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el                  espacio                                                 basura
- de             la        modernización                                         y      sus             secuelas -
r e m           k o o l h a a s




Si se llama basura espacial a los desechos humanos que ensucian el universo, el “espacio basura es el residuo que la humanidad
deja sobre el planeta. El producto construido (volveremos sobre esta mas adelante) de la modernización no es la arquitectura
moderna, sino el espacio basura.

El espacio basura es lo que queda después que la modernización haya seguido su curso o, mas concretamente, lo que se coagula
mientras la modernización esta ocurriendo: su secuela. La modernización tenia un programa racional: compartir universalmente las
bendiciones de la ciencia. El espacio basura es su apoteosis, o su derretimiento; aunque cada una de sus partes son fruto de
brillantes inventos, su suma augura el final de la ilustración, su resurrección como una farsa, un purgatorio de poca calidad. El
espacio basura es la suma total de nuestra arquitectura actual; hemos construido tanto como toda la historia anterior, pero no se
nos recordara a esa misma escala.
El espacio basura es el fruto del encuentro entre la escalera mecánica y el aire acondicionado, concebido en una incubadora de
pladur (las tres cosas faltan en los libros de historia). El espacio basura es la contrafigura del espacio, un territorio de una ambición
devaluada, expectativas limitadas y una sinceridad reducida. El espacio basura es un “triangulo de las bermudas” de conceptos, una
“cápsula de Petri” abandonada: reduce la inmunidad, suprime las distinciones, socava la determinación y prefiere la intención a la
ejecución. Reemplaza la jerarquía por la acumulación y la composición por la adición. Mas y mas es mas. El espacio basura esta
verde y maduro al mismo tiempo; es un colosal manto de seguridad que cubre la tierra, la suma de todas las decisiones no
tomadas, de los problemas no afrontados, de las opciones no elegidas, de las prioridades dejadas sin definir, de las contradicciones
perpetuadas, de los compromisos adoptados, de la corrupción tolerada. El espacio basura es como estar condenado a un jacuzzi
perpetuo con millones de tus mejores amigos.
Es un enmarañado imperio de la confusión que funde lo publico y lo privado, lo derecho y lo torcido, lo atiborrado y lo famélico, lo
elevado y lo mezquino, para ofrecer un mosaico sin suturas de lo permanente inconexo. Aparentemente apoteósico y espacialmente
grandioso, el efecto de su riqueza es una vacuidad terminal, una depravada parodia que sistemáticamente erosiona la credibilidad
de la arquitectura, posiblemente para siempre.

Vale, hablemos del espacio entonces: de la belleza de los aeropuertos, en especial después de cada ampliación; del brillo de las
remodelaciones; de la variedad de los centros comerciales. Vamos a explorar el espacio publico, a descubrir los casinos y a
investigar los parques temáticos. Nuestra preocupación por la gente ha vuelto invisible la arquitectura para la gente. Fue un error
inventar la arquitectura moderna para el siglo XX; la arquitectura desapareció en el siglo XX; hemos estado leyendo una nota a pie
de pagina con un microscopio, esperando que se convirtiese en novela. El espacio basura parece una aberración, pero es la
esencia, lo principal. El espacio basura se presenta como si un huracán hubiese recompuesto una situación previamente ordenada,
pero esa impresión es engañosa: tal situación nunca fue coherente y nunca aspiro a serlo.
Cuando pensamos en el espacio, solo hemos mirado sus contenedores. Toda la teoría para la producción del espacio se basa en
una preocupación obsesiva por lo opuesto: la masa, es decir la arquitectura. La continuidad es la esencia del espacio basura; este
aprovecha cualquier invención que permita la expansión, incorpora cualquier recurso que fomente la desorientación (los espejos, los
pulidos, el eco), despliega una infraestructura de no interrupción: escaleras mecánicas, aspersores, barreras contraincendios,
cortinas de aire caliente, aire acondicionado, etcétera. El espacio basura esta sellado, se mantiene unido no por la estructura, sino
por la piel, como una burbuja. La gravedad ha permanecido constante, resistida por el mismo arsenal desde que el mundo es
mundo; pero el aire acondicionado un medio invisible y, por tanto, del que no queda constancia- ha revolucionado realmente la
arquitectura del siglo XX. El aire acondicionado ha lanzada el edificio sin fin. Si la arquitectura es lo que separa los edificios, el aire
acondicionado es lo que los une. El aire acondicionado ha impuesto regímenes mutantes de organización y coexistencia que la



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arquitectura ya no puede seguir. Al igual que en la edad media, ahora un solo centro comercial es un trabajo de generaciones: el
aire acondicionado hace o deshace nuestras catedrales. Como cuesta dinero y ya no es gratis, el espacio acondicionado se
convierte inevitablemente en un espacio condicional; antes o después todo el espacio condicional se convierte en espacio basura.
El espacio basura es siempre interior, y tan extenso que raramente se perciben sus limites. El espacio se creo apilando unos
materiales encima de otros y consolidándolos para formar una nueva totalidad. El espacio basura es aditivo, estratificado y ligero, y
va quedando descuartizado igual que el cadáver de un animal va siendo desgarrado por los depredadores: pedazos amputados de
una situación universal.

El espacio basura es un ámbito de geometría fingida y simulada. Aunque es algo estrictamente no arquitectónico, tiende hacia lo
abovedado, hacia la cúpula. Algunas partes parecen destinadas a proclamar su carácter inerte, otras se ven frenéticamente
abocadas a la articulación: lo mas apagado junto a lo mas histérico. Los temas corren una cortina de atrofia sobre sus interiores tan
grandes como el Panteón, produciendo abortos en cada rincón. La estética es bizantina, escindida en millares de fragmentos, todos
visibles al mismo tiempo: un vertiginoso populismo panóptico. El neón significa tanto lo nuevo como lo viejo.
Regresivos y futuristas, los interiores hacen referencia, al mismo tiempo, a la edad de piedra y a la era del espacio. Al igual que el
virus inactivo de una inoculación, la arquitectura moderna sigue siendo esencial, pero solo en su versión mas inútil; la high tech ha
venido para celebrar el Milenio, y eso que parecía muerta solo hace una década. Se basa en poner en primer termino lo que
generaciones anteriores habían mantenido en secreto: formas de moluscos con pieles tersamente estiradas, escaleras de urgencia
suspendidas en un trapecio unilateral, elementos artesanales sosteniendo salas de naves casi industriales, hectáreas de vidrio
colgado de una telaraña de cables, y unas sondas hincadas en el espacio para proporcionar fatigosamente lo que a otros sitios
llega sin esfuerzo, el aire libre. La transparencia solo revela todo aquello en lo que no podemos tomar parte. Con las campanadas
de medianoche, todo ello puede convertirse en un estilo gótico taiwanes; después de tres años, en un estilo contemporáneo
nigeriano. Los murales solían mostrar a los dioses; los módulos del espacio basura están dimensionados para portar marcas. Los
mitos pueden habitarse, las marcas dosifican el aura a merced de los grupos de interés. El espacio basura se basa en la
cooperación. No hay diseño sino proliferación creativa. El grafismo tridimensional, los emblemas trasplantados de las franquicias y
las centelleantes infraestructuras de luces, diodos luminosos y videos describen un mundo sin autor, mas allá de la pretensión de
cada cual, completamente singular, totalmente impredecible y sin embargo, intensamente familiar: la regurgitación en lugar de la
resurrección. El espacio basura se despoja de la arquitectura igual que un reptil cambia de piel, y renace cada lunes por la mañana.
En el espacio clásico, la materialidad se basaba en un estado final que solo podía modificarse a costa de una destrucción al menos
parcial. En el mismo momento en que la regularidad y la repetición se ha abandonado como algo represivo, los materiales de
construcción se han hecho cada vez mas modulares, unitarios y normalizados, como si la materia viniese predigitalizada (el
siguiente grado de abstracción). El modulo se hace cada vez mas pequeño, hasta el punto que se convierte en un mosaico. Con
enormes dificultades (discusiones, negociaciones, sabotajes) la irregularidad y la singularidad se elaboran a partir de elementos
idénticos. En vez de intentar arrebatar el orden al caos, lo pintoresco se arrebata ahora a lo homogeneizado. Toda materialización
es provisional; la construcción ha adquirido una nueva tersura, como la sastrería a medida. Verbos desconocidos en la historia de
arquitectura (grapar, pegar, plegar, descargar, encolar, duplicar, fundir) se han hecho indispensables.

Donde antes los detalles indicaban la unión, tal vez para siempre, de materiales dispares, ahora hay un acoplamiento fugaz que
espera ser desecho, desatornillado, un abrazo temporal al que quizás no sobreviva ninguno de sus componentes; no se trata ya de
un encuentro orquestado de la diferencia, sino de un punto muerto, el brusco final de un sistema. Solo los ciegos, al leer con sus
dedos estas líneas defectuosas, comprenderán las historias del espacio basura. Facetado como una formación cristalográfica, no
por la naturaleza o el diseño, sino por omisión, el espacio basura es como una vidriera emplomada que se ha vuelto tridimensional,
una barrera de color delante de muros fluorescentes que generan calor para elevar la temperatura del espacio basura hasta niveles
donde se podrían cultivar orquídeas. El espacio basura es un espacio caliente. Hay dos clases de densidad en el espacio basura: la
primera, óptica; la segunda, informática. Las dos compiten entre si. El espacio basura siempre cambia, pero nunca evoluciona. El
programa del espacio basura es el crescendo, como en el Bolero de Ravel. Tomando historias de un lado y de otro, su contenido es
repetitivo y estable; se multiplica como en una clonación: mas de lo mismo. Algunos sectores se pudren, ya no se ven, y quedan
conectados al cuerpo principal mediante pasajes gangrenosos. El espacio basura es un caldo de cultivo primigenio del
aplazamiento y el consumo, una nueva forma de esa servidumbre de que “la forma sigue a la función”.

Volcado en la gratificación instantánea, el espacio basura contiene el germen de la perfección futura, un lenguaje apologético esta
entretejido en su textura de historia elemental. “Cerrado para su futura diversión”, “perdonen nuestro aspecto” o diminutos carteles
amarillos de “lo sentimos”, señalan las reparaciones en curso o las manchas de humedad, anuncian cierres momentáneos a cambio
de una brillantez inminente: el encanto de las mejoras. Todas las superficies son arqueológicas, es decir, “superposiciones de
diferentes épocas”; (¿cómo llamaríamos al periodo en que era habitual una clase concreta de moqueta continua?). En teoría cada
megaestructura genera su propio subsistema de partículas compatibles y tienden a crear un universo de cohesión galopante. En el
espacio basura se han vuelto las tornas: solo hay subsistemas, sin concepto alguno, partículas huérfanas en busca de un programa
o un patrón.


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Tradicionalmente, la topología implica delimitación, la definición de un modelo singular que excluye otras interpretaciones. El
espacio basura representa una tipología inversa de identidad acumulativa y promiscua que tiene que ver menos con la clase que
con la cantidad. Una tipología de lo informe sigue siendo una tipología, la ausencia de forma sigue siendo forma.
Ejemplos de ello son: la tipología del vertedero, donde los camiones, uno detrás de otro, sueltan su carga para formar un montón,
todo ello pese a lo arbitrario de su contenido y a su carácter esencialmente incompleto; o la tienda de campaña, un envoltorio que
adopta formas distintas para albergar volúmenes interiores variables. El espacio basura puede ser absolutamente caótico o bien
espantosamente estéril y perfecto, indeterminado y excesivamente determinado al mismo tiempo. El espacio basura es como un
liquido que se hubiese condensado en alguna otra forma. Su configuración especifica es tan fortuita como la geometría de un copo
de nieve. Los trazados implican una repetición o, en ultima instancia, unas reglas descifrables; el espacio basura esta mas allá de la
geometría, mas allá de los trazados. Como no puede captarse, el espacio basura no puede recordarse. Es ampuloso pero poco
rememorable, como un protector de pantalla, cuya negativa a quedarse quieto asegura una amnesia instantánea.



Circulación
El espacio basura suele describirse a menudo como un espacio de flujos, pero esta es una denominación poco adecuada; los flujos
dependen de un movimiento disciplinado, de cuerpos que forman una unidad. Aunque se trata de una arquitectura de masas, cada
trayectoria es estrictamente singular. El espacio basura es una telaraña sin araña.
Esta anarquía es una de las ultimas maneras tangibles en que podemos medir nuestra libertad. Es un espacio de colisión, un
contenedor de átomos. Es abigarrado, no denso. Hay en el espacio basura un modo especial de moverse, que es al mismo tiempo
errante y decidido. Es una cultura aprendida. A veces todo un espacio basura se viene abajo debido al inconformismo de uno de sus
miembros; un solo ciudadano de otra cultura un campesino albanes, una madre portuguesa- puede entorpecer y desestabilizar todo
un espacio basura, dejando a su paso una estela de obstrucción, una desregulación finalmente transmitida hasta sus ultimas
consecuencias. Cuando el movimiento se hace coordinado, se congela: en las escaleras mecánicas, cerca de las salidas y junto a
las maquinas de los aparcamientos y los cajeros automáticos.
A veces, bajo coacción, los individuos quedan acorralados en un flujo, se ven empujados por una sola puerta o forzados a salvar el
abismo entre dos obstáculos provisionales (una silla de invalido que pita y una palmera): la evidente animadversión que provoca
esta canalización ridiculiza la idea de los flujos. En el espacio basura, los flujos conducen al desastre: cuerpos muertos
amontonándose ante salidas de urgencia, cerradas, de una discoteca; los grandes almacenes el primer día de rebajas; las
estampidas de grupos enfrentados de hinchas de fútbol; todo ello es prueba de la falta de adaptación entre los portales del espacio
basura y el calibrado medio del resto del mundo. Cada arquitectura encarna ahora dos situaciones: una parte es permanente; la otra
provisional. Unos sectores envejecen, otros se mejoran. Juzgar lo construido suponía una situación estática; el espacio basura esta
siempre en fase de transformación. Supongamos que un aeropuerto necesita mas espacio. En el pasado, se añadían nuevas
terminales cada una mas o menos característica de su propia época- dejando las antiguas como un recuerdo legible, como una
progresión. Dado que los pasajeros han mostrado ampliamente su infinita maleabilidad, la idea de reconstruir en el mismo lugar ha
ganado adeptos. Los pasillos mecánicos se lanzan en sentido inverso. El vestíbulo llega a ser indescifrable: los antiguos espacios
de la indiferencia se convierten en algo genérico, tipo casbah que ofrece vistas de un submundo de vestuarios improvisados, trabajo
manual, humo, pausas de café, incendios reales, etc.
Pantallas de pladur pegadas con cinta adhesiva segregan dos poblaciones: una húmeda y otra seca; una dura y otra blanda; una
fría y otra recalentada; una masculina y otra castrada. Un cambio crea el espacio nuevo; el otro consume el espacio viejo. El techo
es una placa abollada, como los alpes, retículas de planchas inestables se alternan con laminas estampadas de plástico negro,
perforadas de modo inverosímil por mallas de candelabros cristalinos. Los conductos metálicos han sido sustituidos por textiles que
respiran. Las juntas abiertas revelan enormes vacíos en el techo (¿antiguos cañones de amianto?), vigas toscas, tubos, sogas,
cables, aislamiento, protección contra incendios, cuerdas, enmarañados arreglos que de pronto salen a la luz, tan impuros,
torturados y complejos que solo existen porque nunca se planearon. El suelo esta hecho de retales; diferentes texturas luchan por la
supremacía: peludas, toscas, brillantes, plásticas, metálicas, embarradas, etc.
El terreno ya no existe. Hay demasiadas necesidades básicas que han de satisfacerse en un solo plano. Se ha abandonado la idea
de un nivel de referencia, del carácter absoluto de la horizontal. La transparencia ha desaparecido, reemplazada por una densa
costra de ocupación preliminar: quioscos, carritos, cochecitos infantiles, palmeras, fuentes, bares, sofás, etc. Los corredores ya no
unen A con B, sino que se han convertido en galerías comerciales, en “destinos”. Su vida como inquilinos suele ser corta: los
vestidos mas horribles, los escaparates mas inactivos, las flores mas inexplicables. Se ha perdido cualquier perspectiva, como en
una selva tropical (que también esta desapareciendo).
La línea recta se enrolla en configuraciones cada vez mas laberínticas. Solo una especie de perversa coreografía puede explicar los
giros y las vueltas, los ascensos y los descansos, las súbitas inversiones que incluye el típico recorrido desde el mostrador de
facturación hasta la pista de estacionamiento en el típico aeropuerto contemporáneo. Debido a que nunca cuestionamos o
reconstruimos lo absurdo de nuestras trayectorias, nos sometemos dócilmente a dantescos viajes que incluyen perfumes,


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solicitantes de asilo, ropa interior, ostras, teléfonos móviles, salmón ahumado, increíbles aventuras para el cerebro, la vista, el oído,
el olfato, el gusto, el útero o los testículos. En su momento hubo una polémica sobre la línea recta; ahora el ángulo de 90 grados es
solo uno entre muchos. En realidad los restos de antiguas geometrías siempre crean un nuevo embrollo, ofreciendo así
desesperados núcleos de resistencia que forman inestables remolinos en flujos nuevamente oportunistas. ¿Quién osaría exigir
responsabilidad por esta secuencia?. La idea de que antes una profesión imponía o al menos creía predecir- los movimientos de la
gente ahora resulta risible; o peor: impensable. En lugar de diseño, hay cálculos: cuanto mas errático es el camino, mas excéntricos
son los circuitos: cuanto mas eficaz es la exposición, mas inevitable es la transacción. La corriente posmoderna añade una zona
arrugada de poche vírico que fractura y multiplica el interminable frente de exhibición: un retractilado peristáltico crucial para todo
intercambio comercial. Las trayectorias se lanzan por rampas, se vuelven horizontales sin previo aviso, se interceptan, se pliegan
hacia abajo y surgen de pronto en una balconada sobre un gran vacío. (Sin saberlo, siempre habitamos un bocadillo. El espacio se
excava en el espacio basura como si este fuese un bloque de helado que ha pasado demasiado tiempo en el congelador: cónico,
esférico, lo que sea.) Una escalera mecánica nos lleva a un destino desconocido, desde el callejón sin salida donde nos dejo una
monumental escalera de granito, frente a una vista provisional de yeso inspirada en fuentes poco memorables.

Los núcleos de aseos se transmutan en un almacén de Disney y luego se metamorfosean para convertirse en un centro de
meditación: las transformaciones sucesivas ridiculizan la palabra “proyecto”. En este punto muerto entre lo redundante y lo
inevitable, un proyecto realmente habría empeorado las cosas y nos habría llevado a una desesperación inmediata. El proyecto es
una pantalla de radar en la que los impulsos individuales sobreviven durante impredecibles periodos de tiempo en unas grescas
bacanales.

Solo los diagramas dan una versión soportable. El espacio basura es posexistencial: hace incierto el lugar en el que estamos,
obstaculiza el camino por donde vamos y desmonta el sitio de donde venimos. ¿Quiénes somos? Pensamos que podíamos hacer
caso omiso del espacio basura, visitarlo a escondidas, tratarlo con un desdén condescendiente o disfrutarlo indirectamente. Como
no podíamos entenderlo, hemos tirado las llaves. Pero nuestra propia arquitectura esta infectada, se ha hecho igual de lisa, total,
continua, torcida, abigarrada.


política

El espacio basura será nuestra tumba. La mitad de la humanidad contamina para producir y la otra mitad contamina para consumir.
La contaminación combinada de todos los coches, motos, camiones, autobuses y fabricas explotadoras del tercer mundo resulta
una nimiedad en comparación con el pulso generado por el espacio basura. El espacio basura es política: depende de la
eliminación central de la capacidad critica en nombre de la comodidad y el placer. Enteros países diminutos adoptan ahora el
espacio basura como un programa político, establecen regímenes de desorientación planificada, instigan una política de
desorganización sistemática. No es exactamente eso de “todo vale”; en realidad el secreto del espacio basura esta en que es
promiscuo y al mismo tiempo represivo: a medida que prolifera lo informe, lo formal se atrofia y con ello todas las reglas, las
ordenanzas, los recursos, etcétera. El espacio basura conoce todas nuestras emociones, todos nuestros deseos. Es el interior del
vientre del Gran Hermano. Se apodera de las sensaciones de la gente. Se presenta como una banda sonora, un olor, unos letreros,
anuncia descaradamente como quiere que se lo interprete: “sensacional, flamante, enorme, abstracto, minimalista, histórico”. Los
huéspedes del espacio basura forman un colectivo de inquietantes consumidores en actitud de hosca anticipación de su próxima
compra. El espacio basura pretende unificar, pero en realidad escinde. Crea comunidades no de intereses comunes o de libre
asociación, sino de estadísticas idénticas: un mosaico del denominador común. El ego se ve despojado de su intimidad y su
misterio, cada hombre, cada mujer y cada niño se convierten en objetivos, se les espía y se les separa del resto. Los fragmentos se
recomponen solo por “seguridad”, en una retícula de pantallas de video que de modo decepcionante vuelven a ensamblar mágicas
tomas de un cubismo banalizado y utilitario que revela la coherencia global del espacio basura ante la desapasionada mirada de
unos vigilantes poco expuestos: la videoetnografía en bruto. Las superficies mas brillantes de la historia de la humanidad reflejan la
humanidad en su aspecto mas superficial. Cuanto mas habitamos en palacios, mas informalmente nos vestimos.

Como mejor se disfruta el espacio basura es en un estado de embelesamiento posrevolucionario. Hay un grado cero de lealtad
hacia la configuración, no hay una “situación original”, y la arquitectura se ha convertido en una secuencia de imágenes fijas de
video. La única certidumbre es la conversión continua-, seguida en unos cuantos casos por la “restauración”. Ese es el proceso que
reclama constantemente nuevos sectores de historia como aplicación del espacio basura. Igual que el espacio basura es inestable,
su propiedad real siempre va cambiando con una deslealtad similar. A medida que su escala crece rápidamente y rivaliza contra la
del espacio publico, incluso superándola-, su economía se hace mas inescrutable. Su financiación es una bruma deliberada que
difumina acuerdos poco claros, dudosas evasiones fiscales, “sorprendentes” incentivos, posesiones endebles, derechos aéreos
transferidos, copropiedades, zonas especiales y complicidades entre lo publico y lo privado.



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El espacio basura surge espontáneamente gracias a la natural exuberancia empresarial el libre juego de los mercados- o bien se
genera mediante la acción combinada de los “zares” temporales y largos historiales de filantropía tridimensional: funcionarios
públicos a menudo antiguos izquierdistas- que liquidan con optimismo vastas extensiones de litoral, antiguos hipódromos,
aeródromos abandonados y/o piezas de marca conservadas por defecto (el mantenimiento de conjuntos históricos que nadie quiere
pero por alguna razón no pueden destruirse). Procedente de loterías, subsidios, limosnas o subvenciones, un errático flujo de
dólares, euros y yenes crea envoltorios financieros tan frágiles como sus configuraciones anteriores. Debido a una caída estructural
o a un decisivo signo menos una bancarrota bajista-, cada centímetro cuadrado se convierte en una superficie codiciosa y
necesitada que depende de apoyos, compensaciones y fondos, ya sean manifiestos o encubiertos: para la cultura, lapidas en honor
al “donante”; para todo lo demás, efectivo, arriendos, usufructos, cadenas y marcas que reclaman “todo el espacio que quepa”.
Cada atracción porta sus propias debilidades; debido a su endeble viabilidad, el espacio basura se traga cada vez mas programa.
Pronto podremos hacer cualquier cosa en cualquier sitio.

En el espacio basura, el viejo aura encuentra un nuevo lustre para generar una súbita viabilidad comercial: Barcelona se fusiono
con los Juegos Olímpicos, Bilbao, con el Guggenheim; la calle 42, con Disney. En lugar de “vida publica”, espacio publico “de
marca”: lo que queda una vez eliminado lo impredecible. Todos los prototipos del espacio basura son urbanos (el foro romano, la
metrópolis, el futuro); solo su sinergia los hace suburbanos, inflamados y encogidos al mismo tiempo. El espacio ya no tiene
relación con la densidad y la intensificación, sino con la inflación y la deflación. El espacio basura se expande con la economía: su
huella no puede hacerse mas pequeña, sino solo mas grande. Cuando ya no se necesita se abandona.

Para el tercer milenio, el espacio basura asume la responsabilidad del entretenimiento y de la protección, de la exhibición y de la
intimidad, de lo publico y lo privado. El escenario escogido para la megalomanía, para lo dictatorial, ya no es la política, sino el
entretenimiento. Gracias al espacio basura, el entretenimiento organiza regímenes herméticos que se basan en la misma idea de
“concentración” que nos proporcionan los campos de concentración. Sus principales inventos ya resultan antiguos: la imagen en
movimiento, la montaña rusa, el sonido, los dibujos animados, los payasos, los dinosaurios, la guerra. No tenemos nada que añadir,
salvo las estrellas, solo lo recombinamos. El entretenimiento empresarial es un imperio de entropía, forzado a mantenerse en
movimiento por las implacables leyes copernicanas. El secreto de la estética empresarial fue el poder de la eliminación, la
erradicación del exceso. La abstracción como camuflaje. Por exigencia popular, la belleza empresarial se ha vuelto humanista,
inclusivista, arbitraria, poética y confortable: el agua se lanza a presión por orificios muy pequeños, y luego se la obliga a formar
rigurosos aros; las palmeras rectas se doblan en figuras grotescas, el aire se carga de oxigeno; como si forzar el mas rígido
comportamiento en las sustancias maleables fuese lo único que mantiene el control y satisface el impulso de exterminar la sorpresa.
El color ha desaparecido para apagar la cacofonía resultante, unida bajo los efectos de un sedante. El espacio basura es el espacio
de vacaciones.


oficina

Una vez hubo una relación entre el ocio y el trabajo, un dictado bíblico sobre el principio y el fin. Ahora trabajamos mas, atascados
en un permanente fin de semana. La oficina es la siguiente frontera del espacio basura. Ahora que podemos trabajar en casa, la
oficina aspira a lo domestico; y puesto que aun necesitamos vivir la vida, la oficina reproduce la ciudad. El espacio basura
representa la oficina como el hogar urbano: tocadores de reuniones, felices esculturas de escritorio, intimas luces indirectas,
tabiques monumentales, quioscos, mini Starbucks en plazas interiores, y todo ello “conectado” a los demás espacios basura del
mundo, reales o imaginarios.
El siglo XXI traerá un espacio basura “inteligente”; presenciaremos la propaganda empresarial; el sequito del consejero delegado se
convierte en un “colectivo de dirección”:el oximoron como visión. En los grandes murales digitales aparecerán las rebajas, la CNN y
la Bolsa de Nueva York, presentados en tiempo real como un cursillo teórico de autoescuela. “Memoria de equipo”, “persistencia
informativa”: fútiles protecciones contra el olvido universal de lo no rememorable. Pensando para lo interior, el espacio basura puede
engullir fácilmente toda una ciudad a modo de espacio publico “de marca”. Primero se escapa de sus contenedores, y luego el
propio exterior se transforma: se elimina el peligro, las calles se pavimentan con mas lujo, el trafico se calma. Y entonces el espacio
basura se extiende consumiendo la naturaleza como un incendio forestal en Los Angeles. El espacio basura no pretende crear
perfección, solo interés, saca provecho de lo existente (cualquier cosa en peligro): un nuevo pintoresquismo, incluso un nuevo
gótico, generado por colisiones entre objetos inmutables y energías arquitectónicas embrionarias, híbridos del olvido y del recuerdo.
Sus geometrías no son imaginables, solo realizables. Una nueva planta vegetal se acapara por su eficacia temática. La
exteriorización del espacio basura ha permitido la profesionalización de la desnaturalización, un ecofascismo benigno que sitúa a un
tigre siberiano en peligro de extinción en un bosque de tragaperras, cerca de Versace. El aire, el agua, la madera: todo se realza
para producir una hiperecologia santurronamente invocada para lograr el máximo rendimiento. Fuera, entre los casinos, las fuentes
proyectan enteros edificios stalinistas de liquido, eyaculados en una fracción de segundo, momentáneamente suspendidos y luego



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retirados con una competencia amnésica que ni siquiera el espacio basura puede igualar. ¿Puede amplificarse lo anodino? ¿Puede
exagerarse la insulso?


Aeropuerto

¿Altura ? ¿Profundidad? ¿ Longitud? ¿ Variación? ¿Repetición?. A veces lo que genera el espacio basura no es la sobrecarga, sino
justo lo opuesto: una absoluta ausencia de detalles, una situación vaciada, de una alarmante escasez, prueba escandalosa de
cómo se puede organizar tanto con tan poco. Los aeropuertos, alojamiento provisional habitado por una concurrencia unida solo por
la inminencia de su disolución, se han convertido en gulags del consumo, democráticamente distribuidos, por todo el globo para
ofrecer a cada ciudadano las mismas oportunidades de admisión.

Conjuntos enteros compuestos tan solo por tres elementos, repetidos hasta el infinito: una clase de viga, una clase de ladrillo, y una
clase de baldosa, todo recubierto del mismo color (¿es azul verdoso?, ¿herrumbre?, ¿tabaco?). sus simetrías se hinchan mas allá
de cualquier esperanza de reconocimiento. Tomemos el aeropuerto de Dallas Fort Worth: en una displicente desviación de la línea
recta, la interminable curva de sus terminales obliga a sus usuarios a activar la teoría de la relatividad en su búsqueda de la puerta
de entrada. Su apeadero es el inicio aparentemente inocuo de un viaje al centro de la nada absoluta, mas allá de la animación
creada por Pizza Hut, etc.

Donde la cultura sea lo menos convincente ¿será lo primero en agotarse?. ¿Es la vacuidad algo regional? ¿Exigen los espacios
abiertos un espacio basura abierto?. Los estados norteamericanos del sur y el suroeste, el “Sunbelt”, gigantescas poblaciones
donde antes no había nada, dibujos indios en moquetas continuas en PHX, arte publica repartido en todo LAS: solo lo que esta
muerto puede resucitarse. La muerde puede estar causada por exceso o por defecto de esterilidad; ambas situaciones se dan en el
espacio basura (con frecuencia al mismo tiempo). Lo “mínimo” es el ornamento definitivo, el delito mas farisaico, el barroco mas
contemporáneo. No significa belleza, sino culpa. Su concluyente gravedad empuja a culturas enteras a los acogedores brazos de lo
camp y lo kitsch. Aunque parece un alivio frente a la constante avalancha sensorial, lo mínimo es lo máximo, pero travestido, una
sigilosa represión del lujo: cuanto mas severas son las líneas, mas irresistibles son las seducciones. Su misión no consiste en
acercarse a lo sublime, sino en minimizar la vergüenza del consumo, rebajar lo elevado. Lo mínimo existe ahora en un estado de
codependencia parasitaria con la sobredosis: tener y no tener, poseer y ansiar, por fin plegados en una sola emoción. El espacio
basura es como un útero que organiza la transición de interminables cantidades entre lo real (piedra, árboles, mercancías, luz
natural, gente) y lo virtual.


plástico

La constante amenaza de la virtualidad en el espacio basura ya no se sirve del “plástico”, la formica o el vinilo, materiales que solo
“degradan”; montañas enteras se desmontan para proporcionar cantidades cada vez mayores de autenticidad, suspendidas de
abrazaderas precarias, pulidas hasta conseguir un brillo cegador, que hace del pretendido realismo algo inmediatamente esquivo.
La piedra solo se ve en color carne, en amarillo claro o en verde jabonoso, los mismos colores que tenían los plásticos comunistas
en los años cincuenta; la madera es toda pálida; probablemente el origen del espacio basura se remonte a los primeros jardines de
infancia.
El color del mundo real parece cada vez mas irreal y desvaído. El color del espacio virtual es luminoso y, por tanto irresistible. La
presentación habitual del Power Point exhibe súbitas oleadas de exuberancia india que el espacio basura ha sido el primero en
trasladar a la realidad de marca: una simulación de vigor virtual. La ya considerable vastedad del espacio basura se extiende hasta
el infinito en el espacio virtual. Conceptualmente, cada monitor, cada pantalla de televisión es el sustituto de una ventana: la vida
real esta dentro, el ciberespacio son los grandes exteriores.




                                                                                          06

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1 Koolhaas Basura

  • 1. cuatro tap anteproyecto el espacio basura - de la modernización y sus secuelas - r e m k o o l h a a s Si se llama basura espacial a los desechos humanos que ensucian el universo, el “espacio basura es el residuo que la humanidad deja sobre el planeta. El producto construido (volveremos sobre esta mas adelante) de la modernización no es la arquitectura moderna, sino el espacio basura. El espacio basura es lo que queda después que la modernización haya seguido su curso o, mas concretamente, lo que se coagula mientras la modernización esta ocurriendo: su secuela. La modernización tenia un programa racional: compartir universalmente las bendiciones de la ciencia. El espacio basura es su apoteosis, o su derretimiento; aunque cada una de sus partes son fruto de brillantes inventos, su suma augura el final de la ilustración, su resurrección como una farsa, un purgatorio de poca calidad. El espacio basura es la suma total de nuestra arquitectura actual; hemos construido tanto como toda la historia anterior, pero no se nos recordara a esa misma escala. El espacio basura es el fruto del encuentro entre la escalera mecánica y el aire acondicionado, concebido en una incubadora de pladur (las tres cosas faltan en los libros de historia). El espacio basura es la contrafigura del espacio, un territorio de una ambición devaluada, expectativas limitadas y una sinceridad reducida. El espacio basura es un “triangulo de las bermudas” de conceptos, una “cápsula de Petri” abandonada: reduce la inmunidad, suprime las distinciones, socava la determinación y prefiere la intención a la ejecución. Reemplaza la jerarquía por la acumulación y la composición por la adición. Mas y mas es mas. El espacio basura esta verde y maduro al mismo tiempo; es un colosal manto de seguridad que cubre la tierra, la suma de todas las decisiones no tomadas, de los problemas no afrontados, de las opciones no elegidas, de las prioridades dejadas sin definir, de las contradicciones perpetuadas, de los compromisos adoptados, de la corrupción tolerada. El espacio basura es como estar condenado a un jacuzzi perpetuo con millones de tus mejores amigos. Es un enmarañado imperio de la confusión que funde lo publico y lo privado, lo derecho y lo torcido, lo atiborrado y lo famélico, lo elevado y lo mezquino, para ofrecer un mosaico sin suturas de lo permanente inconexo. Aparentemente apoteósico y espacialmente grandioso, el efecto de su riqueza es una vacuidad terminal, una depravada parodia que sistemáticamente erosiona la credibilidad de la arquitectura, posiblemente para siempre. Vale, hablemos del espacio entonces: de la belleza de los aeropuertos, en especial después de cada ampliación; del brillo de las remodelaciones; de la variedad de los centros comerciales. Vamos a explorar el espacio publico, a descubrir los casinos y a investigar los parques temáticos. Nuestra preocupación por la gente ha vuelto invisible la arquitectura para la gente. Fue un error inventar la arquitectura moderna para el siglo XX; la arquitectura desapareció en el siglo XX; hemos estado leyendo una nota a pie de pagina con un microscopio, esperando que se convirtiese en novela. El espacio basura parece una aberración, pero es la esencia, lo principal. El espacio basura se presenta como si un huracán hubiese recompuesto una situación previamente ordenada, pero esa impresión es engañosa: tal situación nunca fue coherente y nunca aspiro a serlo. Cuando pensamos en el espacio, solo hemos mirado sus contenedores. Toda la teoría para la producción del espacio se basa en una preocupación obsesiva por lo opuesto: la masa, es decir la arquitectura. La continuidad es la esencia del espacio basura; este aprovecha cualquier invención que permita la expansión, incorpora cualquier recurso que fomente la desorientación (los espejos, los pulidos, el eco), despliega una infraestructura de no interrupción: escaleras mecánicas, aspersores, barreras contraincendios, cortinas de aire caliente, aire acondicionado, etcétera. El espacio basura esta sellado, se mantiene unido no por la estructura, sino por la piel, como una burbuja. La gravedad ha permanecido constante, resistida por el mismo arsenal desde que el mundo es mundo; pero el aire acondicionado un medio invisible y, por tanto, del que no queda constancia- ha revolucionado realmente la arquitectura del siglo XX. El aire acondicionado ha lanzada el edificio sin fin. Si la arquitectura es lo que separa los edificios, el aire acondicionado es lo que los une. El aire acondicionado ha impuesto regímenes mutantes de organización y coexistencia que la 01
  • 2. arquitectura ya no puede seguir. Al igual que en la edad media, ahora un solo centro comercial es un trabajo de generaciones: el aire acondicionado hace o deshace nuestras catedrales. Como cuesta dinero y ya no es gratis, el espacio acondicionado se convierte inevitablemente en un espacio condicional; antes o después todo el espacio condicional se convierte en espacio basura. El espacio basura es siempre interior, y tan extenso que raramente se perciben sus limites. El espacio se creo apilando unos materiales encima de otros y consolidándolos para formar una nueva totalidad. El espacio basura es aditivo, estratificado y ligero, y va quedando descuartizado igual que el cadáver de un animal va siendo desgarrado por los depredadores: pedazos amputados de una situación universal. El espacio basura es un ámbito de geometría fingida y simulada. Aunque es algo estrictamente no arquitectónico, tiende hacia lo abovedado, hacia la cúpula. Algunas partes parecen destinadas a proclamar su carácter inerte, otras se ven frenéticamente abocadas a la articulación: lo mas apagado junto a lo mas histérico. Los temas corren una cortina de atrofia sobre sus interiores tan grandes como el Panteón, produciendo abortos en cada rincón. La estética es bizantina, escindida en millares de fragmentos, todos visibles al mismo tiempo: un vertiginoso populismo panóptico. El neón significa tanto lo nuevo como lo viejo. Regresivos y futuristas, los interiores hacen referencia, al mismo tiempo, a la edad de piedra y a la era del espacio. Al igual que el virus inactivo de una inoculación, la arquitectura moderna sigue siendo esencial, pero solo en su versión mas inútil; la high tech ha venido para celebrar el Milenio, y eso que parecía muerta solo hace una década. Se basa en poner en primer termino lo que generaciones anteriores habían mantenido en secreto: formas de moluscos con pieles tersamente estiradas, escaleras de urgencia suspendidas en un trapecio unilateral, elementos artesanales sosteniendo salas de naves casi industriales, hectáreas de vidrio colgado de una telaraña de cables, y unas sondas hincadas en el espacio para proporcionar fatigosamente lo que a otros sitios llega sin esfuerzo, el aire libre. La transparencia solo revela todo aquello en lo que no podemos tomar parte. Con las campanadas de medianoche, todo ello puede convertirse en un estilo gótico taiwanes; después de tres años, en un estilo contemporáneo nigeriano. Los murales solían mostrar a los dioses; los módulos del espacio basura están dimensionados para portar marcas. Los mitos pueden habitarse, las marcas dosifican el aura a merced de los grupos de interés. El espacio basura se basa en la cooperación. No hay diseño sino proliferación creativa. El grafismo tridimensional, los emblemas trasplantados de las franquicias y las centelleantes infraestructuras de luces, diodos luminosos y videos describen un mundo sin autor, mas allá de la pretensión de cada cual, completamente singular, totalmente impredecible y sin embargo, intensamente familiar: la regurgitación en lugar de la resurrección. El espacio basura se despoja de la arquitectura igual que un reptil cambia de piel, y renace cada lunes por la mañana. En el espacio clásico, la materialidad se basaba en un estado final que solo podía modificarse a costa de una destrucción al menos parcial. En el mismo momento en que la regularidad y la repetición se ha abandonado como algo represivo, los materiales de construcción se han hecho cada vez mas modulares, unitarios y normalizados, como si la materia viniese predigitalizada (el siguiente grado de abstracción). El modulo se hace cada vez mas pequeño, hasta el punto que se convierte en un mosaico. Con enormes dificultades (discusiones, negociaciones, sabotajes) la irregularidad y la singularidad se elaboran a partir de elementos idénticos. En vez de intentar arrebatar el orden al caos, lo pintoresco se arrebata ahora a lo homogeneizado. Toda materialización es provisional; la construcción ha adquirido una nueva tersura, como la sastrería a medida. Verbos desconocidos en la historia de arquitectura (grapar, pegar, plegar, descargar, encolar, duplicar, fundir) se han hecho indispensables. Donde antes los detalles indicaban la unión, tal vez para siempre, de materiales dispares, ahora hay un acoplamiento fugaz que espera ser desecho, desatornillado, un abrazo temporal al que quizás no sobreviva ninguno de sus componentes; no se trata ya de un encuentro orquestado de la diferencia, sino de un punto muerto, el brusco final de un sistema. Solo los ciegos, al leer con sus dedos estas líneas defectuosas, comprenderán las historias del espacio basura. Facetado como una formación cristalográfica, no por la naturaleza o el diseño, sino por omisión, el espacio basura es como una vidriera emplomada que se ha vuelto tridimensional, una barrera de color delante de muros fluorescentes que generan calor para elevar la temperatura del espacio basura hasta niveles donde se podrían cultivar orquídeas. El espacio basura es un espacio caliente. Hay dos clases de densidad en el espacio basura: la primera, óptica; la segunda, informática. Las dos compiten entre si. El espacio basura siempre cambia, pero nunca evoluciona. El programa del espacio basura es el crescendo, como en el Bolero de Ravel. Tomando historias de un lado y de otro, su contenido es repetitivo y estable; se multiplica como en una clonación: mas de lo mismo. Algunos sectores se pudren, ya no se ven, y quedan conectados al cuerpo principal mediante pasajes gangrenosos. El espacio basura es un caldo de cultivo primigenio del aplazamiento y el consumo, una nueva forma de esa servidumbre de que “la forma sigue a la función”. Volcado en la gratificación instantánea, el espacio basura contiene el germen de la perfección futura, un lenguaje apologético esta entretejido en su textura de historia elemental. “Cerrado para su futura diversión”, “perdonen nuestro aspecto” o diminutos carteles amarillos de “lo sentimos”, señalan las reparaciones en curso o las manchas de humedad, anuncian cierres momentáneos a cambio de una brillantez inminente: el encanto de las mejoras. Todas las superficies son arqueológicas, es decir, “superposiciones de diferentes épocas”; (¿cómo llamaríamos al periodo en que era habitual una clase concreta de moqueta continua?). En teoría cada megaestructura genera su propio subsistema de partículas compatibles y tienden a crear un universo de cohesión galopante. En el espacio basura se han vuelto las tornas: solo hay subsistemas, sin concepto alguno, partículas huérfanas en busca de un programa o un patrón. 02
  • 3. Tradicionalmente, la topología implica delimitación, la definición de un modelo singular que excluye otras interpretaciones. El espacio basura representa una tipología inversa de identidad acumulativa y promiscua que tiene que ver menos con la clase que con la cantidad. Una tipología de lo informe sigue siendo una tipología, la ausencia de forma sigue siendo forma. Ejemplos de ello son: la tipología del vertedero, donde los camiones, uno detrás de otro, sueltan su carga para formar un montón, todo ello pese a lo arbitrario de su contenido y a su carácter esencialmente incompleto; o la tienda de campaña, un envoltorio que adopta formas distintas para albergar volúmenes interiores variables. El espacio basura puede ser absolutamente caótico o bien espantosamente estéril y perfecto, indeterminado y excesivamente determinado al mismo tiempo. El espacio basura es como un liquido que se hubiese condensado en alguna otra forma. Su configuración especifica es tan fortuita como la geometría de un copo de nieve. Los trazados implican una repetición o, en ultima instancia, unas reglas descifrables; el espacio basura esta mas allá de la geometría, mas allá de los trazados. Como no puede captarse, el espacio basura no puede recordarse. Es ampuloso pero poco rememorable, como un protector de pantalla, cuya negativa a quedarse quieto asegura una amnesia instantánea. Circulación El espacio basura suele describirse a menudo como un espacio de flujos, pero esta es una denominación poco adecuada; los flujos dependen de un movimiento disciplinado, de cuerpos que forman una unidad. Aunque se trata de una arquitectura de masas, cada trayectoria es estrictamente singular. El espacio basura es una telaraña sin araña. Esta anarquía es una de las ultimas maneras tangibles en que podemos medir nuestra libertad. Es un espacio de colisión, un contenedor de átomos. Es abigarrado, no denso. Hay en el espacio basura un modo especial de moverse, que es al mismo tiempo errante y decidido. Es una cultura aprendida. A veces todo un espacio basura se viene abajo debido al inconformismo de uno de sus miembros; un solo ciudadano de otra cultura un campesino albanes, una madre portuguesa- puede entorpecer y desestabilizar todo un espacio basura, dejando a su paso una estela de obstrucción, una desregulación finalmente transmitida hasta sus ultimas consecuencias. Cuando el movimiento se hace coordinado, se congela: en las escaleras mecánicas, cerca de las salidas y junto a las maquinas de los aparcamientos y los cajeros automáticos. A veces, bajo coacción, los individuos quedan acorralados en un flujo, se ven empujados por una sola puerta o forzados a salvar el abismo entre dos obstáculos provisionales (una silla de invalido que pita y una palmera): la evidente animadversión que provoca esta canalización ridiculiza la idea de los flujos. En el espacio basura, los flujos conducen al desastre: cuerpos muertos amontonándose ante salidas de urgencia, cerradas, de una discoteca; los grandes almacenes el primer día de rebajas; las estampidas de grupos enfrentados de hinchas de fútbol; todo ello es prueba de la falta de adaptación entre los portales del espacio basura y el calibrado medio del resto del mundo. Cada arquitectura encarna ahora dos situaciones: una parte es permanente; la otra provisional. Unos sectores envejecen, otros se mejoran. Juzgar lo construido suponía una situación estática; el espacio basura esta siempre en fase de transformación. Supongamos que un aeropuerto necesita mas espacio. En el pasado, se añadían nuevas terminales cada una mas o menos característica de su propia época- dejando las antiguas como un recuerdo legible, como una progresión. Dado que los pasajeros han mostrado ampliamente su infinita maleabilidad, la idea de reconstruir en el mismo lugar ha ganado adeptos. Los pasillos mecánicos se lanzan en sentido inverso. El vestíbulo llega a ser indescifrable: los antiguos espacios de la indiferencia se convierten en algo genérico, tipo casbah que ofrece vistas de un submundo de vestuarios improvisados, trabajo manual, humo, pausas de café, incendios reales, etc. Pantallas de pladur pegadas con cinta adhesiva segregan dos poblaciones: una húmeda y otra seca; una dura y otra blanda; una fría y otra recalentada; una masculina y otra castrada. Un cambio crea el espacio nuevo; el otro consume el espacio viejo. El techo es una placa abollada, como los alpes, retículas de planchas inestables se alternan con laminas estampadas de plástico negro, perforadas de modo inverosímil por mallas de candelabros cristalinos. Los conductos metálicos han sido sustituidos por textiles que respiran. Las juntas abiertas revelan enormes vacíos en el techo (¿antiguos cañones de amianto?), vigas toscas, tubos, sogas, cables, aislamiento, protección contra incendios, cuerdas, enmarañados arreglos que de pronto salen a la luz, tan impuros, torturados y complejos que solo existen porque nunca se planearon. El suelo esta hecho de retales; diferentes texturas luchan por la supremacía: peludas, toscas, brillantes, plásticas, metálicas, embarradas, etc. El terreno ya no existe. Hay demasiadas necesidades básicas que han de satisfacerse en un solo plano. Se ha abandonado la idea de un nivel de referencia, del carácter absoluto de la horizontal. La transparencia ha desaparecido, reemplazada por una densa costra de ocupación preliminar: quioscos, carritos, cochecitos infantiles, palmeras, fuentes, bares, sofás, etc. Los corredores ya no unen A con B, sino que se han convertido en galerías comerciales, en “destinos”. Su vida como inquilinos suele ser corta: los vestidos mas horribles, los escaparates mas inactivos, las flores mas inexplicables. Se ha perdido cualquier perspectiva, como en una selva tropical (que también esta desapareciendo). La línea recta se enrolla en configuraciones cada vez mas laberínticas. Solo una especie de perversa coreografía puede explicar los giros y las vueltas, los ascensos y los descansos, las súbitas inversiones que incluye el típico recorrido desde el mostrador de facturación hasta la pista de estacionamiento en el típico aeropuerto contemporáneo. Debido a que nunca cuestionamos o reconstruimos lo absurdo de nuestras trayectorias, nos sometemos dócilmente a dantescos viajes que incluyen perfumes, 03
  • 4. solicitantes de asilo, ropa interior, ostras, teléfonos móviles, salmón ahumado, increíbles aventuras para el cerebro, la vista, el oído, el olfato, el gusto, el útero o los testículos. En su momento hubo una polémica sobre la línea recta; ahora el ángulo de 90 grados es solo uno entre muchos. En realidad los restos de antiguas geometrías siempre crean un nuevo embrollo, ofreciendo así desesperados núcleos de resistencia que forman inestables remolinos en flujos nuevamente oportunistas. ¿Quién osaría exigir responsabilidad por esta secuencia?. La idea de que antes una profesión imponía o al menos creía predecir- los movimientos de la gente ahora resulta risible; o peor: impensable. En lugar de diseño, hay cálculos: cuanto mas errático es el camino, mas excéntricos son los circuitos: cuanto mas eficaz es la exposición, mas inevitable es la transacción. La corriente posmoderna añade una zona arrugada de poche vírico que fractura y multiplica el interminable frente de exhibición: un retractilado peristáltico crucial para todo intercambio comercial. Las trayectorias se lanzan por rampas, se vuelven horizontales sin previo aviso, se interceptan, se pliegan hacia abajo y surgen de pronto en una balconada sobre un gran vacío. (Sin saberlo, siempre habitamos un bocadillo. El espacio se excava en el espacio basura como si este fuese un bloque de helado que ha pasado demasiado tiempo en el congelador: cónico, esférico, lo que sea.) Una escalera mecánica nos lleva a un destino desconocido, desde el callejón sin salida donde nos dejo una monumental escalera de granito, frente a una vista provisional de yeso inspirada en fuentes poco memorables. Los núcleos de aseos se transmutan en un almacén de Disney y luego se metamorfosean para convertirse en un centro de meditación: las transformaciones sucesivas ridiculizan la palabra “proyecto”. En este punto muerto entre lo redundante y lo inevitable, un proyecto realmente habría empeorado las cosas y nos habría llevado a una desesperación inmediata. El proyecto es una pantalla de radar en la que los impulsos individuales sobreviven durante impredecibles periodos de tiempo en unas grescas bacanales. Solo los diagramas dan una versión soportable. El espacio basura es posexistencial: hace incierto el lugar en el que estamos, obstaculiza el camino por donde vamos y desmonta el sitio de donde venimos. ¿Quiénes somos? Pensamos que podíamos hacer caso omiso del espacio basura, visitarlo a escondidas, tratarlo con un desdén condescendiente o disfrutarlo indirectamente. Como no podíamos entenderlo, hemos tirado las llaves. Pero nuestra propia arquitectura esta infectada, se ha hecho igual de lisa, total, continua, torcida, abigarrada. política El espacio basura será nuestra tumba. La mitad de la humanidad contamina para producir y la otra mitad contamina para consumir. La contaminación combinada de todos los coches, motos, camiones, autobuses y fabricas explotadoras del tercer mundo resulta una nimiedad en comparación con el pulso generado por el espacio basura. El espacio basura es política: depende de la eliminación central de la capacidad critica en nombre de la comodidad y el placer. Enteros países diminutos adoptan ahora el espacio basura como un programa político, establecen regímenes de desorientación planificada, instigan una política de desorganización sistemática. No es exactamente eso de “todo vale”; en realidad el secreto del espacio basura esta en que es promiscuo y al mismo tiempo represivo: a medida que prolifera lo informe, lo formal se atrofia y con ello todas las reglas, las ordenanzas, los recursos, etcétera. El espacio basura conoce todas nuestras emociones, todos nuestros deseos. Es el interior del vientre del Gran Hermano. Se apodera de las sensaciones de la gente. Se presenta como una banda sonora, un olor, unos letreros, anuncia descaradamente como quiere que se lo interprete: “sensacional, flamante, enorme, abstracto, minimalista, histórico”. Los huéspedes del espacio basura forman un colectivo de inquietantes consumidores en actitud de hosca anticipación de su próxima compra. El espacio basura pretende unificar, pero en realidad escinde. Crea comunidades no de intereses comunes o de libre asociación, sino de estadísticas idénticas: un mosaico del denominador común. El ego se ve despojado de su intimidad y su misterio, cada hombre, cada mujer y cada niño se convierten en objetivos, se les espía y se les separa del resto. Los fragmentos se recomponen solo por “seguridad”, en una retícula de pantallas de video que de modo decepcionante vuelven a ensamblar mágicas tomas de un cubismo banalizado y utilitario que revela la coherencia global del espacio basura ante la desapasionada mirada de unos vigilantes poco expuestos: la videoetnografía en bruto. Las superficies mas brillantes de la historia de la humanidad reflejan la humanidad en su aspecto mas superficial. Cuanto mas habitamos en palacios, mas informalmente nos vestimos. Como mejor se disfruta el espacio basura es en un estado de embelesamiento posrevolucionario. Hay un grado cero de lealtad hacia la configuración, no hay una “situación original”, y la arquitectura se ha convertido en una secuencia de imágenes fijas de video. La única certidumbre es la conversión continua-, seguida en unos cuantos casos por la “restauración”. Ese es el proceso que reclama constantemente nuevos sectores de historia como aplicación del espacio basura. Igual que el espacio basura es inestable, su propiedad real siempre va cambiando con una deslealtad similar. A medida que su escala crece rápidamente y rivaliza contra la del espacio publico, incluso superándola-, su economía se hace mas inescrutable. Su financiación es una bruma deliberada que difumina acuerdos poco claros, dudosas evasiones fiscales, “sorprendentes” incentivos, posesiones endebles, derechos aéreos transferidos, copropiedades, zonas especiales y complicidades entre lo publico y lo privado. 04
  • 5. El espacio basura surge espontáneamente gracias a la natural exuberancia empresarial el libre juego de los mercados- o bien se genera mediante la acción combinada de los “zares” temporales y largos historiales de filantropía tridimensional: funcionarios públicos a menudo antiguos izquierdistas- que liquidan con optimismo vastas extensiones de litoral, antiguos hipódromos, aeródromos abandonados y/o piezas de marca conservadas por defecto (el mantenimiento de conjuntos históricos que nadie quiere pero por alguna razón no pueden destruirse). Procedente de loterías, subsidios, limosnas o subvenciones, un errático flujo de dólares, euros y yenes crea envoltorios financieros tan frágiles como sus configuraciones anteriores. Debido a una caída estructural o a un decisivo signo menos una bancarrota bajista-, cada centímetro cuadrado se convierte en una superficie codiciosa y necesitada que depende de apoyos, compensaciones y fondos, ya sean manifiestos o encubiertos: para la cultura, lapidas en honor al “donante”; para todo lo demás, efectivo, arriendos, usufructos, cadenas y marcas que reclaman “todo el espacio que quepa”. Cada atracción porta sus propias debilidades; debido a su endeble viabilidad, el espacio basura se traga cada vez mas programa. Pronto podremos hacer cualquier cosa en cualquier sitio. En el espacio basura, el viejo aura encuentra un nuevo lustre para generar una súbita viabilidad comercial: Barcelona se fusiono con los Juegos Olímpicos, Bilbao, con el Guggenheim; la calle 42, con Disney. En lugar de “vida publica”, espacio publico “de marca”: lo que queda una vez eliminado lo impredecible. Todos los prototipos del espacio basura son urbanos (el foro romano, la metrópolis, el futuro); solo su sinergia los hace suburbanos, inflamados y encogidos al mismo tiempo. El espacio ya no tiene relación con la densidad y la intensificación, sino con la inflación y la deflación. El espacio basura se expande con la economía: su huella no puede hacerse mas pequeña, sino solo mas grande. Cuando ya no se necesita se abandona. Para el tercer milenio, el espacio basura asume la responsabilidad del entretenimiento y de la protección, de la exhibición y de la intimidad, de lo publico y lo privado. El escenario escogido para la megalomanía, para lo dictatorial, ya no es la política, sino el entretenimiento. Gracias al espacio basura, el entretenimiento organiza regímenes herméticos que se basan en la misma idea de “concentración” que nos proporcionan los campos de concentración. Sus principales inventos ya resultan antiguos: la imagen en movimiento, la montaña rusa, el sonido, los dibujos animados, los payasos, los dinosaurios, la guerra. No tenemos nada que añadir, salvo las estrellas, solo lo recombinamos. El entretenimiento empresarial es un imperio de entropía, forzado a mantenerse en movimiento por las implacables leyes copernicanas. El secreto de la estética empresarial fue el poder de la eliminación, la erradicación del exceso. La abstracción como camuflaje. Por exigencia popular, la belleza empresarial se ha vuelto humanista, inclusivista, arbitraria, poética y confortable: el agua se lanza a presión por orificios muy pequeños, y luego se la obliga a formar rigurosos aros; las palmeras rectas se doblan en figuras grotescas, el aire se carga de oxigeno; como si forzar el mas rígido comportamiento en las sustancias maleables fuese lo único que mantiene el control y satisface el impulso de exterminar la sorpresa. El color ha desaparecido para apagar la cacofonía resultante, unida bajo los efectos de un sedante. El espacio basura es el espacio de vacaciones. oficina Una vez hubo una relación entre el ocio y el trabajo, un dictado bíblico sobre el principio y el fin. Ahora trabajamos mas, atascados en un permanente fin de semana. La oficina es la siguiente frontera del espacio basura. Ahora que podemos trabajar en casa, la oficina aspira a lo domestico; y puesto que aun necesitamos vivir la vida, la oficina reproduce la ciudad. El espacio basura representa la oficina como el hogar urbano: tocadores de reuniones, felices esculturas de escritorio, intimas luces indirectas, tabiques monumentales, quioscos, mini Starbucks en plazas interiores, y todo ello “conectado” a los demás espacios basura del mundo, reales o imaginarios. El siglo XXI traerá un espacio basura “inteligente”; presenciaremos la propaganda empresarial; el sequito del consejero delegado se convierte en un “colectivo de dirección”:el oximoron como visión. En los grandes murales digitales aparecerán las rebajas, la CNN y la Bolsa de Nueva York, presentados en tiempo real como un cursillo teórico de autoescuela. “Memoria de equipo”, “persistencia informativa”: fútiles protecciones contra el olvido universal de lo no rememorable. Pensando para lo interior, el espacio basura puede engullir fácilmente toda una ciudad a modo de espacio publico “de marca”. Primero se escapa de sus contenedores, y luego el propio exterior se transforma: se elimina el peligro, las calles se pavimentan con mas lujo, el trafico se calma. Y entonces el espacio basura se extiende consumiendo la naturaleza como un incendio forestal en Los Angeles. El espacio basura no pretende crear perfección, solo interés, saca provecho de lo existente (cualquier cosa en peligro): un nuevo pintoresquismo, incluso un nuevo gótico, generado por colisiones entre objetos inmutables y energías arquitectónicas embrionarias, híbridos del olvido y del recuerdo. Sus geometrías no son imaginables, solo realizables. Una nueva planta vegetal se acapara por su eficacia temática. La exteriorización del espacio basura ha permitido la profesionalización de la desnaturalización, un ecofascismo benigno que sitúa a un tigre siberiano en peligro de extinción en un bosque de tragaperras, cerca de Versace. El aire, el agua, la madera: todo se realza para producir una hiperecologia santurronamente invocada para lograr el máximo rendimiento. Fuera, entre los casinos, las fuentes proyectan enteros edificios stalinistas de liquido, eyaculados en una fracción de segundo, momentáneamente suspendidos y luego 05
  • 6. retirados con una competencia amnésica que ni siquiera el espacio basura puede igualar. ¿Puede amplificarse lo anodino? ¿Puede exagerarse la insulso? Aeropuerto ¿Altura ? ¿Profundidad? ¿ Longitud? ¿ Variación? ¿Repetición?. A veces lo que genera el espacio basura no es la sobrecarga, sino justo lo opuesto: una absoluta ausencia de detalles, una situación vaciada, de una alarmante escasez, prueba escandalosa de cómo se puede organizar tanto con tan poco. Los aeropuertos, alojamiento provisional habitado por una concurrencia unida solo por la inminencia de su disolución, se han convertido en gulags del consumo, democráticamente distribuidos, por todo el globo para ofrecer a cada ciudadano las mismas oportunidades de admisión. Conjuntos enteros compuestos tan solo por tres elementos, repetidos hasta el infinito: una clase de viga, una clase de ladrillo, y una clase de baldosa, todo recubierto del mismo color (¿es azul verdoso?, ¿herrumbre?, ¿tabaco?). sus simetrías se hinchan mas allá de cualquier esperanza de reconocimiento. Tomemos el aeropuerto de Dallas Fort Worth: en una displicente desviación de la línea recta, la interminable curva de sus terminales obliga a sus usuarios a activar la teoría de la relatividad en su búsqueda de la puerta de entrada. Su apeadero es el inicio aparentemente inocuo de un viaje al centro de la nada absoluta, mas allá de la animación creada por Pizza Hut, etc. Donde la cultura sea lo menos convincente ¿será lo primero en agotarse?. ¿Es la vacuidad algo regional? ¿Exigen los espacios abiertos un espacio basura abierto?. Los estados norteamericanos del sur y el suroeste, el “Sunbelt”, gigantescas poblaciones donde antes no había nada, dibujos indios en moquetas continuas en PHX, arte publica repartido en todo LAS: solo lo que esta muerto puede resucitarse. La muerde puede estar causada por exceso o por defecto de esterilidad; ambas situaciones se dan en el espacio basura (con frecuencia al mismo tiempo). Lo “mínimo” es el ornamento definitivo, el delito mas farisaico, el barroco mas contemporáneo. No significa belleza, sino culpa. Su concluyente gravedad empuja a culturas enteras a los acogedores brazos de lo camp y lo kitsch. Aunque parece un alivio frente a la constante avalancha sensorial, lo mínimo es lo máximo, pero travestido, una sigilosa represión del lujo: cuanto mas severas son las líneas, mas irresistibles son las seducciones. Su misión no consiste en acercarse a lo sublime, sino en minimizar la vergüenza del consumo, rebajar lo elevado. Lo mínimo existe ahora en un estado de codependencia parasitaria con la sobredosis: tener y no tener, poseer y ansiar, por fin plegados en una sola emoción. El espacio basura es como un útero que organiza la transición de interminables cantidades entre lo real (piedra, árboles, mercancías, luz natural, gente) y lo virtual. plástico La constante amenaza de la virtualidad en el espacio basura ya no se sirve del “plástico”, la formica o el vinilo, materiales que solo “degradan”; montañas enteras se desmontan para proporcionar cantidades cada vez mayores de autenticidad, suspendidas de abrazaderas precarias, pulidas hasta conseguir un brillo cegador, que hace del pretendido realismo algo inmediatamente esquivo. La piedra solo se ve en color carne, en amarillo claro o en verde jabonoso, los mismos colores que tenían los plásticos comunistas en los años cincuenta; la madera es toda pálida; probablemente el origen del espacio basura se remonte a los primeros jardines de infancia. El color del mundo real parece cada vez mas irreal y desvaído. El color del espacio virtual es luminoso y, por tanto irresistible. La presentación habitual del Power Point exhibe súbitas oleadas de exuberancia india que el espacio basura ha sido el primero en trasladar a la realidad de marca: una simulación de vigor virtual. La ya considerable vastedad del espacio basura se extiende hasta el infinito en el espacio virtual. Conceptualmente, cada monitor, cada pantalla de televisión es el sustituto de una ventana: la vida real esta dentro, el ciberespacio son los grandes exteriores. 06