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BUCARAMANGA:
ALREDEDOR DE LOS HECHOS
José del Carmen Rivera Mejía




     BUCARAMANGA:
ALREDEDOR DE LOS HECHOS




    Bucaramanga - Colombia, 1999
PRIMERA EDICIÓN
                Noviembre de 1999


       DIAGRAMACIÓN E IMPRESIÓN
                (Sic) Editorial Ltda.
    Centro Empresarial Chicamocha Of. 303 Sur
     Telf: (97) 6343558 - Fax (97) 6455869
             Bucaramanga - Colombia

             ISBN : 958 - 8108 - 06 - 3


Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra,
por cualquier medio, sin autorización escrita del autor

                Impreso en Colombia
A Trini:
                          mi inseparable esposa,
         por sus 46 años de estímulo en la lucha;

                                        a mis hijos:
                    Rosalba, Rosmira, Raúl y Ruth,
     cuyo cariño y respeto fortifican mi existencia;

                                       a mis nietos:
             Janeth Faride, Adriana y Javier David;
                 Cristian Alfonso y María del Pilar;
      Doris Rocío, Raúl Fernando y Oscar Andrés;
Laura Milena, María Catalina y Natalia América,
                      y bisnietos, quienes espigan,
            todos ellos, muy alto en mi corazón; y

                                         a Custodia:
                                    hermana única,
                      infatigable en el trajín diario
          e indeclinable en los afectos fraternales.
Catalina

Las almas buenas, una vez dejan la materia, se inmortalizan
en quienes las aman. No mueren, porque están latentes en
el corazón, alentando con su espiritual presencia al que,
pese a los años, las lleva muy dentro, en lo más recóndito
del ser.
Catalina, mi abuela, la anciana que me infundió anhelos de
superación, está en mis sentimientos, en mi memoria. Fue
mi ángel tutelar cuando me asomaba al, para mí, agitado
mundo, desconocido para el que provenía de la callada y
despoblada vereda piedecuestana.
Ella quería verme frente a una máquina de escribir, sentado
detrás de un escritorio, como “al doctor de la esquina de
arriba”. Soñaba en lo mejor para mí, porque “el muchachito
era buen hijo y todo se lo merecía”.
Su vida la había dedicado a Dios, a su Señor de las alturas.
Fue ejemplo de virtudes, y desde su viudez, después de los
50 años de matrimonio, la camándula que repasaba
diariamente constituía su consuelo y su esperanza en un más
allá nutrido de goces. Orando pedía por su José, por su
Custodia (mi hermana), sus dos nietos del alma.
Era un amor, irradiaba bondad y ternura. Me enseñó que de
nada valen las lamentaciones, ni la envidia, ni la ambición,
menos el odio o la venganza. Lo único que cuenta es la
sencillez, el deseo de ir adelante, el trabajo y la honradez.
No esperar de los demás, sino valerse de sus propios
medios.
Era un compendio de dichos, de refranes, de endechas, de
coplas y versos campesinos —como que el campo fue su
todo— que aplicaba a cada situación.
Han transcurrido 48 años de su muerte, ocurrida a la edad
de 106. La enterré un Sábado Santo, un Sábado de Gloria,
día para ella muy sagrado. Se elevó al infinito a disfrutarlo
plenamente, como lo soñaba, como se lo merecía. Se fue en
pleno goce de sus facultades, serenamente, beatíficamente.
Se fue, pero no del todo, porque siempre está conmigo;
porque la siento en todas partes: cuando oigo una copla, o
un cantar, o el repicar de las campanas de la torre vecina,
cuando contemplo el ocaso, en el que ella se extasiaba. Al
observar el caminar de un anciano, al contemplar la nariz
aguileña de la arrugada viejecita que se dirige a la capilla del
barrio, o cuando oigo una plegaria, esto y mucho más me la
devuelve al pensamiento, al corazón que cultivó y fortificó
generosamente, reemplazando los afectos que la “parca”
nos arrebató, segando la vida de nuestros progenitores, Jorge
y Felisa.
Nadie muere si deja quien lo ame y quien lo lleve en la
memoria, como llevo a mi abuela. Está en mí y ahí permane-
cerá hasta que el discurrir de las horas me conduzca al final
del recorrido.
Catalina, estás conmigo, ahora y siempre; me has inspirado
estos renglones frente a la máquina de escribir, detrás de un
escritorio, como tú lo querías, como lo soñabas. Misión
cumplida, abuela mía!




                              10
TABLA DE CONTENIDO

Prólogo ................................................................................. 15
Introducción ......................................................................... 23
El Llano de don Andrés ........................................................ 25
Bucaramanga, la capital ........................................................ 37
Bucaramanga, semblanza retrospectiva .............................. 39
La nomenclatura de Bucaramanga ....................................... 49
La luz eléctrica en Bucaramanga .......................................... 51
El Acueducto de las 3 BBB .................................................. 57
Barrio “Las Chorreras de don Juan” .................................... 75
Plaza de Mercado de Bucaramanga ..................................... 83
Cementerios católicos y laicos ............................................ 89
Reseña histórica de la “Lotería de Santander” .................... 97
La Sociedad de San Vicente de Paúl ................................... 109
Hitos de progreso: el Aeropuerto Gómez Niño .............. 111
El “Simón Bolívar”: primer avión que aterrizó en
Bucaramanga ....................................................................... 117
Historia íntima de “Morrorrico”: monumento al
Sagrado Corazón de Jesús ................................................. 133
Fundación de la Universidad Industrial de Santander
(UIS) ................................................................................... 143
Estudiantes de la Universidad Industrial de Santander
marchan a la capital ............................................................ 149
La Universidad Femenina se integra a la UIS ..................... 153
El Colegio Santander .......................................................... 155
FENALCO: un gremio que participa en la vida nacional ... 161
PERSONAJES Y ANÉCDOTAS
Personajes
La muerte del Padre Eloy Valenzuela ................................. 171
Julio Flórez: en los 60 años de su muerte ......................... 175
Homenaje a Jaime Barrera Parra. Muere el gran prosista . 185
Guillermo Forero Franco: un bumangués de quilates ...... 189
Breve biografía del doctor Fidel Regueros Buitrago ........ 195
La muerte del doctor Enrique Olaya Herrera .................. 199
Alfonso López Pumarejo: 40 años de grandeza nacional .. 203
El poeta de la vida profunda: Porfirio Barba Jacob ........... 207
100 años del doctor Alejandro Galvis Galvis .................... 209
Don José Fulgencio Gutiérrez ........................................... 223
Doctor Julio César Almeida Quintero ............................... 225
Benjamín Méndez, aviador colombiano, vuela
por primera vez Nueva York-Bogotá ................................ 229
Don Rodrigo de Jerez: primer fumador europeo ............ 231

Anécdotas
Fiesta de la Madre .............................................................. 235
El matrimonio civil .............................................................. 237
El correo Gato Negro ....................................................... 241
El hombre vale menos ....................................................... 245
Los médicos y los pacientes .............................................. 247
En Bucaramanga se usó ruana ............................................ 251
Los calzones largos ............................................................ 253
Bucaramanga, ciudad pesebrista ........................................257
Los juegos del pasado ........................................................ 261
Gusano de seda .................................................................. 269
La tan cacareada “Lluvia de oro” .......................................271
La historia del 7 y 8 ........................................................... 275

                                          12
Debate Electoral único en la historia ................................. 279
Primer debate electoral con cédula ................................... 283
Inundación catastrófica en Girón ....................................... 287
Se extinguen las quebradas ................................................ 291
Barichara, tesoro de todos ................................................ 295
El horno crematorio .......................................................... 299
El Playón: una esperanza ....................................................303
Cartagena, patrimonio el mundo ....................................... 307
La estatua de La Libertad ................................................... 311




                                        13
Prólogo

Leyendo el libro de Don José del Carmen Rivera
encontramos, una vez más, rediviva a esa Bucaramanga de
los años viejos, altamente comprometida con su historia,
puesto que pasó de una sociedad pastoril, al poblado elegante
y españolísimo de los días de la colonia, donde curas
doctrineros, mineros ambiciosos, alguaciles del Santo Oficio,
aventureros y galanes se desplazaban por su estancia en
andaderías mercantiles, quehaceres de la hacienda,
alternativas quijotescas o idilios románticos.
La leyenda rosa de la ciudad o su panegírico de villorrio
conquistado lo diseñan los escribanos y cronistas que
encontraron en la ciudad el caldo de cultivo para una fantasía
ululante, o el relato serio de su inconfundible anecdotario,
signado a la manera que lo hicieran los narradores de indias,
o, ya en tiempos de la independencia, el diseñador cuidadoso
del Diario de Bucaramanga, Luis Perú de La Croix, con el
ideario del Libertador en los días sombríos de su ocaso
político.
El Periodista de pluma fácil, estilo llano, y español impecable,
hace su segunda salida al mundo del libro.
José del Carmen Rivera, durante años devotamente
entregados al quehacer del diarismo, ha venido ofreciendo,
para deleite de los estudiosos, aportes históricos que
conforman ese acervo cultural que consuetudinariamente
enriquece las páginas de Vanguardia, y ahora llega a las Biblio-
tecas con su segundo capítulo de la narrativa lugareña, que
ilustra la crónica y enaltece la tradición del pueblo anecdótico
y legendario.
Pocas ciudades como Bucaramanga cuentan en su pasado
con tanta penetración histórica, constituyendo terreno
abonado para cronistas y narradores que, como José del
Carmen, ha recogido en este tomo las pinceladas
costumbristas de una Bucaramanga casi pastoril con visos
de provincianismo culto, como se pudo advertir en las
calendas iluminadas del Siglo XIX.
En la Capital, sede de la ilustración, centro gravitacional del
comercio y de la arriería, cuando el café, la quina y los
taninos conformaban elementos exportables y factores de
riqueza, una élite de inteligencia iba diseñando su
propia morfología natural, mientras sonaban los disparos de
los conjurados bajo el remoquete de la “culebra pico de
oro”.
El hecho criminal del asesinato del doctor Eloy Valenzuela
es el mal suceso de la época, que, con el 7 y 8 de septiembre
de 1879, ponen la nota negra del siglo pasado, sólo que el 7
y 8 ha sido motivo de estudio para los inquietos, porque, a
más de un baño de sangre, constituye un fenómeno político
y económico en el que entra en juego el inicio de las llamadas
“Sociedades Democráticas”; hechos protagonizados por las
Asociaciones de Comerciantes que, según el Autor,
extendieron su honda radioactiva a las efemérides trágicas
que vivió el país en 1929, cuando el 8 y 9 de junio fue muerto
el estudiante Gonzalo Bravo Pérez en una manifestación de
protesta, para repetirse el suceso sangriento el 8 y 9 de junio
de 1954, cuando no sólo murió uno, sino varios estudiantes
encabezados por el joven Uriel Gutiérrez.
Realmente el historiador Rivera no se equivoca al citar los
hechos del siglo pasado haciéndolos correr parejas con

                              16
aquéllos de la mitad de éste (1954), en los que tuvo papel
protagónico un General pintoresco con tres soles.
En los finales del siglo pasado, como una aparición de las Mil
y Una Noches, surge el arco Voltáico y, tal como lo señala el
escritor, en una noche oscura de 1895, en la esquina de la
calle 35 se encendió la primera bombilla después de que los
hermanos Goelkel y Julio Jones Benítez viajaron a Boston
para adquirir los conocimientos técnicos que correspondían
al manejo y montaje de las plantas, para que alumbraran los
30 primeros “focos” de la iluminación urbana.
El 24 de marzo de 1986 llegó la ciudad a los cien años no
interrumpidos de ostentar el título capitalino, calificativo que
se lo adjudicó cuando obtuvo la honrosa distinción de capital
para el Estado Soberano de Santander, por obra de la Ley
13 de 1857, sancionada por el Primer Magistrado de
entonces, don Tomás Cipriano de Mosquera, para nombrar
como Jefe del Estado a Manuel Murillo Toro, a quien
reemplazó Estanislao Silva durante su ausencia.
Santander, que ha guardado tantas rarezas en su desarrollo,
no fue ajeno al cultivo de los gusanos de seda en las propias
casas, en cuyos solares se sembraban las moreras, y al
mercado salían blusas y enaguas hechas en telares rústicos,
para que en 1926 se fundara una Escuela de Sericultura
orientada por un técnico contratado a tal fin.
La vida del patricio y tribuno Alejandro Galvis Galvis, en el
diseño de la pluma inspirada de Rivera Mejía, tiene el máximo
halo de grandeza para narrar los capítulos heróicos del
comienzo de una vida pública entregada al partido, allá por
los años de 1914, cuando el doctor Galvis Galvis fue el vocero
juvenil del liberalismo para ofrecer elocuentes palabras de
bienvenida al General Uribe Uribe en la Estación de la Sabana,
convirtiéndose el joven tribuno en amigo del General, que,

                              17
por una mala pasada del destino, dos oscuros criminales
asesinaron en octubre del mismo año.
Empero, de los capítulos de la inteligencia y los tribunos,
pasa fácilmente el Académico Rivera al arribo del primer
avión, que debió ser para la incipiente Bucaramanga algo así
como la llegada de Armstrong a la Luna, o el desembarco
de Cristóbal Colón, o el arribo de Magallanes a las ignotas
tierras de sus travesías fenicias.
El “Simón Bolívar”, aeroplano pionero, piloteado por el
francés Fernando Machaux, cae en el campo del “Conuco”,
causando un pánico que no se vivía desde los días 7 y 8, o
desde los sacudones del terremoto de Cúcuta.
Sin embargo, si de curiosidades se trata, vemos pues un
debate único en la historia, quizás nunca se volverá a repetir
protesta semejante, pues por un acuerdo entre los partidos
y en rebeldía porque el Gobierno no terminaba el Ferrocarril
de Puerto Wilches, el domingo 7 de octubre de 1923, día de
debate electoral, votaron sólo tres personas, dos por el
Partido Liberal (el Doctor Alejandro Galvis Galvis y don
Lázaro F Soto) y una por el Partido Conservador (el Doctor
        .
Manuel Serrano Blanco); y anota Rivera, “Estas tres papeletas
decidieron la mayoría y la minoría del Concejo de
Bucaramanga, que quedó integrada así: Eduardo Rueda
Rueda, Carlos V. Rey, Apolinar Pineda, Julio C. Luna, Emilio
Ordóñez Mutis y Arturo Hakspiel. Por el Conservatismo:
Antonio Barrera, Alfredo García Cadena, Miguel Hernández
Arango, y Pedro J. Arenas. Al redoble de tambores . . . los
jurados declararon cerrada la votación y en las Actas
respectivas dejaron constancia de este debate sin
precedentes, único en la historia de Colombia”.
Así como este apunte, nos va entregando el cronista su sabia
investigación para decirnos cómo uno de los acompañantes

                             18
de Colón, andaluz por más señas, nacido en Ayanonte
(Huelva), Don Rodrigo de Jerez, fue quien llevó a España la
costumbre de fumar. O contarnos que por los días de octubre
de 1929, el bardo de Santa Rosa de Osos, Porfirio Barba
Jacob, vivió en Bucaramanga, siendo recibido por
intelectuales de la ciudad, quienes “se apresuraron a
acomodarlo satisfactoriamente, rodeándolo de atenciones”.
La figura epónima de Fidel Regueros Buitrago es reseñada
en estos apuntes y hecho el panegírico-biografía de una de
las mentes mejor equipadas de Santander, nacido en
Piedecuesta y muerto en el Ancón de Panamá (1929),
filántropo y humanitario, gozaba de admiración y respeto
entre los hombres de ciencia. Su cadáver fue traído desde
Panamá a Puerto Colombia, y de ahí a Puerto Wilches, para
reposar hoy en el Cementerio Universal después de recibir
los honores del rito masónico; hace poco fue inmortalizado
en el bronce que se instaló en el Parque del Centenario.
Así, pues, el escritor nos va llevando de la mano por senderos
donde sale al paso la circunstancia histórica o el suceso
anecdótico, manejado por este periodista con su prosa galana
y un inenarrable interés que, desde luego, rebasa los términos
usuales en la presentación de los acaeceres que hicieron
historia.
Constituye, pues, acontecimiento literario de definidos
perfiles el que este amigo haga su segunda salida a campo
traviesa para dejar en manos de los estudiosos y encaminado
al sano deleite de los inquietos, estos apuntes literarios que
hoy leemos con gozo, soboreando el néctar de sus datos,
enriquecidos con la verdad histórica y en los que sobresalen
la tradición secular de este Santander, que para contar su
historia no le bastaría el milenio que termina, ya que cada
uno de los narradores aparece en el contexto del relato

                             19
comarcano diseñando nuevos perfiles, en veces totalmente
desconocidos, como le ocurrió al propio José del Carmen
Rivera cuando hizo la reseña pormenorizada que conllevan
los parques, las estatuas y los símbolos.

Nació don José del Carmen Rivera en el Valle de Guatiguará
de Piedecuesta, Santander, el 15 de diciembre de 1912. Hijo
de Jorge Rivera Rodríguez y Felisa Mejía Sarmiento. Se casó
con Trinidad Porras Martínez, de cuya unión nacieron cuatro
hijos, once nietos y una bisnieta.
Se vinculó al periodismo en 1945 colaborando con semanarios
sindicales. Ingresó al cuerpo de redacción de Vanguardia
Liberal en octubre de 1947, donde permaneció hasta
diciembre de 1969, cuando se jubiló. A partir de entonces
continuó como colaborador dominical, y en varias ocasiones
como columnista permanente, especialmente desde 1982
hasta finales de 1989, publicando diariamente artículos en las
páginas editoriales.
Durante 1969 y 1970 fue Jefe de Redacción del radio-noticiero
La Tribuna de Atalaya; en 1969 participó en el primer
concurso de La Leyenda Popular Santandereana, en
ocasión de la celebración de los 60 años de Vanguardia
Liberal, compartiendo el primer puesto, con cuatro
ganadores más, con la presentación del trabajo “Los Tunjos
de Oro”.
En 1970 obtuvo el Bolívar de Oro Panamericano como el
mejor periodista del año. En diciembre de ese mismo año
ocupó el tercer lugar en el concurso Turístico promocionado
por el periódico Vanguardia Liberal en el departamento de
Santander.
En 1983 escribió la historia de la Federación Nacional de
Comerciantes, Seccional Santander, al cumplir la institución
45 años de su fundación.


                             20
En enero de 1986 publica el libro de carácter histórico
Bucaramanga, parques, estatuas, símbolos, editado por la
Contraloría General de la República; en mayo de ese mismo
año ingresa a la Academia de Historia de Santander,
presentando la Historia del Colegio de Santander, al cumplir
50 años de su fundación.
En 1987 escribe la historia de la Imprenta del Departamento
en los 66 años transcurridos desde su fundación en julio de
1921.
En 1988 ocupa el cuarto puesto en el concurso La historia
de mi barrio, organizado por la Alcaldía de Bucaramanga.
En febrero 9 de 1988 obtiene la Medalla Socio Distinguido
Fundador del Colegio Nacional de Periodistas, al cumplir
la institución 30 años.
Además, fue Jefe de Redacción de la Revista Cultura Cívica,
de la Sociedad de Mejoras Públicas.
Publica artículos en la Revista Estudio, de la Academia de
Historia de Santander.
Durante 22 años fue corresponsal del semanario “El
Campesino”, de Bogotá.
Publica, además, separatas, como “La biografía del Dr.
Alejandro Galvis Galvis”, en junio de 1982, con motivo del
primer aniversario de su muerte, con edición de 300.000
ejemplares divulgados por Vanguardia Liberal, El Tiempo, El
Universal y La Tarde, así como historias, leyendas, cuentos y
crónicas, en el Suplemento Dominical del decano de los diarios
del oriente colombiano.
En 1989 fue finalista en el Segundo Concurso de la Leyenda
Popular Santandereana, con motivo de la celebración de los
70 años de fundación de Vanguardia Liberal.
Fallece el 18 de marzo de 1991 en la Clínica Shaio de Bogotá
de un infarto posoperatorio, dejando pendiente de publicar
la biografía ampliada del Dr. Alejandro Galvis Galvis y la historia

                                21
del diario Vanguardia Liberal, así como un volumen de cuentos,
leyendas y sus cartas autobiográficas, y este libro Alrededor
de los Hechos.
“Alrededor de los Hechos”, la obra que nos ocupa, tiene la
finalidad de completar el relato sobre lo sucedido en
Bucaramanga, y si bien, algunos historiadores se han ocupado
de ella, quedan, sin embargo, no pocos capítulos por tratar, lo
cual ha sido cuidadoso en atender “Riverita” en este estudio,
en el que se conjugaron las páginas del pasado con efemérides
de la crónica reciente.
Al leer estos pasajes del autor, tan ligados a nuestros ancestros,
nos sentimos inmersos en el filón del relato que cuenta a los
de ahora las escenas de una vida heróica, como lo fue la lucha
del santandereano antiguo, cuya semblanza homérica está
diseñada con el humo de las batallas o el cascabeleo de los
corceles briosos, o los sones del tiple en las posadas de arriería
con aquella vocación poética que conforma su naturaleza
abrupta, en el contraste dulce de los pajonales verdes en
medio de los cortijos lejanos, donde canta el agua y donde el
silencio de la campiña rústica constituye el eco de la plegaria.

                                        Julio Valdivieso Torres
                                    Bucaramanga, julio de 1991




                               22
Introducción

No es este un trabajo original; es simplemente la recopilación
de datos y de fechas dispersos en periódicos, libros y revistas
que, por su difusión desordenada, no llenaban una finalidad
para el conocimiento de hechos y efemérides que merecen
ser tenidos en cuenta.
En buena parte se tomaron datos de la obra “Crónicas de
Bucaramanga”, de Don José Joaquín García, quien dejó para
la posteridad la historia de la capital de Santander hasta el
año de 1895. Y en lo que atañe al presente siglo, la fuente de
los acaeceres consignados en estas páginas no son otras que
Debate (1917-1919) y Vanguardia Liberal, diario fundado por
el Doctor Alejandro Galvis Galvis el 1º de septiembre de
1919.
No es este un libro destinado a formar opinión; es solamente
un recorrido destinado a dejar constancia de hechos que en
su tiempo causaron revuelo porque tenían un interés
implícito, el cual era la novedad en un medio sosegado y
cordial. Poco a poco la ciudad fue tomando auge y este auge
determinó el ensanche de los medios de comunicación. El
pasado se convirtió en historia, y ésta es, precisamente, la
que corre por estas páginas como recuerdo de trasuntos
sencillos pero elocuentes en la vida de Bucaramanga, de
Santander y, por qué nó? de Colombia.
Carece este libro de erudición, como también de
profundización en los temas, pero, en cambio, abunda en
apego a los anales de esta urbe y a la trayectoria de los
pioneros de la cultura y del progreso, así como a una
población que se esforzaba y se esfuerza por la grandeza del
terruño, de la cultura y de la historia.
Es apenas una constancia de acaeceres que, por su
significación, no pueden pasar al olvido total. Pero, por sobre
todo, es una ofrenda muy sincera a Bucaramanga y a quienes
por derecho propio figuran en los textos como parte esencial
de nuestra capital.




                              24
El Llano de Don Andrés
                       Un negocio quijotesco. Por un mil pesos, terrenos
                        para media ciudad. Las primeras transacciones.
                                   La Perla, un lugar de esparcimiento.
                                         La Planta Eléctrica de Chitota.
                                           Iglesias, parques y avenidas.


Si preguntáramos a un bumangués de cuarenta años o a
cualquiera de nuestros jóvenes qué era el Llano de Don
Andrés, seguramente que nos mirarían asombrados e
interrogativos, porque su historia se pierde en el tiempo y
en los recuerdos. Ignoran que era, precisamente, lo que hoy
representa media ciudad, formada en menos de 50 años
gracias al empuje del progreso y a la necesidad de construir
viviendas para los 800 mil habitantes de la capital de Santander.
Qué era, en definitiva, “El Llano de Don Andrés” o de “La
Mutualidad”? Hasta 1930, una inútil extensión de tierra que,
partiendo de la Quebrada Seca —de su famoso Puente del
Comercio, el centro de negocios más importantes de
aquellas épocas y que dividía la ciudad en dos— se
prolongaba al norte, hasta la finalización de la meseta; al
occidente, hasta el Barrio Santander y el Coliseo de Ferias; y
al oriente, al límite con Morrorrico; esto es, cientos de
hectáreas que por siglos permanecieron a la buena de Dios,
sin prestar ningún servicio, sin ninguna perspectiva.
Desde siempre, por siglos y siglos fue un llano salpicado de
pastizales, de altas gramillas, de parásitas, de rejalgares e
infinidad de plantas de poca altura. Quiénes eran los dueños
de esa extensión que nadie a ningún precio quería? Que solo
atravesaban con recelo los campesinos y arrieros prove-
nientes de Rionegro, de Charta, de Matanza, de California,
de Vetas y de Tona? Los recuerdos se pierden en los años
transcurridos y sólo quedan algunos vestigios a partir de
1890, en que el Llano pasó a manos de don Andrés Serrano,
quien tampoco pudo sacarle provecho, como no fueran las
hormigas culonas (tan altamente cotizadas), que por la
cuaresma se exponían a la avidez de los bumangueses que
por decenas se volcaban a cazarlas para la satisfacción de
sus paladares. Tierras sin utilidad por esas calendas, pero
que con el correr del tiempo cobraron valor, como que año
tras año constituyeron el objetivo de urbanizadores y de
ciudadanos que aún se las disputan cada día a mejores precios.
Historia del Llano. Cuartel, estadio, universidad, colegios,
parques, iglesias, clínicas, avenidas, lujosas residencias, fincas
estilo campestre en las faldas, y más de 20 barrios que emulan
en mejoramiento constante, surgieron del famoso y otrora
abandonado Llano.
Pero que sea don Andrés Serrano Plata (con quien
charlábamos antes de su muerte), de aproximadamente 85
años de edad, hijo de don Andrés Serrano Ortíz y nieto de
don Andrés Serrano, quien nos cuente la historia del Llano
de Don Andrés, comprado por su abuelo, un campesino de
cepa y estirpe nacido en Girón hacia 1825, perteneciente a
una generación que no conoció la pereza y mucho menos
el boato, trabajando desde que el sol salía hasta que se
ocultaba, quien ahorró sus pesos oro y un día en
Bucaramanga realizó el negocio que fue tildado de locura, el
negocio que nadie había imaginado.
“Es muy difícil recordar fechas que arrancan de tres
generaciones atrás. Más difícil aún si se tiene en cuenta que
por aquellos años sobraban los documentos. Sólo valía la

                               26
palabra empeñada (era más que una escritura pública). Pero
lo que sí es cierto, es que mi abuelo, Andrés Serrano,
asociado con don Anselmo Peralta, dueño y constructor en
1893 del Coliseo Peralta, compraron el Llano por la
escandalosa suma de un mil pesos oro, entre los años 1889
y 1890. Una operación que dio mucho que decir; un negocio
como diríamos hoy, quijotesco: un elefante blanco, un
arranque de locos.
“Tanta tierra para qué y a semejante precio? Comprar esos
potreros? Cosa de ‘chiflados’. Pero mi abuelo y don Anselmo
los compraron. Para qué? Para nada! Para que pastaran
algunos viejos y derrengados semovientes; para la cría de
alimañas y para que algunas familias bumanguesas lo
atravesaran cantando, jugando, muchas veces con acompa-
ñamiento de conjuntos musicales que a campo traviesa
entonaban las canciones de moda, con pausas para bailar y
jugar a la “gambeta” o a “batir” melcochas, mientras la
juventud gozaba a sus anchas de esos paseos. Proseguían la
marcha festiva a congregarse detrás de los terrenos que
ocupa la Universidad Industrial de Santander (UIS), en un
negocio-tienda llamado La Perla, escenario de romances,
de inocentes jolgorios, al calor del anisado, del brandy y, por
qué no? de la amarilla chicha, bebidas que precedían al
sancocho de gallina tan apetecido, como sabroso. Este refugio
de la gente alegre, de familias y amigos, pasó al cabo de los
años a ser propiedad de la UIS, y allí es la sede actual de la
Asociación de Egresados de la UIS”.

La Perla
La Perla se hizo Importante como parada y paso forzoso de
los trabajadores de la planta de Chitota, la primera empresa
de energía eléctrica construída en Bucaramanga por don Julio
Jones y los hermanos Herman, Reynaldo y Jorge Goelkel en

                              27
1891. Fue dada al servicio el 30 de agosto de este año, y tres
días después, debido a un derrumbe en la “toma”, los 30
focos instalados en las calles principales se apagaron hasta el
20 de noviembre en que terminaron los arreglos. La
inauguración del servicio domiciliario se efectuó el 26 de
diciembre del mismo año, con grandes festejos.

Era de progreso
El nuevo siglo. Nada cambiaba la situación del llano. Don
Andrés Serrano había muerto mucho antes. Llegó la
sucesión, la distribución. Una de sus hijas, mi tía —dice el
relatante— de nombre Mercedes Serrano, casó con don
Buenaventura Navas, natural de la Provincia de García Rovira,
de bizarra estampa, para la época elegantemente vestido
con sus zamarros de cuero de león, sobre su brioso caballo;
inteligente para los negocios, previsivo y de gran solidez
moral.
Don Buenaventura fue general de la Guerra de los Mil Días
e íntimo amigo del General Rafael Uribe Uribe, a quien
obsequió con un banquete en la capital del país días antes de
que el jefe liberal fuera asesinado el 15 de octubre de 1914
frente al Capitolio Nacional. En vista de su talento, de la
firmeza de su carácter y de las pruebas de hombría y de
honorabilidad que desde un principio exhibió, los herederos
lo autorizaron para manejar la suerte del llano, dándole toda
la confianza y las atribuciones; y fue así como el Llano
empezó a pasar a otras manos que, como las anteriores,
tampoco acometieron obra alguna por falta de iniciativa y
porque no se atrevían a invertir en construcciones que nadie
quería por lo distante del centro de la ciudad.
La primera operación efectuada por don Buenaventura
ocurrió a principios de siglo, cuando se pensó en construir

                              28
29




     Banco de la Mutualidad, hoy calle 35 carreras 13 y 14, entidad financiera fundada y gerenciada por Víctor Manuel
     Ogliastri emprendedor banquero de Santander.
la estación terminal del ferrocarril de Puerto Wilches en los
terrenos que ocupan la Quinta Brigada, el Batallón Ricaurte,
el Estadio Alfonso López y sus alrededores, transacción ésta
que se fijó en la inconcebible suma de cinco mil pesos.
Después —añade don Andrés— vendió a la firma Guerra lo
que se llamó la Avenida Libertador (parte de la carrera 15) y
terrenos aledaños, a 40 pesos la hectárea. Luego, otra venta
a don Carlos Miranda, en proximidades de la actual calle 23,
y siguieron otras operaciones de venta a don José Domingo
Jácome Niz, impulsor del ferrocarril y gerente que fue de la
construcción; a don Hermógenes Motta, a don Elías Serrano,
a la firma Alarcón y Camacho (de la carrera 19, calle 28 arriba
hasta el lago que bautizaron de Los Alarcón, en la actual
carrera 27, donde está la fuente); en esos terrenos, a partir
de la carrera 20, construyeron la fábrica de cigarrillos La Playa,
Virginia y otras marcas, y funcionó la imprenta del mismo
nombre; a don Isaías Serrano y a don Emilio Rueda, al Dr.
Daniel Peralta y a la Compañía de Jesús (lo que es el barrio
San Alonso y que entonces era una finca llena de frutales). El
Lago tenía sus compuertas, que al ser levantadas derramaba
sus aguas a la Quebrada Seca, canalizada desde hace años.

La Mutualidad
Posteriormente, la operación principal, la más grande para
la época, en la segunda década del presente siglo. La venta
que dio qué decir. El banco de la Mutualidad —que primero
funcionó en Barranquilla y más tarde en Cartagena, y que
después se desplazó a Bucaramanga por disposición del 1º
de julio de 1914— acometió la venta de seguros
cooperados, un sistema piloto en América, y bajo la gerencia
de don Víctor Manuel Ogliastri, ciudadano emprendedor y
de visión, se dedicó a múltiples negocios, incluído el de
exportación de café.

                               30
Compró 100 hectáreas del Llano de don Andrés, que tomó
el nombre del Llano de la Mutualidad. Este negocio, que
representaba 1 millón de metros cuadrados, significó una
inversión de 40 mil pesos, o sea a 4 centavos el metro. Esto
hizo tambalear el banco, más cuando el negocio del café
decayó y el grano se dañó en las bodegas.
Luna Park. Fue este un lugar de esparcimiento que la
Compañía Colombiana de La Mutualidad abrió el 31 de mayo
de 1925. Para una ciudad carente de distracciones, ésta fue
una realización que mereció verdaderos aplausos y que dio
imagen a la institución. Estaba ubicada frente a lo que hoy
son las instalaciones del SENA, en la parte baja de la carrera
27. Era un lago en cuyo centro había un kiosco, donde los
músicos atendían las exigencias de los que allí iban en busca
de alegría. Los alrededores estaban sembrados de
refrescantes bambúes. Lástima que desapareciera tan
importante como distinguido centro social.
La quiebra. A consecuencia de transacciones y del
exagerado optimismo de don Víctor Manuel Ogliastri, el
capital vino a menos; tanto, que el superintendente bancario,
por Resolución del 20 de julio de 1925, dispone que
debe seguir la liquidación del Banco de La Mutualidad,
liquidación que se prolongó por varios años y que fue
inevitable por lo grave de la crisis económica que sacudió al
país en 1929.
El Llano de La Mutualidad, de acuerdo a informaciones de
prensa, es rematado en 60 mil pesos para satisfacer
exigencias de algunos de sus acreedores. Los comentarios
económicos de esos años decían que si no se hubiera
precipitado la quiebra, si se hubiera esperado algún
tiempo más, el negocio de esas tierras habría salvado la
institución.

                             31
Llano de don Andrés o Llano de la Mutualidad. Terrenos que hoy ocupan varios barrios, entre ellos la
Universidad, San Francisco, etc
                     Tomado de: Edmundo Gavassa Villamizar.- Fotografía Italiana de
                    Quintilio Gavassa.- Papelería America Editorial, Bucaramanga - 1982
Primeros barrios
Don Buenaventura Navas poseía todavía bastantes hectáreas
en el Llano y siguió haciendo negocios, pero con todo, hacia
1927 eran pocas las casas construídas. En la Avenida
Camacho, carrera 19, unas residencias llamadas Villas, como
Villa Virginia, que fue rifada por la firma Alarcón.
En 1925 el Municipio adquirió un lote en Chapinero, de la
carrera 15 al oriente, para construir un barrio con destino a
los obreros. En agosto de 1927 el Concejo ordenó dar
cumplimiento a esta iniciativa, pero sólo en 1939, el 16 de
abril, fueron entregadas dichas viviendas con el nombre de
barrio Los Comuneros, para pagar por cuotas mensuales.
Fue el primer ensayo de esta índole.
La carrera 15 (entonces 10), la más poblada (casas y negocios
especialmente en Chapinero), vía obligada de campesinos y
negociantes de Rionegro y regiones circunvecinas. Y casas
también sobre la que por mucho tiempo llevó el nombre de
Avenida 7 de Agosto (calle 23). Luego una que otra
construcción en los alrededores de lo que era el campo de
futbol “Virginia”, donde se jugaron partidos en desarrollo de
los primeros juegos olímpicos inaugurados el 18 de
septiembre de 1927; terrenos ubicados 2 o 3 cuadras abajo
del Mesón de Los Búcaros.
Mucho antes, a partir de 1925, hubo movimiento de
construcciones en barrio Nuevo (Girardot) y Granada (ahora
Gaitán), movimiento éste que fue aumentado hacia el oriente
y que se aceleró a partir de mayo de 1937, cuando se colocó
y bendijo la primera piedra del que inicialmente fuera el
convento de San Francisco, el cual fue clausurado, quedando
solamente la Iglesia de San Francisco frente al parque del
mismo nombre, en el que se erigió el busto del gran orador
José Camacho Carreño.

                             33
De 1935 en adelante crece el interés por la construcción de
casas, en su mayoría de muros de tierra apisonada y techos
de cañabrava y teja española. Se negociaban lotes a 7 y 10
centavos el metro cuadrado, y a medida que se edificaba se
aumentaba el precio: a 20, a 30 y hasta 50 centavos, hasta
alcanzar los pesos y los miles de pesos.

El estadio
Los terrenos comprados para la terminal del ferrocarril
fueron cedidos a la Nación para el Cuartel de Morrorrico,
como se denominaban en 1926. Pero el departamento se
reservó, en principio, 11 hectáreas para un campo deportivo.
Y al ser acordada nuestra capital, sede de los V Juegos
Olímpicos, en 1937, solicitó a la Nación 5 hectáreas más
para construir el estadio departamental, obra que fue
inaugurada el 12 de diciembre de 1941, junto con la Olimpiada
nacional.

Media ciudad
El Llano de don Andrés se convierte en el Llano de La
Mutualidad, y al llegar 1940, es todo un enjambre de
construcciones residenciales. Allí el cuartel, el estadio, el
Instituto Tecnológico, la Universidad Industrial de Santander,
los Colegios Santander y Nacional de Comercio; el
extenso barrio San Francisco, el barrio Modelo, iglesias,
clínicas, parques, avenidas, la Universidad Santo Tomás, y
los colegios Santo Tomás, Cristo Rey, Virrey Solís y otros
que no recordamos; plazas de mercado y supermercados.
Este Llano, comprado en 1 mil pesos, se convirtió en menos
de 50 años en lo más codiciado y poblado. Por lo menos 20
barrios con alrededor de 250 mil habitantes los colman. Lo
que parecía una aventura inútil, de locos, de cándidos

                             34
quijotes, es la mitad de la ciudad, con todos los servicios y
comodidades.

Ningún homenaje
El nombre de don Andrés Serrano se ha borrado. El de don
Buenaventura Navas subsiste en un pequeño barrio al norte
del barrio Girardot y que se pierde en una hondonada donde
años atrás existió la muy codiciada piscina de Las Navas.
Hondonada que pertenece a la Corporación de Defensa de
la Meseta de Bucaramanga. Allí conocimos unas aguadas que
surtieron esa parte de la ciudad cuando no existía el
acueducto.
Nada más queda de estos nombres, de estos ciudadanos
vinculados por derecho propio a la floreciente urbe.




                             35
Bucaramanga, la capital
                           100 años se cumplieron en marzo de 1986.
                                    El Estado Soberano de Santander.
                    Los primeros mandatarios se titulaban Presidentes.


El 24 de marzo de 1986 Bucaramanga cumplió 100 años de
ser la capital de Santander en forma ininterrumpida. Pero ya
había ostentado este título, por cuanto al ser creado el
Estado Soberano de Santander se escogió como tal, en
razón de las condiciones favorables que la rodeaban.
El Doctor Leonardo Martínez Collazos, abogado, historiador
y poeta, en su trabajo “Gobernantes de Santander” dice:
“Creado el Estado Soberano de Santander, por la Ley
13 de 1857, siendo Presidente de la República el General
Tomás Cipriano de Mosquera, e instalada en Pamplona el 16
de octubre del mismo año la Asamblea Nacional
Constituyente, ésta nombró en su sesión inaugural al Dr. Manuel
Murillo Toro, como jefe superior provisorio del Estado.
“Mas como éste se hallaba ausente, se designó, para
reemplazarlo temporalmente, al Dr. Estanislao Silva, quien
se encargó del poder al día siguiente. Diez días después se
posesionó de la jefatura del Estado Manuel Murillo Toro,
ejerciéndola hasta el 27 de enero de 1858”.
El 24 de noviembre de 1857 la Asamblea Constituyente de
Santander, reunida en Pamplona, designó a Bucaramanga
como capital del Estado Soberano, conservando este rango
por espacio de tres años. El historiador, Dr. Ramiro Gómez
Rodríguez, en su libro “Fundación del Socorro”, dice que
esta capital comunera fue “sede capital del Estado de Santan-
der en forma esporádica”. Oficialmente solo vino a serlo
desde el 14 de septiembre de 1861, conservando este
privilegio por espacio de 25 años, cuando fue trasladada a
Bucaramanga por el Dr. Antonio Roldán el 24 de marzo de
1886.
Respecto a este traslado, que resultó definitivo, don José
Fulgencio Gutiérrez, en su libro “Santander y sus Municipios”,
consignó para la historia: “Jefe departamental de Soto,
nombrado por el jefe civil y militar del Estado, era don Adolfo
Harker”. Por Decreto del 24 de marzo de 1886, dictado
por el Dr. Antonio Roldán, Bucaramanga fue designada como
capital del Estado. Inmediatamente se procedió a hacer el
traslado del tren gubernamental, del Socorro a su nueva
sede, acontecimiento que se celebró jubilosamente el 30 de
marzo siguiente. Desde entonces lo ha sido en forma
ininterrumpida.
Capital del departamento. El 1º de agosto de 1909 el país
fue dividido en 13 departamentos y el Estado Soberano
de Santander en dos: Santander y Norte de Santander1 . El
12 de agosto de ese mismo año se posesionó
provisionalmente el Dr. Eugenio Andrade como Gobernador
hasta el 30 de abril de 1910, siendo reemplazado por el Dr.
Antonio Barrera F., quien se posesionó en propiedad el 1º
de mayo de 1910, ejerciendo hasta el 14 de enero de 1911.



1
   Nota del autor: se equivocan quienes, por hacer distinciones, escriben
   Santander del Sur. La Constitución señala: Santander y Norte de Santander.
   Sobra todo comentario al respecto.
Fuente: Información tomada del diario Vanguardia Liberal, publicada en
marzo de 1986


                                    38
Bucaramanga: semblanza retrospectiva
                                       Recuerdos de un pasado romántico.
                     Esas casonas con sus tejados cubiertos de melones,
                pepinos y estropajos. Esos patios sembrados de jardines,
                           de frutales y de plantas aromáticas y curativas.
                 Los baños y las aguadas, testimonio de un precioso ayer.
                Eran los tiempos de los rosquetes de a cinco por centavo.
                 Un paseo a La Perla: demostración de amor y de alegría.
                                            De rechupete! Mucho lo bueno!


Recordar ... Volver al pasado, regresar a unas épocas que
por pertenecer a la historia y porque formaron parte de
nuestra lejana juventud se nos hacen mejores; es, de todas
maneras, grata misión que intentaremos cumplir como una
semblanza del discurrir de etapas que por superadas jamás
se repetirán.
Cómo no recordar a esta Bucaramanga antigua, con sus
casonas inmensas; las pobres, con piso de tierra y las ricas
enladrilladas, con amplios alares que resguardaban del agua
y del sol al transeúnte; combos ventanales, con patios
sembrados de girasoles, de siemprevivas, de trinitarias, de
cayenos, de “raboegallos”, de ababoles y dalias, de violetas,
azucenas, rosas y claveles, crisantemos, zagalejos, brisas,
palmeras, amor ardiente, margaritas y margaritones, y en
medio, la espigada y airosa bola de nieve, de blancura
impoluta. Alrededor, la malva, el tomillo, la albahaca, la
yerbabuena, el toronjil, la manzanilla, el paico y el llantén, el
perejil y el cilantro, recetario para las enfermedades y para
las comidas.
Solares con naranjos y limones, mangos y nísperos,
mamoncillos, brevos, icacos y guayabos; ciruelos, guanábanas
y mameyes, pachuacas y caimitos (ya desaparecidos estos
dos últimos); mandarinos y aguacates, sin faltar la lima para
el dulce de platico y la mermelada. Casas con tejados
cubiertos de melones, de pepinos y estropajos.
Cómo no recordarla con sus calles empedradas. Las
conocimos con empedrado convexo, para que las aguas
lluvias bajaran por la mitad, más tarde renovado con
empedrado cóncavo para que el líquido corriera junto a los
andenes. “Tomitas” de agua desprendidas de los altos
manantiales y que se perdían muy abajo, en la incipiente
erosión. Cómo no volver los ojos al Llano de Don Andrés,
que como un mar de gramilla verde y a trechos salpicado de
arbustos se extendía desde el hoy Barrio Santander hasta
Morrorrico, y de la Quebrada Seca hasta la terminación de
la meseta, en límites con el río Suratá, y que nadie compraba
ni a siete centavos el metro cuadrado? O a Cabecera del
Llano y el Llano Puyana, en cuya parte alta se levantaba la
legendaria “Casa del Diablo”, que, según la leyenda,
ostentaba una ventana sin puerta ni rejas, porque siempre
que se las instalaban el “mismísimo patas” las sacaba de quicio
y destruía. Cómo olvidar a San Alonso, finca sembrada de
frutales que bordeaba el lago de los hermanos Alarcón, muy
cerca del hoy Mesón de los Búcaros, donde se halla la glorieta
que por algún tiempo fue admirada como la más bella fuente,
donde existía un puente con las respectivas compuertas para
secar el lago y que unía el norte y el sur de la ciudad?
Cómo no pensar en esos terrenos que se creían baldíos y
que nadie ambicionaba ni regalados, donde hoy se levantan
los barrios Campo Hermoso, La Joya, Arenales (hoy
Kennedy), El Conuco, Tres Estrellas, Santander, La Granja,
El Envigado, Cuyamita, La Cocha, El Diamante y otros, que

                              40
hombres de visión “engordaron” y ahora son asiento de una
densa población?
Semblanza de costumbres. No es posible olvidar el
ambiente campechano de la gente de entonces, trabajadora,
sincera y cordial. Creyentes que cubrían de flores el camino,
la calle que transitaba un obispo o un sacerdote que iba a
administrar la extremaunción a un moribundo feligrés. Gente
de costumbres sanas, de alpargatas los acomodados, de
zapatos los ricos, y descalzos los pobres (la gran mayoría);
vestidos de dril los hombres y las damas de olán, de zarazas
o etaminas; cada ocho días, con su traje dominguero oloroso
a naftalina, iban a misa, comulgaban y salían a la tienda cercana
a tomarse un vino o una mistela, con acompañamiento de
bizcochuelo o mantecada. La comunión la recibían en ayunas
y fervorosamente.
Ciudadanos que todas las noches sacaban taburetes y
banquetas a la acera de sus casas, a la visita cotidiana, a
contarse sus cuitas, a hablar de los hombres y mujeres
poseídos por Lucifer, del duende, de las brujas, de los ladrones
que se hacían invisibles como “dedos de seda”, como
Lorenzo Alarcón, “rey del cacao sabanero”, que en bebedizo
dormía a sus víctimas. Ellos y otros traspasaban las paredes
y se evadían de las cárceles, para regresar a ellas sólo cuando
estaban enfermos o los amenazaba algún peligro. En esas
ocasiones se dejaban capturar. Se hablaba de mil cosas y se
urdían cuentos, aquéllos de “Pedro Urdemalas”, y chistes, o
se hilvanaba la historia acomodada a las circunstancias.
A las ocho de la noche la reunión se levantaba porque era
muy tarde y, más que todo, porque alguien aseguraba haber
oído el “berrío” de “La Llorona”, la mujer que purgaba pena
eterna cargando a su hijo que había matado. Y se iban porque
no demorarían en ver desfilar las ánimas del purgatorio con

                               41
sus eternas plegarias; y hasta es posible que salga el
“encadenado” o la “mula coja”, que retumba su cascoteo
en el espacio.
Y mientras llegaban a sus casas se santiguaban en cada
esquina, y temblorosos ante la perspectiva de un “espanto”,
buscaban el lecho para arrebujarse muy quietos en tanto se
encomendaban a la Divina Providencia. El descanso y la
esperanza de un nuevo día que culminaría igualmente.
Eran días distintos, en un ambiente diferente. Por esas
calendas muchos bumangueses usaban chaleco y alpargatas
de fique con “capellada de lana” amarradas con “galones” o
cenojiles, como se les decía, de seda negra; gorras de lana,
vestidos de “cuero e’diablo” de duración interminable y que
en los jóvenes pasaban de una generación a otra; ruana para
protegerse del frío; y las damas preferían el olán, la seda, las
etaminas, vaporosas y alegres. El peinado a la “garsón” y las
zapatillas Luis XV. Una vida monótona pero feliz, porque no
existían tantas tentaciones ni ambiciones. La excesiva
ambición nos ha llevado a este estado de inmoralidad que
hubiera escandalizado y causado infarto a muchos viejos.
Que era más fácil la vida de entonces? Una libra de carne de
segunda valía cinco centavos, y siete centavos la de primera.
Tres huevos, cinco centavos; cinco rosquetas, un centavo, y
con una mestiza de a cinco desayunaba toda la familia. Pero
en contraste, un policía ganaba doce pesos mensuales; un
alto funcionario, de 100 a 150 pesos; un gobernador, apenas
llegaba a los 250 pesos. Una casa amplia apenas si ganaba
por arrendamiento la fabulosa suma de 15 a 25 pesos al mes,
esto para los de holgura, porque para los pobres existían
otras habitaciones entre los seis y los nueve pesos.
Cómo olvidar que una mansión con sus seis aposentos,
patios y solar sembrado de frutales podía ser adquirida en

                              42
propiedad por la increíble suma de 400 pesos? Difícil era
ganar el dinero y éste se esfumaba, igual que ahora, en un
instante, pese a que entonces no existían esas facilidades
para adquirir las cosas y a que la llamada “sociedad de
consumo” no había hecho su aparición.
La palabra y el honor. Lo único de extrañar, en verdad, la
moral y la palabra de los hombres, que cuando se
comprometían era para cumplir, así les sobreviniera la
adversidad. Como se ha repetido tantas veces, la palabra
empeñada era un “escritura pública”.
El honor mancillado se lavaba en alto porcentaje, a balazos
o a puñalada limpia. El que deshonraba a una hija (sin importar
que fuera mayor de edad) si no ponía tierra de por medio
era hombre muerto. Lo mismo se castigaba la infidelidad. Y
si un ciudadano “le mentaba la madre al otro”, lo menos
que podía ocurrir era un duelo a trompadas, que casi siempre
culminaba en tragedia. Nada de arreglos económicos, nada
de excusas. El hombre se hacía sentir.
Así surgieron los matrimonios “relámpago”. De la noche a
la mañana la pareja tenía que casarse; él bajo la amenaza de
un “ñájaro” 38 que el padre o el hermano de la novia llevaba
en la pretina, listo a accionar si el seductor intentaba huir.
Cuántos dejaron la novia en el atrio de la iglesia y se
marcharon para siempre, por lo general dejando un hijo en
la humanidad de la engañada.
Los noviazgos. Cómo no añorar esos noviazgos del pasado?
Miraditas, “tocaditas” de hombros, el apretón de manos con
la primera misiva; la permanencia en la esquina esperando
una salida furtiva de la hermosa predilecta. Las promesas,
los suspiros, las cuitas y, ya un poco en firme, la invitación de
la amada a que vaya a notificar a sus padres de las buenas
intenciones que lo animaban. Noches después la llegada del

                               43
galán a la puerta, el saludo a los futuros suegros y la expresión
de sumisión para hablar del amor que sentían.
Si era aceptado como pretendiente, empezaban las visitas
nocturnas; él por fuera, recostado en la ventana; ella adentro,
sentada en la plataforma del ventanal. Semanas, meses;
muchos formaban hoyo en los ladrillos, hasta que un día, si
no lo hacía voluntariamente el novio, el padre de la
muchacha lo llamaba al orden. Era la oportunidad de “pedir
la entrada” y de fijar la fecha del matrimonio. Por lo general
acudían los padres del aspirante a “pedir la mano de la
muchacha”, y señalando el día, empezaban los preparativos.
Pero también la suegra actuaba; permanecía alerta; no
permitía el menor roce de los novios; ni un beso. Si salían,
ella, la suegra, iba en medio. Tenían que ingeniárselas para
poder estrechar sus manos. Y en la casa, si la mamá
necesitaba ir adentro, a algún quehacer, le rogaba al futuro
yerno que estirara los brazos y le colgaba en las muñecas
una madeja de hilo que ella iba haciendo ovillo mientras
desatendía la vigilancia; el todo era reducir la agilidad de las
manos y la oportunidad de “irrespetos”. Así hasta el día de
la boda, hasta que el señor cura los declaraba marido y mujer
hasta que “la muerte los separe”.
Eso de los besos a manera de saludo no lo hubieran tolerado
los antiguos. Mucho va de ayer a hoy: de las trenzas y las
enaguas largas, al pelo casi rapado y a la “culifalda”.
Los baños: una fiesta espiritual. Qué decir del aseo
personal, de los baños semanales? Los que no lo hacían con
agua de sus cisternas, o con la que contrataban a los
aguadores, tenían que recurrir a las aguadas. Los hombres
con pantalones más abajo de la rodilla, y las mujeres con sus
vistosos “chingues” multicolores. Formaban una algarabía
de “mil demonios” cubriendo sus cabezas con espuma de

                              44
jabón de la tierra para sacar la caspa, y, luego, tras el chorro
de lejía para fortalecer el pericráneo, el toque final con jabón
“Reuter” o “Brístol”, que eran como el “Pombo”, los que
guardaban la piel y daban buen olor.
Los otros, los que sí podían darse el lujo de gastar tres o
cinco centavos, iban a “La Mejor” o a “La Filadelfia”, a donde
“Los Valenzuela”, en el centro de la ciudad, o a “Los
Aposentos”. Agua pura, agua incontaminada que aseaba,
como lo expresara Juancé, el cuerpo y el espíritu.
Pero para el pueblo raso existían bastantes aguadas, como
Los Escalones, La Virginia, El Envigado, La Guacamaya, La
Rosita, Las Navas, Cuyamita. Era una fiesta ver de lejos a las
Evas bañándose a totumadas, a la vez que retozaban y hasta
provocaban a los hombres que más abajo o más arriba
cumplían el mismo ritual. No era el baño diario, era el
bisemanal y el semanal, que llegaba al alma, que daba nuevos
bríos y rejuvenecía las fibras de cada ciudadano.
Los paseos, un completo esparcimiento. Cómo dejar atrás
esos paseos bullangueros, plenos de sencilla alegría y con
preparación de muchos días, durante los cuales no se hablaba
de otra cosa en el hogar? Grupos de familias amigas hacían la
“vaca” y procedían a comprar lo necesario; contrataban con
anticipación los músicos, y el domingo señalado madrugaban,
revisaban las compras: que no faltara la gallina, ni la cola de
buey, ni las vísceras para el asado de la media mañana, ni el
capón, ni los tallarines, menos el arroz, ni los chorizos
adobados por doña Juana, la vecina, ni el oloroso anisado,
como tampoco la chicha. En primer lugar, el brandy
para el compadre invitado que tanto quiere al muchachito.
Y la yuca, la papa y el ají con huevo? Y de los condimentos,
qué? La panela para las melcochas? Todo en orden? Partamos
ya!

                              45
Emprendían la marcha para atravesar, desde el Puente del
Comercio, en la Quebrada Seca, hasta La Perla, el Llano de
Don Andrés, que también se llamó La Mutualidad y ahora
San Francisco. Iniciada la caminata, una vez pisaban el césped,
los muchachos jugaban a la “gambeta”, los niños corrían
gritando, cayendo acá y levantándose allá; los enamorados
se hacían guiños, burlando a los celosos papás y a las
intransigentes mamás. Los viejos, muy cargados de viandas,
contaban el chiste más reciente, luego de mirar a un lado y a
otro, no fueran a oirlo los menores; los músicos rasgaban
sus instrumentos a la par que avanzaban, y, llegados a La
Perla, dejaban oir la polca, el torbellino, el pasillo, el bambuco.
Los paseantes empezaban con chicha, matizada con uno que
otro trago de anís o de mistela. La parranda comienza, el
baile pica a jóvenes y viejos. El compadre apura el brandy
recostado en un árbol, y de pronto saca a la comadre, se le
mide en un torbellino, y en medio del entusiasmo canta una
copla:
                    “La señora de esta fiesta
                    la tengo que coronar
                    con una corona de oro
                    que del cielo ha de bajar”.
Sigue la fiesta, el entusiasmo, el consumo de licores. Mediada
la tarde el suculento sancocho, humeante, con abundantes
carnes, no sin antes la explosión de sentimientos con abrazos
y promesas de amistad, como también de amor entre
esposos y, disimuladamente, entre los enamorados, que
aprovechaban para comprometerse al calor de uno que otro
anisado.
Consumidas las viandas, el descanso y la oportunidad para
una corta siesta debajo del frondoso árbol, en tanto la gente
moza aprovecha el fuego para las impajaritables melcochas,
“batidas” por los más experimentados, al son de tiples,

                               46
bandolas, guitarras, del requinto y de las “chuchas”. Al declinar
la tarde, el baile y la despedida de la dueña de casa con la
promesa de un no lejano regreso. Por el camino, contem-
plando el ocaso, surgen los chistes, los calembures, y de
pronto, el guasón del paseo, tambaleándose declama a
gritos:
                    “Vámonos de aquí, señores,
                    que aquí no nos pueden ver;
                    nos dieron la yuca cruda
                    y el plátano sin cocer”.
De pronto, más abajo, un mal entendido; unos pescozones
y la inmediata reconciliación con trago a bordo. Avanzaban
en descenso y poco a poco separándose en dirección a sus
viviendas, en tanto los jóvenes musitaban promesas de amor.
Un día inolvidable, pleno de satisfacciones, de culto a la
amistad, a la cordialidad y a la alegría, a la alegría que nutre
los espíritus y el corazón. De rechupete! Mucho lo bueno!




GARCIA, José Joaquín, Crónicas de Bucaramanga.


                                  47
La nomenclatura de Bucaramanga
                                      Primero, se dividía en manzanas.
                    Luego, existían dos nomenclaturas, la norte y la sur.
                    En 1940 se dispuso una sola en forma ascendente.


Bucaramanga, hasta el año 1940, estaba prácticamente
dividida en dos: de la Quebrada Seca al norte, y de la
Quebrada Seca al sur, con nomenclatura propia para cada
una de estas zonas. Esto en cuanto a las calles, porque en lo
que correspondía a las carreras, era un todo; es decir, se
prolongaban en su extensión desde Chapinero, final de la
meseta, hasta más allá del barrio San Mateo, llegando a lo
que hoy es la calle 61.
Las confusiones se repetían en la correspondencia, y siempre
que alguien intentaba orientar a un visitante, se olvidaba
mencionar el respectivo punto cardinal.
Por el año 1940 la capital de Santander no era ni la mitad de
lo que es hoy. El Llano de Don Andrés, o de La Mutualidad,
posteriormente llamado San Francisco, apenas empezaba a
recibir el interés de los constructores.
Nueva nomenclatura. En 1940 el Concejo de Bucaramanga,
mediante acuerdo, autorizó dar a esta ciudad una nueva
nomenclatura acorde con el desarrollo urbanístico,
comercial e industrial del municipio. El Alcalde, doctor Pedro
Gómez Parra, cumpliendo con el mandato de los ediles, y
su sucesor, Jorge García Peña, formalizaron un contrato con
la firma Larsen & Robledo para adelantar la obra.
El cambio de placas en las esquinas y puertas de las
residencias comenzó en el tercer trimestre de 1940, pero
los ciudadanos como que se resistían a aceptar el nuevo
sistema, que daba a la calle 5a. o “Real” el número 35, y a la
carrera 10 el 15. Un avance de cinco cuadras en las carreras
de occidente a oriente y el establecimiento, esta vez
definitivo, de una nomenclatura ascendente de norte a sur.
Fue la Tipografía y Papelería Fénix la primera que el 9 de
abril de 1941 publicó un aviso con las estipulaciones de su
nueva nomenclatura: calle 35 Nº 14-70. De ahí en adelante,
poco a poco se operó el cambio de adopción inevitable,
porque las ciudades no se detienen, crecen, y su crecimiento
arrolla lo que pueda constituir un obstáculo.
Cuando la ciudad apenas empezaba a figurar y a extenderse
hacia sus cuatro costados, tomando como punto de partida
la Plaza, que más tarde tomó el nombre de García Rovira, la
gente se orientaba por manzanas, describiendo tantas al
norte o al sur, al oriente, al occidente, al noreste, al noroeste,
al sureste o al suroeste. Todo ha quedado atrás, y la ciudad
avanza incontenible.




Publicado en Vanguardia Liberal el 19 de junio de 1983.


                                   50
La luz eléctrica en Bucaramanga
             Antes se iluminaban con velas de cebo y lámparas de aceite.
                  Inauguración de la luz y la suspensión por un derrumbe.
                                              La Hidroeléctrica de Lebrija.
                Interconexión nacional de la Electrificadora de Santander.


El 30 de agosto de 1991 se cumple un siglo de la inauguración
de la luz en Bucaramanga. Antes de 1891 la población se
iluminaba con velas de cebo y lámparas de aceite. Hacia 1867
un señor de apellido Bretón estableció el alumbrado público
de petróleo utilizando faroles, pero cualquier día, éstos
aparecieron quebrados, dispersos por el suelo, dañados por
un sujeto de nombre José Santos Almeida (a. El Mocho),
individuo de pésimos antecedentes, quien fue sancionado
como se lo merecía.
En octubre 22 de 1888, previa la firma del respectivo
contrato, se dio impulso a los trabajos de construcción de
una planta hidroeléctrica en Chitota (en la hondonada que
se desprende de la casa llamada “La Perla”, de la Universidad
Industrial de Santander). El Concejo de Bucaramanga
concedió la autorización y dio el privilegio de su explotación
—por espacio de 25 años— a la firma integrada por los
hermanos Reynaldo, Jorge y Hernán Goelkel y Julio Jones
Benítez. Este último viajó a Boston, Estados Unidos, y allí
adquirió los conocimientos necesarios en la fábrica
Thomson Houston, y en febrero de 1891 regresó con la
respectiva planta. Antes, a manera de ensayo, los que luego
fueron socios, habían montado en “La Aurora” una pequeña
generadora de electricidad que habían importado de Boston.
Sitio donde fue instalada la Planta Eléctrica de Chitota, la primera que prestó servicio en Bucaramanga.
Fue inaugurada el 30 de agosto de 1881.
                   Tomado de: Edmundo Gavassa Villamizar.- Fotografía Italiana de
                  Quintilio Gavassa.- Papelería America Editorial, Bucaramanga - 1982
En junio de 1891 se distribuyeron los postes y las redes,
mientras que en Chitota se instalaba la planta. La Sociedad
fue protocolizada ante el Notario Segundo del Circuito el
10 de mayo de 1890.
Narra don José Joaquín García, autor de “Las Crónicas de
Bucaramanga”, que el 30 de agosto de 1891 a las 7:30 p.m.,
ante la expectativa de cientos de personas, “de repente y
simultáneamente vieron encenderse 30 focos de 1.500
bujías, repartidos en las principales calles, que iluminaron los
sectores céntricos, en tanto que las campanas de la Iglesia
de San Laureano se echaron al vuelo anunciando el gran
triunfo” . . . “Sonaron los cohetes en el centro y en los barrios,
celebrando la buena nueva. La banda de músicos recorrió
las calles y la multitud ovacionaba a los empresarios”.
Un desfile improvisado encabezado por el Gobernador José
Santos, sus Secretarios y los más sobresalientes del pueblo,
se aglomeró frente a la casa de los gestores de la obra. Tres
días después se produjo un derrumbe en Chitota y quedó
interrumpido el servicio hasta el 20 de noviembre de ese
mismo año. La navidad de 1891 estuvo sin embargo
iluminada, ya que, en el receso, la red se extendió a los
barrios. Dos años más tarde, en 1893, se estableció el
servicio de fuerza motriz.

En este siglo otras plantas
Los hermanos Eugenio y Mariano Penagos, progresistas
españoles vinculados a Bucaramanga desde el siglo pasado
propendiendo el avance de la industria metal-mecánica,
consideraron que la planta de Chitota no era ya suficiente
para atender la demanda de energía eléctrica, por lo que sus
inquietudes los llevaron a construir otra planta, en Florida-
blanca, para abastecer a ese municipio y a las circunvecinas

                               53
regiones. Fue ampliada más tarde, dándole la razón social
de “Planta de Zaragoza”, empresa que se fusionó con la de
Chitota. Tal planta fue inaugurada el 16 de agosto de 1926.
Tenía un radio de acción de entre 7 y 8 leguas.

Hidroeléctrica del Lebrija
El 4 de febrero de 1944, con un capital de $1’500.000 se
constituyó la Sociedad Hidroeléctrica del Río Lebrija. La idea
de esta planta nació en 1941, pero fue durante la segunda
gobernación del Dr. Alejandro Galvis Galvis (1944-1945) que
prácticamente se hizo realidad. El mandatario opinaba que
el Departamento se favorecía más y se daba solución por
muchos años al problema eléctrico si se construía la planta
del Río Sogamoso, pero por el costo y lo demorado de la
obra se aceptó el concepto del técnico inglés Kisling sobre
las ventajas del Río Lebrija.
Acogida la propuesta y aprobada por el ejecutivo seccional,
con la primera partida de un empréstito se concretó la
iniciación de trabajos, no sin antes formalizar la constitución
de la Sociedad en la Notaría 4a. de Bogotá, el 12 de
noviembre de 1941, razón social, que al fin de cuentas, se
cambió, de Sociedad Anónima a Sociedad Limitada, siendo
sus principales accionistas el Instituto Nacional de
Aprovechamiento de Aguas y Fomento Eléctrico, el
Departameto de Santander y el Municipio de Bucaramanga.
La inauguración. El 24 de abril de 1954 fue inaugurada la
Central Hidroeléctrica del Lebrija, más abajo de la estación
Las Bocas, lugar conocido como “Las Palmas”. La obra costó
17 millones de pesos, y tenía una capacidad de 18.000 Kws.
Al acto asistieron, el Ministro de Fomento, Rivera
Valderrama; el Gobernador de Santander, Coronel Gustavo
Quintín Gómez Rodríguez, y los miembros del ejecutivo

                             54
seccional y del municipio, encabezados estos últimos por el
Alcalde, Dr. Luis Reyes Duarte.
Interconexión. Como Bucaramanga crecía año tras año, la
planta del Lebrija ya no abastecía la demanda de miles y miles
de usuarios adicionales, por lo que al cabo del tiempo se
constituye la Empresa Electrificadora de Santander y se hacen
los planes para el incremento eléctrico y la interconexión
con la red nacional, empezando por la termoeléctrica de
Barrancabermeja que fue inaugurada el 10 de agosto de 1962.
Luego se dieron al servicio tres plantas más en el Palenque,
municipio de Girón, por el sistema de gas.
Posteriormente fueron interconectadas las plantas de San
Vicente y Cervitá, en el Cerrito; Ecopetrol; Puerto Wilches;
La Cascada, en San Gil; La Cómoda, en Suaita; y Calichal, en
Málaga. El 15 de agosto de 1967 se inaugura la termoeléctrica
de El Palenque, con dos unidades de 3.000 Kws. cada una.
La Empresa Electrificadora de Santander forma parte, en la
actualidad, de la interconexión nacional y su presupuesto
alcanza una suma superior a los 20 mil millones de pesos.
Gerentes. Después de los gestores de lo que fue el más
grande adelanto en el pasado Siglo XIX, han sido gerentes,
entre otros, las siguientes personas: Victor Paillié Ordóñez
(cuando era empresa privada); Banjamín García Cadena,
Humberto Silva, Gabriel González Cadena, Daniel González
Plata, Herbert Ariza Moreno, Hugo Serrano Gómez, Julio
César Delgado Suárez, Ramiro Blanco Suárez, Miguel José
Pinilla y en la actualidad (1988), Hernán Uribe Niño.
Bucaramanga fue la segunda ciudad, después de Panamá, que
contó con luz eléctrica; la tercera fue Bogotá.




                             55
El Acueducto de las 3 BBB
                     Las “Chorreras de Don Juan”, manantial de agua pura.
            La historia de las aguadas. Don José Piza: el último “aguador”.
                   El tinajero de las familias: una profesión muy folclórica.
                             “Arre, mulas del diablo”: un grito muy colérico.


Los hombres que han hecho la historia de Bucaramanga van
desapareciendo en forma inexorable. Un día, el dirigente, el
intelectual, el pionero, el creador de empresas; otro, el
escritor, el político; después, el patricio gestor de factorías y,
también, el trabajador que silenciosamente prestó sus
servicios a la comunidad y contribuyó modestamente al
progreso y dedicó sus inquietudes y desvelos al bienestar de
su prójimo, de ese prójimo que, esté en el centro o en la
periferia, necesita quien lo atienda y le proporcione lo que
le es vital para subsistir, para sentirse cómodo y seguro.
Así van desapareciendo una tras otra las unidades que de
diferente manera escribieron sus nombres en las páginas del
álbum bumangués, saturado de estampas gallardas que
rindieron jornadas de provecho colectivo.

Historia de las aguadas
A comienzos de este siglo Bucaramanga apenas soñaba con
un acueducto; hasta el año 1935 toda la población se surtía
de “las aguadas”, preferencialmente de las Chorreras de
Don Juan, donde existían 11 chorros encauzados por tubos,
tres en la parte alta, especial para los “tinajeros” de las
residencias —o sea el agua de beber, de servir a la mesa
familiar, agua pura, con sabor perceptiblemente dulce—, y
ocho en la parte baja, para todas las necesidades.
La reclamaban los visitantes que en los hogares eran
obsequiados con chocolate, queso mantequilludo, arequipe,
o dulce de breva o de icaco, reforzado con colaciones. Para
estas ocasiones se acudía también a las cocadas o al dulce
de apio “Arenas”, cuyo prestigio recorrió el mundo y que
nadie ha podido imitar.
Ante el crecimiento de la ciudad, eran insuficientes las aguadas
“Los Escalones” y “Piñitas”, las primeras hacia el noroeste,
y las segundas al occidente. Según relata don José Joaquín
García en “Crónicas de Bucaramanga”, las citadas “Chorreras
de Don Juan” datan del año 1810 cuando un vecino de
Bucaramanga, dueño de tierras, don Juan García, optó por
dar al servicio las aguadas que perdurarían su nombre y que
dieron soluciones de abastecimiento a los bumangueses. El
agua nacía en una especie de altozano dividido en dos partes:
la de arriba, que podría ubicarse entre las carreras 14 y 14-
A, y la de abajo, colindando con el cementerio. En ambas
partes árboles y arbustos, anacos (Búcaros), guaduas,
cordoncillo, aro, pasto y parásitas en profusión. Hizo los
arreglos necesarios para su canalización: primero, caía el
líquido conducido por canales de guaduas, después con tejas,
y al llegar la tubería galvanizada, se recurrió a este sistema.
Más abajo construyó unas pilas para aprovechar las aguadas
y para que las lavanderas pudieran ejercer su oficio. El piso
fue empedrado, tanto el de la caída del agua, como destinado
al público.
Otra versión. En torno al nombre de “Las Chorreras de
Don Juan” encontramos otra versión a la que dan crédito
los doctores Roberto Harker Valdivieso y Luis Enrique
Figueroa; estiman que esos chorros fueron bautizados de

                              58
tal manera en honor de Jhon (Juan) Harker Mud, inglés que
residió en esta ciudad y fue director de las minas de Baja y
Vetas, donde enseñó a explotar los minerales haciendo
socavones. Contrajo matrimonio en Bucaramanga con
Mercedes Mutis Amaya, nieta del sabio Celestino Mutis. Se
atribuye a él el haber acondicionado los nacimientos del agua.
Pero más tarde las chorreras fueron olvidadas y correspondió
a don Juan García darlas nuevamente al servicio.
Lo uno o lo otro, lo cierto es que durante más de un siglo
han llevado este nombre, extendiéndolo a las calles que
conforman el barrio de su mismo nombre.
A medida que las familias se multiplicaban, la avidez por estas
aguas crecía. Durante el día y hasta la media noche desfilaban
por las tres entradas cientos de personas, niños, adultos y
ancianos cargando sobre sus espaldas barriles, o sobre sus
hombros, canecas que colgaban a los extremos de un
madero a manera de yugo; también distintos recipientes en
las manos para proveerse del necesario líquido.
Es que las aguas de las “Chorreras de Don Juan” eran las
más codiciadas y cotizadas: era el acueducto de
Bucaramanga. Existían otras, como Piñitas, un poquitín
salobres y que se destinaban al aseo doméstico. Los Escalones,
Los Aposentos, La Payacuá, La Rosita, que corría a lo largo de
lo que hoy es la avenida del mismo nombre; El Envigado, La
Filadelfia, La Mejor, La quebrada del Loro, Los pozos de Don
Andrés —al norte—, las de Las Navas, La Guacamaya, los baños
de Los Valenzuela, Las Cisternas —la más antigua—, la ubicada
en el centro de la Plaza de Mercado Central, y otras dispersas
a lo largo y ancho de la Bucaramanga de entonces.
Sin embargo, el agua de consumo no podía ser otra distinta
a la de las muy afamadas e indispensables “Chorreras de
Don Juan”, ya desaparecidas por completo.
                              59
Antes de las Chorreras de Don Juan, Bucaramanga se surtía
de otras aguadas; las principales, “Piñitas”, en el barrio del
mismo nombre hasta el triunfo de Alfonso López Pumarejo,
que le dió su nombre actual, ubicadas al finalizar, bajando la
calle 44; y los “Escalones”, al norte, al terminar calle 30, en
la precipitación de la carrera 11. Ambas extinguidas,
canalizadas con obras de la Corporación de Defensa de la
Meseta de Bucaramanga.
Por esas cuestas semiempedradas, lodazales en invierno,
polvareda en los veranos, corrimos en la juventud llevando
al hombro una vara de madera, de cuyos extremos colgaban
unas canecas llenas del líquido; o bien, cargando a las espaldas
un barril sostenido por un “pretal” de fique que se ajustaba a
la frente.

El acueducto de las tres BBB
Era, como lo dijera el cronista Argensola (Francisco Nigrinis),
en famosa y galana prosa, el acueducto de las tres BBB (Burro,
Barril y Bobo), porque precisamente era en barriles que en
alto porcentaje se abastecían los ricos y los pobres. El que
podía pagar el transporte recurría a este servicio; los que
no, se servían personalmente cargando por su cuenta el
líquido que en las chorreras era completamente gratuito.
Las casas que no contaban con el tradicional bobo o
mandadero contrataban con el “Aguador”, que en burros o
en yeguas o viejos caballos movilizaba los típicos barriles.
Mientras los “aguadores” y el público de a pie hacía cola a la
espera del turno para “coger” el agua, las lavanderas, en la
parte baja, frente a la piedra de fregar la ropa, cantaban
endechas de amor, o se insultaban, o divulgaban el último
chisme de la comadre o del marido infiel. Y los hombres,
mientras les llegaba la hora, silbaban o entonaban la última
canción de moda. Luego, en la cuesta, el “arriero somos”,
                              60
y, de vez en cuando, la carcajada o la maldición, el “arre
mulas del diablo”, “estas pelonas me van a volver loco”, “arre
condenadas o las reviento” y, también, “los hijuemadres
burros parientes de lucifer”, infinidad de veces el azote con
el rejo torcido, y muchas otras la pelea, la bronca y los golpes
entre los usuarios de los chorros, por la “contrata” o por el
turno, cuando no por la mujer amada, que se disputaba a
trompada limpia.
Entre los aguadores profesionales que recordamos resulta
imprescindible mencionar a Luis, “El Capitán Pintao” con su
ojo blanco que algunos días tapaba con un cuero, al estilo
pirata, arreando su burro domesticado y que daba voces sin
cesar, sobre todo cuando lo antecedía el “Caratejo” de
marcha lenta; al misterioso “Jeremías”, con su inseparable
tula al hombro; al “tuerto Nepo”; al “Obispo”, con su gran
carajo a flor de boca, hombro a hombro con “Petro Roa”
—estos dos últimos, aguadores muy reputados y conocidos,
con sus asnos corretones—; al “Pirata”, que se tapaba la
cavidad de un extirpado ojo con un trapo negro y llevaba
siempre entre los dientes una pipa de madera hecha por él
mismo; al bobo “Chocata”, con su barril a las costillas, su
pantalón y saco raídos, con una cinta azul a manera de
corbata, y los chocatos de fique (alpargatas) amarrados con
galones o cenojiles también azul de prusia, porque era godo
y recontragodo, llevando en las manos un leño redondo para
castigar a los muchachos que de él se mofaban; a la loca
“Carasucia”, con moña postiza amarrada al cuello, sube y
baja con un calabacito al hombro y, así, sin tregua, todos
cargando agua a sus hogares, vendiendo unos, otros para el
consumo personal.




                              61
Don José Piza: el último aguador




  Cuando el Acueducto de Bucaramanga era «Las Chorreras de don Juan»,
  uno de los personajes que suministraban el precioso liquido a domici-
  lio se llamada José Pizza, hombre de modales distinguidos quien era
  muy apreciado por las clientes que utilizaban sus servicios. Aquí don
  José Pizza y su fiel burro al pie de una de la Chorreras


Entre todos los “aguadores” sobresalía por su seriedad, su
decencia, por su estampa señorial, silencioso y cumplidor,
responsable y honesto, don José Piza Salazar, nacido en
Gachantivá, Boyacá, en 1886, pero que desde los 7 años
llegó a Bucaramanga dispuesto a enraízar, como en efecto
lo hizo, primero en distintas actividades y, posteriormente,
en trabajos más duros, vinculándose al gremio de los
“Aguadores”, inicialmente en forma modesta y, luego, con
tres semovientes. Compró su casa en la 2da entrada del
Barrio Las Chorreras de Don Juan, carrera 14-A No. 45-
184, donde levantó una familia que honra su memoria,

                                  62
empezando por don Alfonso Piza, de 73 años, vividos en
ese sector; dedicado a su profesión, la cual sólo abandonó
cuando el acueducto lo derrotó.
Lo vimos detrás de sus burros, vestido de alpargata de suela
de cuero, pantalón y saco blanco de dril, camisa blanca y
sombrero de paja, con el foete al hombro, en pos de sus
burros, bajando y subiendo por las empedradas calles de la
Bucaramanga de entonces y haciendo diariamente los
mismos recorridos que ya sus animales conocían de
memoria a fuerza de repetirlos año tras año. Don José,
incansable trabajador, cordial y amable, sin esas mañas de
sus colegas, sin ese vocabulario soez: arre malparidas, arre
malditas mulas del diablo, estas jijuepelonas no caminan, surtía
de agua a una clientela numerosa; cuántas veces lo vimos en
este trajín, altivo, respetado y respetuoso. Agua para la
cocina y para lavar. Agua cristalina, agua nacida de la tierra,
de los altozanos naturales, sembrados de guaduas, de
cordoncillo, de caracolíes, de anacos, de pasto, de plantas
silvestres en profusión, agua clarísima que sació la sed de
muchas generaciones.
Don José Piza dedicó su existencia al transporte de agua en
barriles, del agua “burriada”, como muchos la llamaban.
Sobre el lomo de sus mansos animales, que murieron de
viejos, movilizó infinidad de metros cúbicos del líquido e hizo
incontables viajes sin descanso, sin tregua. Sus amigos y
contemporáneos del gremio fueron desalojados por el
acueducto del Padre Trillos, que se abría paso; pero él siguió
adelante, impertérrito, sin temerle a los adelantos.
Como los ingresos mermaban, don José optó por vender
simultáneamente loterías; y como Las Chorreras disminuían
su caudal, también él disminuía la clientela hasta la
desaparición final. También sus fuerzas para levantar los
barriles amainaban, y un día se retiró definitivamente.
                              63
Con él, con don José, desaparecieron los aguadores. El
acueducto se impuso, así como el progreso acaba con lo
que le sirvió de base. Fue don José el aguador más conocido
y el último que tuvo Bucaramanga.
Día luctuoso. El último día de julio de 1979, el ciudadano
que acreditó al gremio de “Aguadores”, que formó una
familia respetable y que se distinguió como esposo, como
padre y como abuelo, que sirvió a Bucaramanga día y noche,
exhaló el último suspiro, añorando seguramente los años
de su dura faena, de tanto trasegar por la urbe que crecía y
a la que abasteció de agua dulce y cristalina, vivificante y fresca.
Dejó de existir en su casa de la segunda entrada de las
“Chorreras de Don Juan” a los 93 años.
Don José Piza escribió con su trabajo, con el corazón, con
su ir y venir, la historia del acueducto de las tres BBB en algo
más de medio siglo. La historia del acueducto natural que
sirvió a los bumangueses tradicionalmente y que, como su
vida, se fue extinguiendo lentamente.
Con don José se acabaron Las Chorreras. Se agotó el líquido,
y ya de él y de ellas sólo queda el recuerdo. Su familia lo
tiene presente, y la Corporación de Defensa de la Meseta
de Bucaramanga, por otra parte, dentro de sus programas
de acabar con la erosión, realizó los trabajos necesarios para
controlarla, y ya de las “aguadas” únicamente perdura el
nombre entre los contemporáneos. Con el tiempo apenas
las viejas crónicas darán fe de que existieron.

Algo folclórico
Entre los “aguadores” profesionales recordamos a Pedro,
“El Cojo”, de pantalón blanco remendado y remangado,
camisa de un rojo escandaloso, porque era liberal
recalcitrante; calzaba alpargatas de suela de cuero, la testa

                                64
cubierta con viejo y raído sombrero de jipa, bumangués de
pura cepa como él pregonaba. Un personaje folclórico e
inconfundible. Llevaba siempre en la mano izquierda —
porque era zurdo— una delgada vara de granado, fibrosa,
dúctil y resistente, con la que simulaba castigar su regordeta
mula de menudo trotar. Desde que la aurora se esfumaba
hasta que la luna rayaba, repartía agua en sus dos barriles
recaudando lo necesario para subsistir.
Al finalizar la tarde y al mismo tiempo la faena diaria, el
cuadrúpedo bajaba por la calle, hoy la 45, y mientras Pedro,
su dueño, saludaba al amigo y le contaba sus cuitas, el animal
llegaba a la esquina, subía al andén, alcanzaba el mostrador
de la tienda de misiá Pastora, colocaba sus mandíbulas
abiertas sobre el mostrador, y de allí no las quitaba hasta
  que se cumplía lo que ya era un rito, que, por lo viejo,
nadie sabía —ni el mismo Pedro— cuándo ni cómo
empezó.
La mula, “La Condenada”, como la llamaban, sabía que a
esta hora hacía el último viaje del día y que precisamente
había llegado el momento del premio, consistente en un trago
de aguardiente grande que misiá Pastora le echaba en su
jetaza, y una mestiza, también grande, de a dos centavos. La
ventera, desde mucho tiempo atrás repetía la entrega del
licor y del pan que Pedro pagaba tras de embucharse
idénticas dosis.
La clientela y el vecindario miraban con simpatía esta
costumbre, que culminaba con un asordinado relincho del
semoviente, que alegre, adelante de “El Cojo”, se dirigía al
solar de la mediagua de su patrón, al descanso de todas las
noches.




                             65
La leyenda
Abajo, desde el fondo, en la quebrada, cierto olorcillo a
azufre recorre desde la “Filadelfia” hacia el occidente sin fin;
cierto vaho crispante y el grito plañidero de la “Llorona”, de
la temida “Mechúa”, posiblemente el ánima de “misiá Juana”,
alma en pena eterna por haber matado a su hijo en
noche de pelea con su amante. Sin descanso recorre
todas las noches el escenario y se aventura por los
parajes desiertos, asustando a los desprevenidos
transeúntes.
Chorreras de Don Juan: por allí, por sus calles, como que se
oye aún el cantar del aguador, el reclamo de la amante, el
casqueteo de los equinos, y tal parece —allá entre brumas—
que Don Sata, que Lucifer, como solía hacerlo en noches
oscuras, se paseara en su brioso caballo, con humeante
cigarro en la boca, vomitando fuego. O como si la bruja
Arcadia, esa desalmada mujer transformada en “chulo”,
aleteara dentro de los aposentos buscando al esquivo amante
para chuparle la sangre y dejarle hematomas, según la creencia
en boga. O como si se oyera todavía el chocar de los
cascos de la mula coja, que recorría en las noches sin
luna las tres entradas, trepidando y haciendo trepidar al
vecindario.
Mientras que arriba, en pleno día, en lo más alto de la loma,
los tunjos inalcanzables se bañaban en sus propias
escarchas de oro ( “por aquí pasó trotando la leyenda sus
arrestos”) 1.




1
    Romance de Bucaramanga, de Leonidas Paeces.


                                 66
Recordando lo que oímos cuando éramos jóvenes, como
que todavía vecinos de edad avanzada escuchan el casquetear
del caballo del alemán Geo Von Lengerke y de aquellos
equinos dedicados a movilizar agua brotada de la tierra. Y
no falta quienes sostengan que hacia la media noche escuchan
el grito del arriero soberbio, la maldición ultrajante, el
rebuzno del burro y el graznido de la lechuza. Oh, cuántas
cosas en la imaginación ingenua de tantos.

Las chorreras
Por su cuesta subieron y bajaron generación tras generación.
En la parte baja se daba cita todo un ejambre de hombres,
mujeres y niños que gritaban y gesticulaban desde el
amanecer hasta que la luna llegaba a su cenit. Y en todas
direcciones el viejo caballo bayo ya deslustrado, la yegua
peluda, la renga mula y el “pensativo” burro, con los barriles
a lado y lado del lomo, sobre las “angarillas” (inmobilizados
con sendos “tapaojos”), esperaban ser cargados por el
“aguador” que desde las primeras horas y durante todo el
día subía y bajaba la cuesta llevando el codiciado líquido, el
de las “Chorreras de Don Juan”, el mejor, con ese dulzor y
esa pureza cristalina que la gente de afuera envidiaba y de la
que hablaba maravillas.
Vale la pena destacar que en esas chorreras, insensible, pero
notoriamente para los revoltosos de entonces, se
“destaparon” sentimientos de clase social, porque de Las
Chorreras de arriba, que eran 3, los aguadores cobraban el
agua más cara, arguyendo que era más pura y especial para
los “tinajeros”, depositarios del agua de beber encima del
“dulce de platico” de la sobremesa. De las ocho chorreras
de abajo llevaba todo el mundo el agua en barriles, en canecas,
en ollas, en cualquier recipiente.


                              67
La Filadelfia. Ubicada más arriba, pero como formando
parte de Las Chorreras y del barrio, La Filadelfia, con sus 11
baños encerrados, separados, provistos de regadera; y en
el descenso, en la quebrada, las piletas para el lavado de la
ropa, para el servicio de las lavanderas que allí sí tenían que
pagar. Era de propiedad de don Pedro y don Félix Joaquín
Mantilla. Allí iba la gente que quería privacidad y que
contaba con 2, 3 o 5 centavos para pagar el uso de esos
servicios.
Desde la carrera 14-B, donde habitamos algunos años,
inicialmente en una casa y luego en otra, íbamos al disfrute
de las aguas de La Filadelfia, con esposa e hijos. Con qué
gusto recordamos esos domingos. Porque entre semana,
tocaba en Las Chorreras, en la quebrada, sin costo alguno.
Es que entonces se ganaban y se gastaban los centavos. El
progreso acabó con esa sencillez y la ciudadanía ganó en
comodidades, la del baño diario en medio de lujosas paredes
porcelanizadas, pero sin la calidez del sol.
Baños como los de La Mejor, una cuadra más arriba,
subiendo por “Charco Largo” sobre la Carrera 12 (hoy 17),
donde las damas se bañaban el pelo con lejía y jabón de la
tierra, y el “ojito” de jabón de olor (Reuter o Brístol); era el
baño de cada ocho días, el de la sencillez; era el goce de
sentirse limpio, cordial y generoso. Baños del pasado que
no aseaban solamente el cuerpo, sino también el alma.

Unico testimonio
Sólo un tubo que asoma de las entrañas de la tierra,
protegido por una teja, es lo que queda del pasado, de ese
pasado agitado y folclórico que caracterizó el primer
acueducto de Bucaramanga, el de las 3 BBB (Burro, Barril y
Bobo) que por muchas décadas abasteció la creciente ciudad.

                              68
Ese acueducto primitivo pasó a la historia, como pasan tantas
cosas, pero que se incrustan en los anales de los pueblos.
Pero no así el barrio que recibió el mismo nombre, el de las
“Chorreras de Don Juan”. Allí están las tres carreras (la 14,
la 14-A y la 14-B) con sus casas y sus gentes. Un barrio
concurrido que empieza en la Calle 45 y se extiende,
bajando, al sur, rebosante de alegría y de optimismo.

Un intento
Necesario es decirlo: la gente de Bucaramanga deseaba y
reclamaba un acueducto. Entre 1910 y 1915 los hermanos
Arenas Mantilla iniciaron el abastecimiento de agua para
“Barrio Nuevo” y sectores aledaños. Construyeron un
tanque en la esquina noroccidental del parque, que,
clausurado el servicio en pocos años, siguió allí por mucho
tiempo, dando fe de algo que no dió los resultados esperados.
También, como una solución de buena voluntad, los Peña
Puyana canalizaron aguas provenientes del oriente y que se
extendían al occidente pegadas a los andenes de las calles 34
y 41, entre las que recordamos.
En 1915, el progresista sacerdote José de Jesús Trillos
convocó a los más importantes ciudadanos, interesándolos
en la construcción de un acueducto, iniciativa que cristalizó
en 1920.
Nace el acueducto. El deseo de los bumangueses de un
acueducto empieza a cristalizarse, como lo consigna don
Ernesto Valderrama Benítez en su Real de Minas: “Julio 20
de 1920: la banda de músicos del regimiento toca alegres
bambucos al pie del cerro de Morrorrico, donde reina
animación entre las gentes que allí se congregan en espera
de la llegada del agua bienhechora que, en el momento
señalado en el programa de recepción, se precipita por la

                             69
colina seca, por el sediento valle, como un canto al éxito
alcanzado en esta importante etapa de la empresa
constructora del Acueducto de Bucaramanga. Tras la
bendición, habló el Dr. Martín Carvajal, y luego de una copa
de champaña pronunció un discurso alusivo don Pedro Elías
Novoa, a nombre de la corporación municipal”. Este fue
considerado como el festival de las aguas.
A Bucaramanga. Al iniciarse el mes de enero de 1921,
precisamente el día 18, la Compañía del Acueducto da al
servicio público tres expendios de agua situados, el primero,
en el costado oriental del Parque Antonia Santos; el segundo,
en la hoy calle 34, entre las carreras 24 y 25; y el tercero, en
El Bosque.
Una pileta. Los bumangueses, pese a contar con suficientes
aguadas, reclamaban el acercamiento del servicio de
agua a sus residencias; y a iniciativa de don Juan de la Rosa
Quintero se construyó una pileta en la plazuela del barrio de
La Concordia (sobre la carrera 17 entre las calles 49 y 50 de
la nomenclatura actual) para el servicio de los habitantes,
obra que fue inaugurada el 12 de octubre de 1927,
solucionando de esta manera las exigencias de la
población.
Acueducto Puyana. Pasan los años y la ciudadanía sigue en
lucha por un acueducto domiciliario. El padre José de Jesús
Trillos se convierte en abanderado de la obra. Por su parte,
la firma Sucesores de don David Puyana se compromete a
construir tan importante obra, y el 17 de abril de 1932 invita
a la población a observar los tanques, materiales y tubería
adquiridos para los trabajos.
El 24 de mayo de este año (1932), la prensa de Bucaramanga,
en noticia que recoge el Real de Minas, anuncia que por
“Acuerdo Nº 12” expedido en la fecha, concede el cabildo a

                              70
Sucesores de David Puyana, S. A. permiso para la ocupación
de las calles y vías de la ciudad con tubería metálica para el
establecimiento de un servicio de acueducto a domicilio,
mediante las condiciones que al efecto se enumeran. Y en
compensación, los señores Puyana se comprometen a
instalar a su costa y a abastecer gratuita y permanentemente
una fuente pública en un punto cercano a La Albania (y a
continuación deja constancia de otros compromisos de
suministro de agua al municipio y a establecimientos). La
licencia se otorga por un período de 10 años a partir del día
en que el acuerdo sea elevado a escritura pública.
Esta empresa de los Puyana pasó a poder de la compañía
Anónima de Bucaramanga pocos años después de ser dada
al servicio, según el Real de Minas de don Ernesto Valderrama
Benítez.
El gestor. No es posible pasar adelante sin rendirle tributo
de reconocimiento al presbítero José de Jesús Trillos, gestor
y pionero del Acueducto de Bucaramanga. Fue él, desde la
primera jornada en 1920, quien promovió el encauzamiento
de las aguas de los altos páramos, y a este sacerdote se deben
todos los hitos de progreso de tan importante empresa, que
se convirtió en Sociedad Anónima, robusteció su capital y
avanzó hasta construir las plantas de tratamiento del
codiciado líquido.
En La Flora. El 28 de julio de 1951 el padre Trillos bendijo
en La Flora un nuevo tanque del acueducto para 5.500 Mt3.
Este sacerdote, que ejerció en distintos municipios de
Santander y fue párroco en dos ocasiones de la Sagrada
Familia, aportó capital, entusiasmo y pujanza al logro de una
empresa que pasó a propiedad del municipio de
Bucaramanga, entidad que se ha preocupado por un
suministro permanente, puro y eficiente, realizando obras

                             71
como la de Bosconia, donde, tomando aguas del río Suratá,
asegura un servicio completo hasta más allá del año 2000.
El padre José de Jesús Trillos dejó de existir en Bucaramanga
el 15 de enero de 1955, a la edad de 78 años.




                             72
Don Jorge Lengerke, nieto del legendario alemán Geo Von Lengerke, quien
residía en la carrera 10 # 42- 20, barrio Alfonso López, donde se dedicaba a
la reparación de implementos eléctricos y otros.




                                    73
Barrio Las Chorreras de Don Juan
                     Los Lengerke, un nombre que jamás será olvidado,
                  Las “barras” y los juegos. Carnavales. Sus costumbres.
                      Nada queda del Barrio Las Chorreras de Don Juan.


En esas aguadas, en esas chorreras nacía y moría el barrio
de Las Chorreras de Don Juan, de tan vieja data, que parece
haya existido eternamente, desde mucho antes de ser
Bucaramanga, o mejor, de su fundación el 22 de diciembre
de 1622.
A lo largo de las “tres entradas” que se desprenden de la
hoy Calle 45, a un lado y a otro, poco a poco se construyeron
casas, algunas con paredes de tierra “pisada”, otras de
bahareque, con techo pajizo la mayoría, pero que pasando
los años fueron reemplazados por teja española, afianzando
el concepto de que el santandereano gusta de vivir bien
protegido y lo mejor posible.
Y surgieron las familias. Cuáles las primeras? Naturalmente
no fueron familias de rancios abolengos las pobladoras, sino
gente de trabajo y los que querían estar cerca de las aguadas
para explotar el oficio de aguadores y de lavanderas.
Indagamos en las páginas de viejos libros, pero no
encontramos nombres; de todas maneras, el barrio se pobló,
y en lo que va corrido de 1900, son pocos los cambios
realizados.
Los Lengerke. De alguna manera el barrio tiene
vinculaciones con los Lengerke. Don Jorge Lengerke, anciano
de 99 años, hijo de Federico Lengerke y Mercedes Silva,
asegura que su padre era hijo del legendario Geo Von
Lengerke y Benita Vargas, de Zapatoca, y nos cuenta haber
vivido más de 60 años en el barrio, inicialmente en la casa de
la Calle 45 Nº 14A-50, la que él llama la casa paterna, en
donde han vivido tres generaciones. Eran 4 hermanos:
Cristóbal, Fausto, Jorge y Clementina, quien todavía existe.
Muchos estiman que Geo Von no dejó descendencia, pero
en “La Otra Raya del Tigre”, de Pedro Gómez Valderrama,
hablando sobre la próxima muerte del alemán, lo cree
mordido por “todas las mujeres que poseyó sobre la tierra
de Santander, o perseguido por los hijos sin dueño que
abandona”.
Jorge, muy próximo a los 100 años, reside en la Carrera 10
Nº 42-20, donde aún trabaja en mecánica fina, arreglando
máquinas de escribir, radios, licuadoras y otros aparatos. Un
hombre que siente el orgullo de ser nieto del alemán Geo
Von Lengerke, quien trazó y construyó caminos y puentes,
que importó pianos para sus orgías en Montebello, que fundó
almacenes con mercancía extranjera y que bebía brandy a
raudales, conquistando mujeres y la envidia de muchos.
Cierto o no, la realidad es que el apellido Lengerke se ha
prolongado y que muchos de ellos han nacido, crecido y
multiplicado en esa casa, habitada actualmente por
Clementina Lengerke, quien, como Jorge, se considera
descendiente del alemán.
Pero como así es la ley de la vida, todo tiene un origen.
Según la realidad y la leyenda, por esas tres carreras se paseó
en su alazán de bella estampa y trotar rítmico, el alemán
Geo Von Lengerke, uno de los hombres más progresistas
que vivió por estos lares el pasado siglo y dejó para la
posteridad un nombre que jamás será olvidado. Jorge se
siente aún de Las Chorreras, porque quiere el barrio donde
vivió tantos años.
                             76
Escena de aguateros en la Bucaramanga de principios de fin de Siglo.
  Tomado de: Edmundo Gavassa Villamizar.- Fotografía Italiana de
 Quintilio Gavassa.- Papelería America Editorial, Bucaramanga - 1982

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  • 2.
  • 3. José del Carmen Rivera Mejía BUCARAMANGA: ALREDEDOR DE LOS HECHOS Bucaramanga - Colombia, 1999
  • 4. PRIMERA EDICIÓN Noviembre de 1999 DIAGRAMACIÓN E IMPRESIÓN (Sic) Editorial Ltda. Centro Empresarial Chicamocha Of. 303 Sur Telf: (97) 6343558 - Fax (97) 6455869 Bucaramanga - Colombia ISBN : 958 - 8108 - 06 - 3 Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin autorización escrita del autor Impreso en Colombia
  • 5. A Trini: mi inseparable esposa, por sus 46 años de estímulo en la lucha; a mis hijos: Rosalba, Rosmira, Raúl y Ruth, cuyo cariño y respeto fortifican mi existencia; a mis nietos: Janeth Faride, Adriana y Javier David; Cristian Alfonso y María del Pilar; Doris Rocío, Raúl Fernando y Oscar Andrés; Laura Milena, María Catalina y Natalia América, y bisnietos, quienes espigan, todos ellos, muy alto en mi corazón; y a Custodia: hermana única, infatigable en el trajín diario e indeclinable en los afectos fraternales.
  • 6.
  • 7. Catalina Las almas buenas, una vez dejan la materia, se inmortalizan en quienes las aman. No mueren, porque están latentes en el corazón, alentando con su espiritual presencia al que, pese a los años, las lleva muy dentro, en lo más recóndito del ser. Catalina, mi abuela, la anciana que me infundió anhelos de superación, está en mis sentimientos, en mi memoria. Fue mi ángel tutelar cuando me asomaba al, para mí, agitado mundo, desconocido para el que provenía de la callada y despoblada vereda piedecuestana. Ella quería verme frente a una máquina de escribir, sentado detrás de un escritorio, como “al doctor de la esquina de arriba”. Soñaba en lo mejor para mí, porque “el muchachito era buen hijo y todo se lo merecía”. Su vida la había dedicado a Dios, a su Señor de las alturas. Fue ejemplo de virtudes, y desde su viudez, después de los 50 años de matrimonio, la camándula que repasaba diariamente constituía su consuelo y su esperanza en un más allá nutrido de goces. Orando pedía por su José, por su Custodia (mi hermana), sus dos nietos del alma. Era un amor, irradiaba bondad y ternura. Me enseñó que de nada valen las lamentaciones, ni la envidia, ni la ambición, menos el odio o la venganza. Lo único que cuenta es la sencillez, el deseo de ir adelante, el trabajo y la honradez. No esperar de los demás, sino valerse de sus propios medios.
  • 8. Era un compendio de dichos, de refranes, de endechas, de coplas y versos campesinos —como que el campo fue su todo— que aplicaba a cada situación. Han transcurrido 48 años de su muerte, ocurrida a la edad de 106. La enterré un Sábado Santo, un Sábado de Gloria, día para ella muy sagrado. Se elevó al infinito a disfrutarlo plenamente, como lo soñaba, como se lo merecía. Se fue en pleno goce de sus facultades, serenamente, beatíficamente. Se fue, pero no del todo, porque siempre está conmigo; porque la siento en todas partes: cuando oigo una copla, o un cantar, o el repicar de las campanas de la torre vecina, cuando contemplo el ocaso, en el que ella se extasiaba. Al observar el caminar de un anciano, al contemplar la nariz aguileña de la arrugada viejecita que se dirige a la capilla del barrio, o cuando oigo una plegaria, esto y mucho más me la devuelve al pensamiento, al corazón que cultivó y fortificó generosamente, reemplazando los afectos que la “parca” nos arrebató, segando la vida de nuestros progenitores, Jorge y Felisa. Nadie muere si deja quien lo ame y quien lo lleve en la memoria, como llevo a mi abuela. Está en mí y ahí permane- cerá hasta que el discurrir de las horas me conduzca al final del recorrido. Catalina, estás conmigo, ahora y siempre; me has inspirado estos renglones frente a la máquina de escribir, detrás de un escritorio, como tú lo querías, como lo soñabas. Misión cumplida, abuela mía! 10
  • 9. TABLA DE CONTENIDO Prólogo ................................................................................. 15 Introducción ......................................................................... 23 El Llano de don Andrés ........................................................ 25 Bucaramanga, la capital ........................................................ 37 Bucaramanga, semblanza retrospectiva .............................. 39 La nomenclatura de Bucaramanga ....................................... 49 La luz eléctrica en Bucaramanga .......................................... 51 El Acueducto de las 3 BBB .................................................. 57 Barrio “Las Chorreras de don Juan” .................................... 75 Plaza de Mercado de Bucaramanga ..................................... 83 Cementerios católicos y laicos ............................................ 89 Reseña histórica de la “Lotería de Santander” .................... 97 La Sociedad de San Vicente de Paúl ................................... 109 Hitos de progreso: el Aeropuerto Gómez Niño .............. 111 El “Simón Bolívar”: primer avión que aterrizó en Bucaramanga ....................................................................... 117 Historia íntima de “Morrorrico”: monumento al Sagrado Corazón de Jesús ................................................. 133 Fundación de la Universidad Industrial de Santander (UIS) ................................................................................... 143 Estudiantes de la Universidad Industrial de Santander marchan a la capital ............................................................ 149 La Universidad Femenina se integra a la UIS ..................... 153 El Colegio Santander .......................................................... 155 FENALCO: un gremio que participa en la vida nacional ... 161
  • 10. PERSONAJES Y ANÉCDOTAS Personajes La muerte del Padre Eloy Valenzuela ................................. 171 Julio Flórez: en los 60 años de su muerte ......................... 175 Homenaje a Jaime Barrera Parra. Muere el gran prosista . 185 Guillermo Forero Franco: un bumangués de quilates ...... 189 Breve biografía del doctor Fidel Regueros Buitrago ........ 195 La muerte del doctor Enrique Olaya Herrera .................. 199 Alfonso López Pumarejo: 40 años de grandeza nacional .. 203 El poeta de la vida profunda: Porfirio Barba Jacob ........... 207 100 años del doctor Alejandro Galvis Galvis .................... 209 Don José Fulgencio Gutiérrez ........................................... 223 Doctor Julio César Almeida Quintero ............................... 225 Benjamín Méndez, aviador colombiano, vuela por primera vez Nueva York-Bogotá ................................ 229 Don Rodrigo de Jerez: primer fumador europeo ............ 231 Anécdotas Fiesta de la Madre .............................................................. 235 El matrimonio civil .............................................................. 237 El correo Gato Negro ....................................................... 241 El hombre vale menos ....................................................... 245 Los médicos y los pacientes .............................................. 247 En Bucaramanga se usó ruana ............................................ 251 Los calzones largos ............................................................ 253 Bucaramanga, ciudad pesebrista ........................................257 Los juegos del pasado ........................................................ 261 Gusano de seda .................................................................. 269 La tan cacareada “Lluvia de oro” .......................................271 La historia del 7 y 8 ........................................................... 275 12
  • 11. Debate Electoral único en la historia ................................. 279 Primer debate electoral con cédula ................................... 283 Inundación catastrófica en Girón ....................................... 287 Se extinguen las quebradas ................................................ 291 Barichara, tesoro de todos ................................................ 295 El horno crematorio .......................................................... 299 El Playón: una esperanza ....................................................303 Cartagena, patrimonio el mundo ....................................... 307 La estatua de La Libertad ................................................... 311 13
  • 12.
  • 13. Prólogo Leyendo el libro de Don José del Carmen Rivera encontramos, una vez más, rediviva a esa Bucaramanga de los años viejos, altamente comprometida con su historia, puesto que pasó de una sociedad pastoril, al poblado elegante y españolísimo de los días de la colonia, donde curas doctrineros, mineros ambiciosos, alguaciles del Santo Oficio, aventureros y galanes se desplazaban por su estancia en andaderías mercantiles, quehaceres de la hacienda, alternativas quijotescas o idilios románticos. La leyenda rosa de la ciudad o su panegírico de villorrio conquistado lo diseñan los escribanos y cronistas que encontraron en la ciudad el caldo de cultivo para una fantasía ululante, o el relato serio de su inconfundible anecdotario, signado a la manera que lo hicieran los narradores de indias, o, ya en tiempos de la independencia, el diseñador cuidadoso del Diario de Bucaramanga, Luis Perú de La Croix, con el ideario del Libertador en los días sombríos de su ocaso político. El Periodista de pluma fácil, estilo llano, y español impecable, hace su segunda salida al mundo del libro. José del Carmen Rivera, durante años devotamente entregados al quehacer del diarismo, ha venido ofreciendo, para deleite de los estudiosos, aportes históricos que conforman ese acervo cultural que consuetudinariamente enriquece las páginas de Vanguardia, y ahora llega a las Biblio- tecas con su segundo capítulo de la narrativa lugareña, que
  • 14. ilustra la crónica y enaltece la tradición del pueblo anecdótico y legendario. Pocas ciudades como Bucaramanga cuentan en su pasado con tanta penetración histórica, constituyendo terreno abonado para cronistas y narradores que, como José del Carmen, ha recogido en este tomo las pinceladas costumbristas de una Bucaramanga casi pastoril con visos de provincianismo culto, como se pudo advertir en las calendas iluminadas del Siglo XIX. En la Capital, sede de la ilustración, centro gravitacional del comercio y de la arriería, cuando el café, la quina y los taninos conformaban elementos exportables y factores de riqueza, una élite de inteligencia iba diseñando su propia morfología natural, mientras sonaban los disparos de los conjurados bajo el remoquete de la “culebra pico de oro”. El hecho criminal del asesinato del doctor Eloy Valenzuela es el mal suceso de la época, que, con el 7 y 8 de septiembre de 1879, ponen la nota negra del siglo pasado, sólo que el 7 y 8 ha sido motivo de estudio para los inquietos, porque, a más de un baño de sangre, constituye un fenómeno político y económico en el que entra en juego el inicio de las llamadas “Sociedades Democráticas”; hechos protagonizados por las Asociaciones de Comerciantes que, según el Autor, extendieron su honda radioactiva a las efemérides trágicas que vivió el país en 1929, cuando el 8 y 9 de junio fue muerto el estudiante Gonzalo Bravo Pérez en una manifestación de protesta, para repetirse el suceso sangriento el 8 y 9 de junio de 1954, cuando no sólo murió uno, sino varios estudiantes encabezados por el joven Uriel Gutiérrez. Realmente el historiador Rivera no se equivoca al citar los hechos del siglo pasado haciéndolos correr parejas con 16
  • 15. aquéllos de la mitad de éste (1954), en los que tuvo papel protagónico un General pintoresco con tres soles. En los finales del siglo pasado, como una aparición de las Mil y Una Noches, surge el arco Voltáico y, tal como lo señala el escritor, en una noche oscura de 1895, en la esquina de la calle 35 se encendió la primera bombilla después de que los hermanos Goelkel y Julio Jones Benítez viajaron a Boston para adquirir los conocimientos técnicos que correspondían al manejo y montaje de las plantas, para que alumbraran los 30 primeros “focos” de la iluminación urbana. El 24 de marzo de 1986 llegó la ciudad a los cien años no interrumpidos de ostentar el título capitalino, calificativo que se lo adjudicó cuando obtuvo la honrosa distinción de capital para el Estado Soberano de Santander, por obra de la Ley 13 de 1857, sancionada por el Primer Magistrado de entonces, don Tomás Cipriano de Mosquera, para nombrar como Jefe del Estado a Manuel Murillo Toro, a quien reemplazó Estanislao Silva durante su ausencia. Santander, que ha guardado tantas rarezas en su desarrollo, no fue ajeno al cultivo de los gusanos de seda en las propias casas, en cuyos solares se sembraban las moreras, y al mercado salían blusas y enaguas hechas en telares rústicos, para que en 1926 se fundara una Escuela de Sericultura orientada por un técnico contratado a tal fin. La vida del patricio y tribuno Alejandro Galvis Galvis, en el diseño de la pluma inspirada de Rivera Mejía, tiene el máximo halo de grandeza para narrar los capítulos heróicos del comienzo de una vida pública entregada al partido, allá por los años de 1914, cuando el doctor Galvis Galvis fue el vocero juvenil del liberalismo para ofrecer elocuentes palabras de bienvenida al General Uribe Uribe en la Estación de la Sabana, convirtiéndose el joven tribuno en amigo del General, que, 17
  • 16. por una mala pasada del destino, dos oscuros criminales asesinaron en octubre del mismo año. Empero, de los capítulos de la inteligencia y los tribunos, pasa fácilmente el Académico Rivera al arribo del primer avión, que debió ser para la incipiente Bucaramanga algo así como la llegada de Armstrong a la Luna, o el desembarco de Cristóbal Colón, o el arribo de Magallanes a las ignotas tierras de sus travesías fenicias. El “Simón Bolívar”, aeroplano pionero, piloteado por el francés Fernando Machaux, cae en el campo del “Conuco”, causando un pánico que no se vivía desde los días 7 y 8, o desde los sacudones del terremoto de Cúcuta. Sin embargo, si de curiosidades se trata, vemos pues un debate único en la historia, quizás nunca se volverá a repetir protesta semejante, pues por un acuerdo entre los partidos y en rebeldía porque el Gobierno no terminaba el Ferrocarril de Puerto Wilches, el domingo 7 de octubre de 1923, día de debate electoral, votaron sólo tres personas, dos por el Partido Liberal (el Doctor Alejandro Galvis Galvis y don Lázaro F Soto) y una por el Partido Conservador (el Doctor . Manuel Serrano Blanco); y anota Rivera, “Estas tres papeletas decidieron la mayoría y la minoría del Concejo de Bucaramanga, que quedó integrada así: Eduardo Rueda Rueda, Carlos V. Rey, Apolinar Pineda, Julio C. Luna, Emilio Ordóñez Mutis y Arturo Hakspiel. Por el Conservatismo: Antonio Barrera, Alfredo García Cadena, Miguel Hernández Arango, y Pedro J. Arenas. Al redoble de tambores . . . los jurados declararon cerrada la votación y en las Actas respectivas dejaron constancia de este debate sin precedentes, único en la historia de Colombia”. Así como este apunte, nos va entregando el cronista su sabia investigación para decirnos cómo uno de los acompañantes 18
  • 17. de Colón, andaluz por más señas, nacido en Ayanonte (Huelva), Don Rodrigo de Jerez, fue quien llevó a España la costumbre de fumar. O contarnos que por los días de octubre de 1929, el bardo de Santa Rosa de Osos, Porfirio Barba Jacob, vivió en Bucaramanga, siendo recibido por intelectuales de la ciudad, quienes “se apresuraron a acomodarlo satisfactoriamente, rodeándolo de atenciones”. La figura epónima de Fidel Regueros Buitrago es reseñada en estos apuntes y hecho el panegírico-biografía de una de las mentes mejor equipadas de Santander, nacido en Piedecuesta y muerto en el Ancón de Panamá (1929), filántropo y humanitario, gozaba de admiración y respeto entre los hombres de ciencia. Su cadáver fue traído desde Panamá a Puerto Colombia, y de ahí a Puerto Wilches, para reposar hoy en el Cementerio Universal después de recibir los honores del rito masónico; hace poco fue inmortalizado en el bronce que se instaló en el Parque del Centenario. Así, pues, el escritor nos va llevando de la mano por senderos donde sale al paso la circunstancia histórica o el suceso anecdótico, manejado por este periodista con su prosa galana y un inenarrable interés que, desde luego, rebasa los términos usuales en la presentación de los acaeceres que hicieron historia. Constituye, pues, acontecimiento literario de definidos perfiles el que este amigo haga su segunda salida a campo traviesa para dejar en manos de los estudiosos y encaminado al sano deleite de los inquietos, estos apuntes literarios que hoy leemos con gozo, soboreando el néctar de sus datos, enriquecidos con la verdad histórica y en los que sobresalen la tradición secular de este Santander, que para contar su historia no le bastaría el milenio que termina, ya que cada uno de los narradores aparece en el contexto del relato 19
  • 18. comarcano diseñando nuevos perfiles, en veces totalmente desconocidos, como le ocurrió al propio José del Carmen Rivera cuando hizo la reseña pormenorizada que conllevan los parques, las estatuas y los símbolos. Nació don José del Carmen Rivera en el Valle de Guatiguará de Piedecuesta, Santander, el 15 de diciembre de 1912. Hijo de Jorge Rivera Rodríguez y Felisa Mejía Sarmiento. Se casó con Trinidad Porras Martínez, de cuya unión nacieron cuatro hijos, once nietos y una bisnieta. Se vinculó al periodismo en 1945 colaborando con semanarios sindicales. Ingresó al cuerpo de redacción de Vanguardia Liberal en octubre de 1947, donde permaneció hasta diciembre de 1969, cuando se jubiló. A partir de entonces continuó como colaborador dominical, y en varias ocasiones como columnista permanente, especialmente desde 1982 hasta finales de 1989, publicando diariamente artículos en las páginas editoriales. Durante 1969 y 1970 fue Jefe de Redacción del radio-noticiero La Tribuna de Atalaya; en 1969 participó en el primer concurso de La Leyenda Popular Santandereana, en ocasión de la celebración de los 60 años de Vanguardia Liberal, compartiendo el primer puesto, con cuatro ganadores más, con la presentación del trabajo “Los Tunjos de Oro”. En 1970 obtuvo el Bolívar de Oro Panamericano como el mejor periodista del año. En diciembre de ese mismo año ocupó el tercer lugar en el concurso Turístico promocionado por el periódico Vanguardia Liberal en el departamento de Santander. En 1983 escribió la historia de la Federación Nacional de Comerciantes, Seccional Santander, al cumplir la institución 45 años de su fundación. 20
  • 19. En enero de 1986 publica el libro de carácter histórico Bucaramanga, parques, estatuas, símbolos, editado por la Contraloría General de la República; en mayo de ese mismo año ingresa a la Academia de Historia de Santander, presentando la Historia del Colegio de Santander, al cumplir 50 años de su fundación. En 1987 escribe la historia de la Imprenta del Departamento en los 66 años transcurridos desde su fundación en julio de 1921. En 1988 ocupa el cuarto puesto en el concurso La historia de mi barrio, organizado por la Alcaldía de Bucaramanga. En febrero 9 de 1988 obtiene la Medalla Socio Distinguido Fundador del Colegio Nacional de Periodistas, al cumplir la institución 30 años. Además, fue Jefe de Redacción de la Revista Cultura Cívica, de la Sociedad de Mejoras Públicas. Publica artículos en la Revista Estudio, de la Academia de Historia de Santander. Durante 22 años fue corresponsal del semanario “El Campesino”, de Bogotá. Publica, además, separatas, como “La biografía del Dr. Alejandro Galvis Galvis”, en junio de 1982, con motivo del primer aniversario de su muerte, con edición de 300.000 ejemplares divulgados por Vanguardia Liberal, El Tiempo, El Universal y La Tarde, así como historias, leyendas, cuentos y crónicas, en el Suplemento Dominical del decano de los diarios del oriente colombiano. En 1989 fue finalista en el Segundo Concurso de la Leyenda Popular Santandereana, con motivo de la celebración de los 70 años de fundación de Vanguardia Liberal. Fallece el 18 de marzo de 1991 en la Clínica Shaio de Bogotá de un infarto posoperatorio, dejando pendiente de publicar la biografía ampliada del Dr. Alejandro Galvis Galvis y la historia 21
  • 20. del diario Vanguardia Liberal, así como un volumen de cuentos, leyendas y sus cartas autobiográficas, y este libro Alrededor de los Hechos. “Alrededor de los Hechos”, la obra que nos ocupa, tiene la finalidad de completar el relato sobre lo sucedido en Bucaramanga, y si bien, algunos historiadores se han ocupado de ella, quedan, sin embargo, no pocos capítulos por tratar, lo cual ha sido cuidadoso en atender “Riverita” en este estudio, en el que se conjugaron las páginas del pasado con efemérides de la crónica reciente. Al leer estos pasajes del autor, tan ligados a nuestros ancestros, nos sentimos inmersos en el filón del relato que cuenta a los de ahora las escenas de una vida heróica, como lo fue la lucha del santandereano antiguo, cuya semblanza homérica está diseñada con el humo de las batallas o el cascabeleo de los corceles briosos, o los sones del tiple en las posadas de arriería con aquella vocación poética que conforma su naturaleza abrupta, en el contraste dulce de los pajonales verdes en medio de los cortijos lejanos, donde canta el agua y donde el silencio de la campiña rústica constituye el eco de la plegaria. Julio Valdivieso Torres Bucaramanga, julio de 1991 22
  • 21. Introducción No es este un trabajo original; es simplemente la recopilación de datos y de fechas dispersos en periódicos, libros y revistas que, por su difusión desordenada, no llenaban una finalidad para el conocimiento de hechos y efemérides que merecen ser tenidos en cuenta. En buena parte se tomaron datos de la obra “Crónicas de Bucaramanga”, de Don José Joaquín García, quien dejó para la posteridad la historia de la capital de Santander hasta el año de 1895. Y en lo que atañe al presente siglo, la fuente de los acaeceres consignados en estas páginas no son otras que Debate (1917-1919) y Vanguardia Liberal, diario fundado por el Doctor Alejandro Galvis Galvis el 1º de septiembre de 1919. No es este un libro destinado a formar opinión; es solamente un recorrido destinado a dejar constancia de hechos que en su tiempo causaron revuelo porque tenían un interés implícito, el cual era la novedad en un medio sosegado y cordial. Poco a poco la ciudad fue tomando auge y este auge determinó el ensanche de los medios de comunicación. El pasado se convirtió en historia, y ésta es, precisamente, la que corre por estas páginas como recuerdo de trasuntos sencillos pero elocuentes en la vida de Bucaramanga, de Santander y, por qué nó? de Colombia. Carece este libro de erudición, como también de profundización en los temas, pero, en cambio, abunda en apego a los anales de esta urbe y a la trayectoria de los
  • 22. pioneros de la cultura y del progreso, así como a una población que se esforzaba y se esfuerza por la grandeza del terruño, de la cultura y de la historia. Es apenas una constancia de acaeceres que, por su significación, no pueden pasar al olvido total. Pero, por sobre todo, es una ofrenda muy sincera a Bucaramanga y a quienes por derecho propio figuran en los textos como parte esencial de nuestra capital. 24
  • 23. El Llano de Don Andrés Un negocio quijotesco. Por un mil pesos, terrenos para media ciudad. Las primeras transacciones. La Perla, un lugar de esparcimiento. La Planta Eléctrica de Chitota. Iglesias, parques y avenidas. Si preguntáramos a un bumangués de cuarenta años o a cualquiera de nuestros jóvenes qué era el Llano de Don Andrés, seguramente que nos mirarían asombrados e interrogativos, porque su historia se pierde en el tiempo y en los recuerdos. Ignoran que era, precisamente, lo que hoy representa media ciudad, formada en menos de 50 años gracias al empuje del progreso y a la necesidad de construir viviendas para los 800 mil habitantes de la capital de Santander. Qué era, en definitiva, “El Llano de Don Andrés” o de “La Mutualidad”? Hasta 1930, una inútil extensión de tierra que, partiendo de la Quebrada Seca —de su famoso Puente del Comercio, el centro de negocios más importantes de aquellas épocas y que dividía la ciudad en dos— se prolongaba al norte, hasta la finalización de la meseta; al occidente, hasta el Barrio Santander y el Coliseo de Ferias; y al oriente, al límite con Morrorrico; esto es, cientos de hectáreas que por siglos permanecieron a la buena de Dios, sin prestar ningún servicio, sin ninguna perspectiva. Desde siempre, por siglos y siglos fue un llano salpicado de pastizales, de altas gramillas, de parásitas, de rejalgares e infinidad de plantas de poca altura. Quiénes eran los dueños de esa extensión que nadie a ningún precio quería? Que solo
  • 24. atravesaban con recelo los campesinos y arrieros prove- nientes de Rionegro, de Charta, de Matanza, de California, de Vetas y de Tona? Los recuerdos se pierden en los años transcurridos y sólo quedan algunos vestigios a partir de 1890, en que el Llano pasó a manos de don Andrés Serrano, quien tampoco pudo sacarle provecho, como no fueran las hormigas culonas (tan altamente cotizadas), que por la cuaresma se exponían a la avidez de los bumangueses que por decenas se volcaban a cazarlas para la satisfacción de sus paladares. Tierras sin utilidad por esas calendas, pero que con el correr del tiempo cobraron valor, como que año tras año constituyeron el objetivo de urbanizadores y de ciudadanos que aún se las disputan cada día a mejores precios. Historia del Llano. Cuartel, estadio, universidad, colegios, parques, iglesias, clínicas, avenidas, lujosas residencias, fincas estilo campestre en las faldas, y más de 20 barrios que emulan en mejoramiento constante, surgieron del famoso y otrora abandonado Llano. Pero que sea don Andrés Serrano Plata (con quien charlábamos antes de su muerte), de aproximadamente 85 años de edad, hijo de don Andrés Serrano Ortíz y nieto de don Andrés Serrano, quien nos cuente la historia del Llano de Don Andrés, comprado por su abuelo, un campesino de cepa y estirpe nacido en Girón hacia 1825, perteneciente a una generación que no conoció la pereza y mucho menos el boato, trabajando desde que el sol salía hasta que se ocultaba, quien ahorró sus pesos oro y un día en Bucaramanga realizó el negocio que fue tildado de locura, el negocio que nadie había imaginado. “Es muy difícil recordar fechas que arrancan de tres generaciones atrás. Más difícil aún si se tiene en cuenta que por aquellos años sobraban los documentos. Sólo valía la 26
  • 25. palabra empeñada (era más que una escritura pública). Pero lo que sí es cierto, es que mi abuelo, Andrés Serrano, asociado con don Anselmo Peralta, dueño y constructor en 1893 del Coliseo Peralta, compraron el Llano por la escandalosa suma de un mil pesos oro, entre los años 1889 y 1890. Una operación que dio mucho que decir; un negocio como diríamos hoy, quijotesco: un elefante blanco, un arranque de locos. “Tanta tierra para qué y a semejante precio? Comprar esos potreros? Cosa de ‘chiflados’. Pero mi abuelo y don Anselmo los compraron. Para qué? Para nada! Para que pastaran algunos viejos y derrengados semovientes; para la cría de alimañas y para que algunas familias bumanguesas lo atravesaran cantando, jugando, muchas veces con acompa- ñamiento de conjuntos musicales que a campo traviesa entonaban las canciones de moda, con pausas para bailar y jugar a la “gambeta” o a “batir” melcochas, mientras la juventud gozaba a sus anchas de esos paseos. Proseguían la marcha festiva a congregarse detrás de los terrenos que ocupa la Universidad Industrial de Santander (UIS), en un negocio-tienda llamado La Perla, escenario de romances, de inocentes jolgorios, al calor del anisado, del brandy y, por qué no? de la amarilla chicha, bebidas que precedían al sancocho de gallina tan apetecido, como sabroso. Este refugio de la gente alegre, de familias y amigos, pasó al cabo de los años a ser propiedad de la UIS, y allí es la sede actual de la Asociación de Egresados de la UIS”. La Perla La Perla se hizo Importante como parada y paso forzoso de los trabajadores de la planta de Chitota, la primera empresa de energía eléctrica construída en Bucaramanga por don Julio Jones y los hermanos Herman, Reynaldo y Jorge Goelkel en 27
  • 26. 1891. Fue dada al servicio el 30 de agosto de este año, y tres días después, debido a un derrumbe en la “toma”, los 30 focos instalados en las calles principales se apagaron hasta el 20 de noviembre en que terminaron los arreglos. La inauguración del servicio domiciliario se efectuó el 26 de diciembre del mismo año, con grandes festejos. Era de progreso El nuevo siglo. Nada cambiaba la situación del llano. Don Andrés Serrano había muerto mucho antes. Llegó la sucesión, la distribución. Una de sus hijas, mi tía —dice el relatante— de nombre Mercedes Serrano, casó con don Buenaventura Navas, natural de la Provincia de García Rovira, de bizarra estampa, para la época elegantemente vestido con sus zamarros de cuero de león, sobre su brioso caballo; inteligente para los negocios, previsivo y de gran solidez moral. Don Buenaventura fue general de la Guerra de los Mil Días e íntimo amigo del General Rafael Uribe Uribe, a quien obsequió con un banquete en la capital del país días antes de que el jefe liberal fuera asesinado el 15 de octubre de 1914 frente al Capitolio Nacional. En vista de su talento, de la firmeza de su carácter y de las pruebas de hombría y de honorabilidad que desde un principio exhibió, los herederos lo autorizaron para manejar la suerte del llano, dándole toda la confianza y las atribuciones; y fue así como el Llano empezó a pasar a otras manos que, como las anteriores, tampoco acometieron obra alguna por falta de iniciativa y porque no se atrevían a invertir en construcciones que nadie quería por lo distante del centro de la ciudad. La primera operación efectuada por don Buenaventura ocurrió a principios de siglo, cuando se pensó en construir 28
  • 27. 29 Banco de la Mutualidad, hoy calle 35 carreras 13 y 14, entidad financiera fundada y gerenciada por Víctor Manuel Ogliastri emprendedor banquero de Santander.
  • 28. la estación terminal del ferrocarril de Puerto Wilches en los terrenos que ocupan la Quinta Brigada, el Batallón Ricaurte, el Estadio Alfonso López y sus alrededores, transacción ésta que se fijó en la inconcebible suma de cinco mil pesos. Después —añade don Andrés— vendió a la firma Guerra lo que se llamó la Avenida Libertador (parte de la carrera 15) y terrenos aledaños, a 40 pesos la hectárea. Luego, otra venta a don Carlos Miranda, en proximidades de la actual calle 23, y siguieron otras operaciones de venta a don José Domingo Jácome Niz, impulsor del ferrocarril y gerente que fue de la construcción; a don Hermógenes Motta, a don Elías Serrano, a la firma Alarcón y Camacho (de la carrera 19, calle 28 arriba hasta el lago que bautizaron de Los Alarcón, en la actual carrera 27, donde está la fuente); en esos terrenos, a partir de la carrera 20, construyeron la fábrica de cigarrillos La Playa, Virginia y otras marcas, y funcionó la imprenta del mismo nombre; a don Isaías Serrano y a don Emilio Rueda, al Dr. Daniel Peralta y a la Compañía de Jesús (lo que es el barrio San Alonso y que entonces era una finca llena de frutales). El Lago tenía sus compuertas, que al ser levantadas derramaba sus aguas a la Quebrada Seca, canalizada desde hace años. La Mutualidad Posteriormente, la operación principal, la más grande para la época, en la segunda década del presente siglo. La venta que dio qué decir. El banco de la Mutualidad —que primero funcionó en Barranquilla y más tarde en Cartagena, y que después se desplazó a Bucaramanga por disposición del 1º de julio de 1914— acometió la venta de seguros cooperados, un sistema piloto en América, y bajo la gerencia de don Víctor Manuel Ogliastri, ciudadano emprendedor y de visión, se dedicó a múltiples negocios, incluído el de exportación de café. 30
  • 29. Compró 100 hectáreas del Llano de don Andrés, que tomó el nombre del Llano de la Mutualidad. Este negocio, que representaba 1 millón de metros cuadrados, significó una inversión de 40 mil pesos, o sea a 4 centavos el metro. Esto hizo tambalear el banco, más cuando el negocio del café decayó y el grano se dañó en las bodegas. Luna Park. Fue este un lugar de esparcimiento que la Compañía Colombiana de La Mutualidad abrió el 31 de mayo de 1925. Para una ciudad carente de distracciones, ésta fue una realización que mereció verdaderos aplausos y que dio imagen a la institución. Estaba ubicada frente a lo que hoy son las instalaciones del SENA, en la parte baja de la carrera 27. Era un lago en cuyo centro había un kiosco, donde los músicos atendían las exigencias de los que allí iban en busca de alegría. Los alrededores estaban sembrados de refrescantes bambúes. Lástima que desapareciera tan importante como distinguido centro social. La quiebra. A consecuencia de transacciones y del exagerado optimismo de don Víctor Manuel Ogliastri, el capital vino a menos; tanto, que el superintendente bancario, por Resolución del 20 de julio de 1925, dispone que debe seguir la liquidación del Banco de La Mutualidad, liquidación que se prolongó por varios años y que fue inevitable por lo grave de la crisis económica que sacudió al país en 1929. El Llano de La Mutualidad, de acuerdo a informaciones de prensa, es rematado en 60 mil pesos para satisfacer exigencias de algunos de sus acreedores. Los comentarios económicos de esos años decían que si no se hubiera precipitado la quiebra, si se hubiera esperado algún tiempo más, el negocio de esas tierras habría salvado la institución. 31
  • 30. Llano de don Andrés o Llano de la Mutualidad. Terrenos que hoy ocupan varios barrios, entre ellos la Universidad, San Francisco, etc Tomado de: Edmundo Gavassa Villamizar.- Fotografía Italiana de Quintilio Gavassa.- Papelería America Editorial, Bucaramanga - 1982
  • 31. Primeros barrios Don Buenaventura Navas poseía todavía bastantes hectáreas en el Llano y siguió haciendo negocios, pero con todo, hacia 1927 eran pocas las casas construídas. En la Avenida Camacho, carrera 19, unas residencias llamadas Villas, como Villa Virginia, que fue rifada por la firma Alarcón. En 1925 el Municipio adquirió un lote en Chapinero, de la carrera 15 al oriente, para construir un barrio con destino a los obreros. En agosto de 1927 el Concejo ordenó dar cumplimiento a esta iniciativa, pero sólo en 1939, el 16 de abril, fueron entregadas dichas viviendas con el nombre de barrio Los Comuneros, para pagar por cuotas mensuales. Fue el primer ensayo de esta índole. La carrera 15 (entonces 10), la más poblada (casas y negocios especialmente en Chapinero), vía obligada de campesinos y negociantes de Rionegro y regiones circunvecinas. Y casas también sobre la que por mucho tiempo llevó el nombre de Avenida 7 de Agosto (calle 23). Luego una que otra construcción en los alrededores de lo que era el campo de futbol “Virginia”, donde se jugaron partidos en desarrollo de los primeros juegos olímpicos inaugurados el 18 de septiembre de 1927; terrenos ubicados 2 o 3 cuadras abajo del Mesón de Los Búcaros. Mucho antes, a partir de 1925, hubo movimiento de construcciones en barrio Nuevo (Girardot) y Granada (ahora Gaitán), movimiento éste que fue aumentado hacia el oriente y que se aceleró a partir de mayo de 1937, cuando se colocó y bendijo la primera piedra del que inicialmente fuera el convento de San Francisco, el cual fue clausurado, quedando solamente la Iglesia de San Francisco frente al parque del mismo nombre, en el que se erigió el busto del gran orador José Camacho Carreño. 33
  • 32. De 1935 en adelante crece el interés por la construcción de casas, en su mayoría de muros de tierra apisonada y techos de cañabrava y teja española. Se negociaban lotes a 7 y 10 centavos el metro cuadrado, y a medida que se edificaba se aumentaba el precio: a 20, a 30 y hasta 50 centavos, hasta alcanzar los pesos y los miles de pesos. El estadio Los terrenos comprados para la terminal del ferrocarril fueron cedidos a la Nación para el Cuartel de Morrorrico, como se denominaban en 1926. Pero el departamento se reservó, en principio, 11 hectáreas para un campo deportivo. Y al ser acordada nuestra capital, sede de los V Juegos Olímpicos, en 1937, solicitó a la Nación 5 hectáreas más para construir el estadio departamental, obra que fue inaugurada el 12 de diciembre de 1941, junto con la Olimpiada nacional. Media ciudad El Llano de don Andrés se convierte en el Llano de La Mutualidad, y al llegar 1940, es todo un enjambre de construcciones residenciales. Allí el cuartel, el estadio, el Instituto Tecnológico, la Universidad Industrial de Santander, los Colegios Santander y Nacional de Comercio; el extenso barrio San Francisco, el barrio Modelo, iglesias, clínicas, parques, avenidas, la Universidad Santo Tomás, y los colegios Santo Tomás, Cristo Rey, Virrey Solís y otros que no recordamos; plazas de mercado y supermercados. Este Llano, comprado en 1 mil pesos, se convirtió en menos de 50 años en lo más codiciado y poblado. Por lo menos 20 barrios con alrededor de 250 mil habitantes los colman. Lo que parecía una aventura inútil, de locos, de cándidos 34
  • 33. quijotes, es la mitad de la ciudad, con todos los servicios y comodidades. Ningún homenaje El nombre de don Andrés Serrano se ha borrado. El de don Buenaventura Navas subsiste en un pequeño barrio al norte del barrio Girardot y que se pierde en una hondonada donde años atrás existió la muy codiciada piscina de Las Navas. Hondonada que pertenece a la Corporación de Defensa de la Meseta de Bucaramanga. Allí conocimos unas aguadas que surtieron esa parte de la ciudad cuando no existía el acueducto. Nada más queda de estos nombres, de estos ciudadanos vinculados por derecho propio a la floreciente urbe. 35
  • 34.
  • 35. Bucaramanga, la capital 100 años se cumplieron en marzo de 1986. El Estado Soberano de Santander. Los primeros mandatarios se titulaban Presidentes. El 24 de marzo de 1986 Bucaramanga cumplió 100 años de ser la capital de Santander en forma ininterrumpida. Pero ya había ostentado este título, por cuanto al ser creado el Estado Soberano de Santander se escogió como tal, en razón de las condiciones favorables que la rodeaban. El Doctor Leonardo Martínez Collazos, abogado, historiador y poeta, en su trabajo “Gobernantes de Santander” dice: “Creado el Estado Soberano de Santander, por la Ley 13 de 1857, siendo Presidente de la República el General Tomás Cipriano de Mosquera, e instalada en Pamplona el 16 de octubre del mismo año la Asamblea Nacional Constituyente, ésta nombró en su sesión inaugural al Dr. Manuel Murillo Toro, como jefe superior provisorio del Estado. “Mas como éste se hallaba ausente, se designó, para reemplazarlo temporalmente, al Dr. Estanislao Silva, quien se encargó del poder al día siguiente. Diez días después se posesionó de la jefatura del Estado Manuel Murillo Toro, ejerciéndola hasta el 27 de enero de 1858”. El 24 de noviembre de 1857 la Asamblea Constituyente de Santander, reunida en Pamplona, designó a Bucaramanga como capital del Estado Soberano, conservando este rango por espacio de tres años. El historiador, Dr. Ramiro Gómez Rodríguez, en su libro “Fundación del Socorro”, dice que
  • 36. esta capital comunera fue “sede capital del Estado de Santan- der en forma esporádica”. Oficialmente solo vino a serlo desde el 14 de septiembre de 1861, conservando este privilegio por espacio de 25 años, cuando fue trasladada a Bucaramanga por el Dr. Antonio Roldán el 24 de marzo de 1886. Respecto a este traslado, que resultó definitivo, don José Fulgencio Gutiérrez, en su libro “Santander y sus Municipios”, consignó para la historia: “Jefe departamental de Soto, nombrado por el jefe civil y militar del Estado, era don Adolfo Harker”. Por Decreto del 24 de marzo de 1886, dictado por el Dr. Antonio Roldán, Bucaramanga fue designada como capital del Estado. Inmediatamente se procedió a hacer el traslado del tren gubernamental, del Socorro a su nueva sede, acontecimiento que se celebró jubilosamente el 30 de marzo siguiente. Desde entonces lo ha sido en forma ininterrumpida. Capital del departamento. El 1º de agosto de 1909 el país fue dividido en 13 departamentos y el Estado Soberano de Santander en dos: Santander y Norte de Santander1 . El 12 de agosto de ese mismo año se posesionó provisionalmente el Dr. Eugenio Andrade como Gobernador hasta el 30 de abril de 1910, siendo reemplazado por el Dr. Antonio Barrera F., quien se posesionó en propiedad el 1º de mayo de 1910, ejerciendo hasta el 14 de enero de 1911. 1 Nota del autor: se equivocan quienes, por hacer distinciones, escriben Santander del Sur. La Constitución señala: Santander y Norte de Santander. Sobra todo comentario al respecto. Fuente: Información tomada del diario Vanguardia Liberal, publicada en marzo de 1986 38
  • 37. Bucaramanga: semblanza retrospectiva Recuerdos de un pasado romántico. Esas casonas con sus tejados cubiertos de melones, pepinos y estropajos. Esos patios sembrados de jardines, de frutales y de plantas aromáticas y curativas. Los baños y las aguadas, testimonio de un precioso ayer. Eran los tiempos de los rosquetes de a cinco por centavo. Un paseo a La Perla: demostración de amor y de alegría. De rechupete! Mucho lo bueno! Recordar ... Volver al pasado, regresar a unas épocas que por pertenecer a la historia y porque formaron parte de nuestra lejana juventud se nos hacen mejores; es, de todas maneras, grata misión que intentaremos cumplir como una semblanza del discurrir de etapas que por superadas jamás se repetirán. Cómo no recordar a esta Bucaramanga antigua, con sus casonas inmensas; las pobres, con piso de tierra y las ricas enladrilladas, con amplios alares que resguardaban del agua y del sol al transeúnte; combos ventanales, con patios sembrados de girasoles, de siemprevivas, de trinitarias, de cayenos, de “raboegallos”, de ababoles y dalias, de violetas, azucenas, rosas y claveles, crisantemos, zagalejos, brisas, palmeras, amor ardiente, margaritas y margaritones, y en medio, la espigada y airosa bola de nieve, de blancura impoluta. Alrededor, la malva, el tomillo, la albahaca, la yerbabuena, el toronjil, la manzanilla, el paico y el llantén, el perejil y el cilantro, recetario para las enfermedades y para las comidas.
  • 38. Solares con naranjos y limones, mangos y nísperos, mamoncillos, brevos, icacos y guayabos; ciruelos, guanábanas y mameyes, pachuacas y caimitos (ya desaparecidos estos dos últimos); mandarinos y aguacates, sin faltar la lima para el dulce de platico y la mermelada. Casas con tejados cubiertos de melones, de pepinos y estropajos. Cómo no recordarla con sus calles empedradas. Las conocimos con empedrado convexo, para que las aguas lluvias bajaran por la mitad, más tarde renovado con empedrado cóncavo para que el líquido corriera junto a los andenes. “Tomitas” de agua desprendidas de los altos manantiales y que se perdían muy abajo, en la incipiente erosión. Cómo no volver los ojos al Llano de Don Andrés, que como un mar de gramilla verde y a trechos salpicado de arbustos se extendía desde el hoy Barrio Santander hasta Morrorrico, y de la Quebrada Seca hasta la terminación de la meseta, en límites con el río Suratá, y que nadie compraba ni a siete centavos el metro cuadrado? O a Cabecera del Llano y el Llano Puyana, en cuya parte alta se levantaba la legendaria “Casa del Diablo”, que, según la leyenda, ostentaba una ventana sin puerta ni rejas, porque siempre que se las instalaban el “mismísimo patas” las sacaba de quicio y destruía. Cómo olvidar a San Alonso, finca sembrada de frutales que bordeaba el lago de los hermanos Alarcón, muy cerca del hoy Mesón de los Búcaros, donde se halla la glorieta que por algún tiempo fue admirada como la más bella fuente, donde existía un puente con las respectivas compuertas para secar el lago y que unía el norte y el sur de la ciudad? Cómo no pensar en esos terrenos que se creían baldíos y que nadie ambicionaba ni regalados, donde hoy se levantan los barrios Campo Hermoso, La Joya, Arenales (hoy Kennedy), El Conuco, Tres Estrellas, Santander, La Granja, El Envigado, Cuyamita, La Cocha, El Diamante y otros, que 40
  • 39. hombres de visión “engordaron” y ahora son asiento de una densa población? Semblanza de costumbres. No es posible olvidar el ambiente campechano de la gente de entonces, trabajadora, sincera y cordial. Creyentes que cubrían de flores el camino, la calle que transitaba un obispo o un sacerdote que iba a administrar la extremaunción a un moribundo feligrés. Gente de costumbres sanas, de alpargatas los acomodados, de zapatos los ricos, y descalzos los pobres (la gran mayoría); vestidos de dril los hombres y las damas de olán, de zarazas o etaminas; cada ocho días, con su traje dominguero oloroso a naftalina, iban a misa, comulgaban y salían a la tienda cercana a tomarse un vino o una mistela, con acompañamiento de bizcochuelo o mantecada. La comunión la recibían en ayunas y fervorosamente. Ciudadanos que todas las noches sacaban taburetes y banquetas a la acera de sus casas, a la visita cotidiana, a contarse sus cuitas, a hablar de los hombres y mujeres poseídos por Lucifer, del duende, de las brujas, de los ladrones que se hacían invisibles como “dedos de seda”, como Lorenzo Alarcón, “rey del cacao sabanero”, que en bebedizo dormía a sus víctimas. Ellos y otros traspasaban las paredes y se evadían de las cárceles, para regresar a ellas sólo cuando estaban enfermos o los amenazaba algún peligro. En esas ocasiones se dejaban capturar. Se hablaba de mil cosas y se urdían cuentos, aquéllos de “Pedro Urdemalas”, y chistes, o se hilvanaba la historia acomodada a las circunstancias. A las ocho de la noche la reunión se levantaba porque era muy tarde y, más que todo, porque alguien aseguraba haber oído el “berrío” de “La Llorona”, la mujer que purgaba pena eterna cargando a su hijo que había matado. Y se iban porque no demorarían en ver desfilar las ánimas del purgatorio con 41
  • 40. sus eternas plegarias; y hasta es posible que salga el “encadenado” o la “mula coja”, que retumba su cascoteo en el espacio. Y mientras llegaban a sus casas se santiguaban en cada esquina, y temblorosos ante la perspectiva de un “espanto”, buscaban el lecho para arrebujarse muy quietos en tanto se encomendaban a la Divina Providencia. El descanso y la esperanza de un nuevo día que culminaría igualmente. Eran días distintos, en un ambiente diferente. Por esas calendas muchos bumangueses usaban chaleco y alpargatas de fique con “capellada de lana” amarradas con “galones” o cenojiles, como se les decía, de seda negra; gorras de lana, vestidos de “cuero e’diablo” de duración interminable y que en los jóvenes pasaban de una generación a otra; ruana para protegerse del frío; y las damas preferían el olán, la seda, las etaminas, vaporosas y alegres. El peinado a la “garsón” y las zapatillas Luis XV. Una vida monótona pero feliz, porque no existían tantas tentaciones ni ambiciones. La excesiva ambición nos ha llevado a este estado de inmoralidad que hubiera escandalizado y causado infarto a muchos viejos. Que era más fácil la vida de entonces? Una libra de carne de segunda valía cinco centavos, y siete centavos la de primera. Tres huevos, cinco centavos; cinco rosquetas, un centavo, y con una mestiza de a cinco desayunaba toda la familia. Pero en contraste, un policía ganaba doce pesos mensuales; un alto funcionario, de 100 a 150 pesos; un gobernador, apenas llegaba a los 250 pesos. Una casa amplia apenas si ganaba por arrendamiento la fabulosa suma de 15 a 25 pesos al mes, esto para los de holgura, porque para los pobres existían otras habitaciones entre los seis y los nueve pesos. Cómo olvidar que una mansión con sus seis aposentos, patios y solar sembrado de frutales podía ser adquirida en 42
  • 41. propiedad por la increíble suma de 400 pesos? Difícil era ganar el dinero y éste se esfumaba, igual que ahora, en un instante, pese a que entonces no existían esas facilidades para adquirir las cosas y a que la llamada “sociedad de consumo” no había hecho su aparición. La palabra y el honor. Lo único de extrañar, en verdad, la moral y la palabra de los hombres, que cuando se comprometían era para cumplir, así les sobreviniera la adversidad. Como se ha repetido tantas veces, la palabra empeñada era un “escritura pública”. El honor mancillado se lavaba en alto porcentaje, a balazos o a puñalada limpia. El que deshonraba a una hija (sin importar que fuera mayor de edad) si no ponía tierra de por medio era hombre muerto. Lo mismo se castigaba la infidelidad. Y si un ciudadano “le mentaba la madre al otro”, lo menos que podía ocurrir era un duelo a trompadas, que casi siempre culminaba en tragedia. Nada de arreglos económicos, nada de excusas. El hombre se hacía sentir. Así surgieron los matrimonios “relámpago”. De la noche a la mañana la pareja tenía que casarse; él bajo la amenaza de un “ñájaro” 38 que el padre o el hermano de la novia llevaba en la pretina, listo a accionar si el seductor intentaba huir. Cuántos dejaron la novia en el atrio de la iglesia y se marcharon para siempre, por lo general dejando un hijo en la humanidad de la engañada. Los noviazgos. Cómo no añorar esos noviazgos del pasado? Miraditas, “tocaditas” de hombros, el apretón de manos con la primera misiva; la permanencia en la esquina esperando una salida furtiva de la hermosa predilecta. Las promesas, los suspiros, las cuitas y, ya un poco en firme, la invitación de la amada a que vaya a notificar a sus padres de las buenas intenciones que lo animaban. Noches después la llegada del 43
  • 42. galán a la puerta, el saludo a los futuros suegros y la expresión de sumisión para hablar del amor que sentían. Si era aceptado como pretendiente, empezaban las visitas nocturnas; él por fuera, recostado en la ventana; ella adentro, sentada en la plataforma del ventanal. Semanas, meses; muchos formaban hoyo en los ladrillos, hasta que un día, si no lo hacía voluntariamente el novio, el padre de la muchacha lo llamaba al orden. Era la oportunidad de “pedir la entrada” y de fijar la fecha del matrimonio. Por lo general acudían los padres del aspirante a “pedir la mano de la muchacha”, y señalando el día, empezaban los preparativos. Pero también la suegra actuaba; permanecía alerta; no permitía el menor roce de los novios; ni un beso. Si salían, ella, la suegra, iba en medio. Tenían que ingeniárselas para poder estrechar sus manos. Y en la casa, si la mamá necesitaba ir adentro, a algún quehacer, le rogaba al futuro yerno que estirara los brazos y le colgaba en las muñecas una madeja de hilo que ella iba haciendo ovillo mientras desatendía la vigilancia; el todo era reducir la agilidad de las manos y la oportunidad de “irrespetos”. Así hasta el día de la boda, hasta que el señor cura los declaraba marido y mujer hasta que “la muerte los separe”. Eso de los besos a manera de saludo no lo hubieran tolerado los antiguos. Mucho va de ayer a hoy: de las trenzas y las enaguas largas, al pelo casi rapado y a la “culifalda”. Los baños: una fiesta espiritual. Qué decir del aseo personal, de los baños semanales? Los que no lo hacían con agua de sus cisternas, o con la que contrataban a los aguadores, tenían que recurrir a las aguadas. Los hombres con pantalones más abajo de la rodilla, y las mujeres con sus vistosos “chingues” multicolores. Formaban una algarabía de “mil demonios” cubriendo sus cabezas con espuma de 44
  • 43. jabón de la tierra para sacar la caspa, y, luego, tras el chorro de lejía para fortalecer el pericráneo, el toque final con jabón “Reuter” o “Brístol”, que eran como el “Pombo”, los que guardaban la piel y daban buen olor. Los otros, los que sí podían darse el lujo de gastar tres o cinco centavos, iban a “La Mejor” o a “La Filadelfia”, a donde “Los Valenzuela”, en el centro de la ciudad, o a “Los Aposentos”. Agua pura, agua incontaminada que aseaba, como lo expresara Juancé, el cuerpo y el espíritu. Pero para el pueblo raso existían bastantes aguadas, como Los Escalones, La Virginia, El Envigado, La Guacamaya, La Rosita, Las Navas, Cuyamita. Era una fiesta ver de lejos a las Evas bañándose a totumadas, a la vez que retozaban y hasta provocaban a los hombres que más abajo o más arriba cumplían el mismo ritual. No era el baño diario, era el bisemanal y el semanal, que llegaba al alma, que daba nuevos bríos y rejuvenecía las fibras de cada ciudadano. Los paseos, un completo esparcimiento. Cómo dejar atrás esos paseos bullangueros, plenos de sencilla alegría y con preparación de muchos días, durante los cuales no se hablaba de otra cosa en el hogar? Grupos de familias amigas hacían la “vaca” y procedían a comprar lo necesario; contrataban con anticipación los músicos, y el domingo señalado madrugaban, revisaban las compras: que no faltara la gallina, ni la cola de buey, ni las vísceras para el asado de la media mañana, ni el capón, ni los tallarines, menos el arroz, ni los chorizos adobados por doña Juana, la vecina, ni el oloroso anisado, como tampoco la chicha. En primer lugar, el brandy para el compadre invitado que tanto quiere al muchachito. Y la yuca, la papa y el ají con huevo? Y de los condimentos, qué? La panela para las melcochas? Todo en orden? Partamos ya! 45
  • 44. Emprendían la marcha para atravesar, desde el Puente del Comercio, en la Quebrada Seca, hasta La Perla, el Llano de Don Andrés, que también se llamó La Mutualidad y ahora San Francisco. Iniciada la caminata, una vez pisaban el césped, los muchachos jugaban a la “gambeta”, los niños corrían gritando, cayendo acá y levantándose allá; los enamorados se hacían guiños, burlando a los celosos papás y a las intransigentes mamás. Los viejos, muy cargados de viandas, contaban el chiste más reciente, luego de mirar a un lado y a otro, no fueran a oirlo los menores; los músicos rasgaban sus instrumentos a la par que avanzaban, y, llegados a La Perla, dejaban oir la polca, el torbellino, el pasillo, el bambuco. Los paseantes empezaban con chicha, matizada con uno que otro trago de anís o de mistela. La parranda comienza, el baile pica a jóvenes y viejos. El compadre apura el brandy recostado en un árbol, y de pronto saca a la comadre, se le mide en un torbellino, y en medio del entusiasmo canta una copla: “La señora de esta fiesta la tengo que coronar con una corona de oro que del cielo ha de bajar”. Sigue la fiesta, el entusiasmo, el consumo de licores. Mediada la tarde el suculento sancocho, humeante, con abundantes carnes, no sin antes la explosión de sentimientos con abrazos y promesas de amistad, como también de amor entre esposos y, disimuladamente, entre los enamorados, que aprovechaban para comprometerse al calor de uno que otro anisado. Consumidas las viandas, el descanso y la oportunidad para una corta siesta debajo del frondoso árbol, en tanto la gente moza aprovecha el fuego para las impajaritables melcochas, “batidas” por los más experimentados, al son de tiples, 46
  • 45. bandolas, guitarras, del requinto y de las “chuchas”. Al declinar la tarde, el baile y la despedida de la dueña de casa con la promesa de un no lejano regreso. Por el camino, contem- plando el ocaso, surgen los chistes, los calembures, y de pronto, el guasón del paseo, tambaleándose declama a gritos: “Vámonos de aquí, señores, que aquí no nos pueden ver; nos dieron la yuca cruda y el plátano sin cocer”. De pronto, más abajo, un mal entendido; unos pescozones y la inmediata reconciliación con trago a bordo. Avanzaban en descenso y poco a poco separándose en dirección a sus viviendas, en tanto los jóvenes musitaban promesas de amor. Un día inolvidable, pleno de satisfacciones, de culto a la amistad, a la cordialidad y a la alegría, a la alegría que nutre los espíritus y el corazón. De rechupete! Mucho lo bueno! GARCIA, José Joaquín, Crónicas de Bucaramanga. 47
  • 46.
  • 47. La nomenclatura de Bucaramanga Primero, se dividía en manzanas. Luego, existían dos nomenclaturas, la norte y la sur. En 1940 se dispuso una sola en forma ascendente. Bucaramanga, hasta el año 1940, estaba prácticamente dividida en dos: de la Quebrada Seca al norte, y de la Quebrada Seca al sur, con nomenclatura propia para cada una de estas zonas. Esto en cuanto a las calles, porque en lo que correspondía a las carreras, era un todo; es decir, se prolongaban en su extensión desde Chapinero, final de la meseta, hasta más allá del barrio San Mateo, llegando a lo que hoy es la calle 61. Las confusiones se repetían en la correspondencia, y siempre que alguien intentaba orientar a un visitante, se olvidaba mencionar el respectivo punto cardinal. Por el año 1940 la capital de Santander no era ni la mitad de lo que es hoy. El Llano de Don Andrés, o de La Mutualidad, posteriormente llamado San Francisco, apenas empezaba a recibir el interés de los constructores. Nueva nomenclatura. En 1940 el Concejo de Bucaramanga, mediante acuerdo, autorizó dar a esta ciudad una nueva nomenclatura acorde con el desarrollo urbanístico, comercial e industrial del municipio. El Alcalde, doctor Pedro Gómez Parra, cumpliendo con el mandato de los ediles, y su sucesor, Jorge García Peña, formalizaron un contrato con la firma Larsen & Robledo para adelantar la obra.
  • 48. El cambio de placas en las esquinas y puertas de las residencias comenzó en el tercer trimestre de 1940, pero los ciudadanos como que se resistían a aceptar el nuevo sistema, que daba a la calle 5a. o “Real” el número 35, y a la carrera 10 el 15. Un avance de cinco cuadras en las carreras de occidente a oriente y el establecimiento, esta vez definitivo, de una nomenclatura ascendente de norte a sur. Fue la Tipografía y Papelería Fénix la primera que el 9 de abril de 1941 publicó un aviso con las estipulaciones de su nueva nomenclatura: calle 35 Nº 14-70. De ahí en adelante, poco a poco se operó el cambio de adopción inevitable, porque las ciudades no se detienen, crecen, y su crecimiento arrolla lo que pueda constituir un obstáculo. Cuando la ciudad apenas empezaba a figurar y a extenderse hacia sus cuatro costados, tomando como punto de partida la Plaza, que más tarde tomó el nombre de García Rovira, la gente se orientaba por manzanas, describiendo tantas al norte o al sur, al oriente, al occidente, al noreste, al noroeste, al sureste o al suroeste. Todo ha quedado atrás, y la ciudad avanza incontenible. Publicado en Vanguardia Liberal el 19 de junio de 1983. 50
  • 49. La luz eléctrica en Bucaramanga Antes se iluminaban con velas de cebo y lámparas de aceite. Inauguración de la luz y la suspensión por un derrumbe. La Hidroeléctrica de Lebrija. Interconexión nacional de la Electrificadora de Santander. El 30 de agosto de 1991 se cumple un siglo de la inauguración de la luz en Bucaramanga. Antes de 1891 la población se iluminaba con velas de cebo y lámparas de aceite. Hacia 1867 un señor de apellido Bretón estableció el alumbrado público de petróleo utilizando faroles, pero cualquier día, éstos aparecieron quebrados, dispersos por el suelo, dañados por un sujeto de nombre José Santos Almeida (a. El Mocho), individuo de pésimos antecedentes, quien fue sancionado como se lo merecía. En octubre 22 de 1888, previa la firma del respectivo contrato, se dio impulso a los trabajos de construcción de una planta hidroeléctrica en Chitota (en la hondonada que se desprende de la casa llamada “La Perla”, de la Universidad Industrial de Santander). El Concejo de Bucaramanga concedió la autorización y dio el privilegio de su explotación —por espacio de 25 años— a la firma integrada por los hermanos Reynaldo, Jorge y Hernán Goelkel y Julio Jones Benítez. Este último viajó a Boston, Estados Unidos, y allí adquirió los conocimientos necesarios en la fábrica Thomson Houston, y en febrero de 1891 regresó con la respectiva planta. Antes, a manera de ensayo, los que luego fueron socios, habían montado en “La Aurora” una pequeña generadora de electricidad que habían importado de Boston.
  • 50. Sitio donde fue instalada la Planta Eléctrica de Chitota, la primera que prestó servicio en Bucaramanga. Fue inaugurada el 30 de agosto de 1881. Tomado de: Edmundo Gavassa Villamizar.- Fotografía Italiana de Quintilio Gavassa.- Papelería America Editorial, Bucaramanga - 1982
  • 51. En junio de 1891 se distribuyeron los postes y las redes, mientras que en Chitota se instalaba la planta. La Sociedad fue protocolizada ante el Notario Segundo del Circuito el 10 de mayo de 1890. Narra don José Joaquín García, autor de “Las Crónicas de Bucaramanga”, que el 30 de agosto de 1891 a las 7:30 p.m., ante la expectativa de cientos de personas, “de repente y simultáneamente vieron encenderse 30 focos de 1.500 bujías, repartidos en las principales calles, que iluminaron los sectores céntricos, en tanto que las campanas de la Iglesia de San Laureano se echaron al vuelo anunciando el gran triunfo” . . . “Sonaron los cohetes en el centro y en los barrios, celebrando la buena nueva. La banda de músicos recorrió las calles y la multitud ovacionaba a los empresarios”. Un desfile improvisado encabezado por el Gobernador José Santos, sus Secretarios y los más sobresalientes del pueblo, se aglomeró frente a la casa de los gestores de la obra. Tres días después se produjo un derrumbe en Chitota y quedó interrumpido el servicio hasta el 20 de noviembre de ese mismo año. La navidad de 1891 estuvo sin embargo iluminada, ya que, en el receso, la red se extendió a los barrios. Dos años más tarde, en 1893, se estableció el servicio de fuerza motriz. En este siglo otras plantas Los hermanos Eugenio y Mariano Penagos, progresistas españoles vinculados a Bucaramanga desde el siglo pasado propendiendo el avance de la industria metal-mecánica, consideraron que la planta de Chitota no era ya suficiente para atender la demanda de energía eléctrica, por lo que sus inquietudes los llevaron a construir otra planta, en Florida- blanca, para abastecer a ese municipio y a las circunvecinas 53
  • 52. regiones. Fue ampliada más tarde, dándole la razón social de “Planta de Zaragoza”, empresa que se fusionó con la de Chitota. Tal planta fue inaugurada el 16 de agosto de 1926. Tenía un radio de acción de entre 7 y 8 leguas. Hidroeléctrica del Lebrija El 4 de febrero de 1944, con un capital de $1’500.000 se constituyó la Sociedad Hidroeléctrica del Río Lebrija. La idea de esta planta nació en 1941, pero fue durante la segunda gobernación del Dr. Alejandro Galvis Galvis (1944-1945) que prácticamente se hizo realidad. El mandatario opinaba que el Departamento se favorecía más y se daba solución por muchos años al problema eléctrico si se construía la planta del Río Sogamoso, pero por el costo y lo demorado de la obra se aceptó el concepto del técnico inglés Kisling sobre las ventajas del Río Lebrija. Acogida la propuesta y aprobada por el ejecutivo seccional, con la primera partida de un empréstito se concretó la iniciación de trabajos, no sin antes formalizar la constitución de la Sociedad en la Notaría 4a. de Bogotá, el 12 de noviembre de 1941, razón social, que al fin de cuentas, se cambió, de Sociedad Anónima a Sociedad Limitada, siendo sus principales accionistas el Instituto Nacional de Aprovechamiento de Aguas y Fomento Eléctrico, el Departameto de Santander y el Municipio de Bucaramanga. La inauguración. El 24 de abril de 1954 fue inaugurada la Central Hidroeléctrica del Lebrija, más abajo de la estación Las Bocas, lugar conocido como “Las Palmas”. La obra costó 17 millones de pesos, y tenía una capacidad de 18.000 Kws. Al acto asistieron, el Ministro de Fomento, Rivera Valderrama; el Gobernador de Santander, Coronel Gustavo Quintín Gómez Rodríguez, y los miembros del ejecutivo 54
  • 53. seccional y del municipio, encabezados estos últimos por el Alcalde, Dr. Luis Reyes Duarte. Interconexión. Como Bucaramanga crecía año tras año, la planta del Lebrija ya no abastecía la demanda de miles y miles de usuarios adicionales, por lo que al cabo del tiempo se constituye la Empresa Electrificadora de Santander y se hacen los planes para el incremento eléctrico y la interconexión con la red nacional, empezando por la termoeléctrica de Barrancabermeja que fue inaugurada el 10 de agosto de 1962. Luego se dieron al servicio tres plantas más en el Palenque, municipio de Girón, por el sistema de gas. Posteriormente fueron interconectadas las plantas de San Vicente y Cervitá, en el Cerrito; Ecopetrol; Puerto Wilches; La Cascada, en San Gil; La Cómoda, en Suaita; y Calichal, en Málaga. El 15 de agosto de 1967 se inaugura la termoeléctrica de El Palenque, con dos unidades de 3.000 Kws. cada una. La Empresa Electrificadora de Santander forma parte, en la actualidad, de la interconexión nacional y su presupuesto alcanza una suma superior a los 20 mil millones de pesos. Gerentes. Después de los gestores de lo que fue el más grande adelanto en el pasado Siglo XIX, han sido gerentes, entre otros, las siguientes personas: Victor Paillié Ordóñez (cuando era empresa privada); Banjamín García Cadena, Humberto Silva, Gabriel González Cadena, Daniel González Plata, Herbert Ariza Moreno, Hugo Serrano Gómez, Julio César Delgado Suárez, Ramiro Blanco Suárez, Miguel José Pinilla y en la actualidad (1988), Hernán Uribe Niño. Bucaramanga fue la segunda ciudad, después de Panamá, que contó con luz eléctrica; la tercera fue Bogotá. 55
  • 54.
  • 55. El Acueducto de las 3 BBB Las “Chorreras de Don Juan”, manantial de agua pura. La historia de las aguadas. Don José Piza: el último “aguador”. El tinajero de las familias: una profesión muy folclórica. “Arre, mulas del diablo”: un grito muy colérico. Los hombres que han hecho la historia de Bucaramanga van desapareciendo en forma inexorable. Un día, el dirigente, el intelectual, el pionero, el creador de empresas; otro, el escritor, el político; después, el patricio gestor de factorías y, también, el trabajador que silenciosamente prestó sus servicios a la comunidad y contribuyó modestamente al progreso y dedicó sus inquietudes y desvelos al bienestar de su prójimo, de ese prójimo que, esté en el centro o en la periferia, necesita quien lo atienda y le proporcione lo que le es vital para subsistir, para sentirse cómodo y seguro. Así van desapareciendo una tras otra las unidades que de diferente manera escribieron sus nombres en las páginas del álbum bumangués, saturado de estampas gallardas que rindieron jornadas de provecho colectivo. Historia de las aguadas A comienzos de este siglo Bucaramanga apenas soñaba con un acueducto; hasta el año 1935 toda la población se surtía de “las aguadas”, preferencialmente de las Chorreras de Don Juan, donde existían 11 chorros encauzados por tubos, tres en la parte alta, especial para los “tinajeros” de las residencias —o sea el agua de beber, de servir a la mesa
  • 56. familiar, agua pura, con sabor perceptiblemente dulce—, y ocho en la parte baja, para todas las necesidades. La reclamaban los visitantes que en los hogares eran obsequiados con chocolate, queso mantequilludo, arequipe, o dulce de breva o de icaco, reforzado con colaciones. Para estas ocasiones se acudía también a las cocadas o al dulce de apio “Arenas”, cuyo prestigio recorrió el mundo y que nadie ha podido imitar. Ante el crecimiento de la ciudad, eran insuficientes las aguadas “Los Escalones” y “Piñitas”, las primeras hacia el noroeste, y las segundas al occidente. Según relata don José Joaquín García en “Crónicas de Bucaramanga”, las citadas “Chorreras de Don Juan” datan del año 1810 cuando un vecino de Bucaramanga, dueño de tierras, don Juan García, optó por dar al servicio las aguadas que perdurarían su nombre y que dieron soluciones de abastecimiento a los bumangueses. El agua nacía en una especie de altozano dividido en dos partes: la de arriba, que podría ubicarse entre las carreras 14 y 14- A, y la de abajo, colindando con el cementerio. En ambas partes árboles y arbustos, anacos (Búcaros), guaduas, cordoncillo, aro, pasto y parásitas en profusión. Hizo los arreglos necesarios para su canalización: primero, caía el líquido conducido por canales de guaduas, después con tejas, y al llegar la tubería galvanizada, se recurrió a este sistema. Más abajo construyó unas pilas para aprovechar las aguadas y para que las lavanderas pudieran ejercer su oficio. El piso fue empedrado, tanto el de la caída del agua, como destinado al público. Otra versión. En torno al nombre de “Las Chorreras de Don Juan” encontramos otra versión a la que dan crédito los doctores Roberto Harker Valdivieso y Luis Enrique Figueroa; estiman que esos chorros fueron bautizados de 58
  • 57. tal manera en honor de Jhon (Juan) Harker Mud, inglés que residió en esta ciudad y fue director de las minas de Baja y Vetas, donde enseñó a explotar los minerales haciendo socavones. Contrajo matrimonio en Bucaramanga con Mercedes Mutis Amaya, nieta del sabio Celestino Mutis. Se atribuye a él el haber acondicionado los nacimientos del agua. Pero más tarde las chorreras fueron olvidadas y correspondió a don Juan García darlas nuevamente al servicio. Lo uno o lo otro, lo cierto es que durante más de un siglo han llevado este nombre, extendiéndolo a las calles que conforman el barrio de su mismo nombre. A medida que las familias se multiplicaban, la avidez por estas aguas crecía. Durante el día y hasta la media noche desfilaban por las tres entradas cientos de personas, niños, adultos y ancianos cargando sobre sus espaldas barriles, o sobre sus hombros, canecas que colgaban a los extremos de un madero a manera de yugo; también distintos recipientes en las manos para proveerse del necesario líquido. Es que las aguas de las “Chorreras de Don Juan” eran las más codiciadas y cotizadas: era el acueducto de Bucaramanga. Existían otras, como Piñitas, un poquitín salobres y que se destinaban al aseo doméstico. Los Escalones, Los Aposentos, La Payacuá, La Rosita, que corría a lo largo de lo que hoy es la avenida del mismo nombre; El Envigado, La Filadelfia, La Mejor, La quebrada del Loro, Los pozos de Don Andrés —al norte—, las de Las Navas, La Guacamaya, los baños de Los Valenzuela, Las Cisternas —la más antigua—, la ubicada en el centro de la Plaza de Mercado Central, y otras dispersas a lo largo y ancho de la Bucaramanga de entonces. Sin embargo, el agua de consumo no podía ser otra distinta a la de las muy afamadas e indispensables “Chorreras de Don Juan”, ya desaparecidas por completo. 59
  • 58. Antes de las Chorreras de Don Juan, Bucaramanga se surtía de otras aguadas; las principales, “Piñitas”, en el barrio del mismo nombre hasta el triunfo de Alfonso López Pumarejo, que le dió su nombre actual, ubicadas al finalizar, bajando la calle 44; y los “Escalones”, al norte, al terminar calle 30, en la precipitación de la carrera 11. Ambas extinguidas, canalizadas con obras de la Corporación de Defensa de la Meseta de Bucaramanga. Por esas cuestas semiempedradas, lodazales en invierno, polvareda en los veranos, corrimos en la juventud llevando al hombro una vara de madera, de cuyos extremos colgaban unas canecas llenas del líquido; o bien, cargando a las espaldas un barril sostenido por un “pretal” de fique que se ajustaba a la frente. El acueducto de las tres BBB Era, como lo dijera el cronista Argensola (Francisco Nigrinis), en famosa y galana prosa, el acueducto de las tres BBB (Burro, Barril y Bobo), porque precisamente era en barriles que en alto porcentaje se abastecían los ricos y los pobres. El que podía pagar el transporte recurría a este servicio; los que no, se servían personalmente cargando por su cuenta el líquido que en las chorreras era completamente gratuito. Las casas que no contaban con el tradicional bobo o mandadero contrataban con el “Aguador”, que en burros o en yeguas o viejos caballos movilizaba los típicos barriles. Mientras los “aguadores” y el público de a pie hacía cola a la espera del turno para “coger” el agua, las lavanderas, en la parte baja, frente a la piedra de fregar la ropa, cantaban endechas de amor, o se insultaban, o divulgaban el último chisme de la comadre o del marido infiel. Y los hombres, mientras les llegaba la hora, silbaban o entonaban la última canción de moda. Luego, en la cuesta, el “arriero somos”, 60
  • 59. y, de vez en cuando, la carcajada o la maldición, el “arre mulas del diablo”, “estas pelonas me van a volver loco”, “arre condenadas o las reviento” y, también, “los hijuemadres burros parientes de lucifer”, infinidad de veces el azote con el rejo torcido, y muchas otras la pelea, la bronca y los golpes entre los usuarios de los chorros, por la “contrata” o por el turno, cuando no por la mujer amada, que se disputaba a trompada limpia. Entre los aguadores profesionales que recordamos resulta imprescindible mencionar a Luis, “El Capitán Pintao” con su ojo blanco que algunos días tapaba con un cuero, al estilo pirata, arreando su burro domesticado y que daba voces sin cesar, sobre todo cuando lo antecedía el “Caratejo” de marcha lenta; al misterioso “Jeremías”, con su inseparable tula al hombro; al “tuerto Nepo”; al “Obispo”, con su gran carajo a flor de boca, hombro a hombro con “Petro Roa” —estos dos últimos, aguadores muy reputados y conocidos, con sus asnos corretones—; al “Pirata”, que se tapaba la cavidad de un extirpado ojo con un trapo negro y llevaba siempre entre los dientes una pipa de madera hecha por él mismo; al bobo “Chocata”, con su barril a las costillas, su pantalón y saco raídos, con una cinta azul a manera de corbata, y los chocatos de fique (alpargatas) amarrados con galones o cenojiles también azul de prusia, porque era godo y recontragodo, llevando en las manos un leño redondo para castigar a los muchachos que de él se mofaban; a la loca “Carasucia”, con moña postiza amarrada al cuello, sube y baja con un calabacito al hombro y, así, sin tregua, todos cargando agua a sus hogares, vendiendo unos, otros para el consumo personal. 61
  • 60. Don José Piza: el último aguador Cuando el Acueducto de Bucaramanga era «Las Chorreras de don Juan», uno de los personajes que suministraban el precioso liquido a domici- lio se llamada José Pizza, hombre de modales distinguidos quien era muy apreciado por las clientes que utilizaban sus servicios. Aquí don José Pizza y su fiel burro al pie de una de la Chorreras Entre todos los “aguadores” sobresalía por su seriedad, su decencia, por su estampa señorial, silencioso y cumplidor, responsable y honesto, don José Piza Salazar, nacido en Gachantivá, Boyacá, en 1886, pero que desde los 7 años llegó a Bucaramanga dispuesto a enraízar, como en efecto lo hizo, primero en distintas actividades y, posteriormente, en trabajos más duros, vinculándose al gremio de los “Aguadores”, inicialmente en forma modesta y, luego, con tres semovientes. Compró su casa en la 2da entrada del Barrio Las Chorreras de Don Juan, carrera 14-A No. 45- 184, donde levantó una familia que honra su memoria, 62
  • 61. empezando por don Alfonso Piza, de 73 años, vividos en ese sector; dedicado a su profesión, la cual sólo abandonó cuando el acueducto lo derrotó. Lo vimos detrás de sus burros, vestido de alpargata de suela de cuero, pantalón y saco blanco de dril, camisa blanca y sombrero de paja, con el foete al hombro, en pos de sus burros, bajando y subiendo por las empedradas calles de la Bucaramanga de entonces y haciendo diariamente los mismos recorridos que ya sus animales conocían de memoria a fuerza de repetirlos año tras año. Don José, incansable trabajador, cordial y amable, sin esas mañas de sus colegas, sin ese vocabulario soez: arre malparidas, arre malditas mulas del diablo, estas jijuepelonas no caminan, surtía de agua a una clientela numerosa; cuántas veces lo vimos en este trajín, altivo, respetado y respetuoso. Agua para la cocina y para lavar. Agua cristalina, agua nacida de la tierra, de los altozanos naturales, sembrados de guaduas, de cordoncillo, de caracolíes, de anacos, de pasto, de plantas silvestres en profusión, agua clarísima que sació la sed de muchas generaciones. Don José Piza dedicó su existencia al transporte de agua en barriles, del agua “burriada”, como muchos la llamaban. Sobre el lomo de sus mansos animales, que murieron de viejos, movilizó infinidad de metros cúbicos del líquido e hizo incontables viajes sin descanso, sin tregua. Sus amigos y contemporáneos del gremio fueron desalojados por el acueducto del Padre Trillos, que se abría paso; pero él siguió adelante, impertérrito, sin temerle a los adelantos. Como los ingresos mermaban, don José optó por vender simultáneamente loterías; y como Las Chorreras disminuían su caudal, también él disminuía la clientela hasta la desaparición final. También sus fuerzas para levantar los barriles amainaban, y un día se retiró definitivamente. 63
  • 62. Con él, con don José, desaparecieron los aguadores. El acueducto se impuso, así como el progreso acaba con lo que le sirvió de base. Fue don José el aguador más conocido y el último que tuvo Bucaramanga. Día luctuoso. El último día de julio de 1979, el ciudadano que acreditó al gremio de “Aguadores”, que formó una familia respetable y que se distinguió como esposo, como padre y como abuelo, que sirvió a Bucaramanga día y noche, exhaló el último suspiro, añorando seguramente los años de su dura faena, de tanto trasegar por la urbe que crecía y a la que abasteció de agua dulce y cristalina, vivificante y fresca. Dejó de existir en su casa de la segunda entrada de las “Chorreras de Don Juan” a los 93 años. Don José Piza escribió con su trabajo, con el corazón, con su ir y venir, la historia del acueducto de las tres BBB en algo más de medio siglo. La historia del acueducto natural que sirvió a los bumangueses tradicionalmente y que, como su vida, se fue extinguiendo lentamente. Con don José se acabaron Las Chorreras. Se agotó el líquido, y ya de él y de ellas sólo queda el recuerdo. Su familia lo tiene presente, y la Corporación de Defensa de la Meseta de Bucaramanga, por otra parte, dentro de sus programas de acabar con la erosión, realizó los trabajos necesarios para controlarla, y ya de las “aguadas” únicamente perdura el nombre entre los contemporáneos. Con el tiempo apenas las viejas crónicas darán fe de que existieron. Algo folclórico Entre los “aguadores” profesionales recordamos a Pedro, “El Cojo”, de pantalón blanco remendado y remangado, camisa de un rojo escandaloso, porque era liberal recalcitrante; calzaba alpargatas de suela de cuero, la testa 64
  • 63. cubierta con viejo y raído sombrero de jipa, bumangués de pura cepa como él pregonaba. Un personaje folclórico e inconfundible. Llevaba siempre en la mano izquierda — porque era zurdo— una delgada vara de granado, fibrosa, dúctil y resistente, con la que simulaba castigar su regordeta mula de menudo trotar. Desde que la aurora se esfumaba hasta que la luna rayaba, repartía agua en sus dos barriles recaudando lo necesario para subsistir. Al finalizar la tarde y al mismo tiempo la faena diaria, el cuadrúpedo bajaba por la calle, hoy la 45, y mientras Pedro, su dueño, saludaba al amigo y le contaba sus cuitas, el animal llegaba a la esquina, subía al andén, alcanzaba el mostrador de la tienda de misiá Pastora, colocaba sus mandíbulas abiertas sobre el mostrador, y de allí no las quitaba hasta que se cumplía lo que ya era un rito, que, por lo viejo, nadie sabía —ni el mismo Pedro— cuándo ni cómo empezó. La mula, “La Condenada”, como la llamaban, sabía que a esta hora hacía el último viaje del día y que precisamente había llegado el momento del premio, consistente en un trago de aguardiente grande que misiá Pastora le echaba en su jetaza, y una mestiza, también grande, de a dos centavos. La ventera, desde mucho tiempo atrás repetía la entrega del licor y del pan que Pedro pagaba tras de embucharse idénticas dosis. La clientela y el vecindario miraban con simpatía esta costumbre, que culminaba con un asordinado relincho del semoviente, que alegre, adelante de “El Cojo”, se dirigía al solar de la mediagua de su patrón, al descanso de todas las noches. 65
  • 64. La leyenda Abajo, desde el fondo, en la quebrada, cierto olorcillo a azufre recorre desde la “Filadelfia” hacia el occidente sin fin; cierto vaho crispante y el grito plañidero de la “Llorona”, de la temida “Mechúa”, posiblemente el ánima de “misiá Juana”, alma en pena eterna por haber matado a su hijo en noche de pelea con su amante. Sin descanso recorre todas las noches el escenario y se aventura por los parajes desiertos, asustando a los desprevenidos transeúntes. Chorreras de Don Juan: por allí, por sus calles, como que se oye aún el cantar del aguador, el reclamo de la amante, el casqueteo de los equinos, y tal parece —allá entre brumas— que Don Sata, que Lucifer, como solía hacerlo en noches oscuras, se paseara en su brioso caballo, con humeante cigarro en la boca, vomitando fuego. O como si la bruja Arcadia, esa desalmada mujer transformada en “chulo”, aleteara dentro de los aposentos buscando al esquivo amante para chuparle la sangre y dejarle hematomas, según la creencia en boga. O como si se oyera todavía el chocar de los cascos de la mula coja, que recorría en las noches sin luna las tres entradas, trepidando y haciendo trepidar al vecindario. Mientras que arriba, en pleno día, en lo más alto de la loma, los tunjos inalcanzables se bañaban en sus propias escarchas de oro ( “por aquí pasó trotando la leyenda sus arrestos”) 1. 1 Romance de Bucaramanga, de Leonidas Paeces. 66
  • 65. Recordando lo que oímos cuando éramos jóvenes, como que todavía vecinos de edad avanzada escuchan el casquetear del caballo del alemán Geo Von Lengerke y de aquellos equinos dedicados a movilizar agua brotada de la tierra. Y no falta quienes sostengan que hacia la media noche escuchan el grito del arriero soberbio, la maldición ultrajante, el rebuzno del burro y el graznido de la lechuza. Oh, cuántas cosas en la imaginación ingenua de tantos. Las chorreras Por su cuesta subieron y bajaron generación tras generación. En la parte baja se daba cita todo un ejambre de hombres, mujeres y niños que gritaban y gesticulaban desde el amanecer hasta que la luna llegaba a su cenit. Y en todas direcciones el viejo caballo bayo ya deslustrado, la yegua peluda, la renga mula y el “pensativo” burro, con los barriles a lado y lado del lomo, sobre las “angarillas” (inmobilizados con sendos “tapaojos”), esperaban ser cargados por el “aguador” que desde las primeras horas y durante todo el día subía y bajaba la cuesta llevando el codiciado líquido, el de las “Chorreras de Don Juan”, el mejor, con ese dulzor y esa pureza cristalina que la gente de afuera envidiaba y de la que hablaba maravillas. Vale la pena destacar que en esas chorreras, insensible, pero notoriamente para los revoltosos de entonces, se “destaparon” sentimientos de clase social, porque de Las Chorreras de arriba, que eran 3, los aguadores cobraban el agua más cara, arguyendo que era más pura y especial para los “tinajeros”, depositarios del agua de beber encima del “dulce de platico” de la sobremesa. De las ocho chorreras de abajo llevaba todo el mundo el agua en barriles, en canecas, en ollas, en cualquier recipiente. 67
  • 66. La Filadelfia. Ubicada más arriba, pero como formando parte de Las Chorreras y del barrio, La Filadelfia, con sus 11 baños encerrados, separados, provistos de regadera; y en el descenso, en la quebrada, las piletas para el lavado de la ropa, para el servicio de las lavanderas que allí sí tenían que pagar. Era de propiedad de don Pedro y don Félix Joaquín Mantilla. Allí iba la gente que quería privacidad y que contaba con 2, 3 o 5 centavos para pagar el uso de esos servicios. Desde la carrera 14-B, donde habitamos algunos años, inicialmente en una casa y luego en otra, íbamos al disfrute de las aguas de La Filadelfia, con esposa e hijos. Con qué gusto recordamos esos domingos. Porque entre semana, tocaba en Las Chorreras, en la quebrada, sin costo alguno. Es que entonces se ganaban y se gastaban los centavos. El progreso acabó con esa sencillez y la ciudadanía ganó en comodidades, la del baño diario en medio de lujosas paredes porcelanizadas, pero sin la calidez del sol. Baños como los de La Mejor, una cuadra más arriba, subiendo por “Charco Largo” sobre la Carrera 12 (hoy 17), donde las damas se bañaban el pelo con lejía y jabón de la tierra, y el “ojito” de jabón de olor (Reuter o Brístol); era el baño de cada ocho días, el de la sencillez; era el goce de sentirse limpio, cordial y generoso. Baños del pasado que no aseaban solamente el cuerpo, sino también el alma. Unico testimonio Sólo un tubo que asoma de las entrañas de la tierra, protegido por una teja, es lo que queda del pasado, de ese pasado agitado y folclórico que caracterizó el primer acueducto de Bucaramanga, el de las 3 BBB (Burro, Barril y Bobo) que por muchas décadas abasteció la creciente ciudad. 68
  • 67. Ese acueducto primitivo pasó a la historia, como pasan tantas cosas, pero que se incrustan en los anales de los pueblos. Pero no así el barrio que recibió el mismo nombre, el de las “Chorreras de Don Juan”. Allí están las tres carreras (la 14, la 14-A y la 14-B) con sus casas y sus gentes. Un barrio concurrido que empieza en la Calle 45 y se extiende, bajando, al sur, rebosante de alegría y de optimismo. Un intento Necesario es decirlo: la gente de Bucaramanga deseaba y reclamaba un acueducto. Entre 1910 y 1915 los hermanos Arenas Mantilla iniciaron el abastecimiento de agua para “Barrio Nuevo” y sectores aledaños. Construyeron un tanque en la esquina noroccidental del parque, que, clausurado el servicio en pocos años, siguió allí por mucho tiempo, dando fe de algo que no dió los resultados esperados. También, como una solución de buena voluntad, los Peña Puyana canalizaron aguas provenientes del oriente y que se extendían al occidente pegadas a los andenes de las calles 34 y 41, entre las que recordamos. En 1915, el progresista sacerdote José de Jesús Trillos convocó a los más importantes ciudadanos, interesándolos en la construcción de un acueducto, iniciativa que cristalizó en 1920. Nace el acueducto. El deseo de los bumangueses de un acueducto empieza a cristalizarse, como lo consigna don Ernesto Valderrama Benítez en su Real de Minas: “Julio 20 de 1920: la banda de músicos del regimiento toca alegres bambucos al pie del cerro de Morrorrico, donde reina animación entre las gentes que allí se congregan en espera de la llegada del agua bienhechora que, en el momento señalado en el programa de recepción, se precipita por la 69
  • 68. colina seca, por el sediento valle, como un canto al éxito alcanzado en esta importante etapa de la empresa constructora del Acueducto de Bucaramanga. Tras la bendición, habló el Dr. Martín Carvajal, y luego de una copa de champaña pronunció un discurso alusivo don Pedro Elías Novoa, a nombre de la corporación municipal”. Este fue considerado como el festival de las aguas. A Bucaramanga. Al iniciarse el mes de enero de 1921, precisamente el día 18, la Compañía del Acueducto da al servicio público tres expendios de agua situados, el primero, en el costado oriental del Parque Antonia Santos; el segundo, en la hoy calle 34, entre las carreras 24 y 25; y el tercero, en El Bosque. Una pileta. Los bumangueses, pese a contar con suficientes aguadas, reclamaban el acercamiento del servicio de agua a sus residencias; y a iniciativa de don Juan de la Rosa Quintero se construyó una pileta en la plazuela del barrio de La Concordia (sobre la carrera 17 entre las calles 49 y 50 de la nomenclatura actual) para el servicio de los habitantes, obra que fue inaugurada el 12 de octubre de 1927, solucionando de esta manera las exigencias de la población. Acueducto Puyana. Pasan los años y la ciudadanía sigue en lucha por un acueducto domiciliario. El padre José de Jesús Trillos se convierte en abanderado de la obra. Por su parte, la firma Sucesores de don David Puyana se compromete a construir tan importante obra, y el 17 de abril de 1932 invita a la población a observar los tanques, materiales y tubería adquiridos para los trabajos. El 24 de mayo de este año (1932), la prensa de Bucaramanga, en noticia que recoge el Real de Minas, anuncia que por “Acuerdo Nº 12” expedido en la fecha, concede el cabildo a 70
  • 69. Sucesores de David Puyana, S. A. permiso para la ocupación de las calles y vías de la ciudad con tubería metálica para el establecimiento de un servicio de acueducto a domicilio, mediante las condiciones que al efecto se enumeran. Y en compensación, los señores Puyana se comprometen a instalar a su costa y a abastecer gratuita y permanentemente una fuente pública en un punto cercano a La Albania (y a continuación deja constancia de otros compromisos de suministro de agua al municipio y a establecimientos). La licencia se otorga por un período de 10 años a partir del día en que el acuerdo sea elevado a escritura pública. Esta empresa de los Puyana pasó a poder de la compañía Anónima de Bucaramanga pocos años después de ser dada al servicio, según el Real de Minas de don Ernesto Valderrama Benítez. El gestor. No es posible pasar adelante sin rendirle tributo de reconocimiento al presbítero José de Jesús Trillos, gestor y pionero del Acueducto de Bucaramanga. Fue él, desde la primera jornada en 1920, quien promovió el encauzamiento de las aguas de los altos páramos, y a este sacerdote se deben todos los hitos de progreso de tan importante empresa, que se convirtió en Sociedad Anónima, robusteció su capital y avanzó hasta construir las plantas de tratamiento del codiciado líquido. En La Flora. El 28 de julio de 1951 el padre Trillos bendijo en La Flora un nuevo tanque del acueducto para 5.500 Mt3. Este sacerdote, que ejerció en distintos municipios de Santander y fue párroco en dos ocasiones de la Sagrada Familia, aportó capital, entusiasmo y pujanza al logro de una empresa que pasó a propiedad del municipio de Bucaramanga, entidad que se ha preocupado por un suministro permanente, puro y eficiente, realizando obras 71
  • 70. como la de Bosconia, donde, tomando aguas del río Suratá, asegura un servicio completo hasta más allá del año 2000. El padre José de Jesús Trillos dejó de existir en Bucaramanga el 15 de enero de 1955, a la edad de 78 años. 72
  • 71. Don Jorge Lengerke, nieto del legendario alemán Geo Von Lengerke, quien residía en la carrera 10 # 42- 20, barrio Alfonso López, donde se dedicaba a la reparación de implementos eléctricos y otros. 73
  • 72.
  • 73. Barrio Las Chorreras de Don Juan Los Lengerke, un nombre que jamás será olvidado, Las “barras” y los juegos. Carnavales. Sus costumbres. Nada queda del Barrio Las Chorreras de Don Juan. En esas aguadas, en esas chorreras nacía y moría el barrio de Las Chorreras de Don Juan, de tan vieja data, que parece haya existido eternamente, desde mucho antes de ser Bucaramanga, o mejor, de su fundación el 22 de diciembre de 1622. A lo largo de las “tres entradas” que se desprenden de la hoy Calle 45, a un lado y a otro, poco a poco se construyeron casas, algunas con paredes de tierra “pisada”, otras de bahareque, con techo pajizo la mayoría, pero que pasando los años fueron reemplazados por teja española, afianzando el concepto de que el santandereano gusta de vivir bien protegido y lo mejor posible. Y surgieron las familias. Cuáles las primeras? Naturalmente no fueron familias de rancios abolengos las pobladoras, sino gente de trabajo y los que querían estar cerca de las aguadas para explotar el oficio de aguadores y de lavanderas. Indagamos en las páginas de viejos libros, pero no encontramos nombres; de todas maneras, el barrio se pobló, y en lo que va corrido de 1900, son pocos los cambios realizados. Los Lengerke. De alguna manera el barrio tiene vinculaciones con los Lengerke. Don Jorge Lengerke, anciano de 99 años, hijo de Federico Lengerke y Mercedes Silva,
  • 74. asegura que su padre era hijo del legendario Geo Von Lengerke y Benita Vargas, de Zapatoca, y nos cuenta haber vivido más de 60 años en el barrio, inicialmente en la casa de la Calle 45 Nº 14A-50, la que él llama la casa paterna, en donde han vivido tres generaciones. Eran 4 hermanos: Cristóbal, Fausto, Jorge y Clementina, quien todavía existe. Muchos estiman que Geo Von no dejó descendencia, pero en “La Otra Raya del Tigre”, de Pedro Gómez Valderrama, hablando sobre la próxima muerte del alemán, lo cree mordido por “todas las mujeres que poseyó sobre la tierra de Santander, o perseguido por los hijos sin dueño que abandona”. Jorge, muy próximo a los 100 años, reside en la Carrera 10 Nº 42-20, donde aún trabaja en mecánica fina, arreglando máquinas de escribir, radios, licuadoras y otros aparatos. Un hombre que siente el orgullo de ser nieto del alemán Geo Von Lengerke, quien trazó y construyó caminos y puentes, que importó pianos para sus orgías en Montebello, que fundó almacenes con mercancía extranjera y que bebía brandy a raudales, conquistando mujeres y la envidia de muchos. Cierto o no, la realidad es que el apellido Lengerke se ha prolongado y que muchos de ellos han nacido, crecido y multiplicado en esa casa, habitada actualmente por Clementina Lengerke, quien, como Jorge, se considera descendiente del alemán. Pero como así es la ley de la vida, todo tiene un origen. Según la realidad y la leyenda, por esas tres carreras se paseó en su alazán de bella estampa y trotar rítmico, el alemán Geo Von Lengerke, uno de los hombres más progresistas que vivió por estos lares el pasado siglo y dejó para la posteridad un nombre que jamás será olvidado. Jorge se siente aún de Las Chorreras, porque quiere el barrio donde vivió tantos años. 76
  • 75. Escena de aguateros en la Bucaramanga de principios de fin de Siglo. Tomado de: Edmundo Gavassa Villamizar.- Fotografía Italiana de Quintilio Gavassa.- Papelería America Editorial, Bucaramanga - 1982