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CÓDIGO LYOKO 4EVER
            (http://codigolyoko4ever.blogspot.com/)
                    La Ciudad Sin Nombre
                         Jeremy Belpois
                             PRÓLOGO
   Esta noche se cumplen diez años exactos desde la primera vez que la vi, y he
     decidido que ha llegado el momento de contarlo, de revelar los increíbles
acontecimientos de los que fuímos testigos Yumi Ishiyama, Ulrich Stern, Odd Della
 Robbia y yo, Jeremy Belpois. Y Aelita, naturalmente. No pasa un solo día que no
                                piense en Aelita. Esta
        historia es para todos ellos, mis amigos. Pero sobre todo es para ti.
Quién sabe si aún estás a la escucha...

                                     Jeremy




INTRODUCCIÓN
1985. Francia. Un genio científico llamado Waldo Schaeffer y su mujer,
Anthea, trabajan en un proyecto internacional de alto secreto conocido
               an
como Cartago. Cuando Waldo descubre que el verdadero objetivo de
Cartago no es el de proteger a los países del mundo, sino crear una nueva
arma mortal, decide abandonar el proyecto. Esa decisión tendrá
                                                           tendrá
consecuencias irreversibles.
Unos misteriosos individuos secuestran a Anthea Schaeffer. Waldo, en
cambio, logra ponerse a salvo junto con su hija de tres años, Aelita. Tras
una larga huída, encuentra trabajo como profesor de ciencias en la
academia Kadic, en Francia, y bajo el nombre falso de Franz Hopper
                c,
continúa a escondidas con sus experimentos.
Allí, en los subterráneos de una vieja fábrica, no muy lejos del colegio,
construye un superordenador e inventa un mundo virtual llamado Lyoko,
ideado para servir de antídoto contra Cartago. Pero en tan sólo unos pocos
               rvir
años la organización para la que trabajaba consigue localizarlo.
En 1994, cuando Aelita tiene doce años, Waldo Schaeffer se refugia en el
mundo virtual de Lyoko junto con su hija, que está gravemente herida, y
                                                      gravemente
apaga el superordenador que lo alimenta.
Muchos años después, Jeremy Belpois estudia en la academia Kadic. Tiene
trece años, pocos amigos y un talento innato para la informática. Después
de descubrir la existencia de la vieja fábrica, conectada con la escuela
                                                conectada




                               mediante unos túneles subterráneos, Jeremy
se encuentra el superordenador abandonado, y consigue volver a ponerlo en
marcha.
Así descubre a Aelita, que durante todos esos años ha permanecido
prisionera en Lyoko, sin envejecer. Junto con sus amigos Ulrich, Odd y
Yumi, Jeremy logra rematerializar a Aelita en el mundo real. A partir de
ese momento, los cinco muchachos se enzarzan en una encarnizada lucha
contra X.A.N.A., una despiadada inteligencia artificial que se ha apoderado
de Lyoko.
Con mucho esfuerzo, y después de una larga serie de increíbles aventuras
  on
virtuales, finalmente derrotan a X.A.N.A. gracias al sacrificio de Franz
Hopper, que había sobrevivido durante todos esos años dentro de Lyoko en
forma de esfera de energía.
Ya no hay ningún peligro. O por lo menos eso parece.

El 21 de diciembre, unos cuantos meses después de la derrota de X.A.N.A.
y la muerte de Hopper, Aelita pierde la memoria de improviso. A causa de
ello, sus amigos deciden reunirse nada más terminar las vacaciones de
Navidad en el chalé en el que antaño vivía para ayudarla a recuperar sus
recuerdos perdidos.
Los cinco muchachos empiezan a investigar acerca de los secretos de La
Ermita, y llegan a descubrir una habitación oculta. En su interior hallan un
mensaje grabado por el profesor que cuenta parte de su historia, aunque
             bado
todavía deja sin desentrañar muchos e intrincados misterios.
En su mensaje Hopper le confía a Aelita la tarea de encontrar a su madre, y
le pide que custodie un colgante de oro que forma parte de una pareja, un
regalo que Anthea y él se habían intercambiado como prenda de amor.
Mientras tanto, X.A.N.A, al que los muchachos creen definitivamente
derrotado, recupera poco a poco sus energías, volviendo a la vida y
poseyendo a una chiquilla americana llamada Eva Skinner.
Poco después, Eva hace su aparición en Kadic.
Jeremy, Ulrich, Odd y Yumi deciden ayudad a Aelita a encontrar a su
madre.
Confían plenamente en lograrlo. Están convencidos de que son los únicos
que conocen la historia de Hopper y Lyoko. Están convencidos de que ya
no quedan más amenazas.
Y de que X.A.N.A ya no existe.

Se equivocan.


                   PRÓLOGO
            UNA CIUDAD MISTERIOSA




                                 Las torres de la ciudad se despliegan ante él
como caparazones azulados de mariquitas, moteados por los agujeros algo
                                  mariquitas,
más oscuros de los espaciopuertos. Las calles son franjas de colores que se
entrecruzan y trenzan libremente entre los rascacielos. Tan sólo unas pocas
naves vuelan entre un edificio y otro: es un momento tranquilo, y no hay
casi nadie. En realidad nunca hay mucha gente por la ciudad.
El muchacho brota de la nada. El aire se vuelve denso, se congela en un
punto concreto, y ahí está él.
Dobla dos dedos y empieza a volar. Coge velocidad. Deja que su vuelo se
transforme e una picada. Aterriza sobre una de las autopistas flotantes que
llevan hasta el muro, y la carretera se comba dócilmente para amortiguar el
impacto.
Empieza a correr: no ve la hora de encontrarse con su amiga y enseñarle los
nuevos rincones de la ciudad que ha descubierto. Le encanta volar con ella
                                que
por las solitarias calles, adentrarse en los parques y las pequeñas tiendas
vacías donde pueden coger lo que quieran e inventarse infinitos juegos.
Su amiga dice que la ciudad es estupenda, pero está desierta. El muchacho
no entiende lo que quiere decir: está él, están las inteligencias artificiales, y
además está el profesor. ¿A quién más necesitarían?
Al pensar en el profesor, el muchacho advierte un sutil sentimiento de
culpabilidad: el profesor no quiere que asuma forma humana, porque dice
                                        asuma
que es un desperdicio de energía. Pero su amiga tiene esa forma y él quiere
parecérsele, por lo menos un poco. Aunque luego, a lo mejor, vuelva a
transformarse para ella, puede que en una de esas criaturas pequeñas que
ella llama <<pajaritos>>, y que le hacen reír.
      lama

La calzada se mueve, inclinándose ante el muchacho. La áspera superficie
se vuelve lisa y transparente como el cristal. Empieza a patinar. Llega hasta
el suelo de un salto. Echa a correr de nuevo.
La inteligencia artificial del tráfico peatonal aparece de golpe delante de él.
                  rtificial
Es un larguirucho metálico con tres ojos verticales y luminosos. Unos rojo.
Uno ámbar. Uno verde.
Le bloquea el camino con una mano huesuda, y el ojo que está encendido
es el de más arriba, el rojo oscuro. En cuanto lo reconoce, el que se
enciende es el ojo amarillo.
-Señor, está sobrepasando el límite de velocidad –le recuerda la I.A. ¿Me
 Señor,                                              le            I.A.-.
permite pedirle que aminore la marcha?
El muchacho agita una mano delante de él: <<Autorización denegada> El
                                                               denegada>>.
ojo del controlador se vuelve verde de inmediato, y la criatura se aparta
para dejarle pasar.
-Por supuesto, señor. Prosiga, por favor.
 Por
El muchacho corre hasta que los edificios que lo rodean comienzan a
fundirse en un único borrón de colores. Pega un salto, pasa por encima de
                                                 un




                               un gran puente hecho de cables entrelazados
y aterriza de nuevo en la carretera del otro lado. Ve una I.A. de transporte
de información: parece un gran huevo achatado, y se aleja a toda velocidad.
Debe de ser una I.A. importante. Es probable que esté trabajando para el
                     importante.
profesor. Puede llevarlo durante un trecho.
El muchacho salta sobre ella, y una débil descarga eléctrica recorre sus
dedos. Apoya las manos sobre su superficie para no caerse. Primer cruce.
Segundo cruce. El muchacho la abandona de un salto, y cae sobre una I.A.
                   muchacho
de gestión de residuos. Es un poco más lenta, pero va en la dirección
adecuada.

El muro es tan alto que llega hasta el cielo, y está hecho de ladrillos negros.
Cada vez que el muchacho roza su superficie, entre las yemas de sus dedos
y el muro brotan destellos de una luz clara. El muro lo repele. Rodea la
ciudad, y el muchacho no puede sobrevolarlo ni atravesarlo. No puede
dejarlo atrás.
En el muro hay una única puerta, pero ahora sus grandes hojas están
cerradas. El muchacho apoya en una de ellas la palma de una mano, y en
   rradas.
una pantalla que aparece de la nada brillan durante un segundo cuatro
letras. Es el nombre del muchacho, aunque él no lo sepa.
La puerta se desmorona, desmenuzándose en una lluvia de polv Hace un
                                                             polvo.
segundo estaba ahí, y ahora ya no queda ni rastro de ella.
Al otro lado del umbral, el muchacho contempla el largo puente levadizo
que se pierde en el horizonte. Flota sobre el vacío. Más allá de la ciudad no
hay nada: ni un foso, ni un valle, ni un camino. Tan sólo el puente, tendido
                                   ni
hacia la oscuridad.
A veces el muchacho se ha imaginado cómo será atravesar ese puente, pero
nunca ha pensado realmente en hacerlo. No está incluido entre sus
instrucciones.
Observa el puente, y sabe que su amiga llegará por ahí. Dentro de poco
verá su delgada silueta caminando con pasos amplios por ese arco flotante,
y él echará a volar. Luego verá su pequeña nube de cabello rosa. Su
sonrisa.
Su amiga está tardando un poco, pero eso no importa. Puede esperar. La
ciudad sobrevivirá un rato aunque él no esté. En cualquier caso, otras partes
 iudad
del muchacho están sobrevolando las pagodas, adentrándose por las
alcantarillas, controlando que todo vaya bien. Sin esfuerzo, sin que él tenga
que acordarse siquiera de hacerlo.
Ahora su amiga está tardando mucho, y el muchacho empieza a estar
preocupado. ¿Qué ha pasado? Cuando ella viene a verlo siempre es
puntual.




                              Así que espera, y sigue esperando, ante ese
puente infinito. De vez en cuando le parece estar viéndola, ver cómo
aparece su melenita rosa, apenas un puntito, allá a lo lejos.
  arece
Su amiga ya no vendrá nunca más.
Pero él todavía no lo sabe.


                                     1
EL HOMBRE DE LOS DOS PERROS
Detestaba estar allí. Detestaba las mudanzas. El hecho de que su trabajo lo
                                    mudanzas.
obligase a mudarse más o menos una vez a la semana no cambiaba ni un
ápice la cuestión.
Grigory Nictapolus hundió el pie en el acelerador, y la camioneta pasó de
ciento setenta a ciento ochenta por hora. El motor rugía, pero aquel hombre
                                                      rugía,
sabía que podía exprimirlo hasta llegar a los doscientos veinte. Lo había
trucado con sus propias manos.
-Ya falta poco, chiquitines –susurró a media voz al escuchar una gruñido
 Ya                           susurró
apagado que provenía de detrás de él.
Giró en la siguiente salida de la autopista sin ni siquiera aminorar la
                    e
marcha. Eran las tres de la madrugada. No había ni un alma por la
carretera. Escogió un peaje automático y pagó en metálico, arrojando un
puñado de euros en un recipiente de la máquina. La ciudad le dio la
bienvenida poco a poco: primero algunas casas sueltas y un grupo de naves
industriales, y luego, paulatinamente, más casas, edificios, manzanas,
barrios.
El avión de Grigory había aterrizado aquella tarde tras un vuelo de casi
once horas. En el aeropuerto lo esperaba su contacto, un tipo insignificante
                   aeropuerto
que sujetaba las correas de sus dos perros. Le había entregado un manojo
de llaves. <<Para usted>>, le había dicho aquel hombre.
Grigory no le había respondido, y se había limitado a llevarse las llaves y
los perros.
Había conducido sin descanso, deteniéndose sólo para que los animales se
desentumeciesen las patas, y ahora tenía hambre y sed. Tenía sueño.
<<Luego –se dijo-. Primero hay que acabar el trabajo>>.
                    .
Llegó ante un chalé de principios de siglo, alto y estrecho, rodeado de una
                                             alto
valla de madera. El jardín estaba cubierto de nieve, y tenía un aspecto casi
salvaje. El cartel que había encima de la verja de la entrada le confirmó que
se trataba de La Ermita. Grigory chasqueó los labios, pero siguió
conduciendo. Ya volvería más tarde.
        iendo.
Bordeó la carretera y después atravesó el río. Cuando estaba sobre el
puente se giró con curiosidad, observando un islote que parecía a punto de
hundirse bajo el peso de una fábrica abandonada. Luego volvió atrás,




                              dirigiéndose hacia un gran parque. Bordeó la
                                         e
tapia que lo rodeaba, y la camioneta empezó a moverse a paso de tortuga,
avanzando entre las sombras de la noche como un jaguar al acecho.
Entre los árboles podía distinguir los negros tejados de los edificios,
pegados unos a otros formando una L: las aulas, las oficinas, la residencia
de los muchachos.
Así que ésa era la academia Kadic. Parecía más bien elegante, pensado para
chavalines privilegiados, hijitos de papá. El muro acababa en una gran
verja de hierro forjado que estaba cerrada y anclada en dos columnas en las
que se veía esculpido el escudo del colegío.
Grigory Nictapolus sonrió y bajó de la camioneta con los dos perros. Se
alejaron durante unos minutos. Luego volvieron a subirse.
A su vuelta, uno de los dos perros estaba tan alterado que aferró con los
dientes el asiento del pasajero, arrancándole un buen pedazo del relleno.
-Muy bien. Como reconocimiento del terreno nos puede valer –dijo para sí
el hombre mientras acariciaba el hocico de aquella bestia.
La camioneta salió del centro de la ciudad y se detuvo delante de un
edificio aislado de la periferia, protegido por una valla de alambre de
espino medio oxidada. Era uno de esos sitios que los adultos ni siquiera
ven, y que los niños evitan de puro miedo.
-Desde luego, no es de lujo –comentó Grigory en un murmullo-. El Mago
podía haberme encontrado un alojamiento más conocido.
Abrió la puerta de la alambrada con las llaves que le había pasado su
contacto en el aeropuerto, aparcó sobre la alta hierba e hizo bajar a los
perros.
Eran dos enormes rottweilers, fuertes y agresivos. Adiestrados para el
ataque. Se llamaban Aníbal y Escipión.
Grigory Nictapolus se pasó la mano por su afilada cara para sacudirse de
encima el cansancio. Luego agarró las maletas de la caja de la camioneta y
empezó a descargar el equipo.

El cuarto de la residencia estaba helado, pero sintió las sábanas empapadas
de sudor. Se había despertado oyendo ladridos de perros… igual que en su
sueño. A lo mejor se estaba volviendo loca.
Aelita se levantó, tiritando a causa de lo frío que estaba el suelo bajo sus
pies desnudos. Se puso un jersey. Desde la ventana de su cuarto se veía el
parque de la escuela, y en el cielo oscuro que anunciaba el amanecer,
echándole un poco de imaginación, podía distinguir la silueta de La Ermita.
El chalé en el que había vivido ella y su padre, cuando él aún estaba en este
mundo.
Se peinó frente al espejo la corta melenita pelirroja. Delante de sí veía a
una chiquilla de trece años que parecía más pequeña, con orejeras de sueño
y un rostro flaco y sobresaltado. Por un momento volvió a verse tal y como
aparecía en su sueño, con el pelo rosa, las
puntiagudas orejas de una elfa y dos franjas verticales de maquillaje
dibujadas sobre las mejillas. ¿Cuál era su verdadera identidad? ¿Aelita
                                                     identidad?
Schaeffer, la hija de Waldo y Anthea; Aelita Stones, la falsa prima de Odd
matriculada en la academia Kadic; o Aelita la pequeña elfa, la habitante del
mundo virtual de Lyoko?
<<Para ya de pensar en eso. Ahora Lyoko ya no existe>>.
La muchacha cogió su móvil, que estaba sobre la mesilla de noche, y lo
                ogió
encendió.
-Mmm… ¿Diga? –le respondió una voz pastosa al séptimo toque.
                    le
-Soy yo.
-¿Aelita? ¿Qué…?
La muchacha oyó a tientas cómo Jeremy buscaba a tientas sus gafas por la
mesilla de noche, se sacaba las sábanas de encima y hacía caer algo al
suelo.
-¿Qué hora es?
-¿Puedes venir a verme? Por favor.
 ¿Puedes
Jeremy no le respondió. Cinco minutos más tarde estaba llamando a la
puerta de su amiga.

Chocolate caliente. Con mucho azúcar. Antes de llegar, el muchacho había
pasado por el distribuidor automático que había en la planta baja de la
residencia y había sacado dos. Tan amable y atento como de costumbre.
Jeremy probó su bebida con aire distraído. El muchacho tenía el pelo rubio
y un par de gafas redondas con la montura negra, y llevaba un jersey de
                                 la
lana que se había puesto a toda prisa encima del pijama de franela. Parecía
como si se lo hubiese robado a un hermano mayor. Y aquella expresión…
-¿De qué te ríes? –le preguntó.
                   le
-De la cara que traes –la mirada de Aelita se fue endulzando a medida que
                       la           Aelita
hablaba-. Siempre estás tan serio…
         .
-¡Eso no es verdad! –protestó él . Es que este chocolate tiene poco
                      protestó él-.
azúcar… ¿Sabes? –continuó Jeremy tras unos instantes de silencio he
                    continuó                                silencio-,
estado pensando en ello, y creo que tendrías que hacer que te trasladen a
                                              que
una habitación doble. Así tendrías una compañera, y de noche te sentirías
menos sola.
Aelita tomó sus manos impulsivamente, y sacudió la cabeza.
-No.
-¿Por qué? Desde que hemos vuelto a Kadic no duermes, y cuando lo
 ¿Por
consigues te despiertas en plena noche, aterrorizada.
-Ya se me pasará.
-¿Y las pesadillas? ¿Sigues con el mismo sueño de siempre?
 ¿Y
Aelita hizo un esfuerzo para deglutir la mitad del chocolate de único sorbo.
-Más o menos –murmuró después . ¿Te acuerdas del vídeo de mi padre?
                murmuró después-.
¿Y de la foto aquella con esas montañas que se ven desde la ventana?




                                 Jeremy asintió. Al final de las vacaciones de
Navidad, Aelita, sus amigos y él se habían reunido en La Ermita para pasar
un día juntos y ayudarla a recuperar la memoria de algunos
acontecimientos del pasado.
En el sótano del chalé habían descubierto una habitación oculta y un
misterioso vídeo que había dejado allí el profesor Hopper, el padre Aelita.
El muchacho lo había visto ya por lo menos una cien veces.
-En el sueño –prosiguió Aelita siempre aparece esa casa. Papá está fuera,
                 prosiguió Aelita-
trabajando, y mamá, en su habitación. Sólo que luego…
-Sólo que luego tu madre desaparece –concluyó por ella Jeremy.
 Sólo                                    concluyó
-Sí. Yo corro a su alcoba y me encuentro el armario abierto de par en par,
 Sí.                                        el
el cristal de la ventana roto, su ropa desperdigada por el suelo y
pisoteada… Y siento como si hubiese alguien más conmigo. En casa. Está
cerca, y respira fuerte. Tengo miedo de que me coja y me…
-Tranquilízate, Aelita. El vídeo de tu padre debe de haberte afectado
 Tranquilízate,
bastante. Eso no son más que imaginaciones tuyas.
-Te equivocas –le replicó la muchacha a su amigo mientras lo miraba
                  le
directamente a los ojos-. De eso nada: son recuerdos, Jeremy. Recuerdos
                         -.
que había borrado. Y después, de golpe, en el sueño ha aparecido un perro
                        después,
enorme, negro, con el morro manchado de sangre. Ha empezado a
perseguirme. Me he despertado poco antes de que me mordiese… y me ha
parecido oír unos perros que ladraban en el jardín, justo debajo de la
ventana de mi cuarto.
Jeremy le tomó la mano. Estaba fría en comparación de la suya. Aelita se
sonrojó.
-¿Y ahora qué hacemos? –preguntó.
 ¿Y
-Vámonos a desayunar –le respondió él, riendo-. Pero antes tengo que
 Vámonos                                          .
volver un momento a mi cuarto.
-¿Para qué?
-¡Pues para vestirme! No podemos presentarnos delante de los demás así,
         ra
en pijama…

Jeremy y Aelita se arreglaron, fueron a desayunar y luego se dirigieron
juntos al patio de la escuela. Allí estaban sus más íntimos amigos, con
quienes compartía el extraordinario secreto de Lyoko, con quienes
                                       secreto
hablaban por la noche cada vez que no lograban conciliar el sueño. Los
amigos junto a los que crecer parecía menos difícil. Odd Della Robbia, con
el chándal de hacer gimnasia y su absurdo peinado rubio brotando de su
cabeza como una llamarada. Ulrich Stern, delgado y musculoso, apoyado
            o
contra una columna. Y Yumi Ishiyama, con el cabello corvino y totalmente
liso cayéndole sobre la pálida cara y los ojos rasgados, vestida tan de negro
como siempre.
Yumi, la única del grupo que no vivía en la residencia de estudiantes, sino
en una casa no muy lejos de allí, con su hermano y sus padres, estaba




                                metiendo unas monedas en la máquina de
café mientras Odd y Ulrich, que estaban detrás de ella, soltaban unas risitas
divertidas y confabulad
             confabuladoras.
-¿Y bien? ¿Qué es lo que pasa, que es tan tronchante? –les preguntó Jeremy
 ¿Y                                                      les
al acercarse al trío junto con Aelita.
-¡Pff! -respondió Odd en medio de una carcajada contenida . Nada, nada,
        respondió                                  contenida-.
sólo que Sissi… Ulrich… Ey, pero qué caras de cansancio traéis. ¿Os han
dado las tantas?
-Esta noche también he tenido pesadillas –se apresuró a explicar Aelita.
 Esta                                       se
Yumi trató de tranquilizarla.
-Es por culpa de la habitación secreta de La Ermita. El vídeo de tu padre te
 Es
ha alterado.
La muchacha sacó su capuchino de la máquina expendedora y revolvió el
azúcar con una cucharilla de plástico. Era la más alta del grupo. Le sacaba
un palmo largo a Ulrich. Pero era tan delgada y esbelta que ha un
desconocido le habría resultado imposible imaginársela como una guerrera.
Y sin embargo lo era, y de armas tomar. Fuerte y combativa. Ulrich no
pudo por menos que mirarla disimuladamente.
Yumi jamás dejaba traslucir sus emociones, y era bastante taciturna. Justo
igual que él. Por eso se encontraban tan bien juntos. Por eso, y tal vez por
algo más.
Ulrich apartó la mirada.
-Ha sido una suerte encontrar ese vídeo. Ahora tenemos indicios, y una
 Ha
nueva pista que seguir –
                       –comentó.
-Todos tenemos malos sueños, Aelita –confirmó Odd-. Basta con no darles
 Todos                                                 .
demasiada importancia. Y además, ahora tenemos clase de Historia:
                                          tenemos
¡perfecta para echarse una buena cabezadita!
-No digas chorradas, Odd –lo acalló Ulrich-. Será mejor que nos pongamos
 No                                         .
en marcha, o se nos va a hacer tarde.
-Yo también tengo que salir pitando: control de mates –lo secundó Yumi,
 Yo                                                      lo
que era un año mayor que los otros e iba a otro curso.
  e
-¡Hasta luego, entonces! –se despidió de ella Ulrich con una sonrisa.
 ¡Hasta                   se

Ulrich, Odd, Jeremy y Aelita llegaron al aula con cinco minutos de retraso
y se abalanzaron adentro mientras la profesora estaba cerrando la puerta.
Pero se detuvieron, petrificados ante la corpulenta figura del director
Delmas, que los observaba con una mirada severa desde detrás de los
cristales de sus gafas.
-¿Qué horas son éstas de presentarse?
 ¿Qué
Jeremy trató de explicar algo, y luego se volvió hacia Odd y se dio cuenta
                                 luego
de que su amigo parecía paralizado. Pero no estaba mirando en dirección a
Delmas. Contemplaba a otra persona que se encontraba junto al director.
Una chica. No era muy alta. Llevaba el pelo rubio muy corto, y tenía un
tono de piel dorado y unos enormes ojos de color azul celeste. No era del




                                colegio: Jeremy se habría acordado sin lugar
a dudas de ella. Y parecía ser que Odd había quedado tocado y hundido
desde el primer vistazo.
-Della Robbia, ¿a qué está esperando p sentarse? –lo despabiló el
 Della                                 para            lo
director con su autorizado tono . Venga, todos a vuestros sitios.
                            tono-.
Los muchachos se colocaron en sus pupitres, y la profesora se sentó tras su
escritorio, sobre la cátedra. Delmas se aclaró la garganta, como solía hacer
antes de un anuncio oficial.
-Bueno –arrancó-, lamento que no haya conseguido llegar hace una
                   ,
semana, cuando empezaron las clases, pero más vale tarde que nunca, ¿no
es cierto? De todas formas, chicos, me alegra presentaros a una nueva
compañera que desde hoy asistirá a nuestra escuela: Eva Skinner.
                            asistirá
-Encantada –murmuró la muchacha mientras miraba fijamente a un punto
              murmuró
imaginario en lotananza.
-¡Yo sí que estoy encantado! –gritó al segundo Odd, un pelín demasiado
 ¡Yo                           gritó
fuerte en medio del silencio de la clase.
Todos se echaron a reír, y el muchacho se sonrojó de los pies a la cabeza.
           charon
No pararon hasta que el director hizo un gesto imperativo para que se
callasen.
-Estoy seguro de que estás realmente encantado, Odd. Gracias por
 Estoy
compartirlo con todos. Pues bien, Eva acaba de llegar con sus padres de los
Estados Unidos. ¿De qué ciudad, en concreto?
La muchacha miró fijamente al director, sin responderle.
-Tal vez aún no entiende bien nuestro idioma –dijo Delmas mientras
 Tal                                            dijo
sonreía con indulgencia ¿De dónde vienes, Eva? –le preguntó, recalcando
             indulgencia-.                                  untó,
muy despacio las palabras.
-Estados Unidos –respondió Eva sin mirarlo.
                   respondió
Hablaba en francés con un acento muy extraño. Jeremy observó a Odd, que
estaba mirando sin parpadear a Eva, embobado, con la boca entreabierta y
una expresión de besugo estampada en el rotro. Ulrich, que era su
compañero de pupitre, tuvo que darle un codazo en las costillas para traerlo
de vuelta al mundo real.
-Bueno –prosiguió el director , supongo que ya nos hablarás de tu ciudad
          prosiguió director-,
más adelante –luego volvió a dirigirse a la clase-. Mientras tanto, quiero
                luego                             .
que todos vosotros acojáis a Eva con entusiasmo. No va a dormir en la
residencia, ya que sus padres viven a poca distancia de aquí, pero recordad
que hoy ha llegado una nueva amiga dispuesta a emprender un largo
viaje…
Odd se fijó en que Jeremy lo estaba mirando, y alzó los ojos al cielo,
mimando con los labio <<¡Es preciosísima!>>.
-… en fin, ayudadla a integrarse y dadle una calurosa bienvenida. Señor
 …
Della Robbia… no demasiado calurosa, señor hágame el favor.
Otra carcajada general.




                               Grigory Nictapolus no había limpiado: no le
había dado tiempo. Pero de todas formas el salón ya había cambiado de
aspecto. En el suelo de los obreros habían echado únicamente, muchos años
antes, una capa de cemento crudo en la que ahora se rebozaban sus dos
                                                  se
perros. Aníbal y Escipión se disputaban un enorme pedazo de carne,
arrancándole tiras con los colmillos.
Grigory había montado el equipo, e incluso había conseguido dormir un par
de horas. Ahora de las paredes colgaban manojos de cables eléctricos
sujetos con cinta aislante negra. Apoyados sobre el suelo había dos grandes
monitores de cuarenta y dos pulgadas cada uno fabricados en China. A su
alrededor tenían otras diez o doce pantallas más pequeñas. Además había
instalado dos antenas parabólicas sobre el tejado de tal forma que no fuesen
visibles desde la calle, y otras dos antenas más pequeñas dentro de la casa.
Y luego una CB, una antena de Banda Ciudadana, típica de los
radioaficionados, de baja frecuencia. Y también un escáner de frecuencias
para interceptar las transmisiones de los coches patrulla de la policía, un
ordenador conectado a los monitores, otros dos ordenadores desconectados
de la intranet… y la conexión a internet, por supuesto.
De todo lo que se había traído en la camioneta sólo quedaban tres cajas aún
precintadas. Dos de ellas estaban llenas de cámaras de vídeo y micrófonos
espía telefónicos y ambientales. La tercera tenía estampillada la marca de
un fénix verde, y guardaba en su interior la Máquina, su valioso archivo de
tarjetas de memoria. Grigory acarició con la mirada la caja de cartón y se
sirvió una taza té. Usaría la Máquina sólo a su debido tiempo.
El fusil automático, por su parte, estaba tirado sobre una alfombra, , junto
al teclado del ordenador principal. Fusil de asalto XM8, un prototipo del
ejército estadounidense que nunca entró en producción. Un bicharraco de
arma. Grigory no creía que le fuesen a hacer falta armas para llevar a cabo
la operación, pero lo ayudaban a concentrarse.
Se sentó sobre la alfombra y reactivó el ordenador, que estaba en reposo.
Los altavoces retumbaron con el sonido de la voz de una muchacha: <<…
recuerdos que había borrado. Y después, de golpe, en el sueño a aparecido
un perro enorme, negro, con el morro manchado de sangre. Ha empezado a
perseguirme>>.
Grigory no necesitaba consultar el expediente para reconocer aquella voz:
Aelita Stones, alias Aelita Hopper, alias Aelita Schaeffer.
Un perro. Así que la niña había conseguido oír a sus cachorritos. Tenía que
acordarse de poner más ciudado.
La grabación hizo una pausa. Dos o tres segundos.
<<Vámonos a desayunar>>. Otra persona. El programa de reconocimiento
hizo aparecer una imagen en el monitor: Jeremy Belpois.
El micrófono direccional funcionaba bien,
pero su radio de acción era demasiado limitado. En veinticuatro horas la
habitación de la chiquilla estaría cubierta al cien por cien.
El hombre ya había terminado de beberse su té cuando en la pantalla
principal apareció una ventana negra: Llamada confidencial con
encriptación activa. Nivel de seguridad 1. ¿Aceptar?
                   a.
Grigory aceptó, y en las dos pantallas gemelas apareció el busto de un
hombre. Llevaba una chaqueta gris, una camisa blanca con las puntas del
cuello largas, al estilo de los años setenta, y una corbata azul oscuro. En la
solapa de la chaqueta llevaba una insignia que representaba un pájaro. Un
fénix verde, el símbolo de Green Phoenix. Era su jefe: Hannibal el Mago.
El Mago jugueteaba con el ratón de su ordenador, haciendo tintinear contra
él los anillos que le cubrían los dedos. Su rostro estaba a oscuras, y un gran
sombrero de ala ancha escondía sus ojos y la mitad de su cara. Lo único
que se lograba entrever era una mandíbula cuadrada y una boca ancha,
entreabierta en una media sonrisa que dejaba adivinar dos dientes de oro en
lugar de los caninos.
-Buenos días, Grigory.
-Buenos días, señor.
La voz del Mago sonaba profunda, distorsionada y falseada por los
instrumentos electrónicos. Por mucho que trabajase con aquel sonido,
Grigory sabía que jamás obtendría una señal de audio identificable.
                                                   audio
-¿Ha tenido un buen viaje?
 ¿Ha
-La base ya es operativa, señor –le respondió Grigory-. Cuento con colocar
 La                                                       .
todos los aparatos de aquí a mañana, incluidos los del chalé.
El Mago chasqueó los labios.
-Excelente. Pero tenga en mente que la vigilancia es tan sólo uno de sus
 Excelente.                               vigilancia
objetivos. Ahora que la señal procedente de la academia Kadic vuelve a
estar activa, es absolutamente prioritario recopilar nueva información.
-Sí, señor.
Grigory redujo la imagen de su jefe a una pequeña porción de la pantall y
                                                                    pantalla
empezó a rebuscar entre los expedientes digitales.
-¿Tiene alguna preferencia, señor? ¿Por quién quiere que empiece?
 ¿Tiene
-Eso no es un asunto de mi incumbencia, Grigory –pese a su distorsión,
 Eso                                                   pese
ahora la voz del Mago parecía más fría y distante . Únicamente m interesa
                                            distante-.              me
que nuestro proyecto dé pasos adelante. Quiero papeles con la firma del
profesor. Quiero códigos.
-Sí, señor.
-Pero sobre todo quiero tener la confirmación de que ese famoso
 Pero
superordenador existe de verdad. La traición de hace diez años por part
                                                                   parte
del agente en el que más confiábamos fue un duro golpe. Y yo tengo la
intención de tomarme mi revancha. ¿He sido bastante claro?
-Como el agua, señor.




                              En una ventana de la pantalla había
aparecido un chiquillo con el pelo rubio de punta y un perro ridíc
                                                             ridículo en el
regazo. Detrás de él había dos adultos con un aspecto desagradablemente
feliz y satisfecho.
Un nombre parpadeó bajo la foto: Odd…
-Della Robbia. Empezaré por ellos, señor.
 Della
El Mago le respondió con una risa tan rechinante como un graznido.


                      2
       El expediente de Waldo Schaeffer
Odd se metió la cuchara en la boca. Líquido caliente. Tragó. Ulrich le dio
una palmada en el hombro.
-Oye, pero ¿eso no es sopa de verdura?
 Oye,
-Mmm –asintió el muchacho con expresión ausente. Otra cucharada.
         asintió
-Pero ¡¿qué haces?! –se entrometió Yumi, sorprendida.
                      se
Ulrich se encogió de hombros: Odd debía de haberse vuelto loco…
¡siempre había odiado la verdura!
En realidad la mirada de Odd andaba perdida más allá del plato que tenía
delante de él, más allá de la mesa, más allá de sus amigos. Para ser exactos,
andaba perdida por el otro extremo del comedor del Kadic, donde Eva
Skinner acababa de acercarse al mostrador de autoservicio. Tras unos
instantes de incertidumbre, Eva cogió una bandeja, imitando a los demás
                                                     imitando
muchachos, pero se saltó por completo los cubiertos y los vasos. Llegó ante
la cocinera, una mujerona sonriente con un inmenso delantal blanco.
-¿Verdura hervida o patatas fritas?
 ¿Verdura
La muchacha la miró fijamente, sin responder.
-¿Va todo bien? –preguntó la cocinera.
                   preguntó
-Pero, ¿qué está haciendo? –comentó Ulrich, que también estaba siguiendo
 Pero,                        comentó
el desarrollo de la escena . ¿No ha estado en un comedor del colegio en su
                    escena-.
vida, o qué?
-¿Qué más da? –murmuró Odd con aire soñador . Es preciosísima.
                  murmuró                soñador-.
-La chica nueva parece estar en apuros –comentó Sissi al tiempo que
       ica                                comentó
aparecía detrás de ellos.
Según algunos, Elizabeth (alias Sissi) Delmas era la chica más guapa de la
escuela. Según todos, se trataba sin duda alguna de la más antipática,
aunque era intocable, ya que su padre era el director. Como siempre, Sissi
había entrado en el comedor escoltada por sus dos pretendientes, Hervé y
Nicolas. La muchacha se dirigió inmediatamente hacia la recién llegada.
Sissi cogió una bandeja y le puso encima el tenedor y un vaso,
                                                          vaso,
tendiéndoselo a Eva con una sonrisa maliciosa.
-¿Ves? –gritó después para que todos la oyesen . No es tan difícil. Ahora
          gritó                          oyesen-.
puedes pedir lo que quieres, y luego te sientas y comes. Tienes que usar




                               estas cosas. Se llaman cu-bier-tos. Puedo
                                                               tos.
enseñarte cómo funcionan… Pobrecita, a lo mejor no los habías visto
nunca en América.
Hervé y Nicolas se partieron de risa.
-Eres muy amable –dijo Eva, esbozando una sonrisa angelical Eres una…
                      dijo                             angelical-.
ca-ma-re-ra, ¿correcto? ¿Podrías coger mi almuerzo y llevármelo a la
           ra,
mesa? Un poco de esas cosas verdes, y también una rebanada de eso otro.
Gracias.
Sissi se retorció de rabia.
-¿Camarera yo? ¡¿Cómo te atreves?!
 ¿Camarera
Odd, Ulrich y los demás empezaron a reír a carcajada limpia, sin el menor
tacto. Sissi se alejó dando zancadas, furib
                                      furibunda.
-¡Pero todavía tenemos que comer! –protestó Nicolas.
 ¡Pero
-A mí se me ha quitado el hambre –le espetó ella, dejándolo helado.
 A                                   le
Mientras los tres hacían mutis por el foro del refectorio, Ulrich metió un
currusco de pan en la boca de Odd, que estaba abierta de par en par.
-¡Vaya, vaya! –comentó . Menudo carácter que tiene tu nueva amiga, ¿eh?
                 comentó-.

La habitación de Jeremy era una de las pocas individuales que el colegio
reservaba para chicos. Totalmente desnuda a excepción de un enorme
póster de Einstein que colgaba sobre la cama, estaba ocupada en su mayor
                       colgaba
parte por un gran escritorio.
En otra época la mesa había estado ocupada en sus tres cuartas partes por el
ordenador de Jeremy, siempre conectado con el superordenador de la
fábrica abandonada. Pero desde que Lyoko había desaparecido para
                                       Lyoko
siempre, el muchacho había renunciado prácticamente a la informática, y lo
había guardado todo en una caja al fondo de su armario. Había sido su
forma de darle carpetazo de una vez por todas a la desaparición de aquel
mundo virtual, y también de manifestar ese luto de forma visible. Ahora
            ual,
sobre su escritorio había una tele, el portátil para navegar por
internet algunos libros y revistas.
-Estoy preocupado por Aelita, chicos –suspiró Jeremy.
 Estoy
Se habían reunido todos en su cuarto. Yumi y Ulrich, sentados en el suelo
con las piernas cruzadas. Odd jugueteaba con Kiwi, su bull terrier, un
perrillo cascarrabias y pelón que tenía un hocico desproporcionadamente
grande respecto al resto del cuerpo y saltaba una y otra vez sobre la tripa d
                                                                            de
su amo con cara de estar bastante satisfecho.
-Bueh, en el fondo no son más que pesadillas –trató de quitarle hierro Odd.
 Bueh,                                            trató
-Son algo más que pesadillas. Aelita también ha tenido sueños particulares
 Son
en el pasado, ¿os acordáis? Podrían ser una pista para encontrar a su madre.
Sabemos que la raptaron, pero no tenemos ni idea de quién lo hizo. Ni de
dónde se encuentra ahora.




                               -Ha pasado un montón de tiempo, Jeremy –le
                                Ha
hizo notar Yumi-. Aelita era muy pequeña por aquel entonces. Ni si quiera
                 .
se acuerda de su madre. Después de todos estos años, Anthea podría
estar…
-No lo sabremos nunca si no la encontramos –la cortó Jeremy- ¡Y
 No                                                           -.
deberíamos descubrir más sobre el profesor Hopper! Cada vez que tenemos
algo de información nueva acerca de él, las cosas parecen volv
                                                           volverse más y
más complicadas. Por ejemplo, ¿por qué creó Lyoko? ¿Y por qué nos
ayudó a destruirlo después?
-Me parece obvio: X.A.N.A. –objetó Ulrich-. Si no hubiésemos
 Me                                          .
desactivado Lyoko, habría podido conquistar nuestro mundo.
-Pero… -Jeremy extendió los bra
          Jeremy              brazos, exasperado- ¡X.A.N.A. también lo
inventó el profesor Hopper, a fin de cuentas! Y además, pensad un poco:
¿hasta cuándo podremos fingir que Aelita es prima de Odd? Durante las
vacaciones la policía estuvo a punto de descubrir la verdad, y en esa
ocasión nos salvamos por un pelo. Pero antes o después alguien se pondrá a
      n
verificar sus datos, o bien llamará a los Della Robbia, que le contarán que
la primita Aelita Stones no ha existido jamás.
Odd dejó a Kiwi en el suelo y levantó el rostro.
-Jeremy, corta el rollo. Tú ya tienes algo rondándote por la cabeza del estilo
plan infalible o algo así. Se te ve en la cara.
-Más o menos –confirmó el muchacho, sonriente. Luego se colocó las gafas
                 confirmó
sobre la nariz-. Bueno, sabemos que en 1988 Hopper se escondió aquí, en
               .
Kadic, con Aelita, y que durante cierta época fue profesor de Ciencias en
nuestra escuela.
-Así que tu intención es… -dijo Odd mirándolo con malos ojos.
 Así                          dijo
-Hablar con quien ocupó su puesto, por ejemplo. Es decir, la profesora
 Hablar
Hertz. Ella fue quien sustituyó a Hopper, y puede que sepa algo.
Ulrich suspiró.
-La Hertz es una tía demasiado seria y tranquila. ¡¿Qué podría saber una tía
 La
así de secuestros, mundos virtuales y agentes secretos?!
-No tenemos otra opción, chicos –contestó Jeremy mientras negaba con la
 No                                  contestó
cabeza.

La luz de la tarde fue posándose poco a poco sobre el parque que se
extendía frente a la academia Kadic, y las sombras de los árboles se
alargaron, reptando hacia los edificios de la escuela. Hacía frío, y la nieve
todavía se amontonaba cubriendo los pequeños viales y llenando los huecos
entre los arriates.
Aelita se encontraba sola, sentada en un banco, y deslizaba entre sus dedos
el colgante de oro, uno de los pocos objetos que la unía a su padre, Waldo
Schaeffer en los documentos oficiales, y Franz Hopper en el colegio.
                                          Franz
Cuántos nombres poblaban sus recuerdos. Nombres que le hablaban de
muchas vidas en una sola: la suya. El colgante era un disco plano sujeto por




                              una sencilla cadenita de oro. Sobre la
superficie estaban grabadas una W y una A mezcladas con el dibujo de un
                                             mezcladas
nudo marinero.
Aelita había investigado un poco, y había descubierto que aquel nudo se
llamaba <<de pescador doble>>. Solía utilizarse para atar entre sí dos
cuerdas distintas, y cuanto más se tiraba de ambas cuerdas para deshacer el
nudo, más se apretaba éste. Tenía un significado bien concreto:
En realidad aquel colgante no había resultado suficiente para mantenerlos
juntos. Su padre y su madre llevaban ya casi veinte años separados el uno
de la otra. La muchacha sacudió la cabez como para sacarse de encima
                                      cabeza,
un pensamiento que se le había enganchado al cerebro. No, la verdad era
que su madre y su padre seguirían alejados para siempre. Él había muerto,
y mamá…
-¿Por qué lloras?
Eva Skinner tenía una sonrisa particular, que parecía cohibida y distante al
                                                 parecía
mismo tiempo. Aelita se enjugó las lágrimas con la manga de la chaqueta.
Eva acababa de llegar a Kadic, y todo debía de ser nuevo para ella. Aquella
tarde llevaba sólo un ligero jerseicito de algodón, y sin embargo no parecía
notar el frío que hacía.
-No es nada –respondió tímidamente Aelita mientras se escondía su
               respondió
preciada cadenita bajo la camiseta.
-Si lo prefieres, puedo irme –dijo Eva.
 Si
-No, quédate –le pidió Aelita mientras negaba con la cabeza , no me
                le                                       cabeza-,
molestas. Y además, es inútil perder demasiado tiempo llorando… Hoy te
                           inútil
he visto en el comedor, ¿sabes? –añadió poco después, al ver que su nueva
                                    añadió
compañera ya no habla-. Con Sissi. No tienes que preocuparte por ella,
                          -.
siempre va de prepotente.
-No me importa –dijo Eva Sé que es porque soy <<la nueva>>.
                    dijo Eva-.               que
-Sí –sonrió Aelita-, te entiendo muy bien.
                     ,
En realidad ella no era <<la nueva>> para nada: ya había estudiado en
Kadic muchos años atrás. Pero luego pasó lo de Lyoko, y ella ya no había
vuelto a crecer. Y una vez regresó al mundo real, todo le había parecido tan
                                               real,
extraño… <<Extranjero>> era la palabra adecuada.
Aelita se sintió cercana a Eva, y se dio cuenta de pronto de que le francés
de la muchacha era mucho mejor respecto a aquella mañana. Parecía como
si Eva conociese más palabras, y su curioso acento también era menos
pronunciado. Debía de ser una chica avispada. Aprendía muy deprisa.
Aelita le tendió la mano.
-Si te hace falta algo, no te lo pienses dos veces: cuenta conmigo.
 Si
Y quería decir <<¿Amigas?>>
-Lo haré –sonrió Eva, estrechándole la mano.
Y quería decir <<Amigas>>.




                                Para llevar a cabo su plan, Jeremy esperó
hasta las seis de la tarde, cuando la profesora Hertz se encerraba
puntualmente en su estudio para corregir los últimos deberes de sus
alumnos.
El despacho de la profesora de Ciencias recordaba un poco el laboratorio
de un alquimista: era pequeño, y estaba abarrotado de objetos curiosos que
ocupaban el escritorio y la librería, pero también el suelo y el alféizar de
una ventana. Había pilas de Volta y alambiques, series ordenadas de
probetas llenas de componentes químicos, sextantes y oscilógrafos.
La profesora era una mujer menuda y delgada, con unas enormes gafas
redondas y una melena de pelo gris y rizado que le caía en desorden hasta
la altura de los hombros. Como siempre, llevaba una bata de laboratorio
encima de la ropa, y cuando Jeremy se presentó a su puerta estaba
consultando una montaña de apuntes.
-¡Jeremy! –exclamó al darse cuenta de su presencia-. ¿Qué haces aquí a
estas horas? ¿Algún problema con el estudio acerca de las céculas?
El muchacho buscó con la mirada un espacio despejado en el que sentarse.
No lo encontró. Al final se sentó sobre los ejemplares de 1998 a 2004 de
Scientific American, que estaban apilados formando un voluminoso cubo
justo delante del escritorio.
Carrapeó, sin saber muy bien por dónde empezar.
-Vreá, profesora… ejem. En realidad estaba buscando información sobre el
profesor de Ciencias que enseñaba en Kadic antes que usted: Franz Hopper.
Herz alzó los ojos de sus papeles, y Jeremy comprendió que ahora tenía
toda su atención. Pero inmediatamente se dio cuenta de que la profesora no
estaba en absoluto entusiasmada con aquella petición.
-¿Por qué te interesa? –le preguntó, fingiendo indiferencia.
-Por nada –trató de quitar hierro él-. En la biblioteca de la escuela me he
topado con un libro del profesor Hopper, una introducción a los principios
cuánticos…
-…aplicados a la informática. Sí, conozco ese texto. Pero me parece
demasiado difícil para un chico de tu edad.
En el interior de Jeremy saltó una señal de alarma: si la Hertz conocía aquel
libro, ¿estaba tal vez interesada en los ordenadores cuánticos? ¿Sabía que
Hopper había construido uno en la vieja fábrica, bien cerca de la escuela?
El muchacho estaba decidido a no dejar que se le escapase esa ocasión.
-La figura del profesor Hopper ha despertado mi curiosidad. Quiero decir,
enseñaba aquí, en nuestra escuela. ¿Usted lo conoció?
-Sí. No… De vista. Empecé a enseñar en Kadic justo después de que él
abandonase su cátedra.
-Pero, si no me equivoco, por aquel entonces usted, aunque no enseñase
aún, era de todas formas ayudante de laboratorio. –insistió Jeremy-.
Trabajó aquí con el profesor durante al menos tres años, ¿no es así?
-Jeremy –lo interrumpió la Hertz, que estaba
                                           lo
perdiendo la paciencia-, ¿estás tratando de hacerme una especie de
                         -,
interrogatorio? Sí, hace unos diez años era la ayudante del laboratorio de
química, pero el profesor Hopper no estaba muy interesado en esa
disciplina. Lo habré visto en un par de ocasiones, nada más. Y eso es todo.
Jeremy se limitó a asentir, poco convencido. Aquella historia olía a mentira
podrida.
-Pero –volvió a la carga ¿usted sabe por qué se fue, profesora? En 1994
         volvió     carga-
abandonó la escuela, y luego parece como si se hubiese esfumado por
completo…
-Lo lamento, pero no tengo ni la menor idea de todo eso –lo interrumpió
       mento,                                                lo
ella-. Y en cuanto a ti, en vez de ponerte a pensar tanto en la física cuántica,
     .
harías bien en concentrarte en la biología: espero que para mañana tengas
listo tu estudio sobre las células. Puedes irte.
El muchacho se levantó, tropezó con un enorme electroimán y a punto
estuvo de tirar por los suelos las revistas sobre las que había estado
sentado. Nunca le había pasado que la profesora lo despachase con cajas
tan destempladas, ni de una for tan expeditiva y evasiva.
                              forma
Al salir entornó la puerta del despacho hasta casi cerrarla. El pasillo estaba
desierto. No había profesores en la costa. Después de todo, era casi la hora
de cenar. Permaneció inmóvil, apoyado contra la pared y con la oreja
apuntando hacia la puerta, que aún estaba abierta.
   untando
Oyó cómo la profesora soltaba un largo suspiro, descolgaba el teléfono y
marcaba un número.
-¿Señor director? Soy Susan Hertz. Acaba de pasar por aquí Jeremy
 ¿Señor
Belpois –una pausa-. Quería información sobre Franz Hopper. Sí, gracias.
                      .
Ahora mismo voy a su despacho.
Jeremy salió corriendo.

Aquella mancha en la pared le recordaba algo familiar. Odd trató de
concentrarse, echado panza arriba en su cuarto. Ah, eso era… Un corazón.
La boca de Eva Skinner.
Buf. Tenía que dejar de pensar en ella y hacer un esfuerzo por estudiar: al
         ía
día siguiente tenía un control de francés, y todavía no había abierto el libro.
Agarró el manual de literatura, que estaba tirado boca abajo en el suelo,
mientras Kiwi le mordisqueaba la cubierta. El perro ladró, protestando por
                                    cubierta.
el robo de su piscolabis.
-Anda, no seas perro –rezongó Odd Luego te saco afuera.
                      rezongó Odd-.
Empezó a leer. Stendhal fue el escritor más importante del período Eva
Skinner. Su obra Eva quiere a Odd fue sin duda alguna la Eva Skiner…
Mmm, no. Eso no iba nada bien.
Kiwi volvió a ladrar.




                                 -¡Aj! ¡¿Quieres estarte callado, por favor?! –
                                  ¡Aj!
cerró el libro de literatura y lo arrojó contra el perro.
Kiwi soltó un gañido y salió disparado por la puerta de la habitación.
-¡Ey! –se sobresaltó Odd . ¿Adónde demonios vas, chiquitín? No puedes…
                    tó Odd-.
Echó a correr hacia el pasillo, descalzo, y vio cómo Kiwi se lanzaba
escaleras abajo para después seguir, al trote cochinero, en dirección al
jardín.
-¡Quieto parao! –gritó el muchacho dirigiéndose al perro. <<¡Menudo
                   gritó                                perro.
desastre, como lo vea alguien!>>, pensó.
En Kadic estaba prohibido tener animales. Él ocultaba a Kiwi desde hacía
casi tres años, pero el peligro se hallaba siempre al acecho.
-¿Qué pasa, Odd, has perdido las zapatillas? –le preguntó Sissi, sacando la
 ¿Qué                                             le
cabeza por la puerta de su cuarto.
-Sí, creo que se han fugado junto con tu cerebro. Mira, si por casualidad los
 Sí,
encuentras por ahí, no dejes de avisarme –le respondió. Y sin perder un
                                              le
segundo más salió escopeteado del edificio. En el parque el sol ya se había
hundido del todo tras los edificios, y empezaba a hacer más bien frío.
Odd corrió en dirección al campo de fútbol. Seguro que Kiwi había atajado
por allí. Sólo que el campo de fútbol estaba cerca del gimnasio. Y el
gimnasio era el reino de…
-¡Jim! ¡Ay, demonios! –   –masculló Odd.
Jim Morales era mucho más joven que el resto de los profesores. Casi todos
los alumnos lo tuteaban, y lo trataban más como a un compañero mayor
que como a un docente. No era antipático. Siempre que uno no lo irritase.
Tenía una complexión achaparrada y robusta, y simpre iba en chándal, lo
que resultaba bastante normal, ya que era el profesor de Educación física.
Llevaba el pelo recogido con una cinta elástica, y en uno de sus pómulos
tenía perennemente una tirita, lo que, en su opinión, le otorgaba cierto
                                    que,
aspecto de luchador. En opinión de Odd, como mucho hacía que pareciese
un lelo que se había cortado al afeitarse. Pero eso jamás se lo habría dicho a
la cara.
Jim estaba inclinado sobre Kiwi, acariciándole la barriga.
-Ey, perrito bonito, ¿qué andas haciendo tú por aquí? ¿Te has perdido?
 Ey,
En el mismo instante en el que vio a Odd, el perro dio un brinco sobre sus
patitas y corrió hacia él. El muchacho lo cogió en brazos.
-Pórtate bien, Kiwi –murmuró En menudo lío me acabas de meter…
                      murmuró-.                         as
-¡Él no ha hecho nada de nada! –replicó Morales, abalanzándose sobre el
 ¡Él                              replicó
muchacho-. De hecho, es un perrito bien simpático. Tú, por el contrario,
            .
sabes muy bien que no está permitido tener animales en el internado.
-Pero… -Odd se encogió de hombros- ¡si no es mío! ¡No tengo ni la menor
          Odd
idea de por qué hace como si me conociera!
Kiwi le lamió la cara.
El profesor sonrió con sarcasmo.




                                 -Lo veo, lo veo. Y sin embargo, ¡quién sabe
                                  Lo
por qué misteriosa razón lo has llamado por su nombre! Ahora nos vamos a
ir juntitos a tu habitación, vamos a dejar allí el perro y te vas a venir
conmigo a hacerle una visitilla al director. ¿Qué te parece? Será él quien
decida el castigo que te mereces.
En el gimnasio, Yumi y Ulrich se estaban entrenando en sus llaves de
Kung-fu, y Aelita los observaba desde una esquina mientras escuchaba algo
        fu,
de música.
Cuando Jeremy entró, Yumi aprovechó el instante de distracción de Ulrich
y lo agarró de la camiseta con un movimiento sorpresa. En un segundo
ambos acabaron en el suelo, metamorfoseados en un ovillo de brazos y
                         suelo,
piernas. Se quedaron mirándose fijamente durante unos instantes, y luego
volvieron a levantarse. Los dos tenían la cara al rojo vivo, y no era sólo por
el esfuerzo del entrenamiento.
-¿Y bien? –le preguntó Ulrich a Jeremy al tiempo que se masajeaba un
             le
hombro entumecido.
Aelita se quitó los auriculares y apagó su lector de mp3. Después observó a
sus dos amigos con una expresión interrogativa.
-Y bien, ¿qué?
-Bueno… -Jeremy empezó a sentir un sudor frío recorriéndole la espalda
             Jeremy                                  recorriéndole espalda-
esto… sé que debería habértelo dicho… pero nos pareció que… en fin…
-Ha ido hablar con la Hertz –intervino rápidamente Yumi para echarle un
 Ha                             intervino
cable- para pedirle información sobre tu padre. Nos pareció que podría ser
una buena manera de descubr alguna pista…
                        descubrir
-¿Y tú, Jeremy –Aelita le lanzó una mirada al muchacho , no me has dicho
                   Aelita                         muchacho-,
nada? Un millón de gracias.
Jeremy tragó saliva. A lo mejor, excavando en el parque de linóleo del
gimnasio, podía conseguir que se lo tragase la tierra, desaparecien para
                                                       desapareciendo
siempre en su ardiente núcleo, que seguro que sería menos incómodo que la
situación en la que ahora se encontraba. Podría intentarlo.
-Ha sido muy, pero que muy… -de repente cambió de tono- majo por tu
 Ha
parte. Gracias –y le estampó un beso en la mej
                 y                         mejilla.
El corazón de Jeremy perdió el ritmo durante un segundo.
-Estoy oyendo algo de ruido ahí fuera –masculló Ulrich.
 Estoy
-Sólo es Jim –suspiró Yumi , que anda dando voces, como de costumbre.
               suspiró Yumi-,
-De todas formas, será mejor que echemos un vistazo: me ha parecido oír
 De
también la voz de Odd. Vosotros seguid sin mí.
El muchacho corrió afuera, pero el profesor ya se había ido.

-¡Ejem! ¿Se puede? –preguntó Jim Morales con un tono
                     preguntó
sorprendentemente sumiso.
El director Delmas lo fulminó con una mirada incendiaria desde el otro
lado de sus gafas.
-Jim, deberías aprender a llamar antes a la puerta –dijo.
 Jim,




                               -Eeh, claro, le pido disculpas.
Odd se asomó desde detrás de la espalda del profesor. En el despacho del
director se encontraba también la profesora Hertz. E incluso más seria que
de costumbre.
-Señor Delmas –concluyó la mujer , será mejor que por el momento vuelva
                 concluyó mujer-,
a mi trabajo. Muchísimas gracias.
-De nada. No deje de mantenerme informado. Hasta luego.
 De
Ambos parecían bastante cortados. La profesora salió sin ni siquieras
dedicarles una sonrisa de cortesía a Jim ni a Odd, y el director cerró
apresuradamente el legajo que tenía abierto sobre su escritorio, una carpeta
amarillenta.
Pero antes de que Delmas tuviese tiempo de meterla en un cajón, Odd logró
leer el nombre que tenía en la cubierta: Waldo Schaeffer. ¡Ése era el
                    enía
auténtico nombre de Franz Hopper, el nombre que tenía el profesor antes
de refugiarse en Kadic!
Odd recordó de repente que Jeremy había prometido que hablaría con la
Hertz aquella misma tarde. Su cerebro se puso en marcha: Jeremy habla
con la Hertz; la Hertz corre a ver al director; el director tiene un expediente
sobre Waldo Schaeffer… Raro, raro, raro.
En el ínterin, Jim le había explicado al director el asunto de Kiwi.
-¿Y dónde habéis dejado el perro? –le había preguntado Delmas.
 ¿Y                                  le
-En el cuarto del chico.
 En
El director se dirigió a Odd en tono grave.
-Tener animales en las habitaciones está terminantemente prohibido. Voy a
 Tener
tener que suspenderte durante unos días. Pero antes vayamos a recoger al
perro.
Cada paso en dirección al cuarto que compartía con Ulrich volvía a Odd
más pequeño e infeliz. Iban a suspenderlo. Había cosas peores en la vida
que una semana de vacaciones imprevistas, pero ahora había aparecido
Eva. ¿Una chica espléndida entraba en su clase, y a él lo suspendían? ¡Eso
no era nada justo!
El director le ordenó que abriese la puerta. La vieja habitación desordenada
de siempre. Los pósters de artes marciales de Ulrich en su lado del cuarto,
y, encima de la cama de Odd, el póster del mítico Harry Metal destrozando
su guitarra eléctrica contra un amplificador. El libro de literatura francesa
en el suelo.
-¿Y bien? ¿Dónde se supone que anda ese dichoso perro? –preguntó el
 ¿Y                                                            preguntó
director mientras miraba a su alrededor.
Jim se rascó la cabeza, perplejo.
Odd sintió cómo la esperanza cecía en su pecho.
-Señor –dijo, echándole valor y algo de cara dura , ya le había dicho a Jim
         dijo,                                 dura-,
que ese perro no era mío.




                                -Seguro que anda por aquí… -masculló el
                                                              masculló
profesor de gimnasia al tiempo que abría el armario y los cajones. Ll
                                                                   Llegó
incluso a levantar las lamparitas de las mesillas de noche.
-Ya está bien, Jim, no seas ridículo. Ponte de pie.
 Ya
-Señor director –protestó Odd , ¡no me puede suspender por culpa de un
                  protestó Odd-,
perro que ni siquiera existe!
-No es que me fíe de tu palabra –replicó Delmas., pero ya que ese perro no
 No                                      ó
está aquí ahora, saldrás de ésta con dos días de confinamiento. Un profesor
vendrá a recogerte al principio del día, y luego volverá a acompañarte a tu
cuarto. Te queda terminantemente prohibido salir de aquí. ¿Está bien claro?
El muchacho agachó la cabeza. Por lo menos iba a poder ver a Eva en
clase.
-Sí –murmuró.
-Y tú, Jim, ven conmigo. Quiero decirte un par de cosas sobre por qué el
 Y
profesor de gimnasio no tiene que molestar al director por perros que no
existen.

La contraseña de los ordenadores de secretaría estaba chupada: sissidelmas.
El nombre de la hija del director. Jeremy la había descubierto durante la
primera semana de su primer año en la escuela.
El muchacho encendió su viejo portátil y entró en la base de d datos de la
secretaría, empezando por revisar los expedientes del personal docente. Al
parecer, la profesora Hertz había sido de verdad ayudante de laboratorio
durante los años en los que Hopper daba clases allí, pero el laboratorio en
el que lo había hecho era el de física, y no el de química. De modo que la
Hertz le había mentido, y era imposible que hubiese visto a Hopper tan sólo
un par de veces.
Jeremy rebuscó entre los archivos digitales hasta que encontró el
expediente sobre Franz Hopper. Tan sólo tenía unos pocos renglones: la
                                            tenía
fecha en la que se había licenciado y los títulos de algunas de sus
publicaciones. Hasta la foto era poco útil: demasiado oscura, prácticamente
irreconocible.
Se fijó en la última línea del expediente: 6 de junio de 1994, presen su
                                                               presenta
dimisión. Véase la carta adjunta. Pero no había ninguna carta adjunta, y
Jeremy estaba seguro de que Hopper jamás la había escrito. Aquél había
sido el período en el que el profesor había creado Lyoko, se había llevado a
Aelita consigo y se había refugiado en el mundo virtual que el mismo había
                            refugiado
inventado. El 6 de junio era la fecha exacta de su desaparición.
Jeremy reflexionó. Hopper se había refugiado en Lyoko porque alguien lo
estaba buscando. Resultaba obvio que no podía haber presentado una carta
de dimisión antes de la fuga: habría sido una señal clarísima de su intención
de escapar.




                             De modo que todo era mentira. Pero ¿por
qué? ¿Quién había corrido un tupido velo sobre la huída del profesor, y
quién lo había ayudado a esconderse en Kadic en primer lugar? Y sobre
                                                 primer
todo, ¿por qué luego Hopper había buscado refugio en Lyoko, cuando sabía
que su enemigo, X.A.N.A., se encontraba precisamente allí?
Demasiadas cosas sin sentido. Demasiadas preguntas sin respuesta.
En ese momento, la bombilla que iluminaba su escritorio estalló con un
chasquido seco que lo sobresaltó. El ordenador portátil se apagó y se
reinició automáticamente.
Jeremy se alejó del teclado con los ojos desorbitados, como si acabase de
ver un monstruo.
Cortes de corriente. Bombillas que estallan. Parecía igualito a uno de los
ataques eléctricos que X.A.N.A. había lanzado en tantas ocasiones en
Kadic. Pero eso no era posible: aquella inteligencia artificial había sido
destruída, y Lyoko estaba apagado. Así que no debía de ser más que una
coincidencia.
Jeremy volvió a apagar el ordenador y se echó sobre la cama.
Jeremy era un científico.
Y no creía en las coincidencias.


                              3
                          Kiwi, herido
La casa de Yumi se encontraba en un barrio tranquilo, a menos de diez
minutos andando de Kadic. Un chalecito pequeño y elegante con un jardín
tan cuidado como minúsculo que, según Ulrich, tenía un aspecto un pelín
demasiado <<japo>>. Pero ahora el muchacho no tenía tiempo para pensar
en las plantas.
Tocó el timbre de la entrada mientras trataba de esconder a Kiwi dentro de
su chaqueta, y deseó con todas sus fuerzas que los padres de Yumi no es
tuviesen en casa.
-Ah, eres tú –lo saludó expeditivamente su amiga.
-Menudo entusiasmo… -comentó, irónico, Ulrich-. En fin, yo también me
alegro de verte. ¿Se puede? ¿Estás tus viejos?
-No, estamos solo Hiroki y yo –respondió ella al tiempo que le hacía entrar.
Ulrich se quitó las zapatillas antes de pisar el parqué que cubría el suelo de
la casa. Los padres de Yumi llevaban ya muchos años viviendo en Francia,
per conservaban las tradiciones de su tierra natal. Hasta los huéspedes
tenían prohibido llevar zapatos dentro de casa. El muchacho agitó los dedos
en los calcetines: tenía la esperanza de que no apestasen después de la
carrera que se había pegado.
El interior de la casa también estaba
amueblado al estilo oriental. Aperte de unas sillas y una mesa de altura
estándar, había una mesita más baja con varios cojines a su alrededor sobre
los que arrodillarse. Y en las alcobas no había camas, sino futones, esos
                  rse.
delgados colchones japoneses, que se ponían directamente sobre los
espartanos tatamis, esteras de paja trenzada.
En el salón, Hiroki, el hermanito de diez años de Yumi, estaba sentado en
el suelo, sobre una montaña de cojines, absorbido por un videojuego. El
            bre
televisor se hallaba a un volumen infernal, y al parecer, todo un ejército de
monstruos lo estaba pasando bastante mal.
-¿Te importaría bajar eso, por favor? –le gritó Yumi para hacerse oír por
 ¿Te                                     le
encima de aquel caos antes de dirigirse a Ulrich . Bueno, y ¿cómo es que te
   cima                                     Ulrich-.
dejas caer por aquí?
-A Kiwi, aquél le pareció el mejor momento para declararle al mundo
 A
entero su presencia. Saltó afuera de la chaqueta del muchacho y fue a parar
a los brazos de Hiroki, pero no sin antes haber ensuciado con sus patitas
                   iroki,
todo el hermoso parqué del salón de los Ishiyama.
Ulrich le echó un vistazo a su ropa: la camiseta y el forro de la chaqueta
estaban arañados y empapados de barro.
-Oh, diablos…
-¿Qué está haciendo ése aquí?
                        se
Ulrich lanzó un suspiro.
-Cuando he salido del gimnasio, he visto a Jim arrastrando a Odd de una
 Cuando
oreja mientras llevaba a Kiwi bajo el otro brazo. Ese listillo ha conseguido
que lo pillen. Así que los he seguido. Jim ha dejado al perro en nuestro
cuarto y luego se ha llevado a Odd al despacho del dire. He logrado sacar a
Kiwi de ahí por el canto de un duro, y menos mal, porque si no a Odd lo
habrían suspendido.
-No me has respondido –dijo Yumi mientras ponía los brazos en jarras
 No                        dijo                                     jarras-.
¿Qué estás haciendo aquí?
                    do
-¡No sabía dónde dejarlo! Tú eres la única de la pandilla que no tiene que
 ¡No
quedarse en la residencia… Así que, como nosotros no podemos
quedárnoslo, por lo menos durante un tiempo… me preguntaba si no
podrías cuidar tú de Kiwi… ¡sólo un par de días, quiero decir! Hasta que
                                               días,
las aguas vuelvan a su cauce.
-Tú te has vuelto majara, ¿verdad? –la voz de Yumi entró en su oído como
 Tú                                  la
un afilado témpano de hielo . De eso si hablar. ¿Tú sabes la que me
                       hielo-.
montarían mi padre y mi madre?
Ulrich sintió cómo el enfado le trepaba por la espalda hasta llegarle a la
                      enfado
boca.
-Vaya, pues nunca me ha parecido que te importe mucho lo que opinasen
 Vaya,
tus padres, Y además, se trata sólo de echarle un capote a Odd.
-¡Mira quién habla de padres! ¡Venga, hombre! Y de todas formas, la
 ¡Mira
respuesta sigue siendo no.




                               -¡Ey, ey, ey! Tranquis los dos – entrometió
                                                               –se
el pequeño Hiroki-. De Kiwi me ocupo yo. ¡Es mi amigo!
                    .
El perro confirmó sus palabras dándole un lametón en la cara.
-Ya te he dicho que ni hablar –lo regañó Yumi.
 Ya
Ulrich la ignoró, inclinándose hacia Hiroki.
-Muchísimas gracias, pequeño. Odd te estará eternamente agradecido –
 Muchísimas
luego se dirigió de nuevo a ambos . Vale, entonces ya está la cosa
                            ambos-.
arreglada. Ahora lo siento, pero tengo que pirarme.
Se dio media vuelta de inmediato y salió pitando, dando saltitos por el
                                          pitando,
sendero del jardín mientras se iba poniendo las zapatillas.
Sus padres. Yumi no debería haber sacado a relucir aquel asunto. Hacía un
montón de tiempo que Ulrich no se llevaba bien con los suyos.
Especialmente con su padre, un tipo chapado a la antigua, demasiado
severo. Por supuesto, habría estado muy bien resolver las cosas, volver a
los viejos tiempos, cuando la suya aún era una familia unida y no había una
tensión constante en casa. Pero a esas alturas aquella posibilidad p
                                                                   parecía un
espejismo. Echó a correr hacia Kadic a toda velocidad, tratando de no
pensar en eso. No tenía ganas de pensar en nada.

Una foto de Ulrich. Sonría y tenía los ojos entrecerrados por culpa del
fuerte sol que le daba en la cara. La foto, pegada en la página de un diario,
estaba enmarcada con dibujos de florecitas.
Yumi suspiró y se colocó mejor sobre la cama. Había cerrado la puerta con
llave. No quería que Hiroki supiese que llevaba un diario. Ni que dibujaba
florecillas en sus páginas. Se habría burlado de ella por los siglos de los
                                      burlado
siglos.
Pasó página. Había un esbozo de Ulrich tal y como aparecía en Lyoko, con
su ropa de samurái: una cinta blanca sobre la frente, un elegante quimono
de batalla y su catana, la larga espada de los guerreros japones a un lado
                                                         japoneses,
de la cintura. La primera vez que se había materializado en el mundo
virtual, Yumi había descubiertos que ambos vestía ropa tradicional
japonesa. De hecho, ella asumía el aspecto de una geisha, con su maquillaje
de rigor y su quimono tradicional, sujeto por la espalda con una amplia faja
                        tradicional,
obi.
Fue hasta el principio del diario, donde había unas pocas notas
garabateadas. La descripción de su primer encuentro. Estaba en el
gimnasio, en un entrenamiento de artes marciales, y he peleado contra un
tal Ulrich. Se mueve bien, y con una agilidad increíble. Podría convertirse
 al
en un experto en pocos años. Al final lo he derrotado. Ha estado bien.
Yumi volvió a suspirar. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? Avanzando
en el diario empezaban los problemas. Y los problemas se llamaban
                             problemas.
William Dunbar.




                                 William tenía la misma edad que Yumi, y se
había enamorado de ella a primera vista, aunque ella… Ella, ¿qué?
La muchacha sacó de debajo de su almohada el reproductor de mp3 y se
puso los cascos. Eligió una lista de reproducción con canciones lentas y se
                              lista
echó con los ojos cerrados y el diario sobre la tripa, dejando que las notas
se llevasen con ellas, muy lejos, las preocupaciones. Imágenes de ella, de
Ulrich, de William en bañador. Ulrich salvándole la vida durante una de
                                                            durante
sus incontables batallas en Lyoko. William con una expresión cruel en el
rostro, aquella vez en que X.A.N.A. se había apoderado de su mente y el
mucho había tratado de matarla…
¡PUMMM!
La muchacha se puso en pie de un salto, chillando del sussusto.
-Oye, ¿estás bien, Yumi? –se informó poco después la voz de Hiroki desde
 Oye,                        se
el otro lado de la puerta cerrada.
-S-si. No te preocupes, yo…
   si.
Miró al suelo. El lector de mp3 había explotado, fundiéndose en un pegote
de plástico oscuro. Apestaba a quemado, y todavía estaba echando humo.
-Tú, ¿qué? –insistió su hermanito, golpeando con fuerza contra la madera
             insistió
de la puerta cerrada.
-Me he tropezado, Hiroki, nada más. Tranquilo –trató de calmarlo ella.
 Me                                                trató
-¡Pero si he oído una explosión! ¡Era una explosión, esoty seguro!
 ¡Pero                                                       seguro!
-Que te digo que no. Todo va estupendamente. ¡Anda, vete!
 Que
Los auriculares le habían explotado en las orejas. El lector de mp3 estaba
irreparablemente quemado. Casi parecía uno de los viejos ataques
electrónicos de…
Yumi sacudió la cabeza. Qué va, imposible. Seguro que era una mera
                                 imposible.
coincidencia.

Odd se miró al espejo, ensayando varias poses y expresiones. Después se
echó un poco más de gomina en las palmas de las manos y se la extendió
por el pelo, moldeándolo hasta esculpir su peinado de costumbre.
Siguió mirándose un rato más, con una expresión crítica en la cara. Se
había puesto la camiseta de los Desperate, su grupo de rock favorito, y unos
vaqueros que le sentaban como un guante.
-Rompecorazones –le dijo complacido a su reflejo mientras probaba s
                    le                                                  su
sonrisa más cautivadora. Ahora si que podía salir: tenía un aspecto
irresistible.
El percance con Kiwi ya se le había ido de la cabeza. Ulrich lo había
salvado justo a tiempo, y ahora tenía la tarde libre para cortejar a Eva
Skinner. Aelita le había dicho que la muchacha iba a cenar con ellos en el
                         dicho
comedor Kadic, por lo que ahora estaría seguramente en algún lugar de la
escuela.




                                Odd asomó la cabeza fuera del baño y miró
hacia ambos lados del pasillo. La residencia estaba desierta. Perfecto.
Se deslizó afuera con los oídos bien atentos, listos para captar cualquier
             uera
sonido parecido a los pesados pasos de Jim. Salió por la puerta principal y
atravesó el patio a todo correr.
En el parque no había profesores haciendo la ronda: hacía demasiado frío, y
la nieve estaba toda helada. Muy probablemente, hasta Eva debía de haber
preferido buscarse un sitio calentito. A lo mejor estaba en el comedor.
Pobrecita, seguro que tenía ganas de charlar con alguien. ¡Tal vez con él!
En resumen, que seguro que lo estaba esperand
                                        esperando.
-¿A quién andas buscando?
 ¿A
A Odd aquellas palabras lo pillaron desprevenidos. Era Sissi, que también
iba demasiado elegante como para estar dando un inocente paseo. Llevaba
un top negro sin mangas anudado en la nuca y una minifalda bien ceñida.
Tenía la piel azulada a causa del frío.
-Qué olor más raro… -comentó Odd, que olfateaba el aire a su alrededor
                        comentó                                   alrededor-.
Es como de hierbas…
-¡¿Olor?! ¡¿Hierbas?! ¡Es mi perfume, tonto del bote! Estoy buscando a
 ¡¿Olor?!
Ulrich. Y tú, ¿a quién buscas?
-A Eva –respondió Odd sin dars tiempo a reflexionar-. Tengo que
           respondió          darse                       .
pedirle… -añadió después a toda prisa unos apuntes… la clase de…
             añadió                 prisa-
-Sí, sí, claro –sonrió, maliciosa, Sissi . Me parece que alguien quiere
                sonrió,            Sissi-.
hacerse amiguito de cierta yanqui guapa…
Pasos en el sendero. Una risotada de lo más desquiciada. ¿Jim Morales?
                                           más
-Instintivamente, Odd agarró a Sissi de un brazo y la arrastró detrás de unos
 Instintivamente,
arbustos.
-¡Oye! ¿Qué haces? ¡Suéltame ya mismo! –siseó ella.
 ¡Oye!
-¡Chitón! –la mandó callar el muchacho, poniéndole un dedo sobre los
             la
labios.
Estaban muy cerca, apretujados ahí detrás, rodeados de hojas cubiertas de
escarcha. Sissi estaba sólo a un par de centímetros de él, y no pudo evitar
ponerse colorada.
-¿Qué pretendes hacer, Odd? –susurró.
 ¿Qué
Los pasos se alejaron, y el muchacho pegó un brinco hacia atrás.
-¿Eeeeeeh? Pero ¿a ti qué se te ha pasado por la cabeza? ¡Yo no quiero
 ¿Eeeeeeh?
nada de nada! ¡De-na-da!da!
Se sacudió la nieve de la ropa. Tenía que inventarse una excusa pausible.
Estaba claro que se había escapado de la residencia.
-Alguien se estaba acercando, y no quería que nos viesen juntos –improvisó
 Alguien             acercando,
sobre la marcha.
-¿Qué te has creído? –añadió con una sonrisa . ¡Yo tengo una reputación
                        añadió           sonrisa-.
que mantener! Estaba claro que no podía dejarme ver contigo toda
emperifollada en medio de la nieve. ¡Y con ese perfume tremendo, además!
                                                   perfume




                               Sin embargo, en su excusa perfecta debía de
haber algún fallo, porque Sissi se había puesto todavía más roja… pero de
rabia.
-¡Odd Della Robbia, te juro que me las pagarás! –gritó la muchacha
 ¡Odd                                               gritó
mientras se alejaba corriendo.
Odd se arrepintió. Sissi era un ratita presumida y tonta, pero a lo mejor esta
              intió.
vez a él se le había ido un poco la mano.

Más tarde, el muchacho volvió a su cuarto y se echó sobre la cama, en
silencio. Ulrich estaba al otro lado de la habitación, igualmente echado, con
los ojos abiertos y los pies levantados y apoyados contra la pared.
Odd había deambulado por la escuela sin encontrar rastro de Eva, y había
estado a punto de correr el peligro de toparse con el director en persona,
Definitivamente, era un mal día. Había vuelto a la residencia con el rabo
                                     Había
entre las piernas.
-Ah –masculló-, gracias por lo de hoy. Lo de Kiwi, quiero decir.
                ,
-Nada –respondió Ulrich con un gruñido.
         respondió
-Un día duro, ¿eh? –Odd le echó un vistazo de reojo a su amigo.
                      Odd
-Mmm.
-¡Ya, yo ando igual! ¿Te apetece hablarlo?
 ¡Ya,
-Pues no.
Odd se quedó en silencio. Él tampoco tenía ganas de hablar. Aunque ver a
su amigo tan alicaído no le gustaba ni un pelo. Ulrich era un cabezota, pero
él lo quería. Verlo así de triste le hacía sentirse muy incómodo. De repente
cogió del suelo una de sus pantuflas y lanzó contra la cabeza de su
compañero.
-¡Ey! Pero, ¿qué haces? ¿Te has vuelto majara?
 ¡Ey!
-¡Uatááá!
Haciendo gala de una agilidad felina, Odd saltó desde su cama hasta la de
su amigo blandiendo la almohada por encima de su cabeza. Pero Ulrich fue
más rápido, y lo detuvo en pleno vuelo de un almohadazo. Después le tiró
un zapato y se echaron a reír.

¡Guau, guau, guau!
Kiwi estaba completando la duodécima vuelta del Gran Premio de la
Habitación de Hiroki, y seguía sacándoles cada vez más ventaja a sus
                                 sacándoles
perseguidores, es decir, a Hiroki. Se tumbaba en el tatami y brincaba sobre
el escritorio, se deslizaba por debajo del armario, pasaba haciendo una
rasante junto a la puerta, y vuelta a empezar. Y todo eso sin dejar un
segundo de ladrar, completamente desencadenado.
-¡Kiwii! ¡Estate quieto! –le gritó el niño.
 ¡Kiwii!
-¡Hiroki! –chilló de repente Yumi . ¿Quieres dejar de armar tanto jaleo?
            chilló            Yumi-.
La muchacha abrió de golpe la puerta de la habitación, y Kiwi decidió que
la carrera había terminado y era el momento de subir al podio. Así que se
                  terminado




                              escabulló por entre las piernas de Yumi sin
bajar de revoluciones y desapareció de su vista.
-¡Oh. No!
El chiquillo se lanzó en pos del perro, pero en medio de la confusión del
momento, uno de sus hombros chocó con las rodillas de Yumi, de modo
que ambos acabaron por los suelos.
-¡Ay! ¡Hiroki!
-¡Kiwi se está escapando! –exclamó él.
-Pero ¿adónde quieres que vaya? –bufó su hermana, algo molesta.
La respuesta era bien simple: a la ventana de la cocina.
Los muchachos habían terminado de comer no hacía mucho. Ellos dos
solos, porque sus padres estaban en casa de unos amigos, Yumi había
dejado la ventana abierta para airear un poco. Demostrando unas dotes
atléticas insospechables en un cuzco como él, Kiwi saltó sobre el mostrador
de la cocina, pasó haciendo un eslalon entre los fogones que Yumi acababa
de limpiar y despareció al otro lado del alféizar, engullido por la oscuridad
de la noche.
-¡Oh, no! ¡Tenemos que encontrarlo! –exclamó Hiroki, alarmadísimo.
-Ve tú a buscarlo –le espetó la muchacha, irritada, mientras se encogía de
hombros-. Fuiste tú el que aceptó encargarse de Kiwi. Yo me quedo aquí.
Kiroki la miró durante un par de instantes, con sus ojos rasgados contraídos
formando dos delgadas ranuras.
-Venga, Yumi, ¡no seas así!
-Ni hablar. Y trata de darte prisa. A saber adónde habrá ido a parar Kiwi
ya.
Hiroki salió a la calle escopeteando, y se estremeció cuando el aire helado
de la noche lo recibió con una bofetada de frío. Las farolas iluminaban una
calzada desierta flanqueada por casa bajas pegadas unas a otras, jardines
que crecían hombro con hombro con otros jardines y coches aparcados uno
detrás de otro junto a las estrechas aceras. Ya era bastante tarde, y las luces
de las casas estaban casi todas apagadas.
¡Guau, guau!
Kiwi andaba por allí, al fondo de la calle, a mano izquierda, por algún lado.
Aquella ciudad era un lugar bastante tranquilo y luminoso. De día. A
Hiroki le gustaba mucho más que Kioto, la ciudad japonesa en la que él
había nacido. Pero hasta aquel momento nuca le había pasado eso de ir
dando vueltas por sus calles de noche, con la oscuridad y el frío, y
completamente solo. Las calles por las que pasaba todos los días con Yumi
para ir al colegio tenían ahora un aspecto distinto, con las sombras
alargándose sobre el asfalto como largos dedos tenebrosos.
A fuerza de perseguir a Kiwi, el chiquillo llegó a los alrededores del
colegio. Al fondo, a la derecha, se veía la verja de entrada de La Ermita. La
calle estaba invadida por el silen más
                                                              silencio
total, aparte del viento y el tintineo de algunas latas vacías que rodaban
empujadas por él.
<<Lo he perdió –pensó Hiroki, consternado . He perdido a Kiwi>>.
                   pensó           consternado-.
De pronto, un hombre salió de la calle que bordeaba uno de los lados de La
Ermita. Llevaba una cazadora de cuero y estaba de espaldas a él. Bajo la
mortecina luz de las farolas, Hiroki logró vislumbrar tan sólo algunos
rasgos de su cara. Trató de no hacerse notar: había algo en aquel hombre
que lo inquietaba y le daba escalofríos.
En aquel mismo instante, Kiwi empezó a ladrar desde el jardín del chalé, y
                o
muy pronto a sus aullidos se les sumaron diversos gruñidos y ladridos.
Otros perros. Parecían enfadados y nerviosos.
Sin parase a pensarlo, Hiroki escaló la verja de la Ermita y se dejó caer al
otro lado. Era pequeño y flaco, pero tan ágil como su hermana. En cuanto
hubo aterrizado, miró a su alrededor con miedo. Ahora Kiwi ya no ladraba,
mientras que los otros perros seguían gruñendo.
El chiquillo se precipitó en aquella dirección, tan preocupado que no se dio
                                                     preocupado
cuenta de que en realidad no había ninguna calle que bordease uno de los
lados de La Ermita. Y entonces, ¿de dónde había salido aquel hombre? De
todas formas, no era un pensamiento demasiado importante: el tipo ese ya
se había alejado. Y ahora él tenía otras cosas en las que pensar.
                        ora
El jardín del chalé estaba desierto, e Hiroki avanzó a ciegas en la oscuridad
durante un rato, en busca de Kiwi. Ahora se habían terminado los ladridos,
y un silencio inquietante cubría el lugar como un manto. Caminó sobre la
                                                             Caminó
capa de nieve helada, arriesgándose a resbalar, y se fue acercando al garaje,
una casucha baja anexionada al chalé. Y por fin lo oyó. Más que una
respiración parecía un puñado de jadeos provenientes de una criatura que
no conseguía meter ni una pizca de aire en sus pulmones. Y salían de un
                        una
ovillo de carne temblorosa que yacía en el suelo, boca arriba.
Era Kiwi. Y estaba herido.

Grigory Nictapolus recorrió apresuradamente la distancia que lo separaba
de su camioneta, subió a bordo y cerró la puerta con tanta fuerza que a
                                          puerta
punto estuvo de romperla.
Había reconocido al niño: Hiroki Ishiyama. Y había faltado poco para que
aquel mocoso le viese la cara.
El entrenamiento y la infinita cautela de Grigory lo habían salvado, pero
sólo en el último momento. No había estado lo bastante alerta. Y sin
                  momento.
embargo, ya sabía que aquellos chiquillos eran endemoniadamente listos.
Tenía que ir con más cuidado.
El Mago le pagaba para prever lo imprevisible.




                                                                 4
                 Un espía entre las sombras
 No había nada interesante en la televisión. Odd dejó caer el mando a distancia
sobre las mantas y bostezó.
-Como la cosa siga así, me va a costar no dormirme. ¡Y sólo es
 Como
medianoche!
En el otro extremo de la habitación, Ulrich alzó la cabeza del libro de
                                       Ulrich
literatura.
-También podrías estudiar. Te acuerdas de cómo se hace, ¿no?
 También
-¿Mandeeee? –su amigo lo miró con un gesto asqueado . Una mente tan
                 su                             asqueado-.
avanzada como la mía no necesita estud…
La respuesta de Odd se vio interrumpida por los timbrazos del móvil de
Ulrich.
-¡Dime! –respondió el muchacho Ajá. Ajá. Vale. Ya voy.
            respondió muchacho-.
Colgó el teléfono y empezó a calzarse las zapatillas.
-¿Adónde vas? –dijo Odd, poniéndose en pie de un salto . N o se te estará
                  dijo                                salto-.
pasando por la mollera dejarme plant
                                  plantado aquí, ¿no?
-Era Yumi. Está muy preocupada. Me ha pedido que vaya corriendo a su
 Era
casa.
-¿Preocupada? ¿Por qué?
 ¿Preocupada?
Ulrich le dirigió una mirada fugaz antes de responder.
-No me lo ha dicho.
-Espero que no le haya pasado nada a Kiwi –dijo Odd mientras empeza
 Espero                                        dijo               empezaba
también a calzarse.
-Acuérdate de que estás castigado, mente avanzada –lo detuvo Ulrich.
 Acuérdate                                             lo
Odd sopesó su respuesta.
-Lo estoy, es cierto. Pero sólo si alguien me ve. Esta tarde también he
 Lo
salido, y no ha pasado nada.
-¡Tú no vas a asomar ni la nariz fuera de esta habitación, Odd! Me parece
 ¡Tú
que ya has causado bastantes problemas.
-Ah, ya. Por supuesto, papaíto. Como tú quieras.
 Ah,
Ulrich sonrió con resignación, y los dos amigos salieron corriendo juntos
por la puerta.

Kiwi estaba descansando en el regazo de Hiroki, envuelto en una manta.
                                          Hiroki,
Todavía le costaba respirar, y su corazón latía fuerte. Odd se abalanzó
inmediatamente hacia su perro herido.
-Lo siento, Odd… -dijo con la voz rota Hiroki, mirándolo con los ojos
                     dijo
hinchados por el llanto Lo siento muchísimo… Yo no…
                  llanto-.
Odd alzó con la delicadeza la manta. El cuerpo regordete de Kiwi estaba
cubierto de arañazos, dos de los cuales eran bien profundos. Tenía una
oreja mordida, y estaba temblando como un flan. El muchacho lo acarició




                                 con mucho cuidado, poniendo ate
                                                               atención para
no pasarle la mano por las heridas.
-¿Qué ha ocurrido? –preguntó con un hilo de voz.
                       preguntó
Yumi, que les había abierto la puerta y se había quedado dando saltitos
nerviosos de un pio a otro, se lo explicó.
-Felicidades, Yumi, en serio –los ojos de Ulrich era dos rayos laser, de ese
 Felicidades,                                 ich
tipo que quema de puro frío . No sólo no has querido cuidar de Kiwi, sino
                          frío-.
que incluso has dejado que se escapase. Y por si no bastaba con eso, has
mandado a Hiroki a buscarlo él solo. ¡Tu hermano pequeño! ¡De noche!
¡Dando vueltas por la ciudad!
           ueltas
-Yo… -trató de responder ella.
         trató
Pero Ulrich no la dejó hablar. Estaba fuera de quicio.
-Si por lo menos hubieseis salido juntos, a lo mejor habríais encontrado a
 Si
Kiwi cinco minutos antes de que lo atacase el perro ese, y a lo mejor no
estaría herido, y a lo mejor…
Yumi no era de la clase de chica que se iba a quedar tranquila tragándose
una retahíla de reproches, aunque en su fuero interno sintiese que tenía una
base de verdad. Es más, puede que estuviese así de irritada precisamente
por eso.
-¡Eso, tú encima júzgame! –le replicó, totalmente crispada-. Es lo que
 ¡Eso,                                                      .
mejor se te da, ¿no? Don Perfecto, él…
-¡DEJADLO DE UNA VEZ!
 ¡DEJADLO
Odd tenía la cara morada, y había gritado tan fuerte como para hacer que
Kiwi gañese e Hiroki se sobresaltase.
-¡ALGUIEN LE HA HECHO DAÑO A KIWI, Y YO AÚN NO HE
 ¡ALGUIEN
ENTENDIDO QUÉ NARICES HA PASADO!
Después respiró hondo, tratando de calmarse.
-Hiroki –continuó en un tono más dulce , ¿dónde lo has encontrado?
           continuó                dulce-,
-En la… en La Hermita.
 En
De pronto el chiquillo se acordó del hombre que había entrevisto de
                                     hombre
espaldas. No había ninguna calle que diese al otro lado del chalé, y si no
había calle… ¡eso quería decir que el hombre había salido de La Ermita!
Balbuceando, cada vez más alterado, Hiroki les contó a los muchachos lo
que había pasado.
-Un desconocido… -comentó Yumi . Tal vez buscase a Aelita.
                       comentó Yumi-.
-¡Lo mismo tiene algo que ver con Hopper! –exclamó Ulrich- Tenemos
 ¡Lo                                                          -.
que ir allí a echar un vistazo.
La muchacha asintió con la cabeza.
-Yo llamo a Aelita. Tú avisa a Jeremy. Nos vemos todos en La Ermita.
 Yo                                                 todos
Debemos llegar hasta el fondo de este asunto.

Diez minutos antes Jeremy estaba durmiendo tan tranquilo en su pequeña
habitación de Kadic, bajo la protección del poster de Einstein que colgaba




                                de la pared. Diez minutos más tarde, con un
chaquetón bien abrigado que se había puesto directamente encima del
pijama y las gafas redondas torcidas sobre la nariz, se encontraba agachado
sobre el césped de La Ermita, con una linterna en la mano, inspeccionando
la capa de nieve que cubría el suelo.
A su alrededor, como si fuesen luciérnagas, brillaban las linternas de sus
amigos. Tan sólo Hiroki se había quedado en casa de Yumi, para seguir
ciudando del pobre Kiwi.
-¡Aquí! –exclamó de golpe Jeremy Venid a ver esto.
          exclamó            Jeremy-.
La nieve helada no presentaba ningún rastro particular, pero en cierto
                                 ningún
punto, cerca del garaje, el grueso estrato blanco había sido apartado, y el
barro de debajo estaba surcado por una maraña de huellas. Perros.
-¡Su madre! ¡Qué grande era! –comentó Odd mientras apoyaba la mano de
 ¡Su                              comentó
una de las huellas más nítidas . ¡Mirad, las uñas se han clavado bien hondo!
                        nítidas-.
¡Debía de ser una auténtica fiera! ¡Es un milagro que Kiwi aún esté vivo!
-Los rastros resultan confusos –comentó Jeremy mientras examinaba el
 Los                             comentó
suelo con escrupulosa atención pero en mi opinión había por lo menos dos
                        atención-,         i
perros, de la misma raza, aunque uno era algo más ligero que el otro: ¿veis
esta huella, que está menos hundida?
-Chuchos callejeros –sentenció Ulrich.
                       sentenció
Jeremy negó con la cabeza, no muy convencido.
-¿Os habéis fijado en est contra la pared del garaje? –señaló una huella en
 ¿Os                   esto,                            señaló
forma de media luna cerca del muro, que estaba desconchado y cubierto de
moho-. Eso es de un zapato. Y estoy dispuesto a apostaros lo que queráis a
       .
que el que la haya dejado estaba aquí con los perros. Tal y como nos ha
                                                      Tal
dicho Hiroki.
-Perros… -susurró Aelita . Como los que oí ladrar la otra noche. ¡Como el
            susurró Aelita-.
de mi sueño! Jeremy, me estoy asustando.
Jeremy sintió el impulso de estrecharla bien fuerte entre sus brazos, pero en
seguida se contuvo.
-No te preocupes, Aelita. Ya verás como entre todos lograremos resolver
             upes,
este asunto. Y además, nos tienes a nosotros para protegerte.

Odd avanzó sigilosamente por los pasillos iluminados de la residencia.
Hacía ya un rato que Ulrich se había vuelto a Kadic, para evitar tener que
                                                          evitar
seguir hablando con Yumi, mientras que él había insistido en acompañar a
la muchacha a casa: quería comprobar qué tal estaba Kiwi.
Hiroki lo había desinfectado y vendado como era debido. Ahora que
estaban limpias, las heridas no parecían tan tremendas. En cuestión de un
                                               tremendas.
par de días volvería a ser el alegre perrillo de siempre.
-¡Odd! ¡Della! ¡Robbia!
 ¡Odd!
El muchacho pegó un respingo, y un súbito escalofrío reptó a lo largo se su
espalda. Cuando se giró ya estaba temblando.




                                -Ji… Jim. Siempre es un placer verte, amigo.
Jim Morales tenía sus musculosos brazos cruzados sobre el pecho, y no
parecía ni medio contento.
-¡Y un cuerno <<amigo>>! Se suponía que estabas castigado.
 ¡Y
La mente de Odd se puso a trabajar a toda velocidad.
-He salido sólo, ejem, un momentito. Para ir al baño.
 He
-¿En serio? Es una pena que los baños estén en la otra punta. Tú has salido
 ¿En
de la escuela, listillo. ¡De noche! ¡Y a pesar de estar castigado! Así que el
chivatazo era correcto…
-¿Chivatazo? –dijo Odd de inmediato, aguzando las orejas-. ¿Qué
                dijo                                        .
chivatazo? ¿Y quién te ha hecho de soplón?
-Eh, bueno –tosió Jim mientras se arreglaba el cuello del niqui ¿he dicho
              tosió                                       niqui-,
<<chivatazo>>? Quería decir suposición… mi intuición…
-Jimbo –lo interrumpió Odd. Llamarle Jimbo siempre surtía cierto efec
         lo                                                        efecto,
sobre todo cuando el profe estaba en dificultades , ¿se puede saber quién te
                                      dificultades-,
ha dicho que yo estaba en mi cuarto?
-No, nadie, yo…
La verdad embistió a Odd como un morlaco: Sissi Delmas, con su top y su
minifalda, en medio de los arbustos helados del parque, gritando <<¡Me las
pagarás!>>.
-Ha sido Sissi, ¿verdad?
 Ha
-Mmm, bueh. Eso lo dices tú –respondió, evasivo, el profesor- ¡De todas
 Mmm,                                                         -.
formas, no tiene nada que ver! –Jim reconquistó repentinamente el control
                                 Jim                                control-.
Te has saltado las reglas, primero trayendo un animal a Kadic, y luego
escapándote de la residencia de noche. Por eso, por el poder que me otorga
el… ejem, el director, yo te declaro…
-Esa niñata se las va a ver conmigo –siseó Odd entre dientes.
 Esa
-¡No te me distraigas! ¡Te declaro castigado! ¡Toda una SEMANA! Y
 ¡No                                                 una
ahora tira ya mismo para tu habitación, ¡o en vez de una semana van a ser
dos!
A Odd no le quedó más remedio que obedecer.

Mientras Odd volvía a su cuarto, desanimado por el castigo, en Washington
D.C., Estados Unidos, eran más o menos las nueve de la noche.
                                              nueve
Desde aquel despacho no se tenían vistas a ninguno de los grandes
monumentos de la ciudad, como el Obelisco, el Capitolio o la estatua
sedente del presidente Lincon. Era un despacho del montón en uno de los
muchos rascacielos de la periferia, iguales como fotocopias, anónimos,
                          periferia,
grises. Pero eso no quería decir que quien se encontraba en aquella oficina
fuese una persona de poca monta. Muy al contrario.
Cuando sonó el teléfono, la mujer que estaba sentada detrás del escritorio
respondió inmediatamente.
                 iatamente.
-Sí –escupió con voz seca.
     escupió




                             Al otro lado estaba Maggie, su secretaria.
-Señora, perdone que le moleste, pero hay una llamada para usted. Es de
 Señora,
Francia.
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Código Lyoko, la historia continúa

  • 1. CÓDIGO LYOKO 4EVER (http://codigolyoko4ever.blogspot.com/) La Ciudad Sin Nombre Jeremy Belpois PRÓLOGO Esta noche se cumplen diez años exactos desde la primera vez que la vi, y he decidido que ha llegado el momento de contarlo, de revelar los increíbles acontecimientos de los que fuímos testigos Yumi Ishiyama, Ulrich Stern, Odd Della Robbia y yo, Jeremy Belpois. Y Aelita, naturalmente. No pasa un solo día que no piense en Aelita. Esta historia es para todos ellos, mis amigos. Pero sobre todo es para ti. Quién sabe si aún estás a la escucha... Jeremy INTRODUCCIÓN 1985. Francia. Un genio científico llamado Waldo Schaeffer y su mujer, Anthea, trabajan en un proyecto internacional de alto secreto conocido an como Cartago. Cuando Waldo descubre que el verdadero objetivo de Cartago no es el de proteger a los países del mundo, sino crear una nueva arma mortal, decide abandonar el proyecto. Esa decisión tendrá tendrá consecuencias irreversibles. Unos misteriosos individuos secuestran a Anthea Schaeffer. Waldo, en cambio, logra ponerse a salvo junto con su hija de tres años, Aelita. Tras una larga huída, encuentra trabajo como profesor de ciencias en la academia Kadic, en Francia, y bajo el nombre falso de Franz Hopper c, continúa a escondidas con sus experimentos. Allí, en los subterráneos de una vieja fábrica, no muy lejos del colegio, construye un superordenador e inventa un mundo virtual llamado Lyoko,
  • 2. ideado para servir de antídoto contra Cartago. Pero en tan sólo unos pocos rvir años la organización para la que trabajaba consigue localizarlo. En 1994, cuando Aelita tiene doce años, Waldo Schaeffer se refugia en el mundo virtual de Lyoko junto con su hija, que está gravemente herida, y gravemente apaga el superordenador que lo alimenta. Muchos años después, Jeremy Belpois estudia en la academia Kadic. Tiene trece años, pocos amigos y un talento innato para la informática. Después de descubrir la existencia de la vieja fábrica, conectada con la escuela conectada mediante unos túneles subterráneos, Jeremy se encuentra el superordenador abandonado, y consigue volver a ponerlo en marcha. Así descubre a Aelita, que durante todos esos años ha permanecido prisionera en Lyoko, sin envejecer. Junto con sus amigos Ulrich, Odd y Yumi, Jeremy logra rematerializar a Aelita en el mundo real. A partir de ese momento, los cinco muchachos se enzarzan en una encarnizada lucha contra X.A.N.A., una despiadada inteligencia artificial que se ha apoderado de Lyoko. Con mucho esfuerzo, y después de una larga serie de increíbles aventuras on virtuales, finalmente derrotan a X.A.N.A. gracias al sacrificio de Franz Hopper, que había sobrevivido durante todos esos años dentro de Lyoko en forma de esfera de energía. Ya no hay ningún peligro. O por lo menos eso parece. El 21 de diciembre, unos cuantos meses después de la derrota de X.A.N.A. y la muerte de Hopper, Aelita pierde la memoria de improviso. A causa de ello, sus amigos deciden reunirse nada más terminar las vacaciones de Navidad en el chalé en el que antaño vivía para ayudarla a recuperar sus recuerdos perdidos. Los cinco muchachos empiezan a investigar acerca de los secretos de La Ermita, y llegan a descubrir una habitación oculta. En su interior hallan un mensaje grabado por el profesor que cuenta parte de su historia, aunque bado todavía deja sin desentrañar muchos e intrincados misterios. En su mensaje Hopper le confía a Aelita la tarea de encontrar a su madre, y le pide que custodie un colgante de oro que forma parte de una pareja, un regalo que Anthea y él se habían intercambiado como prenda de amor.
  • 3. Mientras tanto, X.A.N.A, al que los muchachos creen definitivamente derrotado, recupera poco a poco sus energías, volviendo a la vida y poseyendo a una chiquilla americana llamada Eva Skinner. Poco después, Eva hace su aparición en Kadic. Jeremy, Ulrich, Odd y Yumi deciden ayudad a Aelita a encontrar a su madre. Confían plenamente en lograrlo. Están convencidos de que son los únicos que conocen la historia de Hopper y Lyoko. Están convencidos de que ya no quedan más amenazas. Y de que X.A.N.A ya no existe. Se equivocan. PRÓLOGO UNA CIUDAD MISTERIOSA Las torres de la ciudad se despliegan ante él como caparazones azulados de mariquitas, moteados por los agujeros algo mariquitas, más oscuros de los espaciopuertos. Las calles son franjas de colores que se entrecruzan y trenzan libremente entre los rascacielos. Tan sólo unas pocas naves vuelan entre un edificio y otro: es un momento tranquilo, y no hay casi nadie. En realidad nunca hay mucha gente por la ciudad. El muchacho brota de la nada. El aire se vuelve denso, se congela en un punto concreto, y ahí está él. Dobla dos dedos y empieza a volar. Coge velocidad. Deja que su vuelo se transforme e una picada. Aterriza sobre una de las autopistas flotantes que llevan hasta el muro, y la carretera se comba dócilmente para amortiguar el impacto. Empieza a correr: no ve la hora de encontrarse con su amiga y enseñarle los nuevos rincones de la ciudad que ha descubierto. Le encanta volar con ella que por las solitarias calles, adentrarse en los parques y las pequeñas tiendas vacías donde pueden coger lo que quieran e inventarse infinitos juegos. Su amiga dice que la ciudad es estupenda, pero está desierta. El muchacho no entiende lo que quiere decir: está él, están las inteligencias artificiales, y además está el profesor. ¿A quién más necesitarían?
  • 4. Al pensar en el profesor, el muchacho advierte un sutil sentimiento de culpabilidad: el profesor no quiere que asuma forma humana, porque dice asuma que es un desperdicio de energía. Pero su amiga tiene esa forma y él quiere parecérsele, por lo menos un poco. Aunque luego, a lo mejor, vuelva a transformarse para ella, puede que en una de esas criaturas pequeñas que ella llama <<pajaritos>>, y que le hacen reír. lama La calzada se mueve, inclinándose ante el muchacho. La áspera superficie se vuelve lisa y transparente como el cristal. Empieza a patinar. Llega hasta el suelo de un salto. Echa a correr de nuevo. La inteligencia artificial del tráfico peatonal aparece de golpe delante de él. rtificial Es un larguirucho metálico con tres ojos verticales y luminosos. Unos rojo. Uno ámbar. Uno verde. Le bloquea el camino con una mano huesuda, y el ojo que está encendido es el de más arriba, el rojo oscuro. En cuanto lo reconoce, el que se enciende es el ojo amarillo. -Señor, está sobrepasando el límite de velocidad –le recuerda la I.A. ¿Me Señor, le I.A.-. permite pedirle que aminore la marcha? El muchacho agita una mano delante de él: <<Autorización denegada> El denegada>>. ojo del controlador se vuelve verde de inmediato, y la criatura se aparta para dejarle pasar. -Por supuesto, señor. Prosiga, por favor. Por El muchacho corre hasta que los edificios que lo rodean comienzan a fundirse en un único borrón de colores. Pega un salto, pasa por encima de un un gran puente hecho de cables entrelazados y aterriza de nuevo en la carretera del otro lado. Ve una I.A. de transporte de información: parece un gran huevo achatado, y se aleja a toda velocidad. Debe de ser una I.A. importante. Es probable que esté trabajando para el importante. profesor. Puede llevarlo durante un trecho. El muchacho salta sobre ella, y una débil descarga eléctrica recorre sus dedos. Apoya las manos sobre su superficie para no caerse. Primer cruce. Segundo cruce. El muchacho la abandona de un salto, y cae sobre una I.A. muchacho de gestión de residuos. Es un poco más lenta, pero va en la dirección adecuada. El muro es tan alto que llega hasta el cielo, y está hecho de ladrillos negros. Cada vez que el muchacho roza su superficie, entre las yemas de sus dedos
  • 5. y el muro brotan destellos de una luz clara. El muro lo repele. Rodea la ciudad, y el muchacho no puede sobrevolarlo ni atravesarlo. No puede dejarlo atrás. En el muro hay una única puerta, pero ahora sus grandes hojas están cerradas. El muchacho apoya en una de ellas la palma de una mano, y en rradas. una pantalla que aparece de la nada brillan durante un segundo cuatro letras. Es el nombre del muchacho, aunque él no lo sepa. La puerta se desmorona, desmenuzándose en una lluvia de polv Hace un polvo. segundo estaba ahí, y ahora ya no queda ni rastro de ella. Al otro lado del umbral, el muchacho contempla el largo puente levadizo que se pierde en el horizonte. Flota sobre el vacío. Más allá de la ciudad no hay nada: ni un foso, ni un valle, ni un camino. Tan sólo el puente, tendido ni hacia la oscuridad. A veces el muchacho se ha imaginado cómo será atravesar ese puente, pero nunca ha pensado realmente en hacerlo. No está incluido entre sus instrucciones. Observa el puente, y sabe que su amiga llegará por ahí. Dentro de poco verá su delgada silueta caminando con pasos amplios por ese arco flotante, y él echará a volar. Luego verá su pequeña nube de cabello rosa. Su sonrisa. Su amiga está tardando un poco, pero eso no importa. Puede esperar. La ciudad sobrevivirá un rato aunque él no esté. En cualquier caso, otras partes iudad del muchacho están sobrevolando las pagodas, adentrándose por las alcantarillas, controlando que todo vaya bien. Sin esfuerzo, sin que él tenga que acordarse siquiera de hacerlo. Ahora su amiga está tardando mucho, y el muchacho empieza a estar preocupado. ¿Qué ha pasado? Cuando ella viene a verlo siempre es puntual. Así que espera, y sigue esperando, ante ese puente infinito. De vez en cuando le parece estar viéndola, ver cómo aparece su melenita rosa, apenas un puntito, allá a lo lejos. arece Su amiga ya no vendrá nunca más. Pero él todavía no lo sabe. 1
  • 6. EL HOMBRE DE LOS DOS PERROS Detestaba estar allí. Detestaba las mudanzas. El hecho de que su trabajo lo mudanzas. obligase a mudarse más o menos una vez a la semana no cambiaba ni un ápice la cuestión. Grigory Nictapolus hundió el pie en el acelerador, y la camioneta pasó de ciento setenta a ciento ochenta por hora. El motor rugía, pero aquel hombre rugía, sabía que podía exprimirlo hasta llegar a los doscientos veinte. Lo había trucado con sus propias manos. -Ya falta poco, chiquitines –susurró a media voz al escuchar una gruñido Ya susurró apagado que provenía de detrás de él. Giró en la siguiente salida de la autopista sin ni siquiera aminorar la e marcha. Eran las tres de la madrugada. No había ni un alma por la carretera. Escogió un peaje automático y pagó en metálico, arrojando un puñado de euros en un recipiente de la máquina. La ciudad le dio la bienvenida poco a poco: primero algunas casas sueltas y un grupo de naves industriales, y luego, paulatinamente, más casas, edificios, manzanas, barrios. El avión de Grigory había aterrizado aquella tarde tras un vuelo de casi once horas. En el aeropuerto lo esperaba su contacto, un tipo insignificante aeropuerto que sujetaba las correas de sus dos perros. Le había entregado un manojo de llaves. <<Para usted>>, le había dicho aquel hombre. Grigory no le había respondido, y se había limitado a llevarse las llaves y los perros. Había conducido sin descanso, deteniéndose sólo para que los animales se desentumeciesen las patas, y ahora tenía hambre y sed. Tenía sueño. <<Luego –se dijo-. Primero hay que acabar el trabajo>>. . Llegó ante un chalé de principios de siglo, alto y estrecho, rodeado de una alto valla de madera. El jardín estaba cubierto de nieve, y tenía un aspecto casi salvaje. El cartel que había encima de la verja de la entrada le confirmó que se trataba de La Ermita. Grigory chasqueó los labios, pero siguió conduciendo. Ya volvería más tarde. iendo. Bordeó la carretera y después atravesó el río. Cuando estaba sobre el puente se giró con curiosidad, observando un islote que parecía a punto de hundirse bajo el peso de una fábrica abandonada. Luego volvió atrás, dirigiéndose hacia un gran parque. Bordeó la e
  • 7. tapia que lo rodeaba, y la camioneta empezó a moverse a paso de tortuga, avanzando entre las sombras de la noche como un jaguar al acecho. Entre los árboles podía distinguir los negros tejados de los edificios, pegados unos a otros formando una L: las aulas, las oficinas, la residencia de los muchachos. Así que ésa era la academia Kadic. Parecía más bien elegante, pensado para chavalines privilegiados, hijitos de papá. El muro acababa en una gran verja de hierro forjado que estaba cerrada y anclada en dos columnas en las que se veía esculpido el escudo del colegío. Grigory Nictapolus sonrió y bajó de la camioneta con los dos perros. Se alejaron durante unos minutos. Luego volvieron a subirse. A su vuelta, uno de los dos perros estaba tan alterado que aferró con los dientes el asiento del pasajero, arrancándole un buen pedazo del relleno. -Muy bien. Como reconocimiento del terreno nos puede valer –dijo para sí el hombre mientras acariciaba el hocico de aquella bestia. La camioneta salió del centro de la ciudad y se detuvo delante de un edificio aislado de la periferia, protegido por una valla de alambre de espino medio oxidada. Era uno de esos sitios que los adultos ni siquiera ven, y que los niños evitan de puro miedo. -Desde luego, no es de lujo –comentó Grigory en un murmullo-. El Mago podía haberme encontrado un alojamiento más conocido. Abrió la puerta de la alambrada con las llaves que le había pasado su contacto en el aeropuerto, aparcó sobre la alta hierba e hizo bajar a los perros. Eran dos enormes rottweilers, fuertes y agresivos. Adiestrados para el ataque. Se llamaban Aníbal y Escipión. Grigory Nictapolus se pasó la mano por su afilada cara para sacudirse de encima el cansancio. Luego agarró las maletas de la caja de la camioneta y empezó a descargar el equipo. El cuarto de la residencia estaba helado, pero sintió las sábanas empapadas de sudor. Se había despertado oyendo ladridos de perros… igual que en su sueño. A lo mejor se estaba volviendo loca. Aelita se levantó, tiritando a causa de lo frío que estaba el suelo bajo sus pies desnudos. Se puso un jersey. Desde la ventana de su cuarto se veía el parque de la escuela, y en el cielo oscuro que anunciaba el amanecer, echándole un poco de imaginación, podía distinguir la silueta de La Ermita. El chalé en el que había vivido ella y su padre, cuando él aún estaba en este mundo. Se peinó frente al espejo la corta melenita pelirroja. Delante de sí veía a una chiquilla de trece años que parecía más pequeña, con orejeras de sueño y un rostro flaco y sobresaltado. Por un momento volvió a verse tal y como
  • 8. aparecía en su sueño, con el pelo rosa, las puntiagudas orejas de una elfa y dos franjas verticales de maquillaje dibujadas sobre las mejillas. ¿Cuál era su verdadera identidad? ¿Aelita identidad? Schaeffer, la hija de Waldo y Anthea; Aelita Stones, la falsa prima de Odd matriculada en la academia Kadic; o Aelita la pequeña elfa, la habitante del mundo virtual de Lyoko? <<Para ya de pensar en eso. Ahora Lyoko ya no existe>>. La muchacha cogió su móvil, que estaba sobre la mesilla de noche, y lo ogió encendió. -Mmm… ¿Diga? –le respondió una voz pastosa al séptimo toque. le -Soy yo. -¿Aelita? ¿Qué…? La muchacha oyó a tientas cómo Jeremy buscaba a tientas sus gafas por la mesilla de noche, se sacaba las sábanas de encima y hacía caer algo al suelo. -¿Qué hora es? -¿Puedes venir a verme? Por favor. ¿Puedes Jeremy no le respondió. Cinco minutos más tarde estaba llamando a la puerta de su amiga. Chocolate caliente. Con mucho azúcar. Antes de llegar, el muchacho había pasado por el distribuidor automático que había en la planta baja de la residencia y había sacado dos. Tan amable y atento como de costumbre. Jeremy probó su bebida con aire distraído. El muchacho tenía el pelo rubio y un par de gafas redondas con la montura negra, y llevaba un jersey de la lana que se había puesto a toda prisa encima del pijama de franela. Parecía como si se lo hubiese robado a un hermano mayor. Y aquella expresión… -¿De qué te ríes? –le preguntó. le -De la cara que traes –la mirada de Aelita se fue endulzando a medida que la Aelita hablaba-. Siempre estás tan serio… . -¡Eso no es verdad! –protestó él . Es que este chocolate tiene poco protestó él-. azúcar… ¿Sabes? –continuó Jeremy tras unos instantes de silencio he continuó silencio-, estado pensando en ello, y creo que tendrías que hacer que te trasladen a que una habitación doble. Así tendrías una compañera, y de noche te sentirías menos sola. Aelita tomó sus manos impulsivamente, y sacudió la cabeza. -No.
  • 9. -¿Por qué? Desde que hemos vuelto a Kadic no duermes, y cuando lo ¿Por consigues te despiertas en plena noche, aterrorizada. -Ya se me pasará. -¿Y las pesadillas? ¿Sigues con el mismo sueño de siempre? ¿Y Aelita hizo un esfuerzo para deglutir la mitad del chocolate de único sorbo. -Más o menos –murmuró después . ¿Te acuerdas del vídeo de mi padre? murmuró después-. ¿Y de la foto aquella con esas montañas que se ven desde la ventana? Jeremy asintió. Al final de las vacaciones de Navidad, Aelita, sus amigos y él se habían reunido en La Ermita para pasar un día juntos y ayudarla a recuperar la memoria de algunos acontecimientos del pasado. En el sótano del chalé habían descubierto una habitación oculta y un misterioso vídeo que había dejado allí el profesor Hopper, el padre Aelita. El muchacho lo había visto ya por lo menos una cien veces. -En el sueño –prosiguió Aelita siempre aparece esa casa. Papá está fuera, prosiguió Aelita- trabajando, y mamá, en su habitación. Sólo que luego… -Sólo que luego tu madre desaparece –concluyó por ella Jeremy. Sólo concluyó -Sí. Yo corro a su alcoba y me encuentro el armario abierto de par en par, Sí. el el cristal de la ventana roto, su ropa desperdigada por el suelo y pisoteada… Y siento como si hubiese alguien más conmigo. En casa. Está cerca, y respira fuerte. Tengo miedo de que me coja y me… -Tranquilízate, Aelita. El vídeo de tu padre debe de haberte afectado Tranquilízate, bastante. Eso no son más que imaginaciones tuyas. -Te equivocas –le replicó la muchacha a su amigo mientras lo miraba le directamente a los ojos-. De eso nada: son recuerdos, Jeremy. Recuerdos -. que había borrado. Y después, de golpe, en el sueño ha aparecido un perro después, enorme, negro, con el morro manchado de sangre. Ha empezado a perseguirme. Me he despertado poco antes de que me mordiese… y me ha parecido oír unos perros que ladraban en el jardín, justo debajo de la ventana de mi cuarto. Jeremy le tomó la mano. Estaba fría en comparación de la suya. Aelita se sonrojó. -¿Y ahora qué hacemos? –preguntó. ¿Y -Vámonos a desayunar –le respondió él, riendo-. Pero antes tengo que Vámonos . volver un momento a mi cuarto. -¿Para qué?
  • 10. -¡Pues para vestirme! No podemos presentarnos delante de los demás así, ra en pijama… Jeremy y Aelita se arreglaron, fueron a desayunar y luego se dirigieron juntos al patio de la escuela. Allí estaban sus más íntimos amigos, con quienes compartía el extraordinario secreto de Lyoko, con quienes secreto hablaban por la noche cada vez que no lograban conciliar el sueño. Los amigos junto a los que crecer parecía menos difícil. Odd Della Robbia, con el chándal de hacer gimnasia y su absurdo peinado rubio brotando de su cabeza como una llamarada. Ulrich Stern, delgado y musculoso, apoyado o contra una columna. Y Yumi Ishiyama, con el cabello corvino y totalmente liso cayéndole sobre la pálida cara y los ojos rasgados, vestida tan de negro como siempre. Yumi, la única del grupo que no vivía en la residencia de estudiantes, sino en una casa no muy lejos de allí, con su hermano y sus padres, estaba metiendo unas monedas en la máquina de café mientras Odd y Ulrich, que estaban detrás de ella, soltaban unas risitas divertidas y confabulad confabuladoras. -¿Y bien? ¿Qué es lo que pasa, que es tan tronchante? –les preguntó Jeremy ¿Y les al acercarse al trío junto con Aelita. -¡Pff! -respondió Odd en medio de una carcajada contenida . Nada, nada, respondió contenida-. sólo que Sissi… Ulrich… Ey, pero qué caras de cansancio traéis. ¿Os han dado las tantas? -Esta noche también he tenido pesadillas –se apresuró a explicar Aelita. Esta se Yumi trató de tranquilizarla. -Es por culpa de la habitación secreta de La Ermita. El vídeo de tu padre te Es ha alterado. La muchacha sacó su capuchino de la máquina expendedora y revolvió el azúcar con una cucharilla de plástico. Era la más alta del grupo. Le sacaba un palmo largo a Ulrich. Pero era tan delgada y esbelta que ha un desconocido le habría resultado imposible imaginársela como una guerrera. Y sin embargo lo era, y de armas tomar. Fuerte y combativa. Ulrich no pudo por menos que mirarla disimuladamente. Yumi jamás dejaba traslucir sus emociones, y era bastante taciturna. Justo igual que él. Por eso se encontraban tan bien juntos. Por eso, y tal vez por algo más. Ulrich apartó la mirada.
  • 11. -Ha sido una suerte encontrar ese vídeo. Ahora tenemos indicios, y una Ha nueva pista que seguir – –comentó. -Todos tenemos malos sueños, Aelita –confirmó Odd-. Basta con no darles Todos . demasiada importancia. Y además, ahora tenemos clase de Historia: tenemos ¡perfecta para echarse una buena cabezadita! -No digas chorradas, Odd –lo acalló Ulrich-. Será mejor que nos pongamos No . en marcha, o se nos va a hacer tarde. -Yo también tengo que salir pitando: control de mates –lo secundó Yumi, Yo lo que era un año mayor que los otros e iba a otro curso. e -¡Hasta luego, entonces! –se despidió de ella Ulrich con una sonrisa. ¡Hasta se Ulrich, Odd, Jeremy y Aelita llegaron al aula con cinco minutos de retraso y se abalanzaron adentro mientras la profesora estaba cerrando la puerta. Pero se detuvieron, petrificados ante la corpulenta figura del director Delmas, que los observaba con una mirada severa desde detrás de los cristales de sus gafas. -¿Qué horas son éstas de presentarse? ¿Qué Jeremy trató de explicar algo, y luego se volvió hacia Odd y se dio cuenta luego de que su amigo parecía paralizado. Pero no estaba mirando en dirección a Delmas. Contemplaba a otra persona que se encontraba junto al director. Una chica. No era muy alta. Llevaba el pelo rubio muy corto, y tenía un tono de piel dorado y unos enormes ojos de color azul celeste. No era del colegio: Jeremy se habría acordado sin lugar a dudas de ella. Y parecía ser que Odd había quedado tocado y hundido desde el primer vistazo. -Della Robbia, ¿a qué está esperando p sentarse? –lo despabiló el Della para lo director con su autorizado tono . Venga, todos a vuestros sitios. tono-. Los muchachos se colocaron en sus pupitres, y la profesora se sentó tras su escritorio, sobre la cátedra. Delmas se aclaró la garganta, como solía hacer antes de un anuncio oficial. -Bueno –arrancó-, lamento que no haya conseguido llegar hace una , semana, cuando empezaron las clases, pero más vale tarde que nunca, ¿no es cierto? De todas formas, chicos, me alegra presentaros a una nueva compañera que desde hoy asistirá a nuestra escuela: Eva Skinner. asistirá -Encantada –murmuró la muchacha mientras miraba fijamente a un punto murmuró imaginario en lotananza.
  • 12. -¡Yo sí que estoy encantado! –gritó al segundo Odd, un pelín demasiado ¡Yo gritó fuerte en medio del silencio de la clase. Todos se echaron a reír, y el muchacho se sonrojó de los pies a la cabeza. charon No pararon hasta que el director hizo un gesto imperativo para que se callasen. -Estoy seguro de que estás realmente encantado, Odd. Gracias por Estoy compartirlo con todos. Pues bien, Eva acaba de llegar con sus padres de los Estados Unidos. ¿De qué ciudad, en concreto? La muchacha miró fijamente al director, sin responderle. -Tal vez aún no entiende bien nuestro idioma –dijo Delmas mientras Tal dijo sonreía con indulgencia ¿De dónde vienes, Eva? –le preguntó, recalcando indulgencia-. untó, muy despacio las palabras. -Estados Unidos –respondió Eva sin mirarlo. respondió Hablaba en francés con un acento muy extraño. Jeremy observó a Odd, que estaba mirando sin parpadear a Eva, embobado, con la boca entreabierta y una expresión de besugo estampada en el rotro. Ulrich, que era su compañero de pupitre, tuvo que darle un codazo en las costillas para traerlo de vuelta al mundo real. -Bueno –prosiguió el director , supongo que ya nos hablarás de tu ciudad prosiguió director-, más adelante –luego volvió a dirigirse a la clase-. Mientras tanto, quiero luego . que todos vosotros acojáis a Eva con entusiasmo. No va a dormir en la residencia, ya que sus padres viven a poca distancia de aquí, pero recordad que hoy ha llegado una nueva amiga dispuesta a emprender un largo viaje… Odd se fijó en que Jeremy lo estaba mirando, y alzó los ojos al cielo, mimando con los labio <<¡Es preciosísima!>>. -… en fin, ayudadla a integrarse y dadle una calurosa bienvenida. Señor … Della Robbia… no demasiado calurosa, señor hágame el favor. Otra carcajada general. Grigory Nictapolus no había limpiado: no le había dado tiempo. Pero de todas formas el salón ya había cambiado de aspecto. En el suelo de los obreros habían echado únicamente, muchos años antes, una capa de cemento crudo en la que ahora se rebozaban sus dos se perros. Aníbal y Escipión se disputaban un enorme pedazo de carne, arrancándole tiras con los colmillos.
  • 13. Grigory había montado el equipo, e incluso había conseguido dormir un par de horas. Ahora de las paredes colgaban manojos de cables eléctricos sujetos con cinta aislante negra. Apoyados sobre el suelo había dos grandes monitores de cuarenta y dos pulgadas cada uno fabricados en China. A su alrededor tenían otras diez o doce pantallas más pequeñas. Además había instalado dos antenas parabólicas sobre el tejado de tal forma que no fuesen visibles desde la calle, y otras dos antenas más pequeñas dentro de la casa. Y luego una CB, una antena de Banda Ciudadana, típica de los radioaficionados, de baja frecuencia. Y también un escáner de frecuencias para interceptar las transmisiones de los coches patrulla de la policía, un ordenador conectado a los monitores, otros dos ordenadores desconectados de la intranet… y la conexión a internet, por supuesto. De todo lo que se había traído en la camioneta sólo quedaban tres cajas aún precintadas. Dos de ellas estaban llenas de cámaras de vídeo y micrófonos espía telefónicos y ambientales. La tercera tenía estampillada la marca de un fénix verde, y guardaba en su interior la Máquina, su valioso archivo de tarjetas de memoria. Grigory acarició con la mirada la caja de cartón y se sirvió una taza té. Usaría la Máquina sólo a su debido tiempo. El fusil automático, por su parte, estaba tirado sobre una alfombra, , junto al teclado del ordenador principal. Fusil de asalto XM8, un prototipo del ejército estadounidense que nunca entró en producción. Un bicharraco de arma. Grigory no creía que le fuesen a hacer falta armas para llevar a cabo la operación, pero lo ayudaban a concentrarse. Se sentó sobre la alfombra y reactivó el ordenador, que estaba en reposo. Los altavoces retumbaron con el sonido de la voz de una muchacha: <<… recuerdos que había borrado. Y después, de golpe, en el sueño a aparecido un perro enorme, negro, con el morro manchado de sangre. Ha empezado a perseguirme>>. Grigory no necesitaba consultar el expediente para reconocer aquella voz: Aelita Stones, alias Aelita Hopper, alias Aelita Schaeffer. Un perro. Así que la niña había conseguido oír a sus cachorritos. Tenía que acordarse de poner más ciudado. La grabación hizo una pausa. Dos o tres segundos. <<Vámonos a desayunar>>. Otra persona. El programa de reconocimiento hizo aparecer una imagen en el monitor: Jeremy Belpois.
  • 14. El micrófono direccional funcionaba bien, pero su radio de acción era demasiado limitado. En veinticuatro horas la habitación de la chiquilla estaría cubierta al cien por cien. El hombre ya había terminado de beberse su té cuando en la pantalla principal apareció una ventana negra: Llamada confidencial con encriptación activa. Nivel de seguridad 1. ¿Aceptar? a. Grigory aceptó, y en las dos pantallas gemelas apareció el busto de un hombre. Llevaba una chaqueta gris, una camisa blanca con las puntas del cuello largas, al estilo de los años setenta, y una corbata azul oscuro. En la solapa de la chaqueta llevaba una insignia que representaba un pájaro. Un fénix verde, el símbolo de Green Phoenix. Era su jefe: Hannibal el Mago. El Mago jugueteaba con el ratón de su ordenador, haciendo tintinear contra él los anillos que le cubrían los dedos. Su rostro estaba a oscuras, y un gran sombrero de ala ancha escondía sus ojos y la mitad de su cara. Lo único que se lograba entrever era una mandíbula cuadrada y una boca ancha, entreabierta en una media sonrisa que dejaba adivinar dos dientes de oro en lugar de los caninos. -Buenos días, Grigory. -Buenos días, señor. La voz del Mago sonaba profunda, distorsionada y falseada por los instrumentos electrónicos. Por mucho que trabajase con aquel sonido, Grigory sabía que jamás obtendría una señal de audio identificable. audio -¿Ha tenido un buen viaje? ¿Ha -La base ya es operativa, señor –le respondió Grigory-. Cuento con colocar La . todos los aparatos de aquí a mañana, incluidos los del chalé. El Mago chasqueó los labios. -Excelente. Pero tenga en mente que la vigilancia es tan sólo uno de sus Excelente. vigilancia objetivos. Ahora que la señal procedente de la academia Kadic vuelve a estar activa, es absolutamente prioritario recopilar nueva información. -Sí, señor. Grigory redujo la imagen de su jefe a una pequeña porción de la pantall y pantalla empezó a rebuscar entre los expedientes digitales. -¿Tiene alguna preferencia, señor? ¿Por quién quiere que empiece? ¿Tiene -Eso no es un asunto de mi incumbencia, Grigory –pese a su distorsión, Eso pese ahora la voz del Mago parecía más fría y distante . Únicamente m interesa distante-. me que nuestro proyecto dé pasos adelante. Quiero papeles con la firma del profesor. Quiero códigos.
  • 15. -Sí, señor. -Pero sobre todo quiero tener la confirmación de que ese famoso Pero superordenador existe de verdad. La traición de hace diez años por part parte del agente en el que más confiábamos fue un duro golpe. Y yo tengo la intención de tomarme mi revancha. ¿He sido bastante claro? -Como el agua, señor. En una ventana de la pantalla había aparecido un chiquillo con el pelo rubio de punta y un perro ridíc ridículo en el regazo. Detrás de él había dos adultos con un aspecto desagradablemente feliz y satisfecho. Un nombre parpadeó bajo la foto: Odd… -Della Robbia. Empezaré por ellos, señor. Della El Mago le respondió con una risa tan rechinante como un graznido. 2 El expediente de Waldo Schaeffer Odd se metió la cuchara en la boca. Líquido caliente. Tragó. Ulrich le dio una palmada en el hombro. -Oye, pero ¿eso no es sopa de verdura? Oye, -Mmm –asintió el muchacho con expresión ausente. Otra cucharada. asintió -Pero ¡¿qué haces?! –se entrometió Yumi, sorprendida. se Ulrich se encogió de hombros: Odd debía de haberse vuelto loco… ¡siempre había odiado la verdura! En realidad la mirada de Odd andaba perdida más allá del plato que tenía delante de él, más allá de la mesa, más allá de sus amigos. Para ser exactos, andaba perdida por el otro extremo del comedor del Kadic, donde Eva Skinner acababa de acercarse al mostrador de autoservicio. Tras unos instantes de incertidumbre, Eva cogió una bandeja, imitando a los demás imitando muchachos, pero se saltó por completo los cubiertos y los vasos. Llegó ante la cocinera, una mujerona sonriente con un inmenso delantal blanco. -¿Verdura hervida o patatas fritas? ¿Verdura La muchacha la miró fijamente, sin responder. -¿Va todo bien? –preguntó la cocinera. preguntó
  • 16. -Pero, ¿qué está haciendo? –comentó Ulrich, que también estaba siguiendo Pero, comentó el desarrollo de la escena . ¿No ha estado en un comedor del colegio en su escena-. vida, o qué? -¿Qué más da? –murmuró Odd con aire soñador . Es preciosísima. murmuró soñador-. -La chica nueva parece estar en apuros –comentó Sissi al tiempo que ica comentó aparecía detrás de ellos. Según algunos, Elizabeth (alias Sissi) Delmas era la chica más guapa de la escuela. Según todos, se trataba sin duda alguna de la más antipática, aunque era intocable, ya que su padre era el director. Como siempre, Sissi había entrado en el comedor escoltada por sus dos pretendientes, Hervé y Nicolas. La muchacha se dirigió inmediatamente hacia la recién llegada. Sissi cogió una bandeja y le puso encima el tenedor y un vaso, vaso, tendiéndoselo a Eva con una sonrisa maliciosa. -¿Ves? –gritó después para que todos la oyesen . No es tan difícil. Ahora gritó oyesen-. puedes pedir lo que quieres, y luego te sientas y comes. Tienes que usar estas cosas. Se llaman cu-bier-tos. Puedo tos. enseñarte cómo funcionan… Pobrecita, a lo mejor no los habías visto nunca en América. Hervé y Nicolas se partieron de risa. -Eres muy amable –dijo Eva, esbozando una sonrisa angelical Eres una… dijo angelical-. ca-ma-re-ra, ¿correcto? ¿Podrías coger mi almuerzo y llevármelo a la ra, mesa? Un poco de esas cosas verdes, y también una rebanada de eso otro. Gracias. Sissi se retorció de rabia. -¿Camarera yo? ¡¿Cómo te atreves?! ¿Camarera Odd, Ulrich y los demás empezaron a reír a carcajada limpia, sin el menor tacto. Sissi se alejó dando zancadas, furib furibunda. -¡Pero todavía tenemos que comer! –protestó Nicolas. ¡Pero -A mí se me ha quitado el hambre –le espetó ella, dejándolo helado. A le Mientras los tres hacían mutis por el foro del refectorio, Ulrich metió un currusco de pan en la boca de Odd, que estaba abierta de par en par. -¡Vaya, vaya! –comentó . Menudo carácter que tiene tu nueva amiga, ¿eh? comentó-. La habitación de Jeremy era una de las pocas individuales que el colegio reservaba para chicos. Totalmente desnuda a excepción de un enorme póster de Einstein que colgaba sobre la cama, estaba ocupada en su mayor colgaba parte por un gran escritorio.
  • 17. En otra época la mesa había estado ocupada en sus tres cuartas partes por el ordenador de Jeremy, siempre conectado con el superordenador de la fábrica abandonada. Pero desde que Lyoko había desaparecido para Lyoko siempre, el muchacho había renunciado prácticamente a la informática, y lo había guardado todo en una caja al fondo de su armario. Había sido su forma de darle carpetazo de una vez por todas a la desaparición de aquel mundo virtual, y también de manifestar ese luto de forma visible. Ahora ual, sobre su escritorio había una tele, el portátil para navegar por internet algunos libros y revistas. -Estoy preocupado por Aelita, chicos –suspiró Jeremy. Estoy Se habían reunido todos en su cuarto. Yumi y Ulrich, sentados en el suelo con las piernas cruzadas. Odd jugueteaba con Kiwi, su bull terrier, un perrillo cascarrabias y pelón que tenía un hocico desproporcionadamente grande respecto al resto del cuerpo y saltaba una y otra vez sobre la tripa d de su amo con cara de estar bastante satisfecho. -Bueh, en el fondo no son más que pesadillas –trató de quitarle hierro Odd. Bueh, trató -Son algo más que pesadillas. Aelita también ha tenido sueños particulares Son en el pasado, ¿os acordáis? Podrían ser una pista para encontrar a su madre. Sabemos que la raptaron, pero no tenemos ni idea de quién lo hizo. Ni de dónde se encuentra ahora. -Ha pasado un montón de tiempo, Jeremy –le Ha hizo notar Yumi-. Aelita era muy pequeña por aquel entonces. Ni si quiera . se acuerda de su madre. Después de todos estos años, Anthea podría estar… -No lo sabremos nunca si no la encontramos –la cortó Jeremy- ¡Y No -. deberíamos descubrir más sobre el profesor Hopper! Cada vez que tenemos algo de información nueva acerca de él, las cosas parecen volv volverse más y más complicadas. Por ejemplo, ¿por qué creó Lyoko? ¿Y por qué nos ayudó a destruirlo después? -Me parece obvio: X.A.N.A. –objetó Ulrich-. Si no hubiésemos Me . desactivado Lyoko, habría podido conquistar nuestro mundo. -Pero… -Jeremy extendió los bra Jeremy brazos, exasperado- ¡X.A.N.A. también lo inventó el profesor Hopper, a fin de cuentas! Y además, pensad un poco: ¿hasta cuándo podremos fingir que Aelita es prima de Odd? Durante las vacaciones la policía estuvo a punto de descubrir la verdad, y en esa ocasión nos salvamos por un pelo. Pero antes o después alguien se pondrá a n
  • 18. verificar sus datos, o bien llamará a los Della Robbia, que le contarán que la primita Aelita Stones no ha existido jamás. Odd dejó a Kiwi en el suelo y levantó el rostro. -Jeremy, corta el rollo. Tú ya tienes algo rondándote por la cabeza del estilo plan infalible o algo así. Se te ve en la cara. -Más o menos –confirmó el muchacho, sonriente. Luego se colocó las gafas confirmó sobre la nariz-. Bueno, sabemos que en 1988 Hopper se escondió aquí, en . Kadic, con Aelita, y que durante cierta época fue profesor de Ciencias en nuestra escuela. -Así que tu intención es… -dijo Odd mirándolo con malos ojos. Así dijo -Hablar con quien ocupó su puesto, por ejemplo. Es decir, la profesora Hablar Hertz. Ella fue quien sustituyó a Hopper, y puede que sepa algo. Ulrich suspiró. -La Hertz es una tía demasiado seria y tranquila. ¡¿Qué podría saber una tía La así de secuestros, mundos virtuales y agentes secretos?! -No tenemos otra opción, chicos –contestó Jeremy mientras negaba con la No contestó cabeza. La luz de la tarde fue posándose poco a poco sobre el parque que se extendía frente a la academia Kadic, y las sombras de los árboles se alargaron, reptando hacia los edificios de la escuela. Hacía frío, y la nieve todavía se amontonaba cubriendo los pequeños viales y llenando los huecos entre los arriates. Aelita se encontraba sola, sentada en un banco, y deslizaba entre sus dedos el colgante de oro, uno de los pocos objetos que la unía a su padre, Waldo Schaeffer en los documentos oficiales, y Franz Hopper en el colegio. Franz Cuántos nombres poblaban sus recuerdos. Nombres que le hablaban de muchas vidas en una sola: la suya. El colgante era un disco plano sujeto por una sencilla cadenita de oro. Sobre la superficie estaban grabadas una W y una A mezcladas con el dibujo de un mezcladas nudo marinero. Aelita había investigado un poco, y había descubierto que aquel nudo se llamaba <<de pescador doble>>. Solía utilizarse para atar entre sí dos cuerdas distintas, y cuanto más se tiraba de ambas cuerdas para deshacer el nudo, más se apretaba éste. Tenía un significado bien concreto: En realidad aquel colgante no había resultado suficiente para mantenerlos juntos. Su padre y su madre llevaban ya casi veinte años separados el uno
  • 19. de la otra. La muchacha sacudió la cabez como para sacarse de encima cabeza, un pensamiento que se le había enganchado al cerebro. No, la verdad era que su madre y su padre seguirían alejados para siempre. Él había muerto, y mamá… -¿Por qué lloras? Eva Skinner tenía una sonrisa particular, que parecía cohibida y distante al parecía mismo tiempo. Aelita se enjugó las lágrimas con la manga de la chaqueta. Eva acababa de llegar a Kadic, y todo debía de ser nuevo para ella. Aquella tarde llevaba sólo un ligero jerseicito de algodón, y sin embargo no parecía notar el frío que hacía. -No es nada –respondió tímidamente Aelita mientras se escondía su respondió preciada cadenita bajo la camiseta. -Si lo prefieres, puedo irme –dijo Eva. Si -No, quédate –le pidió Aelita mientras negaba con la cabeza , no me le cabeza-, molestas. Y además, es inútil perder demasiado tiempo llorando… Hoy te inútil he visto en el comedor, ¿sabes? –añadió poco después, al ver que su nueva añadió compañera ya no habla-. Con Sissi. No tienes que preocuparte por ella, -. siempre va de prepotente. -No me importa –dijo Eva Sé que es porque soy <<la nueva>>. dijo Eva-. que -Sí –sonrió Aelita-, te entiendo muy bien. , En realidad ella no era <<la nueva>> para nada: ya había estudiado en Kadic muchos años atrás. Pero luego pasó lo de Lyoko, y ella ya no había vuelto a crecer. Y una vez regresó al mundo real, todo le había parecido tan real, extraño… <<Extranjero>> era la palabra adecuada. Aelita se sintió cercana a Eva, y se dio cuenta de pronto de que le francés de la muchacha era mucho mejor respecto a aquella mañana. Parecía como si Eva conociese más palabras, y su curioso acento también era menos pronunciado. Debía de ser una chica avispada. Aprendía muy deprisa. Aelita le tendió la mano. -Si te hace falta algo, no te lo pienses dos veces: cuenta conmigo. Si Y quería decir <<¿Amigas?>> -Lo haré –sonrió Eva, estrechándole la mano. Y quería decir <<Amigas>>. Para llevar a cabo su plan, Jeremy esperó hasta las seis de la tarde, cuando la profesora Hertz se encerraba
  • 20. puntualmente en su estudio para corregir los últimos deberes de sus alumnos. El despacho de la profesora de Ciencias recordaba un poco el laboratorio de un alquimista: era pequeño, y estaba abarrotado de objetos curiosos que ocupaban el escritorio y la librería, pero también el suelo y el alféizar de una ventana. Había pilas de Volta y alambiques, series ordenadas de probetas llenas de componentes químicos, sextantes y oscilógrafos. La profesora era una mujer menuda y delgada, con unas enormes gafas redondas y una melena de pelo gris y rizado que le caía en desorden hasta la altura de los hombros. Como siempre, llevaba una bata de laboratorio encima de la ropa, y cuando Jeremy se presentó a su puerta estaba consultando una montaña de apuntes. -¡Jeremy! –exclamó al darse cuenta de su presencia-. ¿Qué haces aquí a estas horas? ¿Algún problema con el estudio acerca de las céculas? El muchacho buscó con la mirada un espacio despejado en el que sentarse. No lo encontró. Al final se sentó sobre los ejemplares de 1998 a 2004 de Scientific American, que estaban apilados formando un voluminoso cubo justo delante del escritorio. Carrapeó, sin saber muy bien por dónde empezar. -Vreá, profesora… ejem. En realidad estaba buscando información sobre el profesor de Ciencias que enseñaba en Kadic antes que usted: Franz Hopper. Herz alzó los ojos de sus papeles, y Jeremy comprendió que ahora tenía toda su atención. Pero inmediatamente se dio cuenta de que la profesora no estaba en absoluto entusiasmada con aquella petición. -¿Por qué te interesa? –le preguntó, fingiendo indiferencia. -Por nada –trató de quitar hierro él-. En la biblioteca de la escuela me he topado con un libro del profesor Hopper, una introducción a los principios cuánticos… -…aplicados a la informática. Sí, conozco ese texto. Pero me parece demasiado difícil para un chico de tu edad. En el interior de Jeremy saltó una señal de alarma: si la Hertz conocía aquel libro, ¿estaba tal vez interesada en los ordenadores cuánticos? ¿Sabía que Hopper había construido uno en la vieja fábrica, bien cerca de la escuela? El muchacho estaba decidido a no dejar que se le escapase esa ocasión. -La figura del profesor Hopper ha despertado mi curiosidad. Quiero decir, enseñaba aquí, en nuestra escuela. ¿Usted lo conoció? -Sí. No… De vista. Empecé a enseñar en Kadic justo después de que él abandonase su cátedra. -Pero, si no me equivoco, por aquel entonces usted, aunque no enseñase aún, era de todas formas ayudante de laboratorio. –insistió Jeremy-. Trabajó aquí con el profesor durante al menos tres años, ¿no es así?
  • 21. -Jeremy –lo interrumpió la Hertz, que estaba lo perdiendo la paciencia-, ¿estás tratando de hacerme una especie de -, interrogatorio? Sí, hace unos diez años era la ayudante del laboratorio de química, pero el profesor Hopper no estaba muy interesado en esa disciplina. Lo habré visto en un par de ocasiones, nada más. Y eso es todo. Jeremy se limitó a asentir, poco convencido. Aquella historia olía a mentira podrida. -Pero –volvió a la carga ¿usted sabe por qué se fue, profesora? En 1994 volvió carga- abandonó la escuela, y luego parece como si se hubiese esfumado por completo… -Lo lamento, pero no tengo ni la menor idea de todo eso –lo interrumpió mento, lo ella-. Y en cuanto a ti, en vez de ponerte a pensar tanto en la física cuántica, . harías bien en concentrarte en la biología: espero que para mañana tengas listo tu estudio sobre las células. Puedes irte. El muchacho se levantó, tropezó con un enorme electroimán y a punto estuvo de tirar por los suelos las revistas sobre las que había estado sentado. Nunca le había pasado que la profesora lo despachase con cajas tan destempladas, ni de una for tan expeditiva y evasiva. forma Al salir entornó la puerta del despacho hasta casi cerrarla. El pasillo estaba desierto. No había profesores en la costa. Después de todo, era casi la hora de cenar. Permaneció inmóvil, apoyado contra la pared y con la oreja apuntando hacia la puerta, que aún estaba abierta. untando Oyó cómo la profesora soltaba un largo suspiro, descolgaba el teléfono y marcaba un número. -¿Señor director? Soy Susan Hertz. Acaba de pasar por aquí Jeremy ¿Señor Belpois –una pausa-. Quería información sobre Franz Hopper. Sí, gracias. . Ahora mismo voy a su despacho. Jeremy salió corriendo. Aquella mancha en la pared le recordaba algo familiar. Odd trató de concentrarse, echado panza arriba en su cuarto. Ah, eso era… Un corazón. La boca de Eva Skinner. Buf. Tenía que dejar de pensar en ella y hacer un esfuerzo por estudiar: al ía día siguiente tenía un control de francés, y todavía no había abierto el libro. Agarró el manual de literatura, que estaba tirado boca abajo en el suelo, mientras Kiwi le mordisqueaba la cubierta. El perro ladró, protestando por cubierta. el robo de su piscolabis.
  • 22. -Anda, no seas perro –rezongó Odd Luego te saco afuera. rezongó Odd-. Empezó a leer. Stendhal fue el escritor más importante del período Eva Skinner. Su obra Eva quiere a Odd fue sin duda alguna la Eva Skiner… Mmm, no. Eso no iba nada bien. Kiwi volvió a ladrar. -¡Aj! ¡¿Quieres estarte callado, por favor?! – ¡Aj! cerró el libro de literatura y lo arrojó contra el perro. Kiwi soltó un gañido y salió disparado por la puerta de la habitación. -¡Ey! –se sobresaltó Odd . ¿Adónde demonios vas, chiquitín? No puedes… tó Odd-. Echó a correr hacia el pasillo, descalzo, y vio cómo Kiwi se lanzaba escaleras abajo para después seguir, al trote cochinero, en dirección al jardín. -¡Quieto parao! –gritó el muchacho dirigiéndose al perro. <<¡Menudo gritó perro. desastre, como lo vea alguien!>>, pensó. En Kadic estaba prohibido tener animales. Él ocultaba a Kiwi desde hacía casi tres años, pero el peligro se hallaba siempre al acecho. -¿Qué pasa, Odd, has perdido las zapatillas? –le preguntó Sissi, sacando la ¿Qué le cabeza por la puerta de su cuarto. -Sí, creo que se han fugado junto con tu cerebro. Mira, si por casualidad los Sí, encuentras por ahí, no dejes de avisarme –le respondió. Y sin perder un le segundo más salió escopeteado del edificio. En el parque el sol ya se había hundido del todo tras los edificios, y empezaba a hacer más bien frío. Odd corrió en dirección al campo de fútbol. Seguro que Kiwi había atajado por allí. Sólo que el campo de fútbol estaba cerca del gimnasio. Y el gimnasio era el reino de… -¡Jim! ¡Ay, demonios! – –masculló Odd. Jim Morales era mucho más joven que el resto de los profesores. Casi todos los alumnos lo tuteaban, y lo trataban más como a un compañero mayor que como a un docente. No era antipático. Siempre que uno no lo irritase. Tenía una complexión achaparrada y robusta, y simpre iba en chándal, lo que resultaba bastante normal, ya que era el profesor de Educación física. Llevaba el pelo recogido con una cinta elástica, y en uno de sus pómulos tenía perennemente una tirita, lo que, en su opinión, le otorgaba cierto que, aspecto de luchador. En opinión de Odd, como mucho hacía que pareciese un lelo que se había cortado al afeitarse. Pero eso jamás se lo habría dicho a la cara. Jim estaba inclinado sobre Kiwi, acariciándole la barriga.
  • 23. -Ey, perrito bonito, ¿qué andas haciendo tú por aquí? ¿Te has perdido? Ey, En el mismo instante en el que vio a Odd, el perro dio un brinco sobre sus patitas y corrió hacia él. El muchacho lo cogió en brazos. -Pórtate bien, Kiwi –murmuró En menudo lío me acabas de meter… murmuró-. as -¡Él no ha hecho nada de nada! –replicó Morales, abalanzándose sobre el ¡Él replicó muchacho-. De hecho, es un perrito bien simpático. Tú, por el contrario, . sabes muy bien que no está permitido tener animales en el internado. -Pero… -Odd se encogió de hombros- ¡si no es mío! ¡No tengo ni la menor Odd idea de por qué hace como si me conociera! Kiwi le lamió la cara. El profesor sonrió con sarcasmo. -Lo veo, lo veo. Y sin embargo, ¡quién sabe Lo por qué misteriosa razón lo has llamado por su nombre! Ahora nos vamos a ir juntitos a tu habitación, vamos a dejar allí el perro y te vas a venir conmigo a hacerle una visitilla al director. ¿Qué te parece? Será él quien decida el castigo que te mereces. En el gimnasio, Yumi y Ulrich se estaban entrenando en sus llaves de Kung-fu, y Aelita los observaba desde una esquina mientras escuchaba algo fu, de música. Cuando Jeremy entró, Yumi aprovechó el instante de distracción de Ulrich y lo agarró de la camiseta con un movimiento sorpresa. En un segundo ambos acabaron en el suelo, metamorfoseados en un ovillo de brazos y suelo, piernas. Se quedaron mirándose fijamente durante unos instantes, y luego volvieron a levantarse. Los dos tenían la cara al rojo vivo, y no era sólo por el esfuerzo del entrenamiento. -¿Y bien? –le preguntó Ulrich a Jeremy al tiempo que se masajeaba un le hombro entumecido. Aelita se quitó los auriculares y apagó su lector de mp3. Después observó a sus dos amigos con una expresión interrogativa. -Y bien, ¿qué? -Bueno… -Jeremy empezó a sentir un sudor frío recorriéndole la espalda Jeremy recorriéndole espalda- esto… sé que debería habértelo dicho… pero nos pareció que… en fin… -Ha ido hablar con la Hertz –intervino rápidamente Yumi para echarle un Ha intervino cable- para pedirle información sobre tu padre. Nos pareció que podría ser una buena manera de descubr alguna pista… descubrir -¿Y tú, Jeremy –Aelita le lanzó una mirada al muchacho , no me has dicho Aelita muchacho-, nada? Un millón de gracias.
  • 24. Jeremy tragó saliva. A lo mejor, excavando en el parque de linóleo del gimnasio, podía conseguir que se lo tragase la tierra, desaparecien para desapareciendo siempre en su ardiente núcleo, que seguro que sería menos incómodo que la situación en la que ahora se encontraba. Podría intentarlo. -Ha sido muy, pero que muy… -de repente cambió de tono- majo por tu Ha parte. Gracias –y le estampó un beso en la mej y mejilla. El corazón de Jeremy perdió el ritmo durante un segundo. -Estoy oyendo algo de ruido ahí fuera –masculló Ulrich. Estoy -Sólo es Jim –suspiró Yumi , que anda dando voces, como de costumbre. suspiró Yumi-, -De todas formas, será mejor que echemos un vistazo: me ha parecido oír De también la voz de Odd. Vosotros seguid sin mí. El muchacho corrió afuera, pero el profesor ya se había ido. -¡Ejem! ¿Se puede? –preguntó Jim Morales con un tono preguntó sorprendentemente sumiso. El director Delmas lo fulminó con una mirada incendiaria desde el otro lado de sus gafas. -Jim, deberías aprender a llamar antes a la puerta –dijo. Jim, -Eeh, claro, le pido disculpas. Odd se asomó desde detrás de la espalda del profesor. En el despacho del director se encontraba también la profesora Hertz. E incluso más seria que de costumbre. -Señor Delmas –concluyó la mujer , será mejor que por el momento vuelva concluyó mujer-, a mi trabajo. Muchísimas gracias. -De nada. No deje de mantenerme informado. Hasta luego. De Ambos parecían bastante cortados. La profesora salió sin ni siquieras dedicarles una sonrisa de cortesía a Jim ni a Odd, y el director cerró apresuradamente el legajo que tenía abierto sobre su escritorio, una carpeta amarillenta. Pero antes de que Delmas tuviese tiempo de meterla en un cajón, Odd logró leer el nombre que tenía en la cubierta: Waldo Schaeffer. ¡Ése era el enía auténtico nombre de Franz Hopper, el nombre que tenía el profesor antes de refugiarse en Kadic! Odd recordó de repente que Jeremy había prometido que hablaría con la Hertz aquella misma tarde. Su cerebro se puso en marcha: Jeremy habla con la Hertz; la Hertz corre a ver al director; el director tiene un expediente sobre Waldo Schaeffer… Raro, raro, raro.
  • 25. En el ínterin, Jim le había explicado al director el asunto de Kiwi. -¿Y dónde habéis dejado el perro? –le había preguntado Delmas. ¿Y le -En el cuarto del chico. En El director se dirigió a Odd en tono grave. -Tener animales en las habitaciones está terminantemente prohibido. Voy a Tener tener que suspenderte durante unos días. Pero antes vayamos a recoger al perro. Cada paso en dirección al cuarto que compartía con Ulrich volvía a Odd más pequeño e infeliz. Iban a suspenderlo. Había cosas peores en la vida que una semana de vacaciones imprevistas, pero ahora había aparecido Eva. ¿Una chica espléndida entraba en su clase, y a él lo suspendían? ¡Eso no era nada justo! El director le ordenó que abriese la puerta. La vieja habitación desordenada de siempre. Los pósters de artes marciales de Ulrich en su lado del cuarto, y, encima de la cama de Odd, el póster del mítico Harry Metal destrozando su guitarra eléctrica contra un amplificador. El libro de literatura francesa en el suelo. -¿Y bien? ¿Dónde se supone que anda ese dichoso perro? –preguntó el ¿Y preguntó director mientras miraba a su alrededor. Jim se rascó la cabeza, perplejo. Odd sintió cómo la esperanza cecía en su pecho. -Señor –dijo, echándole valor y algo de cara dura , ya le había dicho a Jim dijo, dura-, que ese perro no era mío. -Seguro que anda por aquí… -masculló el masculló profesor de gimnasia al tiempo que abría el armario y los cajones. Ll Llegó incluso a levantar las lamparitas de las mesillas de noche. -Ya está bien, Jim, no seas ridículo. Ponte de pie. Ya -Señor director –protestó Odd , ¡no me puede suspender por culpa de un protestó Odd-, perro que ni siquiera existe! -No es que me fíe de tu palabra –replicó Delmas., pero ya que ese perro no No ó está aquí ahora, saldrás de ésta con dos días de confinamiento. Un profesor vendrá a recogerte al principio del día, y luego volverá a acompañarte a tu cuarto. Te queda terminantemente prohibido salir de aquí. ¿Está bien claro? El muchacho agachó la cabeza. Por lo menos iba a poder ver a Eva en clase. -Sí –murmuró.
  • 26. -Y tú, Jim, ven conmigo. Quiero decirte un par de cosas sobre por qué el Y profesor de gimnasio no tiene que molestar al director por perros que no existen. La contraseña de los ordenadores de secretaría estaba chupada: sissidelmas. El nombre de la hija del director. Jeremy la había descubierto durante la primera semana de su primer año en la escuela. El muchacho encendió su viejo portátil y entró en la base de d datos de la secretaría, empezando por revisar los expedientes del personal docente. Al parecer, la profesora Hertz había sido de verdad ayudante de laboratorio durante los años en los que Hopper daba clases allí, pero el laboratorio en el que lo había hecho era el de física, y no el de química. De modo que la Hertz le había mentido, y era imposible que hubiese visto a Hopper tan sólo un par de veces. Jeremy rebuscó entre los archivos digitales hasta que encontró el expediente sobre Franz Hopper. Tan sólo tenía unos pocos renglones: la tenía fecha en la que se había licenciado y los títulos de algunas de sus publicaciones. Hasta la foto era poco útil: demasiado oscura, prácticamente irreconocible. Se fijó en la última línea del expediente: 6 de junio de 1994, presen su presenta dimisión. Véase la carta adjunta. Pero no había ninguna carta adjunta, y Jeremy estaba seguro de que Hopper jamás la había escrito. Aquél había sido el período en el que el profesor había creado Lyoko, se había llevado a Aelita consigo y se había refugiado en el mundo virtual que el mismo había refugiado inventado. El 6 de junio era la fecha exacta de su desaparición. Jeremy reflexionó. Hopper se había refugiado en Lyoko porque alguien lo estaba buscando. Resultaba obvio que no podía haber presentado una carta de dimisión antes de la fuga: habría sido una señal clarísima de su intención de escapar. De modo que todo era mentira. Pero ¿por qué? ¿Quién había corrido un tupido velo sobre la huída del profesor, y quién lo había ayudado a esconderse en Kadic en primer lugar? Y sobre primer todo, ¿por qué luego Hopper había buscado refugio en Lyoko, cuando sabía que su enemigo, X.A.N.A., se encontraba precisamente allí? Demasiadas cosas sin sentido. Demasiadas preguntas sin respuesta.
  • 27. En ese momento, la bombilla que iluminaba su escritorio estalló con un chasquido seco que lo sobresaltó. El ordenador portátil se apagó y se reinició automáticamente. Jeremy se alejó del teclado con los ojos desorbitados, como si acabase de ver un monstruo. Cortes de corriente. Bombillas que estallan. Parecía igualito a uno de los ataques eléctricos que X.A.N.A. había lanzado en tantas ocasiones en Kadic. Pero eso no era posible: aquella inteligencia artificial había sido destruída, y Lyoko estaba apagado. Así que no debía de ser más que una coincidencia. Jeremy volvió a apagar el ordenador y se echó sobre la cama. Jeremy era un científico. Y no creía en las coincidencias. 3 Kiwi, herido La casa de Yumi se encontraba en un barrio tranquilo, a menos de diez minutos andando de Kadic. Un chalecito pequeño y elegante con un jardín tan cuidado como minúsculo que, según Ulrich, tenía un aspecto un pelín demasiado <<japo>>. Pero ahora el muchacho no tenía tiempo para pensar en las plantas. Tocó el timbre de la entrada mientras trataba de esconder a Kiwi dentro de su chaqueta, y deseó con todas sus fuerzas que los padres de Yumi no es tuviesen en casa. -Ah, eres tú –lo saludó expeditivamente su amiga. -Menudo entusiasmo… -comentó, irónico, Ulrich-. En fin, yo también me alegro de verte. ¿Se puede? ¿Estás tus viejos? -No, estamos solo Hiroki y yo –respondió ella al tiempo que le hacía entrar. Ulrich se quitó las zapatillas antes de pisar el parqué que cubría el suelo de la casa. Los padres de Yumi llevaban ya muchos años viviendo en Francia, per conservaban las tradiciones de su tierra natal. Hasta los huéspedes tenían prohibido llevar zapatos dentro de casa. El muchacho agitó los dedos en los calcetines: tenía la esperanza de que no apestasen después de la carrera que se había pegado.
  • 28. El interior de la casa también estaba amueblado al estilo oriental. Aperte de unas sillas y una mesa de altura estándar, había una mesita más baja con varios cojines a su alrededor sobre los que arrodillarse. Y en las alcobas no había camas, sino futones, esos rse. delgados colchones japoneses, que se ponían directamente sobre los espartanos tatamis, esteras de paja trenzada. En el salón, Hiroki, el hermanito de diez años de Yumi, estaba sentado en el suelo, sobre una montaña de cojines, absorbido por un videojuego. El bre televisor se hallaba a un volumen infernal, y al parecer, todo un ejército de monstruos lo estaba pasando bastante mal. -¿Te importaría bajar eso, por favor? –le gritó Yumi para hacerse oír por ¿Te le encima de aquel caos antes de dirigirse a Ulrich . Bueno, y ¿cómo es que te cima Ulrich-. dejas caer por aquí? -A Kiwi, aquél le pareció el mejor momento para declararle al mundo A entero su presencia. Saltó afuera de la chaqueta del muchacho y fue a parar a los brazos de Hiroki, pero no sin antes haber ensuciado con sus patitas iroki, todo el hermoso parqué del salón de los Ishiyama. Ulrich le echó un vistazo a su ropa: la camiseta y el forro de la chaqueta estaban arañados y empapados de barro. -Oh, diablos… -¿Qué está haciendo ése aquí? se Ulrich lanzó un suspiro. -Cuando he salido del gimnasio, he visto a Jim arrastrando a Odd de una Cuando oreja mientras llevaba a Kiwi bajo el otro brazo. Ese listillo ha conseguido que lo pillen. Así que los he seguido. Jim ha dejado al perro en nuestro cuarto y luego se ha llevado a Odd al despacho del dire. He logrado sacar a Kiwi de ahí por el canto de un duro, y menos mal, porque si no a Odd lo habrían suspendido. -No me has respondido –dijo Yumi mientras ponía los brazos en jarras No dijo jarras-. ¿Qué estás haciendo aquí? do -¡No sabía dónde dejarlo! Tú eres la única de la pandilla que no tiene que ¡No quedarse en la residencia… Así que, como nosotros no podemos quedárnoslo, por lo menos durante un tiempo… me preguntaba si no podrías cuidar tú de Kiwi… ¡sólo un par de días, quiero decir! Hasta que días, las aguas vuelvan a su cauce.
  • 29. -Tú te has vuelto majara, ¿verdad? –la voz de Yumi entró en su oído como Tú la un afilado témpano de hielo . De eso si hablar. ¿Tú sabes la que me hielo-. montarían mi padre y mi madre? Ulrich sintió cómo el enfado le trepaba por la espalda hasta llegarle a la enfado boca. -Vaya, pues nunca me ha parecido que te importe mucho lo que opinasen Vaya, tus padres, Y además, se trata sólo de echarle un capote a Odd. -¡Mira quién habla de padres! ¡Venga, hombre! Y de todas formas, la ¡Mira respuesta sigue siendo no. -¡Ey, ey, ey! Tranquis los dos – entrometió –se el pequeño Hiroki-. De Kiwi me ocupo yo. ¡Es mi amigo! . El perro confirmó sus palabras dándole un lametón en la cara. -Ya te he dicho que ni hablar –lo regañó Yumi. Ya Ulrich la ignoró, inclinándose hacia Hiroki. -Muchísimas gracias, pequeño. Odd te estará eternamente agradecido – Muchísimas luego se dirigió de nuevo a ambos . Vale, entonces ya está la cosa ambos-. arreglada. Ahora lo siento, pero tengo que pirarme. Se dio media vuelta de inmediato y salió pitando, dando saltitos por el pitando, sendero del jardín mientras se iba poniendo las zapatillas. Sus padres. Yumi no debería haber sacado a relucir aquel asunto. Hacía un montón de tiempo que Ulrich no se llevaba bien con los suyos. Especialmente con su padre, un tipo chapado a la antigua, demasiado severo. Por supuesto, habría estado muy bien resolver las cosas, volver a los viejos tiempos, cuando la suya aún era una familia unida y no había una tensión constante en casa. Pero a esas alturas aquella posibilidad p parecía un espejismo. Echó a correr hacia Kadic a toda velocidad, tratando de no pensar en eso. No tenía ganas de pensar en nada. Una foto de Ulrich. Sonría y tenía los ojos entrecerrados por culpa del fuerte sol que le daba en la cara. La foto, pegada en la página de un diario, estaba enmarcada con dibujos de florecitas. Yumi suspiró y se colocó mejor sobre la cama. Había cerrado la puerta con llave. No quería que Hiroki supiese que llevaba un diario. Ni que dibujaba florecillas en sus páginas. Se habría burlado de ella por los siglos de los burlado siglos. Pasó página. Había un esbozo de Ulrich tal y como aparecía en Lyoko, con su ropa de samurái: una cinta blanca sobre la frente, un elegante quimono
  • 30. de batalla y su catana, la larga espada de los guerreros japones a un lado japoneses, de la cintura. La primera vez que se había materializado en el mundo virtual, Yumi había descubiertos que ambos vestía ropa tradicional japonesa. De hecho, ella asumía el aspecto de una geisha, con su maquillaje de rigor y su quimono tradicional, sujeto por la espalda con una amplia faja tradicional, obi. Fue hasta el principio del diario, donde había unas pocas notas garabateadas. La descripción de su primer encuentro. Estaba en el gimnasio, en un entrenamiento de artes marciales, y he peleado contra un tal Ulrich. Se mueve bien, y con una agilidad increíble. Podría convertirse al en un experto en pocos años. Al final lo he derrotado. Ha estado bien. Yumi volvió a suspirar. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? Avanzando en el diario empezaban los problemas. Y los problemas se llamaban problemas. William Dunbar. William tenía la misma edad que Yumi, y se había enamorado de ella a primera vista, aunque ella… Ella, ¿qué? La muchacha sacó de debajo de su almohada el reproductor de mp3 y se puso los cascos. Eligió una lista de reproducción con canciones lentas y se lista echó con los ojos cerrados y el diario sobre la tripa, dejando que las notas se llevasen con ellas, muy lejos, las preocupaciones. Imágenes de ella, de Ulrich, de William en bañador. Ulrich salvándole la vida durante una de durante sus incontables batallas en Lyoko. William con una expresión cruel en el rostro, aquella vez en que X.A.N.A. se había apoderado de su mente y el mucho había tratado de matarla… ¡PUMMM! La muchacha se puso en pie de un salto, chillando del sussusto. -Oye, ¿estás bien, Yumi? –se informó poco después la voz de Hiroki desde Oye, se el otro lado de la puerta cerrada. -S-si. No te preocupes, yo… si. Miró al suelo. El lector de mp3 había explotado, fundiéndose en un pegote de plástico oscuro. Apestaba a quemado, y todavía estaba echando humo. -Tú, ¿qué? –insistió su hermanito, golpeando con fuerza contra la madera insistió de la puerta cerrada. -Me he tropezado, Hiroki, nada más. Tranquilo –trató de calmarlo ella. Me trató -¡Pero si he oído una explosión! ¡Era una explosión, esoty seguro! ¡Pero seguro! -Que te digo que no. Todo va estupendamente. ¡Anda, vete! Que
  • 31. Los auriculares le habían explotado en las orejas. El lector de mp3 estaba irreparablemente quemado. Casi parecía uno de los viejos ataques electrónicos de… Yumi sacudió la cabeza. Qué va, imposible. Seguro que era una mera imposible. coincidencia. Odd se miró al espejo, ensayando varias poses y expresiones. Después se echó un poco más de gomina en las palmas de las manos y se la extendió por el pelo, moldeándolo hasta esculpir su peinado de costumbre. Siguió mirándose un rato más, con una expresión crítica en la cara. Se había puesto la camiseta de los Desperate, su grupo de rock favorito, y unos vaqueros que le sentaban como un guante. -Rompecorazones –le dijo complacido a su reflejo mientras probaba s le su sonrisa más cautivadora. Ahora si que podía salir: tenía un aspecto irresistible. El percance con Kiwi ya se le había ido de la cabeza. Ulrich lo había salvado justo a tiempo, y ahora tenía la tarde libre para cortejar a Eva Skinner. Aelita le había dicho que la muchacha iba a cenar con ellos en el dicho comedor Kadic, por lo que ahora estaría seguramente en algún lugar de la escuela. Odd asomó la cabeza fuera del baño y miró hacia ambos lados del pasillo. La residencia estaba desierta. Perfecto. Se deslizó afuera con los oídos bien atentos, listos para captar cualquier uera sonido parecido a los pesados pasos de Jim. Salió por la puerta principal y atravesó el patio a todo correr. En el parque no había profesores haciendo la ronda: hacía demasiado frío, y la nieve estaba toda helada. Muy probablemente, hasta Eva debía de haber preferido buscarse un sitio calentito. A lo mejor estaba en el comedor. Pobrecita, seguro que tenía ganas de charlar con alguien. ¡Tal vez con él! En resumen, que seguro que lo estaba esperand esperando. -¿A quién andas buscando? ¿A A Odd aquellas palabras lo pillaron desprevenidos. Era Sissi, que también iba demasiado elegante como para estar dando un inocente paseo. Llevaba un top negro sin mangas anudado en la nuca y una minifalda bien ceñida. Tenía la piel azulada a causa del frío. -Qué olor más raro… -comentó Odd, que olfateaba el aire a su alrededor comentó alrededor-. Es como de hierbas…
  • 32. -¡¿Olor?! ¡¿Hierbas?! ¡Es mi perfume, tonto del bote! Estoy buscando a ¡¿Olor?! Ulrich. Y tú, ¿a quién buscas? -A Eva –respondió Odd sin dars tiempo a reflexionar-. Tengo que respondió darse . pedirle… -añadió después a toda prisa unos apuntes… la clase de… añadió prisa- -Sí, sí, claro –sonrió, maliciosa, Sissi . Me parece que alguien quiere sonrió, Sissi-. hacerse amiguito de cierta yanqui guapa… Pasos en el sendero. Una risotada de lo más desquiciada. ¿Jim Morales? más -Instintivamente, Odd agarró a Sissi de un brazo y la arrastró detrás de unos Instintivamente, arbustos. -¡Oye! ¿Qué haces? ¡Suéltame ya mismo! –siseó ella. ¡Oye! -¡Chitón! –la mandó callar el muchacho, poniéndole un dedo sobre los la labios. Estaban muy cerca, apretujados ahí detrás, rodeados de hojas cubiertas de escarcha. Sissi estaba sólo a un par de centímetros de él, y no pudo evitar ponerse colorada. -¿Qué pretendes hacer, Odd? –susurró. ¿Qué Los pasos se alejaron, y el muchacho pegó un brinco hacia atrás. -¿Eeeeeeh? Pero ¿a ti qué se te ha pasado por la cabeza? ¡Yo no quiero ¿Eeeeeeh? nada de nada! ¡De-na-da!da! Se sacudió la nieve de la ropa. Tenía que inventarse una excusa pausible. Estaba claro que se había escapado de la residencia. -Alguien se estaba acercando, y no quería que nos viesen juntos –improvisó Alguien acercando, sobre la marcha. -¿Qué te has creído? –añadió con una sonrisa . ¡Yo tengo una reputación añadió sonrisa-. que mantener! Estaba claro que no podía dejarme ver contigo toda emperifollada en medio de la nieve. ¡Y con ese perfume tremendo, además! perfume Sin embargo, en su excusa perfecta debía de haber algún fallo, porque Sissi se había puesto todavía más roja… pero de rabia. -¡Odd Della Robbia, te juro que me las pagarás! –gritó la muchacha ¡Odd gritó mientras se alejaba corriendo. Odd se arrepintió. Sissi era un ratita presumida y tonta, pero a lo mejor esta intió. vez a él se le había ido un poco la mano. Más tarde, el muchacho volvió a su cuarto y se echó sobre la cama, en silencio. Ulrich estaba al otro lado de la habitación, igualmente echado, con los ojos abiertos y los pies levantados y apoyados contra la pared.
  • 33. Odd había deambulado por la escuela sin encontrar rastro de Eva, y había estado a punto de correr el peligro de toparse con el director en persona, Definitivamente, era un mal día. Había vuelto a la residencia con el rabo Había entre las piernas. -Ah –masculló-, gracias por lo de hoy. Lo de Kiwi, quiero decir. , -Nada –respondió Ulrich con un gruñido. respondió -Un día duro, ¿eh? –Odd le echó un vistazo de reojo a su amigo. Odd -Mmm. -¡Ya, yo ando igual! ¿Te apetece hablarlo? ¡Ya, -Pues no. Odd se quedó en silencio. Él tampoco tenía ganas de hablar. Aunque ver a su amigo tan alicaído no le gustaba ni un pelo. Ulrich era un cabezota, pero él lo quería. Verlo así de triste le hacía sentirse muy incómodo. De repente cogió del suelo una de sus pantuflas y lanzó contra la cabeza de su compañero. -¡Ey! Pero, ¿qué haces? ¿Te has vuelto majara? ¡Ey! -¡Uatááá! Haciendo gala de una agilidad felina, Odd saltó desde su cama hasta la de su amigo blandiendo la almohada por encima de su cabeza. Pero Ulrich fue más rápido, y lo detuvo en pleno vuelo de un almohadazo. Después le tiró un zapato y se echaron a reír. ¡Guau, guau, guau! Kiwi estaba completando la duodécima vuelta del Gran Premio de la Habitación de Hiroki, y seguía sacándoles cada vez más ventaja a sus sacándoles perseguidores, es decir, a Hiroki. Se tumbaba en el tatami y brincaba sobre el escritorio, se deslizaba por debajo del armario, pasaba haciendo una rasante junto a la puerta, y vuelta a empezar. Y todo eso sin dejar un segundo de ladrar, completamente desencadenado. -¡Kiwii! ¡Estate quieto! –le gritó el niño. ¡Kiwii! -¡Hiroki! –chilló de repente Yumi . ¿Quieres dejar de armar tanto jaleo? chilló Yumi-. La muchacha abrió de golpe la puerta de la habitación, y Kiwi decidió que la carrera había terminado y era el momento de subir al podio. Así que se terminado escabulló por entre las piernas de Yumi sin bajar de revoluciones y desapareció de su vista. -¡Oh. No!
  • 34. El chiquillo se lanzó en pos del perro, pero en medio de la confusión del momento, uno de sus hombros chocó con las rodillas de Yumi, de modo que ambos acabaron por los suelos. -¡Ay! ¡Hiroki! -¡Kiwi se está escapando! –exclamó él. -Pero ¿adónde quieres que vaya? –bufó su hermana, algo molesta. La respuesta era bien simple: a la ventana de la cocina. Los muchachos habían terminado de comer no hacía mucho. Ellos dos solos, porque sus padres estaban en casa de unos amigos, Yumi había dejado la ventana abierta para airear un poco. Demostrando unas dotes atléticas insospechables en un cuzco como él, Kiwi saltó sobre el mostrador de la cocina, pasó haciendo un eslalon entre los fogones que Yumi acababa de limpiar y despareció al otro lado del alféizar, engullido por la oscuridad de la noche. -¡Oh, no! ¡Tenemos que encontrarlo! –exclamó Hiroki, alarmadísimo. -Ve tú a buscarlo –le espetó la muchacha, irritada, mientras se encogía de hombros-. Fuiste tú el que aceptó encargarse de Kiwi. Yo me quedo aquí. Kiroki la miró durante un par de instantes, con sus ojos rasgados contraídos formando dos delgadas ranuras. -Venga, Yumi, ¡no seas así! -Ni hablar. Y trata de darte prisa. A saber adónde habrá ido a parar Kiwi ya. Hiroki salió a la calle escopeteando, y se estremeció cuando el aire helado de la noche lo recibió con una bofetada de frío. Las farolas iluminaban una calzada desierta flanqueada por casa bajas pegadas unas a otras, jardines que crecían hombro con hombro con otros jardines y coches aparcados uno detrás de otro junto a las estrechas aceras. Ya era bastante tarde, y las luces de las casas estaban casi todas apagadas. ¡Guau, guau! Kiwi andaba por allí, al fondo de la calle, a mano izquierda, por algún lado. Aquella ciudad era un lugar bastante tranquilo y luminoso. De día. A Hiroki le gustaba mucho más que Kioto, la ciudad japonesa en la que él había nacido. Pero hasta aquel momento nuca le había pasado eso de ir dando vueltas por sus calles de noche, con la oscuridad y el frío, y completamente solo. Las calles por las que pasaba todos los días con Yumi para ir al colegio tenían ahora un aspecto distinto, con las sombras alargándose sobre el asfalto como largos dedos tenebrosos. A fuerza de perseguir a Kiwi, el chiquillo llegó a los alrededores del colegio. Al fondo, a la derecha, se veía la verja de entrada de La Ermita. La
  • 35. calle estaba invadida por el silen más silencio total, aparte del viento y el tintineo de algunas latas vacías que rodaban empujadas por él. <<Lo he perdió –pensó Hiroki, consternado . He perdido a Kiwi>>. pensó consternado-. De pronto, un hombre salió de la calle que bordeaba uno de los lados de La Ermita. Llevaba una cazadora de cuero y estaba de espaldas a él. Bajo la mortecina luz de las farolas, Hiroki logró vislumbrar tan sólo algunos rasgos de su cara. Trató de no hacerse notar: había algo en aquel hombre que lo inquietaba y le daba escalofríos. En aquel mismo instante, Kiwi empezó a ladrar desde el jardín del chalé, y o muy pronto a sus aullidos se les sumaron diversos gruñidos y ladridos. Otros perros. Parecían enfadados y nerviosos. Sin parase a pensarlo, Hiroki escaló la verja de la Ermita y se dejó caer al otro lado. Era pequeño y flaco, pero tan ágil como su hermana. En cuanto hubo aterrizado, miró a su alrededor con miedo. Ahora Kiwi ya no ladraba, mientras que los otros perros seguían gruñendo. El chiquillo se precipitó en aquella dirección, tan preocupado que no se dio preocupado cuenta de que en realidad no había ninguna calle que bordease uno de los lados de La Ermita. Y entonces, ¿de dónde había salido aquel hombre? De todas formas, no era un pensamiento demasiado importante: el tipo ese ya se había alejado. Y ahora él tenía otras cosas en las que pensar. ora El jardín del chalé estaba desierto, e Hiroki avanzó a ciegas en la oscuridad durante un rato, en busca de Kiwi. Ahora se habían terminado los ladridos, y un silencio inquietante cubría el lugar como un manto. Caminó sobre la Caminó capa de nieve helada, arriesgándose a resbalar, y se fue acercando al garaje, una casucha baja anexionada al chalé. Y por fin lo oyó. Más que una respiración parecía un puñado de jadeos provenientes de una criatura que no conseguía meter ni una pizca de aire en sus pulmones. Y salían de un una ovillo de carne temblorosa que yacía en el suelo, boca arriba. Era Kiwi. Y estaba herido. Grigory Nictapolus recorrió apresuradamente la distancia que lo separaba de su camioneta, subió a bordo y cerró la puerta con tanta fuerza que a puerta punto estuvo de romperla. Había reconocido al niño: Hiroki Ishiyama. Y había faltado poco para que aquel mocoso le viese la cara.
  • 36. El entrenamiento y la infinita cautela de Grigory lo habían salvado, pero sólo en el último momento. No había estado lo bastante alerta. Y sin momento. embargo, ya sabía que aquellos chiquillos eran endemoniadamente listos. Tenía que ir con más cuidado. El Mago le pagaba para prever lo imprevisible. 4 Un espía entre las sombras No había nada interesante en la televisión. Odd dejó caer el mando a distancia sobre las mantas y bostezó. -Como la cosa siga así, me va a costar no dormirme. ¡Y sólo es Como medianoche! En el otro extremo de la habitación, Ulrich alzó la cabeza del libro de Ulrich literatura. -También podrías estudiar. Te acuerdas de cómo se hace, ¿no? También -¿Mandeeee? –su amigo lo miró con un gesto asqueado . Una mente tan su asqueado-. avanzada como la mía no necesita estud… La respuesta de Odd se vio interrumpida por los timbrazos del móvil de Ulrich. -¡Dime! –respondió el muchacho Ajá. Ajá. Vale. Ya voy. respondió muchacho-. Colgó el teléfono y empezó a calzarse las zapatillas. -¿Adónde vas? –dijo Odd, poniéndose en pie de un salto . N o se te estará dijo salto-. pasando por la mollera dejarme plant plantado aquí, ¿no? -Era Yumi. Está muy preocupada. Me ha pedido que vaya corriendo a su Era casa. -¿Preocupada? ¿Por qué? ¿Preocupada? Ulrich le dirigió una mirada fugaz antes de responder. -No me lo ha dicho. -Espero que no le haya pasado nada a Kiwi –dijo Odd mientras empeza Espero dijo empezaba también a calzarse. -Acuérdate de que estás castigado, mente avanzada –lo detuvo Ulrich. Acuérdate lo Odd sopesó su respuesta. -Lo estoy, es cierto. Pero sólo si alguien me ve. Esta tarde también he Lo salido, y no ha pasado nada.
  • 37. -¡Tú no vas a asomar ni la nariz fuera de esta habitación, Odd! Me parece ¡Tú que ya has causado bastantes problemas. -Ah, ya. Por supuesto, papaíto. Como tú quieras. Ah, Ulrich sonrió con resignación, y los dos amigos salieron corriendo juntos por la puerta. Kiwi estaba descansando en el regazo de Hiroki, envuelto en una manta. Hiroki, Todavía le costaba respirar, y su corazón latía fuerte. Odd se abalanzó inmediatamente hacia su perro herido. -Lo siento, Odd… -dijo con la voz rota Hiroki, mirándolo con los ojos dijo hinchados por el llanto Lo siento muchísimo… Yo no… llanto-. Odd alzó con la delicadeza la manta. El cuerpo regordete de Kiwi estaba cubierto de arañazos, dos de los cuales eran bien profundos. Tenía una oreja mordida, y estaba temblando como un flan. El muchacho lo acarició con mucho cuidado, poniendo ate atención para no pasarle la mano por las heridas. -¿Qué ha ocurrido? –preguntó con un hilo de voz. preguntó Yumi, que les había abierto la puerta y se había quedado dando saltitos nerviosos de un pio a otro, se lo explicó. -Felicidades, Yumi, en serio –los ojos de Ulrich era dos rayos laser, de ese Felicidades, ich tipo que quema de puro frío . No sólo no has querido cuidar de Kiwi, sino frío-. que incluso has dejado que se escapase. Y por si no bastaba con eso, has mandado a Hiroki a buscarlo él solo. ¡Tu hermano pequeño! ¡De noche! ¡Dando vueltas por la ciudad! ueltas -Yo… -trató de responder ella. trató Pero Ulrich no la dejó hablar. Estaba fuera de quicio. -Si por lo menos hubieseis salido juntos, a lo mejor habríais encontrado a Si Kiwi cinco minutos antes de que lo atacase el perro ese, y a lo mejor no estaría herido, y a lo mejor… Yumi no era de la clase de chica que se iba a quedar tranquila tragándose una retahíla de reproches, aunque en su fuero interno sintiese que tenía una base de verdad. Es más, puede que estuviese así de irritada precisamente por eso. -¡Eso, tú encima júzgame! –le replicó, totalmente crispada-. Es lo que ¡Eso, . mejor se te da, ¿no? Don Perfecto, él… -¡DEJADLO DE UNA VEZ! ¡DEJADLO
  • 38. Odd tenía la cara morada, y había gritado tan fuerte como para hacer que Kiwi gañese e Hiroki se sobresaltase. -¡ALGUIEN LE HA HECHO DAÑO A KIWI, Y YO AÚN NO HE ¡ALGUIEN ENTENDIDO QUÉ NARICES HA PASADO! Después respiró hondo, tratando de calmarse. -Hiroki –continuó en un tono más dulce , ¿dónde lo has encontrado? continuó dulce-, -En la… en La Hermita. En De pronto el chiquillo se acordó del hombre que había entrevisto de hombre espaldas. No había ninguna calle que diese al otro lado del chalé, y si no había calle… ¡eso quería decir que el hombre había salido de La Ermita! Balbuceando, cada vez más alterado, Hiroki les contó a los muchachos lo que había pasado. -Un desconocido… -comentó Yumi . Tal vez buscase a Aelita. comentó Yumi-. -¡Lo mismo tiene algo que ver con Hopper! –exclamó Ulrich- Tenemos ¡Lo -. que ir allí a echar un vistazo. La muchacha asintió con la cabeza. -Yo llamo a Aelita. Tú avisa a Jeremy. Nos vemos todos en La Ermita. Yo todos Debemos llegar hasta el fondo de este asunto. Diez minutos antes Jeremy estaba durmiendo tan tranquilo en su pequeña habitación de Kadic, bajo la protección del poster de Einstein que colgaba de la pared. Diez minutos más tarde, con un chaquetón bien abrigado que se había puesto directamente encima del pijama y las gafas redondas torcidas sobre la nariz, se encontraba agachado sobre el césped de La Ermita, con una linterna en la mano, inspeccionando la capa de nieve que cubría el suelo. A su alrededor, como si fuesen luciérnagas, brillaban las linternas de sus amigos. Tan sólo Hiroki se había quedado en casa de Yumi, para seguir ciudando del pobre Kiwi. -¡Aquí! –exclamó de golpe Jeremy Venid a ver esto. exclamó Jeremy-. La nieve helada no presentaba ningún rastro particular, pero en cierto ningún punto, cerca del garaje, el grueso estrato blanco había sido apartado, y el barro de debajo estaba surcado por una maraña de huellas. Perros. -¡Su madre! ¡Qué grande era! –comentó Odd mientras apoyaba la mano de ¡Su comentó una de las huellas más nítidas . ¡Mirad, las uñas se han clavado bien hondo! nítidas-. ¡Debía de ser una auténtica fiera! ¡Es un milagro que Kiwi aún esté vivo!
  • 39. -Los rastros resultan confusos –comentó Jeremy mientras examinaba el Los comentó suelo con escrupulosa atención pero en mi opinión había por lo menos dos atención-, i perros, de la misma raza, aunque uno era algo más ligero que el otro: ¿veis esta huella, que está menos hundida? -Chuchos callejeros –sentenció Ulrich. sentenció Jeremy negó con la cabeza, no muy convencido. -¿Os habéis fijado en est contra la pared del garaje? –señaló una huella en ¿Os esto, señaló forma de media luna cerca del muro, que estaba desconchado y cubierto de moho-. Eso es de un zapato. Y estoy dispuesto a apostaros lo que queráis a . que el que la haya dejado estaba aquí con los perros. Tal y como nos ha Tal dicho Hiroki. -Perros… -susurró Aelita . Como los que oí ladrar la otra noche. ¡Como el susurró Aelita-. de mi sueño! Jeremy, me estoy asustando. Jeremy sintió el impulso de estrecharla bien fuerte entre sus brazos, pero en seguida se contuvo. -No te preocupes, Aelita. Ya verás como entre todos lograremos resolver upes, este asunto. Y además, nos tienes a nosotros para protegerte. Odd avanzó sigilosamente por los pasillos iluminados de la residencia. Hacía ya un rato que Ulrich se había vuelto a Kadic, para evitar tener que evitar seguir hablando con Yumi, mientras que él había insistido en acompañar a la muchacha a casa: quería comprobar qué tal estaba Kiwi. Hiroki lo había desinfectado y vendado como era debido. Ahora que estaban limpias, las heridas no parecían tan tremendas. En cuestión de un tremendas. par de días volvería a ser el alegre perrillo de siempre. -¡Odd! ¡Della! ¡Robbia! ¡Odd! El muchacho pegó un respingo, y un súbito escalofrío reptó a lo largo se su espalda. Cuando se giró ya estaba temblando. -Ji… Jim. Siempre es un placer verte, amigo. Jim Morales tenía sus musculosos brazos cruzados sobre el pecho, y no parecía ni medio contento. -¡Y un cuerno <<amigo>>! Se suponía que estabas castigado. ¡Y La mente de Odd se puso a trabajar a toda velocidad. -He salido sólo, ejem, un momentito. Para ir al baño. He -¿En serio? Es una pena que los baños estén en la otra punta. Tú has salido ¿En de la escuela, listillo. ¡De noche! ¡Y a pesar de estar castigado! Así que el chivatazo era correcto…
  • 40. -¿Chivatazo? –dijo Odd de inmediato, aguzando las orejas-. ¿Qué dijo . chivatazo? ¿Y quién te ha hecho de soplón? -Eh, bueno –tosió Jim mientras se arreglaba el cuello del niqui ¿he dicho tosió niqui-, <<chivatazo>>? Quería decir suposición… mi intuición… -Jimbo –lo interrumpió Odd. Llamarle Jimbo siempre surtía cierto efec lo efecto, sobre todo cuando el profe estaba en dificultades , ¿se puede saber quién te dificultades-, ha dicho que yo estaba en mi cuarto? -No, nadie, yo… La verdad embistió a Odd como un morlaco: Sissi Delmas, con su top y su minifalda, en medio de los arbustos helados del parque, gritando <<¡Me las pagarás!>>. -Ha sido Sissi, ¿verdad? Ha -Mmm, bueh. Eso lo dices tú –respondió, evasivo, el profesor- ¡De todas Mmm, -. formas, no tiene nada que ver! –Jim reconquistó repentinamente el control Jim control-. Te has saltado las reglas, primero trayendo un animal a Kadic, y luego escapándote de la residencia de noche. Por eso, por el poder que me otorga el… ejem, el director, yo te declaro… -Esa niñata se las va a ver conmigo –siseó Odd entre dientes. Esa -¡No te me distraigas! ¡Te declaro castigado! ¡Toda una SEMANA! Y ¡No una ahora tira ya mismo para tu habitación, ¡o en vez de una semana van a ser dos! A Odd no le quedó más remedio que obedecer. Mientras Odd volvía a su cuarto, desanimado por el castigo, en Washington D.C., Estados Unidos, eran más o menos las nueve de la noche. nueve Desde aquel despacho no se tenían vistas a ninguno de los grandes monumentos de la ciudad, como el Obelisco, el Capitolio o la estatua sedente del presidente Lincon. Era un despacho del montón en uno de los muchos rascacielos de la periferia, iguales como fotocopias, anónimos, periferia, grises. Pero eso no quería decir que quien se encontraba en aquella oficina fuese una persona de poca monta. Muy al contrario. Cuando sonó el teléfono, la mujer que estaba sentada detrás del escritorio respondió inmediatamente. iatamente. -Sí –escupió con voz seca. escupió Al otro lado estaba Maggie, su secretaria. -Señora, perdone que le moleste, pero hay una llamada para usted. Es de Señora, Francia.