2. 2
El papel de la experiencia es muy importante en la doctrina cisterciense, como en toda la
tradición monástica. La expresión de san Benito en el capítulo primero de su Regla: experientia
magistra, se refiere a la experiencia que se adquiere en un monasterio 1. Para san Bernardo la
experiencia fundamental es la del amor, es decir, el acuerdo fundamental y estable de la voluntad
humana con la voluntad divina; ella penetra, ilumina, anima y transforma todo el ser, tanto su
vida interior como exterior. Es ante todo la búsqueda de Dios en el curso de toda la vida y en
todas sus modalidades: insatisfacción de sí y del mundo, deseo, progreso o regreso, presencia y
ausencia, pecado y perdón, temor o abandono, inquietud o paz. Es en primer lugar la experiencia
de la búsqueda en sí misma más bien que experiencia de Dios, salvo si se entiende por esta
expresión tan corriente la conciencia del alma de saberse buscada por Dios.
Al comienzo de la conversión es la experiencia de la victoria de la fe, y luego de la lucha
diaria contra el espíritu del mal en nosotros2. La experiencia es como un libro a consultar, donde
se escriben los movimientos de la conciencia, del deseo de Dios, de la liberación interior 3. De
este modo se alcanzan los dos pies de Cristo: el juicio y la misericordia 4 ; o su paciencia y su
bondad5. También nos hace percibir progresos lentos o rápidos en el camino de nuestro itinerario
hacia Dios, y nos da una cierta confirmación íntima de la enseñanza recibida. San Bernardo dice
a sus monjes que si prestan atención, comprobarán que lo que les dice responde a su propia
experiencia6.
En sus grandes tratados, donde describe el progreso del monje, la experiencia religiosa suele
presentarse no como propiamente contemplativa o mística, sino como la constatación de un
progreso en el caminar hacia Dios por las etapas y los grados de la verdad, la libertad y el amor.
La fe se desarrolla hasta la unión mística en una progresiva conformidad del querer humano y
divino: es la experiencia de un amor que invade poco a poco el corazón7.
El abad debe ser modesto cuando lo que enseña supera las posibilidades de la experiencia. En
un Sermón de Todos los Santos, después de haber evocado la paz de la visión beatífica, añade
que supera toda inteligencia, y por consiguiente eso mismo que él acaba de decir; y que lo que
nadie ha experimentado no tiene el derecho a hablar de ello 8. De su propia experiencia, él
confiesa sencillamente: “Sé por propia experiencia que es más fácil dar consejos a otros, incluso
1
RB 1, 6. Privados de la experiencia, los sarabaítas permanecen informes.
2
SC 1, 9.
3
Id 3, 1.
4
Id. 6, 9.
5
Id. 9, 5.
6
Id. 21, 4; Ver id. 39, 3.
7
Id. 67, 8.
8
TSS IV, 3.
2
3. 3
numerosos, que gobernarse a sí mismo” 9. En general su enseñanza es sobria y prudente.
Dejando a los más favorecidos de la gracia tener experiencias más sutiles y sublimes, él prefiere
no enseñar en público sino lo que ha recibido de la doctrina común10. Sin embargo, más adelante
dirá con más convicción, a propósito del misterio de la Encarnación, -la locura de Dios- que toda
conciencia realmente religiosa puede experimentar la experiencia de este misterio (revelado a la
Iglesia), porque quien ama a Dios con sabiduría y ardor es esposa. Y continúa:
“Por mi parte, no me importa decir en público lo que al respecto se me ha concedido
experimentar. Pues aunque parezca trivial y despreciable a quien lo escuche, me trae sin
cuidado, porque el espiritual no me despreciará, y el que lo es menos no me
comprenderá”11.
Cuando se trata de pasar del primer grado de la verdad o humildad, que es el conocimiento de
sí, al segundo que es el conocimiento del otro o compasión, san Bernardo insiste en la necesidad
absoluta de la experiencia, porque no se puede comprender al hambriento si no se sabe por
experiencia lo que es pasar hambre 12. Y nos da un ejemplo absoluto, el del Verbo hecho carne:
Dios mismo deseoso de experimentar la condición humana para conocerla, amarla y de ese modo
salvarla13.
El lugar más favorable de la experiencia espiritual es, sin duda, para san Bernardo, el claustro
de la lectura, en los tiempos consagrados a la lectio divina, durante una jornada de alabanza y
trabajo. Solamente cuando se comparan las experiencias descritas en las Escrituras con las
propias experiencias, es cuando se puede esperar comprenderlas de verdad. “No es la erudición,
sino la unción la que enseña; no es por la ciencia como se llega a la comprensión, sino en la
conciencia”14
El más bello ejemplo de esta enseñanza de san Bernardo sobre la superioridad de la
experiencia con relación al conocimiento teórico y escolástico se halla en la carta dirigida a un
universitario inglés, Enrique Murdach, a quien invita a entrar en el monasterio precisamente para
comprender la Escritura. Se puede incluso sugerir que lo específico de la teología hecha por los
monjes es la comprensión del texto, por la experiencia de lo que él significa para su conversión y
salvación. Para comprender que Isaías habla de Cristo en sus profecías, es preciso seguir a Cristo
9
Cart 87, 7.
10
SC 22, 4.
11
Id 73, 10.
12
Grh 6.
13
Id. 12.
14
Conv 25. Más adelante (cap. II) describimos la experiencia fundamental de la conversión de SC 36, 5-
6.
3
4. 4
incluso antes de terminar la lectura. Pero para realizar esto en la práctica, basta vivir con
convicción en un monasterio. “Fíate de mi experiencia, dice san Bernardo: encontrarás más en
los bosques que en los libros. Los árboles y las rocas te enseñarán lo que no puedes escuchar de
los profesores”15. Los árboles y las piedras simbolizan la labor de la vida monástica; pero toda la
carta está llena de las expresiones más tradicionales de los gozos de la experiencia espiritual.
En la búsqueda de Dios existe la superación posible de una manera de buscar a Dios a otra
más espiritual (Ver c. IV). Pero solamente por la experiencia interior es como nos sentimos
impulsados a esta empresa.
“¿Cómo no voy a animarme a buscarle si he experimentado su clemencia y estoy
persuadida de su paz? Hermanos, sentirse atraído por esto es ser buscado por el Verbo;
y estar persuadido es ser encontrado”16
Hay en san Bernardo una distinción práctica entre fe y experiencia. La hallamos bien
explicada en su discípulo Elredo de Rieval, en el diálogo con un novicio sobre las experiencias
sensibles en la devoción17. La experiencia puede, en efecto, ser engañosa. En caso de duda, sólo
la fe es la que decide. El abad de Claraval consuela de este modo a sus monjes que no tienen
experiencia de gracias sensibles en la oración18. Del mismo modo, hablando a los principiantes
en la vida monástica, dice con un bello juego de palabras y cambiando una sola letra, que ellos
no son necios (insipientes), porque han comenzado ya (incipientes) a buscar la sabiduría. ¿Pero
cómo hacerles comprender la Escritura si carecen de toda experiencia del sentido espiritual de lo
que leen, y tampoco la pueden recibir de otro, ya que nadie puede conocer el corazón del otro?
Que ellos crean lo que leen, porque “son palabras del Señor en persona, y a nadie le está
permitido no creerlas. Que crean, pues, aquello de lo que no tienen experiencia para que un día
alcancen el fruto de la experiencia por el mérito de la fe” 19.
Si la experiencia tiene un lugar tan importante en la espiritualidad de san Bernardo, es sin
duda porque se fundamenta en el amor. Desde el comienzo de sus sermones sobre el Cantar de
los Cantares, declara “que un canto de esta clase sólo lo enseña la unción y sólo lo aprende la
experiencia. Quienes tienen experiencia se reconocen en él, y quienes no la tienen arden en
15
Cart 106, 1-2. A propósito de esta unción que otorga el sentido espiritual: “La inteligencia sólo percibe
lo que le ofrece la experiencia”, SC 22, 2. Véase la oposición entre cognitio y comprehensio en el tratado
de Cons. V, 27.
16
SC 84, 6-7. Suaderi -persuaderi: “Con mucha frecuencia Bernardo juega con los prefijos. La nueva
palabra es a veces equivalente a la anterior, pero añade siempre un detalle, una insistencia o un contraste”
J. LECLERCQ, Recueil d’études sur saint Bernard et ses écrits, IV, Roma, 1987, p. 61. Véase la misma
progresión por la experiencia en SC 79, 3: Transire- pertransire.
17
Espejo de la Caridad, II, 41-52. Col. Padres Cistercienses, 9, Azul, Argentina, 1982.
18
Cuar. V, 5.
19
SC 84, 7.
4
5. 5
deseo, no de conocer, sino de experimentarlo”20. Hacia el final de su comentario vuelve de nuevo
sobre el tema, y repite que para este canto de amor no cuentan las palabras sino los sentimientos.
Y como es el Amor el que habla desde la primera hasta la última página de este libro, es inútil
leerlo si no se sabe qué es amar. Sería como mandar leer griego al que ignora esta lengua. La
lengua del amor sólo la comprende el que ama 21.
Tal vez por no haber percibido con nitidez esta prerrogativa del amor es por lo que se han
podido dar diversas interpretaciones a la experiencia en san Bernardo 22.
En un hermoso libro, el P. Lode de Orval ha logrado discernir la importancia de la experiencia
en la doctrina de san Bernardo, porque “es una doctrina del amor”, donde se descubre “cómo
evoluciona en el creyente la relación con Dios hasta llegar a ser unión con Dios. El interés
antropológico por el amor tiene una motivación religiosa y teológica, porque Dios es amor. El
amor del hombre no es más que una respuesta a este amor primero...Sólo la experiencia de amar
así puede hacernos conocer qué significa esto”23.
El profesor Antonio Vergote, en la introducción a la tesis de su discípulo, escribe con toda
claridad:
“Lo admirable en el espíritu de san Bernardo es que los enunciados teológicos y los
conceptos filosóficos se integran en la unidad de la vida, hasta el punto que las ideas
parecen nacer de la experiencia misma” 24.
Imposible decirlo mejor. El es el mejor ejemplo de lo que enseña. Fiémonos de su
experiencia, pues la ha expresado con toda claridad y con una ardiente convicción.
20
Id. 1, 11.
21
Id. 79, 1.
22
F. GASTADELLI ha recordado los diversos estudios sobre este tema de la experiencia en san
Bernardo. (Teologia monastica, teologia scolastica e lectio divina, en La dottrina della vita spirituale
nelle opere di San Bernardo di Clairvaux, Roma, 1991, p. 62). Se aparta de Mouroux cuya interpretación
le parece demasiado estrecha, cuando rechaza el aspecto sicológico (J, MOUROUX, Sur les critères de
l’expérience spirituelle d’après les Sermons sur le Cantique des Cantiques, en Analecta S. O. Cist. 9.
1953, p. 253-267). Gastadelli prefiere la interpretación más monástica de J. LECLERCQ, Saint Bernard
et l’expérience chrétienne, en La vie spirituelle, 117, 1967, p. 182- 198, y Ch. DUMONT, L’Expérience
dans la discipline cistercienne, en Collectanea Cisterciensia, 35, 1973, p. 157-160; reeditado en Sagesse
ardente, Oka, , 1995 (Pain de Cîteaux, 8). Hay que añadir E. CARLOTA RAVA (Argentina), Il Ruolo
dell’esperienza nella teologia di S. Bernardo, en Lateranum 50, 1984, p. 160-169. Véase la recensión en
Bulletin de spiritualité monastique (Collectanea Cisterciensia, 1986, n 211).
23
L. VAN HECKE, o.c.s.o.,Le Désir dans l’experience religieuse. Relecture de saint Bernard. París,
Cerf 1990, p. 195.
24
Ib. p. 13.
5