2. Quédate conmigo
Vanessa M. Olasagaste
E l se encontraba justo detrás de ella, vedando sus ojos con sus propias
manos. Llevaban así un par de minutos. Él había distorsionado su voz y le
había hecho la típica pregunta de “quién soy”. La verdad era que la respuesta
era demasiado obvia, ya que ella conocía muy bien las manos de aquel sujeto
tan encantador. Pero ninguno de los dos quería que el juego acabara pronto,
solo porque no les gustaba lo que vendría luego de eso.
-Tal vez seas Johnny –dijo ella entre risas.
El otro se las ingenió para continuar tapando sus ojos con una sola mano
mientras inclinaba su cara sobre ella y le daba un tierno beso en la punta del
hombro.
-Estás bien lejos –murmuró él contra su piel tras depositar aquel delicado
beso.
-¿Y qué tal mi hermano? –preguntó ella con un susurro mientras inclinaba su
cabeza hacia una lado exponiendo aun mas su cuello.
El muchacho que se encontraba detrás de ella sonrió sin reír, tanto por la
pregunta de la muchacha como por su gesto. Sin dudarlo se trasladó desde su
hombro hacia su cuello, rozando su nariz por cada parte del cuerpo de ella
hasta llegar a su destino y depositar un beso justo en el hueco debajo de su
oreja.
-¿En verdad tu hermano haría algo así?
Él suspiró contra su piel, soltando una leve risita, la cual hizo que la chica se
estremeciera y riera incómodamente.
-Eso sería raro –volvió a murmurar él, ahora riendo un poco mas sin poder
evitarlo mientras al mismo tiempo quitaba la mano de encima de los ojos de la
muchacha.
-Eso creo –rió al mismo tiempo ella mientras a pesar de tener ahora los ojos
libres los mantenía cerrados.
Pero las risas se acabaron pronto. El juego había terminado y ambos lo sabían.
Solo faltaba que se miraran a los ojos para que los dos comprendieran que era el
final, que había llegado la hora de la despedida, aun cuando ninguno de ellos
estuviera de acuerdo con eso.
La muchacha soltó un suspiro profundo y aun sin abrir los ojos notó como las
lágrimas comenzaban a abandonar sus pupilas y comenzaban a caer con la
misma intensidad que el torrente de un río. A pesar de que sonaba raro ambos
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sabían que la despedida le afectaba mucho más a ella que a él. Pero también
ambos sabían que no había ninguna forma de cambiarlo. En verdad era el
momento de decir adiós.
El joven se acercó aun más a ella y acabó ocultando su cara entre sus cabellos
mientras utilizaba sus brazos para abrazarla fuertemente y atraerla aun más
junto a él.
Él no iba a llorar, ambos lo sabían. Pero la tristeza que ella destilaba era
suficientemente fuerte como para afectarlo a tal punto de no poder moverse de
aquel sitio.
-No quiero –balbuceó ella mientras se llevaba las manos a su rostro con la
intención de contener las lágrimas que caían-. No quiero que te vayas, quédate
conmigo.
-No es cuestión de querer –él ahogó las palabras contra su cabello, pero estaba
seguro de que ella oiría-. Si realmente se tratara de lo que yo quiero, nosotros
no estaríamos teniendo esta conversación ahora. No habría razón para
despedirnos, siempre permanecería a tu lado –esta vez fue él quien acabó
soltando un fuerte suspiro-. Pero no es el caso. No se trata de lo que podría
haber sido sino de lo que es. No podemos cambiar las cosas.
Con un repentino golpe de furia la muchacha bajó las manos de su rostro y las
llevó a las de él que descansaban en su vientre. Rápidamente las alejó. Lo que
estaba por hacer no era lo más indicado, pero en verdad ya no tenía más fuerzas
para soportarlo. Sin pensarlo más se giró sobre sí misma y encaró al muchacho
hasta que sus ojos estuvieron fijos los de uno en el otro. Él se sorprendió por su
acto, ya que hasta ese momento estaba seguro de que al menos ella querría
prolongar un poco mas aquel instante. Pero esos pensamientos rápidamente
abandonaron su cabeza en cuanto se encontró con sus ojos; aquellos ojos verdes
que siempre le habían sostenido la mirada. Esa sería la última vez que lo harían.
-Te amo –susurró él mientras los ojos de ella desprendían lágrimas sin cesar.
-No lo haces –lo contrarió la joven sacudiendo la cabeza pero sin quitarle los
ojos de encima-. Si realmente me amaras no estaríamos aquí.
El joven rebuscó en su interior, tratando de encontrar una buena respuesta a
lo que ella le decía, algo que la dejara conforme, algo que los dejara conformes a
los. Pero había una sola cosa que siempre había sido buena entre ellos, y eso era
la honestidad. Decir la verdad siempre había sido su característica en particular,
y eso no tenía por qué cambiar en este último momento. No tenía y no lo haría.
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-Tienes razón –volvió a susurrar él apenado-. No te amo ya –sus ojos se
mantenían fijos sobre los de ella ya que sabía que en cuanto los moviera todo
llegaría a su fin-. Pero sí lo hice, y estoy seguro de que eso lo sabes muy bien.
-Lo sé –contestó ella rápidamente asintiendo con la misma vehemencia-. Pero
eso no me sirve de nada y tú lo sabes.
Silencio.
El viendo se alzaba a su alrededor como un remolino y el único sonido que en
verdad se escuchaba era el de sus respiraciones y el del viento que hacía
susurrar a las hojas de los árboles.
-¿En verdad quieres que termine así? –preguntó él luego de unos minutos en
los que ninguno de los dos dijo nada, al menos no con palabras.
La muchacha sacudió levemente la cabeza mientras una triste sonrisa
comenzaba a asomar en su rostro.
-Esto ya terminó –susurró ella mientras una última lágrima surcaba su rostro.
-Prometo que no me recordarás.
-Quiero recordarte.
Obviando sus palabras el muchacho continuó hablando.
-Prometo que todos los sentimientos que proferiste hacia mí se borrarán.
-No quiero que se borren.
-Prometo que encontrarás a alguien que realmente pueda estar a tu lado, que
te ame por siempre y que jamás en la vida te haga sufrir.
-Pero yo no quiero a nadie más.
El joven mostró una sonrisa y por última vez frente a ella se determinó a
hablar.
-Ya te lo dije, Julie, no se trata de que lo que uno quiere. Si así fuera, las cosas
serían demasiado fáciles.
Antes de que Jules pudiera contestar, él se acercó a ella y, como la primera
vez, posó sus labios sobre los suyos, dándole el beso más cálido que jamás le
había dado, ni a ella ni a nadie. Sus ojos se mantuvieron en los del otro durante
un buen rato mientras duró el beso, al tiempo que ella lloraba nuevamente
desconsolada porque sabía lo que vendría después.
No estaba lista, no quería hacerlo. No quería cerrar los ojos y enfrentarse a lo
que vendría. No quería perderlo. No quería que él la abandonara. Pero sin
embargo estaba sucediendo. Él se iría, la abandonaría. Cerraría los ojos y él ya
no estaría a su lado, se iría para siempre y para nunca volver.
Y entonces ella cedió.
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Vanessa M. Olasagaste
Los últimos meses habían sido estupendos a su lado, no podía negarlo. Todo
había sido como un sueño. Jamás nadie la había ayudado como él lo había
hecho. Pero todo sueño debe terminar en algún momento. Siempre llega la hora
de despertar.
Y ese momento había llegado.
Sin pensarlo más, sin dejar de besarlo, Julie cerró los ojos y sacó de su vista
aquellas dos estrellas de color celeste que siempre habían sido una trampa
mortal para ella. Nunca más lo serían ya. Nunca más las vería.
Y entonces todo terminó. La muchacha dejó de sentir presión sobre sus labios
y sin volver a pensarlo abrió los ojos. Estaba sola. Sola en medio del bosque, a
orillas de un sendero que la llevaría directamente hacia la ciudad. Jules miró el
cielo y se dio cuenta de que ya estaba oscureciendo, por lo que ya era momento
de regresar a su casa.
La joven estaba por comenzar a caminar en dirección a la ciudad cuando se
dio cuenta que a su alrededor una gran cantidad de plumas se encontraban
tiradas a sus pies. Miró hacia arriba nuevamente justo para ver que una nueva
pluma se encontraba cayendo desde el cielo. Julie la atrapó en el aire justo antes
de que cayera.
La pluma era de un hermoso color blanco con brillos que refulgían con los
últimos rayos del sol, y parecía que en ella se reflejaban los colores del arco iris,
al igual que con las demás que se encontraban en el suelo. Era la cosa más
hermosa que la muchacha había visto jamás. Parecía la pluma de un ángel.
Con una sonrisa en su rostro Jules miró por última vez a su alrededor y
entonces comenzó a caminar por el sendero en dirección a su casa, mientras
llevaba la pluma que había atrapado firmemente en sus manos, y pensaba al
mismo tiempo, cuál sería el hermoso pájaro que habría dejado aquellas plumas
a su alrededor.
FIN
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