2. Hay quienes dudan de la existencia de Dios, o simplemente la niegan; nosotros quizá nos esforzamos por convencerlos de que Dios existe; quizá no lo logramos. ¿Por qué no lo logramos? ¿Porque Dios no existe o porque nosotros no sabemos demostrar su existencia? Al mundo hay que decirle que Dios existe, no tanto con argumentos, cuanto con obras; hay que presentar un Dios vivo y vivificante; al fin y al cabo, como Él es. En todo cuanto toquemos, pongamos la marca de Dios; en todo lo que digamos, transparentemos a Dios; en todo cuanto hagamos, vivamos nosotros a Dios... y pronto los demás verán esas marcas de Dios, oirán esos sonidos de Dios, sentirán esa presencia de Dios. Y sobrarán los argumentos; como el niño no necesita argumentos para amar a su madre, el hombre no debe necesitar de argumentos o palabras para creer en Dios ni para amarle.
3. ¿Te has fijado cómo se consume la vela? Da luz, disipa tinieblas, pero a costa de su propia existencia; se va consumiendo, deshaciendo, desapareciendo... Cuanto más luz, menos le queda para ella. Y cuando ya no puede ser útil, deja de existir. Así tenemos que ser nosotros: debemos dar luz a costa de nuestra muerte total. Este ha de ser nuestro programa de vida: dar la felicidad a los otros, aunque ello suponga que nosotros nos deshacemos y desaparecemos. Cuando la madre da la vida a su hijo, pierde algo de sí; pero ella no desaparece del todo; queda en su propio hijo; en su hijo cobra nueva vida, más joven, más llena de posibilidades. Es hermoso llegar al final de la vida teniendo conciencia de que nos hemos consumido por el bien de los demás.
4. La gran preocupación del hombre es cómo hacer para echarse la cruz de los hombros. Son inmensos los esfuerzos que está haciendo el hombre para evitar la carga de la cruz, del sufrimiento; se quiere tener una una vida sin sufrimientos, sin dolores, sin problemas; pero en ese afán desmedido el hombre encuentra su penitencia. Es que el hombre de hoy desconoce que el sufrimiento puede tener en sí un verdadero valor; lo desconoce y lo rechaza. En su esfuerzo por hallar una vida sin sufrimientos, halla unos sufrimientos sin vida, es decir, sin sentido, sin proyección y eso es precisamente lo que le amarga: que no puede escaparse de sufrir y que no le vea ningún sentido a su sufrimiento. Hablando en cristiano, diríamos que el que pretende encontrar un Cristo sin cruz, encontrará una cruz sin Cristo; y una cruz sin Cristo resulta abrumadora, amarga, insoportable de llevar sobre los hombros, imposible de llevarla en el corazón.
5. La gratitud es propia de las almas bien nacidas. Por eso es justo que demos las gracias a Dios de todo lo que nos está dando a diario con manos largas y generosas. El sol que acaricia nuestras mejillas, el agua que refresca nuestros cuerpos, el calor que vivifica, el trino del zorzal en la enramada, la espiga del trigo candeal que se balancea por el céfiro de la tarde... Todo eso es don y regalo del buen Dios. Las risas de los niños, el aroma de las flores, el placer de la amistad, el afecto del hogar, el amor de los esposos, la bandera de la patria, el consuelo de la fe... todo eso es don y regalo del buen Dios. Los minutos que transcurren, los días que se deslizan, los años que se nos pasan, la salud y las fuerzas, el trabajo y los descansos... todo eso es don de Dios. Motivos más que suficientes para serle agradecidos.
6. Todos pedimos y todos esperamos conseguir lo que pedimos; mejoras, confort, comodidades, excepciones... Todos pedimos y son pocos los que dan. Son pocos los que imitan a Cristo, cuyas manos nunca pidieron y siempre dieron; y porque siempre dieron, se le fueron gastando de tal forma, que hasta se le llegaron a perforar. Nuestras manos, a semejanza de las suyas, también pueden gastarse y romperse de tanto dar: dar consuelo, dar ayuda, dar comprensión, dar fuerza; dar, dar y siempre dar. Es la mejor manera de realizarse uno mismo, aún a costa de que se nos perforen las manos, como las de Cristo. No debemos contentarnos con dar, ni aún con darnos esporádicamente; debemos estar en constante disposición y actitud de darnos; debemos hacer del “darnos”, algo así como una especie de estado de vida.
7. La felicidad no se halla en la gloria, en los placeres, en el dinero, en la fama; no se halla fuera de nosotros mismos; está dentro, muy dentro de nosotros; y, por lo tanto, nosotros y solamente nosotros mismos somos los que podremos darnos la felicidad. No la busquemos fuera de nosotros, pues no la encontraremos; no se la pidamos a nadie, pues nadie nos la puede dar. Pero si no la gozamos, no le echemos la culpa a nada ni a nadie. E.R.A. PRODUCCIONES