Risto Mejide escribe un artículo compartiendo sus pensamientos. Al escribir, busca honestidad y su propia verdad para remover ideas dentro de sí mismo. Al publicarlo, también removerá a otros, ya que la gente que lo lea tendrá diferentes reacciones. Algunos lo insultarán u acusarán, pero otros le darán las gracias porque les ha ayudado a descubrir nuevas posibilidades.
1. Risto Mejide
Publicista
Escribes algo
Domingo, 26 de mayo del 2013
Escribes algo. Algo que deseas compartir. Lo haces con la mejor intención. Crees
que así aportarás tu granito de arena. Y que en la medida de lo posible, estarás
echando una mano. En eso consiste la grandeza del verbo compartir. Compartir
es hacer un regalo del que no es necesario desprenderse. Por eso, cuando
escribes algo, estás donando lo mismo que consigues.
Escribes algo y remueves. Para empezar, dentro de ti mismo. Buscas
honestidad, buscas crudeza, buscas no engañarte, buscas tu verdad, que no tiene
por qué ser la de nadie más, pero que es tan cierta como la de cualquier otro.
Igual la encuentras e igual no, pero lo que sí sabes es que tendrás que pulir el
escaparate de tu conciencia para que sea limpio y transparente, para que deje
ver con claridad lo que hay detrás, para descubrir lo que hay dentro, y
seleccionas líneas que no emborronen demasiado tus ideas. Deformación
profesional, seguramente.
Pero es que también remueves a los demás cuando escribes algo. Porque lo
publicas. Le das al botón que lo amplifica, que lo envía a gente a la que no
conoces ni que te conoce a ti. Da igual que sean diez o un millón. Es gente que
pasaba por ahí, gente que tropieza con lo que has escrito. Gente que cae. Y gente
que se tira. Son los que suelen reclamar falta.
Escribes algo. Y se convierte en lo más compartido de todo lo que has escrito
jamás. Ahí es cuando te das cuenta de que has escrito algo. Cuando la gente
también empieza a escribirte a ti.
Te escriben insultos. Te dedican lindezas con las que han decidido ensuciar su
espacio, pero que no voy a reproducir aquí, porque entre otras cosas jamás
permitiría que manchasen el mío. Así que sólo les dedico el tiempo que tardo en
apartarlos de mi atención, sin duda mucho más del que se merecen. Pero qué le
vamos a hacer, soy un filántropo, intento dar siempre más de lo que recibo, no
lo puedo evitar. Buena gente soy, leches.
También te escriben acusaciones. Indagan en tu pasado para ver qué pueden
encontrar para enfangar de incoherencia todo lo que has escrito. Te acusan de
no saber de lo que estás hablando. Que no sabes lo que es tener problemas para
pagarte una carrera, como si tus padres -dos profesionales liberales sin más
herencia que su propio esfuerzo- no se hubieran dejado en ello la vida, la salud y
hasta su relación. Que no sabes lo que es buscar trabajo y que no te lo den. O
empezar trabajando gratis. O arrancar un negocio desde cero, sin financiación
2. externa ni subvención. Y otro. Y otro. Y tener que cerrar uno. Y otro. Y perder un
cliente. Y otro. Y despedir. Y despedirte tú. Y volver a empezar.
Lejos de deprimirte, te alegra que las acusaciones vayan por ahí, porque con la
cantidad de cosas que podrían haber encontrado para echarte en cara, han
elegido justo las que demuestran su ignorancia sobre tu vida.
Escribes algo y te llaman inmoral. Y luego ves que al final tu mayor pecado es
haber ganado algo de dinero -hasta ahora mucho menos del que me habría
gustado- con lo que sabías hacer. Así que te vuelves a alegrar y te vas
imprimiendo la camiseta: soy un inmoral.
También te llaman capitalista y neoliberal. Y de repente, por algún extraño y
oscuro subterfugio, lo acaban relacionando con explotador y oportunista. Dos
adjetivos que intento inculcar en todos los que trabajan conmigo. Que exploten
bien lo que tienen, que lo expriman antes de que alguien lo haga por ellos. Y que
sean oportunistas. Amantes de oportunidades. Porque todo en esta vida está en
beta. Y es justo en las oportunidades donde se forja cualquier futuro mejor. Más
camisetas.
Pero es que también te acusan de hacerte una campaña para ti mismo. Y yo me
pregunto si eso no es precisamente lo que hacen ellos con su respuesta. Si no es
precisamente eso lo que hacemos todos cada vez que hablamos por esa boquita.
La verdad es que acabas haciéndole mucha más publicidad a aquellos que
copian lo que has escrito y lo publican en su blog. Bien por ellos.
Luego están los que te acusan de no tener autoridad moral para decir lo que has
dicho. Suelen ser los mismos que le echan la culpa al Gobierno de todo lo que
está pasando. Es posible que tengan razón. Aunque eso es lo que ocurre cuando
buscas la autoridad en los demás y no en ti mismo.
Todo eso por no nombrar a los que te acusan de copiar. Que no es nada nuevo.
Como si algo lo fuera. Como si alguien lo pudiese ser.
Escribes algo. Y te dan las gracias miles y miles de personas. Literalmente.
Gente a la que has ayudado con tu escrito. Gente que te descubre. Gente que se
apresura a confesarte que no suele comulgar contigo. Gente que se descubre.
Gente que hasta te dedica vídeos con algún que otro gazapo. Da igual. El caso es
que escribes algo y ves que hay gente a la que le has recordado que existen
rendijas abiertas hacia otras posibilidades.
Esto te pasa por escribir algo.
Con lo tranquilitos que estaban todos antes de que tú escribieses.