciente autoritarismo bajo el gobierno de Álvaro Uribe. A pesar de esto, existe una importante lucha social y política de resistencia. El artículo busca presentar las piezas del rompecabezas colombiano para mostrar la complejidad de un proyecto neoliberal que articula
Cp15.autonomía e independencia de las organizaciones sociales en tiempos de g...
Pampa extendida
1.
2. pampa
pensamiento/acción política
Responsable Editor
Claudio Lozano
Consejo Editor
Karina Arellano
Lucía De Gennaro
Sebastián Scigliano
Emilio Sadier
Fernando Bustamente
Arte de tapa e ilustraciones
Ana Celentano
Participan en este número
Jairo Estrada Alvarez
Fabián Casas
Mario Tronti
Grupo de investigación sobre trabajo - IEF
Ricardo Antunes
Daniela Espejo
Nicolás Honigesz
Diseño y armado
Nahuel Croza
Agradecimientos
Horacio Meguira
Rafael Gentili
Rafael Chinchilla
Soraya Giraldez
Héctor Maranessi
Instituto de Estudios e
Investigación CTA
Redacción
editorialpampa@institutocta.org.ar
Administración
Piedras 1067
1070 – Buenos Aires
Teléfono: 4307-3637
3. sumario
pampa extendida
Jairo Estrada Alvarez / Las piezas del rompecabezas
colombiano: tendencias de acumulación
y configuraciones del régimen político 11
primavera 07
Mario Tronti /
Para la crítica de la democracia política 33
Emilio Sadier /
El orden democrático 41
Karina Arellano /
Para saber entrar hay que saber salir 48
Sebastián Scigliano /
La República perdida 54
Lucía De Gennaro /
El acierto de la elocuencia 58
trabajo
Grupo de investigación sobre trabajo - IEF /
Precarios y dignos 69
ENTREVISTA / Ricardo Antunes
Nueva morfología del trabajo 76
Fernando Bustamante /
El lugar del sujeto trabajador 89
Daniela Espejo / Siempre habrá más camino 98
Nicolás Honigesz / Drogones cultos 104
4.
5. El joven muere antes y el viejo, que quería
dejarle todo, lo sobrevive y se va incompleto
y airado. Eso ya fuimos nosotros quienes
lo vimos. Modernidad, revolución, originalidad
nacional e ideologías de época, ya no pudieron
ser pensadas en común. No es cierto ahora
que debamos ser continuadores del pasado
que no fue. A fuerza de verdad, nunca nadie lo es,
por más que diga escuchar “lejanos mandatos”.
HORACIO GONZÁLEZ
6.
7. editorial
“Frente a lo que se puede nombrar,
mejor quedarse callado”.
LUDWIN WITTGENSTEIN
Actualmente, existe una institucionalidad que insiste
en su propia condena. Sin memoria, sin piedad, sin
cautela, sin evocación, sin correspondencia entre lo
mundano y lo sagrado, persiste en la acumulación
de sus propias ruinas. Esa institucionalidad cree fervientemente
en un crecimiento mecánico y deposita el “triunfo estratégico”
en la tarea de aleccionar a generaciones para seguir desempe-
ñando su gobernabilidad.
Bajo este orden de lo instituido las soluciones nacionales,
empresariales, partidarias y oenegeistas recurren a la naturaleza
militar para instalarse en el orden social. Sean “cuadros con apti-
tud” de gobierno, empresarios que sepan administrar, militantes
que reproducen decisiones de mesa chica o almas culposas
que engrosan la burocracia mercantil-social-privada, la lectura
es clara: es necesario un ejército bien dirigido concebido para
sobrevivir derrotas parciales. Lo profetizable, así, es que haya
reuniones de canje, alineamiento, encuadre, formación, apti-
tud en la cadena productiva del orden social; y que bajo este
estructural y anacrónico esquema estrategista de construcción
de poder la “virtud” pase a ser la buena capacidad de operación
política para organizar una cadena de mandos, el funciona-
miento de los “elegidos”. La imagen, la del padre eterno que ben-
dice a condición de que profesen. Los mandamientos, la forma
decálogo del “sentido común” nacional. La “fuerza” humana
considerada como “propia”.
Desde el punto de vista de esta institucionalidad, el valor de
la disrupción es deudor del precepto y del modelo a seguir y,
por tanto, el destino de lo errático es paréntesis, demora o
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8. vacío. En esa situación existe un mecanismo hegemónico: el
momento donde se empieza de nuevo, se echa por tierra, se
arrasa o se concluye. Pero al mismo tiempo a esta modulación
siempre urgente del cálculo, ley, estatuto o deber; le sobrevive
su contraria: la reposada forma de lo vital, fecundo y cauteloso.
Y, es en esa silenciosa confrontación donde el pensamiento
pampeano habita.
Es en lo que la política del patrón o molde encuentra como
errático, frágil y precario donde Pampa percibe origen y crea-
ción. Porque cuando lo mejor que puede pasar es que las cosas
sigan así, la falla, la incomodidad, la anomalía, el error pasan a
ser sosiego. Una vez que se vulgariza el paso errante por el
terruño, se vacía en el orden de la ejemplaridad, el ensimisma-
miento prolonga al espíritu hacia su propia salvación. Hay un
silencio abismal que continúa en el alma. Un mutismo inscripto
en la ecuación de esta vida argentina. Un motivo para la insis-
tencia de su continuidad.
Continuar ya no bajo el orden del modelo sino bajo la virtud
de la matriz. Ese pasaje hacia lo signado por el silencio es ora-
cular, claro, pero no refiere al silencio del show espectacular
sino a lo silenciado por él. Esa rotación hacia el punto ciego
donde se inscribe el amor materno es misteriosa, otra vez, pero
no por la presencia de mujeres dentro del "orden democrático",
sino por el sueño ancestral de una comunidad matriarcal profun-
damente igualitaria.
Testigos ocasionales, nace para nosotros un sentido deudor de
la compasión maternal. No hay culpa, sino más bien perdón. La
madre tierra enseña a curar a los que han entrado en desgracia,
perdona. Y, de este mito de origen, la vitalidad orgánica de la
recreación nacional aparece intacta en la estructura de nuestro
suelo, en las millones de particulares vidas para las cuales la
única verdad, es que nadie vive sin amor.
Madre, hemos estado tan solos durante este último tiempo.
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9. editorial
Pampa. Si fuimos el sueño de otro, volveremos. Espera. Con
el tiempo sabremos tratarte con la debida reverencia para asistir
a la pureza de tus valles bajo la luna; para volar sobre las aguas
que reflejan las estrellas del sur; para que nuestra virtud pese
sobre el ordenamiento. Sabemos. Sólo desde aquí se nos permite
elevar la cabeza para poder ver sobre los árboles. | pampa
CONSEJO EDITOR
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10. pampa extendida
Las piezas del rompec abezas c olombiano
Tendencias de acumulación y configuraciones del régimen político
por JAIRO ESTRADA ÁLVAREZ (*)
A DIFERENCIA de los demás países de América Latina,
especialmente de Suramérica, en los que la crisis de los
proyectos neoliberales provocó una nueva configuración
del mapa político de la región con la instalación de un
amplio espectro de gobiernos que han sido caracterizados de
izquierda o de centroizquierda1, el caso colombiano se muestra
excepcional. Allí se ha asistido a una profundización de los rasgos
autoritarios del régimen político, con el proyecto político de la “segu-
ridad democrática” que encarna el reelecto presidente Alvaro Uribe
Vélez (2002-...), a una intensificación de la guerra contrainsurgente
mediante una estrategia de creciente intervención imperialista norte-
americana, y a una (aparente) consolidación del proyecto econó-
mico del neoliberalismo, con el impulso de las “reformas estructura-
les” de “segunda generación”; todo ello, al tiempo que –con el pro-
yecto político paramilitar, en proceso de institucionalización– se
despliegan los componentes criminales del capitalismo y una orga-
nización mafiosa de la sociedad.
* Profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia; director del
Grupo interdisciplinario de estudios políticos y sociales; coordinador académico del seminario interna-
cional Marx vive; director de la Revista virtual Espacio crítico, www.espaciocritico.com
1. También se utilizan los calificativos de “progresistas” o “alternativos”. Tales gobiernos han generado
un importante debate sobre la perspectiva de la región. Al respecto véase, STOLOWICZ, BEATRIZ, “La
izquierda latinoamericana y las encrucijadas del presente”, México, D.F., 2006 (mimeo); BORÓN, ATILIO,
“El mito del desarrollo capitalista nacional en la nueva coyuntura política de América Latina”, Argenpress,
2007; KATZ, CLAUDIO, “Socialismo o neodesarrollismo”, Rebelión, 2006, tomado de www.rebelion.org;
KOHAN, NÉSTOR, “La gobernabilidad del capitalismo periférico y los desafíos de la izquierda revoluciona-
ria. Crisis orgánica y revolución pasiva: el enemigo toma la iniciativa”, Argenpress, 2006.
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11. No obstante, bajo tales condiciones, de altísima compleji-
dad y de difícil entendimiento para nacionales y extranjeros,
se adelanta una importantísima y valerosa lucha social y polí-
tica de resistencia, con proyecciones de alternativa, a través
de diversas formas, que se ha visto alentada precisamente por
los cambios políticos ocurridos en la región. Lo que desde el
exterior y aún desde el interior del país se aprecia como un
proyecto político y económico, de neoliberalismo renovado,
sólido y consistente, muestra –en sentido estricto– claras ten-
dencias de erosión y de descomposición, que abren un amplio
juego de posibilidades que van desde la reconstitución del régi-
men (con operaciones de autopurificación y limpieza) hasta la
generación del espacio para un proyecto político alternativo
de izquierda.
El presente trabajo tiene como propósito principal la pre-
sentación de las que podrían denominarse las piezas del rom-
pecabezas colombiano. Piezas sueltas, a veces ininteligibles (en
apariencia), que cuando se van articulando, adquieren sentido y
muestran una imagen de la complejidad. Aquí se intenta mostrar
la imagen de un proyecto capitalista neoliberal que en Colom-
bia se manifiesta de manera descarnada, articulando el dis-
curso de la “democracia liberal” y el “libre mercado”, con una
tendencia fuerte al autoritarismo, el intervencionismo nortea-
mericano, la intensificación de la guerra y la consolidación de
rasgos mafiosos y criminales de la formación socioeconómica.
Profundización del proyecto neoliberal
y creciente autoritarismo
En lo corrido del nuevo siglo, contrariando la tendencia
general reciente de América Latina, en Colombia se ha asis-
tido a una profundización del proyecto neoliberal; se ha dado
continuidad a las transformaciones capitalistas iniciadas hace
dos décadas, que adquirieron una mayor programación siste-
mática y consistencia institucional a partir del gobierno de
César Gaviria Trujillo (1990-1994). Desde entonces, la línea
ha seguido los trazos (con algunos altibajos) de las políticas
del Consenso de Washington. Tales políticas fueron reforza-
das al finalizar la década de 1990, cuando se firmara el pri-
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12. mero de los tres acuerdos que desde entonces habrían de pac-
tarse con el Fondo Monetario Internacional2.
Las políticas de liberalización y desregulación económica, y
de reestructuración neoliberal del Estado habrían de producir
un cambio sustancial en las condiciones generales de la repro-
ducción capitalista, provocando una transformación estructu-
ral del mayor significado en el balance entre los fondos de acu-
mulación y los fondos sociales de consumo. De la misma
forma que en otros países, la precarización generalizada del
trabajo y el deterioro sistemático de sus condiciones de repro-
ducción, se han visto acompañados de una nueva fase de pros-
peridad capitalista que, en todo caso, ha producido reacomo-
dos entre las facciones capitalistas. También en Colombia hay
facciones capitalistas inmersas en lógicas mundiales de acu-
mulación; al tiempo que otras se han visto afectadas por los
procesos de reestructuración capitalista.
De particular importancia para el cambio en el balance
acumulación-consumo han sido los “rediseños institucionales”,
esto es, la juridización del proyecto político y económico neo-
liberal, la incesante producción de normatividad, con la que se
ha pretendido imponer un verdadero “cerrojo jurídico”, que le
de legitimidad y legalidad a las transformaciones capitalistas,
atendiendo siempre las reglas de la “democracia liberal”.
Por ello es que un examen a las tendencias recientes de acu-
mulación en Colombia (si se trata de considerar sus formas lega-
les), pasa inevitablemente por la producción del orden (neolibe-
ral) jurídico económico. Los acuerdos con el Fondo Monetario
Internacional han sido, en sentido estricto, pactos de agendas
legislativas. Siguiendo la línea del Consenso de Washington, los
desarrollos legislativos y las tendencias de política económica
se han caracterizado en los últimos años por:
a. La profundización del proceso de liberalización y re-regu-
lación del mercado de trabajo, mediante un debilita-
miento de las instituciones laborales a favor de políticas
de “empleabilidad”.
2. El primero, un “acuerdo extendido”, se firmó en diciembre de 1999, durante el gobierno de Andrés
Pastrana (1998-2002); los otros dos, acuerdos stand by, se suscribieron en diciembre de 2002 y mayo de
2004, por parte del gobierno de Uribe Vélez. Dado el estricto seguimiento a las políticas del FMI no fue
necesario un nuevo acuerdo en diciembre de 2006.
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13. pampa extendida
b. El rediseño del proceso de descentralización, definiendo
lineamientos claves de política local desde el gobierno
central, al tiempo que se transfieren mayores responsabili-
dades hacia los gobiernos locales, con menos recursos por
parte del gobierno central.
c. La continuación (y culminación) de procesos de privatiza-
ción en campos en los que tales procesos estaban aplaza-
dos o no se habían podido adelantar (petróleo, telecomu-
nicaciones, energía eléctrica, banca).
d. La apertura hacia una mayor mercantilización de la natu-
raleza, a través de la ley de bosques que abre fronteras
para su explotación comercial
e. El mayor estímulo a la inversión extranjera y, en general, a
los flujos de capitales, con la creación de diversos incentivos.
f. El reforzamiento de las prescripciones de política econó-
mica (de ajuste fiscal selectivo) orientadas a garantizar el
pago de la deuda pública y la financiación de la guerra,
mediante reformas al Estatuto orgánico de presupuesto y la
expedición de la Ley de responsabilidad fiscal.
g. La afectación de rubros sociales del gasto público (espe-
cialmente de educación y salud) mediante el rediseño
del régimen de transferencias de finanzas interguberna-
mentales.
h. La implantación de medidas que refuerzan la “focaliza-
ción” de la política social en los sectores más pobres, al
tiempo que deja en desprotección a sectores importantes
de la población. Esta política se acompaña de la crea-
ción de un sistema clientelista de subsidios a la demanda
que de paso constituye a esos sectores pobres en base
social para la legitimación de la política general.
Un punto culminante de la estrategia de juridización del pro-
yecto político y económico neoliberal en Colombia, luego del
fracaso del ALCA, ha sido la negociación del Tratado de Libre
Comercio con Estados Unidos. Dicho tratado, como lo señala la
experiencia del TLCAN, al tiempo que profundizará la liberali-
zación y la desregulación de la economía y la extenderá a nue-
vos campos de la vida económica y social, posibilitará un
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14. mayor control económico y político por parte del imperialismo
norteamericano y sus empresas trasnacionales3.
Con la llegada a la presidencia de Álvaro Uribe Vélez en el
año 2002, se reforzó el giro autoritario que venía produciéndose
en los últimos años del gobierno de Andrés Pastrana. El fracaso
de las conversaciones entre éste último y la guerrilla de las
FARC, estimuló –junto con otros factores, cuyo estudio escapa a
los propósitos de este texto– la formación de un consenso polí-
tico de las élites dominantes por buscar una salida militar al con-
flicto social y armado. Dicho consenso se construyó con el res-
paldo de los principales grupos económicos, los gremios del
capital, los principales medios de comunicación, sectores de la
iglesia, sectores mayoritarios del Congreso, las fuerzas militares,
y fue apoyado por la intelectualidad de derecha; su expresión
sería el proyecto de “seguridad democrática” de Uribe Vélez.
El proyecto de “seguridad democrática” descansa sobre cua-
tro supuestos principales de análisis:
1. En Colombia no hay un conflicto social y armado, sino una
amenaza terrorista contra la sociedad, que proviene esen-
cialmente de unos grupos terroristas que se lucran del
negocio del narcotráfico. Toda expresión individual u orga-
nizada, política o social, que no se alinee con ese entendi-
miento debe ser considerada en un espectro que va desde la
condición de ideólogo hasta la de idiota útil del terrorismo4.
2. La confrontación exitosa de la amenaza terrorista justifica
la limitación –a través de diversos mecanismos– de dere-
chos civiles y políticos, entre otras cosas, por cuanto parte
de los apoyos estratégicos de la subversión armada se
encontrarían mimetizados dentro de la población civil. En
ese sentido, la vinculación masiva de sectores de la pobla-
ción civil, como parte de una masiva red de inteligencia,
de informantes y cooperantes ocupa un lugar central.
3. Los principales problemas de la sociedad colombiana, de
3. Al momento de escribir este trabajo, ya se había refrendado por parte del Congreso colombiano el TLC;
se encontraba en entredicho su aprobación inmediata en el Congreso norteamericano, debido a la pos-
tura del Partido Demócrata que demandaba la inclusión de cláusulas laborales y ambientales, así como
el compromiso efectivo del gobierno colombiano con la protección a líderes sindicales y el esclareci-
miento del asesinato –por razones políticas– de más de 2.000 de ellos.
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15. pampa extendida
crecimiento, empleo, distribución de ingreso y de pobreza
se explican esencialmente por la situación de inseguridad
y violencia existentes en el país. De suerte que, resuelto el
problema de la seguridad, la economía entraría en una
especie de círculo virtuoso de mayor inversión, empleo y
crecimiento, con lo cual se contribuiría además a resolver
los problemas fiscales del Estado, por los mayores ingresos
públicos que traería el crecimiento. En este supuesto, un
escalamiento de la guerra y la mayor destrucción de valor
se da casi por descartada, por cuanto se considera que el
país “desde hace rato estaba en guerra”. No obstante, si
esa fuera la circunstancia, se trataría de un necesario costo
transitorio que, como costo de oportunidad, resulta infe-
rior al costo indefinido de la guerra.
4. La idea de “Estado comunitario” representa el proyecto
alternativo a la amenaza terrorista. Se trataría de una
variante corporativista de la fórmula “democracia liberal
más libre mercado”, que supone la “inclusión directa”
de sectores medios y pobres de la población en el pro-
yecto político. Tal proyecto político pretende construirse
eliminando las mediaciones de los partidos, con base en
el apoyo irrestricto e incondicional a la figura del presi-
dente, en torno al cual hay una incesante fabricación de
opinión que lo muestra como una persona única, dotada
con cualidades excepcionales, casi mesiánicas.
En suma, el proyecto de Uribe Vélez representa la institucio-
nalización de un régimen de excepcionalidad permanente, de
una especie de régimen bonapartista, que pretende el control
sobre todos los poderes públicos y ciudadanos5. Y debe recono-
cerse que ha avanzado en ese propósito; particularmente con la
aprobación de la reforma constitucional que posibilitó la reelec-
ción presidencial y permitió su segundo mandato para el perí-
4. Al respecto véase el libro del asesor de Uribe Vélez, GAVIRIA, JOSÉ OBDULIO, Sofismas del terrorismo en
Colombia, Bogotá, Planeta, 2005; en el que desde una postura de derecha recalcitrante y en una falta de
sindéresis se trata de justificar la tesis de la amenaza terrorista.
5. Véase, MONCAYO, VÍCTOR MANUEL, El leviatán derrotado. Reflexiones sobre teoría del Estado y el caso
colombiano, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2004, y SÁNCHEZ ÁNGEL, RICARDO, Bonapartismo presiden-
cial en Colombia. El gobierno de Álvaro Uribe Vélez, Bogotá, Uniediciones, 2005.
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16. odo 2004-2008. Además del persistente respaldo de las elites
dominantes, de la incesante producción de comunicación a su
favor, Uribe Vélez ha sabido apelar a la cultura política de dere-
cha, conservadora y clerical, reaccionaria, que se encuentra
arraigada en sectores importantes de la sociedad colombiana.
Por otra parte, no obstante lo que aparentaba ser un sólido
y consistente proyecto político de la derecha colombiana, ha
empezado a mostrar signos notorios de erosión y descomposi-
ción. Dentro del campo de opciones que se ha abierto recien-
temente no debe descartarse un resguebrajamiento del régi-
men autoritario, pese al control que tiene el Presidente sobre el
Congreso, a la captura gradual de las altas cortes, especial-
mente de la Corte Constitucional, y de los organismos de con-
trol, así como del dominio pleno sobre la conducción política
de la economía.
Al tiempo que el régimen autoritario ha tenido todas las posi-
bilidades de despliegue, con el apoyo irrestricto del imperia-
lismo norteamericano y de las clases dominantes tradicionales,
es un hecho notorio que su sustento descansa también en una
no santa alianza con el narcoparamilitarismo. Cada vez son
mayores las evidencias que comprometen directamente la
figura del presidente. A las reiteradas denuncias de la izquierda
y de importantes organizaciones no gubernamentales, se le
suman ahora testimonios, videos y otras pruebas documentales
de narcotraficantes y paramilitares, que muestran su conniven-
cia con esa organización criminal. El entorno del presidente, un
número importante de congresistas y aliados políticos, miem-
bros del gabinete ministerial, políticos profesionales de diverso
nivel, integrantes de alta graduación de las fuerzas militares,
miembros de la administración de justicia, sectores empresaria-
les nacionales y transnacionales, entre otros, articulados con
narcotraficantes y paramilitares hacen parte del paraestado que
se construyó en Colombia durante las últimas décadas. Hoy
resulta incontrovertible que ese paraestado no es más que una
de las variaciones institucionalizadas, alentadas desde el Estado
mismo, de la dominación capitalista. Es otra de las variantes del
terrorismo de Estado. Todo ese andamiaje que fue puesto al ser-
vicio del proyecto de la “seguridad democrática”, se constituye
hoy en uno de sus flancos débiles.
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17. pampa extendida
El hecho de que, luego de un lustro, no se haya producido el
cambio esperado en el balance militar de la guerra a favor del
gobierno, es otro factor de erosión. La promesa de doblegar a
las FARC en 18 meses no se pudo cumplir. Se requirió otro man-
dato presidencial; después de transcurrido el primer año del
nuevo gobierno de Uribe Vélez, no obstante, no hay nada que
indique que se esté en el final de la guerra en Colombia6. (salvo
opiniones del Ministerio de Defensa y de intelectuales de dere-
cha como Eduardo Pizarro).
A lo anterior se suma el creciente papel de las luchas y resis-
tencias sociales, que se ha manifestado en importantísimas
movilizaciones de masas y en el desarrollo de nuevos niveles de
organización política, social y popular, con miras a la consoli-
dación de un proyecto político alternativo del orden nacional.
Igualmente, los cambios en el balance político y de poder de
América Latina, especialmente en los países vecinos, que pare-
cieran sugerir que se abre un nuevo compás para las fuerzas
democráticas y revolucionarias.
Hasta este punto, se podría afirmar que la experiencia
colombiana si bien no difiere significativamente de lo que ha
sido la trayectoria neoliberal en América Latina, sí registra algu-
nas especificidades. Tales especificidades colombianas resultan
del hecho de que las transformaciones neoliberales se han
acompañado de una intensificación de la guerra contrainsur-
gente, un creciente intervencionismo militar norteamericano y
la entronización de rasgos criminales y mafiosos en la forma-
ción socioeconómica.
Intervencionismo norteamericano
e intensificación de la guerra contrainsurgente
Un aspecto esencial para el entendimiento de la cuestión
colombiana consiste en considerar que este país se ha conver-
6. Tal hipótesis sólo es sostenida por el Ministerio de Defensa e intelectuales de la derecha como Eduardo
Pizarro. Al respecto véase, PIZARRO-LEONGÓMEZ, EDUARDO. “Las FARC-EP: ¿repliegue estratégico, debilita-
miento o punto de inflexión”, en Varios autores, Nuestra guerra sin nombre. Transformaciones del con-
flicto en Colombia, Bogotá, Grupo Editorial Norma, Universidad Nacional de Colombia, Instituto de Estu-
dios Políticos y Relaciones Internacionales, 2006.
pampa | 17 |
18. tido en componente clave de la estrategia imperialista nortea-
mericana para América Latina. Esa es otra de las piezas del
rompecabezas colombiano que explica –en buena medida–
porqué se ha asistido a una intensificación de la guerra en
Colombia durante la última década. El examen a los planes de
guerra de este período, el Plan Colombia, el Plan Patriota, el
Plan Victoria y el anuncio de un segundo Plan Colombia para
el período (2007-2013)7, pone de relieve precisamente que lo
que pareciera ser exclusivamente un asunto interno colom-
biano, representa –en sentido estricto– uno de los componen-
tes esenciales de la estrategia geopolítica y de militarización
de Estados Unidos en América latina, con el cual se pretende
garantizar la hegemonía y la dominación imperialista sobre la
región andino-amazónica.
De manera específica, se busca producir una salida militar al
conflicto social y armado colombiano, mediante la intensifica-
ción de la guerra contrainsurgente, así como debilitar las fuerzas
políticas, los movimientos sociales y las organizaciones sindica-
les y populares, en suma, las fuerzas opositoras, consideradas
como extensiones del “terrorismo”. El imperialismo pretende
convertir a Colombia, en tanto apoya y estimula su gobierno
autoritario de derecha y lo erige en su reserva “democrática”
y de “libre mercado”, en la base de contención de la avanzada
del movimiento social y popular en América Latina y, especial-
mente, de los proyectos políticos de los gobiernos progresistas
de la región. No hay duda de que el gobierno de Uribe Vélez
es el principal aliado de Bush en la región, absolutamente
subordinado y plegado a los intereses norteamericanos.
El intervencionismo norteamericano tiene como propósito
asegurar el control territorial sobre una región clave para las nue-
vas estrategias de acumulación de las empresas transnacionales
en la actual fase capitalista, dada precisamente la riqueza de la
región andino-amazónica en recursos energéticos y de biodiver-
sidad, fuentes de agua, y otros recursos naturales; así mismo,
7. Según el gobierno de Uribe Vélez, con el propósito de “consolidar los logros del Plan Colombia”, a un
costo estimado de 43.836 millones de dólares. Véase, diario El Tiempo, Bogotá, 1 de febrero de 2007, p.
1-2. Un análisis amplio del Plan Colombia y sus implicaciones se encuentra en ESTRADA ÁLVAREZ, JAIRO (edi-
tor), Plan Colombia. Ensayos críticos y El Plan Colombia y la intensificación de la guerra. Aspectos globa-
les y locales, publicados por la Universidad Nacional de Colombia en 2001 y 2002 respectivamente.
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19. pampa extendida
dadas las proyecciones de los negocios capitalistas en biocomer-
cio, biocombustibles, y megaproyectos infraestructurales, entre
otros. En este sentido, los planes de guerra, especialmente el
Plan Colombia, se articulan con el Plan Puebla Panamá, un plan
de megaproyectos infraestructurales para unir corredores logís-
ticos y biológicos de México con Centroamérica8, y la Iniciativa
para la integración de la infraestructura sudamericana - Iirsa, los
cuales tienen su origen en el Plan de Acción de las Américas,
suscrito por los presidentes y jefes de Estado del hemisferio ame-
ricano, exceptuada Cuba, en 19949. Como pieza del rompeca-
bezas del proyecto hegemónico de Estados Unidos para América
latina, el Plan Colombia es por el momento su principal brazo
militar, que se articula también con los proyectos de tratados de
libre comercio bilaterales, luego del fracaso del Área de libre
comercio de las Américas - Alca.
Como es de amplio conocimiento, El Plan Colombia fue ela-
borado secretamente por los gobiernos de Bill Clinton (1993-
2001) y de Andrés Pastrana (1998-2002), presentado al Con-
greso de Estados Unidos en octubre de 1999 y sancionado, de
acuerdo con la ley ese país, el 13 de julio de 2000 por parte
del Presidente Clinton en la forma de un “paquete de ayuda”.
La denominación oficial del Plan fue: Plan Colombia: Plan
para la paz, la prosperidad y el fortalecimiento del Estado; en
el discurso del Departamento de Estado, se señaló que se tra-
taba de “una estrategia integral para enfrentar los desafíos de
Colombia: la promoción del proceso de paz, la lucha contra
el tráfico de drogas, la reactivación de la economía y el forta-
lecimiento de los pilares democráticos de la sociedad colom-
biana”, a un costo estimado de 7.558,1 millones de dólares,
para un período inicial de seis años10).
Las intenciones geopolíticas y económicas del Plan Colombia
se escondieron desde un inicio tras la fachada de la “guerra con-
8. Al respecto véase, BARREDA MARÍN, ANDRÉS, “Los peligros del Plan Puebla Panamá”, publicado en Estrada
Álvarez, Jairo (compilador), Dominación, crisis y resistencias en el nuevo orden capitalista, Bogotá, Uni-
versidad Nacional de Colombia, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, Departamento de
Ciencia Política, 2003.
9. Véase, DUQUE, MARTHA ALICIA, “La agenda oculta geoestratégica de la integración USA”, en Documen-
tos Desde abajo, Bogotá, 2006
10. El costo de la primera fase del Plan Colombia 2000-2006 ascendió a 13.181 millones dólares. Véase,
diario El Tiempo, Bogotá, 1 de febrero de 2007, p. 1-2
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20. tra el narcotráfico”11. Ésta se convertiría rápidamente –y con
mayor fuerza después del 11 de septiembre– en la guerra contra
el “narcoterrorismo”, y se erigiría realmente en dispositivo de
control social, político y militar. El Plan convirtió a Colombia en
el principal país receptor de la “ayuda militar” estadounidense
en América Latina (más del 80%). Entre 1999 y 2006, el país
recibió –según el Centro de Política Internacional de Washing-
ton– 5.062,8 millones de dólares. Menos del 20% de esos recur-
sos se destinó para programas económicos y sociales; la mayor
parte iría para la financiación de la guerra contrainsurgente y
beneficiaría a las empresas transnacionales norteamericanas
relacionadas con el negocio de la guerra en Colombia. En algu-
nas zonas de Colombia, el Plan terminó articulándose de
manera perversa con la estrategia narcoparamilitar de control
territorial, agravó la situación de violencia y desplazamiento for-
zado de población, el cual ha afectado a más de 3.500.000 per-
sonas durante los últimos 15 años. Las políticas del Plan han
incidido negativamente sobre las relaciones de Colombia con
Ecuador y Venezuela, algunas de cuyas zonas de frontera se vie-
ron afectadas por las fumigaciones aéreas y el desplazamiento12.
Por otra parte, la intensificación de la guerra en Colombia no
puede ser leída exclusivamente desde la perspectiva de la estra-
tegia imperialista para la región. Si bien tal perspectiva ha
adquirido una mayor relevancia en el momento actual, no debe
olvidarse que el conflicto social y armado colombiano posee su
propia dinámica interna que se remite, cuando menos, a más de
cuatro décadas de la lucha insurgente, posee unas fuertes raíces
sociales y se encuentra anclado en las persistentes condiciones
de desigualdad y pobreza que afectan a la mayoría de la pobla-
11. En materia de la llamada guerra contra las drogas, los resultados del Plan Colombia han sido un fra-
caso: según informes de la CIA y del gobierno de Estados Unidos, en 2006 se produjo un incremento del
área cultivada de hoja de coca de 144 mil a 156 mil hectáreas, pese a la aspersión aérea de cerca de
200.000 hectáreas al año con el herbicida glifosato (El Tiempo, ibid.); no se ha reducido el precio de la
cocaína en Estado Unidos, lo que hace suponer que no se ha afectado sensiblemente la producción del
alcaloide. Por otra parte, su incidencia sobre el medio ambiente ha sido desastrosa.
12. El gobierno de Ecuador dio inicio en abril de 2007 al Plan Ecuador, concebido como un plan de paz
e inversión social, para oponérselo al guerrerista Plan Colombia. El Plan Colombia ha generado, por otra
parte, un movimiento internacional de rechazo y de denuncia, que involucró a sectores importantes de la
comunidad internacional, de los movimientos sociales y populares, de las organizaciones defensoras de
los derechos humanos, de científicos e intelectuales críticos. Dicho movimiento se inscribe dentro de las
diferentes expresiones de organización y lucha en la actual fase del proceso de globalización capitalista.
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21. pampa extendida
ción colombiana. Las fuerzas insurgentes continúan siendo un
factor político para la transformación de la sociedad colom-
biana. Su papel se tornó de mayor trascendencia dados su cre-
cimiento durante la década de 1990 y su presencia histórica,
precisamente en regiones estratégicas para la nueva espaciali-
dad capitalista, pues allí se encuentran nuevas fuentes de valo-
rización y acumulación: recursos energéticos, otros recursos
naturales, biodiversidad, fuentes de agua, megaproyectos. Esta
misma circunstancia explica el significado de la lucha por el
territorio y su control, así como la emergencia del proyecto
paramilitar durante las últimas décadas.
Capitalismo criminal y organización
mafiosa de la sociedad 13
El rompecabezas colombiano se continúa armando cuando
se consideran los rasgos criminales y mafiosos de la formación
socioeconómica. Se trata entre tanto de componentes orgáni-
cos, estructurales, de la actual fase capitalista; en momento
alguno de fenómenos episódicos14. Dada su maduración, con el
gobierno de Uribe Vélez se pretende justamente su instituciona-
lización. Se trata de un producto histórico, expresivo de varias
décadas de transformaciones capitalistas, tanto en la tendencia
de la acumulación de capital, como en las configuraciones del
régimen político.
En el caso colombiano, la articulación de las formas legales
con las formas ilegales de la acumulación capitalista se remonta
a la segunda mitad de la década del setenta y se inscribe den-
13. Una exposición más amplia de este punto se encuentra en ESTRADA ÁLVAREZ, JAIRO, “Capitalismo cri-
minal y organización mafiosa de la sociedad”, Revista Cepa, No. 3, Bogotá, 2007.
14. Dos trabajos contribuyen a enriquecer esta perspectiva, y han servido como referente de algunos de los
planteamientos de este punto. Uno, que puede considerarse pionero en el estudio de la experiencia colom-
biana, y de suma actualidad, es el artículo de Germán Palacio y Fernando Rojas: publicado en 1989:
“Empresarios de la cocaína, parainstitucionalidad y flexibilidad del régimen político colombiano: Narcotrá-
fico y contrainsurgencia en Colombia”, publicado en el libro compilado por PALACIO, GERMÁN, La irrupción
del paraestado. Ensayos sobre la crisis colombiana, Bogotá, ILSA, CEREC, 1989. El otro, el texto de Fran-
cesco Forgione, “Organizaciones criminales y capitalismo globalizador. Reflexiones a partir de la experien-
cia italiana”, publicado en el libro de memorias del II Seminario internacional Marx vive, Jairo Estrada Álva-
rez (compilador), Sujetos políticos y alternativas en el actual capitalismo, Bogotá, Universidad Nacional de
Colombia, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, 2003.
pampa | 21 |
22. tro de la transición del régimen de acumulación basado en la
industrialización dirigida por el Estado hacia el régimen actual
de financiarización del capital. Sin temor a la exageración, se
podría aseverar que esa transición no hubiera sido exitosa sin
el surgimiento de un nuevo empresariado vinculado a los cir-
cuitos transnacionales de la acumulación: el empresariado de
la cocaína15. No es actualmente medible –y probablemente
nunca lo será–, la potencia desplegada para la acumulación de
capital por la articulación de las formas legales con las formas
ilegales. Si bien hay cuantificaciones sobre el tráfico de coca-
ína, no las hay –con la objetividad requerida– sobre el impacto
de sus capitales en el conjunto de la economía. La tecnocracia
neoliberal y los voceros oficiales siempre se han empeñado en
minimizarla. Pero lo cierto es que la pregonada estabilidad
macroeconómica colombiana y la relativa excepcionalidad
frente a las profundas crisis económicas latinoamericanas han
descansado sobre el colchón de los capitales ilegales; así
mismo, la persistente prosperidad de buena parte de los grandes
negocios capitalistas privados en el sector financiero y el mer-
cado de capitales, la industria, la construcción, la hotelería, el
turismo, el comercio (incluido el de importación y de exporta-
ción), los servicios, el entretenimiento, la salud, la educación;
algunas actividades agrícolas y ganaderas; también, ciertos
“milagros económicos” (transitorios) regionales.
La articulación entre las formas legales con las formas ilega-
les de la acumulación capitalista contribuyó hacia finales de la
década de 1980 a la formación de un nuevo consenso a favor
de las “reformas estructurales” y de la reestructuración neolibe-
ral del Estado, y produjo una reconfiguración en el bloque
dominante de poder, la cual se anunciaba ya desde la década
de los setenta con el surgimiento de nuevos “grupos económi-
cos” y la influencia creciente del capital financiero. Sólo que
ahora se agregaba una alianza “no santa” –construida a lo largo
15. Aquí compartimos la distinción de Palacio y Rojas entre el negocio asociado al tráfico de cocaína y
el narcotráfico propiamente dicho. “Mientras el tráfico de cocaína es un mecanismo de acumulación
capitalista, ilegal e internacionalizado, el narcotráfico es una especie de dispositivo político utilizado
por los gobiernos y, particularmente, el gobierno de Estados Unidos (aunque no solamente por éste) para
realizar operaciones de represión, disciplinamiento y control social”. GERMÁN PALACIO y FERNANDO ROJAS,
Ob. cit., p. 81.
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23. pampa extendida
de la década de los ochenta– entre sectores capitalistas lega-
les con los empresarios de la cocaína. Se fortalecían así los
rasgos criminales de la economía. Las estructuras mafiosas
habían permeado igualmente las instituciones del Estado
(todos los poderes públicos), incluidas las fuerza armadas, los
partidos políticos tradicionales y los políticos profesionales, y
sectores de la iglesia. Se consolidaba así la estructura mafiosa
de la formación socioeconómica16.
No es casual que ya en la segunda mitad de la década de
1980 se anunciara la irrupción del paraestado17. Al respecto
señalaban Palacio y Rojas en 1989: “(...) el paraestado no sólo
tenía una fracción del capital que empezaba a ser predomi-
nante, sino que los empresarios de la cocaína, aliados con
otras fracciones del capital, empezaron a tener control territo-
rial y bases sociales populares en algunas regiones del país”18.
Y agregaban: “(...) estamos frente a una especie de “paraes-
tado”. Incluye una poderosa fracción capitalista; un aparato
represivo militar; gastos en bienestar social; control territorial
regional y un restringido pero eficaz apoyo popular”19.
Empresarios de la cocaína, estructuras mafiosas y paramili-
tarismo se constituyeron en las formas criminales, en piezas
del nuevo rompecabezas de la acumulación de capital en
Colombia, basada ahora en la creciente articulación entre sus
formas legales y sus formas ilegales. En ese sentido, una expli-
cación esencial del paramilitarismo consiste en su entendi-
miento como el “otro brazado armado”, junto con las Fuerzas
Militares del Estado, de esa nueva fase de acumulación capi-
talista; contrario a la idea de sectores de la intelectualidad del
16. Se habla de estructura mafiosa cuando se persigue el doble objetivo de “asumir el control total de un
territorio y sustituir la autoridad legal del Estado con la propia autoridad y la propia mediación social. Esto
ocurre con la penetración en la política y en las instituciones y, sobre todo, con el ejercicio (...) de la vio-
lencia” (...). “La mafia, señala Forgione, es siempre una empresa capitalista, con un fuerte factor adicional:
la fuerza intimidatoria de la violencia. Pero su esencia es y será la de ser una empresa criminal encaminada
a la acumulación de capital”. Francesco Forgione, ... Ob. cit., p. 98 y 1002.
17. La noción de paraestado no se refiere exclusivamente al Estado paramilitar; esa es una simplificación
inconveniente que sólo pone de relieve la dimensión militar de la estrategia de poder de la fracción capita-
lista vinculada a los negocios de (y en torno) a la cocaína.
18. Estos autores explican el surgimiento y desarrollo del paraestado “en el contexto de las dificultades del
Estado y las fuerzas militares para combatir a los grupos guerrilleros y las luchas con potencialidades autó-
nomas populares”. Ob. cit., p. 96.
19. Ibid., p. 97
pampa | 23 |
24. establecimiento que desean explicarlo simplemente como una
reacción contra la violencia guerrillera.
La función de acumulación no se ha limitado a la expan-
sión del negocio de la cocaína o a la articulación con nego-
cios legales existentes. A mi juicio, el paraestado ha desempe-
ñado dos funciones adicionales del mayor significado: a) ha
propiciado una profunda transformación de las relaciones de
propiedad, y b) ha incidido sobre la redefinición de las rela-
ciones entre el capital y el trabajo.
En el primer caso no se trata solo de las transformaciones
intercapitalistas; se trata igualmente de los nuevos ciclos de
acumulación originaria que ha desatado regionalmente, de la
expropiación violenta de tierras, del acceso a los dineros públi-
cos. El paraestado se ha mostrado igualmente como parte de
una estrategia transnacional de resignificación de la tierra como
fuente de valorización capitalista (biodiversidad, recursos hídri-
cos), de promoción de megaproyectos infraestructurales y ener-
géticos; y de un nuevo tipo de agricultura de plantación. En el
segundo caso se trata de la flexibilización y desregulación vio-
lenta del mundo del trabajo, del exterminio de dirigentes políti-
cos y sindicales, del desplazamiento forzado de más de tres
millones de colombianos, que engrosan las filas de la informa-
lidad y contribuyen a la depresión de los salarios urbanos.
La función de acumulación no debe reducirse a un entendi-
miento en términos exclusivamente económicos. El paraestado
es expresivo igualmente de las configuraciones del régimen
político; de su carácter “flexible”. En la combinación de los
mecanismos “democrático formales” con los “represivos auto-
ritarios”, se encuentra la explicación a la relativa estabilidad
del régimen político colombiano20. En ese aspecto, la irrupción
del paraestado se comprendería en términos de solución de los
problemas de estabilidad del régimen que no pueden ser resuel-
tos por la vía democrático formal. La apelación a un brazo
armado paramilitar para exterminar fuerzas políticas opositoras,
o liquidar las más diversas formas de organización social y
popular, se constituye en componente clave de una estrategia
20. Según las circunstancias históricas, se han privilegiado desplazamientos en uno o en otro sentido, man-
teniendo siempre la fachada democrática.
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25. pampa extendida
de control social y político para afianzar la dominación y la
tendencia de la acumulación capitalista.
Una de las transformaciones sustanciales que ha ocurrido en
la sociedad colombiana en las últimas décadas ha sido la entro-
nización de los rasgos criminales de la formación socioeconó-
mica, el despliegue de sus estructuras mafiosas y la extensión
del aparato paramilitar, lo cual ha ocurrido al tiempo que se ha
vivido otra prosperidad: la de los “grupos económicos” y los
grandes capitales, articulados ahora a los negocios de la mundia-
lización del capital. Las “zonas grises” de intersección entre
“acumulación legal” y “acumulación ilegal” no están claras, ni
demostradas empíricamente con suficiencia. La estrategia de
control territorial, como estrategia de poder, se amplió al ámbito
nacional y a la pretensión de control de la estructura del Estado
en su conjunto. Lo que parecía tornarse en un campo de poder
en disputa entre fracciones capitalistas, parece erigirse en nuevo
escenario de transacción. Los “capitales limpios” ahora como
antes parecen acceder a nuevos acuerdos, a nuevas alianzas.
De lo que se trata actualmente es de cerrar el círculo. El
paraestado que se gestó y nació en la década de 1980, que se
extendió y profundizó a lo largo de los noventa y principios
de este siglo, en esa alianza entre empresarios de la cocaína y
sectores capitalistas legales, debe ser reincorporado a la insti-
tucionalidad. Ya no es funcional. Desentona incluso con los
actuales lenguajes de la democracia liberal. Por eso, la época
es de desmovilizaciones y de reinserciones, de institucionali-
zación de derechos de propiedad adquiridos ilegalmente, sin
memoria, ni justicia, ni reparación, o con sus caricaturas21. Por
ello, empresarios de la cocaína, mafiosos y paramilitares dentro
y fuera del Estado, en negocios “limpios” o no, aparecen ahora
como deliberantes políticos. Esa es la verdadera empresa del
gobierno de Uribe Vélez: una inmensa operación de limpieza.
Para ello cuenta con el irrestricto apoyo del gobierno de Esta-
dos Unidos y de las trasnacionales estadounidenses22, que se
han beneficiado durante décadas de esas configuraciones par-
21. La ley de tierras, aprobada por el Congreso colombiano en la legislatura del primer semestre de 2007
es una indicación de ello.
22. Recientemente se ha podido demostrar que transnacionales estadounidenses como Chiquita Brands y
la Drummund han estado comprometidas con el apoyo y la financiación de grupos paramilitares.
pampa | 25 |
26. ticulares de la acumulación capitalista y del régimen político,
y que han sabido hacer de la lucha contra el “narcoterro-
rismo” su mejor bandera de política exterior, para proyectar
una estrategia de guerra contrainsurgente y convertir a nuestro
país en una base de contención de las avanzadas del movi-
miento social y popular en América Latina.
La lucha social y popular
La complejidad del proceso político y económico en Colom-
bia se amplía, cuando se consideran las persistentes formas y
expresiones de organización, las diversas modalidades de resis-
tencia y lucha social y popular23, así como los proyectos políti-
cos emprendidos por las organizaciones de izquierda, dentro y
fuera de la organización institucional del Estado. Todo ello, pese
al exterminio sistemático a que se ha visto sometido el movi-
miento social y popular, así como sus organizaciones sociales,
sindicales y políticas.
Al tiempo que, por una parte, la tendencia histórica de la acu-
mulación capitalista y de las configuraciones del régimen polí-
tico han producido un proyecto político y económico neolibe-
ral, autoritario, que se organiza de manera “flexible” conjugando
las reglas de la “democracia liberal” con estructuras criminales
y mafiosas, en un contexto de guerra contrainsurgente, se apre-
cia, por la otra, una incesante lucha por la democratización de
la sociedad en diversos niveles y a través de diversas formas, con
desiguales y heterogéneos resultados. De ello dan cuenta, por
ejemplo, las diferentes experiencias de proyectos políticos alter-
nativos y, en particular, de los “gobiernos alternativos locales”,
así como las proyecciones actuales de la izquierda colombiana
en el orden nacional (y local) con el Polo Democrático Alterna-
tivo (PDA), de reciente creación (en 2006)24.
23. VÉASE, ARCHILA NEIRA, MAURICIO, Idas y venidas. Vueltas y revueltas. Protestas sociales en Colombia
1958-2000, Bogotá, ICANH, CINEP, 2005 y Varios autores, 25 años de luchas sociales en Colombia
1975-2000, Bogotá, CINEP, 2002.
24. Sobre el proceso del PDA véase, GANTIVA SILVA, JORGE, “El proceso de unidad y las perspectivas del PDA.
¿Qué izquierda construir?”, en Revista Espacio crítico, no. 6, 2007, en www.espaciocritico.com
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27. pampa extendida
Después de décadas de división y fragmentación, el PDA
logró aglutinar en un proyecto de unidad de acción política a
un amplio espectro de fuerzas políticas y sociales, con dife-
rentes trayectorias históricas y diversos programas políticos,
así como con variados entendimientos del significado de la
izquierda y de las alternativas al capitalismo en la actualidad.
Ese espectro abarca fuerzas que se mueven desde la tradición
comunista, socialista y anticapitalista, hasta otras que se inscri-
ben en las trayectorias de la socialdemocracia y de la “tercera
vía”. Su trayectoria de desplazamiento va desde la izquierda
hacia el centro. Su gran significado consiste en la reserva demo-
crática que representa frente al fortalecimiento y la consolida-
ción de los rasgos autoritarios del régimen político colombiano.
Un balance de la corta existencia del PDA muestra que ha
logrado constituirse en la principal fuerza opositora civil al pro-
yecto de “seguridad democrática” de Uribe Vélez. En el pasado
inmediato, con matices y diversos niveles de compromiso por
parte de las organizaciones que lo integran, el PDA ha adelan-
tado una importante acción parlamentaria, acompañada de la
movilización de masas, en la lucha contra el Tratado de Libre
Comercio con Estados Unidos y la reforma al régimen de finan-
zas intergubernamentales que castiga severamente recursos a
transferir a los gobiernos, destinados a la financiación de rubros
importantes del gasto social. Así mismo, se ha erigido en factor
clave de la aceleración de las tendencias a la crisis del régimen
político, mediante la denuncia nacional e internacional de sus
configuraciones mafiosas y criminales (y paramilitares), exacer-
badas y legalizadas durante el gobierno del presidente Uribe
Vélez. En lo inmediato, las posibilidades del PDA se encuentran
ligadas a los resultados de la elección de gobiernos locales
que se adelantarán en el mes de octubre de 2007.
Como se puede apreciar, pese a las condiciones aparente-
mente adversas, en términos de la tendencia de la acumulación
capitalista (profundización del proyecto neoliberal) y de las
configuraciones del régimen político (fortalecimiento del auto-
ritarismo), las posibilidades de la lucha por la democratización,
en todo sentido, de la sociedad colombiana poseen actual-
mente importantes desarrollos. Los evidentes signos de crisis y
descomposición del proyecto de la “seguridad democrática”
pampa | 27 |
28. han abierto la opción para proyectos políticos alternativos en
Colombia. El Polo Democrático Alternativo puede constituirse
en esa opción. Ello dependerá en gran medida de sus propios
desarrollos, de cómo sepa interpretar la dinámica de las luchas
sociales y de clase, y de los contenidos que le imprima a la
organización y la acción política. La posibilidad de alternati-
vas políticas en Colombia no se agota en todo caso en una
visión institucionalizada del poder, de “captura” del Estado; se
encuentra también en el despliegue de la potencia del poder
constituyente, en la producción de poderes contrahegemónicos
dentro y fuera de la institucionalidad. | pampa
BIBLIOGRAFÍA REFERENCIADA
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pampa | 29 |
30. Los Olímpicos
All the Olympians; a thing never known again.
W.B.YEATS
A veces me gusta pensar
que puedo pararme una vez más
frente a mi vieja casa.
Sí. Acá está la inmensa puerta verde.
Nunca estaba con llave
y se abría empujándola un poco.
Tal cual. Se abrió.
Ahora camino por el largo pasillo
mientras me siguen, haciendo equilibrio por el muro,
los gatos de nuestros vecinos.
La segunda puerta es de metal
y detrás de ella se abre el patio,
las macetas con sus plantas,
y las altas piezas
donde se distribuían
el comedor y los dormitorios.
Sentada a la mesa, mi familia intacta
me espera para comer.
Mientras charlan y se sirven los platos,
es obvio que decidieron pasar por alto
que ya tengo 40 años
y que desentono con estas ropas infantiles.
Yo tampoco les digo
que sé cómo van a terminar
algunos de ellos.
Para qué envenenar el almuerzo.
Después,
se desperdigan a la marchanta
hacia las piezas del fondo.
31. por FABIÁN CASAS
Inquieto como siempre,
a grandes zancadas,
mi papá atraviesa el patio.
¡Tiene una gorra hecha con papel de diario!
¡Cómo me pude olvidar de eso!
Salgo a la calle,
la remera de banlon me pica en el cuello
y los jeans con remiendos en las rodillas
se sienten estrechos. Ahí, esperándome,
brillosos bajo el sol primaveral, están mis amigos.
Cuando me ven, abren el círculo de su corazón
para que me pueda sumar. Sí, son ellos.
Bien protegidos
en las bajas temperaturas del inconsciente,
están exactamente como los dejé:
sobre la vereda de los setenta
rien los olímpicos de Boedo;
algo que no se volvió ver.
32. primavera 07
LOS TEXTOS que siguen debieron ser escritos en prima-
vera. Lo fueron, en rigor de verdad, si es que el calen-
dario es todo lo que cuenta para establecer coordena-
das, para situar pertenencias temporales. Sin embargo
y, a pesar de esa euforia fértil y un poco altisonante que campea
por estos tiempos, han decidido ser empeñosamente sombríos, han
decidido ampararse, para su bien, de ese calorcito tenue pero firme
que los primeros albores estivales prometen, a veces con candor, a
veces con malicia. No es que no alienten el optimismo, ni que
rechacen la buena nueva o el sosiego. Pero resulta que son, al
menos, desconfiados, y eso los obliga a correrse un poco, a espiar
de costado, a esquivar eso que la mirada diáfana y pletórica de sol
celebra y enarbola. Obstinados, insisten en señalar eso que, al menos
a ellos, los incomoda y que aspiran a constituir en una falla, una dis-
continuidad, una malformación. Claro que sienten esa comezón
tibia del calorcito prematuro, pero ellos prefieren el fresco seco de
la penumbra, concientes de que, a veces, tanta luz, enceguece.
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33. Para la crítica de la democracia política*
por MARIO TRONTI
Creo que precisamente ha llegado el momento de pasar
a una crítica de la democracia. Estos momentos llegan
siempre, llegan cuando las condiciones objetivas del tema se
encuentran con las disposiciones subjetivas de quien lo mira,
lo analiza. Ha madurado bajo este terreno un camino de pen-
samiento, que creo que lleva hoy a aprehender la crisis de
todo un aparato práctico-conceptual. Porque cuando decimos
democracia decimos esto: institución más teoría; constitución
y doctrina. Y aquí, bajo estos términos, se instaura un vínculo
muy fuerte, un nudo. Un nudo que no ata solamente estructu-
ras político-sociales y tradiciones fuertes de pensamiento –las
de la democracia son siempre tradiciones de pensamiento fuer-
tes, incluso si la deriva de la práctica de la democracia mues-
tra hoy un terreno débil–, sino que se estrecha también al inte-
rior de unas y de otras, de las estructuras prácticas y de las tra-
diciones de pensamiento. Porque se estrechan en la democra-
cia, en su historia, una práctica de dominio y al mismo tiempo
un proyecto de liberación, que se presentan siempre juntos,
copresentes. En algunos períodos –períodos de crisis, de estado
de excepción– estas dos dimensiones se enfrentan, en otros
–como en el actual, un estado fundamentalmente de normali-
dad– se integran. Y estas dos dimensiones, práctica de dominio
y proyecto de liberación, no son dos caras de la democracia,
son una sola cara, bifronte. A veces, precisamente, se ve más
una, otras veces se ve más la otra, según cómo la relación de
fuerza entre lo alto y lo bajo de la sociedad se instaura, se
dimensiona, se constituye. Creo que en este punto la relación * Extraído de Guerra y
de fuerza se ha desequilibrado de tal manera hacia un lado –el democracia, Ed.
lado adverso a nosotros– que no se ve más que una sola cara. Manifiesto libri,
Roma, 2005.
Este es el motivo por el cual la democracia no es más lo mejor Traducción de
de lo peor, sino que es lo único que existe. Emilio Sadier.
pampa | 33 |
34. Cortar el nudo
Si este es el nudo, mientras en el pasado hemos intentado
desatarlo, ahora me parece que ha llegado el momento de cor-
tarlo. Y sobre esto, entonces, se dimensiona la crítica de la
democracia, y asume un carácter muy radical. Esta específica
crítica de la democracia que aquí presento tiene un padre, el
obrerismo, y una madre, la autonomía de lo político. Y es una
hija mujer, porque el pensamiento y la práctica de la diferencia
han anticipado esta crítica con la puesta en cuestión del univer-
salismo del demos, que es la otra cara del carácter neutro del
individuo, y con aquel “no crean que tienen derechos” que no
es más dirigido al individuo, sino al pueblo. Existe en la demo-
cracia una vocación identitaria hostil a la declinación de cual-
quier diferencia, y a cualquier orden de la diferencia. Tanto el
demos como el kratos son entidades únicas e unívocas y no
duales, no escindidas y no escindibles. La democracia, como es
sabido, presupone una identidad entre soberano y pueblo: pue-
blo soberano, soberanía popular, como dice la doctrina. A esta
identidad entre soberano y pueblo se ha respondido, en el siglo
XIX y luego sobre todo en el XX, con una suerte de espíritu de
escisión dado por la sociedad dividida en clases, que ponía el
dedo en la falsedad ideológica de esta identidad, mejor dicho,
ponía en crisis precisamente su estructura conceptual. En esa
fase la misma división de los poderes, dentro de un aparato que
intentaba el gran pasaje del liberalismo a la democracia y luego
a la conjunción de liberalismo y democracia, se ha revelado,
precisamente, como una máscara, máscara de unidad del poder
en manos de una clase. Es desde aquí que se necesita volver
a partir para seguir, genealógicamente, el camino de conclusión
[CLAUSURA] de la democracia, en el pasaje del pensamiento
a la historia.
Hablo de la democracia real, en el mismo sentido en que
se ha podido hablar del socialismo real. El socialismo real no
indicaba una realización particular del socialismo que dejaba
abierta la posibilidad de otro socialismo, aquel ideal, porque
el socialismo se ha encarnado de tal forma en aquella realiza-
ción que ya no existe una recuperación posible del orden sim-
bólico que era evocado por esta palabra; no es posible despe-
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garla de la realidad que la ha encarnado. Lo mismo me parece
que se puede decir de los sistemas democráticos contemporá-
neos, que no deben ser leídos como la “falsa” democracia
frente a la cual sabríamos o deberíamos tener un “verdadera”
democracia, sino como la adaptación de la forma ideal, o
conceptual, de democracia: también en este caso, es imposi-
ble salvar este concepto de su efectiva realización. Y, al con-
trario de lo que se piensa, hoy –no en el pasado, no en sus teo-
rías, sino en esta realización– la democracia se ha vuelto una
idea débil. Tanto es así que “democracia” es un sustantivo que
necesita siempre adjetivos calificativos; efectivamente, hoy se
dice democracia liberal, democracia socialista, democracia
progresista, incluso democracia totalitaria.
La democracia tiene problemas con la libertad. Si es verdad
que la democracia real se configura como democracia-liberal,
y que ésta ha sido finalmente la solución victoriosa, es preci-
samente este binomio que ata juntos libertad y democracia lo
que debe ser atacado críticamente. Se trata de descomponer y
contraponer los dos términos –libertad versus democracia–
porque tanto la democracia es identidad como la libertad es
diferencia. Entonces, el problema de la democracia debe ser
abordado desde dos lados: una crítica desconstructiva de la
democracia tiene que acompañarse de una teoría construc-
tiva, o sea, una teoría fundadora o refundadora de la libertad,
del concepto o de la práctica de la libertad.
Schmitt y Kelsen
Me meto en el siglo XX, pongo los pies en aquel siglo y
desde allí miro hacia atrás y hacia delante y de allí no me
muevo y no tengo intención de moverme. Entonces sobre este
tema los autores que vuelven a mí son Kelsen y Schmitt, que
extrañamente en el mismo período –Kelsen en el ’29 en La
democracia y Schmitt en el ’28 con La doctrina de la consti-
tución– si bien opuestos por completo se unen en el fondo en
la crítica de la democracia, o mejor en el develamiento del
enigma democrático. Kelsen dice: “La discordancia entre la
voluntad del individuo –punto de partida de la exigencia de
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36. libertad– es el orden estatal, que se presenta al individuo
como una voluntad extraña e inevitable. La protesta contra el
dominio ejercido por uno que es similar a nosotros, lleva en
la conciencia política a un desplazamiento del sujeto del
dominio que es inevitable incluso en un régimen democrá-
tico, vale decir, lleva a la formación de la persona anónima
del estado. El imperium parte de esta persona anónima, no del
individuo como tal, de esta persona anónima del estado. Las
voluntades de las personalidades individuales liberan una
misteriosa voluntad colectiva y una persona colectiva hasta
mística”.
Análogas son las consideraciones de Schmitt: “La democra-
cia es una forma de estado que corresponde al principio de
identidad; es la identidad de los dominados y de los dominan-
tes, de los gobernantes y de los gobernados, de aquellos que
mandan y de aquellos que obedecen. Y la palabra identidad
es útil en la definición de la democracia porque indica la
completa identidad del pueblo homogéneo, este pueblo exis-
tente con sí mismo en cuanto unidad política sin más necesi-
dad de ninguna representación, porque precisamente se auto-
rrepresenta”. Es sobre esta autorrepresentación que la demo-
cracia se vuelve un concepto ideal, porque indica, dice Sch-
mitt, “todo lo que es ideal, todo lo que es bello, todo lo que
es simpático. Identificada con el liberalismo, con el socia-
lismo, con la justicia, la humanidad, la paz, la reconciliación
de los pueblos, entre los pueblos”. La democracia –decía otra
bella frase de Schmitt– “es uno de esos complejos peligrosos
de ideas en que no se pueden más distinguir los conceptos”.
Aquí está, este es el enigma democrático.
El punto es por lo tanto la democracia no como forma de
gobierno sino como forma de estado, aquella cosa que se lla-
maba estado democrático, que ha tenido una evolución en el
siglo XX bajo el maridaje entre revolución obrera y gran crisis,
relación decisiva para la historia posterior del capital así como
vive hoy a nivel mundial. A través del estado social ha exis-
tido una suerte de gradual proceso de extinción del estado, no
completado pero en esta fase en un buen punto, acelerado
además por los procesos de globalización. El análisis de la red
del dominio mundial confirma este pasaje.
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Una tesis que deseo sostener es que el capitalismo, a medida
que se desarrolla, se vuelve cada vez más y cada vez menos
sociedad burguesa. “La sociedad burguesa” parece un término
vencido, obsoleto, pero creo que tiene un retorno de extrema
actualidad. Precisamente en el sentido en que ha partido
como bürgerliche Gesellschaft, o sea como sociedad civil y
sociedad burguesa al mismo tiempo. Toda la reciente historia
del siglo XX, luego de los años ’70 del movimiento y del femi-
nismo, y todo lo acontecido como respuesta a ellos, se puede
leer en la clave de una recuperación de la hegemonía capita-
lista a través del retorno de la figura del burgués. Hasta el
hecho que caiga la distinción-contraposición entre bourgeois
y citoyen, porque este último es recuperado en aquel. Es el
encuentro, esto sí de características memorables, entre homo
oeconomicus y homo democraticus. Los espíritus capitalistas
han hecho propio a este sujeto que es el animal democraticum.
Existe esta figura ya dominante, el burgués-masa, que es el
verdadero sujeto interno a la relación social. No podrá existir
una real y eficaz crítica de la democracia sin una gran inmer-
sión antropológica, antropología social pero también antropo-
logía individual, también aquí en el sentido del pensamiento-
práctica de la diferencia.
Imaginario neocons
Y aquí es necesario dar mucha importancia al imaginario y
a lo simbólico. Mucho se juega en este terreno, hay que ver
cómo es jugado en este terreno el mito que retorna –y regresa
de los EEUU hacia nosotros– de la sociedad de propietarios.
Viene precisamente desde la Norteamérica de Bush y de los
neocons, desde este interesante episodio de revolución con-
servadora que es muy preciso tener bajo observación. Por otra
parte, la democracia es siempre “democracia en América”; y
los EEUU han siempre exportado la democracia con la guerra.
Nos maravillamos que lo hagan ahora, pero lo han hecho siem-
pre, incluso en Europa.
Al contrario de cuanto se siente alrededor, sobre todo en la
opinión común progresista, niego que la fase actual tenga una
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38. centralidad en la guerra. Me parece que este énfasis actual en
la dicotomía paz-guerra es totalmente desmesurado. Las gue-
rras viven todas en los confines del imperio, en sus fallas crí-
ticas, pero el imperio a su interior está viviendo una nueva
paz, no sé si será incluso la de los cien años. Y es en esta con-
dición de paz interna y guerra externa que la democracia no
sólo vence sino que aplasta. Para entender su potencia es
necesario definir su base de masas. La democracia de hoy no
es el poder de la mayoría sino el poder de todos. Es el kratos
del demos, en el sentido de que es el poder de todos sobre
cada uno. Porque es precisamente el proceso de homologa-
ción, de masificación de los pensamientos, de los sentimien-
tos, de los gustos, de los comportamientos, lo que se expresa
en esa potencia política que es el sentido común. El sentido
común, cuando se vuelve de masas y se encuentra con el buen
sentido y construye este orden simbólico democrático, hace
verdadero un poco eso que decía Marx cuando sostenía que
la teoría se vuelve una fuerza material cuando es apoderada
por las masas: también el sentido común se vuelve fuerza
material cuando se hace masa. Y esta masa se reúne y se reu-
nifica no tanto alrededor de los bienes como de los valores, y
es necesario lograr definir y entender cómo podría resquebra-
jarse esta forma de masa.
Porque el cuerpo del rey al menos era doble, porque había
aun sacralización del poder. Hoy, en cambio, con la seculari-
zación del poder, el cuerpo del pueblo es único, y unívoco. (...)
Veo en resumen esta suerte de biopolítica de masas, en la
cual la singularidad es concedida en lo privado pero es negada
en lo público. Ese común del que se habla hoy, ese en-común
parece ya estar totalmente ocupado por esta suerte de autodic-
tadura, por esta especie de tiranía sobre sí mismo que es la
forma contemporánea de esa genial idea moderna que ha sido
precisamente la servidumbre voluntaria. Luego de la decaden-
cia de las gloriosas jornadas de la lucha de clases, no ha ven-
cido ni el gran burgués ni el pequeño burgués que hemos
siempre odiado. Ha vencido el burgués medio. La democracia
es esto: no es la tiranía de la mayoría, es la tiranía del hombre
medio. Y este hombre medio hace masa dentro de la catego-
ría nietzscheana de los últimos hombres.
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La democracia es antirrevolucionaria porque es antipolítica.
Existe un proceso de despolitización y neutralización que la
invade, que la empuja, que la estabiliza. Y esta antipolítica de
la democracia es el punto que tomo como filiación de toda
aquella fase que he llamado “la autonomía de lo político”. Por
otra parte, leo empíricamente este dato en la conquista y en la
gestión del consenso con el que luego prácticamente se iden-
tifican los sistemas políticos contemporáneos. Ya los llamo no
sistemas políticos sino sistemas apolíticos. La sociedad occi-
dental está dividida no ya en clases, en aquella antinomia del
pasado, sino en dos grandes agregaciones de consenso, de
igual consistencia cuantitativa: en todos los países occidentales
este consenso, de los EEUU a nosotros, cuando se hacen las
cuentas finalmente resulta 49 a 48, o 51 a 50. El consenso, en
suma, es dividido en dos, ¿por qué? Porque por un lado existen
pulsiones burguesas reaccionarias, y por el otro pulsiones bur-
guesas progresistas. Pulsiones, esto es reflejos emotivos, imagi-
narios simbólicos, todos movidos y gobernados por las grandes
comunicaciones de masas. Por un lado el conservadurismo
compasivo, por el otro lo políticamente correcto. Estos son los
dos grandes bloques, la alternancia de gobierno que ofrecen los
sistemas apolíticos democráticos.
Crítica elitista
En esta condición no hay posibilidad de ser ni de hacer
mayoría. Es necesario afirmarse en una condición de minoría
fuerte e inteligente. Desde hace tiempo vengo sugiriendo, sin
gran escucha, la necesidad de revisar la gran estación teórica de
los elitistas. Ellos son los únicos que han formulado una crítica
de la democracia antes de los totalitarismos. Y si esa crítica de
la democracia hubiese sido tenida en cuenta, quizás una
corrección de los sistemas democráticos no habría permitido la
era de los totalitarismos. La de los elitistas fue una crítica de la
democracia no desde el punto de vista del absolutismo.
Aquí, en este punto, la filiación en cambio es la del obre-
rismo, y paso a aclarar esta afirmación que no parece clara.
Pensando y repensando, me parece entender que la clase obrera
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40. ha sido la última gran forma de aristocracia social. Minoría a
mitad del pueblo, sus luchas han cambiado el capitalismo pero
no han cambiado el mundo, y la razón de esto está lejos de ser
entendida, pero lo que se entiende bien es cómo el partido
obrero se ha vuelto luego partido de todo el pueblo y cómo el
poder obrero, allí donde ha existido, se ha vuelto gestión popu-
lar del socialismo, perdiendo por esta vía la carga destructiva
antagonista. Y esto ha sido uno, no el único, de los elementos
que han hecho posible la derrota obrera.
Concluyo, No sé si la multitud puede entenderse como una
aristocracia de masas, si fuese así estos discursos irían en cierta
medida a encontrarse y entonces esta obra de reconstrucción
podría dar lugar a un nivel superior. Pero sé también que si las
condiciones que hemos descrito permanecen, el sujeto se enma-
raña dentro de esta red. Si la multitud permanece enmarañada
en la red de la actual democracia real, creo que no logrará salir
de modo resolutivo de la red del poder neoimperial. Una
característica contemporánea del Imperio es efectivamente la
de ser un Imperio democrático. Si no se ponen en crisis estas
condiciones, el propio sujeto no conseguirá maniobrar políti-
camente de manera eficaz, aquí dentro, con una red alterna-
tiva, para otra posible ruptura histórica. | pampa
MARIO TRONTI
Militante del Partido Comunista Italiano durante los años cincuenta, fue fundador, junto con Raniero Pan-
zieri, de la revista Cuadernos Rojos, de la que se separó en 1963 para fundar la revista Clase Obrera, de
la que fue director. Este proceso lo llevó a alejarse del PCI y a fomentar la experirncia radical de lo que
el denominó “obrerismo”. Tal experiencia, considerada por muchos la matriz de la nueva izquierda ita-
liana de los años sesenta, se caracterizaba por poner en discusión las organizaciones tradicionales del
movimiento obrero –partido y sindicato– y conectarse directamente, sin intermediaciones, con la clase
en sí y a sus luchas de fábirca. Influido filosóficamente por la obra de Galvano Della Volpe, que lo había
alejado del pensamiento de Antonio Gramsci, o al menos de su versión oficial difundida por el PCI, Tronti
se dedicó como estudioso a la formulación de un pensamiento político que, uniendo la teoría con la prác-
tica, renovase el marxismo tradicional y constribuyese a reabrir la vía revolucionaria en occidente.
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41. El or den democ rát ic o
por EMILIO SADIER
La pregunta de este ensayo parece simple: ¿Cuáles son,
0. hoy, las condiciones de incorporación de la democracia
–como concepto y como práctica– en el horizonte de un pro-
yecto de transformación social?
La pregunta parece simple –es simple, en realidad, aunque
sea necesario explicitar sus elementos, en todos los casos expre-
sivos de una posición precisa. El hoy –un tiempo, una época con
sus modos, tendencias, sentidos comunes; el horizonte –un
espacio, o bien el punto que encontrándose con nuestra mirada
ayuda a definir un territorio de pertenencia y de acción; un pro-
yecto de transformación social –es decir, una intencionalidad
política, en nuestro caso circunscripta y a la vez abierta a la posi-
bilidad de que lo común se exprese y se potencie, individual y
colectivamente. Por último, y a tener en cuenta en tanto elemen-
tos vertebradores, la democracia y sus condiciones: ambas inde-
terminadas, lábiles, ambiguas –¿qué decimos cuando hablamos
de “democracia”? ¿qué dice quién en cada caso en que la pala-
bra “democracia” se pone en juego? ¿Cuál es la frontera entre
“condición” y “condicionante”, entre posibilidad y límite?
El hoy, Argentina 2007. Fin de la primavera, momento
1. post-eleccionario. O bien, preludio de un verano. En todo
caso, diciembre. Diciembre, en clave política, tiene múltiples
declinaciones en la historia reciente de nuestro país: es el mes
en que se recupera la democracia, en 1983, con la asunción
de Alfonsín; quedando establecido el 10 de diciembre como
la fecha de traspaso de mando del gobierno nacional –cosa que
no llega a cumplirse en el ‘89–, hubieron también fines y
comienzos de mandato en 1995 –de Menem I a Menem II–, en
1999 –de Menem II a De La Rúa–, y así quedará también en la
historia este diciembre de 2007, con el cambio de mando de
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42. Kirchner (que es Néstor) a Fernández (que es Cristina y también
Kirchner, por razones civiles, que también políticas).
Es el 9 de Diciembre de 1985 que se dictan las sentencias a
los comandantes de la Junta Militar. Pero es también diciembre
justo un año después, en la nochebuena del ‘86, que el Con-
greso Nacional aprueba la Ley de Punto Final; al igual que las
vísperas del fin de año de 1990, que son recordadas por la firma
de los indultos que beneficiaron a aquellos mismos comandan-
tes de la dictadura.
Ambivalencia de Diciembre, entonces. Hay, sin embargo,
otros dos diciembre claves desde los que pensamos –o debería-
mos pensar– la relación entre democracia y proyecto de transfor-
mación social. El primero es obvio, cercano, indiscutiblemente
nuestro: decir 19 y 20 es sólo una condensación, posiblemente
reduccionista, de lo que significó –y sigue significando, mal que
le pese a muchos– ese diciembre del 2001, el conjunto de aquel
año y los meses que se abrieron hacia el 2002.
El otro Diciembre es quizás menos obvio, seguramente porque
es algo más lejano en el tiempo y fundamentalmente porque su
constitución es en forma de negativo: porque diciembre de 1976
–más exactamente, el domingo 12– era la fecha elegida para rea-
lizar elecciones generales. “El 24 de marzo de 1976”, dice
Rodolfo Jorge Walsh en la Carta abierta de un escritor a la Junta
Militar, “derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban
parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su
política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones
convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo
que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel
Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el
pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron”.
Es significativo, ya que es bien conocida la puntillosidad con
que redactó la carta, que Walsh no coloque la palabra “demo-
cracia” en ella. En cambio –y en dos ocasiones–, “la posibilidad
de un proceso democrático”: la democracia en proceso, frente
al “Proceso de Reorganización Nacional”; democracia como
posibilidad popular absoluta de remedio de los males sociales,
más allá de gobiernos y mandatos transitorios.
A no equivocarse: la de Walsh no es una oposición simple
entre “democracia” y “dictadura”. Es la construcción de la demo-
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cracia como un arma afilada y precisa en manos del “pueblo”
–la clase trabajadora, que de eso se trataba en gran medida:
proceso democrático popular opuesto tanto a la dictadura
como a la democracia representativa liberal. Sabemos tam-
bién la posición de Walsh posterior al golpe, en cuanto a reto-
mar la estrategia de la resistencia peronista como forma de
repliegue y a la vez de confrontación en las nuevas condiciones
sociales: podemos inclusive suponer contrafácticamente el
devenir de la democracia en esa clave donde “la vuelta” sería
posible, más que nunca, a través de exasperar la capacidad de
creación de sentido y eludiendo cualquier tipo de mediación.
Lo importante, sin embargo, es aprehender la imagen de ese
Diciembre, aun en la plenitud de su ausencia –y aun más allá
de la materialidad de la derrota: posibilidad de un proceso
democrático– y reflexionar acerca de qué trazas de esa imagen
clausurada –liquidada– aun refracta sobre nuestro presente.
El horizonte, como se dijo, constituye junto a nuestro punto
2. de vista el campo, el territorio que reconocemos como
propio. Pero, al mismo tiempo, se nos presenta como umbral
de lo que está más allá de nuestra visión, lo invisible.
Ese territorio, nuestro, pareciera ser “democrático”, indiscuti-
blemente “democrático”. Ahora, ¿qué tipo de democracia? Evi-
dentemente no es aquella en la cual “el pueblo remedia los
males” de la que hablaba Walsh: del ’76 al ‘83, si bien la recu-
peración vino al ritmo de “con la democracia se come, con la
democracia se cura, como la democracia se educa” alfonsinista,
existe un hiato insalvable que, si bien no descalifica la recupera-
ción democrática, la coloca en un lugar diferente. Mirada casi
un cuarto de siglo después, la deriva de esa democracia post-
dictadura no sólo se revela como hija directa del liberalismo
moderno –en el que el radicalismo ya estaba hacía décadas
sumido sin posibilidad de revisar su propia genealogía yrigoye-
nista de vertiente popular–, sino que además se demuestra irre-
misiblemente quebrada: la salida del gobierno de Alfonsín en
medio de un golpe económico es, más que un fracaso político
partidario, la señal de que esa forma de democracia liberal
representativa ya era inadecuada para los “nuevos tiempos”.
En este sentido, no es para nada anecdótico el llamado “pacto
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