1. El violín o ¿los soldados también sienten?
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A principios de este mes, algunos cines comenzaron a exhibir una película ya anunciada por unas
cuantas vallas en la Ciudad Monstruo. La dicha película sólo mereció un par de anuncios
televisivos a altas horas de la noche y en canales culturales (si tal cosa existe).
Luego, La Jornada sacó una columna en la que se comenta el filme, calificado de “obra de arte” y
“metáfora de la militarización de América Latina”.
Seguramente a estas alturas, ustedes que viven en el defectuoso saben muy bien de qué les
hablo, pero ustedes que tienen la suerte de respirar aires más limpios, (o sea que viven en otro
lado) probablemente tienen la desgracia de ignorar que esta nota es sobre El violín, una película
de Francisco Vargas Quevedo.
Y esa ignorancia estaría justificada pues no sabemos porqué (en serio no sabemos, pero nos
imaginamos) El violín sólo se ha exhibido en esta mugrosa pero suertudota ciudad.
Pero claro, ¿a quién le convendría que en Michoacán, Veracruz, Guerrero y pongamos aquí un
largo etcétera, llegara una película que muestra el avance militar sobre comunidades pobres,
asesinando y violando, destruyendo campos, caminos y viviendas?
Más allá de especulaciones y de los miles de comentarios que se puedan hacer en torno a esta
peli, los que la vimos quizá coincidamos en una cosa: es una película hermosa. Cada quién tendrá
una postura política, una formación estética y una historia personal que lleva y trae pa todos
lados, pero sobre todo eso, El violín es un peliculón. Y hasta aquí de eso.
Lo que quiero compartir es una de las reflexiones que despertó El violín en mi cabecita. Y la
despertó porque ha estado ahí siempre, pero se hace la dormida, pues ante las atrocidades que,
sabemos de sobra, son la especialidad de policías y soldados, ¿quién podría verlos como personas
sensibles? Pues El violín se atreve, y nos muestra otra realidad que también está ahí y que, lejos
de interpretaciones poéticas, valdría la pena analizar.
La película y la realidad dejan algunas cosas claras: los soldados mexicanos no tienen nada que
ver con los gringos, por dar un ejemplo, que creen estar luchando por la libertad del mundo, que
verdaderamente están convencidos de que su vida y muerte van a “hacer la diferencia” porque es
lo que les han dado a mamar desde que nacieron. No, los soldados mexicanos no son justicieros
ni paladines de la libertad, sólo son hombres resentidos obedeciendo órdenes, son hombres sin
sueños con el poder de un uniforme.
El soldado mexicano no pudo elegir entre quedarse con Lana Lang o ser soldado, entre ir a la
Universidad y ser soldado, entre ser libre y ser soldado. Él viene de un mundo que en general, es
igual a ese que luego tiene que combatir, el mundo que está aquí, en las sierras, en el campo, en
Neza, en Iztapalapa, protestando o levantándose en armas cuando ya no queda de otra. El
soldado mexicano no dijo un dia: “me voy a la guerra por la libertad” porque ni sabe lo que es la
libertad, ni sabe que la guerra a la que va es contra los que son igual que él, pero más libres
porque no obedecen órdenes ni matan o torturan por dinero o por poder.
2. Ninguno de nosotros puede negar el haberse preguntado qué chingados pasa por la mente de
esos cabrones cuando hacen lo que hacen, desde el 68, el 71, pasando por Atenco, Oaxaca y
Zongolica más recientemente.
Se ha dicho que les dan drogas, que en realidad no están 100% conscientes de sus actos, que
toda la mierda que les han metido en la cabezota a punta de madrazos y humillaciones (porque
así es el ejército, no hay honor ni nada de eso), no les permite comprender porqué lo que hacen
está jodidamente mal. Lo cierto es que aunque nos resistamos a creerlo o aceptarlo, también son
personas y son un gran problema, porque están armados y les pagan los ricos que no somos
nosotros, aunque les paguen con nuestros impuestos.
Si a ellos se les dice que nosotros somos el enemigo, por no conformarnos con la discriminación,
el desempleo, el hambre o lo que sea, ¿qué son ellos para nosotros? Si no somos guerrilleros y no
tenemos armas, si sólo somos nosotros, que estudiamos, trabajamos de lunes a viernes y luego
vamos al cine, a una tocada, a un bar ¿cuál es nuestra arma? ¿Cómo los vamos a combatir
cuando lleguen a nuestras casas?
El viejo tenía un violín…