4. Índice Temático
Dedicatoria 2
Prólogo a la edición 2012 7
Prólogo a la edición 1975 9
Explicación necesaria 13
I. LA REVOLUCIÓN PERUANA 17
Su autonomía conceptual 18
El nuevo ordenamiento económico-político y el modelo societal 20
Democracia, humanismo y revolución 24
Revolución, moral social y conciencia política 26
II. LAS FUERZAS ARMADAS Y LA REVOLUCIÓN 30
El Ejército 31
La Marina 33
La Fuerza Aérea 34
Las Fuerzas Policiales 35
El CAEM 36
III. GOBIERNO, PUEBLO Y FUERZA ARMADA 39
La Fuerza Armada, ¿por qué? 40
Nuestro propósito y compromiso 41
Nuestra segunda independencia 43
Un gobierno para los de abajo 44
Lo que nunca antes se hizo 45
La tarea de gobernar 46
Lo que somos y nuestra legitimidad 47
Un equipo 48
Un nuevo estilo 50
¿Hasta cuándo? 51
El Plan de gobierno 53
Pueblo y Fuerza Armada 56
Civiles y militares 57
IV. DESARROLLO Y REVOLUCIÓN 60
Desarrollo y proceso Revolucionario 61
Desarrollo, crecimiento económico y transformaciones estructurales 62
Desarrollo y Estado 64
Desarrollo y planificación 65
Desarrollo y financiación 66
Desarrollo e industrialización 68
Desarrollo, desocupación y subempleo 72
3
5. V. REFORMA AGRARIA 74
Autenticidad y naturaleza excepcional 75
La Ley 76
Su aplicación 78
Los bonos 79
El tribunal agrario 80
Una nueva fisonomía 80
Reforma agraria y participación 81
Qué queda por hacer 82
Campesinos y técnicos 84
La Confederación Nacional Agraria 85
VI. COMUNIDAD LABORAL, PROPIEDAD SOCIAL Y ESTADO 87
La Comunidad industrial 89
Las Empresas estatales 90
La propiedad social 91
VII. LA REVOLUCIÓN Y EL EJERCICIO DE LA POLÍTICA 94
En lo económico 96
En lo cultural y educativo 100
En nuestras relaciones internacionales 105
VIII. PARTICIPACIÓN, MOVILIZACIÓN SOCIAL Y TRANSFERENCIA DEL
PODER 110
Qué es, para qué, cómo 111
De quiénes 114
El SINAMOS
117
IX. PARTIDO, SINDICATOS Y REVOLUCIÓN 120
Pluralismo, militancia y partido 121
Partidos y Revolución 123
Sindicatos y Revolución 125
X. UNIVERSIDAD Y REVOLUCIÓN
La construcción de la libertad 127
Crítica y discrepancia 128
Crisis, nueva ley y participación real 129
Universidad y heterodoxia 131
XI. PRENSA Y REVOLUCIÓN 133
La distorsión de la verdad 134
Hacia una auténtica libertad de expresión 134
XII. MORALIZACIÓN Y MORALIDAD 137
Una naturaleza institucional distinta 138
Una justicia ágil veraz 140
Las autoridades 141
4
6. Los servicios públicos 141
La Contraloría General 142
XIII. LA CONTRAREVOLUCIÓN 143
Su verdadera causa, su estrategia 144
Los argumentos para el ataque 145
Dónde están y quiénes son los enemigos de la revolución 150
Prensa y contrarrevolución 153
La SIP y el intervencionismo 155
Oligarquía y contrarrevolución 157
XIV. ANTIIMPERIALISMO Y REVOLUCIÓN 164
IPC, reivindicación y dignidad 165
200 Millas: soberanía 168
La Cerro: voluntad antiimperialista y emancipadora 169
Anti-imperialismo y recursos naturales 170
Anti-imperialismo y seguridad 172
Perú, tercer mundo y antimperialismo 173
Perú, tercer mundo, antimperialismo e industrialización 178
XV. REVOLUCIÓN, INTEGRACIÓN Y NO ALINEAMIENTO 182
Nuestra vocación unionista 183
Nuestro no alineamiento 188
Nuestra fidelidad al legado de Ayacucho 190
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 195
5
8. Prólogo a la edición 2012
El 3 de octubre de 1968, el general Juan Velasco Alvarado y cuatro coroneles
progresistas del ejército peruano, rescataron de manos del gobierno y los partidos
políticos representantes del Imperio y de la oligarquía nacional, la dignidad que
nos legara, José Gabriel Condorcanqui.
Siete años después, el capítulo abierto de profundas transformaciones
estructurales y de participación popular, que introdujeron al Perú en la
modernidad, se vio trastocado por la felonía de otro general que, de la mano con
el FMI y sus ensayos de ajuste de la deuda externa, revirtió todo lo hecho y
empezó a “reconstruir” el presente a partir del pasado.
Han transcurrido 44 años del inicio de esa experiencia y las nuevas generaciones
apenas saben lo que vivió el Perú entre 1968 y 1975. La derecha peruana a través
de sus medios, de sus mensajeros del odio y del control de la institucionalidad que
sirve a sus intereses, se ha encargado, sistemáticamente, de estigmatizar el
período de cambios que vivió el Perú, atribuyéndole epítetos que sólo dan cuenta
de su a-historicidad y mediocridad en la que vegetan.
Este libro, rescatado de la requisa ordenada por el entonces ministro del interior
del gobierno de la llamada “segunda fase” tras el “golpe institucional” contra el
general Velasco, ha sobrevivido al tiempo y lo seguirá haciendo, como testimonio
vivo del aporte que civiles y militares de ese entonces, hicieron a la teoría política
de los procesos de cambio.
Hoy, en circunstancias en que pueblos de América del sur viven el hervor de su
liberación económica, política, social e ideológica, como Cuba hace más de 50
años, con igual vocación antiimperialista y clara visión integracionista, este libro
cobra, no sólo vigencia, sino persistente actualidad.
rubén ramos,
marzo, 2012.
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10. Este es un libro que, sin pretender ser final ni definitivo, intenta iniciar la tarea de
seguimiento y comprensión de una experiencia revolucionaria que en el campo de
la teoría política y en el de la economía se define inédita. Y es que no hay forma
valedera de aprehender un hecho, en esencia social, si ella se sustrae a la
confrontación entre la teoría y la praxis entre la idea y la acción. No de otra forma
puede convenirse la naturaleza dialéctica del cambio.
Mas, el grado de ajuste entre la voluntad política que anima a quienes conducen la
Revolución entre nosotros y los hechos en que aquélla se plasma, no podrán
jamás deducirse desde la perspectiva de la teoría y la concepción de otros
movimientos de liberación surgidos de realidades diferentes a la nuestra. Es decir,
desde la perspectiva de voluntades políticas afincadas en maneras diferentes de
concebir la relación entre los hombres. Esto es, en maneras diferentes de concebir
el derecho al ejercicio del poder.
Sí podremos aproximarnos al entendimiento cabal de lo que entre nosotros
sucede desde hace ya casi siete años, cuando enfrentando el reto que supone
eludir el facilismo y sin sustraernos al esfuerzo de reconstruir ahora nuestra
realidad, aceptemos la verdad de que una revolución se define más cerca o más
distante de la libertad y el socialismo, creándola, haciéndola.
Pero una revolución no puede ser vocación creadora en la acción sin serlo en el
pensamiento.
En el Perú iniciamos ese quehacer hace ya largo rato. Estamos concretando el
esfuerzo de construir una nueva posición revolucionaria, reconociendo que para
lograrlo tenemos que pensar y actuar política y doctrinariamente con autonomía.
Sin embargo, aún nos queda el tiempo de vencer la distancia que separa
dimensiones que se quieren consustanciales para garantizar la irreversibilidad del
cambio. A su separación contribuye, en no poca medida, el desconocimiento de lo
que bien podría llamarse la filosofía de la Revolución Peruana.
Este libro aspira a tocar los límites de ese desconocimiento. También, los de la
incomprensión. Pero, al mismo tiempo, quiere ser la posibilidad que nutra el
debate, fecunde el diálogo y acerque a la memoria el quehacer constructor de un
pueblo que empieza a decidir sobre su propio destino, animado de una sólida
voluntad antiimperialista y de lucha consecuente con el mandato de la historia.
Aquí se resume la afirmación vital del carácter creador de un pueblo en la palabra
de quien es ya, por derecho propio, su conductor. Se recoge la voluntad que
anima el señalamiento de un nuevo camino.
De él habrá de cuidar el pensamiento vigilante, la palabra audaz, la crítica
oportuna. A ello obliga, como mandato ineludible, la tarea de gobernar, el ejercicio
9
11. constante de la verdad. No de otra forma se podrán advertir las equivocaciones,
los errores, las desviaciones del norte señalado para la gran realización final de la
Revolución peruana que partió en su concepción, y aspira a serlo en su práctica,
ajena a modelos que, procesos de degradación ideológica, convirtieron en
absolutos y dogmáticos.
Grave error de perspectiva histórica. Ocurrencia que incurre en despropósito.
Pues si mucho aún persiste con validez universal en la más pura tradición
socialista, ello está en el mandato de la propia historia: encontrar caminos propios
que conduzcan, finalmente, a un auténtico ideal de justicia y liberación.
Y no se puede concebir el señalamiento de un camino propio como tarea diferible
a un futuro impreciso. Suponer tal cosa esconde al más grotesco afán de defensa
del statu quo. Por tanto, al espíritu conservador y reaccionario, pero al mismo
tiempo, al infantilismo pequeño burgués de quienes saben de hacer una
revolución, tanto como Marx sabía de la realidad de las sociedades llamadas hoy
del Tercer Mundo.
No nos llamemos pues, más al engaño. Reivindicar el legado de las grandes
tradiciones revolucionarias que constituyen fundamento de la concepción
ideopolítica de la Revolución peruana, es empezar en el presente la construcción
del futuro que se quiere libre del dominio imperialista en una sociedad de igualdad
y justicia para todos, en la que a la propiedad social de los medios de producción
se una la racionalidad de una economía que privilegie, no la maximización de las
ganancias, sino la satisfacción de las necesidades vitales y más sentidas de la
sociedad en su conjunto, de sus sectores marginados.
Las grandes transformaciones estructurales son el inicio de este difícil tránsito. Mal
haríamos si supusiéramos que ellas son, en sí mismas, metas de arribo de la
Revolución. Pretender consolidarlas faltando mucho para hacer generalizables sus
beneficios sería, por tanto, asumir la defensa de una utopía reaccionaria.
Recordemos que es en el carácter participatorio de la Revolución Peruana donde
se halla implícita la noción de ser, el nuestro, un proceso que tendrá que
mantenerse permanentemente como proceso creador, perfectible,
en disposición constante de enfrentar y superar renovadas exigencias.
Más aún, la vocación participatoria y abierta de nuestro proceso, no esta sólo al
servicio de sus realizaciones concretas. Ella trasciende el campo de las ideas, el
terreno de la teoría de la Revolución. No de otra forma libertad y justicia haríanse
valores inseparables; ni medios y fines serían elementos que se codeterminan en
la construcción de una sociedad superior centrada en el hombre como hacedor
social de su historia.
De allí que ella implique también una dimensión valorativa antidogmática y
permanentemente flexible a la inteligencia de nuevos planteamientos político-
teóricos que respondan a la esencia más radical de nuestra realidad.
10
12. De todo esto quiere dar testimonio este libro como parte vital del pensamiento a la
causa de la liberación del Perú, de América y del Tercer Mundo.
Sus páginas señalan la constancia de un pensar y un hacer indisolubles, cifrados
en la conquista de un destino distinto y mejor para nuestros pueblos.
Quienes repasen en sus páginas lo hecho hasta aquí y lo mucho que aún nos
queda por hacer, sabrán que en el Perú hemos iniciado ya el duro aprendizaje de
leer en nosotros mismos la historia de la dominación y del entreguismo, y
empezado a definir por nosotros mismos nuestro propio camino de liberación.
rubèn ramos
Agosto, 1975.
11
14. Los textos aquí contenidos han sido estructurados en base a los discursos,
mensajes, entrevistas y/o conferencias de prensa del Presidente Velasco.
Significan un minucioso trabajo de recopilación, análisis y sistematización de los
pronunciamientos ideopolíticos más importantes del conductor de la Revolución
Peruana, desde Octubre del 68 hasta Marzo de 1975.
En el apéndice de referencias bibliográficas usted podrá encontrar, de acuerdo al
orden de composición, la fecha, la ocasión y la fuente del discurso, la entrevista o
el mensaje, extractado, para componer el texto al que alude cada título o subtítulo.
La ocasión, la fuente y el número de página para todos los casos, y en este orden,
van encerrados entre paréntesis. En el caso de los extractos tomados de los
discursos contenidos en los volúmenes del libro “Velasco: La voz de la
Revolución” (VLVR), se indica, además, el tomo respectivo (I ó II).
En los casos en que no figura la fuente, los extractos fueron tomados de discursos
o entrevistas, o conferencias de prensa, dados a conocer en el diario oficial El
Peruano.
¿Cómo se “hizo” este libro?
Por tanto, cómo proceder a su lectura.
En Octubre de 1968, producido “el golpe” hubo quienes creímos que aquél podía
ser el inicio de una experiencia nueva para el Perú.
En ensayo reformista de Belaúnde había fracasado no sin antes enfeudar al poder
de las grandes corporaciones transnacionales nuestras principales riquezas
naturales y proponer una estrategia de industrialización y “desarrollo” subsidiaria
del capital monopolista.
Los partidos políticos de derecha como el APRA y el Odriísta y los
eufemísticamente autodenominados de centro -coaligados o en alianza-, habiendo
perdido vigencia por su actitud de aquiescencia y avalamiento al entreguismo del
ejecutivo belaundista, no tenían alternativa válida que oponer al pronunciamiento
armado.
Corno expresión subsidiaria de grupos de poder económico a los que la
Revolución declaraba que tendría que enfrentar y derrotar, para dar paso a un
nuevo ordenamiento social, la “historia” de aquellos partidos empezaba a concluir.
La atomizada “izquierda”, a fuerza de divisiones y subdivisiones y sin “programa”,
para estar en condiciones de proponer alternativas, tenía aún, por delante que
cumplir la nada fácil tarea de, según alguno de sus pontífices, proceder a la
13
15. “reorganización” de “sus imágenes”, “sus ideas”, “sus conocimientos”, “sus modos
de organización”, “sus modos de comportamiento”.
No obstante, y dentro de este contexto, poco era lo que se tenía entre manos para
aventurar un juicio respecto de a dónde querían ir los militares.
Señalar, como se hacía en el Manifiesto del 3 de Octubre, que el movimiento de
las Fuerzas Armadas marcaba el inicio de la emancipación definitiva del Perú, y
anunciar el propósito de llevar a cabo “básicas reformas estructurales”, era entre
nosotros lenguaje desusado, si se tiene en cuenta que tales anuncios provenían
de una institución otrora guardián de los intereses de una de las oligarquías más
conservadoras de América Latina. Pero había que empezar la tarea de “guardar”
todo aquéllo que fuera escrito y dicho por los dirigentes de la Revolución de la
Fuerza Armada, y, preferentemente por su conductor.
Seis días después de aparecido el Manifiesto, y precisamente en Talara, donde se
había firmado un mes antes el Acta del entreguismo y la claudicación del
belaundismo y el apro-odriismo, el Gobierno revolucionario anunciaba la
recuperación de la Brea y Pariñas para el Perú.
Era el primer hito de una historia de fidelidad al mandato impuesto de superar
nuestro estado de subdesarrollo y dependencia del poder económico imperialista y
de los grupos de dominación interna.
La Reforma agraria, la reforma de la empresa, la reversión al Estado de nuestras
principales riquezas mineras y petrolíferas, la estatización del comercio exterior,
de los ferrocarriles, de la industria pesquera, de los mecanismos de financiación,
de las telecomunicaciones, la propiedad social, la socialización de la prensa,
serían, una a una, conquistas reveladoras del alto grado de coherencia entre lo
dicho y lo hecho. Entre lo que se enunciaba como voluntad y lo que se realizaba
como realidad.
Hondas y decisivas transformaciones de nuestra estructura económica y social a
las que se aparejaba el impulso y desarrollo de un vasto movimiento participatorio
desde las bases, generador de organizaciones autónomas de trabajadores,
constituían una palpable demostración de transferencia del poder a los propios
creadores sociales de la riqueza.
Esto debía conocerlo el pueblo. Saber que quienes conducían los destinos de la
Nación no improvisaban ni la acción ni el pensamiento.
Más aún, el pueblo tenía que entender que los errores, las limitaciones y el
burocratismo no son parte de la voluntad que anima a la revolución, sino expresión
de condicionamientos impuestos unos, por el poder de quienes quieren un Perú y
una América al servicio de sus intereses, y heredados, otros, de un sistema
deshumanizado y egoísta que tomará tiempo superar definitivamente.
14
16. Fue por eso que se empezó a poner juntas las cosas dichas por el Presidente
Velasco y que fueron recogidas desde el inicio del proceso. Pero, en una tarea así,
había que pensar en algo diferente a un compendio de citas o a un libro de
discursos. ¿Cómo hacerlos un texto temático, donde no se tuviera la sensación de
estar leyendo un discurso o una entrevista? Este era el desafío.
Se empezó por clasificar, en base a una guía de temas, el material escrito. Luego,
se procedió al fichado. Posteriormente se juntaron todas las fichas referidas a un
mismo tema y finalmente se “editó” la redacción de tal manera de dar lugar a un
texto que pudiera leerse sin advertir que se trataba de extractos tomados de un
discurso, o una entrevista, o una conferencia de prensa.
Así nació este libro. Usted encontrará por ello que, por ejemplo, el texto sobre al
tema “Autonomía Conceptual” de la Revolución ha sido finalmente compuesto en
base a extractos referidos a dicho tema, tomados de discursos dichos en fechas
diferentes y para ocasiones diversas, como el Mensaje a la Noción (del 28.7.73),
el del Aniversario de la Revolución (del 3.10.73), el pronunciado con ocasión de la
visita del Excelentísimo Señor Presidente de Rumanía (el 19.9.73.), el
pronunciado en la Conferencia Anual de CADE 70 ( el 15.11.70), y el pronunciado
en el almuerzo del Comando Conjunto de la Fuerza Armada (el 29.7.74).
Igual cosa se hizo para estructurar al texto referido al tema “PuebIo y Fuerza
Armada”. Aquí se tomaron extractos contenidos en discursos que van desde
noviembre del 68 (con ocasión de la entrega del Pabellón Nacional) hasta Octubre
del 74 ( con ocasión del día de la Dignidad Nacional). Y así, para cada uno de los
temas.
Ahora bien, como se trata de un libro que pretende acercar a la memoria el
quehacer de un pueblo en revolución, en los casos en que, por la fecha del
discurso, se hablaba de 3, 4, 5 ó 6 años, se ha preferido referir esas fechas a la
actualidad. Así, se trata de un libro que recoge el pensamiento de la Revolución a
lo largo de estos siete años de aparejar teoría y acción.
No debe perderse de vista, sin embargo, que los planteamientos ideológicos y
políticos que aquí se expresan, surgen en el inicio mismo del proceso
revolucionario. Mas esto no quiere decir, como bien se señala en el Prólogo, que
éste sea un libro final y definitivo. Otros libros seguramente habrán de seguirle. No
dudamos de que en ellos mucho de lo aquí expresado se habrá para entonces
enriquecido y profundizado.
Y lo creemos así, porque Velasco no es sólo el Presidente del Perú y el conductor
de su revolución; es también el juicio anunciador de una nueva conquista, la
inteligencia de nuevos aportes a la idea, y el carácter de una serena advertencia.
Por ello, un nuevo discurso, o una entrevista, o acaso una nueva conferencia de
prensa, estarán haciendo a esta entrega, una entrega sin tiempo.
15
18. El Proceso Revolucionario que conduce la Fuerza Armada del Perú se
organiza sobre una concepción ideo política, una estrategia nacional de desarrollo
y un modelo final de sociedad por entero distintos a los propuestos por los
sistemas capitalista y comunista.
El reconocimiento de nuestra privativa historia nacional, la identificación de
nuestras propias tradiciones revolucionarias y la comprensión de nuestra
específica realidad económico-social orientan nuestra revolución y permiten definir
su sentido esencialmente independiente. Por todo ello, el conjunto de medidas y
acciones emprendidas por el pueblo peruano y su Fuerza Armada se orientan a
rescatar para el Estado Peruano su perdida capacidad de decisión y a restituir a
nuestro pueblo el control sobre la riqueza que su trabajo genera y sobre el poder
político, tradicionalmente sustraído a los productores sociales por los grupos
dominantes.
La orientación independiente de nuestra revolución permite definir su
carácter esencialmente anti-imperialista y participatorio. Y ello es así, porque sólo
es posible construir un Estado nacional enfrentando resueltamente al poder
imperialista. Y porque creemos que el cuestionamiento de los sistemas sociales
que el Perú recusa puede lograrse a través de un conjunto de instituciones
económicas y sociales participatorias.
El carácter anti-imperialista y participatorio de nuestra revolución nos permite
construir progresivamente una democracia social de participación plena basada en
lo transferencia del poder político y económico a las organizaciones sociales de
trabajadores. Esta es nuestra posición. A ella nos debemos. Y por ella el pueblo y
la Fuerza Armada del Perú están dispuestos a enfrentar todos los riesgos
implicados en una revolución independiente.
17
19. SU AUTONOMÍA CONCEPTUAL
La delimitación ideo política del Proceso Revolucionario Peruano se basa en
pronunciamientos teóricos muy claros relacionados, en última instancia, con las
ideas cardinales de la propiedad social y de la participación plena.
En ellas se funda la esencia de nuestra singularidad como proceso revolucionario
diferente y autónomo con respecto a cualquier otro. Pues, sostener la necesidad
de organizar la economía prioritariamente en base a la propiedad social de los
medios de producción y un sistema político fundado en la gradual pero creciente
transferencia de poder a las organizaciones autónomas del pueblo es sostener un
planteamiento absolutamente incompatible con los sistemas que privilegian tanto
lo propiedad privada como la propiedad estatal.
Por lo demás, el encarar la recusación de uno y otro sistema es concorde
con el enunciado normativo de seguir una línea nacional independiente, vale decir
autónoma. En este sentido, la Revolución Peruana expresó, teóricamente, una
alternativa al capitalismo diferente a la alternativa comunista. Y, por partir de una
revolución es, en esencia, también una alternativa revolucionaria.
La Revolución Peruana recusa el sistema capitalista no desde una posición
proclive al comunismo, ni recusa al comunismo desde una posición conservadora
y pro-capitalista. Por el contrario, fundamenta esta doble recusación desde una
nueva posición de izquierda, nacional y autónoma, profundamente unida al
compromiso militante de luchar por la transformación cualitativa e integral de
nuestra sociedad.
Pero, el fundamento de nuestra posición no es extraño al contenido mismo de
las diversas corrientes del pensamiento revolucionario de nuestra época. Y es en
el sentido de la tendencia global de esas corrientes que nuestra revolución se
inscribe con toda su probada autonomía conceptual en la tradición más ilustre del
pensamiento libertario socialista y humanista. Pensamiento que involucra para
nosotros tres conceptos inseparables a una misma tradición.
En todo lo anterior, se afianza nuestra seguridad de representar un camino
revolucionario autónomo y propio del Perú. Tenemos la convicción de nuestro
propio camino. Sabemos a dónde queremos ir. Nuestra revolución no será
ideológicamente colonizada ni políticamente desviada por ninguna de las
tendencias con las que, en realidad, está en pugna.
El rumbo revolucionario del Perú y sus proposiciones de finalidad responden
a una nueva conceptualización teórica, a nuevos criterios de acción, a nuevos
planteamientos revolucionarios.
Fuimos, desde el comienzo mismo de nuestra lucha, defensores
intransigentes de uno posición enteramente independiente de cualquier otra
surgida en otras latitudes. Y en base ella construimos una alternativa
18
20. revolucionaria profundamente nacional que nada tiene que ver con la experiencia
histórica de otros pueblos que han seguido caminos en esencia diferentes al
nuestro. Desde esta posición siempre hemos respetado todas las posiciones
revolucionarias, en base a la demanda muy clara y muy justa de que la nuestra
sea igualmente respetada.
De allí que resulte imposible apelar a los “ismos” actuales en la esperanza de
encontrar uno que refleje la exacta significación del proceso revolucionario
peruano y el contenido preciso de sus grandes propósitos y realizaciones. La
terminología en boga no permite expresar con propiedad, a nivel de concepción
política global, lo naturaleza y las implicaciones de la Revolución Peruana.
Algunos definen nuestro movimiento como socialista, olvidando que, por la
enorme variedad significativa que ha llegado a adquirir esta apelación, ha perdido
capacidad de expresar por sí sola fundamentales diferencias de concepción y de
práctica política concreta. En efecto, bajo lo denominación “socialista” se cobijan
las más variadas formulaciones teóricas y las más plurales realidades político-
sociales en el mundo contemporáneo, lo cual torna nebuloso el significado real de
lo palabra. Por tanto, al no permitir el trazado de líneas sustantivas de
diferenciación, no define una posición política concreta y determinada sino en el
más general de los sentidos. En otras palabras, el concepto socialista no define
por sí solo la posición total de la Revolución Peruana, pero si está claramente
incluido en su más fundamental significado histórico.
Otros nos adjudican un eclecticismo “tercerista” que muy poco agrega a la
comprensión del proceso peruano. Nosotros no sostenemos una simple y banal
posición tercerista. No aspiramos a crear un sistema político, social y económico
que represente una suerte de mezcla entre el capitalismo y el comunismo.
Nosotros nos situamos en un plano enteramente distinto de significación política
respecto de la esencia misma de los planteamientos capitalistas y comunistas.
Y otros, nos sitúan en algún punto impreciso de ese amplio espectro que va
desde cualquiera de los movimientos políticos tradicionales del Perú, hasta las
formulaciones de la social-democracia y el social-cristianismo europeos de
postguerra.
Todas estas apreciaciones contienen dos comunes errores fundamentales.
En primer lugar, tratan de definir la Revolución Peruana no a partir de ella misma,
sino de “modelos” externos que varían de acuerdo a la posición o a la simpatía
política de cada observador. Y en segundo lugar, reflejan incapacidad para
reconocer el hecho sencillo y simple de que este proceso revolucionario es por
entero un fenómeno nuevo. Sin que ello implique, naturalmente, desconocer su
deuda con la tradición revolucionaria peruana, latinoamericana y mundial, cuyos
verdaderos y perdurables aportes constructivos respeta y cuyo acervo enriquece,
precisamente, por su declarada autonomía conceptual y política.
19
21. La nuestra es una revolución que jamás encuadrará en ningún esquema
tradicional. Fue desde el comienzo una experiencia enteramente atípica. Siempre
representó, y siempre habrá de ser, esfuerzo creador en búsqueda y en
construcción de un camino propio para el Perú.
La más profunda autenticidad de este proceso radica en su incuestionable
originalidad, en su constante empeño de sólo responder al sentido más hondo de
nuestra historia y al testimonio más verificable de nuestra propia realidad. Esta
revolución es, pues, un planteamiento teórico y práctico de plena autonomía. Y
aquí se fundamenta nuestro reclamo a ser, en todos los sentidos, una auténtica
revolución peruana.
El objeto fundamental de la construcción revolucionaria que estamos
desarrollando se orienta a crear en el Perú una democracia social de participación
plena Este planteamiento basal de la revolución peruana supone erradicar
definitivamente un orden fundado en la predominante propiedad privada de los
medios de producción y en la concentración de todas las formas de poder que ella
genera. No para trasladar el poder y la riqueza monopolizados al aparato estatal
que controla un partido único, sino para transferir el poder y la propiedad de la
riqueza a las instituciones autónomas del pueblo organizado.
La alternativa que esta revolución plantea supone iniciar, desde ahora, lo -
construcción de una democracia social de participación. Por tanto, no hemos
remitido al futuro el comienzo de esta esencial tarea. Por el contrario, la hemos
iniciado gradualmente, conscientes de que el futuro se hace en el presente. E
igualmente conscientes de que los medios deciden la esencia de los fines,
sostenemos que la única forma de hacer posible una sociedad de participación
liberadora demanda indispensablemente el uso de mecanismos y de medios de
naturaleza también participacionista.
Esta fundamental orientación ideo política que distingue nítidamente la
nuestra de otras posiciones, sirve de basamento a todas las acciones
emprendidas por el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada del Perú.
EL NUEVO ORDENAMIENTO ECONÓMICO, POLÍTICO Y EL MODELO
SOCIETAL
Pluralismo económico
y Pluralismo Político
Los dos grandes problemas esenciales de nuestro país, a saber
subdesarrollo y dependencia, se han generado bajo la égida del capitalismo y
sería por ello extremadamente ilógico pretender resolverlos conservando el
sistema que les ha dado origen. Por eso nuestra revolución se define como no
capitalista en el sentido de que el ordenamiento socio-económico que persigue no
20
22. será capitalista. Y por eso nos situamos frente al capitalismo como sistema en una
relación de oposición.
Esto naturalmente en forma alguna significa aceptar la alternativa comunista.
La realidad concreta del comunismo como sistema político, económico y social, al
cabo de largas décadas de aplicación en otros países, se traduce en sociedades
totalitarias y burocratizadas, por entero incapaces de garantizar el desarrollo libre
del hombre en todas sus dimensiones. La intolerancia, el totalitarismo y la
burocratización son, a la luz irrecusable de la experiencia histórica, fallas
estructurales de las sociedades comunistas y no simples deformaciones
secundarias. Por eso, tales sociedades no pueden constituir el modelo de nuestra
revolución. Y por eso, también frente al comunismo nos situamos en una relación
de oposición.
El movimiento peruano se ubica revolucionariamente frente a la falsa
disyuntiva “capitalismo o comunismo”. Estamos rechazando aquel dilema del
pensamiento político tradicional para colocar a lo Revolución Peruana en un
campo cualitativamente diferente de conceptualización y de praxis revolucionarias.
Esta autonomía conceptual y política deriva de la forma en que definimos la
problemática central de la sociedad peruana. Para nosotros el subdesarrollo
constituye una compleja realidad históricamente determinada y generadora de
problemas que en el más profundo de los sentidos son peculiares de cada
sociedad. No existe, pues, una sola forma universal de subdesarrollo en tanto
realidad económica, política y social concreta. En consecuencia, no existen
sociedades subdesarrolladas idénticas.
Cada cuadro peculiar de subdesarrollo es la matriz condicionante de donde
parte el proceso de desarrollo que debe superarlo y que adopta, por esta razón,
modalidades específicas que hacen imposible, en este caso también, suponer la
existencia de una sola forma universal de desarrollo. En otras palabras, cada
escenario histórico-social plantea una problemática diferenciada de subdesarrollo,
para cuya cancelación es inevitable considerar un tipo de desarrollo igualmente
diferenciado. Vale decir, los procesos de desarrollo se han dado históricamente de
acuerdo a diversas opciones político-ideológicas. Su sentido final puede orientarse
hacia ordenamientos socio-económicos capitalistas o comunistas. Pero también
pueda orientarse, con igual fundamento de validez teórica hacia ordenamientos
socio-económicos de carácter no capitalista y no comunista. Y en esta perspectiva
se sitúa la revolución nacionalista del Perú.
Queremos una sociedad donde el Estado sirva al hombre y el hombre sirva a
la sociedad en condiciones que posibiliten el desarrollo efectivo de ciudadanos
libres cuya más alta responsabilidad se oriente hacia la nación en su conjunto.
Queremos un ordenamiento basado en una moral social solidaria, capaz de
superar la raíz profundamente egoísta del individualismo, pero sin permitir que el
hombre concreto desaparezca bajo el peso de puras entelequias colectivas que
fríamente manipula la burocracia estatal de un sistema alienante y
deshumanizado. Somos revolucionarios humanistas y por ello rechazamos la
21
23. posición de quienes en nombre de la humanidad desprecian y aplastan a los
hombres. Queremos reivindicar al hombre, pero no en el sentido de exaltar un
individualismo social y éticamente estéril, sino en el de reivindicarlo como miembro
y esencia de una sociedad humanizada por un conjunto de valores que no
pueden, por todo lo anterior, ser los mismos que sirven de sustento al capitalismo
y al comunismo.
Nuestra revolución, en sumo, trabaja por una sociedad solidaria de
participación plena, de libertad auténtica, vale decir, con justicia social, donde la
comunidad trabaja para el hombre y paro ella misma y no para el Estado o para
grupos de privilegio y de poder. Vamos hacia un nuevo ordenamiento de la
sociedad peruana. Porque el ordenamiento tradicional contra el cual insurgimos
estuvo basado en la desigualdad, en la injusticia, en la discriminación, en la
dependencia y en el privilegio. Luchamos por reivindicar la auténtica
independencia de nuestro país frente a las presiones de cualquier imperialismo,
económico o de otro tipo, venga de donde viniera. Y luchamos igualmente para
cancelar por siempre los profundos desequilibrios estructurales que hacen de
nuestro país una nación subdesarrollada.
Las formas del pasado ya no pueden segur prevaleciendo porque es preciso
labrar un camino distinto para un futuro distinto. Esa gran injusticia del ayer en que
muchos padecieron miseria y en que pocos disfrutaron holgura, no puede
continuar porque la nación entera sólo podrá florecer y ser grande cuando dentro
de ella la explotación de los más a manos de los menos haya sido desterrada para
siempre; y cuando la riqueza socialmente generada no sea privilegio de unos
cuantos, sino derecho y recompensa al esfuerzo de todos. Quienes forjan la
riqueza de este país no son únicamente los dueños del dinero. De bien poco
valdría ese dinero sin el esfuerzo generoso de los brazos que hacen la riqueza y
que deben tener acceso a ella.
Esta no es una posición de extremismo, sino de justicia. El propósito de la
Revolución Nacional no es destruir, sino construir. Pero no construir para los
menos, sino para los más. Porque construyendo para los más estaremos en
realidad construyendo para todos. Hasta hoy el signo de nuestra vida nacional ha
sido: la riqueza concentrada en muy pocas manos, y la miseria cubriendo por
entero el mapa de la patria. Eso ya no puede seguir así. Si el Perú quiere mirar
victoriosamente hacia el futuro, tiene que ser una nación decidida a superar para
siempre los moldes del pasado. Tiene que haber en su pueblo la conciencia de
que es imperativo crear un nuevo y distinto ordenamiento social en el que
prevalezca la justicia. Y en el Gobierno tiene que haber la inquebrantable decisión
de llevar adelante un proceso de cambios que, al transformar el ordenamiento
económico y social del país, haga posible superar definitivamente nuestra actual
situación de nación subdesarrollada.
El Perú es ya un pueblo maduro para sus grandes transformaciones. Y el
nuestro es un Gobierno decidido a que ese pueblo, al fin, tenga su hora de justicia.
Nada debe temer. La revolución reconoce la legitimidad de todos los derechos
22
24. cuyo respeto no signifique perpetuar la injusticia, ni mantener intocada nuestra
tradicional situación de país subdesarrollado y dependiente. Porque en una
sociedad de grandes injusticias, respetar estos derechos significaría,
necesariamente, condenar a la mayoría a una eterna pobreza y garantizar a la
minoría el disfrute de una riqueza cuyo exceso es social y moralmente
injustificable. Traicionaríamos el sentido más hondo de nuestro movimiento
liberador si dejáramos que en el Perú todo siguiera igual. La Fuerza Armada
advino al Gobierno precisamente porque eso ya no era posible. Pero ésta es una
empresa del pueblo, una tarea de entrega ciudadana, una misión de fe. Necesita
una mística y requiere el respaldo valiente y generoso de los
que quieran luchar por un Perú mejor. Es por eso, también, una empresa de
generosidad y de altruismo de auténtico amor al Perú. Frente a los intereses de la
Patria, nada debe ni puede prevalecer. Es preciso dejar de lado para siempre los
lastres del pasado. Vivimos en un mundo nuevo y distinto. Tenernos que crear una
nueva imagen del Perú. Es tarea grande y difícil, preñada de desengaños y
de riesgos. Pero es tarea ineludible. La vamos a realizar. La estamos realizando.
El propósito del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada es construir
en el Perú una economía pluralista y diferente de las economías dominadas tanto
por el absolutismo de a propiedad privada cuanto por el absolutismo de la
propiedad estatal. Dentro de ese pluralismo económico existirán diversos sectores.
El más importante y prioritario será de carácter social, donde la propiedad esté en
manos de todos los trabajadores de las empresas del sector. El segundo sector
económico será el estatal. El tercero será un sector de propiedad privada
reformada por la Ley de Comunidad Laboral que habrá de ser en el futuro un
sector económico de cogestión.
Finalmente estos tres sectores económicos, que no conforman realidades
estáticas sino que deben ser concebidos como altamente dinámicos y flexibles, se
complementarán con un cuarto sector de muy diversa naturaleza integrado por
todas las actividades económicas de pequeña escala en el comercio, la industria
artesanal y los servicios.
Esa economía pluralista será una economía participatoria, en esencia distinta
a las de los sistemas capitalista y comunista. Su contraparte política deberá ser un
ordenamiento institucional también participatorio, basado en la nación de que el
poder se transfiere a organizaciones sociales autónomas cuyos integrantes, por
tener ya acceso a la riqueza y a la propiedad, acceden también al ejercicio efectivo
del poder económico y, consecuentemente, del poder político. De esta manera
será posible estructurar en el Perú una democracia social de participación plena,
dentro de la cual la capacidad de decisión en lo económico y en lo político será
ejercida por las comunidades de base.
Así todas las expresiones del poder surgirán de los fundamentos mismos de
la sociedad, es decir, allí donde piensan, actúan y deciden los hombres y mujeres
que con su esfuerzo físico e intelectual crean una riqueza que debe beneficiar a
todos los peruanos.
23
25. Esta posición participacionista del humanismo revolucionario implica respetar
la divergencia de opiniones e ideas. Aquí se fundamenta el pluralismo político que
nuestra revolución también defiende. Esto significa reconocer el derecho de los
demás a pensar y actuar de manera diferente a la nuestra y en consecuencia a
organizarse políticamente con toda libertad dentro de una pluralidad de
alternativas.
Nuestra Revolución representa una de esas alternativas. Por eso, adherir a
la idea del pluralismo político no quiere decir en forma alguna que la posición
ideológico y política de nuestra Revolución, como conjunto de ideas y
planteamientos puede ser considerada uno posición contradictoria y heterogénea,
dentro de la cual puedan situarse quienes sustenten otros ideologías.
Todo lo contrario. Nuestra posición debe ser entendida como uno posición
ideo-política homogénea, coherente, singular y, por ende distinta de todas las
demás. En otras palabras, el pluralismo no significa que no nos distingamos de
otros, sino que distinguiéndonos, sepamos respetar el derecho de los demás a
escoger su propio camino político.
La concreción de este gran ideal participacionista, esencia misma del
humanismo revolucionario que defendemos, supone el abandono gradual pero
definitivo de los comportamientos manipulatorios y de los mecanismos de
intermediación que en el pasado arrebataron a los ciudadanos el derecho a
intervenir y a decidir en todos los asuntos de la vida social. Y supone, asimismo, la
ruptura igualmente gradual pero también definitiva con todos los comportamientos
paternalistas autoritarios que ilegítimamente presupone condición de inferioridad
en los humildes y en los pobres. Y todo ello, para rescatar y defender la nación
fundamental de la dignidad y la preeminencia del hombre, del ser social concreto,
como hacedor de la historia y la vida.
Todo ello implica una nueva concepción del Estado, del gobernar, de la
política. El supuesto en que esto se fundamenta es el de la validez de la
participación como vía a través de la cual pueda crearse en el Perú una sociedad
esencialmente democrática y, por tanto, verdaderamente humanizada. A estos
criterios responde Democracia Social de Participación Plena, modelo final de
sociedad hacia el cual se enrumba nuestra revolución.
DEMOCRACIA, HUMANISMO Y REVOLUCIÓN
Mucho suelen hablar algunos de las bondades de la democracia. Con pocas
palabras se ha comerciado tanto como con esta palabra, democracia, que los
politiqueros de este país prostituyeron, hasta convertirla en una vergonzante
falsedad. No hay democracia auténtica sin justicia social. No hay democracia
auténtica cuando los más son explotados por los menos. No hay democracia
auténtica cuando el pueblo continúa en miseria; cuando el campesino no tiene
tierra; cuando los poderosos lo dominan todo. La pura democracia formal de los
24
26. votos periódicos con que se negocia a espaldas del pueblo ¡no es democracia!: es
el engaño urdido por quienes tratan de que todo siga igual. Nosotros ciertamente
estamos contra esta democracia farisea. Queremos una verdadera democracia
social con justicia para el pueblo. Una democracia sin las grandes desigualdades
de riqueza que este pueblo ha sufrido. Una democracia para la cual justicia y
libertad sean inseparables. Una democracia para la cual la libertad sólo pueda
existir, de manera efectiva, cuando hayan sido canceladas para siempre la
explotación y la miseria de las grandes mayorías.
Hacer posible una democracia así, genuina y con sentido para el pueblo, es
el mandato de la revolución. A ella habrán de contribuir las grandes
transformaciones sociales. Su realización servirá para la construcción de un nuevo
ordenamiento social de justicia.
En términos de un humanismo revolucionario para el cual la idea del hombre
como hacedor social de la historia es por entero inseparable de la justicia como
valor concreto en la vida social, la Revolución Peruana recoge el legado mejor de
la tradición cristiana, en lo que ésta tiene de renovador planteamiento social, y
representa la confluencia de las vertientes más ilustres del pensamiento
revolucionario de nuestra tradición histórica, constituyendo así el punto de partida
de una nueva conceptualización político-social en el Perú.
Nuestra revolución surge de la tradición histórica del Perú. Esto no quiere
decir que pretendamos, a todas luces ahistóricamente, reconstituir una realidad
político-social desaparecida hace siglos. Ni tampoco que la revolución se vincule
directa y sistemáticamente con una determinada concepción religiosa, que, sin
embargo, la mayoría de peruanos suscribe.
La Revolución Peruana coincide en sus aspiraciones de justicia,
indesligables de la posición humanista, con el mensaje moral del cristianismo.
Pero nunca hemos dicho que nuestra revolución sea cristiana, porque pensamos
que ésta es una calificación religiosa y el nuestro es un movimiento político-social.
Las transformaciones sociales, los grandes fenómenos políticos de envergadura
histórica no pueden ni deben ser descritos en términos de denominaciones
religiosas. El hecho de que seamos católicos no nos permite decir que nuestra
revolución pertenezca, como tal, a una determinada filiación religiosa.
El humanismo revolucionario que hoy surge en el Perú es, pues, distinto por
esencia de todos los planteamientos puramente abstractos y construye su
problemática central en torno a las cuestiones fundamentales y específicas de la
justicia y la libertad de los seres humanos concretos que luchan, que sufren, que
trabajan, que defienden sus ideales, que rechazan la explotación y que viven los
conflictos sociales como miembros de grupos, sectores y clases con intereses
distintos dentro de la sociedad.
25
27. REVOLUCIÓN, MORAL SOCIAL Y CONCIENCIA POLÍTICA
Los ideales revolucionarios sólo podrán perdurar
en la medida en que alienten fehacientemente
en cada uno de los actos de nuestra propia vida.
Nuestra ambición mayor es contribuir al surgimiento de una nueva moral
social que para siempre destierre del escenario político de nuestra patria la
mezquindad, el egoísmo, la bajeza y la falsía. Queremos por eso que esta
revolución viva en la conciencia de nuestro pueblo, a fuerza de vivir en la
conciencia misma de los hombres que la están construyendo. Y esto sólo podrá
lograrse cuando cada uno de nosotros, en su propia vida, ofrezca el testimonio
personal que hace sagrado un compromiso fidedigno con la causa del pueblo.
Porque una revolución también supone la capacidad de pensar, de sentir y de
actuar de modo diferente a como lo hacen quienes no orientan su existencia por
un ideal humano y superior. Sólo con desprendimiento y con grandeza podremos
los hombres de esta revolución dejar un legado verdaderamente ejemplar a
quienes mañana habrán de continuar esta tarea gigantesca que hoy estamos
cumpliendo para salvar a nuestra Patria.
Los hombres y mujeres de esta nación tienen ahora una responsabilidad
muy grande que cumplir. Por ello los egoísmos y las vacilaciones deben ser para
siempre abandonados; porque está en juego el futuro de esta Patria que es de
todos. Con indiferencia y con oportunismo no se hace la historia de los pueblos. Y
en el sentido más hondo y verdadero, hoy estamos haciendo la historia del Perú.
La Revolución demanda pensar en el Perú, motivo fundamental de su razón
de ser y raíz de la existencia nuestra. Demanda pensar en el Perú que superando
un largo abatimiento vuelve a sentir ya un aliento de confianza, un renacer de su
seguridad como nación, un nuevo destello de afirmativa esperanza en su futuro.
La esencia moral de una nación y de sus hombres se mancha sin remedio
cuando desde el gobierno se trafica con su dignidad; cuando las instituciones se
prostituyen y todo lo corrompe el oro de una riqueza mal habida; cuando frente a
un país engañado, en gran parte por obra de una prensa en subasta, se levanta el
tinglado de una farsa de la que son actores principales quienes ostentan la
representación de los altos poderes del Estado.
Todo esto ocurrió en el Perú. Y nadie debe olvidarlo nunca.
Porque un pueblo que olvida sus épocas de oprobio difícilmente pueda
construir un destino luminoso y libre para siempre de todos los estigmas con que
le manejaron sus malos gobernantes, sus falsos adalides.
En la medida en que prevalezcan en el Perú la injusticia y la explotación,
todos somos injustos y explotados. La esencia de humanidad que vive en cada
26
28. uno de nosotros se mancha sin remedio cuando nada hacemos por superar la vida
que aún viven millones de peruanos. La indiferencia frente a los males de nuestra
sociedad nos hace a todos responsables de que ellos continúen. Y mientras no
comprendamos esta responsabilidad que a todos nos pertenece, los males
profundos del Perú habrán de continuar sin solución definitiva. Tenemos que
adquirir conciencia de que la vida y el destino de cada hombre y mujer del Perú
nos competen y afectan a todos los demás.
Es la dura verdad que todos debemos conocer y que muchos quisieron que
nunca fuera conocida. La verdad que permanentemente debe vivir en la
conciencia de todos los peruanos. La verdad que debe instarnos a dejar para
siempre de lado al egoísmo de cualquier indiferencia. Porque todos somos,
aunque fuere en pequeña medida, responsables de la ominosa realidad que esa
verdad encierra, Y porque todos debemos sentir el imperativo de superarla para
siempre.
El valor, el deber, la dignidad, la iniciativa, la disciplina, el honor, la
solidaridad deben ser la base más profunda en la formación moral de todo
revolucionario del Perú. Esas son las virtudes que deben formar la arquitectura de
nuestro patriotismo, de nuestro enraizado amor al Perú, que nos impela a luchar
por su pueblo, por su grandeza, por su más elevado sentido de justicia. Un
patriotismo creador, renovador y profundo.
El porvenir del Perú depende de la lucidez con que sepamos comprender el
sentido verdadero de este gran momento de nuestra historia. Y esto, en no menor
medida, dependerá a su vez de que seamos capaces de aprender en base a la
experiencia de su construcción revolucionaria y a mantener siempre intacta la
firme decisión de continuar nuestra lucha sin tregua ni descanso.
La conciencia revolucionaria de un país no se improvisa. En el Perú de hoy
se está formando esa conciencia. Poco a poco se comprenden mejor la esencia y
la finalidad de su revolución. Superados el escepticismo y la desconfianza de los
primeros tiempos, nuestro pueblo cada vez con mayor claridad comprende que
esta revolución se ha hecho para salvarlo, para resolver sus grandes problemas,
para forjar en nuestro país uno auténtica democracia social.
Nada de eso podríamos lograr dentro de la moral social de un
individualismo egoísta y estéril que torna a los hombres enemigos de otros
hombres y que exalta las formas más extremas y, en verdad, menos humanas de
competencia, de rivalidad, de explotación. Pero tampoco lo podríamos lograr
dentro de la moral social de un sistema que hunde al hombre en la más ominosa
dominación de un estado monopolizador de todas las formas de poder.
Un gobierno revolucionario de la originalidad del nuestro no puede
conducirse con los mismos criterios ni de la misma forma en que se puede
conducir un régimen conservador. Una transformación como la que nosotros
27
29. estamos haciendo en el Perú, impone la necesidad de nuevos comportamientos y
nuevas actitudes.
En tiempos de alteración profunda de los moldes y realidades tradicionales
de una sociedad es preciso aceptar que todos debemos someter a honda revisión
creencias y valores, formas de acción y modos de concebir los cosas. Por tanto,
en el Perú de hoy resulta indispensable repensar los problemas del país, pero
también mirar con nuevos ojos nuestra propia vida y lo que ella debe significar
para una Patria en trance de ser reconstruida.
Aprender a pensar y actuar de manera distinta a como solíamos hacerlo en
el pasado es tarea extremadamente difícil, porque envuelve una dura experiencia
de reeducación, a través de la cual aprendemos a cuestionar algunos de los
supuestos valores que un día consideramos intangibles. Pero de no lograrlo, sería
virtualmente imposible alcanzar el distante propósito de forjar un nuevo hombre
para una nueva sociedad en el Perú.
Todo esto demanda nuevos deberes y nuevas exigencias. Porque no
debemos olvidar que sobre nosotros pesa el escepticismo y la desconfianza que
en el pueblo peruano sembraron los malos gobernantes. Un pueblo mil veces
engañado sólo puede recuperar por entero su confianza y su fe cuando sus
gobernantes hablan con absoluta honestidad, con franqueza total y descarnada.
Sólo así es posible forjar una nueva conciencia política. Sólo así se puede reavivar
la gran esperanza colectiva, la fe adormecida de una nación postrada por el
engaño de innumerables ídolos de barro.
Sentir nuestro el deber y el compromiso con la revolución, es velar porque
ella sea siempre ejemplo de limpieza, de honradez, de eficiencia, de sacrificio, de
entrega generosa. Es crear conciencia de la inmensa tarea que una revolución
entraña. Es enmendar día a día los errores que inevitablemente se cometen en el
diario quehacer de la revolución. Es asumir la responsabilidad de rectificarlos. Es
tener la honestidad, la humildad, la sabiduría y el valor que otros nunca tuvieron
para reconocer errores y enmendarlos. Esto, lejos de debilitar a lo revolución, le da
mayor fuerza porque le da mayor autoridad moral. Pero es también ser
supremamente exigentes con nosotros mismos, aspirar a ser cada día mejores,
estimular la crítica honesta que es un aporte invalorable en toda obra de creación
Es ser, por sobre todo, siempre leales con ella.
El Perú está aún lejos de haberse librado de aquella vieja siembra de
desconfianza, de resentimiento y de desilusión que como mala herencia le dejaron
muy largos años de explotación y desgobierno. Todos deberíamos comprenderlo
así. Porque de otro modo sería acaso imposible la entrega generosa de tenacidad
y de esfuerzo, de perseverancia y de coraje, que todos debemos dar para poder
desterrar definitivamente las lacras del pasado y construir aquí una sociedad más
justa, más libre, más humanizada.
28
30. Transformar una sociedad tan compleja como la nuestra, no es tarea
sencilla ni de pronta culminación. Esta revolución apenas ha cumplido un tramo de
su existencia. Los peligros más grandes aún no han aparecido. Debemos esperar
días difíciles. Y crear en nuestro pueblo conciencia responsable de que tendrán
inevitablemente que venir días así. A medida que la revolución se afiance y
nuevos privilegios sean abolidos para bien del pueblo, la oligarquía y sus felipillos
redoblarán esfuerzos para frustrarla.
Todos debemos tener la honestidad de reconocer las grandes y complejas
dificultades que una revolución enfrenta. Que nadie pida una revolución sin errores
ni fallas. Exigirlo sería mezquindad y falta de honradez. Sobre todo cuando se
critico sin aportar contribución alguna al esfuerzo más grande de toda nuestra
historia. Nadie tiene derecho o ser un simple espectador pasivo estando en juego
el destino del Perú.
Tenemos confianza en el futuro del Perú y fe profunda en la capacidad
creadora de su pueblo. Habrá en el porvenir días difíciles que demandarán
sacrificios de todos los peruanos.
No existe verdadera obra de creación exenta de peligros. Todo proceso
revolucionario encierra vicisitudes y durezas. Este es el signo inescapable de
todos los grandes movimientos de transformación. Por eso, esta revolución sólo
puede fracasar en la medida en que fracasen los agentes históricos de su
realización, es decir, el pueblo y la Fuerza Armada que hoy enfrentan unidos el
reto más grande de su historia.
Tal es el llamado patriótico para una acción común. Nadie deja a sus hijos
ni a la posteridad una simple herencia material. Todos dejamos también la
impalpable huella de una herencia moral, parte vital de ese legado que otros
recibirán en el futuro. Que quienes vengan después de nosotros jamás puedan
decir que los hombres de hoy no supimos enfrentar con valentía, con honradez,
con generosidad y con sacrificio el desafío de esta difícil época que nos ha tocado
vivir. Que digan, por el contrario, que supimos dejar para siempre un pasado que
no puede volver; y que supimos mirar resueltamente hacia ese futuro que
forjaremos en la medida en que sepamos interpretar y comprender el signo
fundamental de nuestra época.
Que digan que supimos tener la humilde grandeza de conciencia que los
hombres requieren cuando van a entregar parte de su propia vida y de su propio
esfuerzo a la insigne tarea de forjar una nueva nación y un nuevo y más humano
sentido de justicia.
29
32. EL EJÉRCITO
Desde hace algo más de seis años el Ejército, como parte de la Fuerza
Armada, está cumpliendo una responsabilidad histórica de la que pende el futuro
del Perú y que profundamente compromete la conducta y la vida de cada uno de
sus miembros.
La transformación nacional en cuya conducción interviene es la contribución
que hace el engrandecimiento del Perú. Representa el esfuerzo de una institución
que comprende con lucidez que su mejor destino es servir al pueblo; y significa el
reconocimiento de que, como peruanos, sentimos nuestra la responsabilidad de
luchar a fin de que el Perú destierre para siempre las grandes injusticias y llegue a
ser Patria de hombres libres y nación soberana que ha roto para siempre el
dominio extranjero. No todas las instituciones, ni todos los hombres, ni todas las
generaciones tienen una oportunidad así. De ella se deriva, sin embargo, una
inmensa responsabilidad. Enfrentarla supone el convencimiento de que no existe
contradicción alguna entre nuestra condición de soldados y la tarea de dirigir el
rumbo de una nación que debe transformarse para de veras realizar la justicia de
su pueblo. Porque la dimensión esencial del patriotismo es aquel compromiso
permanente con el destino de nuestra colectividad, diario quehacer de lucha de
quienes sienten, en todos los instantes de su vida, que no se deben a sí mismo
sino a su propio pueblo. Defender a la Patria es, por eso, defender su justicia. Y en
esto se resume la esencia de propósitos de nuestra revolución. Por tanto, al
realizarla sólo estamos dando contenido concreto a nuestra vocación de
patriotismo, a nuestro más profundo amor por el Perú, a nuestra más sentida y
honda lealtad con su pueblo.
La obra que estamos realizando, lejos de separarnos de nuestra misión
cómo soldados, nos vuelve al cauce más profundo y verdadero de nuestra
tradición institucional como ejército que nació bajo el signo de la lucha por la
emancipación de nuestro pueblo. Nadie, por eso, podría decir con honradez que al
volver a luchar por ideales de independencia, de libertad y de justicia, estamos
abandonando nuestro rol tutelar en el país. Todo lo contrario.
Hoy más que nunca estamos cumpliendo con un deber de patriotismo,
porque estamos luchando por el país, defendiendo sus auténticos intereses y
poniendo la espada al servicio de nuestro pueblo. La causa del Perú, la de su
revolución, la de su pueblo, la de su Fuerza Armada, son por eso una sola. Es la
causa de la Patria. Es nuestra causa, como soldados y como peruanos.
Esta es la profunda verdad que algunos quieren ocultar. Mientras seamos
conscientes de ella, los enemigos de la Fuerza Armada y de su obra serán
siempre derrotados. De allí la decisiva importancia de que quienes integran las
filas del Ejército comprendan claramente el significado del gran proceso
revolucionario que el Perú está cumpliendo bajo el unido liderazgo institucional de
su gloriosa Fuerza Armada. Ellos tienen la responsabilidad de reflejar en todos los
31
33. actos de su vida la nueva orientación del Ejército; el sentido vital de compromiso
con la necesidad de resolver definitivamente los grandes problemas del Perú. Esto
es la tarea de hoy. Y en ella seguiremos hasta cumplir los grandes objetivos que la
Fuerza Armada se ha propuesto alcanzar.
Donde quiera que vayan, los soldados de hoy deben ser los representantes y
los mensajeros de la obra que estamos llevando a cabo en el Perú. Porque como
integrantes de una grande y unida institución, todos somos parte de lo que ella
realiza. Es preciso por eso que cada uno de nosotros esté siempre dispuesto a
cualquier sacrificio para perfeccionar el desenvolvimiento de nuestras tareas
normales como miembros del Ejército. Tenemos de ahora en adelante que añadir
una nueva cuota de esfuerzo que dé palpable testimonio de solidaridad con la
obra que nuestra institución está realizando para garantizar el desarrollo efectivo y
el verdadero engrandecimiento de nuestro pueblo.
Inmersa en el sentido más hondo de esos sentimientos, radica la garantía de
la continuidad histórica del Ejército Peruano. Y allí también radica su constante
sentido de superación institucional. Porque sólo cuando se es vitalmente leal y
sólo cuando verdaderamente se ama a una causa o a una institución, se les puede
entregar, sin límites de esfuerzo, esa indispensable porción de nuestra propia vida,
de nuestro propio empeño, de nuestra propia fe, que es en verdad indispensable
para hacerlas mejor, para asegurar su permanente renovación y, en fin, para
lograr que ellas mantengan siempre el vigor, la ductilidad, la verdadera juventud
de las causas y de las instituciones que perviven sin agotarse, conservando su
significación histórica para las sociedades y los hombres.
Sentido solidario y garantía de continuidad son de este modo parte esencial
de nuestra propia razón de ser.
Por ser nuestra institución una realidad viviente, no puede ser estática. La
más alta expresión creadora de su propia existencia radica en su plasticidad, en
su dinamismo, en su capacidad de mantenerse siempre alerta al rumbo y al
sentido de los tiempos. La renovación es inherente a la verdadera perennidad de
las instituciones. Simplemente resistir el paso de los años no equivale a vivir de
manera valedera y auténtica. Más aún, sólo en la medida en que las grandes
instituciones tienen la sabiduría de evolucionar, es posible decir que tienen
también la sabiduría de mantenerse vigorosas y vigentes.
Al fin y al cabo, sólo se puede ser fiel a sí mismo cuando se acepta
profundamente la necesidad de desarrollarse y ser distinto a medida que el
mundo y los tiempos son también distintos.
Lo señalado fundamenta en gran parte el por qué del cambio institucional
que ha hecho posible emprender en el Perú la gran tarea de su transformación.
Mas, si en verdad hundiéramos los ojos en nuestra propia vida comprenderíamos
que las enseñanzas que recibimos no son ni pueden ser extrañas a la inspiración
y a la raíz de lo que estamos hoy haciendo para garantizar a nuestra Patria una
32
34. realidad mejor de la que ella tuvo en el pasado. Porque esas enseñanzas, al
mismo tiempo que inculcaron en nosotros un acendrado patriotismo, también nos
dieron una profunda formación moral basada no en los valores del egoísmo
infecundo, sirio en los de una solidaridad para la cual los intereses de la Patria y
los de la colectividad son siempre los intereses prevalentes. Nuestra dedicación de
hoy a un ideal de lucha que se libra por el Perú tiene, de esta manera, vinculación
profunda con aspectos decisivos de nuestra formación en el alma mater del
Ejército Peruano. Formamos parte de un Gobierno cuya obra tiene como el más
radical sentido de su quehacer histórico, el haber vuelto a unir, al cabo de los
años, la acción y la enseñanza, la norma y la conducta.
Los soldados peruanos nunca debemos olvidar el sentido profundo de
nuestro origen institucional enraizado en el origen mismo del Perú como nación
independiente. Porque de ese sentido arranca la honda convicción de un
patriotismo para el cual la causa de su pueblo, vale decir, la causa de su
soberanía, de su justicia y de su libertad. Origen revolucionario el nuestro, hoy
vuelve a ser emblema que enarbolamos con orgullo, seguros de que al luchar por
la definitiva emancipación de nuestra Patria estamos honrando el sentido más
puro de nuestra tradición histórica y, al propio tiempo, renovando la gloria y el
honor de las armas peruanas.
Todo esto nos permite, por lo tanto, ser ahora los testigos maduros de
nuestra juventud que hoy, de alguna forma, vuelve para el cotejo iluminante de
nuestra madurez.
LA MARINA
La historia de la Marina de Guerra se enhebra con la historia de nuestro país
desde el momento mismo en que insurgió a la vida independiente por la acción de
soldados revolucionarios que lucharon para hacer del Perú un país libre de
tutelajes extranjeros.
Pertenecer a una tradición así de ilustre, representa una responsabilidad muy
grande de la que todos los marinos del Perú deben ser siempre claramente
conscientes. Porque el legado institucional de nuestra Armada constituye
paradigma que jamás debe ser olvidado por quienes asumen la responsabilidad
de mantener siempre viva la esencia de una tradición que da grandeza a la Nación
Peruana.
Los hombres sólo tienen derecho a invocar las figuras ilustres de su historia
en la medida en que en su diaria vida demuestran ser en verdad dignos de ellas. Y
esas grandes figuras sólo tienen genuina eternidad en la medida en que el sentido
de su vida y de su sacrificio se encarna en el pensamiento y en la acción de otros
hombres.
Hoy no se trata solamente de que los hombres de uniforme cumplamos una
misión castrense en el Perú. Hemos aceptado una responsabilidad histórica con
33
35. su pueblo y hemos asumido un compromiso que no podemos eludir. Esta
responsabilidad y ese compromiso constituyen el fundamento en que se basa
nuestra decisión de llevar adelante la obra que hace seis años empezarnos a
realizar en el país. Esta obra posee el carácter unitario de un empeño que realiza
toda la Fuerza Armada del Perú. Por tanto, ninguno de nosotros puede ni debe
mantenerse al margen de su realización. Unidos iniciamos la revolución que está
devolviendo a nuestro pueblo su sentido de orgullo nacional, unidos estamos
conduciendo esta gran experiencia peruana que por primera vez plantea y
resuelve los problemas fundamentales del país; y unidos culminaremos este
esfuerzo que habrá de traducirse en el fortalecimiento y la grandeza de una nación
capaz de construir en su seno un orden de justicia fundado en la plena soberanía
de su destino nacional.
El aporte de la Armada Peruana a la realización de estos grandes ideales es,
desde cualquier punto de vista, fundamental, al igual que el aporte de los otros
Institutos Armados del Perú.
LA FUERZA AÉREA
Nuestra aviación militar no sólo representa instrumento esencial para la
defensa del País, sino, hoy más que nunca, herramienta insustituible en el
cumplimiento de diversas tareas vinculadas al desarrollo nacional.
Nuestra tarea de gobernantes es indesligable de nuestra condición de militares.
Nuestra preocupación por la seguridad nacional y nuestra preocupación por los
problemas fundamentales de la sociedad peruana no pueden ser preocupaciones
separadas. Ambas se encuentran en la base misma de nuestra conducta
gobernante. Y ambas se hallan también en la raíz de nuestra vocación
revolucionaria, es decir, de nuestra irrevocable decisión de continuar ahondando y
perfeccionando el rumbo de las grandes transformaciones sociales y económicas
que por primera vez ha sido posible realizar en el Perú bato el liderazgo de un
Gobierno que representa la unidad institucional de las armas peruanas.
Por eso es que la tarea y la responsabilidad de esta revolución son tarea y
responsabilidad de todos los hombres de uniforme, unidos en el compromiso de
poner nuestras armas al servicio de un antiguo ideal siempre atesorado por un
pueblo del cual formamos parte, del que hemos surgido y al cual nos debernos en
la misma medida y con la misma dimensión de entrega con que, como soldados,
hemos jurado debernos a la Patria. Lejos de incumplir un deber y alejarnos de la
senda que nos marca nuestra condición de militares, al haber emprendido una
lucha por la verdadera salvación de nuestra Patria, estamos siendo fieles más que
nunca al sentido más hondo y verdadero de nuestra misión como soldados del
Perú.
Este es el espíritu patriótico y revolucionario, al mismo tiempo, que norma
nuestra conducta como militares y como gobernantes del Perú. Y es el espíritu
que debe normar también la conducta de los soldados y oficiales de la Fuerza
34
36. Aérea del Perú. El destino de nuestra nación depende del rumbo victorioso del
proceso revolucionario que ella contribuye a conducir.
LAS FUERZAS POLICIALES
El nuevo y permanente cuadro político forjado por la revolución plantea la
necesidad impostergable de revalorar el papel que las Fuerzas Policiales deben
cumplir en un período histórico como el que hoy vive nuestra Patria. Ellas son
parte de los Institutos Armados. Por tanto su acción y su destino están
indisolublemente unidos a la acción y el destino de nuestra Fuerza Armada. En
consecuencia, la obra transformadora de este Gobierno no puede serles extraña
en forma alguna.
Por estas razones, todos los integrantes de las Fuerzas Policiales deben
sentirse profundamente compenetrados con la naturaleza y las finalidades del
proceso revolucionario cuya conducción es nuestra responsabilidad ante el país
Tal compenetración es absolutamente indispensable para que puedan cumplir su
responsabilidad institucional. Esto hoy, más que nunca, depende de que sean
capaces de reflejar en su comportamiento la imagen y el carácter de la nueva
concepción de lo que significa gobernar cuanto desde el gobierno se orienta y se
dirige un vasto proceso de transformaciones profundas en nuestra sociedad, una
de cuyas dimensiones esenciales es la lucha constante por la moralización de lo
vida pública y por el afianzamiento permanente de una política de absoluta
honestidad en la conducción de todas las instituciones del país.
En condiciones como las señaladas, el papel de las Fuerzas Policiales no
puede ser el mismo que el que jugaron antes de que el Perú enrumbara su destino
por el camino revolucionario que la Fuerza Armada abrió hace tres años. El
concepto tradicional del orden público tiene que ser revisado. El orden público de
una sociedad basada en la institucionalización de la injusticia, no puede ser el
mismo que el de una sociedad que lucha, precisamente para crear un
ordenamiento de justicia social. Por tanto, la forma de concebir su defensa tiene
que ser diferente. A diferencia radical del pasado, en el Perú de hoy se trata que
las instituciones y la ley no sean empleadas para mantener y perpetuar los
atropellos, los privilegios y los abusos. Estamos, justamente, luchando para
desterrar definitivamente en nuestro país todas las formas de explotación y de
injusticia. Ahora los derechos de los humildes, de los explotados y de los pobres
tienen que ser vigorosamente defendidos por las leyes, por las instituciones y por
los hombres de la revolución.
Mucho de lo anterior está en la médula misma de lo que significa un proceso
revolucionario que es verdaderamente una empresa colectiva para la realización
de la justicia en una sociedad. Nadie puede esperar que esto sea logrado
súbitamente. Pero nadie puede aceptar que los cambios concretos de
comportamiento se posterguen indefinidamente. Una revolución implica
alteraciones importantes en la conducta y en las actitudes de las instituciones y
de los hombres. Por eso, todos los que respaldamos esta revolución hemos
35
37. cambiado y debemos seguir cambiando. Porque de otra manera sería imposible
cumplir con la responsabilidad y con la obligación de demostrar en nuestros
propios actos que hemos hecho profundamente nuestros los grandes ideales de
justicia que hace tres años nos llevaron a poner nuestra espada al servicio del
pueblo del Perú.
La delicada y fundamental misión que en nuestra sociedad cumplen las
Fuerzas Policiales no puede dejar de obedecer a la orientación normativa que rige
la conducta de un Gobierno como el nuestro. De allí la impostergable necesidad
de que quienes las integran tengan plena conciencia del nuevo papel y del nuevo
comportamiento que deben asumir para poder cumplir verdaderamente esa ilustre
misión.
Los cuadros de las Fuerzas Policiales del Perú deben ser los hombres
responsables de mantener los más altos niveles de moralidad y de honradez
incorruptible que el país exige de las instituciones encargadas de garantizar el
cumplimiento de las leyes con ausencia absoluta de favoritismo y deshonestidad.
Ellos deben así mismo comprender la nueva y grande responsabilidad que
asumen con sus instituciones, con la Fuerza Armada y con el Perú.
Representantes de un Gobierno sustancialmente distinto a cualquier otro del
pasado, ellos deben sentir que un aspecto fundamental de su quehacer futuro será
velar por el respeto verdadero a la justicia y el derecho de los hombres y mujeres
del Perú. Deben también sentir y saber en lo más hondo de su conciencia que el
esfuerzo del Gobierno del cual son parte tiene como único norte la decisión de
luchar indesmayablemente por la grandeza, la felicidad, la justicia, la libertad
auténtica y la independencia soberana de nuestro pueblo.
EL CAEM
Hay en la historia de los pueblos y de las instituciones, momentos epocales
que marcan al mismo tiempo el principio y el fin de etapas diferentes. Algunas
veces se trata de episodios visibles cuya significación es para todos, desde el
primer instante, palpable y evidente su ostensible magnitud. Otras veces, sin
embargo, la gravitación de un hecho histórico pasa, en cierta manera,
desapercibida, aún para sus propios gestores porque la ausencia de contornos
dramáticamente visibles tiende a ocultar la significación que ese hecho está
llamado a tener en la vida de un pueblo o de una institución.
Sólo el observador prolijo suele tener la perspicacia necesaria para,
correctamente, atribuir peso de significación histórica o los eventos que, teniendo
a primera vista apenas una importancia relativa, demuestran ser o la larga los
episodios fecundos de donde surgen y en donde se estimulan, con el correr del
tiempo, los grandes cambios transformadores de la historia.
Cuando hace más de veinte años se fundó el Centro de Altos Estudios
Militares, aconteció un hecho así, en apariencia rutinario y normal, pero en verdad
36
38. trascendente para el Perú y para sus Institutos Armados. Porque cuando eso
ocurrió, empezó a tomar forma consciente e institucional un laborioso y necesario
proceso de reformulación del papel que, tradicionalmente, habíamos
desempeñado los hombres de uniforme en el Perú.
La realidad del Perú que hoy estamos viviendo, no podría explicarse
satisfactoriamente con prescindencia de ese singular hecho histórico, porque él
fue decisivo para el afianzamiento de una renovada y lúcida conciencia de la
Patria en quienes más tarde habríamos de asumir la responsabilidad de iniciar el
vasto proceso de transformaciones integrales que constituyen el motivo y la
esencia de esa victoriosa Revolución Nacionalista que la nueva Fuerza Armada
del Perú inició el 3 de octubre de 1968. Por eso, cuando se inscriba la historia de
esta época, los historiadores del futuro sin duda señalarán la fundación del CAEM
como un punto crucial en el desenvolvimiento de la Fuerza Armada y como un
hecho decisivo en el proceso de cambio institucional de nuestro Patria.
En él, por primera vez en forma sistemática, la institución castrense dio
comienzo a la impostergable tarea de estudiar realidad del Perú, de manera
ordenada y profunda. Y del esfuerzo así orientado no sólo surgió un más cabal
conocimiento de los problemas del país, sino también un sentido depurado de
nuestra más alta responsabilidad ante las grandes cuestiones nacionales. En él,
por tanto, se contribuyó en forma decisiva a labrar la nueva conciencia de la
Fuerza Armada del Perú; y, al hacerlo, se le dio a este país la indispensable base
institucional desde la cual se hizo luego posible emprender el rumbo venturoso de
los grandes cambios políticos, sociales y económicos que nuestro pueblo habrá en
vano demandado de sus instituciones y sus hombres considerados
representativos.
A lo largo de sus años de fecunda existencia, el CAEM ha perseverado en su
esfuerzo por esclarecer los aspectos fundamentales de la problemática nacional.
Pero como suele ocurrir a toda institución de veras forjadora de rumbos, nuevas
responsabilidades recaen en sus hombros, precisamente, en momentos de lucha
como son los que hoy está viviendo el Perú. Y en circunstancias así, cuando el
Perú está comprometido en las etapas iniciales de un duro batallar por su
desarrollo y su cabal independencia como nación soberana, el CAEM como
institución abocada al estudio de la problemática nacional, tiene ante sí un vasto
campo de trabajo en expansión. Las medidas de cambio social que la revolución
ha traído consigo, están creando ya y continuarán creando en el futuro, nuevos
problemas que afectarán a grandes sectores de nuestro pueblo. Las alteraciones
profundas que están ocurriendo en la textura tradicional de la sociedad peruana
imponen la necesidad de identificar a tiempo los factores en juego y determinar las
fuerzas que, persiguiendo sus propios intereses, tratan de un lado y de otro de
frustrar el rumbo de la revolución. Estas son realidades que afectan la naturaleza
de nuestro frente interno y que obligan a una radical redefinición del papel del
Estado y sus instituciones.
37
39. Y en este esfuerzo de indagación, de preparación y de estudio, el aporte del
CAEM es, como fue su contribución en el pasado, de invalorable importancia para
la Fuerza Armada y para el Perú. Hoy más que nunca resulta ya evidente que el
papel de una gran institución como ésta no puede confinarse a los linderos del
campo militar. En el mundo complejo en que vivimos ningún problema básico
puede ser unidimensional. Hoy la Fuerza Armada preside y orienta una profunda
transformación social. Tal realidad otorga un marco diferente al diario quehacer de
una institución como el CAEM, cuyas nuevas responsabilidades dimanan del
hacho de que es la Fuerza Armada la que ejerce el Gobierno del Perú. Ella, que
contribuyó a forjar nuestra nueva conciencia nacionalista, seguirá contribuyendo a
forjar los instrumentos de análisis y las orientaciones que garanticen el
permanente éxito en la tarea que la Fuerza Armada ha emprendido por nuestra
Patria y por su Pueblo.
Tal la significación del Centro de Altos Estudios Militares en la historia
reciente del Perú y tal su mayor y más crítica responsabilidad.
38
41. LA FUERZA ARMADA ¿POR QUÉ?
La Fuerza Armada de hoy tiene clara conciencia de su responsabilidad con el
Perú. Por eso asumimos el poder. Pare liquidar un injusto sistema sociopolítico,
para terminar definitivamente con una oligarquía entreguista y rapaz, para
desenmascarar o una camarilla de políticos envilecidos que a espaldas del país se
convirtieron también en una verdadera oligarquía partidaria al servicio de los
poderosos.
Nuestro propósito nunca fue sumarnos a la lista de los gobernantes que sólo
persiguieron su provecho personal y de grupo por encima de los intereses
nacionales. Nuestro propósito es llevar a cabo una profunda y auténtica revolución
social. La claudicación y el entreguismo de las viejas dirigencias políticas nos
dieron lo certeza de que la Fuerza Armada era la única institución capaz de
emprender una acción revolucionaria en el Perú. Jamás debe olvidarse que
quienes antes gobernaron tuvieron en sus manos el poder para solucionar los
grandes problemas del país. Sin embargo, esto nunca ocurrió. Frente a una
verdadera debacle nacional y frente a la traición de quienes engañaron al Perú
para servir a sus viejos explotadores, la Fuerza Armada no tuvo otra alternativa
que tomar en sus manos las riendas del gobierno para desde allí emprender la
transformación de nuestra Patria.
Haber cerrado los ojos ante la denigrante realidad en que vivía el país,
habría sido eludir el más elemental principio de lealtad para con nuestra Patria;
habría sido rehuir cobardemente una responsabilidad que como peruanos y como
soldados teníamos el imperativo de aceptar. Escudar a la Fuerza Armada detrás
de un demagógico constitucionalismo, habría significado colaborar al
desquiciamiento de nuestra Patria, comprometiendo gravemente su futuro y el de
las generaciones venideras.
Cómoda y agradable, pero cómplice, habría sido una posición marginal de la
Fuerza Armada frente al doloroso drama que vivía la Patria; por ello, interpretando
su clamar y su noble sentir, dimos el paso con serenidad y con verdadero sentido
de responsabilidad cuando nos convencimos de que no había error, si no plena
conciencia del engaño, fraude y traición a los intereses del país; cuando con
vergüenza conocimos que políticos corruptos pertenecientes a castas que por
siglos detentaron el poder mentían premeditadamente cuando hablaban de
igualdad, del derecho soberano del pueblo y de su libertad.
Enfrentar de modo definitivo esta oprobiosa situación significó asumir la
responsabilidad de gobernar. No lo hicimos por causales de política tradicional. Lo
hicimos por auténtico patriotismo, por deseo de servir a nuestro pueblo, por
rechazo o la corrupción de una política decadente y proditora que hundió al Perú
en lo más banda de sus crisis morales y económicas.
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42. La Fuerza Armada ejerce hoy el liderazgo de un movimiento nacional que
persigue liberar a nuestro pueblo de la dominación extranjera y de las lacras del
subdesarrollo. Este cometido constituye una irrenunciable responsabilidad
institucional. La asumimos hace seis años en el total convencimiento de que
ninguna institución política del antiguo sistema tenía la decisión o el deseo de
cumplirla. La asumimos porque no hacerlo habría significado permanecer
indiferentes ante la verdadera bancarrota nacional ocasionada por los gobiernos
anteriores. Y la asumimos porque el delicado estudio de los problemas nacionales
a lo largo de muchos años, nos hizo ver con claridad que nosotros, como
institución, tutelar de la República, teníamos que jugar un papel radicalmente
diferente al que por error habíamos cumplido en el pasado.
Más que nadie nosotros, los hombres de uniforme, tenemos la
responsabilidad de esta revolución porque la hemos iniciado y la estamos
conduciendo. Y es nuestro deber, para llevarla siempre por rutas de victoria, tener
conciencia plena de lo que ella significa, saber que los grandes problemas del
Perú demandan soluciones sacrificadas y profundas, estar convencidos de que
nuestro camino no puede detenerse, y tener certidumbre de que nuestra
revolución es, en final de cuentas, tan sólo la expresión de un fidedigno y
enraizado amor a nuestra patria.
NUESTRO PROPÓSITO Y COMPROMISO
El punto de partida principal es la propia definición de este Gobierno como
Revolucionario. Esto quiere decir que nosotros no estamos interesados
simplemente en mejorar las condiciones del país, sino en cambiarlas; que no
estamos en favor de solamente modernizar las relaciones entre los distintos
grupos sociales del Perú, sino en transformarlas. Queremos, en una palabra,
romper con el pasado y construir una sociedad que en esencia sea diferente a la
sociedad tradicional que todos conocimos. Y esto supone alterar la calidad, la
naturaleza de las instituciones fundamentales del país. Sabemos que se trata de
una obra penosa, lenta, difícil. Pero ya la hemos comenzado. Abandonarle
significaría dejar de ser lo que somos. Y esto nadie puede pedir ni esperar de
nosotros.
Nunca hemos dejado de expresar esta declarada y abierta posición.
Nosotros asumimos la responsabilidad de gobernar en horas muy difíciles para el
Perú. No era una época de bonanza. Era un momento de crisis. Al borde mismo
de grandes acontecimientos epocales, el país miraba al pasado y el gobierno
mantenía sin resolver los grandes problemas de lo nación. El pueblo estaba
ausente de las grandes decisiones que sólo se tomaron para favorecer los viejos
privilegios y las grandes injusticias. El reclamo de las mayorías nacionales
continuaba desoído.
Insurgimos como Gobierno Revolucionario; es decir, como, régimen
fundamentalmente orientado al logro de la transformación integral de nuestra
Patria. Esta ha sido lo orientación central de todos nuestros actos de gobierno, en
41
43. representación institucional de la Fuerza Armada. Por tanto, no somos los actores
de un golpe militar. Somos los gestores de una revolución. Con nuestro
movimiento se inicia una etapa nueva de la vida republicana.
Un orden social injusto como el que aquí existió por largos años, genera
explotación y crea privilegios. Esa explotación afecta a las grandes mayorías
ciudadanas. Estos privilegios siempre han sido injusta prerrogativa de unos
cuantos. La gran desigualdad que esto origina hizo de nuestra sociedad, una
sociedad profundamente enferma. Para algunos todo esto carece de importancia
porque ellos fueron, precisamente, los privilegiados. Para otros tiene la más
grande importancia, porque ellos fueron justamente quienes siempre vivieron
explotados. Cambiar a fondo una situación así constituye la razón de ser de
nuestra revolución. Ese es nuestro propósito.
Esto es todo lo que hay implícito en los grandes ideales revolucionarios que
motivan y motivarán siempre la acción de este gobierno. Jamás habremos de
apartarnos del sentido profundamente transformador y profundamente nacionalista
de esta revolución. Porque si nos apartáramos de él, fracasaríamos. Y si
fracasáramos, nuestro Patria inevitablemente se hundiría en el caos, en la
violencia y en el desastre. Recordemos que al asumir el gobierno del Perú, casi
todas sus instituciones se encontraban en crisis. Ellas no habrían sido capaces de
enrumbar al país hacia el futuro. Y con mayor razón aún, no podrían hoy lograrlo.
Por eso, la única alternativa verdadera que tiene nuestra Patria es continuar el
camino de esta gran revolución transformadora.
La Fuerza Armada sabe que cumplir el compromiso que ella ha contraído
con el país significa, necesariamente, el definitivo abandono del sistema socio-
económico imperante hasta el 3 de Octubre de 1968. Sólo así será posible sentar
las bases del nuevo ordenamiento social que la revolución se propone construir.
Somos deudores de un pueblo a quien siempre debernos respetar, a quien
siempre debemos honrar, a quien siempre debernos servir por encima de todas
las cosas. Aquí se funda la dimensión más impalpable y profunda de nuestro
esencial compromiso revolucionario; no se trota de un simple compromiso
intelectual, sino de un compromiso que hunde sus raíces en lo más hondo de
nuestra propia existencia para de allí surgir vigoroso y renacido como expresión de
entrega verdadera. Es todo esto lo que nutre nuestra más radical vocación
revolucionaria única garantía de que jamás abandonaremos la lucha que
iniciamos hace seis años por reivindicar poro el Perú su esencia de nación
soberana y para conducir el batallar de un pueblo que quiere construir su futuro
rehaciendo por completo su vida nacional y su pasado. Nadie podría, mejor que
nosotros mismos, conocer lo duro y a veces solitario de este esfuerzo. Ni nadie
podría conocer mejor las vicisitudes y los desengaños que ello inevitablemente
encierra. Pero en esto también se afianza nuestra fortaleza y se vigoriza nuestra
serenidad paro comprender y para superar los avatares de esta lucha.
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44. Creemos estar construyendo decididamente el futuro de esta nación. Hay,
detrás nuestro, la fuerza incontrastable de un pueblo que comienza o ver
realizados sus ideales de justicia.
POR NUESTRA SEGUNDA INDEPENDENCIA
Los militantes peruanos hemos retomado el camino que hace siglo y medio
abrieron otros soldados revolucionarios, cuyo esfuerzo y cuyo sacrificio hicieron
posible la independencia de nuestro pueblo y la fundación de su República.
La posibilidad liberadora de nuestra emancipación nacional del coloniaje
se vio, sin embargo, en gran parte frustrado en los inicios mismos de nuestra
experiencia republicana. Hundieron esa posibilidad, por un lado, los intereses y la
corta visión histórica de las oligarquías, herederas del poder colonial, y por otro
lado, un poder económico lanzado sobre el mundo sin respetar fronteras que clavó
sus garras, al igual que en países de otros continentes, en nuestras inexpertas y
débiles repúblicas De aquí derivó el carácter en gran parte ficticio de nuestra
soberanía y nuestra independencia. Crecientemente nuestro pueblo se convirtió
en vasallo de aquella oligarquía y de ese imperialismo. Herencia de todo esto fue
el sistema tradicional de poder contra el cual insurgió nuestra revolución.
Por eso el propósito principal de esta revolución es culminar aquella gesta
emancipadora cuyo triunfo selló en tierras del Perú la sangre generosa de
hombres de nuestro Patria y de combatientes latinoamericanos unidos en el ideal
común de liberar o nuestro continente del yugo colonial. Complementar y afianzar
la auténtica emancipación de nuestra Patria demandaba encarar frontalmente la
solución de sus grandes problemas y reconquistar su plena soberanía nacional.
Todo esto hizo indispensable romper con el pasado y emprender la transformación
sustantiva de toda la realidad social y económica que ese pasado generó.
Al adoptar esta decisión fundamental, la Fuerza Armada del Perú, con el leal
apoyo y la adhesión de las Fuerzas Policiales, asumió conscientemente un claro
compromiso revolucionario. Transformar nuestra sociedad para liberarla del
subdesarrollo en que vivía y del ominoso dominio extranjero que tornaba ficticia su
verdadera independencia, necesariamente implicaba luchar contra el dominio de la
oligarquía y al mismo tiempo contra la dominación imperialista.
A esta doble finalidad responde todas las acciones del Gobierno
Revolucionario de la Fuerza Armada. Porque siempre fuimos conscientes de que
la auténtica liberación de nuestro pueblo y lo garantía real de su futuro dependían
de que desapareciera aquel doble dominio que a lo largo de los años abatió a la
nación peruana. Esto suponía vertebrar en el Perú un nuevo ordenamiento social,
económico y político. Porque una revolución existe para transformar los sistemas
tradicionales y, en consecuencia, para históricamente reemplazarlos por otros que
hagan posible la efectiva liberación del hombre. En este sentido, nuestra
preocupación fundamental fue desde el primer momento organizar en el Perú una
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