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Capítulo IV
EL DON DEL EspíRITU

y LA FILIACIÓN DIVINA
Per le sciamus da Patrem
noscamus atque Filium
le utriusque Spiritus
credamus omni lempore
(Himno Veni Creator Spiritus)

Sumario
1. La filiación divina en la Sagrada Escritura: «hijos en el Hijo»
2. La identificación con Cristo según los Padres de la Iglesia
3. Identificación con Cristo y filiación divina: liturgia y espiritualidad

Introducción
La Sagrada Escritura revela que el designio de salvación de Dios consiste en convertir al hombre en hijo de Dios (cfr. In 1, 11-12; Ga 4, 4-7), por
la acción del Espíritu Santo. El Espíritu Santo incorpora a cada cristiano
a Cristo y lo convierte realmente en hijo en el Hijo; además de ponerlo en
comunión con la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, como ya hemos visto.
Estas relaciones manifiestan el carácter personal de la gracia.
Dice san Basilio: «Por medio del Espíritu Santo tenemos (... ) la vuelta a la
adopción filial, la confiada libertad de llamar Padre nuestro a Dios, de participar
en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz, de tener parte en la gloria
eterna» (De Spir. XV, 35-36; cfr. XVI, 38). Dídimo el Ciego: «Precisamente en virtud de este Espíritu de adopción claman los que han recibido a Dios como Padre
(... ); en efecto, el mismo Espíritu que nos adopta como hijos da testimonio de
nuestra participación en él, a saber, que él es poseído por nuestro espíritu, porque somos hijos de Dios» (De S. Sancto, 42, 196; cfr. Rm 8, 15). Juan Pablo II:
«Es un don del Espíritu Santo que nos asemeja al Hijo y nos pone en relación fi-
84

La gracia de Dios

lial con el Padre: en el único Espíritu, por Cristo, tenemos acceso al Padre (cfr. Ef
2,18)>> (Au.G.,

22-VII-1998,

2).

Por voluntad de Dios, el fin del hombre consiste en «ser hijo en el
Hijo». Esta es una revelación formidable sobre la condición humana y da

la verdadera dimensión de la gracia de Dios. El fin del hombre se revela en
Cristo y se realiza por la identificación con Cristo que causa el Espíritu
Santo. Dice san Agustín: «Por tanto, felicitémonos y demos gracias, porque no solo nos ha hecho cristianos, sino Cristo: ¿Entendéis, hermanos,
la gracia de Dios sobre nuestras cabezas? Asombraos, alegraos, porque
hemos sido hechos Cristo. Si él es la cabeza, nosotros, sus miembros; el
hombre entero, él y nosotros» (In Joh., 21, 8). «Es nuestro hermano y
esto se manifiesta cuando decimos a Dios, Padre nuestro. El que llama a
Dios Padre nuestro, le llama a Cristo, hermano» (En. in Ps. 48, s. 1, 8).
Por eso, la gracia no se puede entender solo en relación al pecado, sino en relación a la identificación con Cristo por el Espíritu Santo. Para entender bien lo
que es la gracia, hay que entender bien lo que es la salvación. Una soteriología
pobre produce reducciones en el tratado de la gracia. El designio de Dios va mucho más allá del pecado y sus consecuencias: «Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el
acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación
que nos devuelve a la gracia de Dios (... ). Consiste en la victoria sobre el pecado y en la
nueva participación en la gracia. Realiza la adopción filial porque los hombres se
convierten en hermanos de Cristo (...) no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del
Hijo único» (CEC 654).
1.

LAFILIACIÓN
DIVINA LASAGRADA
EN
ESCRITURA: HIJOSEN EL HIJO»
«

«Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de
Dios, pues lo somos» (J Jn 3, 1). Todo el misterio de la salvación se ordena a convertimos en hijos de Dios. Así resumen el misterio san Pablo
(Ga 4,4-7) Y san Juan (Jn 1, 12). Este designio de Dios se revela en la Sagrada Escritura en dos pasos, que desarrollaremos en este capítulo:
a) Que Dios es Padre. Jesucristo ha revelado la paternidad de Dios:
primero, mostrándonos
que Dios es su Padre y que Él es el Hijo unigénito y eterno.
b) Que nos identificamos con Jesucristo. San Pablo argumenta que somos hijos de Dios porque hemos recibido el Espíritu que el Hijo tiene en
plenitud. Al recibir el Espíritu del Hijo, nos identificamos con Cristo y
nos hacemos no solo hermanos, sino parte del mismo Cristo. En esa
misma medida, somos hechos hijos de Dios y tenemos una participación
en la vida divina.
El don del Espiritú y la filiación divina

85

A) La revelación de que Dios es Padre
La revelación de que Dios es Padre es central en el mensaje de Jesucristo. Se puede considerar como el resumen del Evangelio y el contenido

de la Buena Nueva.
Hasta la revelación de Jesucristo, el rostro de Dios ha estado oculto tras el
velo de la naturaleza, que es ambigua: «ADios, nadie le ha visto nunca. El unigénito que está en el seno del Padre, él nos lo ha revelado» (In 1, 18). En el Antiguo Testamento, Dios se presenta como Padre de Israel (Ex 4, 22-23; Dt 14, 1-2;
1,31; Ir 31,9; Is 1,2; Os 11, 1) Y otras veces, la Biblia le llama así (Is 63, 16; Ir 3,
4.14.19; MI 2, 10). También llama «hijos de Dios» a personas muy escogidas: (2 S
7,14; Sal 2, 8); Sal 89 (88), 27; 1 era 22, 10); y a los ángeles (lb 1,6; 38, 7; Sal 29
(28), 1; 82 (81), 6; 89 (88), 7). Pero se trata de un uso muy comedido. La Ley infundía al judío piadoso un enorme respeto: «No tomarás el Nombre de Dios en
vano».La expresión puesta en boca de David «Él me invocará: ¿Tú, mi Padre, mi
Diosy roca de mi salvación» (Sal 89 (88), 27) resulta del todo excepcional en la
Bibliay se refiere al Mesías. Lo mismo que el Salmo 2.
Dios es Padre, ante todo, de nuestro Señor Jesucristo, que le llamaba
así con una familiaridad que llenaba de asombro a los que le oían. Los
Evangelios sinópticos testimonian que empleaba el término «Abba» (Mc
14,36). En todas las oraciones, Jesucristo emplea la palabra «Padre» (Mt
11,25-27; 26, 42; Le 10,21; 22, 42; 23, 34; 23, 46). Y el Evangelio de san
Juan recoge abrumadoramente
el testimonio de la íntima relación del
Hijo con el Padre. La plena revelación de Cristo como Hijo da una dimensión totalmente nueva a la palabra «Padre» aplicada a Dios.
Cuando le piden el tributo del templo, declara que «los hijos no pagan» (Mt
17,24-27). Y revela su intimidad cuando exulta: «Yote bendigo, Padre, Señor del
cieloy de la tierra porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las
has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me
ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al
Padrele conoce bien nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 25-27; Le 10, 21-22). San Juan habla mucho de la intimidad del Hijo
con el Padre: en varios importantes discursos (5, 18-47; 6, 32-46; 7, 16-30; 8, 1830; 8, 38-59; 10,25-38; 12,44-46; 12,49-50); en otras referencias ocasionales (In 3,
16-17;4, 34; 5, 17; 6, 65; 8, 42; 9,4; 10, 17; 11,4; 11,41-42; 20, 17); y en el discurso
dela última cena (14,8-31; 15,8-10.15.16; 15,23-27; 16, 10.23-30; 17); además del
prólogo(1, 1-2) y el significativo testimonio de Juan el Bautista (3,31-36).
Jesucristo enseñó también a sus discípulos a llamar a Dios, Padre, ya
sentirlo así. Los discípulos de Cristo deben tratar al Padre con la confianza que han visto en Cristo; aunque la relación de Jesús es única. Jesucristo distingue significativamente
entre «mi Padre» y «vuestro Padre»
(Mt 5, 45; 25, 34; Le 24, 49; In 20, 17).
86

La gracia de Dios

En el Sermón de la Montaña, Jesucristo resume la conducta cristiana en vivir como hijos de Dios: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto»
(Mt 5, 43-48; cfr. 5, 16; Le 6, 36); les invita a vivir confiando francamente en
«vuestro» Padre (Mt 6, 4; 6, 6; 6, 18; 6, 26.32); les enseña a rezar el «Padrenuestro» (Mt 6, 9-13; Le 11,2-4); les muestra la infinita misericordia del Padre en la
parábola del hijo pródigo (Le 15,20-32). «No temas, pequeño rebaño, porque a
vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino» (Le 12, 32; cfr. Me
10,30; Mt 19,17-29).

El prólogo del IV Evangelio resume así la misión de Cristo: «Vino a
los suyos y lo suyos no le recibieron, pero a cuantos le recibieron les dio
el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (1, 11-

12). La misión del Hijo consiste en convertir a los hombres en hijos de
Dios.
La misma idea se encuentra en la Primera Carta: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamamos hijos de Dios, pues lo somos (... ). Somos hijos de
Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos» (J In 3, 1-2). En la Primera
Carta, la condición de «hijo de Dios» y del amor de caridad le sirve a san Juan
para definir la conducta cristiana (J In 3, 9-10; cfr. 4, 3-8).

B) La identificación con Cristo
Lo mismo que san Juan, san Pablo enseña que toda la acción salvadora de Jesucristo tiene como fin hacemos hijos de Dios, pero destaca
que esto se consigue por la identificación con Cristo, y lo explica con gran
profundidad.
«Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer;
nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción. Por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su
Hijo, que grita 'Abbá, Padre'. De manera que ya no eres siervo, sino hijo, y si hijo,
heredero por la gracia de Dios» (Ga 4, 4-7); «A los que de antemano eligió también predestinó para que lleguen a ser conformes a la imagen de su Hijo, a fin de
que él sea primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29); «Por él, unos y
otros (judíos y gentiles) tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu. Así pues,
ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares
de Dios» (Ef2, 18-19). Considera que así se han cumplido las promesas de la Escritura: «Yo seré para vosotros un padre y vosotros seréis para mí hijos e hijas»
(2 ea 6, 16; cfr. Is 43, 6; Ir 31,9; 2 S 7, 14).

Al recibir de Cristo el Espíritu Santo, se produce un renacimiento espiritual. Por el bautismo, de un modo místico, se reproduce la muerte y resurrección de Cristo: el cristiano muere al hombre viejo y renace a una
El don del Espfritu y la filiación divina

87

vida nueva, que es la vida del Espíritu de Cristo. El cristiano se identifica
así con Cristo.
Hay un cierto intercambio místico: «Fuimos sepultados juntamente con Él
mediante el bautismo para unimos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos con una vida nueva; si hemos sido injertados en él con una muerte como la
suya también lo seremos con una resurrección como la suya (... ); Ysi hemos
muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él (...) vosotros os debéis
considerar muertos al pecado pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm 6, 45.11); «Sois todos hijos de Dios por la fe en Jesucristo; al ser bautizados en Cristo,
habéis sido revestidos de Cristo, ya no hay ni judío, ni griego, ni esclavo ni libre,
ni hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo» (Ga 3, 26-28); «Cristo ha
muerto por todos a fin de que los que viven no vivan ya para ellos mismos, sino
para el que murió y resucitó por ellos (... ); el que está en Cristo es una nueva criatura» (2 Co 5, 15.17); «Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere
para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el
Señor; ya vivamos, ya muramos, del Señor somos; porque Cristo murió y resucitó
para eso, para ser Señor de los muertos y de los vivos» (Rm 14,7-9).
San Pablo tiene presente lo que significa la palabra «espíritu» en la tradición biblica (ruah). El Espíritu que hemos recibido de Cristo, a semejanza de la creación, renueva nuestro ser, nos identifica con Cristo y nos
impulsa a tratar a Dios como «Abba, Padre» (Ga 4,6; Rm 8, 15). El argumento está muy bellamente desarrollado en el capítulo 8 de la Carta a los
Romanos.
Este texto merece una cuidadosa lectura. «Los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Porque no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos de
adopción, en el que clamamos 'Abbá, Padre'. Pues el Espíritu da testimonio junto
con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él glorificados» (Rm 8, 14-23).
El vivir cristiano se convierte así en un vivir «en Cristo». Esta expresión es importantísima en san Pablo (Rm 6, 11; 8, 10; 1 Co 3, 23; 2 Co 5,
17; Ga 2, 20; 3, 28; Ef2, 6.13; 3,17; Flp 1,20-21; 3,14; 4,1; Col 3, 1-3; 1
Ts 1, 1; 3, 8; 2 Ts 1, 1.12). Expresa la identificación que debe crecer, hasta
la plenitud que tendrá lugar con la resurrección y la gloria.
San Pablo llama al Espíritu Santo también Espíritu del Señor o Espíritu de
Cristo (2 Co 3, 17; Flp 1, 19), porque Él lo tiene en plenitud y nosotros lo recibimos de Él: «El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece, más si Cristo
está en vosotros » (Rm 8, 9-10); «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ( ); quien se adhiere al Señor, se hace un solo Espíritu con Él»
(J Co 6, 15-19). «Afin de vivir para Dios, con Cristo estoy crucificado y ya no vivo
La gracia de Dios

88

yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2, 19-20); "nos vivificó con la vida de Cristo
(... ) y con él nos resucitó (. ..); somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para
[hacer] obras buenas (... ). Hubo un tiempo en que vosotros, los gentiles, estabais
desconectados de Cristo (... ); ahora vosotros en Cristo Jesús (. .. ) sois conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios» (Ef2, 5-19). Hay que revestirse "del Hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la
verdad» (Ef 4, 24); "Hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Ga 4, 19);
"Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del
Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de
Cristo» (Ef 4, 13). Esta transformación
está ampliamente descrita en 1 ea 15,
42-57.

San Juan destaca bellamente la identificación y profunda unidad que
el discípulo adquiere con el Padre en el Hijo (cfr. In 17). La identidad con
el Hijo se expresa en la parábola de la vid (cfr. In 15) y se realiza en la Eucaristía (cfr. In 6, 12-66). El vínculo que une al discípulo con el Hijo y con
el Padre es el amor.
"Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros
somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí
(... ). Les he dado a conocer tu Nombre y lo daré a conocer, para que el amor con
que Tú me amaste esté en ellos y yo en ellos» (Jn 17, 22-26). "Permaneced en mí
como yo en vosotros (. ..); el que permanece en mí y yo en él. ese da mucho fruto»
(Jn 15,4-5); "Permaneced en mi amor» (In 15,9); "El que come mi carne y bebe
mi sangre permanece en mí y yo en él (. .. ) el que me coma vivirá por mí» (In 6,
56-57).

Nuestra filiación es verdadera, pero no plena y eterna como la del
Hijo Unigénito. La de Jesucristo es por naturaleza, desde toda la eternidad, la nuestra es por don del Espíritu Santo, en el tiempo. Por eso, san
Pablo la llama «adopción» en Cristo tuiothesia, Ga 4, 5; Ef 1, 5; Rm 8,
15.23), introduciendo el término en el vocabulario cristiano.
2. LA IDENTIFICACIÓ

CO

CRISTO, SEGÚ

LOS PADRES DE LA IGLESIA

En Cristo, somos hijos de Dios. En su predicación, los Padres comentan todos los pasajes importantes de la Sagrada Escritura y todo el misterio de renovación en Cristo que se expresa en la Liturgia. Es imposible
recoger y sistematizar la riqueza de su doctrina. Pero hay dos felices expresiones de san Ireneo que resumen la economía de la salvación: el «admirable intercambio» y la «recapitulación en Cristo». El «admirable intercambio» expresa, sobre todo, el sentido de la Encarnación.
Y la
«recapitulación en Cristo» es una forma de expresar la transformación
del hombre que se significa y se produce en el Misterio Pascual, Además,
El don del Espíritu y la filiación divina

veremos algunos textos de los Padres sobre la identificación
en los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía

89
con Cristo

e ,

a) El «admirable intercambio»
La patrística resume la economía de la salvación, y especialmente el
sentido de la Encarnación, en este principio: el Hijo de Dios se ha hecho
hombre para que el hombre pueda participar en los dones divinos. La encontramos primero en san Ireneo: «El Verbo de Dios se ha hecho hombre,
y el Hijo de Dios, hijo de hombre, para que el hombre entre en comunión
con el Verbo de Dios y que, recibiendo la adopción, llegue a ser hijo de
Dios» (Adv. haer. lII, 19, 1; cfr. lII, 18, 1 Y 7; IV, 20, 4; IV, 16,2-3); donde se
ve que el «admirable intercambio» encierra la filiación divina: «En todos
nosotros está el Espíritu que grita 'Abbá' (Padre)» (Dem. ap. 3.5).
«Siel hombre no se hubiera unido a Dios, no habría podido recibir la participación en la incorruptibilidad (Adv. haer., lII, 18, 7); «El único maestro seguro y
verídico,el Verbo de Dios, Jesucristo nuestro Señor que, por su inmenso amor, se
ha hecho lo que nosotros somos para hacer de nosotros lo que es Él» (Adv. haer.
V. Prefatium). San Ireneo lo entiende en sentido sumamente realista: «Nuestro
nacimiento (...) nos concede renacer a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los portadores de Dios son conducidos al Verbo, esto es, al
Hijo, que es quien los acoge y los presenta al Padre, y el Padre les regala la incorruptibilidad» (Dem. ap. 7). El tema es ampliamente recogido en el Catecismo
(CEC460).
Después, la idea es retornada por san Atanasio: El Verbo «se hace
hombre para que lleguemos a ser Dios» (De inc., 54). Y explica de qué
manera el Espíritu nos hace hijos.
Es la idea central del De Incarnatione Verbi: «Se hace hombre para que lleguemos a ser Dios; se ha hecho visible en su cuerpo, para que nos hagamos una
idea del Padre invisible; ha soportado los ultrajes de los hombres, a fin de que
heredemos la incorruptibilidad» (De inc., 54); «El Verbo ha asumido la carne
para que nosotros pudiéramos recibir el Espíritu Santo; Dios se ha hecho portador de la carne para que el hombre pueda ser portador del Espíritu» (De inc., 8).
En su discurso contra los arrianos: «Estos son los que, habiendo recibido el
Verbo,han recibido también la potestad de ser hijos de Dios. (...) Y no pueden
ser hechos hijos de otro modo que recibiendo el Espíritu de Aquel que es el hijo
natural y verdadero» (Adv. Arian. IV,2, 59; cfr. IV,3, 24).
Más tarde, la afirmación es recogida por todos los Padres Griegos y
muchos latinos, impregna el misterio de la liturgia cristiana y se prolonga en la teología ortodoxa.
90

La gracia de Dios

Por ejemplo, san Gregario Nacianceno (Poema dogm. 10, 5-9; PG 37, 465) Y
san Gregario de Nisa: «Se mezcló con lo nuestro para que lo nuestro, al mezclarse con lo divino, se hiciera divino» (Or. catech. 25, 2); san Juan Crisóstomo:
«(El Lagos) se hizo hombre, permaneciendo verdadero Hijo de Dios, a fin de hacer de los hijos del hombre, hijos de Dios» (In Johan. 11, 1). También san Agustín: «Él descendió para que nosotros ascendiéramos, y conservando su naturaleza se hizo partícipe de la nuestra, para que nosotros, conservando nuestra
naturaleza, nos hiciéramos partícipes de la suya» (Ep. 140, 10; PL 33,542); «Por
una admirable condescendencia, su único Hijo, según la naturaleza, se ha hecho
hijo del Hombre, para que nosotros, que somos hijos de hombre por naturaleza,
nos hagamos hijos de Dios por gracia» (De civ. 21, 15). Destacan los hermosos
sermones de san León Magno para Navidad y Pascua: «Del mismo modo que
Nuestro Señor se ha hecho de nuestra carne naciendo, así nosotros nos hacemos
su cuerpo renaciendo; somos nada menos que miembros de Cristo y templos del
Espíritu Santo» (In Nativ. Dom., Sermo 3, 5); «Cualquiera de los creyentes, en
cualquier parte del mundo, que sea regenerado en Cristo, destruida su vieja condición original. renace y pasa a ser un hombre nuevo; y ya no está en la estirpe
del padre camal, sino en el germen del Salvador, que se ha hecho hijo del hombre, para que nosotros podamos ser hijos de Dios. Y si no hubiera descendido
hasta nuestra vileza, ninguno hubiera llegado a él por sus méritos» (In Nativ.
Dom., Sermo 6, 2-3).

b) La «recapitulación

en Cristo»

También fue san Ireneo quien introdujo la idea-imagen de la recapitulación en Cristo. Resume la lógica de la Pascua. La expresión procede de san
Pablo: Dios quiere salvar el mundo «recapitulando en Cristo todas las cosas de los cielos y de la tierra» (Ef 1, 10; cfr. Rm 13, 9-10; Col ), 16-20). El
Señor, al encarnarse, ha sentado un nuevo principio para la raza humana;
y con su resurrección, ha iniciado la plenitud final en la gloria. Por eso,
toda la vida cristiana consiste en ser recapitulado en Cristo, pasando de la
estirpe del hombre viejo al hombre nuevo, hasta la gloria final.
Dice san Ireneo: «Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí
mismo la larga serie de los hombres, dándonos la salvación como en resumen
(en su carne), a fin de que pudiésemos recuperar en Jesucristo lo que habíamos
perdido en Adán; a saber, la imagen y semejanza de Dios» (Adv. haer. 3, 18, 1; cfr.
3, 16, 6; 4, 6, 2; 4, 38, 1; 4, 40, 3; S, 1, 2; S, 20, 2); «era conveniente y justo que
Adán fuese recapitulado en Cristo a fin de que fuera hundido y sumergido lo que
es mortal en la inmortalidad» (Dem. ap. 33); «Manifestó la resurrección haciéndose él en persona primogénito de los muertos, levantó en su persona al hombre
caído por tierra, al ser elevado él a las alturas del cielo» (Dem. ap. 37).

Los primeros grandes teólogos alejandrinos (Clemente, Orígenes) insisten en que el cristiano se asimila a Cristo por el Espíritu Santo; por
El don del Espíritu y la filiación divina

91

eso, se hace hijo de Dios. El Espíritu Santo es Espíritu de filiación que nos
impulsa a clamar «Abbá, Padre» (Rm 8,15; Ga 4,6; cfr. Me 14,36).
Según Clemente de Alejandria: «Tras ser bautizados, hemos sido iluminados;
al ser iluminados, hemos sido adoptados como hijos; al ser adoptados, somos
perfeccionados;
al ser hechos perfectos, hemos adquirido la inmortalidad»
(Poed. 1, 26.1; cfr. 1, 21, 1); «Nuestro fin es la semejanza lo más perfecta posible a
la verdadera Palabra de Dios, y llegar a la perfecta filiación mediante la 'apokatástasis' del Hijo, alabando siempre al Padre por medio del Sumo Sacerdote que
nos ha hecho dignos de llamamos 'hermanos' y 'coherederos'» (Strom. II 134, 2;
cfr. Hb 2, 11; Rm 8, 17; Ga 4, 7); Origenes pone en boca de Cristo: «Ved, pues,
cuán excelente es el don que habéis recibido de mi Padre en el momento en que
habéis obtenido el Espíritu de filiación a través de la regeneración en mí, para
que vinierais a ser 'hijos' de Dios y 'hermanos' míos» (De oro 15, 4); «Siendo los
santos una imagen de la imagen (que es el Hijo), expresan la filiación al haber
sido hechos conforme no solo al cuerpo glorioso de Cristo, sino a la persona que
está en ese cuerpo» (De orat. 22, 4); «La plenitud de los tiempos llegó con la venida de Nuestro Señor Jesucristo, cuando puede recibirse libremente la adopción» (De orat. 22, 1); y sigue hilando tres importantes textos que expresan el
sentido de la filiación divina: Ga 4, 1; Rm 8, 15 YIn 1, 12. En otro lugar añade:
«Opino, pues, que nadie seria capaz de decide (en verdad) a Dios 'Padre', sin estar realmente lleno del Espíritu de filiación» (In. Le. fragm. 174).

San Atanasio y san Cirilo de Alejandría desarrollan la idea de la recapitulación. San Atanasio dice que, al encarnarse el Verbo, se ha unido a
toda la naturaleza humana. Por el Espíritu, cada cristiano puede unirse a
la persona del Verbo, y así se verbifica y se convierte en hijo. San Cirilo desarrolla la idea y dice que nos hacemos cristiformes, adquirimos la
«[orma» de Cristo (In Is. 66, 18-19). Esto nos permite participar de los
bienes de Cristo. Es un tema muy importante en su teología.
Para san Atanasio, gracias a que el Verbo ha tomado un cuerpo, nuestra
carne será «verbifícada». Él ha tomado nuestra semejanza física para que nosotros pudiéramos asimilamos a su filiación por el Espíritu Santo que en nosotros
es Espíritu de filiación (cfr. Oro c. arian. 1, 9, 16, 34, 45-46, 49; II, 59, 61, 70, 74,
272b-273c, 276c-277c, 296, 304a-305a; III, 10, 19-20,22-23,33, 341a-344a, 361b365c, 368c-372, 393-396a. PG 26). San Cirilo de Alejandria: «Como, al hacerse
hombre, el Hijo asumió en sí toda la naturaleza humana, ha recibido el Espíritu
para renovar completamente al hombre y devolved o a su primitiva grandeza»
(In Johan., V, 2); «Somos configurados con Cristo por la participación del Espíritu Santo, conforme a la belleza ejemplar originaria de Cristo. Cristo se forma
en nosotros de ese modo, porque el Espíritu Santo nos hace partícipes de un proceso divino de configuración mediante la santificación y la vida recta» (In Is. 4,
2; PG 70, 936 BC); «Si llevamos siempre una vida creyente, Cristo se formará en
nosotros y hará brillar espiritualmente en nuestro interior sus propios rasgos»
92

La gracia de Dios

(De dogm. sol. 3; cfr. In Johan., II, 1; Y Diálogo 7 en De Trin.); muy amplia y hermosamente

tratado en su comentario

al Ev. de san Juan, caps. 9, 11 y 12.

La idea de la recapitulación se basa en el significado del misterio Pascual y resume el pensamiento de san Pablo: somos renovados en Cristo, y
pasados de la muerte a la vida, del hombre viejo al hombre nuevo. Esta
idea central, de una manera u otra, se expresa constantemente en la teología de los Padres.
Dice san León Magno: «Queridísimos. demos gracias a Dios Padre, por su
Hijo, en el Espíritu Santo, porque por la mucha misericordia con que nos ha
amado, se apiadó de nosotros; y cuando estábamos muertos por los pecados, nos
convivificó en Cristo, para que seamos en él una criatura nueva, una nueva obra
de sus manos (cfr. Gn 2, 7; Rm 9, 20): Por tanto, dejemos al hombre viejo con sus
obras; y habiendo participado de la generación de Cristo, renunciemos a las
obras de la carne. Date cuenta, cristiano, de cuál es tu dignidad y, ya que te han
hecho partícipe de la naturaleza divina, no vuelvas a caer, por tu conducta, en la
anterior vileza. Acuérdate a qué cabeza y a qué cuerpo perteneces. Y ten presente
que, arrancado del poder de las tinieblas, has sido trasplantado a la luz y al reino
de Dios» (In Nativ. Dom., Sermo 1, 3). Se encarnó el Verbo «Para que tú, que naciste de una carne corruptible, renazcas del Espíritu Santo; y obtengas por gracia lo que no tenías por naturaleza, y si eres reconocido hijo de Dios por el Espíritu de adopción, te atrevas a llamar a Dios, Padre» (In Nativ. Dom., Sermo 2, 5).

e) El nacimiento en Cristo por el Bautismo y la incorporación
por la Eucaristia
Siguiendo a san Pablo (Rm 6, 1-14), muchos Padres de la Iglesia señalan que el Bautismo es el sacramento donde morimos con Cristo y resucitamos con él, por el Espíritu Santo. El tema está amplísimamente tratado en las catequesis bautismales y muchos Padres glosan la idea de que
el cristiano «renace en Cristo» (Jn 3, 3-8), «se reviste de Cristo» (Ga 3,
27); y que la nueva vida consiste en «vivir en Cristo» (Ga 2,19-20).
San Ireneo: «El bautismo es el sello de la vida eterna, el nuevo nacimiento en
Dios, de tal modo que ya no somos hijos de los hombres mortales, sino del Dios
eterno e indefectible (Dem. ap. 38); san Hilario: «después del bautismo, el Espíritu vuela hacia nosotros desde los cielos y quedamos bañados en la unción de la
gloria celeste y nos convertimos en hijos de Dios por la adopción de la voz del Padre» (In Mat., 2, 6); san Metodio (ea. 311): «Aquellos que son iluminados, reciben
(... ) la forma del Verbo, que según semejanza les es impresa (... ) así que en cada
uno espiritualmente nace Cristo, es engendrado por la Iglesia» (Conv. dec. virg. 8,
8); también Dionisio Areopagita (ea. 500), que llama al bautismo «nacimiento divino» (De eccl. hieroII, 1; PG 3, 392B). Tiene un particular interés el testimonio de
san Cirilo de Jesuralén: «Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo, habéis sido
El don del Espíritu y la filiación divina

93

hechos conformes con él; Dios, que os predestinó a la adopción de hijos, os ha
hecho conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Siendo, pues, partícipes de Cristo,
con razón sois llamados cristos» (Cathech. myst. 3, 1); muy ampliamente en san
Juan Crisóstomo (In II Cor, Hom. XI, PG 61.475-476); Y también en san León
Magno: «Aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno en
días distintos, con todo, la totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal,
ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada
con Cristo en su pasión, ha sido resucitad a en su resurrección y ha sido colocada
a la derecha del Padre en su ascensión (In Nativ. Dom., sermo 6). Hermosamente
tratado en Nicolás Cabasilas: «El bautismo nos da el ser y el subsistir en Cristo,
tomando consigo a los seres sumergidos en corrupción y muerte los introduce en
la vida» (Vida en Cristo,Y, 1, p. 29); «Ser bautizados no es otra cosa que nacer en
Cristo» (Vida en Cristo, II, 2, 51). Muchos más testimonios en G. Bray - M. Merino (ed. castellana), La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, VI, Romanos, Ciudad Nueva, Madrid 1999, comentario aRm 6,1-14, pp. 226-245.

Los Padres comentan que, en la Eucaristía, se expresa el intercambio
en Cristo. Al comer su cuerpo y beber su sangre, el cristiano se hace
«concorpóreo» con Cristo (cfr. In 6, 56-57). Al unirnos a su humanidad,
participamos de su divinidad o vida divina por el Espíritu Santo que nos
da. El tema está ampliamente tratado en las catequesis sobre la liturgia
cristiana.
Dice Orígenes: «Quien da firmeza a su corazón participando del pan substancial, se hace hijo de Dios» (De orat. 27, 12); san Cirilo de Jerusalén: «Para que
cuando tomes el cuerpo y la sangre de Cristo te hagas concorpóreo y consanguíneo
suyo; así nos hacemos portadores de Cristo (cristájoros}, al distribuirse en nuestros
miembros su cuerpo y su sangre; de esta manera, como dice san Pedro, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina» (Catech. myst. IV, 3). El sentido de la identificación sacramental está ampliamente reflejado en los comentarios a los sacramentos (De mysteriis), entre los que destaca las Catequesis mystagógicas, de san
Cirilo de Jerusalén; el De Ecclesiastica Hierarchia, del Ps. Dionisio; el comentario
(Escolios) que le hace san Máximo confesor y su Mystagogia; y, en la misma línea,
dentro ya de la tradición bizantina, Nicolás Cabasilas, Explicación de la divina liturgia y, sobre todo, La vida en Cristo: «En este sacramento no recibimos algo suyo,
sino a Él mismo (... ); de manera que le habitamos y somos habitados y llegamos a
ser con Él un solo y único Espíritu» (Vula en Cristo, :rv, 1, p. 120).
3. IDENTIFICACIÓN CON CRISTO Y FILIACIÓN DIVINA:
LITURGIA y ESPIRITUALIDAD

Algunos testimonios litúrgicos
Se pueden multiplicar los testimonios donde la liturgia (Lex orandi)
expresa la identificación con Cristo, pero nos vamos a limitar a tres: el
94

La gracia de Dios

«en Cristo» de la oración cristiana; la celebración de los sacramentos del
Bautismo y la Eucaristía; y el sentido de los tiempos de Navidad y Pascua.
Como testimonio litúrgico particularmente importante de la identificación con Cristo hay que destacar que, por el Espíritu Santo que ha recibido, el cristiano ora siempre «en Cristo», en el nombre del Hijo (Jn 16,
26), identificado con el Hijo. El «en Cristo» es un elemento esencial de la
plegaria cristiana. El Espíritu Santo lo inserta en Cristo y lo conduce a
tratar a Dios como «Padre» (Abbá) (Rm 8, 15; Ga 4,6).
Por estar en el Hijo, podemos llamar a Dios, Padre. Al introducir el Padrenuestro, la liturgia romana se asombra de poder llamar a Dios «Padre»: «Fieles a
la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a
decir. .. », «Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta
en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida» (Orac. colecta, lunes sem. II Pascua; MR 1983, 312). El tema está
hermosamente
tratado en el Catecismo (2780-2783). La doxología final de las
Plegarias eucarísticas de la liturgia romana declara solemnemente: «Por Cristo,
con Él y en Él a ti Dios Padre todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria».

La liturgia expresa explícitamente que el misterio que celebra es el
Misterio Pascual. Por eso, toda la celebración litúrgica está impregnada de
ese sentido de identificación con Cristo. En medio de esto, la liturgia bautismal expresa directamente el nacimiento y renovación en Cristo. Además, la comunión eucarística es un gesto de incorporación y de intercambio místico con Cristo: por eso, la idea es frecuentemente mencionada en
las oraciones después de la comunión (pos comunión), en la celebración
litúrgica del Corpus Christi y en las Misas votivas de la Eucaristía.
En la Misa del Bautismo: «Concédenos que, fortalecidos por el Espíritu de la
adopción filial, caminemos siempre en novedad de vida» (Orac. colecta, A; MR
1983,771); «configurados a Cristo, tu Hijo por el bautismo» (Orac. s. ofr., A; MR
Madrid 1983, 772). En la Confirmación: «Recibe, Señor, las ofrendas de estos hijos tuyos, configurados hoy más perfectamente con Cristo, que con su muerte
nos mereció el don del Espíritu» (Orac. s. ofr., A; MR 1983, 775). En el día del
Bautismo del Señor: «concédenos poder transformamos interiormente a imagen
de Aquel que hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad» (Orac. colecta segunda). «Imploramos de tu misericordia que, transformados en la tierra
a su imagen, merezcamos participar de su gloria en el cielo» (Orac. post como
Dom XX t.o.; MR 1983, 380).

Por su parte, el año litúrgico recuerda explícitamente el admirable intercambio en el tiempo de Navidad, como se puede ver en muchas oraciones y prefacios; y también en el tiempo de Pascua. Lo propio del tiempo
pascual es celebrar el paso de la muerte a la vida, del hombre viejo al
hombre nuevo; y por tanto, se alude frecuentemente a la recapitulación o
El don del Espíritu y la filiación divina

95

renovación en Cristo. Esto se aprecia tanto en las oraciones litúrgicas
como en los textos de la Liturgia de las Horas.
En el día de Navidad: «Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste
su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de Aquel que
hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana» (Orac. Colecta); en la Misa de medianoche: «Por este intercambio de dones en el que nos
muestras tu divina largueza, haznos partícipes de la divinidad de tu Hijo que, al
asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de modo admirable» (Orac.
sobre las Ofrendas); en el Prefacio III de Navidad: «Hoy resplandece ante el
mundo el maravilloso intercambio que nos salva, pues al revestirse tu Hijo de
nuestra frágil condición no solo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos» (MR
1983,425); y en el de Epifanía: «Al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal,
nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad» (Prefacio de Epifanía; MR
1983,426). En tiempo Pascual se repite esta oración: «Oh Dios, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad, concédenos
que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos»
(Orac colecta, V Dom. de Pascua; MR Madrid 1983, 332).

La experiencia de la mística y de la santidad cristianas
Lo que la tradición afirma y la liturgia celebra se muestra espontáneamente en la vida cristiana. Muchos santos y hombres de Dios han deseado
y se han sentido identificados con Cristo, especialmente, en la tribulación. La antigüedad cristiana vio una especial identificación en los mártires. Escogemos solo algunos testimonios.
La tradición monástica entiende que Cristo es el modelo e intenta repetir sus sentimientos y virtudes, a veces estableciendo un itinerario muy
estudiado. Quienes rodearon a san Francisco de Asís, alcanzaron la impresión de que vivía fuertemente identificado con Cristo, lo que se manifestaba incluso con señales externas (los estigmas). De aquí surge una
doctrina y una rica tradición sobre la conformación con Cristo. El tema
de la identificación está presente también en algunos teólogos medievales occidentales (Ruperto de Deutz, santo Tomás de Aquino) y bizantinos
(Cabasilas).
Señala santo Tomás de Aquino: «El que quiera vivir con perfección no tiene
que hacer más que rechazar lo que Cristo en la Cruz rechazó y desear lo que
Cristo deseó» (Collatio 6 super Credo). Nicolás Cabasilas: «Viven más unidos a
Cristo que a su misma cabeza, y viven más realmente de Él que de la unión que
los liga a su cabeza ( ... ). Cada una de las almas santas es una e idéntica a sí
96

La gracia de Dios

misma y, no obstante, está más unida al Salvador que a sí misma, porque le ama
más que a sí misma» (Vida en Cristo, 24).
La piedad nueva, que se expande en el Renacimiento
desde el centro
de Europa, quiere ser una Imitación de Cristo (Kempis). A partir de los siglos XVI y XVII, se desarrolla
una piedad de identificación
con la pasión de
Cristo (san Pablo de la Cruz, fundador
de los pasionistas).
Más recientemente, se pone empeño en imitar los sentimientos
del corazón de Cristo
(san Juan Eudes, santa Margarita
Alacoque, san Alfonso María de Ligorio). Entre los autores espirituales
de los últimos siglos destaca la obra
del beato Columba Marmión
(1858-1923),
que describe la identificación
con Cristo y la propone como camino de espiritualidad.
La Imitación de Cristo se convierte en un ideal espiritual, especialmente, en
el desarrollo de las virtudes cristianas. La piedad cristiana, a partir del XVI, se fija
en la unión con Cristo en la Cruz y desarrolla la doctrina de la conformidad con
la voluntad divina (ehágase tu voluntad»), En el siglo XIX, surge la devoción al corazón de Cristo, y el deseo de tener sus mismos sentimientos. A finales del siglo
XIX, las obras espirituales
del beato Columba Marmión explican, con fundamento teológico, el «plan divino de nuestra predestinación
adoptiva en Jesucristo» (Jesucristo, vida del alma 1, 1); «No entenderemos
nada de lo que es la
perfección y santidad, y ni siquiera en qué consiste el simple cristianismo, mientras no estemos convencidos de que lo fundamental de él consiste en ser 'hijos de
Dios' y que esa cualidad o estado nos lo presta la gracia santificante, por la cual
participamos de la filiación eterna del Verbo encarnado» (Jesucristo en sus misterios, 1, VI); «La gracia nos engendra divinamente en un sentido muy real y verdadero, y aun podemos decir con el Verbo: 'Padre, yo soy vuestro hijo; he salido de
vos' (... ); en ambos casos se trata de una verdadera filiación: nosotros somos por
gracia hijos de Dios» tIbidem, I, III).
Aunque la filiación divina está siempre presente
en la tradición
cristiana, que diariamente
recita el Padrenuestro,
recibe una vivencia más
profunda
con santa Teresita del Niño Jesús. Abrió un camino espiritual
propio (un «caminito»
le llamó ella), que después se llamaria de «infancia espiritual»,
sabiéndose
hija pequeña de Dios, tratándole
y sabiéndose
tratada con la ternura de un niño.
Santa Teresita encuentra consuelo en las palabras de Cristo: «Si no os hacéis
como niños no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18, 3). Entiende que el Señor le revela «caminito muy recto, muy corto y totalmente nuevo» (m autob C
21"; cfr. m autob A 831""; Cta 196). Lo cuenta así: «Quisiera encontrar un ascensor
para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del
ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría
eterna: 'El que sea pequeñito, que venga a mí. Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba (... ); no necesito crecer; al contrario, tengo que
El don del Espíritu y la filiación divina

97

seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más» (m autob B 3r").
Consagra sus últimas fuerzas a difundir ese «caminito» de infancia (Cta 226).
San Josemaria Escrivá (1928-1975), que se alimentó de la doctrina de
santa Teresita y tuvo una experiencia viva de saberse hijo de Dios, difunde
una espiritualidad de la identificación con Cristo y de la filiación divina.
El cristiano debe vivir con la conciencia de ser «otro Cristo, el mismo
Cristo».
En una carta (9-1-1959),recuerda una experiencia del otoño de 1931, cuando
tenía 29 años: «Sentí la acción del Señor que hacía germinar en mi corazón y en
mis labios, con la fuerza de algo imperiosamente necesario, esa tierna invocación: '¡Abbá, Paterl'». «Cuando el Señor me daba aquellos golpes, por el año
treinta y uno, yo no lo entendía. Y de pronto, en medio de aquella amargura tan
grande, esas palabras: Tú eres mi hijo (Sal 2, 7). y yo solo sabía repetir: 'Abbá, Pater!, Abbá, Pater!, Abbál, Abbá, Abbá! Y ahora lo veo con una luz nueva (...): tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios»
(Meditación del 28-1-1963;RHF 20787; cit. por A. de Fuenmayory otros, El itinerario [uridico, p. 31). «En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo (...); cada cristiano es no alter Christus, sino ipse
Christus, ¡el mismo Cristo!» (Es Cristo que pasa, 104); «No lo olvidéis: el que no
se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima» (Amigos de Dios, 26).

Conclusión
Hemos visto las relaciones que causa la presencia del Espíritu Santo en
el alma. El Espíritu Santo identifica con Cristo, y de esta forma, nos con-

vierte en hijos de Dios y nos incorpora su Cuerpo, que es la Iglesia.
La filiación divina no es un tema más, sino el fin al que se dirige toda
la salvación obrada por Jesucristo. Nos lo recuerda san Pablo: «Dios envió a su Hijo (. .. ) para que recibiéramos la filiación adoptiva; la prueba
de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu
de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!» (Ga 4, 4-5). Y también el Evangelio
de san Juan nos dice que quienes aceptan a Jesucristo «llegan a ser hijos
de Dios» (In 1, 12).
Lo propio de la revelación cristiana no es solo creer que Dios existe.
Es creer que Dios es Padre, que somos sus hijos por el Espíritu, y que el
Espíritu nos identifica con el Hijo, convirtiéndonos en «hijos en el Hijo».
y la vida cristiana no es otra cosa que vivir como hijos de Dios, participando de su caridad.
Siguiendo a san Pablo, los Padres de la Iglesia se fijan en la capacidad
que tiene el bautismo de regenerar al ser humano y de convertido en
Cristo. Se le aplica así toda la fuerza del Misterio Pascual y pasa de la
98

La gracia de Dios

muerte a la vida. Además, desde san Ireneo, usan la doctrina del «admirable intercambio» y de la «recapitulación en Cristo». Estas expresiones,
inspiradas en las Escrituras, tienen también un amplio desarrollo litúrgico, pues son muy aptas para mostrar el misterio que se realiza en los
sacramentos.
Estas verdades tan fundamentales de la fe cristiana son vividas de
manera consciente por muchos grandes santos. Expresan con su vida la
importancia de identificarse con Cristo (san Francisco de Asís), imitarle
en la vida (Kempis) o vivir con la conciencia de ser hijo de Dios (Sta. Teresita, san Josemaría).

Bibliografía
NICOLÁSCABASILAS,
Vida en Cristo, Rialp, Madrid

1999 (4a ed.).

M. SCHMAUS, a gracia divina, parro 189, pp. 154-189.
L
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F. OCÁRIz, Hijos de Dios por el Espíritu Santo, en ScrTh 30 (1998) 479-504.
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1972.

A. GARCtASUÁREz, La primera persona trinitaria y la filiación adoptiva: XVIII Semana Española de Teología, Madrid 1961, 69-114.
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1981,99-204.

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  • 1. Capítulo IV EL DON DEL EspíRITU y LA FILIACIÓN DIVINA Per le sciamus da Patrem noscamus atque Filium le utriusque Spiritus credamus omni lempore (Himno Veni Creator Spiritus) Sumario 1. La filiación divina en la Sagrada Escritura: «hijos en el Hijo» 2. La identificación con Cristo según los Padres de la Iglesia 3. Identificación con Cristo y filiación divina: liturgia y espiritualidad Introducción La Sagrada Escritura revela que el designio de salvación de Dios consiste en convertir al hombre en hijo de Dios (cfr. In 1, 11-12; Ga 4, 4-7), por la acción del Espíritu Santo. El Espíritu Santo incorpora a cada cristiano a Cristo y lo convierte realmente en hijo en el Hijo; además de ponerlo en comunión con la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, como ya hemos visto. Estas relaciones manifiestan el carácter personal de la gracia. Dice san Basilio: «Por medio del Espíritu Santo tenemos (... ) la vuelta a la adopción filial, la confiada libertad de llamar Padre nuestro a Dios, de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz, de tener parte en la gloria eterna» (De Spir. XV, 35-36; cfr. XVI, 38). Dídimo el Ciego: «Precisamente en virtud de este Espíritu de adopción claman los que han recibido a Dios como Padre (... ); en efecto, el mismo Espíritu que nos adopta como hijos da testimonio de nuestra participación en él, a saber, que él es poseído por nuestro espíritu, porque somos hijos de Dios» (De S. Sancto, 42, 196; cfr. Rm 8, 15). Juan Pablo II: «Es un don del Espíritu Santo que nos asemeja al Hijo y nos pone en relación fi-
  • 2. 84 La gracia de Dios lial con el Padre: en el único Espíritu, por Cristo, tenemos acceso al Padre (cfr. Ef 2,18)>> (Au.G., 22-VII-1998, 2). Por voluntad de Dios, el fin del hombre consiste en «ser hijo en el Hijo». Esta es una revelación formidable sobre la condición humana y da la verdadera dimensión de la gracia de Dios. El fin del hombre se revela en Cristo y se realiza por la identificación con Cristo que causa el Espíritu Santo. Dice san Agustín: «Por tanto, felicitémonos y demos gracias, porque no solo nos ha hecho cristianos, sino Cristo: ¿Entendéis, hermanos, la gracia de Dios sobre nuestras cabezas? Asombraos, alegraos, porque hemos sido hechos Cristo. Si él es la cabeza, nosotros, sus miembros; el hombre entero, él y nosotros» (In Joh., 21, 8). «Es nuestro hermano y esto se manifiesta cuando decimos a Dios, Padre nuestro. El que llama a Dios Padre nuestro, le llama a Cristo, hermano» (En. in Ps. 48, s. 1, 8). Por eso, la gracia no se puede entender solo en relación al pecado, sino en relación a la identificación con Cristo por el Espíritu Santo. Para entender bien lo que es la gracia, hay que entender bien lo que es la salvación. Una soteriología pobre produce reducciones en el tratado de la gracia. El designio de Dios va mucho más allá del pecado y sus consecuencias: «Hay un doble aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (... ). Consiste en la victoria sobre el pecado y en la nueva participación en la gracia. Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo (...) no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único» (CEC 654). 1. LAFILIACIÓN DIVINA LASAGRADA EN ESCRITURA: HIJOSEN EL HIJO» « «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos» (J Jn 3, 1). Todo el misterio de la salvación se ordena a convertimos en hijos de Dios. Así resumen el misterio san Pablo (Ga 4,4-7) Y san Juan (Jn 1, 12). Este designio de Dios se revela en la Sagrada Escritura en dos pasos, que desarrollaremos en este capítulo: a) Que Dios es Padre. Jesucristo ha revelado la paternidad de Dios: primero, mostrándonos que Dios es su Padre y que Él es el Hijo unigénito y eterno. b) Que nos identificamos con Jesucristo. San Pablo argumenta que somos hijos de Dios porque hemos recibido el Espíritu que el Hijo tiene en plenitud. Al recibir el Espíritu del Hijo, nos identificamos con Cristo y nos hacemos no solo hermanos, sino parte del mismo Cristo. En esa misma medida, somos hechos hijos de Dios y tenemos una participación en la vida divina.
  • 3. El don del Espiritú y la filiación divina 85 A) La revelación de que Dios es Padre La revelación de que Dios es Padre es central en el mensaje de Jesucristo. Se puede considerar como el resumen del Evangelio y el contenido de la Buena Nueva. Hasta la revelación de Jesucristo, el rostro de Dios ha estado oculto tras el velo de la naturaleza, que es ambigua: «ADios, nadie le ha visto nunca. El unigénito que está en el seno del Padre, él nos lo ha revelado» (In 1, 18). En el Antiguo Testamento, Dios se presenta como Padre de Israel (Ex 4, 22-23; Dt 14, 1-2; 1,31; Ir 31,9; Is 1,2; Os 11, 1) Y otras veces, la Biblia le llama así (Is 63, 16; Ir 3, 4.14.19; MI 2, 10). También llama «hijos de Dios» a personas muy escogidas: (2 S 7,14; Sal 2, 8); Sal 89 (88), 27; 1 era 22, 10); y a los ángeles (lb 1,6; 38, 7; Sal 29 (28), 1; 82 (81), 6; 89 (88), 7). Pero se trata de un uso muy comedido. La Ley infundía al judío piadoso un enorme respeto: «No tomarás el Nombre de Dios en vano».La expresión puesta en boca de David «Él me invocará: ¿Tú, mi Padre, mi Diosy roca de mi salvación» (Sal 89 (88), 27) resulta del todo excepcional en la Bibliay se refiere al Mesías. Lo mismo que el Salmo 2. Dios es Padre, ante todo, de nuestro Señor Jesucristo, que le llamaba así con una familiaridad que llenaba de asombro a los que le oían. Los Evangelios sinópticos testimonian que empleaba el término «Abba» (Mc 14,36). En todas las oraciones, Jesucristo emplea la palabra «Padre» (Mt 11,25-27; 26, 42; Le 10,21; 22, 42; 23, 34; 23, 46). Y el Evangelio de san Juan recoge abrumadoramente el testimonio de la íntima relación del Hijo con el Padre. La plena revelación de Cristo como Hijo da una dimensión totalmente nueva a la palabra «Padre» aplicada a Dios. Cuando le piden el tributo del templo, declara que «los hijos no pagan» (Mt 17,24-27). Y revela su intimidad cuando exulta: «Yote bendigo, Padre, Señor del cieloy de la tierra porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padrele conoce bien nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 25-27; Le 10, 21-22). San Juan habla mucho de la intimidad del Hijo con el Padre: en varios importantes discursos (5, 18-47; 6, 32-46; 7, 16-30; 8, 1830; 8, 38-59; 10,25-38; 12,44-46; 12,49-50); en otras referencias ocasionales (In 3, 16-17;4, 34; 5, 17; 6, 65; 8, 42; 9,4; 10, 17; 11,4; 11,41-42; 20, 17); y en el discurso dela última cena (14,8-31; 15,8-10.15.16; 15,23-27; 16, 10.23-30; 17); además del prólogo(1, 1-2) y el significativo testimonio de Juan el Bautista (3,31-36). Jesucristo enseñó también a sus discípulos a llamar a Dios, Padre, ya sentirlo así. Los discípulos de Cristo deben tratar al Padre con la confianza que han visto en Cristo; aunque la relación de Jesús es única. Jesucristo distingue significativamente entre «mi Padre» y «vuestro Padre» (Mt 5, 45; 25, 34; Le 24, 49; In 20, 17).
  • 4. 86 La gracia de Dios En el Sermón de la Montaña, Jesucristo resume la conducta cristiana en vivir como hijos de Dios: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 43-48; cfr. 5, 16; Le 6, 36); les invita a vivir confiando francamente en «vuestro» Padre (Mt 6, 4; 6, 6; 6, 18; 6, 26.32); les enseña a rezar el «Padrenuestro» (Mt 6, 9-13; Le 11,2-4); les muestra la infinita misericordia del Padre en la parábola del hijo pródigo (Le 15,20-32). «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino» (Le 12, 32; cfr. Me 10,30; Mt 19,17-29). El prólogo del IV Evangelio resume así la misión de Cristo: «Vino a los suyos y lo suyos no le recibieron, pero a cuantos le recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (1, 11- 12). La misión del Hijo consiste en convertir a los hombres en hijos de Dios. La misma idea se encuentra en la Primera Carta: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamamos hijos de Dios, pues lo somos (... ). Somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos» (J In 3, 1-2). En la Primera Carta, la condición de «hijo de Dios» y del amor de caridad le sirve a san Juan para definir la conducta cristiana (J In 3, 9-10; cfr. 4, 3-8). B) La identificación con Cristo Lo mismo que san Juan, san Pablo enseña que toda la acción salvadora de Jesucristo tiene como fin hacemos hijos de Dios, pero destaca que esto se consigue por la identificación con Cristo, y lo explica con gran profundidad. «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer; nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, para que recibiésemos la adopción. Por ser hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita 'Abbá, Padre'. De manera que ya no eres siervo, sino hijo, y si hijo, heredero por la gracia de Dios» (Ga 4, 4-7); «A los que de antemano eligió también predestinó para que lleguen a ser conformes a la imagen de su Hijo, a fin de que él sea primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8, 29); «Por él, unos y otros (judíos y gentiles) tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef2, 18-19). Considera que así se han cumplido las promesas de la Escritura: «Yo seré para vosotros un padre y vosotros seréis para mí hijos e hijas» (2 ea 6, 16; cfr. Is 43, 6; Ir 31,9; 2 S 7, 14). Al recibir de Cristo el Espíritu Santo, se produce un renacimiento espiritual. Por el bautismo, de un modo místico, se reproduce la muerte y resurrección de Cristo: el cristiano muere al hombre viejo y renace a una
  • 5. El don del Espfritu y la filiación divina 87 vida nueva, que es la vida del Espíritu de Cristo. El cristiano se identifica así con Cristo. Hay un cierto intercambio místico: «Fuimos sepultados juntamente con Él mediante el bautismo para unimos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos con una vida nueva; si hemos sido injertados en él con una muerte como la suya también lo seremos con una resurrección como la suya (... ); Ysi hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él (...) vosotros os debéis considerar muertos al pecado pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm 6, 45.11); «Sois todos hijos de Dios por la fe en Jesucristo; al ser bautizados en Cristo, habéis sido revestidos de Cristo, ya no hay ni judío, ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo» (Ga 3, 26-28); «Cristo ha muerto por todos a fin de que los que viven no vivan ya para ellos mismos, sino para el que murió y resucitó por ellos (... ); el que está en Cristo es una nueva criatura» (2 Co 5, 15.17); «Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor; ya vivamos, ya muramos, del Señor somos; porque Cristo murió y resucitó para eso, para ser Señor de los muertos y de los vivos» (Rm 14,7-9). San Pablo tiene presente lo que significa la palabra «espíritu» en la tradición biblica (ruah). El Espíritu que hemos recibido de Cristo, a semejanza de la creación, renueva nuestro ser, nos identifica con Cristo y nos impulsa a tratar a Dios como «Abba, Padre» (Ga 4,6; Rm 8, 15). El argumento está muy bellamente desarrollado en el capítulo 8 de la Carta a los Romanos. Este texto merece una cuidadosa lectura. «Los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Porque no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos 'Abbá, Padre'. Pues el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él glorificados» (Rm 8, 14-23). El vivir cristiano se convierte así en un vivir «en Cristo». Esta expresión es importantísima en san Pablo (Rm 6, 11; 8, 10; 1 Co 3, 23; 2 Co 5, 17; Ga 2, 20; 3, 28; Ef2, 6.13; 3,17; Flp 1,20-21; 3,14; 4,1; Col 3, 1-3; 1 Ts 1, 1; 3, 8; 2 Ts 1, 1.12). Expresa la identificación que debe crecer, hasta la plenitud que tendrá lugar con la resurrección y la gloria. San Pablo llama al Espíritu Santo también Espíritu del Señor o Espíritu de Cristo (2 Co 3, 17; Flp 1, 19), porque Él lo tiene en plenitud y nosotros lo recibimos de Él: «El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece, más si Cristo está en vosotros » (Rm 8, 9-10); «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ( ); quien se adhiere al Señor, se hace un solo Espíritu con Él» (J Co 6, 15-19). «Afin de vivir para Dios, con Cristo estoy crucificado y ya no vivo
  • 6. La gracia de Dios 88 yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2, 19-20); "nos vivificó con la vida de Cristo (... ) y con él nos resucitó (. ..); somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para [hacer] obras buenas (... ). Hubo un tiempo en que vosotros, los gentiles, estabais desconectados de Cristo (... ); ahora vosotros en Cristo Jesús (. .. ) sois conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios» (Ef2, 5-19). Hay que revestirse "del Hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad» (Ef 4, 24); "Hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Ga 4, 19); "Hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13). Esta transformación está ampliamente descrita en 1 ea 15, 42-57. San Juan destaca bellamente la identificación y profunda unidad que el discípulo adquiere con el Padre en el Hijo (cfr. In 17). La identidad con el Hijo se expresa en la parábola de la vid (cfr. In 15) y se realiza en la Eucaristía (cfr. In 6, 12-66). El vínculo que une al discípulo con el Hijo y con el Padre es el amor. "Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí (... ). Les he dado a conocer tu Nombre y lo daré a conocer, para que el amor con que Tú me amaste esté en ellos y yo en ellos» (Jn 17, 22-26). "Permaneced en mí como yo en vosotros (. ..); el que permanece en mí y yo en él. ese da mucho fruto» (Jn 15,4-5); "Permaneced en mi amor» (In 15,9); "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él (. .. ) el que me coma vivirá por mí» (In 6, 56-57). Nuestra filiación es verdadera, pero no plena y eterna como la del Hijo Unigénito. La de Jesucristo es por naturaleza, desde toda la eternidad, la nuestra es por don del Espíritu Santo, en el tiempo. Por eso, san Pablo la llama «adopción» en Cristo tuiothesia, Ga 4, 5; Ef 1, 5; Rm 8, 15.23), introduciendo el término en el vocabulario cristiano. 2. LA IDENTIFICACIÓ CO CRISTO, SEGÚ LOS PADRES DE LA IGLESIA En Cristo, somos hijos de Dios. En su predicación, los Padres comentan todos los pasajes importantes de la Sagrada Escritura y todo el misterio de renovación en Cristo que se expresa en la Liturgia. Es imposible recoger y sistematizar la riqueza de su doctrina. Pero hay dos felices expresiones de san Ireneo que resumen la economía de la salvación: el «admirable intercambio» y la «recapitulación en Cristo». El «admirable intercambio» expresa, sobre todo, el sentido de la Encarnación. Y la «recapitulación en Cristo» es una forma de expresar la transformación del hombre que se significa y se produce en el Misterio Pascual, Además,
  • 7. El don del Espíritu y la filiación divina veremos algunos textos de los Padres sobre la identificación en los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía 89 con Cristo e , a) El «admirable intercambio» La patrística resume la economía de la salvación, y especialmente el sentido de la Encarnación, en este principio: el Hijo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda participar en los dones divinos. La encontramos primero en san Ireneo: «El Verbo de Dios se ha hecho hombre, y el Hijo de Dios, hijo de hombre, para que el hombre entre en comunión con el Verbo de Dios y que, recibiendo la adopción, llegue a ser hijo de Dios» (Adv. haer. lII, 19, 1; cfr. lII, 18, 1 Y 7; IV, 20, 4; IV, 16,2-3); donde se ve que el «admirable intercambio» encierra la filiación divina: «En todos nosotros está el Espíritu que grita 'Abbá' (Padre)» (Dem. ap. 3.5). «Siel hombre no se hubiera unido a Dios, no habría podido recibir la participación en la incorruptibilidad (Adv. haer., lII, 18, 7); «El único maestro seguro y verídico,el Verbo de Dios, Jesucristo nuestro Señor que, por su inmenso amor, se ha hecho lo que nosotros somos para hacer de nosotros lo que es Él» (Adv. haer. V. Prefatium). San Ireneo lo entiende en sentido sumamente realista: «Nuestro nacimiento (...) nos concede renacer a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los portadores de Dios son conducidos al Verbo, esto es, al Hijo, que es quien los acoge y los presenta al Padre, y el Padre les regala la incorruptibilidad» (Dem. ap. 7). El tema es ampliamente recogido en el Catecismo (CEC460). Después, la idea es retornada por san Atanasio: El Verbo «se hace hombre para que lleguemos a ser Dios» (De inc., 54). Y explica de qué manera el Espíritu nos hace hijos. Es la idea central del De Incarnatione Verbi: «Se hace hombre para que lleguemos a ser Dios; se ha hecho visible en su cuerpo, para que nos hagamos una idea del Padre invisible; ha soportado los ultrajes de los hombres, a fin de que heredemos la incorruptibilidad» (De inc., 54); «El Verbo ha asumido la carne para que nosotros pudiéramos recibir el Espíritu Santo; Dios se ha hecho portador de la carne para que el hombre pueda ser portador del Espíritu» (De inc., 8). En su discurso contra los arrianos: «Estos son los que, habiendo recibido el Verbo,han recibido también la potestad de ser hijos de Dios. (...) Y no pueden ser hechos hijos de otro modo que recibiendo el Espíritu de Aquel que es el hijo natural y verdadero» (Adv. Arian. IV,2, 59; cfr. IV,3, 24). Más tarde, la afirmación es recogida por todos los Padres Griegos y muchos latinos, impregna el misterio de la liturgia cristiana y se prolonga en la teología ortodoxa.
  • 8. 90 La gracia de Dios Por ejemplo, san Gregario Nacianceno (Poema dogm. 10, 5-9; PG 37, 465) Y san Gregario de Nisa: «Se mezcló con lo nuestro para que lo nuestro, al mezclarse con lo divino, se hiciera divino» (Or. catech. 25, 2); san Juan Crisóstomo: «(El Lagos) se hizo hombre, permaneciendo verdadero Hijo de Dios, a fin de hacer de los hijos del hombre, hijos de Dios» (In Johan. 11, 1). También san Agustín: «Él descendió para que nosotros ascendiéramos, y conservando su naturaleza se hizo partícipe de la nuestra, para que nosotros, conservando nuestra naturaleza, nos hiciéramos partícipes de la suya» (Ep. 140, 10; PL 33,542); «Por una admirable condescendencia, su único Hijo, según la naturaleza, se ha hecho hijo del Hombre, para que nosotros, que somos hijos de hombre por naturaleza, nos hagamos hijos de Dios por gracia» (De civ. 21, 15). Destacan los hermosos sermones de san León Magno para Navidad y Pascua: «Del mismo modo que Nuestro Señor se ha hecho de nuestra carne naciendo, así nosotros nos hacemos su cuerpo renaciendo; somos nada menos que miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo» (In Nativ. Dom., Sermo 3, 5); «Cualquiera de los creyentes, en cualquier parte del mundo, que sea regenerado en Cristo, destruida su vieja condición original. renace y pasa a ser un hombre nuevo; y ya no está en la estirpe del padre camal, sino en el germen del Salvador, que se ha hecho hijo del hombre, para que nosotros podamos ser hijos de Dios. Y si no hubiera descendido hasta nuestra vileza, ninguno hubiera llegado a él por sus méritos» (In Nativ. Dom., Sermo 6, 2-3). b) La «recapitulación en Cristo» También fue san Ireneo quien introdujo la idea-imagen de la recapitulación en Cristo. Resume la lógica de la Pascua. La expresión procede de san Pablo: Dios quiere salvar el mundo «recapitulando en Cristo todas las cosas de los cielos y de la tierra» (Ef 1, 10; cfr. Rm 13, 9-10; Col ), 16-20). El Señor, al encarnarse, ha sentado un nuevo principio para la raza humana; y con su resurrección, ha iniciado la plenitud final en la gloria. Por eso, toda la vida cristiana consiste en ser recapitulado en Cristo, pasando de la estirpe del hombre viejo al hombre nuevo, hasta la gloria final. Dice san Ireneo: «Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga serie de los hombres, dándonos la salvación como en resumen (en su carne), a fin de que pudiésemos recuperar en Jesucristo lo que habíamos perdido en Adán; a saber, la imagen y semejanza de Dios» (Adv. haer. 3, 18, 1; cfr. 3, 16, 6; 4, 6, 2; 4, 38, 1; 4, 40, 3; S, 1, 2; S, 20, 2); «era conveniente y justo que Adán fuese recapitulado en Cristo a fin de que fuera hundido y sumergido lo que es mortal en la inmortalidad» (Dem. ap. 33); «Manifestó la resurrección haciéndose él en persona primogénito de los muertos, levantó en su persona al hombre caído por tierra, al ser elevado él a las alturas del cielo» (Dem. ap. 37). Los primeros grandes teólogos alejandrinos (Clemente, Orígenes) insisten en que el cristiano se asimila a Cristo por el Espíritu Santo; por
  • 9. El don del Espíritu y la filiación divina 91 eso, se hace hijo de Dios. El Espíritu Santo es Espíritu de filiación que nos impulsa a clamar «Abbá, Padre» (Rm 8,15; Ga 4,6; cfr. Me 14,36). Según Clemente de Alejandria: «Tras ser bautizados, hemos sido iluminados; al ser iluminados, hemos sido adoptados como hijos; al ser adoptados, somos perfeccionados; al ser hechos perfectos, hemos adquirido la inmortalidad» (Poed. 1, 26.1; cfr. 1, 21, 1); «Nuestro fin es la semejanza lo más perfecta posible a la verdadera Palabra de Dios, y llegar a la perfecta filiación mediante la 'apokatástasis' del Hijo, alabando siempre al Padre por medio del Sumo Sacerdote que nos ha hecho dignos de llamamos 'hermanos' y 'coherederos'» (Strom. II 134, 2; cfr. Hb 2, 11; Rm 8, 17; Ga 4, 7); Origenes pone en boca de Cristo: «Ved, pues, cuán excelente es el don que habéis recibido de mi Padre en el momento en que habéis obtenido el Espíritu de filiación a través de la regeneración en mí, para que vinierais a ser 'hijos' de Dios y 'hermanos' míos» (De oro 15, 4); «Siendo los santos una imagen de la imagen (que es el Hijo), expresan la filiación al haber sido hechos conforme no solo al cuerpo glorioso de Cristo, sino a la persona que está en ese cuerpo» (De orat. 22, 4); «La plenitud de los tiempos llegó con la venida de Nuestro Señor Jesucristo, cuando puede recibirse libremente la adopción» (De orat. 22, 1); y sigue hilando tres importantes textos que expresan el sentido de la filiación divina: Ga 4, 1; Rm 8, 15 YIn 1, 12. En otro lugar añade: «Opino, pues, que nadie seria capaz de decide (en verdad) a Dios 'Padre', sin estar realmente lleno del Espíritu de filiación» (In. Le. fragm. 174). San Atanasio y san Cirilo de Alejandría desarrollan la idea de la recapitulación. San Atanasio dice que, al encarnarse el Verbo, se ha unido a toda la naturaleza humana. Por el Espíritu, cada cristiano puede unirse a la persona del Verbo, y así se verbifica y se convierte en hijo. San Cirilo desarrolla la idea y dice que nos hacemos cristiformes, adquirimos la «[orma» de Cristo (In Is. 66, 18-19). Esto nos permite participar de los bienes de Cristo. Es un tema muy importante en su teología. Para san Atanasio, gracias a que el Verbo ha tomado un cuerpo, nuestra carne será «verbifícada». Él ha tomado nuestra semejanza física para que nosotros pudiéramos asimilamos a su filiación por el Espíritu Santo que en nosotros es Espíritu de filiación (cfr. Oro c. arian. 1, 9, 16, 34, 45-46, 49; II, 59, 61, 70, 74, 272b-273c, 276c-277c, 296, 304a-305a; III, 10, 19-20,22-23,33, 341a-344a, 361b365c, 368c-372, 393-396a. PG 26). San Cirilo de Alejandria: «Como, al hacerse hombre, el Hijo asumió en sí toda la naturaleza humana, ha recibido el Espíritu para renovar completamente al hombre y devolved o a su primitiva grandeza» (In Johan., V, 2); «Somos configurados con Cristo por la participación del Espíritu Santo, conforme a la belleza ejemplar originaria de Cristo. Cristo se forma en nosotros de ese modo, porque el Espíritu Santo nos hace partícipes de un proceso divino de configuración mediante la santificación y la vida recta» (In Is. 4, 2; PG 70, 936 BC); «Si llevamos siempre una vida creyente, Cristo se formará en nosotros y hará brillar espiritualmente en nuestro interior sus propios rasgos»
  • 10. 92 La gracia de Dios (De dogm. sol. 3; cfr. In Johan., II, 1; Y Diálogo 7 en De Trin.); muy amplia y hermosamente tratado en su comentario al Ev. de san Juan, caps. 9, 11 y 12. La idea de la recapitulación se basa en el significado del misterio Pascual y resume el pensamiento de san Pablo: somos renovados en Cristo, y pasados de la muerte a la vida, del hombre viejo al hombre nuevo. Esta idea central, de una manera u otra, se expresa constantemente en la teología de los Padres. Dice san León Magno: «Queridísimos. demos gracias a Dios Padre, por su Hijo, en el Espíritu Santo, porque por la mucha misericordia con que nos ha amado, se apiadó de nosotros; y cuando estábamos muertos por los pecados, nos convivificó en Cristo, para que seamos en él una criatura nueva, una nueva obra de sus manos (cfr. Gn 2, 7; Rm 9, 20): Por tanto, dejemos al hombre viejo con sus obras; y habiendo participado de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne. Date cuenta, cristiano, de cuál es tu dignidad y, ya que te han hecho partícipe de la naturaleza divina, no vuelvas a caer, por tu conducta, en la anterior vileza. Acuérdate a qué cabeza y a qué cuerpo perteneces. Y ten presente que, arrancado del poder de las tinieblas, has sido trasplantado a la luz y al reino de Dios» (In Nativ. Dom., Sermo 1, 3). Se encarnó el Verbo «Para que tú, que naciste de una carne corruptible, renazcas del Espíritu Santo; y obtengas por gracia lo que no tenías por naturaleza, y si eres reconocido hijo de Dios por el Espíritu de adopción, te atrevas a llamar a Dios, Padre» (In Nativ. Dom., Sermo 2, 5). e) El nacimiento en Cristo por el Bautismo y la incorporación por la Eucaristia Siguiendo a san Pablo (Rm 6, 1-14), muchos Padres de la Iglesia señalan que el Bautismo es el sacramento donde morimos con Cristo y resucitamos con él, por el Espíritu Santo. El tema está amplísimamente tratado en las catequesis bautismales y muchos Padres glosan la idea de que el cristiano «renace en Cristo» (Jn 3, 3-8), «se reviste de Cristo» (Ga 3, 27); y que la nueva vida consiste en «vivir en Cristo» (Ga 2,19-20). San Ireneo: «El bautismo es el sello de la vida eterna, el nuevo nacimiento en Dios, de tal modo que ya no somos hijos de los hombres mortales, sino del Dios eterno e indefectible (Dem. ap. 38); san Hilario: «después del bautismo, el Espíritu vuela hacia nosotros desde los cielos y quedamos bañados en la unción de la gloria celeste y nos convertimos en hijos de Dios por la adopción de la voz del Padre» (In Mat., 2, 6); san Metodio (ea. 311): «Aquellos que son iluminados, reciben (... ) la forma del Verbo, que según semejanza les es impresa (... ) así que en cada uno espiritualmente nace Cristo, es engendrado por la Iglesia» (Conv. dec. virg. 8, 8); también Dionisio Areopagita (ea. 500), que llama al bautismo «nacimiento divino» (De eccl. hieroII, 1; PG 3, 392B). Tiene un particular interés el testimonio de san Cirilo de Jesuralén: «Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo, habéis sido
  • 11. El don del Espíritu y la filiación divina 93 hechos conformes con él; Dios, que os predestinó a la adopción de hijos, os ha hecho conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Siendo, pues, partícipes de Cristo, con razón sois llamados cristos» (Cathech. myst. 3, 1); muy ampliamente en san Juan Crisóstomo (In II Cor, Hom. XI, PG 61.475-476); Y también en san León Magno: «Aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno en días distintos, con todo, la totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada con Cristo en su pasión, ha sido resucitad a en su resurrección y ha sido colocada a la derecha del Padre en su ascensión (In Nativ. Dom., sermo 6). Hermosamente tratado en Nicolás Cabasilas: «El bautismo nos da el ser y el subsistir en Cristo, tomando consigo a los seres sumergidos en corrupción y muerte los introduce en la vida» (Vida en Cristo,Y, 1, p. 29); «Ser bautizados no es otra cosa que nacer en Cristo» (Vida en Cristo, II, 2, 51). Muchos más testimonios en G. Bray - M. Merino (ed. castellana), La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, VI, Romanos, Ciudad Nueva, Madrid 1999, comentario aRm 6,1-14, pp. 226-245. Los Padres comentan que, en la Eucaristía, se expresa el intercambio en Cristo. Al comer su cuerpo y beber su sangre, el cristiano se hace «concorpóreo» con Cristo (cfr. In 6, 56-57). Al unirnos a su humanidad, participamos de su divinidad o vida divina por el Espíritu Santo que nos da. El tema está ampliamente tratado en las catequesis sobre la liturgia cristiana. Dice Orígenes: «Quien da firmeza a su corazón participando del pan substancial, se hace hijo de Dios» (De orat. 27, 12); san Cirilo de Jerusalén: «Para que cuando tomes el cuerpo y la sangre de Cristo te hagas concorpóreo y consanguíneo suyo; así nos hacemos portadores de Cristo (cristájoros}, al distribuirse en nuestros miembros su cuerpo y su sangre; de esta manera, como dice san Pedro, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina» (Catech. myst. IV, 3). El sentido de la identificación sacramental está ampliamente reflejado en los comentarios a los sacramentos (De mysteriis), entre los que destaca las Catequesis mystagógicas, de san Cirilo de Jerusalén; el De Ecclesiastica Hierarchia, del Ps. Dionisio; el comentario (Escolios) que le hace san Máximo confesor y su Mystagogia; y, en la misma línea, dentro ya de la tradición bizantina, Nicolás Cabasilas, Explicación de la divina liturgia y, sobre todo, La vida en Cristo: «En este sacramento no recibimos algo suyo, sino a Él mismo (... ); de manera que le habitamos y somos habitados y llegamos a ser con Él un solo y único Espíritu» (Vula en Cristo, :rv, 1, p. 120). 3. IDENTIFICACIÓN CON CRISTO Y FILIACIÓN DIVINA: LITURGIA y ESPIRITUALIDAD Algunos testimonios litúrgicos Se pueden multiplicar los testimonios donde la liturgia (Lex orandi) expresa la identificación con Cristo, pero nos vamos a limitar a tres: el
  • 12. 94 La gracia de Dios «en Cristo» de la oración cristiana; la celebración de los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía; y el sentido de los tiempos de Navidad y Pascua. Como testimonio litúrgico particularmente importante de la identificación con Cristo hay que destacar que, por el Espíritu Santo que ha recibido, el cristiano ora siempre «en Cristo», en el nombre del Hijo (Jn 16, 26), identificado con el Hijo. El «en Cristo» es un elemento esencial de la plegaria cristiana. El Espíritu Santo lo inserta en Cristo y lo conduce a tratar a Dios como «Padre» (Abbá) (Rm 8, 15; Ga 4,6). Por estar en el Hijo, podemos llamar a Dios, Padre. Al introducir el Padrenuestro, la liturgia romana se asombra de poder llamar a Dios «Padre»: «Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir. .. », «Dios todopoderoso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nuestros corazones el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida» (Orac. colecta, lunes sem. II Pascua; MR 1983, 312). El tema está hermosamente tratado en el Catecismo (2780-2783). La doxología final de las Plegarias eucarísticas de la liturgia romana declara solemnemente: «Por Cristo, con Él y en Él a ti Dios Padre todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria». La liturgia expresa explícitamente que el misterio que celebra es el Misterio Pascual. Por eso, toda la celebración litúrgica está impregnada de ese sentido de identificación con Cristo. En medio de esto, la liturgia bautismal expresa directamente el nacimiento y renovación en Cristo. Además, la comunión eucarística es un gesto de incorporación y de intercambio místico con Cristo: por eso, la idea es frecuentemente mencionada en las oraciones después de la comunión (pos comunión), en la celebración litúrgica del Corpus Christi y en las Misas votivas de la Eucaristía. En la Misa del Bautismo: «Concédenos que, fortalecidos por el Espíritu de la adopción filial, caminemos siempre en novedad de vida» (Orac. colecta, A; MR 1983,771); «configurados a Cristo, tu Hijo por el bautismo» (Orac. s. ofr., A; MR Madrid 1983, 772). En la Confirmación: «Recibe, Señor, las ofrendas de estos hijos tuyos, configurados hoy más perfectamente con Cristo, que con su muerte nos mereció el don del Espíritu» (Orac. s. ofr., A; MR 1983, 775). En el día del Bautismo del Señor: «concédenos poder transformamos interiormente a imagen de Aquel que hemos conocido semejante a nosotros en su humanidad» (Orac. colecta segunda). «Imploramos de tu misericordia que, transformados en la tierra a su imagen, merezcamos participar de su gloria en el cielo» (Orac. post como Dom XX t.o.; MR 1983, 380). Por su parte, el año litúrgico recuerda explícitamente el admirable intercambio en el tiempo de Navidad, como se puede ver en muchas oraciones y prefacios; y también en el tiempo de Pascua. Lo propio del tiempo pascual es celebrar el paso de la muerte a la vida, del hombre viejo al hombre nuevo; y por tanto, se alude frecuentemente a la recapitulación o
  • 13. El don del Espíritu y la filiación divina 95 renovación en Cristo. Esto se aprecia tanto en las oraciones litúrgicas como en los textos de la Liturgia de las Horas. En el día de Navidad: «Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de Aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana» (Orac. Colecta); en la Misa de medianoche: «Por este intercambio de dones en el que nos muestras tu divina largueza, haznos partícipes de la divinidad de tu Hijo que, al asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de modo admirable» (Orac. sobre las Ofrendas); en el Prefacio III de Navidad: «Hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva, pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no solo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos» (MR 1983,425); y en el de Epifanía: «Al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal, nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad» (Prefacio de Epifanía; MR 1983,426). En tiempo Pascual se repite esta oración: «Oh Dios, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad, concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos» (Orac colecta, V Dom. de Pascua; MR Madrid 1983, 332). La experiencia de la mística y de la santidad cristianas Lo que la tradición afirma y la liturgia celebra se muestra espontáneamente en la vida cristiana. Muchos santos y hombres de Dios han deseado y se han sentido identificados con Cristo, especialmente, en la tribulación. La antigüedad cristiana vio una especial identificación en los mártires. Escogemos solo algunos testimonios. La tradición monástica entiende que Cristo es el modelo e intenta repetir sus sentimientos y virtudes, a veces estableciendo un itinerario muy estudiado. Quienes rodearon a san Francisco de Asís, alcanzaron la impresión de que vivía fuertemente identificado con Cristo, lo que se manifestaba incluso con señales externas (los estigmas). De aquí surge una doctrina y una rica tradición sobre la conformación con Cristo. El tema de la identificación está presente también en algunos teólogos medievales occidentales (Ruperto de Deutz, santo Tomás de Aquino) y bizantinos (Cabasilas). Señala santo Tomás de Aquino: «El que quiera vivir con perfección no tiene que hacer más que rechazar lo que Cristo en la Cruz rechazó y desear lo que Cristo deseó» (Collatio 6 super Credo). Nicolás Cabasilas: «Viven más unidos a Cristo que a su misma cabeza, y viven más realmente de Él que de la unión que los liga a su cabeza ( ... ). Cada una de las almas santas es una e idéntica a sí
  • 14. 96 La gracia de Dios misma y, no obstante, está más unida al Salvador que a sí misma, porque le ama más que a sí misma» (Vida en Cristo, 24). La piedad nueva, que se expande en el Renacimiento desde el centro de Europa, quiere ser una Imitación de Cristo (Kempis). A partir de los siglos XVI y XVII, se desarrolla una piedad de identificación con la pasión de Cristo (san Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas). Más recientemente, se pone empeño en imitar los sentimientos del corazón de Cristo (san Juan Eudes, santa Margarita Alacoque, san Alfonso María de Ligorio). Entre los autores espirituales de los últimos siglos destaca la obra del beato Columba Marmión (1858-1923), que describe la identificación con Cristo y la propone como camino de espiritualidad. La Imitación de Cristo se convierte en un ideal espiritual, especialmente, en el desarrollo de las virtudes cristianas. La piedad cristiana, a partir del XVI, se fija en la unión con Cristo en la Cruz y desarrolla la doctrina de la conformidad con la voluntad divina (ehágase tu voluntad»), En el siglo XIX, surge la devoción al corazón de Cristo, y el deseo de tener sus mismos sentimientos. A finales del siglo XIX, las obras espirituales del beato Columba Marmión explican, con fundamento teológico, el «plan divino de nuestra predestinación adoptiva en Jesucristo» (Jesucristo, vida del alma 1, 1); «No entenderemos nada de lo que es la perfección y santidad, y ni siquiera en qué consiste el simple cristianismo, mientras no estemos convencidos de que lo fundamental de él consiste en ser 'hijos de Dios' y que esa cualidad o estado nos lo presta la gracia santificante, por la cual participamos de la filiación eterna del Verbo encarnado» (Jesucristo en sus misterios, 1, VI); «La gracia nos engendra divinamente en un sentido muy real y verdadero, y aun podemos decir con el Verbo: 'Padre, yo soy vuestro hijo; he salido de vos' (... ); en ambos casos se trata de una verdadera filiación: nosotros somos por gracia hijos de Dios» tIbidem, I, III). Aunque la filiación divina está siempre presente en la tradición cristiana, que diariamente recita el Padrenuestro, recibe una vivencia más profunda con santa Teresita del Niño Jesús. Abrió un camino espiritual propio (un «caminito» le llamó ella), que después se llamaria de «infancia espiritual», sabiéndose hija pequeña de Dios, tratándole y sabiéndose tratada con la ternura de un niño. Santa Teresita encuentra consuelo en las palabras de Cristo: «Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 18, 3). Entiende que el Señor le revela «caminito muy recto, muy corto y totalmente nuevo» (m autob C 21"; cfr. m autob A 831""; Cta 196). Lo cuenta así: «Quisiera encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: 'El que sea pequeñito, que venga a mí. Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba (... ); no necesito crecer; al contrario, tengo que
  • 15. El don del Espíritu y la filiación divina 97 seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más» (m autob B 3r"). Consagra sus últimas fuerzas a difundir ese «caminito» de infancia (Cta 226). San Josemaria Escrivá (1928-1975), que se alimentó de la doctrina de santa Teresita y tuvo una experiencia viva de saberse hijo de Dios, difunde una espiritualidad de la identificación con Cristo y de la filiación divina. El cristiano debe vivir con la conciencia de ser «otro Cristo, el mismo Cristo». En una carta (9-1-1959),recuerda una experiencia del otoño de 1931, cuando tenía 29 años: «Sentí la acción del Señor que hacía germinar en mi corazón y en mis labios, con la fuerza de algo imperiosamente necesario, esa tierna invocación: '¡Abbá, Paterl'». «Cuando el Señor me daba aquellos golpes, por el año treinta y uno, yo no lo entendía. Y de pronto, en medio de aquella amargura tan grande, esas palabras: Tú eres mi hijo (Sal 2, 7). y yo solo sabía repetir: 'Abbá, Pater!, Abbá, Pater!, Abbál, Abbá, Abbá! Y ahora lo veo con una luz nueva (...): tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios» (Meditación del 28-1-1963;RHF 20787; cit. por A. de Fuenmayory otros, El itinerario [uridico, p. 31). «En la vida espiritual no hay una nueva época a la que llegar. Ya está todo dado en Cristo (...); cada cristiano es no alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo!» (Es Cristo que pasa, 104); «No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima» (Amigos de Dios, 26). Conclusión Hemos visto las relaciones que causa la presencia del Espíritu Santo en el alma. El Espíritu Santo identifica con Cristo, y de esta forma, nos con- vierte en hijos de Dios y nos incorpora su Cuerpo, que es la Iglesia. La filiación divina no es un tema más, sino el fin al que se dirige toda la salvación obrada por Jesucristo. Nos lo recuerda san Pablo: «Dios envió a su Hijo (. .. ) para que recibiéramos la filiación adoptiva; la prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!» (Ga 4, 4-5). Y también el Evangelio de san Juan nos dice que quienes aceptan a Jesucristo «llegan a ser hijos de Dios» (In 1, 12). Lo propio de la revelación cristiana no es solo creer que Dios existe. Es creer que Dios es Padre, que somos sus hijos por el Espíritu, y que el Espíritu nos identifica con el Hijo, convirtiéndonos en «hijos en el Hijo». y la vida cristiana no es otra cosa que vivir como hijos de Dios, participando de su caridad. Siguiendo a san Pablo, los Padres de la Iglesia se fijan en la capacidad que tiene el bautismo de regenerar al ser humano y de convertido en Cristo. Se le aplica así toda la fuerza del Misterio Pascual y pasa de la
  • 16. 98 La gracia de Dios muerte a la vida. Además, desde san Ireneo, usan la doctrina del «admirable intercambio» y de la «recapitulación en Cristo». Estas expresiones, inspiradas en las Escrituras, tienen también un amplio desarrollo litúrgico, pues son muy aptas para mostrar el misterio que se realiza en los sacramentos. Estas verdades tan fundamentales de la fe cristiana son vividas de manera consciente por muchos grandes santos. Expresan con su vida la importancia de identificarse con Cristo (san Francisco de Asís), imitarle en la vida (Kempis) o vivir con la conciencia de ser hijo de Dios (Sta. Teresita, san Josemaría). Bibliografía NICOLÁSCABASILAS, Vida en Cristo, Rialp, Madrid 1999 (4a ed.). M. SCHMAUS, a gracia divina, parro 189, pp. 154-189. L M. FUCK y Z. ALSZEGHY,El Evangelio de la Gracia, Sígueme, 507-538. Salamanca 1965, F. OCÁRIz, Hijos de Dios por el Espíritu Santo, en ScrTh 30 (1998) 479-504. Ín., Hijos en Cristo, Eunsa, Pamplona 1972. A. GARCtASUÁREz, La primera persona trinitaria y la filiación adoptiva: XVIII Semana Española de Teología, Madrid 1961, 69-114. J. CARDONA, Filiación divina, en GER 10 (1967) 116-120. M. J. SCHEEBEN,Las maravillas de la gracia divina, Palabra, Madrid 1981,99-204.