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 EL     ESPEJO



      DE     LA



     CARIDAD




EL ESPEJO DE LA CARIDAD
2



                CARTA DEL BIENAVENTURADO BERNARDO,
                 ABAD DE CLARAVAL, AL ABAD ELREDO

1. La humildad es la virtud más sobresaliente de los santos con tal que sea auténtica y
modesta. Porque la humildad no debe establecerse en el campo de la mentira ni debe
mantenerse con el sacrilegio de la desobediencia. Supliqué a tu fraternidad, o más bien
te mandé, e incluso te conjuré en el nombre del Señor, que me escribieras unas cuantas
páginas, y en ellas salieras al paso de las quejas de algunos que se esfuerzan por pasar de
una vida mediocre a otra más perfecta. No condeno ni reprendo tu excusa, pero
repruebo tu obstinación. Será humildad presentar excusas, pero ¿es propio de la
humildad no obedecer? ¿Es un gesto de humildad no condescender? Todo lo contrario:
la rebeldía es como un pecado de superstición y la arrogancia como un crimen de
idolatría1.

2. Pero replicas que no se deben imponer grandes pesos sobre hombros femeninos, y
que es más prudente no aceptar la carga que se ofrece que desplomarse por la carga
que hayas aceptado. Tal vez te ordene algo difícil, arduo o imposible. Pero ni aun en ese
caso tienes excusa. Insisto en mi criterio y renuevo el precepto. ¿Qué piensas hacer?
¿Acaso no dijo aquel a quien prometiste seguir: Sepa el súbdito que así le conviene, y
confiando en la ayuda de Dios, obedezca?2. Has hecho, sin duda alguna, lo que debías,
pero no más de lo que debías. Llegaste hasta donde podías. Has expuesto los motivos
que te lo imposibilitaban, aduciendo que apenas conoces la literatura o que eres casi un
ignorante, que has venido al desierto no desde las escuelas sino desde la cocina, y que
allí vives como un rústico y campesino entre rocas y montañas, agotándote con el hacha
y el martillo por el pan de cada día. Que allí no se aprende a hablar, sino a callar, y que
bajo el sayal de unos pobres pescadores no encaja el coturno de los oradores.




       1
           1 Re 15,23.
       2
           RB 68,5.
3

3. Acojo encantado tu excusa, con la cual, lejos de apagarse siento que aumenta la
chispa de mi deseo; pues me resulta mucho más sabroso, al decirme eso, que no te has
educado con ningún gramático, sino en la escuela del Espíritu Santo, pues tal vez posees
un gran tesoro en una vasija de arcilla, y esa fuerza extraordinaria es de Dios y no tuya3.
Y el hecho de que hayas sido trasladado de la cocina al desierto por un cierto presagio
del futuro, me agrada también mucho: tal vez se te confió durante una hora la
distribución de los alimentos corporales en la casa real, con el fin de que más tarde, en la
casa de nuestro Rey, prepararas alimentos espirituales para los hombres de espíritu y
alimentaras a los hambrientos con el pan de la palabra de Dios.

4. Tampoco me estremecen las crestas de las montañas, las asperezas de las rocas ni la
hondura de los valles, pues en estos días los montes manan dulzura, y los collados se
deshacen en leche y miel, los valles rebosan de trigo, la miel se cría entre las peñas y el
aceite en la roca de pedernal, y los peñascos y sierras producen el pasto de las ovejas de
Cristo. Por eso creo que con ese martillo eres capaz de cincelar de esas rocas algo que
nunca hubieras conseguido con toda la sagacidad de tu ingenio en las aulas de tus
maestros, y que más de una vez en el ardor del mediodía experimentarás a la sombra de
los árboles lo que jamás hubieras aprendido en las escuelas.

5. Por tanto, no te ensalces a ti, sino glorifica al que no sólo sacó a un desesperado de la
fosa fatal y de la charca fangosa, del prostíbulo de la muerte y del fango más
vergonzoso, sino que como Señor compasivo y misericordioso, recordó sus antiguas
maravillas, y para levantar copiosamente la esperanza de los pecadores, dio vista al
ciego, instruyó al ignorante y educó al inexperto. Así pues, si todo el que te conoce sabe
que no es tuyo lo que se te exige, ¿por qué te sonrojas, por qué vacilas, por qué
disimulas? ¿Por qué, ante la voz imperiosa del que te lo concedió, rehúsas distribuir lo
que te otorgó? ¿Temes acaso la presunción o la envidia de otros? Como si fuera posible
alguna vez escribir algo útil sin suscitar envidias, o puedas ser tachado de presunción
por obedecer como monje a un abad.

6. Te mando, pues, en nombre de Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios, que
escribas cuanto antes todo cuanto sabes, por tus continuas reflexiones, sobre la
excelencia de la caridad, sus frutos y su proceso; que en este trabajo, como en un espejo,
veamos en qué consiste la caridad, cuánta dulzura se experimenta al poseerla, qué
angustia se siente con la concupiscencia, que es su contraria; cómo el dolor externo no
disminuye el gozo de la caridad, como piensan algunos, sino que lo aumenta; y
finalmente, qué discreción se exige al ponerla en práctica. Y por consideración a tu
pudor, figure esta carta al comienzo de tu obra, con el fin de que todo aquello que
desagrade al lector en el Espejo de la Caridad -éste es el nombre que le pongo- no te lo
aplique a ti, que has obedecido, sino a mí, que he forzado al que se resistía.

Vive bien en Cristo, querido hermano.

       3
           2 Cor 4,7.
4




           COMIENZA EL PREFACIO DEL ABAD ELREDO AL LIBRO
              QUE SE TITULA “EL ESPEJO DE LA CARIDAD”

1. Sin duda alguna, la humildad verdadera y discreta es la virtud de los santos; en cambio, yo y
los que son como yo carecemos de esa virtud. De ella dice el profeta: Mira mi humildad y
líbrame 4. No pedía que le librase de ninguna virtud, ni se engreía de la humildad, sino que
imploraba ayuda en su abyección. ¡Qué miserable es mi humildad, y ojalá que así como es
verdadera fuese también una virtud discreta, si para que no parezca que la empaño con una
importuna desobediencia, obedezco a la súplica tan amable, al mandato y a la persuasión,
porque es digno, aunque por mi parte se hará con menos dignidad! Acojo, pues, una tarea
imposible, inexcusable y digna de acusación; imposible por mi pusilanimidad, inexcusable
por tu mandato y expuesta a la acusación por cualquiera que la examine.

2. Pues ¿quién soportará al que, alardeando de una especie de autoridad apostólica, pretende
escribir sobre el camino más excelente de la caridad, si es no sólo rudo para escribir o -como a
ti te gusta- iletrado y mudo, e incapaz todavía de beber leche? ¿Cómo va a tratar de la
eminencia de la caridad el que sólo posee una mínima proporción o más bien ninguna con ella,
o de su orden el que está desordenado, y el estéril de su fruto? ¿Extraerá su dulzura el fatuo e
insípido? ¿Se podrá enfrentar a ella el esclavo de la concupiscencia? Finalmente, ¿quién soy yo
para exponer cómo crece la caridad con el dominio de la carne, y cuál es su discreta
manifestación? ¿No te das cuenta -y permíteme que te lo diga- que al venir de la cocina al
desierto cambié de lugar pero no de oficio?

3. Tal vez me digas: no debes excusarte. Lo sé, señor, lo sé. Pero como no puedo excusarme
quiero acusar, para que si el lector no se siente a gusto no se vea obligado a seguir, si ya desde
el comienzo advierte lo que con toda razón puede desagradarle. Por otra parte ¿inspira alguna
confianza para escribir ese afecto tan santo de caridad que me infundiste sin vacilar, para
acoger las molestias que me pudieran sobrevenir? Así pues, con muy poca esperanza de
realizar lo que me mandaste sobre la caridad, hice lo que pude con ese martillo mío al que te
refieres, para lograr un espejo, totalmente convencido de que aunque desaparezcan la
esperanza y demás virtudes, la caridad siempre permanece. El que no concedió la habilidad
otorgó la gracia. En efecto, en este espejo de caridad a nadie se le mostrará el rostro de la
caridad si no permanece en el amor, lo mismo que nadie puede ver su propio rostro si no está en
la luz.

       4
           Sal 118,153.
5


4. Al acoger el encargo de esta obra medité algunas cosas yo mismo, y otras casi yo mismo, o
incluso más que yo mismo, pues se las había dictado a mi entrañable y queridísimo prior Hugo,
que es para mí más íntimo que yo mismo, para ser expuestas en forma de cartas. De ello me he
servido para esta obra, e insertándolas donde parecía más oportuno, dividí el conjunto en tres
partes. Y aunque en cualquier parte trato de todo, en la primera parte se recomienda
especialmente la excelencia de la caridad, ya sea por su dignidad o reprobando su contraria la
concupiscencia; en la segunda se sale al paso de las objeciones infundadas de algunos; y en la
tercera se intenta concretar cómo debe manifestarse la caridad.

5. Así pues, si con nuestro sudor surge algo adecuado a lo que he pretendido, se debe al que da
la gracia y a tu oración; lo que no sea así, atribúyaseme a mí que carezco de habilidad y
costumbre. Y para que no te asuste la prolijidad de esta obra, fíjate primero en los capítulos que
siguen, y al verlos elige lo que merece leerse y lo que hay que desechar.

                                    ACABA EL PRÓLOGO
6

                 COMIENZAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO PRIMERO

1. Lo más digno es que el Creador sea amado por su criatura.
2. Naturaleza, forma y utilidad otorgadas, en común a todas las criaturas.
3. El hombre ha sido creado a imagen de su Creador y es capaz de la bienaventuranza
4. El hombre se apartó del amor que contenía el gozo pleno de su felicidad, y también se apartó
    de Dios; se volvió un miserable y corrompió la imagen de Dios en sí, aunque no la
    suprimió.
5. Con la venida del Salvador se renueva en el hombre la imagen de Dios, y su renovación
    perfecta no ha de esperarse aquí sino en el futuro.
6. Disputa contra el necio que dice en su corazón: No hay Dios.
7. El hombre se alejó de Dios por el afecto del alma.
8. El hombre se reforma como imagen de Dios por el afecto de la caridad.
9. Nuestro amor está dividido contra sí mismo por las tendencias contrarias de la caridad y de la
    concupiscencia .
10. El libre albedrío ocupa un lugar central en el alma, pero no influye del mismo modo en el
    bien como en el mal.
11. La gracia no suprime el libre albedrío.
12. Ni a los que se salvan ni a los condenados se les priva del libre albedrío; y la gracia sólo
    actúa mediante el libre albedrío.
13. Por qué razón no influye del mismo modo el libre albedrío en el bien que en el mal.
14. Qué diferencia existe entre la gracia de los primeros hombres en el paraíso y la que poseen
    los predestinados en este mundo; al hombre se le imputa con justicia la mala voluntad,
    aunque para obtener la buena voluntad no basta la facultad del libre albedrío.
15. La condenación, incluso la de los niños, es muy justa.
16. La caridad posee toda la perfección.
17. La circuncisión espiritual se contiene en la caridad.
18. El sábado verdadero y espiritual ha de buscarse en la caridad.
19. Cuánto ha de preferirse el día séptimo a los demás y ensalzar en él la caridad de Dios.
20. Por qué se consagra el numero seis a la obra de Dios y el séptimo a su descanso.
21. En todas las criaturas aparece algún vestigio de la caridad divina, y por eso todas tienden a
    una especie de sábado o descanso.
22. La criatura racional sólo descansa cuando consigue la bienaventuranza, y por qué, aunque
7

    desee la felicidad, rehuye del modo más infeliz el camino para alcanzarla.
23. Sobre la prerrogativa de la criatura racional, y cómo el descanso que naturalmente anhela
    no debe buscarse en la salud corporal ni en las riquezas de este mundo.
24. Cuál es la diferencia entre los ricos elegidos y los ricos réprobos.
25. Ni siquiera en la amistad mundana se debe buscar el reposo.
26. El descanso no se halla en el placer corporal ni en el poder mundano,
27. La caridad es aquel yugo suave, bajo el cual se halla el verdadero descanso, como un
    auténtico sábado.
28. El ejemplo de sí mismo y de su conversión.
29. Cuánto se equivocan los que se quejan de la aspereza del yugo del Señor, ya que el peso que
    se siente procede de las lacras de la concupiscencia, y el descanso es fruto de la infusión de
    la caridad.
30. Quienes se quejan que la carga del Señor es pesada están muy dominados por el peso del
    mundo.
31. Cuánta perfección hay en la caridad, cómo se diferencia de las demás virtudes, y cómo las
    otras virtudes no son tales sin ella.
32. Las obras de los seis días se aplican a las otras virtudes, pero el descanso del séptimo día se
    asigna a la caridad.
33. En esta vida las demás virtudes sirven a la caridad, y después de esta vida se fundirán en la
    plenitud de la caridad.
34. Por la muerte de un amigo se pospone la consideración de la triple concupiscencia y su
    epitafio pone fin a este libro primero.


                    ACABAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO PRIMERO




                  COMIENZAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO SEGUNDO


1. Consideraciones expuestas en el libro primero y cómo los viciosos públicos deben ser
    apartados de esta consideración.
2. El cansancio exterior proviene de la actitud interior, y a veces disminuye por causa del
    interior.
8

3. El amor modera con su tranquilidad todo lo que es accidental, y la concupiscencia todo lo
    corrompe con su perversidad.
4. De la triple concupiscencia procede todo el sufrimiento interior.
5. Sobre la opinión de quienes afirman que las mortificaciones exteriores son contrarias a la
    caridad y a la dulzura interior.
6. La opinión anterior se rechaza con la autoridad de apóstoles y profetas.
7. Por qué algunos sienten una compunción más tierna en una vida moderada que en otra más
    rigurosa.
8. Tres causas de la visita espiritual.
9. El primer género de compunción, como otras gracias, incita a los réprobos al juicio y a los
    elegidos a progresar.
10. Dos motivos de la segunda visita, y cómo de ella se pasa a la tercera que es la más perfecta.
11. Qué realiza Dios en cada una de estas visitas.
12. En la primera visita domina el temor, en la segunda el consuelo y en la tercera el amor.
13. Cuál es el fruto de cada una y por qué algunos se privan del consuelo de la segunda visita.
14. Se citan algunos testimonios divinos para que cada uno examine su estado.
15. Cómo se pasa a los consuelos espirituales.
16. Nadie debe abandonar el propósito de una vida más estrecha, aunque no se experimente
    aquel suave afecto.
17. Se incluyen las preguntas de un novicio y las respuestas.
18. En qué debe creerse que consiste el amor de Dios.
19. Se responde a un novicio que pregunta cuál es el fruto de las diversas compunciones.
20. Donde el novicio afirmaba que más había amado a Dios se convence que era donde menos
    le había amado.
    (Y se indica a quiénes aprovecha derramar lágrimas).
21. De todo lo anterior se puede comprender qué realizan la caridad y la concupiscencia en el
proficiente.
22. Qué gozo tan grande engendra el desprecio y victoria de los placeres.
23. El vano placer de los oídos.
24. La concupiscencia de los ojos, que consiste en la curiosidad exterior e interior, aflige a los
    que se convierten a una vida más perfecta.
25. Sobre la soberbia de la vida. Trata en primer lugar de la vanidad.
9

26. El ansia de dominio.




                 COMIENZAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO TERCERO


1. Se expone la ley que distingue los sábados.
2. La distinción entre estos sábados ha de buscarse en un triple amor; y qué conexión existe en
    este triple amor.
3. El sábado espiritual se experimenta en el amor de sí mismo.
4. Qué sábado se percibe en el amor fraterno, y cómo se armonizan con la caridad los seis años
    que preceden al séptimo.
5. Cómo se conserva este doble amor con el amor de Dios.
6. El sábado perfecto se halla en el amor de Dios, y el año quincuagésimo se compara a este
    amor.
7. En qué consiste el amor, la caridad y la concupiscencia.
8. El ejercicio recto o perverso del amor depende de la elección, del movimiento y del fruto.
9. Qué nos conviene elegir para disfrutar.
10. Nuestro amor se inclina hacia el acto y el deseo, unas veces lo hace por el afecto y otras por
    la razón.
11. Se expone qué es el afecto y cuántos son los afectos, y se indica que el afecto espiritual
    tiene una doble acepción.
12. El afecto racional e irracional.
13. El afecto obligado.
14. El afecto natural.
15. El afecto carnal tiene un doble contenido.
16. Qué pensar de estos afectos.
17. Cómo mueve la razón al alma al amor de Dios y del prójimo.
18. Distinción del doble amor, entre los cuales fluctúa el espíritu del proficiente.
19. Se prueba con dos comparaciones por qué el hombre benévolo y manso, aunque sea menos
    perfecto, es amado con un afecto mayor y más dulce que el austero y más perfecto; y se
    muestra cómo no es peligroso amar a ambos.
20. Existen tres amores: el del afecto, el de la razón, y el de ambos.
10

21. Síntesis de lo dicho y cómo se reconoce el verdadero amor de Dios.
22. Qué debe tenerse en cuenta en el amor al prójimo.
23. Qué afectos no deben admitirse y cómo hay que seguir el espiritual que procede de Dios.
24. Cómo seguir el afecto racional.
25. Cómo precaverse y admitir el afecto obligado
26. Qué normas hay que observar en el afecto natural y en qué consiste amar en Dios y por
Dios.
27. El afecto carnal no se debe rechazar totalmente ni admitírsele sin reservas.
28. Se examina no sólo el origen, sino también el proceso y el fin de los afectos, y se dan
    ejemplos de cómo se cambia un afecto en otro.
29. Muchas veces diversos afectos luchan en la misma alma, y por eso se indica con ejemplos
    cuál debe anteponerse.
30. Qué utilidad ha de buscarse en los afectos.
31. Con qué actos nos conviene tender a Dios y con cuáles atender a nosotros mismos y al
    prójimo.
32. Al comenzar a tratar de cómo moderar la vida humana, indica la sobriedad a seguir en el
    orden natural.
33. Se describe el modo de satisfacer y expiar en el orden necesario.
34. Cuál es el orden voluntario y modo de actuar en él.
35. Controversia sobre cierta carta referente a la regla y profesión de los monjes.
36. Se exponen las normas a seguir en el orden voluntario.
37. Se indica qué debe hacer el hombre para sí mismo y qué para el prójimo, y se expone si
    debe preferirse a sí mismo o al prójimo.
38. Se precisa a qué prójimo debe darse la preferencia.
39. De quiénes podemos disfrutar en esta vida.
40. Cómo debemos disfrutar mutuamente.
11


           COMIENZA EL LIBRO QUE SE TITULA ESPEJO DE LA CARIDAD


                                        CAPÍTULO PRIMERO
                        Lo más digno es que el Creador sea amado por su criatura

1. Extendiste, Señor, el cielo como una piel1, colocando en él las estrellas para que nos
iluminen en esta noche en que rondan las fieras de la selva y los cachorros de los leones rugen
para devorar y hacer de nosotros su comida2. Cubres también con aguas los espacios más altos,
con los cuales, a través de secretas cataratas empapas la tierra de nuestro corazón, para que
abunden sus frutos de trigo, vino y aceite3 y no nos afanemos inútilmente en busca de nuestro
pan, sino que quienes buscamos encontremos, los que encontramos nos alimentemos y
experimentemos qué dulce eres, Señor. Mi alma, un alma árida, un alma estéril e
infructuosa, ansía empaparse de estas gotas que destilan, para que también a ella se le aparezca
aquel pan celestial que alimenta a los ángeles y del que chupa el niño. Que mi paladar saboree
todos los deleites y ya no suspire por las ollas de carne que dejé en Egipto, donde por orden del
Faraón hacía adobes sin dárseme la paja4.




       1
           Sal 103,2.
       2
           Sal 103,21.
       3
           Sal 4,8.
       4
           Ex 5,7.
12

2. Resuene, pues, buen Jesús, tu voz en mis oídos5, para que aprenda cómo debe amarte mi
corazón, te ame mi mente, y te amen hasta las entrañas de mi alma. Que te abrace la médula de
mi corazón, pues eres mi bien único y verdadero, mi gozo dulce y exquisito. Pero ¿qué es el
amor, Dios mío? Si no me engaño es una admirable complacencia del alma, tanto más dulce
cuanto más pura, tanto más suave cuanto más verdadera, tanto más gozosa cuanto más amplia.
Es el paladar del corazón el que te saborea, porque eres dulce; es el ojo el que te ve, porque eres
bueno; y es el espacio capaz de acogerte, a ti que eres inmenso. Pues quien te ama te contiene,
y te contiene en la medida que ama, porque tú eres amor, eres caridad. Esa es aquella opulencia
de tu casa de la que se embriagarán tus amados, los que se pierden a sí mismos para pasar a ti.
¿Y cómo se realiza eso, Señor, sino amándote? Pero con todo el ser. Descienda, Señor, te
ruego, a mi alma una partícula de esta inmensa dulzura tuya, con la que se endulcen los panes
de su amargura. Guste de antemano con la prueba de un pequeño sorbo aquello que desea, lo
que ansía, por lo que suspira en esta peregrinación. Saboree y siga con hambre, beba y siga con
sed, pues los que te comen tendrán más hambre, y los que te beben tendrán más sed6. Pero se
saciarán cuando aparezca tu gloria7, cuando se manifieste el cúmulo inmenso de tu dulzura, que
reservaste para los que te temen8, porque sólo lo revelas a los que te aman.

3. Mientras tanto, Señor, que yo te busque, y te busque con el amor; porque quien camina
amándote es indudable, Señor, que te busca; y quien te ama perfectamente ése es, Señor, el que
ya te ha encontrado. ¿Hay algo más justo que el que te ame tu criatura, que recibió de ti ese don
para poder amarte? Los seres irracionales o insensibles no pueden amarte: no son capaces de
ello. Tienen su naturaleza, su figura y su orden, no para ser felices o poder serlo amándote, sino
para que todo lo hermoso, bueno y bien ordenado por ti contribuya a la gloria de aquellos que
pueden ser dichosos porque pueden amarte.


                                        CAPÍTULO        II
              Naturaleza, forma y utilidad otorgadas en común a todas las criaturas

4. Nuestro Dios, que es el ser sumo e inmutable, que es siempre el mismo, como dice David:
Tú eres siempre el mismo9, dio a todas las criaturas estas tres cosas: naturaleza, forma y
utilidad. Por la naturaleza son buenas; por la forma son hermosas; por la utilidad son
provechosas si están bien ordenadas. Quien les dio el ser las hizo también buenas, hermosas y
bien ordenadas. Y como proceden del que es infinito e inmutable, por eso existen todas. Como
aquel de quien dimanan es infinita e inmutablemente hermoso, todas son hermosas. Y todas
son buenas por causa del que es la bondad suma e inmutable; todas están bien ordenadas por el
que es infinita e inmutablemente sabio. Son, pues, buenas por naturaleza, hermosas por la
forma y bien ordenadas al esplendor de todo el conjunto.

5. Vio Dios, dice, todo lo que había hecho y era muy bueno10. Por el hecho de ser, son buenas;
       5
           Cant 2,14.
       6
           Eclo 24,21.
       7
           Sal 35,15.
       8
           Sal 30,20
       9
           Sal 101,28.
       10
            Gen 1,31.
13

en cuanto que cada parte se armoniza con la totalidad, son hermosas; y si cada una halla en todo
el conjunto su lugar, tiempo y modo adecuado, entonces están perfectamente ordenadas. Cada
cosa tiene un lugar propio para estar; por ejemplo, el ángel el cielo, los seres irracionales la
tierra, y el hombre -como intermedio- el centro del paraíso. Tienen también el tiempo en que
existen o hasta cuando existen, de manera que en la belleza del conjunto unos comienzan todos
a la vez, como sucede en la naturaleza angélica; otros no comienzan todos a la vez, pero una
vez que comienzan no dejan de existir, como los hombres; y otros tampoco comienzan a la vez,
y con el tiempo dejan de existir, como los irracionales.

6. Para que no se piense que callo el modo en que subsiste cada criatura y cuál es el más
adecuado de cada una, ¿hay algo más propio de la criatura racional que la bienaventuranza, si
es justa? ¿Y algo más apropiado que la miseria si es malvada? ¿O qué modo más oportuno para
la criatura irracional e insensible, incapaz de ser feliz ni miserable, que servir a la salud de unos
o aumentar la desdicha de otros? Tiene mucha razón el sabio que dice: El agua, el fuego y el
hierro, la leche, el pan y la miel, el racimo de uvas, el aceite y el vestido, todo eso se convierte
en bueno para los santos11 y en malo para los impíos y pecadores. Y no se queje el hombre de
tener el mismo lugar que las bestias, pues no comprendió la dignidad que poseía, y por eso se
rebajó con los animales y se hizo semejante a ellos12. Y no sólo por el lugar. ¿Quién es capaz de
decir cuánta semejanza con los animales irracionales brotó al quedar abolida en el alma
racional, no la imagen, pero sí la semejanza divina? Pero esto queda para otro momento.

7. Ahora hay que resaltar y predicar la sabiduría del Creador: él no es el origen ni provocador
de los males, pero sí es su prudentísimo coordinador. ¿Por qué no impide mi Señor dulcísimo y
omnipotentísimo que exista el mal, de modo que no pueda manchar ni lo más mínimo su plan
eterno? ¿No brillaría más su omnipotencia, no sería más admirable su sabiduría, y más dulce
su misericordia si convirtiera con su poder los males en bienes, ordenara sabiamente lo
ordenado y otorgara misericordiosamente la bienaventuranza a los miserables?


                                        CAPÍTULO        III
     El hombre ha sido creado a imagen de su Creador y es capaz de la bienaventuranza

8. Así pues, en el conjunto de toda la creación, al hombre no sólo se le ha concedido existir, o
ser simplemente algo bueno, hermoso u ordenado como las demás criaturas, sino también ser
dichoso. Pero así como ninguna criatura existe por sí misma, ni es hermosa o buena por sí
misma, sino por el que es infinito y totalmente hermoso o bueno, y es, en consecuencia, la
bondad de todo lo bueno, la belleza de todo lo hermoso y la causa de todo cuanto existe,
tampoco el hombre es dichoso por sí mismo, sino por aquel que es infinitamente feliz y por ello
la felicidad de todos los bienaventurados.

9. Únicamente la criatura racional es capaz de esta bienaventuranza. Creada a imagen de su
Creador, posee la capacidad de adherirse a aquel de quien es imagen, y esto es un bien
exclusivo de la criatura racional, como dice el santo David: Para mí lo bueno es adherirme a


        11
             Cfr Eclo 39,33.
        12
             Sal 48,13.
14

Dios13 . Esta adhesión no es de la carne sino del alma, pues el Creador de las naturalezas
infundió en ella tres facultades para hacerle capaz de la eternidad divina, partícipe de la
sabiduría y saboreador de la dulzura. Estas tres son la memoria, la ciencia y el amor o voluntad.
La memoria es capaz de la eternidad, la inteligencia lo es de la sabiduría, y el amor de la
dulzura. Creado el hombre con estas tres facultades a imagen de la Trinidad, tenía presente a
Dios en la memoria sin olvidarle, le conocía sin error por la inteligencia, y con el amor lo
abrazaba sin ansiar nada más. Por eso era feliz.


                                       CAPÍTULO        IV




       13
            Sal 72,28.
15

    El hombre se apartó del amor que contenía el gozo pleno de su felicidad, y también se
    apartó de Dios; se volvió un miserable y corrompió la imagen de Dios en sí, aunque no
    la suprimió.

10. Aunque la felicidad consista en estas tres cosas o se consiga con ellas, sin embargo su
deleite reside propiamente en la tercera. Es indudable que deleitarse en cosas viles es lo más
repugnante, pero donde no existe deleite tampoco hay felicidad. Y donde falta el amor también
el deleite. En cambio, cuanto más se ama el bien supremo, mayor es el deleite y la felicidad. Ya
puede la memoria recordar muchas cosas, y la inteligencia comprender lo más profundo, si la
voluntad no se ocupa de lo recordado y conocido no existe deleite alguno.

11. Nuestro primer padre, dotado del libre albedrío, con la ayuda de la gracia de Dios podía
deleitarse perpetuamente, amando siempre a Dios con su recuerdo y conocimiento, y ser
siempre dichoso. También pudo dirigir su amor a otra realidad inferior, y de ese modo enfriarse
al apartarse de su amor y condenarse a la miseria. Si la dicha única de la criatura racional es
adherirse a Dios, su miseria consiste en apartarse de Dios. Pero encumbrado en dignidad, no
comprendió. ¿Qué? Tal vez lo que comprendió uno que entró en el santuario de Dios y percibió
las realidades presentes y las últimas; pues como él dice: Los que se alejan de ti perecerán;
destruyes a los que te son infieles14. No comprendió que quienes abandonan a Dios por la
soberbia caen en la necedad, y que quien usurpa la semejanza con Dios por la rapiña, se viste
justamente con la desemejanza de los jumentos.

12. Al abusar, pues, del libre albedrío, desvió su amor del bien inmutable, y cegado por la
propia codicia se volvió a otro menor; al apartarse del bien verdadero y pasarse a lo que no era
bueno por sí mismo, donde se imaginaba que iba a ganar, en realidad perdió; y al amarse
perversamente se perdió a sí mismo y a Dios. La consecuencia justísima fue que a quien
atentaba contra Dios ansiando la semejanza de Dios, si la curiosidad le incitó a querer ser
semejante a Dios la codicia le volvió más desemejante. La imagen de Dios en el hombre quedó
corrompida, aunque no totalmente eliminada. Por ello conserva la memoria, aunque expuesta
al olvido; y la inteligencia, aunque sometida al error; y el mismo amor, aunque proclive a la
codicia.

13. Todavía persevera en el alma racional en esta trinidad la marca muy pobre de la Trinidad
bienaventurada, y volviéndose hacia la substancia misma el alma recuerda quién es, se
conoce y se ama. Ama, conoce y recuerda su propia memoria; y recuerda, conoce y ama su
propia ciencia y ama, recuerda y conoce su propio amor. En la sustancia está la unidad y en las
tres palabras que citamos aparece la trinidad. Por eso dice el salmista: El hombre permanece en
la imagen, pero se turba inútilmente15. Con estas palabras el santo David insinúa de manera
concisa pero muy clara que el alma humana posee la imagen por naturaleza, y la corrupción por
el pecado. Pues el olvido corrompe la memoria, el error oscurece la ciencia y la codicia mengua
el amor.


                                       CAPÍTULO       V

       14
            Sal 72,27.
       15
            Sal 38,7.
16

    Con la venida del Salvador se renueva en el hombre la imagen de Dios; su renovación
    perfecta no ha de esperarse aquí sino en el futuro.

14. Una vez saldada la deuda que pesaba sobre la naturaleza humana, por el Mediador entre
Dios y los hombres Jesucristo hombre16, y cancelado el documento por el cual nos tenía
amarrados la cruel soberbia del enemigo antiguo; expoliados los principados y potestades17, a
los que nos había sometido la justicia divina, y aplacado Dios Padre por aquella hostia única de
la cruz, la memoria se repara de nuevo por la doctrina de la Sagrada Escritura, el entendimiento
por el sacramento de la fe y el amor por el crecimiento diario de la caridad. La renovación de la
imagen sería perfecta si el olvido no alterase la memoria, si ningún error ofuscara la
inteligencia, y ninguna especie de codicia turbara el amor. Pero ¿dónde y cuándo sucederá eso?
Esa paz, esa tranquilidad y esa felicidad hay que esperarlas en la patria, donde no existe el
olvido entre los que viven en la eternidad, ni se desliza el error en quienes disfrutan de la
verdad, ni ataca la codicia a los que están absortos en la caridad divina. ¡Oh caridad eterna y
verdadera, verdadera y amada eternidad, amada y eterna verdad, eterna, verdadera y amada
trinidad! Aquí, aquí está el descanso, aquí la paz, aquí la dichosa tranquilidad, aquí la tranquila
felicidad, aquí el gozo tranquilo y dichoso.

15. ¿Qué haces, alma humana, qué haces? ¿Por qué te enredas con tantas cosas? Sólo una cosa
es necesaria. ¿Para qué más? Lo que ansías en tantas cosas lo tienes en uno. La grandeza, la
ciencia, el deleite, la abundancia, todo lo tienes aquí, plenamente aquí, y en ningún otro lado.
¿Acaso existe la verdadera grandeza en esta fosa fatal y charca fangosa? ¿Se halla la ciencia
perfecta en este país de sombras de muerte? ¿Es posible el gozo puro en este lugar horroroso y
en esta inmensa soledad, o la plena abundancia entre tanta miseria? ¿Qué grandeza existe en el
mundo que no la destruya el temor? ¿Qué ciencia tiene el hombre si se desconoce a sí mismo?
Y si te gozas en la carne, eso es propio del caballo y del mulo que carecen de razón 18. Si te
recreas en la fama o riquezas, cuando mueras no te llevarás nada ni te acompañará tu fama19.
Así pues, la verdadera grandeza reside donde ya no hay nada mayor a que aspirar; la ciencia
verdadera consiste en no ignorar nada; el auténtico placer es el inmune al hastío; y la auténtica
abundancia es la que nunca se agota. ¡Ay de nosotros, Señor, que nos alejamos de ti! ¡Ay de mí,
que se ha prolongado mi destierro!20 ¿Cuándo llegaré y me presentaré ante ti?21 ¡Quién me
diera alas de paloma para volar y descansar!22




       16
            1 Tim 2,15.
       17
            Col 2,15.
       18
            Sal 31,9.
       19
            Sal 48,18.
       20
            Sal 119,5.
       21
            Sal 41,3.
       22
            Sal 54,7.
17

16. Mientras tanto, Señor Jesús, te pido que mi alma se emplume en el nido de tu disciplina,
descanse en los huecos de la peña y en las grietas del cercado. Que te abrace ahora a ti
crucificado y beba un sorbo de tu dulcísima sangre. Que esta meditación apacible llene mi
memoria, para que el olvido no la oscurezca por completo; que declare no saber otra cosa sino
a mi Señor y a éste crucificado23, y así la vanidad del error no desvíe mi conocimiento de la
solidez de la fe. Que tu amor admirable se apodere de todo mi amor, y no lo arrastre la codicia
del mundo. ¿Pero qué digo? ¿Deseo esto sólo para mí? Que se cumpla, Señor, que se cumpla
por favor lo que dijo el profeta. Se acordarán y volverán al Señor todos los confines de la
tierra24. Dice que se acordarán. Por lo tanto, comprendo que el recuerdo de Dios está
escondido, pero no totalmente sepultado en la mente racional, para que sientas que no se trata
de algo nuevo que se incluye sino de lo antiguo que se restaura. Pues si la razón humana no
resplandeciera al menos un poco y de modo casi espontáneo en el recuerdo de Dios, creo que ni
siquiera el insensato diría en su corazón. No hay Dios.


                                        CAPÍTULO       VI
                  Disputa contra el necio que dice en su corazón : “No hay Dios”.

17. Si eres, pues, tan necio que dices en tu corazón: No hay Dios, ¿crees que habrá algún
sabio? Tal vez tú. Supongamos que así sea, ¿y eres tan sabio que no puedes volverte necio? ¿O
tan necio que no puedas llegar a sabio? Si rechazas ambas cosas, no sólo diría que has perdido
el juicio sino que ni siquiera vives. Pero porque tú devanees ¿crees que ha desaparecido la
sabiduría? No, puedes llegar a sabio. ¿Y con qué otro medio sino con la sabiduría? Por lo tanto,
aunque tú pierdas el juicio, existe la sabiduría. - Es cierto, me dirás, pero en el sabio. - ¿Pero
hay acaso un hombre que no pueda desvariar? Aunque todos los hombres pierdan el juicio,
persiste la sabiduría, pues en caso contrario no podrían volver a saber. - Me dirás que la
sabiduría persiste en los ángeles. Incluso ellos por naturaleza pueden desvariar, como lo
muestra la inmensa multitud de ángeles necios, cuya naturaleza era igual que la de los otros,
aunque su gracia es distinta. Por lo tanto ninguna criatura es sabia por sí misma. ¿Cómo lo será,
pues, sino por la sabiduría? ¿Y dónde la encuentra el necio para ser nuevamente sabio? Si la
encuentra, la sabiduría hallada por el necio le hace sabio. Pero, ¿cómo encontrar lo que no
existe si no comienza antes a existir?

18. Yo no la encuentro así -replicas-, sino que me hago sabio con la meditación y el ejercicio.
- Así que ¿te haces tú mismo sabio? ¿Tú mismo creas la sabiduría? - ¿Y por qué no? - Yo te
había imaginado necio, y tú te has hecho tan sabio que eres capaz de conseguirte la sabiduría.
¿Acaso sabe poco el que hace a otro sabio? Porque si alguien afirma que un necio puede hacer
sabio a otro, todos se reirán de él. ¿De dónde, pues, le viene al necio la sabiduría? Tal vez de
otro hombre sabio. ¿Y ése por qué es sabio? Tal vez se hizo él mismo sabio. Pero antes de
hacerse sabio ¿no era necio? Caemos en la misma contradicción del necio que hace sabio a
otro.




       23
            1 Cor 2,2.
       24
            Sal 21,28.
18

19. Si me dices que el ángel puede hacer sabio a otro, ¿de dónde le viene ser sabio? Si es él
quien se hizo sabio, volvemos a la contradicción antedicha. Concluyamos, pues, que la
sabiduría que hace sabios a los demás no es una realidad creada. La sabiduría no puede
volverse necia, porque no puede ser necedad, como la muerte no puede ser vida, aunque la
muerte de Cristo sea nuestra vida. Ni la luz puede ser tiniebla, aunque nosotros fuimos en otro
tiempo tinieblas y ahora somos luz en el Señor. Ni el mismo Juan era luz, sino el que daba
testimonio de la luz. Existía ya la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo25. Esa es la verdadera sabiduría, que se infunde en las almas santas, para que también
ellas sean sabias. ¿Te parece poco todo esto, oh necio?

20. Vuelvo a preguntarte: ¿sabes que existes?            Me dirás que nadie lo ignora. Cierto, ni
siquiera el escolar. Pero ¿has existido siempre? ¿De dónde has recibido la existencia? ¿Te has
hecho a ti mismo? Si no eras nada ¿cómo pudiste hacer algo tan grande? ¿De dónde, pues, te
viene la existencia? ¿Acaso de otro hombre? ¿Y al otro? ¿Acaso del ángel? ¿Y al ángel?
Concluyamos, pues, que la esencia que da el ser a todos los demás no ha sido creada, como
tampoco ha sido creada la sabiduría que otorga el saber a todo lo demás. No te escuches, por
tanto, a ti para saber esto o lo otro, o para ser así o de otro modo; que te hable en el corazón el
que es la sabiduría y el ser, y no dirás en tu corazón: No hay Dios, porque en él percibirás que ni
siquiera puedes existir ni decir en tu corazón: No hay Dios, si no existiera Dios.

21. Insisto: ¿quieres existir y saber? Creo que no lo rechazas. Pues reúne estas tres cosas: el
ser, el saber y el querer. Vuélvete, oh rebelde, al corazón26. Considera qué unidad e igualdad
reina entre las tres. Y cuando percibas que estas tres se hallan en ti y que no proceden de ti,
piensa en la esencia eterna, en la sabiduría eterna y en la voluntad eterna de la sabiduría y
esencia eterna, y no digas en tu corazón. No hay Dios, sino que, al recordarla conviértete al
Señor tu Dios con todos los confines de la tierra.


                                      CAPÍTULO         VII
                       El hombre se alejó de Dios por el afecto del alma




       25
            Jn 1,9.
       26
            Is 46,8.
19

22. ¡Qué admirable es, Señor, el conocimiento que tienes de mí! Es inmenso y no puedo
abarcarlo27. Mientras tanto te abrazaré, Señor Jesús. Como pequeño al pequeño, como débil
al débil, como un hombre a otro hombre, y aún más, como pobre a pobre. Porque tú, Señor, eres
un pobre, te montaste sobre una borrica y sobre una cría de borrica28. Así te abrazaré, Señor.
Pues toda mi grandeza proviene de tu pequeñez, toda mi fortaleza de tu debilidad, toda mi
sabiduría de tu necedad. Señor: correré tras el aroma de estos ungüentos29. ¿Te asombra que
llame ungüento lo que sana al enfermo, fortalece al débil y alegra al triste? Te seguiré, pues,
Señor Jesús, estimulado por el olor de estos ungüentos y confortado con su aspersión. Te
seguiré, Señor, si no a los montes de los aromas, donde te encontró tu esposa30, sí al huerto,
Señor, donde quedó sembrada tu carne. Allí, sin duda, exultas; aquí duermes. Aquí, Señor, aquí
duermes, aquí descansas31, aquí gozas de ese dulce Sábado. Que mi carne, Señor, quede
sepultada contigo, para que lo que vivo en la carne no lo viva en mí sino en ti, que te entregaste
por mí32. Sea yo ungido contigo, Señor, con la mirra del pudor, para que el pecado no reine más
en mi cuerpo mortal33, ni me vuelva un jumento que se pudre en su propio estiércol34.

23. Pero ¿de dónde viniste al huerto? ¿De dónde, sino de la cruz? ¡Ojalá, Señor, tome tu cruz y
te siga! Pero ¿cómo te voy a seguir? - Tú me respondes: ¿Cómo te apartaste de mí? - Creo,
Señor, que no fue con los pasos de los pies sino con el afecto del alma. No quise conservar para
ti la substancia de mi alma y me la apropié; y al querer poseerme a mí mismo sin ti, te perdí a ti
y a mí. Y yo mismo me siento muy pesado35; me he convertido en un antro de miseria y
tinieblas, en un lugar horroroso y en un campo de escasez. Por lo tanto, me levantaré e iré a mi
Padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti36.


                                     CAPÍTULO        VIII
              El hombre se reforma como imagen de Dios por el afecto de la caridad

24. Si no me engaño, está claro que la soberbia humana se malogra a sí misma y corrompe la
imagen de Dios que hay en ella, cuando se aleja del sumo bien, no con los pasos de los pies sino
con los afectos del espíritu; y que la humildad humana se renueva a imagen de quien la creó
cuando se acerca a Dios con el afecto del espíritu. Por eso dice el Apóstol: Renovaos en el
espíritu de vuestra mente y revestíos del hombre nuevo, que fue creado a imagen de Dios37. ¿Y
cómo se realizará esta renovación sino con el precepto nuevo de la caridad, del que afirma el


       27
            Sal 138,6.
       28
            Jn 12,15.
       29
            Cant 1,3.
       30
            Cant 8,14.
       31
            Cant 1,6.
       32
            Gal 2,20.
       33
            Rom 6,12.
       34
            Joel 1,7.
       35
            Job 7,20.
       36
            Luc 15,18.
       37
            Ef 4,23-24.
20

Salvador: Os doy un mandamiento nuevo38? Así pues, si el espíritu se reviste perfectamente
de esta caridad reformará las dos facultades que dijimos están corrompidas, es decir, la
memoria y el conocimiento. Por eso se nos inculca como muy saludable para nosotros el
contenido de este único precepto, del cual depende el despojo del hombre viejo, la renovación
del espíritu y la reforma de la imagen divina.

25 . Nuestro amor, en efecto, envenenado de codicia y miserablemente amarrado en la red
del placer, se hundía en el abismo, esto es, iba de vicio en vicio por su propio peso. Pero al
infundírsele la caridad, y disolver ésta con su calor su innata indolencia, se eleva a las alturas,
se despoja de la vetustez y se reviste de la novedad, y adquiere las alas plateadas de paloma 39
para volar hacia el bien sublime y puro, de quien todos proceden, como lo proclama
abiertamente el bienaventurado Pablo a los Atenienses40.




       38
            Jn 13,34.
       39
            cfr Sal 67,14.
       40
            Hech 17,28.
21

  26. Pues después de disertar sutil y ampliamente sobre Dios, y demostrar con vehemencia
con textos de los filósofos que Dios es único, y que en él vivimos, nos movemos y existimos,
dice: Somos su raza. Y añade: Por tanto, si somos de la raza divina41. Nadie piense, sin
embargo, que el Apóstol afirma que somos raza de Dios para demostrar que poseemos la
misma naturaleza o sustancia que Dios, y en consecuencia, que ya dejamos de ser mudables,
corruptibles o miserables, como sabemos que lo es su Unigénito, nacido de su sustancia y
semejante en todo al Padre. Afirma que somos raza de Dios, o más bien no lo niega, porque
sabemos que el alma racional, creada a imagen de él, puede participar de su sabiduría y
bienaventuranza. La caridad, pues, eleva nuestra alma hacia aquello para lo que fue hecha; y la
pasión le empuja hacia lo que libremente se deslizó.


                                      CAPÍTULO        IX
            Nuestro amor está dividido contra sí mismo por las tendencias contrarias
                            de la caridad y de la concupiscencia

27. Como la única facultad de nuestra alma capaz de la caridad o de la pasión es lo que
solemos llamar el amor, éste es el que está dividido en sí mismo por una especie de dos apetitos
contrarios: la nueva infusión de la caridad y las secuelas de la inveterada pasión. A esto se
refiere el Apóstol: No hago lo que quiero42. Y en otra ocasión: La carne desea contra el
espíritu y el espíritu contra la carne. Son tan opuestos que no hacéis lo que queréis43. Aquí el
Apóstol, al hablar del espíritu y de la carne, no se refiere a dos naturalezas contrarias en cada
hombre, como se imaginan los inmundos Maniqueos; sino que al referirse al espíritu expresa la
novedad de la mente por la infusión de la caridad, pues el amor de Dios se ha derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado44. Y al hablar de la carne insinúa
la mísera esclavitud del alma por las secuelas de lo antiguo, y afirma que en una misma mente
se entabla un conflicto continuo entre lo viejo tan arraigado y lo nuevo tan insólito.


                                       CAPÍTULO        X
   El libre albedrío ocupa un lugar central en el alma, pero no influye del mismo modo en
                                   el bien como en el mal




       41
            Hech 17,28.
       42
            Rom 7,15.
       43
            Gal 5,17.
       44
            Rom 5,5.
22

 28. Así pues, entre estas dos realidades, es decir, lo que el Apóstol llama codicia de la carne,
no porque toda codicia mala proceda de la carne, pues los demonios no tienen carne y poseen la
codicia, sino porque no viene de Dios sino del hombre, a quien la Escritura suele llamar carne.
Entre ese apetito, que con pleno rigor se llama codicia, y aquel otro del espíritu, que con razón
llamamos caridad, porque es del espíritu de Dios y no del nuestro, ya que la caridad de Dios ha
sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado45; entre estas
dos -insisto- ocupa en cierto modo el centro lo que en el hombre se denomina libre albedrío,
porque cuando el alma se inclina a uno de los dos lo hace por el libre albedrío. Nadie sea tan
ignorante que se atreva a conceder que el hombre, por su libre albedrío, tiene la misma
posibilidad para hacer el bien que el mal, pues no somos capaces de pensar nada por nosotros
mismos46, ya que es Dios quien produce en nosotros el deseo y su realización, según su
designio47; porque, no depende de querer ni de correr, sino de que Dios se apiade48.
Conclusión: ¿negamos con esto que existe en el hombre el libre albedrío? De ninguna manera.

29. El libre albedrío es esa energía o naturaleza del alma, o si es posible decirlo de manera
adecuada, eso propio del hombre por lo que consiente a algo con el juicio de la razón. No es el
consentimiento a esto o aquello, sea bueno o malo, sino aquello con lo que se consiente. Así
como una cosa es la vista y otra la visión, ya que la vista es uno de los cinco sentidos corporales
y la visión es la actuación del sentido, del mismo modo distinguimos entre el consentimiento y
aquello con que se consiente. El consentimiento es una acción del alma, y el libre albedrío es
cierta energía o naturaleza del alma por la cual consiente, y que posee un juicio innato, por el
cual elige aquello en que consiente. Pero como el consentimiento se hace con la voluntad y el
juicio con la razón, la voluntad y la razón integran el libre albedrío. La razón propone el bien y
el mal, lo justo e injusto, y lo intermedio; la voluntad consiente y todo consentir procede de la
voluntad.

30. Donde hay voluntad, allí hay cierto grado de libertad. El libre albedrío, como he dicho,
parece que incluye ambas facultades: la libertad de la voluntad y el juicio de la razón. Ya ves,
pues, cómo el libre albedrío no está determinado por la buena voluntad del hombre, sea cual sea
su origen, pues no pierde la decisión ante una voluntad buena ni mala; y en consecuencia,
tampoco la libertad, ni la razón, ni el juicio. Pero como Dios produce en nosotros el deseo
¿perdemos la capacidad de desear? Si es don de Dios el que usemos bien de la razón, ¿por eso
no usamos de la razón? Si se debe a Dios todo el bien que hacemos, ¿por eso no hacemos el
bien? Si no podemos pensar nada por nosotros mismos, porque nuestra capacidad proviene de
Dios, ¿somos incapaces? Aunque todo esto lo hacemos por la gracia de Dios, sin embargo lo
hacemos, y lo hacemos con la voluntad y la razón; y por tanto, no lo realizamos sin el libre
albedrío.


                                       CAPÍTULO        XI
                             La gracia no suprime el libre albedrío


       45
            Ibidem.
       46
            2 Cor 3,5.
       47
            Flp 2,1.3
       48
            Rom 9,16.
23

31. Dios actúa de un modo muy distinto en los seres que carecen de voluntad y de razón, y en
consecuencia, de libre albedrío -como por ejemplo las bestias- y tampoco ellas hacen nada de
esto. El bien que Dios hace por medio de nosotros, o desde nosotros, pero sin nuestra voluntad,
es exclusivo de Dios y no nuestro; y lo que hace con nuestra voluntad es suyo y nuestro. Si lo
hago queriendo -dice Pablo- recibo salario; si no es por mi voluntad es que me han confiado
una administración49. Por tanto, para que la obra que Dios realiza en nosotros y por nuestro
medio sea también nuestra, él mueve nuestra voluntad para que consintamos; y de este modo,
por su gracia nosotros tenemos recompensa. Pues si lo hago queriendo recibo salario; y para
que yo quiera hacer el bien Dios produce en mí el deseo. Excita la voluntad a pedir, a buscar y
a llamar, y añade una gracia a otra, es decir, realizarlo con una voluntad buena.

32. Finalmente, como la vida eterna es la recompensa de las obras buenas, al otorgarla Dios
corona sus dones, que quiso fueran méritos nuestros. Observa todo esto en Pablo: Fui blasfemo
y perseguidor e insolente50. Aquí hay una voluntad, pero mala: hay méritos, aunque pésimos.
Pero alcancé misericordia, para ser fiel. Aquí hay una voluntad buena; pero fíjate de dónde
procede. No porque existió antes en mí algo bueno, sino porque me precedió su misericordia.
Yo alcancé misericordia para ser fiel. Como dice San Agustín, uno puede ir a la iglesia,
escuchar la palabra de Dios o recibir el sacramento de Cristo no queriéndolo. Pero creer sólo es
posible queriéndolo. Sobre las obras escucha: Trabajé más que todos ellos51. ¿Esto es, Pablo, lo
que tienes y no lo recibiste? - Lo recibí. Es cierto que trabajé más que todos ellos, pero no yo.

33. ¿Cómo es posible esto: yo y yo no? Yo no, porque no procede de mí, de mis fuerzas,
sabiduría o méritos, sino de la gracia de Dios. ¿Que ha sucedido? ¿Te quita el libre albedrío,
destruye tu voluntad y aniquila el juicio de la razón? De ninguna manera. Dije que yo no,
porque es la gracia de Dios; pero dije que yo, porque la gracia de Dios está conmigo. ¿Cómo
está conmigo? Haciendo que consienta con el que obra, y de este modo coopere yo, y coopere
queriendo; pues si yo no quiero y él actúa desde mí o por medio de mí, no podré afirmar: He
peleado un buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe52. Por tanto, el libre
albedrío no basta para hacer el bien, pero Dios hace muchas cosas buenas en él, con él y por él.
En él cuando le incita al bien con una inspiración interior; con él, cuando une a él el libre
albedrío por el consentimiento; por él, cuando con la cooperación de Dios, uno realiza algo por
medio del otro. Me espera la corona de la justicia53. ¿Qué corona, sino la vida eterna? Me
espera la corona de la justicia, que el Señor me entregará aquel día.
34. Dice que le entregará. Por tanto, si se la entrega, la recompensa es la vida eterna.
Verdadera recompensa, porque ha precedido una buena obra: He peleado un buen combate.
¿Pero de dónde procede esta obra? No yo, sino la gracia de Dios conmigo54. Los méritos son,
pues, nuestros, y la gracia es de Dios. Y por esos méritos da la vida eterna: una gracia por otra
gracia. Dará a cada uno según sus obras. Pero sólo merecen la recompensa celestial aquellas
obras que han sido dispensadas antes por su favor. Que la vida eterna es gracia nos lo dice el


       49
            1 Cor 9,17.
       50
            1 Tim 1,13.
       51
            1 Cor 15,10.
       52
            2 Tim 4,7.
       53
            2 Tim 4,8.
       54
         1 Cor 15,10.
24

mismo Apóstol: El salario del pecado es la muerte, y el don de Dios es la vida eterna55. La vida
eterna -insisto- es gracia y doble gracia. Es gracia porque se da por otra gracia; y es también
gracia porque la gloria supera a los méritos. Los sufrimientos del tiempo presente no tienen
proporción con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros56.




       55
            Rom 6,23.
       56
            Rom 8,18.
25

                                       CAPÍTULO        XII
            Ni a los que se salvan ni a los condenados se les priva del libre albedrío;
                         y la gracia sólo actúa mediante el libre albedrío

35. ¿Acaso en la gloria careceremos de voluntad para consentir un bien tan inmenso, o
estaremos privados de la razón para apreciar ese bien nuestro? Por tanto, tampoco del libre
albedrío; y no para poder hacer el mal sino para ser capaces de ese bien. Las bestias no están
expuestas a la condenación ni son capaces de la salvación, porque carecen de razón y de
voluntad. Los niños no poseen más razón y voluntad, pero sí una gracia más evidente; carecen
del don de los méritos, pero aunque por la limitación que procede de la pena del pecado viven y
mueren sin libre albedrío, al ser despojados de este envoltorio de la carne que les condiciona,
en modo alguno debemos admitir que participarán de la felicidad eterna o de una merecida
condenación sin hacer uso de la voluntad racional.

36. Los niños que se salvan muestran una gracia más evidente, pues carecen del libre
albedrío al que puedan asignarse los méritos; la gracia que otorga los méritos y los premios me
parece una gracia más colmada. De nada podemos gloriarnos, cuando no hay nada nuestro.
¿Qué es lo que te distingue, oh hombre? ¿El libre albedrío? Sin duda, pero te distingue de los
jumentos, no de los injustos. Porque también los malvados poseen libre albedrío, sin el cual no
podrían ser ni siquiera injustos. Exceptuando, pues, el pecado original, que por otro motivo
oprime incluso a los que no lo quieren, nadie puede ser justo o injusto sin su voluntad, y por
tanto sin el libre albedrío. Pero la voluntad sólo se levanta hacia la justicia con la gracia,
mientras que se hunde por sí misma en la injusticia.

37. Es indudable que donde existe la voluntad hay libertad. Pues donde se está
voluntariamente no se obliga a estar por coacción. ¿Quieres escuchar cómo se da cierta libertad
en la injusticia? Atiende al Apóstol: Mientras erais esclavos del pecado os emancipabais de la
justicia57. ¿No adviertes cómo la voluntad no carece de libertad, incluso en la esclavitud del
pecado? ¿Pero acaso falta el juicio de la razón en la libertad de una voluntad injusta? ¿No
puede discernir lo que quiere de lo que no quiere, o juzgar que es provechoso, bueno o
deshonesto incluso lo que quiere de manera desordenada? Porque si carece de alguna de estas
facultades podría apetecer sólo lo voluptuoso, tener los mismos instintos que los animales, pero
sin ser capaz de consentir o disentir de ellos por el juicio de la razón, que es lo propio del libre
albedrío. El profeta nos demuestra que el hombre puede abusar de la razón haciendo el mal:
Son sabios para obrar el mal58. El libre albedrío no deja de existir ni en las penas del infierno,
ya que los réprobos rechazan voluntaria y libremente las penas que sufren; tampoco falta el
juicio de la razón, por el cual se acusan y juzgan a sí mismos como merecedores de lo que
padecen.




       57
            Rom 6,20.
       58
            Jer 4,22.
26

38. Creo que la cuestión está clara: ni la gracia elimina el libre albedrío, ni el libre albedrío
debilita la gracia. ¿Cómo va a suprimir la gracia el libre albedrío, si la gracia sólo actúa en el
libre albedrío? Y esta gracia de que hablamos no actúa en los brutos animales ni en las
realidades insensibles, sino sólo en los que son capaces de sentir un precepto o prohibición y
escuchan: haz esto o aquello, o no hagas esto o aquello. Lo cual únicamente se aplica a los que
gozan de libre albedrío, y con él pueden querer esto o aquello. Para que quieran el bien, la
gracia no actúa destruyendo el libre albedrío e impidiendo que quieran algo, sino inclinándolo a
que quieran el bien. De este modo, cuando practicas el bien no creas que lo haces con tus
fuerzas; pero no lo enajenes de tu voluntad, ya que no es posible llamarlo bueno si no es
voluntario.


                                      CAPÍTULO        XIII
     Por qué razón no influye del mismo modo el libre albedrío en el bien que en el mal

39. Dirá alguno: Estoy de acuerdo, y queda demostrado que la gracia de Dios puede obrar
todo en todos sin atentar en nada contra la libertad de albedrío. Pero ¿quién sabe si eso sucede
así? ¿Cuál es el motivo de que si no necesita la más mínima ayuda para el mal, no pueda obrar
el bien? -¿Habrá alguien a quien no le baste el firme asentimiento de la fe católica, el peso de la
experiencia diaria del que vive bien, lo que afirman los profetas y apóstoles, y lo que es aún
mayor, el testimonio de aquellos labios verídicos que dicen: Sin mí no podéis hacer nada59? En
unos ojos purificados con esta fe no puede faltar la razón, la inteligencia estará presente y
penetrará la luz de la verdad.

40. El que pueda que vea, y quien no pueda ver, crea. El que ve, gócese con humildad; el que
no ve, crea con perseverancia, pues si no creéis no entenderéis60. Vea -insisto- que la criatura
ha sido hecha de la nada y es mutable, y por un cierto impulso natural de su mutabilidad tiende
a aquello de donde procede, es decir, a la nada. Y de hecho es muy fácil ver que todo lo que es
mudable por naturaleza necesita de algo inmutable para no cambiar. Nada mudable posee en sí
la inmutabilidad, pues no sería mudable; y mucho menos puede dársela a otro. Pero si la
criatura cambia sin la ayuda de nadie, ¿no es evidente que cambia de manera más natural y
vigorosa por un impulso necesario hacia aquello de que fue hecha? Por eso, para que por su
mobilidad no se deslice hacia lo más bajo, para que mantenga su mutabilidad en lo que es, y se
eleve hacia lo alto con felices auspicios, siempre necesitará la gracia de quien le creó con su
poder.


                                      CAPÍTULO        XIV
Qué diferencia existe entre la gracia de los primeros hombres en el paraíso y la que poseen los
 predestinados en este mundo; al hombre se le imputa con justicia la mala voluntad, aunque
           para obtener la buena voluntad no basta la facultad del libre albedrío.




       59
            Jn 15,5.
       60
            Is 7,9.
27

41. Aunque el ángel en el cielo y el hombre en el paraíso no estaban coaccionados por ninguna
flaqueza ni les dominaba la maldad, por el hecho de poseer una naturaleza mudable ambos
necesitaban la gracia; y si no se les hubiera otorgado, hubieran tenido excusas de su pecado.
Pero como por la gracia creadora se les otorgó una voluntad buena, y por la gracia auxiliante la
facultad de perseverar en ella si querían, no tenían motivos para quejarse de su naturaleza
mutable. La bondad divina no dejaría de mantenerla e impulsarla si su propia maldad no la
hubiera abandonado. No me atrevo a opinar sobre si a los condenados se les dará una gracia
especial que les inspire una voluntad buena o si se les concede otra gracia, en la que no falte
-si quieren- la posibilidad de perseverar.

42. Si los elegidos sufren una miseria mayor que los primeros hombres en el paraíso,
también reciben una gracia mayor; y cuanto más les ataca la fragilidad más poder de resistir se
les concede. A aquellos, como dijimos, vemos que se les otorgó la posibilidad de perseverar, si
querían; a éstos se les otorgó también el hecho de perseverar. Pero ¿por qué el vicio es
propiedad del hombre inicuo si carece de una voluntad buena, la cual no puede adquirir por su
fuerza ni conservarla por sí mismo? El que ha sido dotado de buena voluntad ¿por culpa de
quién se ha hecho malo? ¿No será más justo imputarle su impotencia, ya que no le fue impuesta
por el Creador sino que fue él mismo quien se abrazó espontáneamente a ella? Si no parece
justo culparle de no tener la voluntad buena, que no podría tener si no la hubiera recibido, ¿será
injusto que se le impute la que recibió y perdió? ¿Será injusto que se le impute el mal que
cometió sin que nadie le obligara?


                                       CAPÍTULO        XV
                     La condenación, incluso la de los niños, es muy justa

43. Me dices que la razón condena con toda justicia a quienes pueden usar la razón, y por ello
no carecen de juicio para elegir o de voluntad para consentir. ¿Pero qué motivo existe para
condenar a los párvulos, que no son malos por creación ni la voluntad propia les hace injustos?
- Dime: ¿crees que es injusto que el fuego consuma un árbol inútil y estéril? Mira, te ruego, a
todo el género humano como un árbol seco, estéril, viciado de raíz, infectado del veneno de la
antigua serpiente, destinado justísimamente a las llamas, reservado para el fuego y entregado a
la condenación. ¿Qué dices? ¿Te irrita, árbol estéril, que algunas ramitas cortadas de tu raíz ya
muerta sean arrebatadas del fuego, e injertadas en un tronco fecundo recuperen la prístina
hermosura?

44. Fíjate cómo aquel árbol verde, el árbol de la vida, cuyas hojas no se marchitan y todas sus
obras prosperan, ha hecho un lugar en su dulcísimo costado, que quiso le abrieran en la cruz,
para aquellas ramas, separándolas de aquella raíz enferma por pura misericordia. Y así,
injertadas y trasplantadas en él, y convertidas en una misma cosa con él, reviven y florecen, no
por su virtud -que es nula- sino participando de su espíritu; y al recibir la lluvia generosa que
Dios derrama sobre su heredad, y ser caldeadas con el sol de la caridad divina y saturadas de la
savia de la gracia celeste, den frutos espirituales que se almacenarán en los graneros del cielo. -
Pero yo he quedado abandonada, dice aquella rama inútil. Totalmente abandonada. - ¿De qué te
quejas? ¿Acaso tu ojo es malo porque yo sea bueno?

45. He dado a muchos sin debérselo a nadie; ¿y tú -repito- eres por eso malo y envidioso, te
28

enfrentas y calumnias? - Me respondes: si ambos niños son víctima de la misma condena ¿por
qué se elige a uno y se rechaza a otro? - Escucha el por qué: porque amé a Jacob y rechacé a
Esaú61. - Es injusto, me gritas. - ¿Puede la obra reclamar al artesano por qué la hace así? ¿No
tiene el alfarero libertad para hacer de la misma masa un objeto precioso y otro sin valor62?
Pues si el hombre puede destinar algunos objetos que hace para usos nobles y reservar otros
para servicios innobles, sin que nadie le llame injusto, ¿murmuras tú, porque Dios tome para sí
algunos objetos que estaban destinados con toda justicia para la ignominia y prescindir de los
que quiera? ¿Ensalzar a su prístina dignidad a los que prefiera y dar a otros la condena
merecida? Si el alfarero hace de su voluntad la norma de justicia para clasificar los objetos que
fabrica con una misma arcilla, ¿cómo no va a ser norma suprema de justicia la voluntad del
Omnipotente, para separar, ordenar, tomar, rechazar, salvar y condenar a todo lo que ha creado
de la nada?

46. Por tanto, se compadece de quien quiere y otorga misericordia a quien le place; a otro
endurece, abandonándolo justamente; a quien quiere lo ablanda con la ternura de su
misericordia; hace lo que quiere y no comete injusticia, pues la norma que distingue lo justo de
lo injusto es su voluntad, la cual se identifica con la equidad; y su voluntad no depende de
ninguna ley de justicia, sino que es la ley de la justicia la que dimana de su voluntad. He dicho
todo esto para que no parezca injusta la condenación de los niños. Por tanto, oh hombre, no
penetres en lo sublime, sino teme. Pues si Dios no se compadece de las ramas que tienen la
misma naturaleza y el mismo mérito que tú, es posible que tampoco se apiade de ti.

47.     Contempla la severidad y bondad de Dios. La severidad con los que quedan
abandonados, y la bondad contigo, con tal que permanezcas en la bondad. Pues en caso
contrario también tú quedarás olvidado. Para no ser olvidado sino escogido de entre los
olvidados, no presumas de ti, no desesperes de la bondad de Dios, no seas negligente en el
obrar, ni perezoso para orar con el profeta que dice: Separa mi causa de la gente no santa63. Y
para perseverar en la bondad, no te complazcas en tus fuerzas, sino fíate de aquel a quien grita
el profeta: Tú, Señor, nos guardarás y nos librarás eternamente de esa generación64. De esa
generación de la que añade: Los malvados no cesan de dar vueltas . Son como Sansón, que
despojados de los cabellos de las virtudes y privados de las luces del conocimiento, se les
destina a la muela del molino; abandonan el atajo de la caridad y giran en torno a la codicia.


                                     CAPÍTULO        XVI
                             La caridad posee toda la perfección




       61
            Rom 9,13.
       62
            Rom 9,20-21.
       63
            Sal 42,1.
       64
            Sal 11,8.
29

48. Y tú, alma mía, ¿no te sientes también sometida a este continuo merodear? Su cabeza no
cesa de dar vueltas, dice la Escritura, y les abruma el esfuerzo de sus labios65. ¿Qué sacas con
tanto esfuerzo? ¿Unas simples algarrobas de cerdos? Eso no sacia. Y si te sacia, ¿a qué nivel?
Es mucho más suave, gozoso y agradable tener hambre de caridad que hartarse de codicia. Y no
puede compararse en felicidad. Cuanto más enfrascado está uno en la codicia, más vacío de
verdad y más miserable se siente. Al oír, pues, alma, el oprobio de tantos que merodean sin
cesar, hazte como un cacharro inútil, olvídate de ti misma y enfráscate en Dios; no vivas ni
mueras para ti, sino para aquel que murió y resucitó para ti.

49. ¡Quién me diera embriagarme de esta saludable bebida, quedar absorto de admiración y
presa de este suavísimo letargo, para que, amando al Señor mi Dios con todo el corazón, toda el
alma y todas las fuerzas, no busque jamás mis intereses sino los de Jesucristo! Y amando al
prójimo como a mí mismo, no busque mi provecho sino el del otro. ¡Oh palabra que consuma y
condensa en la equidad! ¡La palabra caridad, la palabra amor, la palabra dilección, la palabra
de la plena perfección interior! Palabra que desborda y nada le falta; palabra que condensa, y,
en la que se compendia toda la ley y los profetas. Judío, ¿qué necesidad tienes de tantas cosas?
Aquí está la circuncisión, aquí el sábado, aquí las hostias salvadoras, aquí el sacrificio
perfumado, aquí el incienso más delicado. Posee la caridad y nada de esto te faltará; descuida la
caridad y nada te será provechoso.


                                           CAPÍTULO        XVII
                             La circuncisión espiritual se contiene en la caridad

50. Aquí se halla, no la amputación de un miembro carnal, sino la verdadera y perfecta
circuncisión del hombre interior y exterior, que refrena la lujuria, apaga la sensualidad, reprime
la gula, domina la ira, disipa totalmente la envidia y derrota la soberbia, raíz de todos los vicios.
Moderando con cierta dulzura espiritual los impulsos de la voraz tristeza, se enfrenta a la
molicie de su compañera la acedia. Hiriendo con la espada penetrante de la liberalidad la peste
de la avaricia, libera y protege al alma del vicio de la idolatría. ¿Hay, acaso, algo más perfecto
que esta circuncisión, por la que se amputan los miembros de los vicios, se aniquila el cuerpo
del pecado, se deja el adorno velludo de los primeros padres, y desaparece toda la roña e
inmundicia de la antigua vetustez? Al alma que está llena de la dulzura de la caridad no la
cohíbe el temor, no la mancha la sensualidad, no la desgarra la ira, no la encumbra la soberbia;
no la agita el humo fatuo de la vanagloria, ni le turba la pasión, ni la consume el vértigo de la
ambición; no le halaga la avaricia, ni le hunde la tristeza, ni le corroe la envidia. Porque la
caridad no es envidiosa ni fanfarrona, no es orgullosa ni destemplada, no busca sus interés, no
se irrita, no piensa mal ni se alegra de la injusticia66. Ya ves cómo esta circuncisión espiritual
extermina todos los vicios y purifica los sentidos corporales con una especie de cuchillo divino
amputando la insolencia de los ojos, raspando la comezón de los oídos, alejando los inútiles
caprichos del gusto, reduciendo el descaro de la lengua, evitando a la nariz los olores de las
rameras, y arrancando la molicie perniciosa del tacto.



        65
             Sal 139,10.
        66
             1 Cor 13,4-6.
30

                                         CAPÍTULO       XVIII
                       El sábado verdadero y espiritual ha de buscarse en la caridad

51. Advierta ya el judío cuál es este Sábado, si es que un hombre ruin que gime bajo el peso
de los pecados67, está amarrado con las redes de las pasiones, y que no ha saboreado nada o
muy poco estos consuelos, puede decir algo de esto. ¡Ojalá me concedieran un pequeño
respiro los capataces del Faraón, para que mi alma pudiera reposar media hora al menos en el
silencio de este Sábado! Seguro que callaría dormido en la paz y descansaría en mi sueño con
los reyes y magistrados que reconstruyen las ruinas y tienen sus casas repletas de dinero. Pero
¿cómo puede esperar eso un miserable? Buscaré, buscaré este Sábado, pues tal vez tú, Señor,
escucharás el deseo del pobre, y sacándolo un día de la fosa fatal y de la charca fangosa, le
concedas saborear un poquito y ver qué inmensa es la dulzura que reservas para tus fieles68
(Sal 30, 20), porque sólo se la manifiestas a los que te aman.

52. Pues quienes te aman descansan en ti; y allí se halla el verdadero descanso, la auténtica
tranquilidad, la paz verdadera, el auténtico sábado del espíritu. Pero a ti, judío, ¿de dónde te
viene el Sábado? - Del hecho de que Dios descansó el día séptimo de todas sus obras, me
respondes. - ¿Entonces no descansó en los seis anteriores? - Evidente -insistes-, durante
seis días Dios creó el cielo y la tierra; y en el séptimo descansó. Por eso se te manda estar
ocioso. Estar ocioso, repito y no danzar. ¡Ojalá supieses estar ocioso y ver que este Jesús es
Dios! Desaparecería al instante la tiniebla de la infidelidad, y contemplarías a cara descubierta
por la caridad el Sábado perfecto! Y no te afectarían ya tanto los manjares carnales de tu sábado
carnal, porque una vez dentro del tabernáculo admirable de la casa de Dios, envuelto en gritos
de júbilo y acción de gracias, prorrumpirías gozoso en aquel canto: Nos regocijaremos y
alegraremos en ti69, recordando tus pechos que son mejores que el vino70. Incluso en el colmo
de tu gozo harías tuyo lo que dijo Habacuc: Yo me gozaré en el Señor y me regocijaré en
Dios71, mi Jesús.


                                           CAPÍTULO       XIX
  Cuánto ha de preferirse el día séptimo a los demás, y en él se ensalza la caridad de Dios




       67
            Sal 39,3.
       68
            Sal 30,20.
       69
            Is 25,9.
       70
            Cant 1,3.
       71
            Hab 3,18.
31

53. Pero indiquemos brevemente las prerrogativas del día séptimo. Es innegable que fue
grande el día en que, disipadas las tinieblas, por mandato de Dios brilló la luz; también fue
grande aquel otro en el que la voz divina separó las aguas inferiores de las superiores,
colocando en medio el firmamento. No es menos hermoso aquel otro en el que, reunidas las
aguas por la palabra de Dios, la tierra seca se viste de hierba, se adorna de árboles, se embellece
con flores y rebosa de frutos. Y no es inferior aquel otro en que el cielo se engalana con sus
inmensas lumbreras, con las cuales se establecen el correr de los días, la diversidad de climas,
el curso del año y el conjunto del zodíaco. No digamos nada de la eminencia de aquel otro día,
en el que el agua engendró toda clase de animales, sumergiendo a una parte entre sus olas y
enviando a otra parte por los aires. No carece de admiración el día sexto, en el que nacen de la
tierra los cuadrúpedos y serpientes, y en el que el hombre, formado de arcilla, es animado con
el aliento divino. Pero ninguno de éstos parece comparable al día séptimo, en el cual no se crea
nada en la naturaleza, pero se ensalza el descanso de Dios y la perfección de todas las
criaturas. Así te lo dicen: En el día séptimo completó Dios la obra que realizó, y descansó de
todo lo que había creado72. Día grande, descanso inmenso, sábado sin fin.

54. ¡Ojalá comprendieras! Si no me engaño, ese día no es fruto del curso del sol visible, no
comienza con su salida ni acaba con su ocaso; no tiene mañana ni tarde. Al día primero no veo
por qué hay que llamarle primero, ya que la Escritura no lo llama primero sino uno. Me dirás
que el siguiente no puede ser el segundo, si éste no es el primero. Fíjate bien si al segundo no
se le llama también uno, y lo mismo al tercero; y si al hablar de un día repetido seis veces no se
nos recomendará el número seis. Sea lo que sea de esta ambigüedad, pasó, dice, una tarde y
una mañana: el día uno; y después añade: pasó una tarde y una mañana: el día segundo73. Y lo
mismo con los demás. Creo que con estas palabras se indica la mutabilidad de todas las
criaturas, sus avances y carencias, su comienzo y su fin. Pero del día séptimo no se dice nada de
eso. No se dice que tenga tarde y mañana, comienzo ni fin. Por eso, el día del descanso de Dios
no es temporal sino eterno. Hace un momento imaginabas a Dios trabajando durante cierto
tiempo, y reposar de su cansancio durante otro tiempo. Eso no era pensar en Dios, sino fabricar
un ídolo.

55. Ten cuidado: no sea que carezcas de ídolos en el templo de Jerusalén y los tengas en tu
corazón. No hizo nada con esfuerzo, pues lo dijo y se hizo. No descansó sólo un día porque
estuviera fatigado, sino que su día de descanso es eterno. Así pues, su descanso es su eternidad,
que no es otra cosa que su divinidad. Creías que es como tú, y que había creado casi por
necesidad, para complacerse al mirarlo o disfrutar al descansar. Por eso no se dice que descansó
en alguna criatura, para que sepas que no necesita nada, sino que se basta a sí mismo y que no
creó para remediar su carencia sino para satisfacer su absoluta caridad. En realidad creó todo
para que exista, lo conserva para que persista, y todo lo que permanece lo dirige según sus
designios. Y no hace esto por necesidad sino sólo por su amable voluntad. Llega de un extremo
a otro con firmeza, por su omnipresente y omnipotente majestad, pero lo dispone todo con
suavidad, siempre tranquilo y descansando en su apacible caridad.




       72
            Gen 2,2.
       73
            Gen 1,5-8.
32

56. La caridad es su descanso inmutable y eterno, su tranquilidad eterna e inmutable, su
Sábado eterno e inmutable. Ella sola explica por qué creó todo lo que iba a crear, dirige lo que
debe ser gobernado, administra lo que necesita dirección, impulsa cuanto se mueve, promueve
lo que debe progresar y perfecciona lo que necesita perfección. Por eso al recordar su reposo se
indica con mucho acierto la perfección de todas las cosas. Su caridad se identifica con su
voluntad y su bondad: y todo esto no es otra cosa que su ser. Para él descansar en su íntima
caridad, en su apacible voluntad y en su bondad desbordante es lo mismo que ser. En los días
que se suceden y que en cierto modo se distinguen por sus alternancias de mañana y tarde, y en
los cuales se relata el conjunto de la creación, se indica la mutabilidad de la criatura; en cambio,
en este día al que no se añade nada, ni le precede o sigue nada, que ignora las angustias del
comienzo y los límites del ocaso, se ensalza con razón su eternidad y en ella se describe
perfectamente su descanso, para que nadie piense que creó algo por indigencia o con esfuerzo.
¿Pero por qué allí se usa el número seis y aquí el siete? Acoge la explicación que puedo
ofrecerte.


                                       CAPÍTULO        XX
            Por qué se aplica el número seis a la obra de Dios y el siete a su descanso

57. El número seis parece que contiene toda la perfección: está formado por todas sus partes
y no las supera. Sus componentes son el uno, el dos y el tres. Si preguntas qué parte del seis es
el uno, se te dirá que es la sexta; y que el dos es la tercera, y el tres la mitad. Y ya no hay otro
número que pueda ser una parte del seis. Así pues, las partes del número seis son el uno, el dos
y el tres. Si los sumas verás que hacen exactamente seis. Por eso en la creación del mundo se
conservó este número, para que no creas que hay algo superfluo o imperfecto en todas las
criaturas. Pero el número siete se dedica al descanso de Dios; y ya dije que el descanso de Dios
es su caridad. Y con toda razón, pues el Padre ama al Hijo y le enseña todo lo que hace74. Y
más aún: Yo cumplo los mandatos de mi Padre y me mantengo en su amor75. Y el mismo Padre
dice: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco76. Esta mutua dilección entre el Padre y el
Hijo es amor mutuo, abrazo entrañable, caridad dichosísima: por ella el Padre reposa en el Hijo
y el Hijo en el Padre. En efecto, este es el reposo imperturbable de ambos, la paz sincera, la
tranquilidad eterna, la bondad incomparable y la unidad indivisible. Esto que es único para los
dos, o que más bien los unifica, a ese espíritu dulce, suave y jubiloso lo llamamos Espíritu
Santo. Y se cree que asumió con toda propiedad este nombre porque consta que es común a los
dos.

58. Es verdad que el Padre y el Hijo son Espíritu, y ambos son santos; pero el que es propio de
ambos, esto es, la caridad y unidad consustancial de ambos, se llama con propiedad Espíritu
Santo. Es uno, y uno con el Padre y el Hijo, pero por la gracia septiforme que creemos brota de
la plenitud de esa fuente, en las Escrituras se le aplica el número siete. Por eso, según Zacarías,
en una piedra hay siete ojos77; y según el Apocalipsis hay siete espíritus ante el trono de Dios 78.

       74
            Jn 5,20.
       75
            Jn 15,10.
       76
            Mt 3,17.
       77
            Za 3,9.
       78
            Ap 1,4.
33

Admira, pues, la excelencia de la caridad, en la cual el Creador y guía de todas las cosas quiere
disfrutar una especie de Sábado perenne e inefable.


                                      CAPÍTULO        XXI
              En todas las criaturas aparece algún vestigio de la caridad divina,
                 y por eso todas tienden a una especie de sábado o descanso.

59. Si contemplas atentamente todas las criaturas, desde la primera a la última, desde la mayor
a la menor, desde el ángel más excelso hasta el gusano más insignificante, comprobarás que la
bondad divina, que no es otra cosa que su caridad, lo contiene todo. No se propaga localmente,
ni se difunde en los espacios, no se mueve de una parte a otra, sino que por la permanente e
incomprensible simplicidad de su presencia sustancial, lo contiene todo, lo invade todo, lo
penetra todo, une lo ínfimo con lo sublime, lo contrario con lo contrario, lo frío con lo caliente,
lo árido con lo húmedo, lo suave con lo áspero, lo blando con lo duro, y lo establece en una paz
armónica. Su deseo es que entre todas las criaturas no haya nada opuesto ni contrario, nada que
desdiga o perturbe, nada que altere la hermosura del universo, sino que todas las criaturas
descansen en una paz tranquilísima, en la tranquilidad del orden que él había asignado al
universo. Por eso lo que se engríe y rompe el orden de la bondad divina es expulsado al instante
del plan de su invicto poder, para que si él se halla inquieto y desordenado no turbe la
tranquilidad de todo lo demás, sino que sea de gran provecho, pues al compararse con él lo
hermoso parecerá más hermoso, y lo bueno mejor.

60. He aquí por qué todo tiende a su orden, se dirige a su lugar, y fuera de su orden están
inquietos, y una vez ordenados descansan. Si lanzas una piedra al espacio ¿no vuelve al
instante a la tierra, como forzada por su propio peso? Y sólo reposará si no se desliza por las
laderas ni se precipita en el abismo al chocar contra otra piedra. Si mezclas aceite con otros
líquidos, al instante sube a la superficie como si estuviera inquieto por estar abajo, y no cesa en
su empeño hasta que disfrute del descanso que le pertenece, estando por encima de todos. ¿Qué
decir de las hortalizas y arbustos? Para dar frutos más abundantes y sabrosos ¿no desean
una tierra más consistente, esponjosa, fértil, arcillosa o arenosa?

61. Si se plantan o trasplantan, si se las pone en un sitio o se las cambia de lugar, según sus
condiciones naturales, con la expresión de su desarrollo nos dicen que ya están satisfechos.
Finalmente, si observas atentamente los distintos cuerpos, verás que cada uno consta de
diversas partes; que unas partes se unen a otras por un cierto vínculo de caridad, conservan el
orden de su naturaleza y que en él hallan su paz. De tal modo que si intentas cambiar la
situación ordinaria de una cosa, se perturba de algún modo la paz de las partes, hasta que las
coloques en la nueva posición y descansan en la nueva tranquilidad que perciben.¡Qué afán
tienen los animales irracionales para conservar su salud, evitar la muerte, saciar los apetitos
carnales! Y cuando lo consiguen descansan, porque no apetecen otra casa. Carentes de razón y
de conocimiento no pueden ni desear lo que supera el sentido carnal.


                                     CAPÍTULO        XXII
     La criatura racional sólo descansa cuando consigue la bienaventuranza, y por qué,
     aunque desee la felicidad, rehuye del modo más infeliz el camino para alcanzarla.
34


62. A ti, alma racional, te está reservado un privilegio que no poseen los demás seres
animados: superar los instintos carnales y tender hacia realidades más dignas, y no saciar el
apetito hasta que llegue en alas de una gozosa curiosidad al bien sumo y óptimo, al más excelso
y maravilloso de todos. Si te quedas en otro inferior, por muy digno, grande y gratificante que
parezca, serás una desgraciada. Miserable por mezquina. Mezquina porque hay otros
horizontes: hay algo mejor a que aspirar, está la bienaventuranza, que el alma racional anhela
por un impulso natural. Y como la conciencia de cada uno atestigua que todos los hombres
quieren ser felices, y esta aspiración es algo que no se puede suprimir, debemos concluir que la
criatura racional sólo puede alcanzar el reposo tan deseado por todos cuando posea la
bienaventuranza.

63. Por eso debemos lamentar mucho la ciega perversidad del hombre miserable que desea
ardientemente la felicidad, y no sólo no hace lo necesario para alcanzar lo que desea, sino que
se dedica con más gusto a lo que aumenta su miseria. Creo que jamás obraría así si no estuviera
engañado por una imagen falsa de la felicidad, y le aterrara la visión de la verdadera miseria.
¿Quién no ve que la pobreza, el llanto, el hambre y la sed son parte importante de la miseria?
Pero con eso suele evitarse la verdadera miseria y alcanzar la bienaventuranza eterna. Dichosos
los pobres, dice Jesús, porque es vuestro el reino de los cielos. Dichosos los que lloráis
porque seréis consolados. Dichosos los que ahora pasáis hambre porque quedaréis
saciados79. Así pues, la pobreza es galardonada con riquezas eternas, el llanto se torna en gozo
eterno, al hambriento se le reserva una saciedad eterna. Nadie duda que la bienaventuranza
incluye riqueza, gozo y hartura. Pero como el réprobo queda engañado en el afecto de su
voluntad por una apariencia de felicidad, el falso placer le defrauda de conseguir su deseo, y el
miserable ignora el gozo inmenso de los elegidos en medio de las dificultades , y el parabién de
la esperanza.

64. Le horroriza la apariencia de infelicidad que aparece externamente, pero bajo la capa de
felicidad se esconde una auténtica infelicidad, es un gozo falso que no ahuyenta el verdadero
dolor, y se prefiere a la miseria cuyo fruto es la auténtica bienaventuranza. Le ocurre lo que a
ese enfermo que desea vivamente la salud, pero para evitar el dolor que le aqueja rechaza la
intervención, aborrece la cauterización y, halagado por un dulce remedio, pide un lenitivo de
ungüentos, aunque la enfermedad es tan grave que con esta medicina se agrava aún más, y es
imposible atajarla sin el dolor del bisturí y del fuego. Esto ocurre al hombre miserable: se
engaña tomando por felicidad lo que no es, se lanza al consuelo de las realidades presentes y se
hunde más en la miseria sin saciar el apetito de la felicidad, y presa del vértigo más desdichado
no descansa nunca. Si únicamente Dios es superior al alma racional, el ángel es igual que ella,
y todos los demás seres son inferiores ¿hay algo tan próximo a la locura como abandonar lo
superior y buscar descanso en aquello que es un medio para mejorarse?


                                    CAPÍTULO       XXIII
 Sobre la prerrogativa de la criatura racional, y cómo el descanso que naturalmente anhela
           no debe buscarse en la salud corporal ni en las riquezas de este mundo.


       79
            Mt 5,3.
35

65. Criatura admirable e inferior sólo al Creador ¿a dónde te precipitas? ¿Amas el mundo?
Tú eres más que el mundo. ¿Admiras el sol? Eres más deslumbrante que el sol. ¿Discutes sobre
la disposición de este cielo voluble? Tú eres más sublime que el cielo. ¿Escudriñas los
misterios de las criaturas? Ninguna te supera en misterio. ¿Dudas de que si tú reflexionas sobre
todas ellas, ninguna de ellas piensa en ti? Júzgalas si quieres, pero no las ames. Ni ames
siquiera el hecho de pensar. Ama al que te puso por encima de todas y no te sometió a ellas. Te
puso sobre ellas, no para que fueras más dichoso por ellas, sino para que, siendo tú superior y
sometiéndolo todo a ti para plenitud de tu honor, él se reservara como fruto de tu
bienaventuranza. ¿Por qué, pues, persigues las hermosuras fugaces, si tu hermosura no se
marchita con la vejez, no se desdora con la pobreza, no palidece con la enfermedad y ni
siquiera muere con la muerte? Busca eso que buscas, pero no lo hagas allí. Busca que tu deseo
sea total y así descanses. Busca eso. - ¿Dónde? -me dices-. - No en la salud corporal, pues si la
amas para hallar en ella descanso piensa cuánto cuesta recuperarla cuando falta, y en qué
penoso desenlace acaba casi siempre una enfermedad grave. Si se tiene salud, ¡cuánto hay que
cuidarla y cuántas enfermedades, fiebres, pestes, y muertes la acechan!

66. ¿Acaso en       las riquezas? ¡Cuánta fatiga para adquirirlas, qué preocupación para
conservarlas, cuánto miedo a perderlas y qué dolor si desaparecen! Aumentas el dinero y
aumentas el miedo. Temes que te las quite otro más fuerte, o que te las robe el ladrón. O que
las pierda el siervo. Cuántas veces acontece lo que dice un sabio: Las riquezas guardadas
perjudican al dueño80. El pobre descansa mucho más. El peregrino desnudo y sin nada,
como dijo un autor, no teme las asechanzas del ladrón. El pobre duerme tranquilo de los
ladrones nocturnos, y no refuerza los cerrojos. Por eso canta el poeta:
        El viajero sin blanca, ante un ladrón canta81.

     Otro sabio se ríe graciosamente de las punzantes preocupaciones de los ricos: la hartura
del rico no le deja dormir82. Esto suele suceder en sentido literal, pues hay ricos que comen
hasta sentir náuseas y al acostarse con el estómago tan repleto se sobresaltan con continuos
eructos. Pero hay que aplicarlo a ese sueño del que se gloría la esposa en el Cantar y del que se
dice: Yo duermo pero mi corazón está en vela83. Y el salmista añade: Por eso yo dormiré y
descansaré en paz84.

67. Ese sueño es aquel en que tras sosegarse los sentidos carnales y alejar de lo íntimo del
corazón las preocupaciones temporales, el alma santa descansa en la suavidad de Dios,
saboreando y percibiendo qué dulce es el Señor85, y qué dichoso el que confía en él. No creas
que rico alguno pueda disfrutar de este sueño, pues está siempre pendiente de las ganancias y
cuanto más adquiere mayor es su ansia insaciable de lo que no posee. Por eso dice Salomón: El
codicioso no se harta de dinero y el avaro no lo aprovecha86. Cae en aquella maldición del


       80
            Ecl 5,12.
       81
            Juvenal, Sat, X, 22
       82
            Ecl 5,11.
       83
            Cant 5,2.
       84
            Sal 4,9.
       85
            Sal 33,8.
       86
            Ecl 5,9.
36

profeta: ¡Ay del que acumula bienes ajenos87! Y al instante su mismo montón de monedas se
mofa diciendo: ¿para qué amontona tanto barro?88.


                                      CAPÍTULO         XXIV
                 Cuál es la diferencia entre los ricos elegidos y los ricos réprobos.




       87
            Hab 2,6.
       88
            Hab 2,6b.
37

68. Hay que advertir que Salomón no dice: “el que tiene riquezas” sino el que ama las
riquezas no las aprovechará89. Porque los elegidos, aunque tengan riquezas no las aman, y no
buscan en ellas descanso; atentos a lo que el Apóstol manda a los ricos de que no se
envanezcan ni pongan su esperanza en las riquezas inciertas90, sino que las distribuyan y
compartan de buena gana, para atesorar un buen capital y alcanzar la vida auténtica. Y de este
modo, con sus riquezas reciben un fruto no desdeñable, pues oirán al Señor: Venid, benditos de
mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer...etc91.

69. Estos no se afanan en adquirir riquezas pues temen lo que dice el Apóstol: quienes desean
enriquecerse caen en la trampa del diablo92. No les atormenta la frívola solicitud de
conservarlas, conscientes por encima de todo de la promesa del Señor, que prohíbe toda
preocupación y garantiza lo necesario al decir: No os angustiéis pensando qué comeremos o
qué beberemos93. Y un poco más adelante: Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia, y lo
demás os lo darán por añadidura94. Y por último no murmuran cuando las pierden, sino que
aceptan gozosos que se les robe sus bienes, sabedores de que poseen otra herencia mejor y
perenne. A los perversos, en cambio, les sucede lo contrario. Creen que con la vulgar
abundancia de bienes mundanos pueden calmar el deseo del alma racional, que únicamente se
sacia con Dios, y al no cesar de aumentar sus bienes no se liberan un momento de las malditas
preocupaciones ni dejan de trabajar. Y lo que es más lamentable, con el afán de esas cosas caen
en una insensata ceguera. Eso ahora, pero ¿cuál será su final?

70.    Oigamos sus últimas palabras, que la santa Escritura no calla: Dirán entre sí
arrepentidos, entre sollozos de angustia95; y añade sus palabras, de las cuales citamos éstas:
Nos enredamos en los matorrales de la maldad y la perdición, recorrimos desiertos
intransitables, sin reconocer el camino del Señor. ¿De qué nos ha servido nuestro orgullo?
¿Qué hemos sacado presumiendo de ricos? Todo aquello pasó como una sombra, como un
correo veloz; como nave que surca las undosas aguas, sin que quede rastro de su travesía ni
estela de su quilla en las olas. Igual nosotros: apenas nacidos, desaparecemos, sin dejar
rastro de virtud, nos consumimos por nuestra maldad. Esto decían en el infierno los que
pecaron: la esperanza del impío es como tamo que arrebata el viento; como escarcha menuda
que arrastra el vendaval; se disipa como humo al viento, pasa como el recuerdo del huésped
de una noche96.
     Por tanto, parece que hay que buscar en otra parte este descanso y este Sábado.


                                         CAPÍTULO       XXV
                       Ni siquiera en la amistad mundana se debe buscar el reposo

       89
            Ecl 5,9.
       90
            1 Tim 6,17.
       91
            Mt 25,35.
       92
            1 Tim 6,9.
       93
            Mt 6,31.
       94
            Mt 6,33.
       95
            Sab 5,3.
       96
            Sab 5,7-10.13.15.
38

71. Pero dirás: ¿hay algo más placentero que amar y ser amado? Si es en Dios y por Dios, no
lo desapruebo; más aún, lo apruebo. Pero si es según la carne o el mundo, fíjate cuántas
envidias, sospechas y azotes abrasadores del espíritu celoso excluyen la quietud de la mente. Y
aunque no ocurra nada de eso, la muerte que todos deben experimentar, disolverá esta unión y
ocasionará dolor al que vive y pena al que se va. Aparte de que en esta vida sabemos que surgen
terribles enemistades entre los mejores amigos. Del amor que existe entre los buenos
trataremos en otra ocasión.


                                     CAPÍTULO       XXVI
               El descanso no se halla en el placer corporal ni en el poder mundano

72. Me veo obligado a insertar en esta obra una especie de lunar, es decir, tratar del placer
carnal, del cual sería preferible callar si no viera a muchos como desprovistos de lo humano y
tan cubiertos de cierta semejanza con las bestias, que creen que todo el fruto de su vida está
orientado al placer de su vientre y a todo lo relacionado con él. Diré, pues, algo, para que nadie
piense que la paz del alma ha de buscarse en esas cosas.
     ¿Hay algo más perverso que situar el bien del alma racional en la voracidad del vientre, y
subordinar lo más noble del hombre a la parte más vil de su carne, particularmente si advierte
que en esto no puede distinguirse de las bestias más insensatas? Además, el hambre engendra
tortura y la saciedad produce tedio. Pues aunque se satisfaga el placer, es inevitable no superar
los límites de lo necesario. Y al romper el equilibrio natural es imposible evitar el dolor
corporal. Recrearse en la obscenidad sexual y revolcarse como los cerdos en el cieno de sus
excrementos, no sólo es lo más torpe, lo más grosero, lo más repugnante y vergonzoso, sino
que es también el mayor tormento y lo más ajeno al reposo y a la tranquilidad. ¿Qué decir de su
torpeza, si esta mancha horrible contamina la carne, afemina el espíritu y oprime y destruye
todo cuanto hay de honesto, decoroso y viril en el espíritu?

73. Los otros vicios se tapan generalmente con el manto de otras virtudes, y por eso no sólo
no sonrojan a los humanos sino que incluso son motivo de orgullo; pero este otro vicio es tan
repugnante que en los momentos que subyuga y avasalla a la carne busca la oscuridad. El
sapientísimo Creador colocó con toda honestidad esos miembros en el cuerpo humano, pero la
sensualidad los hace tan obscenos que quien prefiere mirarlos en vez de cubrirlos
respetuosamente será sancionado con la maldición eterna del Padre. En cambio, quienes
sienten pudor de su desnudez serán premiados con la gracia de la eterna bendición. Y no hay
que extrañarse de que con el triunfo y dominio universal de la Cruz de Cristo, vencedora de la
molicie, quede descubierta y patente la afrenta de esta pasión; ya que en aquella plebe
endemoniada que, por la astuta sagacidad de los demonios, veneraba las torpezas de los dioses
falsos y hacía espectáculos públicos en su honor, jamás permitió el asquerosísimo Júpiter que
ningún deshonesto hiciera un gesto obsceno. Los mismos que adoraban a los dioses adúlteros
castigaban el adulterio y ensalzaban abiertamente la castidad. ¿Qué no harán, pues, quienes
veneran al Hijo de la Virgen y autor de la virginidad?

74. Por tanto, evitemos que a nadie nos suceda lo que el profeta refiere de algunos : los
jumentos se pudrieron en su estiércol97. Con esas palabras expresa gráficamente las

       97
            Joel 1,17.
El Espejo de la Caridad
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El Espejo de la Caridad

  • 1. 1 EL ESPEJO DE LA CARIDAD EL ESPEJO DE LA CARIDAD
  • 2. 2 CARTA DEL BIENAVENTURADO BERNARDO, ABAD DE CLARAVAL, AL ABAD ELREDO 1. La humildad es la virtud más sobresaliente de los santos con tal que sea auténtica y modesta. Porque la humildad no debe establecerse en el campo de la mentira ni debe mantenerse con el sacrilegio de la desobediencia. Supliqué a tu fraternidad, o más bien te mandé, e incluso te conjuré en el nombre del Señor, que me escribieras unas cuantas páginas, y en ellas salieras al paso de las quejas de algunos que se esfuerzan por pasar de una vida mediocre a otra más perfecta. No condeno ni reprendo tu excusa, pero repruebo tu obstinación. Será humildad presentar excusas, pero ¿es propio de la humildad no obedecer? ¿Es un gesto de humildad no condescender? Todo lo contrario: la rebeldía es como un pecado de superstición y la arrogancia como un crimen de idolatría1. 2. Pero replicas que no se deben imponer grandes pesos sobre hombros femeninos, y que es más prudente no aceptar la carga que se ofrece que desplomarse por la carga que hayas aceptado. Tal vez te ordene algo difícil, arduo o imposible. Pero ni aun en ese caso tienes excusa. Insisto en mi criterio y renuevo el precepto. ¿Qué piensas hacer? ¿Acaso no dijo aquel a quien prometiste seguir: Sepa el súbdito que así le conviene, y confiando en la ayuda de Dios, obedezca?2. Has hecho, sin duda alguna, lo que debías, pero no más de lo que debías. Llegaste hasta donde podías. Has expuesto los motivos que te lo imposibilitaban, aduciendo que apenas conoces la literatura o que eres casi un ignorante, que has venido al desierto no desde las escuelas sino desde la cocina, y que allí vives como un rústico y campesino entre rocas y montañas, agotándote con el hacha y el martillo por el pan de cada día. Que allí no se aprende a hablar, sino a callar, y que bajo el sayal de unos pobres pescadores no encaja el coturno de los oradores. 1 1 Re 15,23. 2 RB 68,5.
  • 3. 3 3. Acojo encantado tu excusa, con la cual, lejos de apagarse siento que aumenta la chispa de mi deseo; pues me resulta mucho más sabroso, al decirme eso, que no te has educado con ningún gramático, sino en la escuela del Espíritu Santo, pues tal vez posees un gran tesoro en una vasija de arcilla, y esa fuerza extraordinaria es de Dios y no tuya3. Y el hecho de que hayas sido trasladado de la cocina al desierto por un cierto presagio del futuro, me agrada también mucho: tal vez se te confió durante una hora la distribución de los alimentos corporales en la casa real, con el fin de que más tarde, en la casa de nuestro Rey, prepararas alimentos espirituales para los hombres de espíritu y alimentaras a los hambrientos con el pan de la palabra de Dios. 4. Tampoco me estremecen las crestas de las montañas, las asperezas de las rocas ni la hondura de los valles, pues en estos días los montes manan dulzura, y los collados se deshacen en leche y miel, los valles rebosan de trigo, la miel se cría entre las peñas y el aceite en la roca de pedernal, y los peñascos y sierras producen el pasto de las ovejas de Cristo. Por eso creo que con ese martillo eres capaz de cincelar de esas rocas algo que nunca hubieras conseguido con toda la sagacidad de tu ingenio en las aulas de tus maestros, y que más de una vez en el ardor del mediodía experimentarás a la sombra de los árboles lo que jamás hubieras aprendido en las escuelas. 5. Por tanto, no te ensalces a ti, sino glorifica al que no sólo sacó a un desesperado de la fosa fatal y de la charca fangosa, del prostíbulo de la muerte y del fango más vergonzoso, sino que como Señor compasivo y misericordioso, recordó sus antiguas maravillas, y para levantar copiosamente la esperanza de los pecadores, dio vista al ciego, instruyó al ignorante y educó al inexperto. Así pues, si todo el que te conoce sabe que no es tuyo lo que se te exige, ¿por qué te sonrojas, por qué vacilas, por qué disimulas? ¿Por qué, ante la voz imperiosa del que te lo concedió, rehúsas distribuir lo que te otorgó? ¿Temes acaso la presunción o la envidia de otros? Como si fuera posible alguna vez escribir algo útil sin suscitar envidias, o puedas ser tachado de presunción por obedecer como monje a un abad. 6. Te mando, pues, en nombre de Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios, que escribas cuanto antes todo cuanto sabes, por tus continuas reflexiones, sobre la excelencia de la caridad, sus frutos y su proceso; que en este trabajo, como en un espejo, veamos en qué consiste la caridad, cuánta dulzura se experimenta al poseerla, qué angustia se siente con la concupiscencia, que es su contraria; cómo el dolor externo no disminuye el gozo de la caridad, como piensan algunos, sino que lo aumenta; y finalmente, qué discreción se exige al ponerla en práctica. Y por consideración a tu pudor, figure esta carta al comienzo de tu obra, con el fin de que todo aquello que desagrade al lector en el Espejo de la Caridad -éste es el nombre que le pongo- no te lo aplique a ti, que has obedecido, sino a mí, que he forzado al que se resistía. Vive bien en Cristo, querido hermano. 3 2 Cor 4,7.
  • 4. 4 COMIENZA EL PREFACIO DEL ABAD ELREDO AL LIBRO QUE SE TITULA “EL ESPEJO DE LA CARIDAD” 1. Sin duda alguna, la humildad verdadera y discreta es la virtud de los santos; en cambio, yo y los que son como yo carecemos de esa virtud. De ella dice el profeta: Mira mi humildad y líbrame 4. No pedía que le librase de ninguna virtud, ni se engreía de la humildad, sino que imploraba ayuda en su abyección. ¡Qué miserable es mi humildad, y ojalá que así como es verdadera fuese también una virtud discreta, si para que no parezca que la empaño con una importuna desobediencia, obedezco a la súplica tan amable, al mandato y a la persuasión, porque es digno, aunque por mi parte se hará con menos dignidad! Acojo, pues, una tarea imposible, inexcusable y digna de acusación; imposible por mi pusilanimidad, inexcusable por tu mandato y expuesta a la acusación por cualquiera que la examine. 2. Pues ¿quién soportará al que, alardeando de una especie de autoridad apostólica, pretende escribir sobre el camino más excelente de la caridad, si es no sólo rudo para escribir o -como a ti te gusta- iletrado y mudo, e incapaz todavía de beber leche? ¿Cómo va a tratar de la eminencia de la caridad el que sólo posee una mínima proporción o más bien ninguna con ella, o de su orden el que está desordenado, y el estéril de su fruto? ¿Extraerá su dulzura el fatuo e insípido? ¿Se podrá enfrentar a ella el esclavo de la concupiscencia? Finalmente, ¿quién soy yo para exponer cómo crece la caridad con el dominio de la carne, y cuál es su discreta manifestación? ¿No te das cuenta -y permíteme que te lo diga- que al venir de la cocina al desierto cambié de lugar pero no de oficio? 3. Tal vez me digas: no debes excusarte. Lo sé, señor, lo sé. Pero como no puedo excusarme quiero acusar, para que si el lector no se siente a gusto no se vea obligado a seguir, si ya desde el comienzo advierte lo que con toda razón puede desagradarle. Por otra parte ¿inspira alguna confianza para escribir ese afecto tan santo de caridad que me infundiste sin vacilar, para acoger las molestias que me pudieran sobrevenir? Así pues, con muy poca esperanza de realizar lo que me mandaste sobre la caridad, hice lo que pude con ese martillo mío al que te refieres, para lograr un espejo, totalmente convencido de que aunque desaparezcan la esperanza y demás virtudes, la caridad siempre permanece. El que no concedió la habilidad otorgó la gracia. En efecto, en este espejo de caridad a nadie se le mostrará el rostro de la caridad si no permanece en el amor, lo mismo que nadie puede ver su propio rostro si no está en la luz. 4 Sal 118,153.
  • 5. 5 4. Al acoger el encargo de esta obra medité algunas cosas yo mismo, y otras casi yo mismo, o incluso más que yo mismo, pues se las había dictado a mi entrañable y queridísimo prior Hugo, que es para mí más íntimo que yo mismo, para ser expuestas en forma de cartas. De ello me he servido para esta obra, e insertándolas donde parecía más oportuno, dividí el conjunto en tres partes. Y aunque en cualquier parte trato de todo, en la primera parte se recomienda especialmente la excelencia de la caridad, ya sea por su dignidad o reprobando su contraria la concupiscencia; en la segunda se sale al paso de las objeciones infundadas de algunos; y en la tercera se intenta concretar cómo debe manifestarse la caridad. 5. Así pues, si con nuestro sudor surge algo adecuado a lo que he pretendido, se debe al que da la gracia y a tu oración; lo que no sea así, atribúyaseme a mí que carezco de habilidad y costumbre. Y para que no te asuste la prolijidad de esta obra, fíjate primero en los capítulos que siguen, y al verlos elige lo que merece leerse y lo que hay que desechar. ACABA EL PRÓLOGO
  • 6. 6 COMIENZAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO PRIMERO 1. Lo más digno es que el Creador sea amado por su criatura. 2. Naturaleza, forma y utilidad otorgadas, en común a todas las criaturas. 3. El hombre ha sido creado a imagen de su Creador y es capaz de la bienaventuranza 4. El hombre se apartó del amor que contenía el gozo pleno de su felicidad, y también se apartó de Dios; se volvió un miserable y corrompió la imagen de Dios en sí, aunque no la suprimió. 5. Con la venida del Salvador se renueva en el hombre la imagen de Dios, y su renovación perfecta no ha de esperarse aquí sino en el futuro. 6. Disputa contra el necio que dice en su corazón: No hay Dios. 7. El hombre se alejó de Dios por el afecto del alma. 8. El hombre se reforma como imagen de Dios por el afecto de la caridad. 9. Nuestro amor está dividido contra sí mismo por las tendencias contrarias de la caridad y de la concupiscencia . 10. El libre albedrío ocupa un lugar central en el alma, pero no influye del mismo modo en el bien como en el mal. 11. La gracia no suprime el libre albedrío. 12. Ni a los que se salvan ni a los condenados se les priva del libre albedrío; y la gracia sólo actúa mediante el libre albedrío. 13. Por qué razón no influye del mismo modo el libre albedrío en el bien que en el mal. 14. Qué diferencia existe entre la gracia de los primeros hombres en el paraíso y la que poseen los predestinados en este mundo; al hombre se le imputa con justicia la mala voluntad, aunque para obtener la buena voluntad no basta la facultad del libre albedrío. 15. La condenación, incluso la de los niños, es muy justa. 16. La caridad posee toda la perfección. 17. La circuncisión espiritual se contiene en la caridad. 18. El sábado verdadero y espiritual ha de buscarse en la caridad. 19. Cuánto ha de preferirse el día séptimo a los demás y ensalzar en él la caridad de Dios. 20. Por qué se consagra el numero seis a la obra de Dios y el séptimo a su descanso. 21. En todas las criaturas aparece algún vestigio de la caridad divina, y por eso todas tienden a una especie de sábado o descanso. 22. La criatura racional sólo descansa cuando consigue la bienaventuranza, y por qué, aunque
  • 7. 7 desee la felicidad, rehuye del modo más infeliz el camino para alcanzarla. 23. Sobre la prerrogativa de la criatura racional, y cómo el descanso que naturalmente anhela no debe buscarse en la salud corporal ni en las riquezas de este mundo. 24. Cuál es la diferencia entre los ricos elegidos y los ricos réprobos. 25. Ni siquiera en la amistad mundana se debe buscar el reposo. 26. El descanso no se halla en el placer corporal ni en el poder mundano, 27. La caridad es aquel yugo suave, bajo el cual se halla el verdadero descanso, como un auténtico sábado. 28. El ejemplo de sí mismo y de su conversión. 29. Cuánto se equivocan los que se quejan de la aspereza del yugo del Señor, ya que el peso que se siente procede de las lacras de la concupiscencia, y el descanso es fruto de la infusión de la caridad. 30. Quienes se quejan que la carga del Señor es pesada están muy dominados por el peso del mundo. 31. Cuánta perfección hay en la caridad, cómo se diferencia de las demás virtudes, y cómo las otras virtudes no son tales sin ella. 32. Las obras de los seis días se aplican a las otras virtudes, pero el descanso del séptimo día se asigna a la caridad. 33. En esta vida las demás virtudes sirven a la caridad, y después de esta vida se fundirán en la plenitud de la caridad. 34. Por la muerte de un amigo se pospone la consideración de la triple concupiscencia y su epitafio pone fin a este libro primero. ACABAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO PRIMERO COMIENZAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO SEGUNDO 1. Consideraciones expuestas en el libro primero y cómo los viciosos públicos deben ser apartados de esta consideración. 2. El cansancio exterior proviene de la actitud interior, y a veces disminuye por causa del interior.
  • 8. 8 3. El amor modera con su tranquilidad todo lo que es accidental, y la concupiscencia todo lo corrompe con su perversidad. 4. De la triple concupiscencia procede todo el sufrimiento interior. 5. Sobre la opinión de quienes afirman que las mortificaciones exteriores son contrarias a la caridad y a la dulzura interior. 6. La opinión anterior se rechaza con la autoridad de apóstoles y profetas. 7. Por qué algunos sienten una compunción más tierna en una vida moderada que en otra más rigurosa. 8. Tres causas de la visita espiritual. 9. El primer género de compunción, como otras gracias, incita a los réprobos al juicio y a los elegidos a progresar. 10. Dos motivos de la segunda visita, y cómo de ella se pasa a la tercera que es la más perfecta. 11. Qué realiza Dios en cada una de estas visitas. 12. En la primera visita domina el temor, en la segunda el consuelo y en la tercera el amor. 13. Cuál es el fruto de cada una y por qué algunos se privan del consuelo de la segunda visita. 14. Se citan algunos testimonios divinos para que cada uno examine su estado. 15. Cómo se pasa a los consuelos espirituales. 16. Nadie debe abandonar el propósito de una vida más estrecha, aunque no se experimente aquel suave afecto. 17. Se incluyen las preguntas de un novicio y las respuestas. 18. En qué debe creerse que consiste el amor de Dios. 19. Se responde a un novicio que pregunta cuál es el fruto de las diversas compunciones. 20. Donde el novicio afirmaba que más había amado a Dios se convence que era donde menos le había amado. (Y se indica a quiénes aprovecha derramar lágrimas). 21. De todo lo anterior se puede comprender qué realizan la caridad y la concupiscencia en el proficiente. 22. Qué gozo tan grande engendra el desprecio y victoria de los placeres. 23. El vano placer de los oídos. 24. La concupiscencia de los ojos, que consiste en la curiosidad exterior e interior, aflige a los que se convierten a una vida más perfecta. 25. Sobre la soberbia de la vida. Trata en primer lugar de la vanidad.
  • 9. 9 26. El ansia de dominio. COMIENZAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO TERCERO 1. Se expone la ley que distingue los sábados. 2. La distinción entre estos sábados ha de buscarse en un triple amor; y qué conexión existe en este triple amor. 3. El sábado espiritual se experimenta en el amor de sí mismo. 4. Qué sábado se percibe en el amor fraterno, y cómo se armonizan con la caridad los seis años que preceden al séptimo. 5. Cómo se conserva este doble amor con el amor de Dios. 6. El sábado perfecto se halla en el amor de Dios, y el año quincuagésimo se compara a este amor. 7. En qué consiste el amor, la caridad y la concupiscencia. 8. El ejercicio recto o perverso del amor depende de la elección, del movimiento y del fruto. 9. Qué nos conviene elegir para disfrutar. 10. Nuestro amor se inclina hacia el acto y el deseo, unas veces lo hace por el afecto y otras por la razón. 11. Se expone qué es el afecto y cuántos son los afectos, y se indica que el afecto espiritual tiene una doble acepción. 12. El afecto racional e irracional. 13. El afecto obligado. 14. El afecto natural. 15. El afecto carnal tiene un doble contenido. 16. Qué pensar de estos afectos. 17. Cómo mueve la razón al alma al amor de Dios y del prójimo. 18. Distinción del doble amor, entre los cuales fluctúa el espíritu del proficiente. 19. Se prueba con dos comparaciones por qué el hombre benévolo y manso, aunque sea menos perfecto, es amado con un afecto mayor y más dulce que el austero y más perfecto; y se muestra cómo no es peligroso amar a ambos. 20. Existen tres amores: el del afecto, el de la razón, y el de ambos.
  • 10. 10 21. Síntesis de lo dicho y cómo se reconoce el verdadero amor de Dios. 22. Qué debe tenerse en cuenta en el amor al prójimo. 23. Qué afectos no deben admitirse y cómo hay que seguir el espiritual que procede de Dios. 24. Cómo seguir el afecto racional. 25. Cómo precaverse y admitir el afecto obligado 26. Qué normas hay que observar en el afecto natural y en qué consiste amar en Dios y por Dios. 27. El afecto carnal no se debe rechazar totalmente ni admitírsele sin reservas. 28. Se examina no sólo el origen, sino también el proceso y el fin de los afectos, y se dan ejemplos de cómo se cambia un afecto en otro. 29. Muchas veces diversos afectos luchan en la misma alma, y por eso se indica con ejemplos cuál debe anteponerse. 30. Qué utilidad ha de buscarse en los afectos. 31. Con qué actos nos conviene tender a Dios y con cuáles atender a nosotros mismos y al prójimo. 32. Al comenzar a tratar de cómo moderar la vida humana, indica la sobriedad a seguir en el orden natural. 33. Se describe el modo de satisfacer y expiar en el orden necesario. 34. Cuál es el orden voluntario y modo de actuar en él. 35. Controversia sobre cierta carta referente a la regla y profesión de los monjes. 36. Se exponen las normas a seguir en el orden voluntario. 37. Se indica qué debe hacer el hombre para sí mismo y qué para el prójimo, y se expone si debe preferirse a sí mismo o al prójimo. 38. Se precisa a qué prójimo debe darse la preferencia. 39. De quiénes podemos disfrutar en esta vida. 40. Cómo debemos disfrutar mutuamente.
  • 11. 11 COMIENZA EL LIBRO QUE SE TITULA ESPEJO DE LA CARIDAD CAPÍTULO PRIMERO Lo más digno es que el Creador sea amado por su criatura 1. Extendiste, Señor, el cielo como una piel1, colocando en él las estrellas para que nos iluminen en esta noche en que rondan las fieras de la selva y los cachorros de los leones rugen para devorar y hacer de nosotros su comida2. Cubres también con aguas los espacios más altos, con los cuales, a través de secretas cataratas empapas la tierra de nuestro corazón, para que abunden sus frutos de trigo, vino y aceite3 y no nos afanemos inútilmente en busca de nuestro pan, sino que quienes buscamos encontremos, los que encontramos nos alimentemos y experimentemos qué dulce eres, Señor. Mi alma, un alma árida, un alma estéril e infructuosa, ansía empaparse de estas gotas que destilan, para que también a ella se le aparezca aquel pan celestial que alimenta a los ángeles y del que chupa el niño. Que mi paladar saboree todos los deleites y ya no suspire por las ollas de carne que dejé en Egipto, donde por orden del Faraón hacía adobes sin dárseme la paja4. 1 Sal 103,2. 2 Sal 103,21. 3 Sal 4,8. 4 Ex 5,7.
  • 12. 12 2. Resuene, pues, buen Jesús, tu voz en mis oídos5, para que aprenda cómo debe amarte mi corazón, te ame mi mente, y te amen hasta las entrañas de mi alma. Que te abrace la médula de mi corazón, pues eres mi bien único y verdadero, mi gozo dulce y exquisito. Pero ¿qué es el amor, Dios mío? Si no me engaño es una admirable complacencia del alma, tanto más dulce cuanto más pura, tanto más suave cuanto más verdadera, tanto más gozosa cuanto más amplia. Es el paladar del corazón el que te saborea, porque eres dulce; es el ojo el que te ve, porque eres bueno; y es el espacio capaz de acogerte, a ti que eres inmenso. Pues quien te ama te contiene, y te contiene en la medida que ama, porque tú eres amor, eres caridad. Esa es aquella opulencia de tu casa de la que se embriagarán tus amados, los que se pierden a sí mismos para pasar a ti. ¿Y cómo se realiza eso, Señor, sino amándote? Pero con todo el ser. Descienda, Señor, te ruego, a mi alma una partícula de esta inmensa dulzura tuya, con la que se endulcen los panes de su amargura. Guste de antemano con la prueba de un pequeño sorbo aquello que desea, lo que ansía, por lo que suspira en esta peregrinación. Saboree y siga con hambre, beba y siga con sed, pues los que te comen tendrán más hambre, y los que te beben tendrán más sed6. Pero se saciarán cuando aparezca tu gloria7, cuando se manifieste el cúmulo inmenso de tu dulzura, que reservaste para los que te temen8, porque sólo lo revelas a los que te aman. 3. Mientras tanto, Señor, que yo te busque, y te busque con el amor; porque quien camina amándote es indudable, Señor, que te busca; y quien te ama perfectamente ése es, Señor, el que ya te ha encontrado. ¿Hay algo más justo que el que te ame tu criatura, que recibió de ti ese don para poder amarte? Los seres irracionales o insensibles no pueden amarte: no son capaces de ello. Tienen su naturaleza, su figura y su orden, no para ser felices o poder serlo amándote, sino para que todo lo hermoso, bueno y bien ordenado por ti contribuya a la gloria de aquellos que pueden ser dichosos porque pueden amarte. CAPÍTULO II Naturaleza, forma y utilidad otorgadas en común a todas las criaturas 4. Nuestro Dios, que es el ser sumo e inmutable, que es siempre el mismo, como dice David: Tú eres siempre el mismo9, dio a todas las criaturas estas tres cosas: naturaleza, forma y utilidad. Por la naturaleza son buenas; por la forma son hermosas; por la utilidad son provechosas si están bien ordenadas. Quien les dio el ser las hizo también buenas, hermosas y bien ordenadas. Y como proceden del que es infinito e inmutable, por eso existen todas. Como aquel de quien dimanan es infinita e inmutablemente hermoso, todas son hermosas. Y todas son buenas por causa del que es la bondad suma e inmutable; todas están bien ordenadas por el que es infinita e inmutablemente sabio. Son, pues, buenas por naturaleza, hermosas por la forma y bien ordenadas al esplendor de todo el conjunto. 5. Vio Dios, dice, todo lo que había hecho y era muy bueno10. Por el hecho de ser, son buenas; 5 Cant 2,14. 6 Eclo 24,21. 7 Sal 35,15. 8 Sal 30,20 9 Sal 101,28. 10 Gen 1,31.
  • 13. 13 en cuanto que cada parte se armoniza con la totalidad, son hermosas; y si cada una halla en todo el conjunto su lugar, tiempo y modo adecuado, entonces están perfectamente ordenadas. Cada cosa tiene un lugar propio para estar; por ejemplo, el ángel el cielo, los seres irracionales la tierra, y el hombre -como intermedio- el centro del paraíso. Tienen también el tiempo en que existen o hasta cuando existen, de manera que en la belleza del conjunto unos comienzan todos a la vez, como sucede en la naturaleza angélica; otros no comienzan todos a la vez, pero una vez que comienzan no dejan de existir, como los hombres; y otros tampoco comienzan a la vez, y con el tiempo dejan de existir, como los irracionales. 6. Para que no se piense que callo el modo en que subsiste cada criatura y cuál es el más adecuado de cada una, ¿hay algo más propio de la criatura racional que la bienaventuranza, si es justa? ¿Y algo más apropiado que la miseria si es malvada? ¿O qué modo más oportuno para la criatura irracional e insensible, incapaz de ser feliz ni miserable, que servir a la salud de unos o aumentar la desdicha de otros? Tiene mucha razón el sabio que dice: El agua, el fuego y el hierro, la leche, el pan y la miel, el racimo de uvas, el aceite y el vestido, todo eso se convierte en bueno para los santos11 y en malo para los impíos y pecadores. Y no se queje el hombre de tener el mismo lugar que las bestias, pues no comprendió la dignidad que poseía, y por eso se rebajó con los animales y se hizo semejante a ellos12. Y no sólo por el lugar. ¿Quién es capaz de decir cuánta semejanza con los animales irracionales brotó al quedar abolida en el alma racional, no la imagen, pero sí la semejanza divina? Pero esto queda para otro momento. 7. Ahora hay que resaltar y predicar la sabiduría del Creador: él no es el origen ni provocador de los males, pero sí es su prudentísimo coordinador. ¿Por qué no impide mi Señor dulcísimo y omnipotentísimo que exista el mal, de modo que no pueda manchar ni lo más mínimo su plan eterno? ¿No brillaría más su omnipotencia, no sería más admirable su sabiduría, y más dulce su misericordia si convirtiera con su poder los males en bienes, ordenara sabiamente lo ordenado y otorgara misericordiosamente la bienaventuranza a los miserables? CAPÍTULO III El hombre ha sido creado a imagen de su Creador y es capaz de la bienaventuranza 8. Así pues, en el conjunto de toda la creación, al hombre no sólo se le ha concedido existir, o ser simplemente algo bueno, hermoso u ordenado como las demás criaturas, sino también ser dichoso. Pero así como ninguna criatura existe por sí misma, ni es hermosa o buena por sí misma, sino por el que es infinito y totalmente hermoso o bueno, y es, en consecuencia, la bondad de todo lo bueno, la belleza de todo lo hermoso y la causa de todo cuanto existe, tampoco el hombre es dichoso por sí mismo, sino por aquel que es infinitamente feliz y por ello la felicidad de todos los bienaventurados. 9. Únicamente la criatura racional es capaz de esta bienaventuranza. Creada a imagen de su Creador, posee la capacidad de adherirse a aquel de quien es imagen, y esto es un bien exclusivo de la criatura racional, como dice el santo David: Para mí lo bueno es adherirme a 11 Cfr Eclo 39,33. 12 Sal 48,13.
  • 14. 14 Dios13 . Esta adhesión no es de la carne sino del alma, pues el Creador de las naturalezas infundió en ella tres facultades para hacerle capaz de la eternidad divina, partícipe de la sabiduría y saboreador de la dulzura. Estas tres son la memoria, la ciencia y el amor o voluntad. La memoria es capaz de la eternidad, la inteligencia lo es de la sabiduría, y el amor de la dulzura. Creado el hombre con estas tres facultades a imagen de la Trinidad, tenía presente a Dios en la memoria sin olvidarle, le conocía sin error por la inteligencia, y con el amor lo abrazaba sin ansiar nada más. Por eso era feliz. CAPÍTULO IV 13 Sal 72,28.
  • 15. 15 El hombre se apartó del amor que contenía el gozo pleno de su felicidad, y también se apartó de Dios; se volvió un miserable y corrompió la imagen de Dios en sí, aunque no la suprimió. 10. Aunque la felicidad consista en estas tres cosas o se consiga con ellas, sin embargo su deleite reside propiamente en la tercera. Es indudable que deleitarse en cosas viles es lo más repugnante, pero donde no existe deleite tampoco hay felicidad. Y donde falta el amor también el deleite. En cambio, cuanto más se ama el bien supremo, mayor es el deleite y la felicidad. Ya puede la memoria recordar muchas cosas, y la inteligencia comprender lo más profundo, si la voluntad no se ocupa de lo recordado y conocido no existe deleite alguno. 11. Nuestro primer padre, dotado del libre albedrío, con la ayuda de la gracia de Dios podía deleitarse perpetuamente, amando siempre a Dios con su recuerdo y conocimiento, y ser siempre dichoso. También pudo dirigir su amor a otra realidad inferior, y de ese modo enfriarse al apartarse de su amor y condenarse a la miseria. Si la dicha única de la criatura racional es adherirse a Dios, su miseria consiste en apartarse de Dios. Pero encumbrado en dignidad, no comprendió. ¿Qué? Tal vez lo que comprendió uno que entró en el santuario de Dios y percibió las realidades presentes y las últimas; pues como él dice: Los que se alejan de ti perecerán; destruyes a los que te son infieles14. No comprendió que quienes abandonan a Dios por la soberbia caen en la necedad, y que quien usurpa la semejanza con Dios por la rapiña, se viste justamente con la desemejanza de los jumentos. 12. Al abusar, pues, del libre albedrío, desvió su amor del bien inmutable, y cegado por la propia codicia se volvió a otro menor; al apartarse del bien verdadero y pasarse a lo que no era bueno por sí mismo, donde se imaginaba que iba a ganar, en realidad perdió; y al amarse perversamente se perdió a sí mismo y a Dios. La consecuencia justísima fue que a quien atentaba contra Dios ansiando la semejanza de Dios, si la curiosidad le incitó a querer ser semejante a Dios la codicia le volvió más desemejante. La imagen de Dios en el hombre quedó corrompida, aunque no totalmente eliminada. Por ello conserva la memoria, aunque expuesta al olvido; y la inteligencia, aunque sometida al error; y el mismo amor, aunque proclive a la codicia. 13. Todavía persevera en el alma racional en esta trinidad la marca muy pobre de la Trinidad bienaventurada, y volviéndose hacia la substancia misma el alma recuerda quién es, se conoce y se ama. Ama, conoce y recuerda su propia memoria; y recuerda, conoce y ama su propia ciencia y ama, recuerda y conoce su propio amor. En la sustancia está la unidad y en las tres palabras que citamos aparece la trinidad. Por eso dice el salmista: El hombre permanece en la imagen, pero se turba inútilmente15. Con estas palabras el santo David insinúa de manera concisa pero muy clara que el alma humana posee la imagen por naturaleza, y la corrupción por el pecado. Pues el olvido corrompe la memoria, el error oscurece la ciencia y la codicia mengua el amor. CAPÍTULO V 14 Sal 72,27. 15 Sal 38,7.
  • 16. 16 Con la venida del Salvador se renueva en el hombre la imagen de Dios; su renovación perfecta no ha de esperarse aquí sino en el futuro. 14. Una vez saldada la deuda que pesaba sobre la naturaleza humana, por el Mediador entre Dios y los hombres Jesucristo hombre16, y cancelado el documento por el cual nos tenía amarrados la cruel soberbia del enemigo antiguo; expoliados los principados y potestades17, a los que nos había sometido la justicia divina, y aplacado Dios Padre por aquella hostia única de la cruz, la memoria se repara de nuevo por la doctrina de la Sagrada Escritura, el entendimiento por el sacramento de la fe y el amor por el crecimiento diario de la caridad. La renovación de la imagen sería perfecta si el olvido no alterase la memoria, si ningún error ofuscara la inteligencia, y ninguna especie de codicia turbara el amor. Pero ¿dónde y cuándo sucederá eso? Esa paz, esa tranquilidad y esa felicidad hay que esperarlas en la patria, donde no existe el olvido entre los que viven en la eternidad, ni se desliza el error en quienes disfrutan de la verdad, ni ataca la codicia a los que están absortos en la caridad divina. ¡Oh caridad eterna y verdadera, verdadera y amada eternidad, amada y eterna verdad, eterna, verdadera y amada trinidad! Aquí, aquí está el descanso, aquí la paz, aquí la dichosa tranquilidad, aquí la tranquila felicidad, aquí el gozo tranquilo y dichoso. 15. ¿Qué haces, alma humana, qué haces? ¿Por qué te enredas con tantas cosas? Sólo una cosa es necesaria. ¿Para qué más? Lo que ansías en tantas cosas lo tienes en uno. La grandeza, la ciencia, el deleite, la abundancia, todo lo tienes aquí, plenamente aquí, y en ningún otro lado. ¿Acaso existe la verdadera grandeza en esta fosa fatal y charca fangosa? ¿Se halla la ciencia perfecta en este país de sombras de muerte? ¿Es posible el gozo puro en este lugar horroroso y en esta inmensa soledad, o la plena abundancia entre tanta miseria? ¿Qué grandeza existe en el mundo que no la destruya el temor? ¿Qué ciencia tiene el hombre si se desconoce a sí mismo? Y si te gozas en la carne, eso es propio del caballo y del mulo que carecen de razón 18. Si te recreas en la fama o riquezas, cuando mueras no te llevarás nada ni te acompañará tu fama19. Así pues, la verdadera grandeza reside donde ya no hay nada mayor a que aspirar; la ciencia verdadera consiste en no ignorar nada; el auténtico placer es el inmune al hastío; y la auténtica abundancia es la que nunca se agota. ¡Ay de nosotros, Señor, que nos alejamos de ti! ¡Ay de mí, que se ha prolongado mi destierro!20 ¿Cuándo llegaré y me presentaré ante ti?21 ¡Quién me diera alas de paloma para volar y descansar!22 16 1 Tim 2,15. 17 Col 2,15. 18 Sal 31,9. 19 Sal 48,18. 20 Sal 119,5. 21 Sal 41,3. 22 Sal 54,7.
  • 17. 17 16. Mientras tanto, Señor Jesús, te pido que mi alma se emplume en el nido de tu disciplina, descanse en los huecos de la peña y en las grietas del cercado. Que te abrace ahora a ti crucificado y beba un sorbo de tu dulcísima sangre. Que esta meditación apacible llene mi memoria, para que el olvido no la oscurezca por completo; que declare no saber otra cosa sino a mi Señor y a éste crucificado23, y así la vanidad del error no desvíe mi conocimiento de la solidez de la fe. Que tu amor admirable se apodere de todo mi amor, y no lo arrastre la codicia del mundo. ¿Pero qué digo? ¿Deseo esto sólo para mí? Que se cumpla, Señor, que se cumpla por favor lo que dijo el profeta. Se acordarán y volverán al Señor todos los confines de la tierra24. Dice que se acordarán. Por lo tanto, comprendo que el recuerdo de Dios está escondido, pero no totalmente sepultado en la mente racional, para que sientas que no se trata de algo nuevo que se incluye sino de lo antiguo que se restaura. Pues si la razón humana no resplandeciera al menos un poco y de modo casi espontáneo en el recuerdo de Dios, creo que ni siquiera el insensato diría en su corazón. No hay Dios. CAPÍTULO VI Disputa contra el necio que dice en su corazón : “No hay Dios”. 17. Si eres, pues, tan necio que dices en tu corazón: No hay Dios, ¿crees que habrá algún sabio? Tal vez tú. Supongamos que así sea, ¿y eres tan sabio que no puedes volverte necio? ¿O tan necio que no puedas llegar a sabio? Si rechazas ambas cosas, no sólo diría que has perdido el juicio sino que ni siquiera vives. Pero porque tú devanees ¿crees que ha desaparecido la sabiduría? No, puedes llegar a sabio. ¿Y con qué otro medio sino con la sabiduría? Por lo tanto, aunque tú pierdas el juicio, existe la sabiduría. - Es cierto, me dirás, pero en el sabio. - ¿Pero hay acaso un hombre que no pueda desvariar? Aunque todos los hombres pierdan el juicio, persiste la sabiduría, pues en caso contrario no podrían volver a saber. - Me dirás que la sabiduría persiste en los ángeles. Incluso ellos por naturaleza pueden desvariar, como lo muestra la inmensa multitud de ángeles necios, cuya naturaleza era igual que la de los otros, aunque su gracia es distinta. Por lo tanto ninguna criatura es sabia por sí misma. ¿Cómo lo será, pues, sino por la sabiduría? ¿Y dónde la encuentra el necio para ser nuevamente sabio? Si la encuentra, la sabiduría hallada por el necio le hace sabio. Pero, ¿cómo encontrar lo que no existe si no comienza antes a existir? 18. Yo no la encuentro así -replicas-, sino que me hago sabio con la meditación y el ejercicio. - Así que ¿te haces tú mismo sabio? ¿Tú mismo creas la sabiduría? - ¿Y por qué no? - Yo te había imaginado necio, y tú te has hecho tan sabio que eres capaz de conseguirte la sabiduría. ¿Acaso sabe poco el que hace a otro sabio? Porque si alguien afirma que un necio puede hacer sabio a otro, todos se reirán de él. ¿De dónde, pues, le viene al necio la sabiduría? Tal vez de otro hombre sabio. ¿Y ése por qué es sabio? Tal vez se hizo él mismo sabio. Pero antes de hacerse sabio ¿no era necio? Caemos en la misma contradicción del necio que hace sabio a otro. 23 1 Cor 2,2. 24 Sal 21,28.
  • 18. 18 19. Si me dices que el ángel puede hacer sabio a otro, ¿de dónde le viene ser sabio? Si es él quien se hizo sabio, volvemos a la contradicción antedicha. Concluyamos, pues, que la sabiduría que hace sabios a los demás no es una realidad creada. La sabiduría no puede volverse necia, porque no puede ser necedad, como la muerte no puede ser vida, aunque la muerte de Cristo sea nuestra vida. Ni la luz puede ser tiniebla, aunque nosotros fuimos en otro tiempo tinieblas y ahora somos luz en el Señor. Ni el mismo Juan era luz, sino el que daba testimonio de la luz. Existía ya la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo25. Esa es la verdadera sabiduría, que se infunde en las almas santas, para que también ellas sean sabias. ¿Te parece poco todo esto, oh necio? 20. Vuelvo a preguntarte: ¿sabes que existes? Me dirás que nadie lo ignora. Cierto, ni siquiera el escolar. Pero ¿has existido siempre? ¿De dónde has recibido la existencia? ¿Te has hecho a ti mismo? Si no eras nada ¿cómo pudiste hacer algo tan grande? ¿De dónde, pues, te viene la existencia? ¿Acaso de otro hombre? ¿Y al otro? ¿Acaso del ángel? ¿Y al ángel? Concluyamos, pues, que la esencia que da el ser a todos los demás no ha sido creada, como tampoco ha sido creada la sabiduría que otorga el saber a todo lo demás. No te escuches, por tanto, a ti para saber esto o lo otro, o para ser así o de otro modo; que te hable en el corazón el que es la sabiduría y el ser, y no dirás en tu corazón: No hay Dios, porque en él percibirás que ni siquiera puedes existir ni decir en tu corazón: No hay Dios, si no existiera Dios. 21. Insisto: ¿quieres existir y saber? Creo que no lo rechazas. Pues reúne estas tres cosas: el ser, el saber y el querer. Vuélvete, oh rebelde, al corazón26. Considera qué unidad e igualdad reina entre las tres. Y cuando percibas que estas tres se hallan en ti y que no proceden de ti, piensa en la esencia eterna, en la sabiduría eterna y en la voluntad eterna de la sabiduría y esencia eterna, y no digas en tu corazón. No hay Dios, sino que, al recordarla conviértete al Señor tu Dios con todos los confines de la tierra. CAPÍTULO VII El hombre se alejó de Dios por el afecto del alma 25 Jn 1,9. 26 Is 46,8.
  • 19. 19 22. ¡Qué admirable es, Señor, el conocimiento que tienes de mí! Es inmenso y no puedo abarcarlo27. Mientras tanto te abrazaré, Señor Jesús. Como pequeño al pequeño, como débil al débil, como un hombre a otro hombre, y aún más, como pobre a pobre. Porque tú, Señor, eres un pobre, te montaste sobre una borrica y sobre una cría de borrica28. Así te abrazaré, Señor. Pues toda mi grandeza proviene de tu pequeñez, toda mi fortaleza de tu debilidad, toda mi sabiduría de tu necedad. Señor: correré tras el aroma de estos ungüentos29. ¿Te asombra que llame ungüento lo que sana al enfermo, fortalece al débil y alegra al triste? Te seguiré, pues, Señor Jesús, estimulado por el olor de estos ungüentos y confortado con su aspersión. Te seguiré, Señor, si no a los montes de los aromas, donde te encontró tu esposa30, sí al huerto, Señor, donde quedó sembrada tu carne. Allí, sin duda, exultas; aquí duermes. Aquí, Señor, aquí duermes, aquí descansas31, aquí gozas de ese dulce Sábado. Que mi carne, Señor, quede sepultada contigo, para que lo que vivo en la carne no lo viva en mí sino en ti, que te entregaste por mí32. Sea yo ungido contigo, Señor, con la mirra del pudor, para que el pecado no reine más en mi cuerpo mortal33, ni me vuelva un jumento que se pudre en su propio estiércol34. 23. Pero ¿de dónde viniste al huerto? ¿De dónde, sino de la cruz? ¡Ojalá, Señor, tome tu cruz y te siga! Pero ¿cómo te voy a seguir? - Tú me respondes: ¿Cómo te apartaste de mí? - Creo, Señor, que no fue con los pasos de los pies sino con el afecto del alma. No quise conservar para ti la substancia de mi alma y me la apropié; y al querer poseerme a mí mismo sin ti, te perdí a ti y a mí. Y yo mismo me siento muy pesado35; me he convertido en un antro de miseria y tinieblas, en un lugar horroroso y en un campo de escasez. Por lo tanto, me levantaré e iré a mi Padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti36. CAPÍTULO VIII El hombre se reforma como imagen de Dios por el afecto de la caridad 24. Si no me engaño, está claro que la soberbia humana se malogra a sí misma y corrompe la imagen de Dios que hay en ella, cuando se aleja del sumo bien, no con los pasos de los pies sino con los afectos del espíritu; y que la humildad humana se renueva a imagen de quien la creó cuando se acerca a Dios con el afecto del espíritu. Por eso dice el Apóstol: Renovaos en el espíritu de vuestra mente y revestíos del hombre nuevo, que fue creado a imagen de Dios37. ¿Y cómo se realizará esta renovación sino con el precepto nuevo de la caridad, del que afirma el 27 Sal 138,6. 28 Jn 12,15. 29 Cant 1,3. 30 Cant 8,14. 31 Cant 1,6. 32 Gal 2,20. 33 Rom 6,12. 34 Joel 1,7. 35 Job 7,20. 36 Luc 15,18. 37 Ef 4,23-24.
  • 20. 20 Salvador: Os doy un mandamiento nuevo38? Así pues, si el espíritu se reviste perfectamente de esta caridad reformará las dos facultades que dijimos están corrompidas, es decir, la memoria y el conocimiento. Por eso se nos inculca como muy saludable para nosotros el contenido de este único precepto, del cual depende el despojo del hombre viejo, la renovación del espíritu y la reforma de la imagen divina. 25 . Nuestro amor, en efecto, envenenado de codicia y miserablemente amarrado en la red del placer, se hundía en el abismo, esto es, iba de vicio en vicio por su propio peso. Pero al infundírsele la caridad, y disolver ésta con su calor su innata indolencia, se eleva a las alturas, se despoja de la vetustez y se reviste de la novedad, y adquiere las alas plateadas de paloma 39 para volar hacia el bien sublime y puro, de quien todos proceden, como lo proclama abiertamente el bienaventurado Pablo a los Atenienses40. 38 Jn 13,34. 39 cfr Sal 67,14. 40 Hech 17,28.
  • 21. 21 26. Pues después de disertar sutil y ampliamente sobre Dios, y demostrar con vehemencia con textos de los filósofos que Dios es único, y que en él vivimos, nos movemos y existimos, dice: Somos su raza. Y añade: Por tanto, si somos de la raza divina41. Nadie piense, sin embargo, que el Apóstol afirma que somos raza de Dios para demostrar que poseemos la misma naturaleza o sustancia que Dios, y en consecuencia, que ya dejamos de ser mudables, corruptibles o miserables, como sabemos que lo es su Unigénito, nacido de su sustancia y semejante en todo al Padre. Afirma que somos raza de Dios, o más bien no lo niega, porque sabemos que el alma racional, creada a imagen de él, puede participar de su sabiduría y bienaventuranza. La caridad, pues, eleva nuestra alma hacia aquello para lo que fue hecha; y la pasión le empuja hacia lo que libremente se deslizó. CAPÍTULO IX Nuestro amor está dividido contra sí mismo por las tendencias contrarias de la caridad y de la concupiscencia 27. Como la única facultad de nuestra alma capaz de la caridad o de la pasión es lo que solemos llamar el amor, éste es el que está dividido en sí mismo por una especie de dos apetitos contrarios: la nueva infusión de la caridad y las secuelas de la inveterada pasión. A esto se refiere el Apóstol: No hago lo que quiero42. Y en otra ocasión: La carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Son tan opuestos que no hacéis lo que queréis43. Aquí el Apóstol, al hablar del espíritu y de la carne, no se refiere a dos naturalezas contrarias en cada hombre, como se imaginan los inmundos Maniqueos; sino que al referirse al espíritu expresa la novedad de la mente por la infusión de la caridad, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado44. Y al hablar de la carne insinúa la mísera esclavitud del alma por las secuelas de lo antiguo, y afirma que en una misma mente se entabla un conflicto continuo entre lo viejo tan arraigado y lo nuevo tan insólito. CAPÍTULO X El libre albedrío ocupa un lugar central en el alma, pero no influye del mismo modo en el bien como en el mal 41 Hech 17,28. 42 Rom 7,15. 43 Gal 5,17. 44 Rom 5,5.
  • 22. 22 28. Así pues, entre estas dos realidades, es decir, lo que el Apóstol llama codicia de la carne, no porque toda codicia mala proceda de la carne, pues los demonios no tienen carne y poseen la codicia, sino porque no viene de Dios sino del hombre, a quien la Escritura suele llamar carne. Entre ese apetito, que con pleno rigor se llama codicia, y aquel otro del espíritu, que con razón llamamos caridad, porque es del espíritu de Dios y no del nuestro, ya que la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado45; entre estas dos -insisto- ocupa en cierto modo el centro lo que en el hombre se denomina libre albedrío, porque cuando el alma se inclina a uno de los dos lo hace por el libre albedrío. Nadie sea tan ignorante que se atreva a conceder que el hombre, por su libre albedrío, tiene la misma posibilidad para hacer el bien que el mal, pues no somos capaces de pensar nada por nosotros mismos46, ya que es Dios quien produce en nosotros el deseo y su realización, según su designio47; porque, no depende de querer ni de correr, sino de que Dios se apiade48. Conclusión: ¿negamos con esto que existe en el hombre el libre albedrío? De ninguna manera. 29. El libre albedrío es esa energía o naturaleza del alma, o si es posible decirlo de manera adecuada, eso propio del hombre por lo que consiente a algo con el juicio de la razón. No es el consentimiento a esto o aquello, sea bueno o malo, sino aquello con lo que se consiente. Así como una cosa es la vista y otra la visión, ya que la vista es uno de los cinco sentidos corporales y la visión es la actuación del sentido, del mismo modo distinguimos entre el consentimiento y aquello con que se consiente. El consentimiento es una acción del alma, y el libre albedrío es cierta energía o naturaleza del alma por la cual consiente, y que posee un juicio innato, por el cual elige aquello en que consiente. Pero como el consentimiento se hace con la voluntad y el juicio con la razón, la voluntad y la razón integran el libre albedrío. La razón propone el bien y el mal, lo justo e injusto, y lo intermedio; la voluntad consiente y todo consentir procede de la voluntad. 30. Donde hay voluntad, allí hay cierto grado de libertad. El libre albedrío, como he dicho, parece que incluye ambas facultades: la libertad de la voluntad y el juicio de la razón. Ya ves, pues, cómo el libre albedrío no está determinado por la buena voluntad del hombre, sea cual sea su origen, pues no pierde la decisión ante una voluntad buena ni mala; y en consecuencia, tampoco la libertad, ni la razón, ni el juicio. Pero como Dios produce en nosotros el deseo ¿perdemos la capacidad de desear? Si es don de Dios el que usemos bien de la razón, ¿por eso no usamos de la razón? Si se debe a Dios todo el bien que hacemos, ¿por eso no hacemos el bien? Si no podemos pensar nada por nosotros mismos, porque nuestra capacidad proviene de Dios, ¿somos incapaces? Aunque todo esto lo hacemos por la gracia de Dios, sin embargo lo hacemos, y lo hacemos con la voluntad y la razón; y por tanto, no lo realizamos sin el libre albedrío. CAPÍTULO XI La gracia no suprime el libre albedrío 45 Ibidem. 46 2 Cor 3,5. 47 Flp 2,1.3 48 Rom 9,16.
  • 23. 23 31. Dios actúa de un modo muy distinto en los seres que carecen de voluntad y de razón, y en consecuencia, de libre albedrío -como por ejemplo las bestias- y tampoco ellas hacen nada de esto. El bien que Dios hace por medio de nosotros, o desde nosotros, pero sin nuestra voluntad, es exclusivo de Dios y no nuestro; y lo que hace con nuestra voluntad es suyo y nuestro. Si lo hago queriendo -dice Pablo- recibo salario; si no es por mi voluntad es que me han confiado una administración49. Por tanto, para que la obra que Dios realiza en nosotros y por nuestro medio sea también nuestra, él mueve nuestra voluntad para que consintamos; y de este modo, por su gracia nosotros tenemos recompensa. Pues si lo hago queriendo recibo salario; y para que yo quiera hacer el bien Dios produce en mí el deseo. Excita la voluntad a pedir, a buscar y a llamar, y añade una gracia a otra, es decir, realizarlo con una voluntad buena. 32. Finalmente, como la vida eterna es la recompensa de las obras buenas, al otorgarla Dios corona sus dones, que quiso fueran méritos nuestros. Observa todo esto en Pablo: Fui blasfemo y perseguidor e insolente50. Aquí hay una voluntad, pero mala: hay méritos, aunque pésimos. Pero alcancé misericordia, para ser fiel. Aquí hay una voluntad buena; pero fíjate de dónde procede. No porque existió antes en mí algo bueno, sino porque me precedió su misericordia. Yo alcancé misericordia para ser fiel. Como dice San Agustín, uno puede ir a la iglesia, escuchar la palabra de Dios o recibir el sacramento de Cristo no queriéndolo. Pero creer sólo es posible queriéndolo. Sobre las obras escucha: Trabajé más que todos ellos51. ¿Esto es, Pablo, lo que tienes y no lo recibiste? - Lo recibí. Es cierto que trabajé más que todos ellos, pero no yo. 33. ¿Cómo es posible esto: yo y yo no? Yo no, porque no procede de mí, de mis fuerzas, sabiduría o méritos, sino de la gracia de Dios. ¿Que ha sucedido? ¿Te quita el libre albedrío, destruye tu voluntad y aniquila el juicio de la razón? De ninguna manera. Dije que yo no, porque es la gracia de Dios; pero dije que yo, porque la gracia de Dios está conmigo. ¿Cómo está conmigo? Haciendo que consienta con el que obra, y de este modo coopere yo, y coopere queriendo; pues si yo no quiero y él actúa desde mí o por medio de mí, no podré afirmar: He peleado un buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe52. Por tanto, el libre albedrío no basta para hacer el bien, pero Dios hace muchas cosas buenas en él, con él y por él. En él cuando le incita al bien con una inspiración interior; con él, cuando une a él el libre albedrío por el consentimiento; por él, cuando con la cooperación de Dios, uno realiza algo por medio del otro. Me espera la corona de la justicia53. ¿Qué corona, sino la vida eterna? Me espera la corona de la justicia, que el Señor me entregará aquel día. 34. Dice que le entregará. Por tanto, si se la entrega, la recompensa es la vida eterna. Verdadera recompensa, porque ha precedido una buena obra: He peleado un buen combate. ¿Pero de dónde procede esta obra? No yo, sino la gracia de Dios conmigo54. Los méritos son, pues, nuestros, y la gracia es de Dios. Y por esos méritos da la vida eterna: una gracia por otra gracia. Dará a cada uno según sus obras. Pero sólo merecen la recompensa celestial aquellas obras que han sido dispensadas antes por su favor. Que la vida eterna es gracia nos lo dice el 49 1 Cor 9,17. 50 1 Tim 1,13. 51 1 Cor 15,10. 52 2 Tim 4,7. 53 2 Tim 4,8. 54 1 Cor 15,10.
  • 24. 24 mismo Apóstol: El salario del pecado es la muerte, y el don de Dios es la vida eterna55. La vida eterna -insisto- es gracia y doble gracia. Es gracia porque se da por otra gracia; y es también gracia porque la gloria supera a los méritos. Los sufrimientos del tiempo presente no tienen proporción con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros56. 55 Rom 6,23. 56 Rom 8,18.
  • 25. 25 CAPÍTULO XII Ni a los que se salvan ni a los condenados se les priva del libre albedrío; y la gracia sólo actúa mediante el libre albedrío 35. ¿Acaso en la gloria careceremos de voluntad para consentir un bien tan inmenso, o estaremos privados de la razón para apreciar ese bien nuestro? Por tanto, tampoco del libre albedrío; y no para poder hacer el mal sino para ser capaces de ese bien. Las bestias no están expuestas a la condenación ni son capaces de la salvación, porque carecen de razón y de voluntad. Los niños no poseen más razón y voluntad, pero sí una gracia más evidente; carecen del don de los méritos, pero aunque por la limitación que procede de la pena del pecado viven y mueren sin libre albedrío, al ser despojados de este envoltorio de la carne que les condiciona, en modo alguno debemos admitir que participarán de la felicidad eterna o de una merecida condenación sin hacer uso de la voluntad racional. 36. Los niños que se salvan muestran una gracia más evidente, pues carecen del libre albedrío al que puedan asignarse los méritos; la gracia que otorga los méritos y los premios me parece una gracia más colmada. De nada podemos gloriarnos, cuando no hay nada nuestro. ¿Qué es lo que te distingue, oh hombre? ¿El libre albedrío? Sin duda, pero te distingue de los jumentos, no de los injustos. Porque también los malvados poseen libre albedrío, sin el cual no podrían ser ni siquiera injustos. Exceptuando, pues, el pecado original, que por otro motivo oprime incluso a los que no lo quieren, nadie puede ser justo o injusto sin su voluntad, y por tanto sin el libre albedrío. Pero la voluntad sólo se levanta hacia la justicia con la gracia, mientras que se hunde por sí misma en la injusticia. 37. Es indudable que donde existe la voluntad hay libertad. Pues donde se está voluntariamente no se obliga a estar por coacción. ¿Quieres escuchar cómo se da cierta libertad en la injusticia? Atiende al Apóstol: Mientras erais esclavos del pecado os emancipabais de la justicia57. ¿No adviertes cómo la voluntad no carece de libertad, incluso en la esclavitud del pecado? ¿Pero acaso falta el juicio de la razón en la libertad de una voluntad injusta? ¿No puede discernir lo que quiere de lo que no quiere, o juzgar que es provechoso, bueno o deshonesto incluso lo que quiere de manera desordenada? Porque si carece de alguna de estas facultades podría apetecer sólo lo voluptuoso, tener los mismos instintos que los animales, pero sin ser capaz de consentir o disentir de ellos por el juicio de la razón, que es lo propio del libre albedrío. El profeta nos demuestra que el hombre puede abusar de la razón haciendo el mal: Son sabios para obrar el mal58. El libre albedrío no deja de existir ni en las penas del infierno, ya que los réprobos rechazan voluntaria y libremente las penas que sufren; tampoco falta el juicio de la razón, por el cual se acusan y juzgan a sí mismos como merecedores de lo que padecen. 57 Rom 6,20. 58 Jer 4,22.
  • 26. 26 38. Creo que la cuestión está clara: ni la gracia elimina el libre albedrío, ni el libre albedrío debilita la gracia. ¿Cómo va a suprimir la gracia el libre albedrío, si la gracia sólo actúa en el libre albedrío? Y esta gracia de que hablamos no actúa en los brutos animales ni en las realidades insensibles, sino sólo en los que son capaces de sentir un precepto o prohibición y escuchan: haz esto o aquello, o no hagas esto o aquello. Lo cual únicamente se aplica a los que gozan de libre albedrío, y con él pueden querer esto o aquello. Para que quieran el bien, la gracia no actúa destruyendo el libre albedrío e impidiendo que quieran algo, sino inclinándolo a que quieran el bien. De este modo, cuando practicas el bien no creas que lo haces con tus fuerzas; pero no lo enajenes de tu voluntad, ya que no es posible llamarlo bueno si no es voluntario. CAPÍTULO XIII Por qué razón no influye del mismo modo el libre albedrío en el bien que en el mal 39. Dirá alguno: Estoy de acuerdo, y queda demostrado que la gracia de Dios puede obrar todo en todos sin atentar en nada contra la libertad de albedrío. Pero ¿quién sabe si eso sucede así? ¿Cuál es el motivo de que si no necesita la más mínima ayuda para el mal, no pueda obrar el bien? -¿Habrá alguien a quien no le baste el firme asentimiento de la fe católica, el peso de la experiencia diaria del que vive bien, lo que afirman los profetas y apóstoles, y lo que es aún mayor, el testimonio de aquellos labios verídicos que dicen: Sin mí no podéis hacer nada59? En unos ojos purificados con esta fe no puede faltar la razón, la inteligencia estará presente y penetrará la luz de la verdad. 40. El que pueda que vea, y quien no pueda ver, crea. El que ve, gócese con humildad; el que no ve, crea con perseverancia, pues si no creéis no entenderéis60. Vea -insisto- que la criatura ha sido hecha de la nada y es mutable, y por un cierto impulso natural de su mutabilidad tiende a aquello de donde procede, es decir, a la nada. Y de hecho es muy fácil ver que todo lo que es mudable por naturaleza necesita de algo inmutable para no cambiar. Nada mudable posee en sí la inmutabilidad, pues no sería mudable; y mucho menos puede dársela a otro. Pero si la criatura cambia sin la ayuda de nadie, ¿no es evidente que cambia de manera más natural y vigorosa por un impulso necesario hacia aquello de que fue hecha? Por eso, para que por su mobilidad no se deslice hacia lo más bajo, para que mantenga su mutabilidad en lo que es, y se eleve hacia lo alto con felices auspicios, siempre necesitará la gracia de quien le creó con su poder. CAPÍTULO XIV Qué diferencia existe entre la gracia de los primeros hombres en el paraíso y la que poseen los predestinados en este mundo; al hombre se le imputa con justicia la mala voluntad, aunque para obtener la buena voluntad no basta la facultad del libre albedrío. 59 Jn 15,5. 60 Is 7,9.
  • 27. 27 41. Aunque el ángel en el cielo y el hombre en el paraíso no estaban coaccionados por ninguna flaqueza ni les dominaba la maldad, por el hecho de poseer una naturaleza mudable ambos necesitaban la gracia; y si no se les hubiera otorgado, hubieran tenido excusas de su pecado. Pero como por la gracia creadora se les otorgó una voluntad buena, y por la gracia auxiliante la facultad de perseverar en ella si querían, no tenían motivos para quejarse de su naturaleza mutable. La bondad divina no dejaría de mantenerla e impulsarla si su propia maldad no la hubiera abandonado. No me atrevo a opinar sobre si a los condenados se les dará una gracia especial que les inspire una voluntad buena o si se les concede otra gracia, en la que no falte -si quieren- la posibilidad de perseverar. 42. Si los elegidos sufren una miseria mayor que los primeros hombres en el paraíso, también reciben una gracia mayor; y cuanto más les ataca la fragilidad más poder de resistir se les concede. A aquellos, como dijimos, vemos que se les otorgó la posibilidad de perseverar, si querían; a éstos se les otorgó también el hecho de perseverar. Pero ¿por qué el vicio es propiedad del hombre inicuo si carece de una voluntad buena, la cual no puede adquirir por su fuerza ni conservarla por sí mismo? El que ha sido dotado de buena voluntad ¿por culpa de quién se ha hecho malo? ¿No será más justo imputarle su impotencia, ya que no le fue impuesta por el Creador sino que fue él mismo quien se abrazó espontáneamente a ella? Si no parece justo culparle de no tener la voluntad buena, que no podría tener si no la hubiera recibido, ¿será injusto que se le impute la que recibió y perdió? ¿Será injusto que se le impute el mal que cometió sin que nadie le obligara? CAPÍTULO XV La condenación, incluso la de los niños, es muy justa 43. Me dices que la razón condena con toda justicia a quienes pueden usar la razón, y por ello no carecen de juicio para elegir o de voluntad para consentir. ¿Pero qué motivo existe para condenar a los párvulos, que no son malos por creación ni la voluntad propia les hace injustos? - Dime: ¿crees que es injusto que el fuego consuma un árbol inútil y estéril? Mira, te ruego, a todo el género humano como un árbol seco, estéril, viciado de raíz, infectado del veneno de la antigua serpiente, destinado justísimamente a las llamas, reservado para el fuego y entregado a la condenación. ¿Qué dices? ¿Te irrita, árbol estéril, que algunas ramitas cortadas de tu raíz ya muerta sean arrebatadas del fuego, e injertadas en un tronco fecundo recuperen la prístina hermosura? 44. Fíjate cómo aquel árbol verde, el árbol de la vida, cuyas hojas no se marchitan y todas sus obras prosperan, ha hecho un lugar en su dulcísimo costado, que quiso le abrieran en la cruz, para aquellas ramas, separándolas de aquella raíz enferma por pura misericordia. Y así, injertadas y trasplantadas en él, y convertidas en una misma cosa con él, reviven y florecen, no por su virtud -que es nula- sino participando de su espíritu; y al recibir la lluvia generosa que Dios derrama sobre su heredad, y ser caldeadas con el sol de la caridad divina y saturadas de la savia de la gracia celeste, den frutos espirituales que se almacenarán en los graneros del cielo. - Pero yo he quedado abandonada, dice aquella rama inútil. Totalmente abandonada. - ¿De qué te quejas? ¿Acaso tu ojo es malo porque yo sea bueno? 45. He dado a muchos sin debérselo a nadie; ¿y tú -repito- eres por eso malo y envidioso, te
  • 28. 28 enfrentas y calumnias? - Me respondes: si ambos niños son víctima de la misma condena ¿por qué se elige a uno y se rechaza a otro? - Escucha el por qué: porque amé a Jacob y rechacé a Esaú61. - Es injusto, me gritas. - ¿Puede la obra reclamar al artesano por qué la hace así? ¿No tiene el alfarero libertad para hacer de la misma masa un objeto precioso y otro sin valor62? Pues si el hombre puede destinar algunos objetos que hace para usos nobles y reservar otros para servicios innobles, sin que nadie le llame injusto, ¿murmuras tú, porque Dios tome para sí algunos objetos que estaban destinados con toda justicia para la ignominia y prescindir de los que quiera? ¿Ensalzar a su prístina dignidad a los que prefiera y dar a otros la condena merecida? Si el alfarero hace de su voluntad la norma de justicia para clasificar los objetos que fabrica con una misma arcilla, ¿cómo no va a ser norma suprema de justicia la voluntad del Omnipotente, para separar, ordenar, tomar, rechazar, salvar y condenar a todo lo que ha creado de la nada? 46. Por tanto, se compadece de quien quiere y otorga misericordia a quien le place; a otro endurece, abandonándolo justamente; a quien quiere lo ablanda con la ternura de su misericordia; hace lo que quiere y no comete injusticia, pues la norma que distingue lo justo de lo injusto es su voluntad, la cual se identifica con la equidad; y su voluntad no depende de ninguna ley de justicia, sino que es la ley de la justicia la que dimana de su voluntad. He dicho todo esto para que no parezca injusta la condenación de los niños. Por tanto, oh hombre, no penetres en lo sublime, sino teme. Pues si Dios no se compadece de las ramas que tienen la misma naturaleza y el mismo mérito que tú, es posible que tampoco se apiade de ti. 47. Contempla la severidad y bondad de Dios. La severidad con los que quedan abandonados, y la bondad contigo, con tal que permanezcas en la bondad. Pues en caso contrario también tú quedarás olvidado. Para no ser olvidado sino escogido de entre los olvidados, no presumas de ti, no desesperes de la bondad de Dios, no seas negligente en el obrar, ni perezoso para orar con el profeta que dice: Separa mi causa de la gente no santa63. Y para perseverar en la bondad, no te complazcas en tus fuerzas, sino fíate de aquel a quien grita el profeta: Tú, Señor, nos guardarás y nos librarás eternamente de esa generación64. De esa generación de la que añade: Los malvados no cesan de dar vueltas . Son como Sansón, que despojados de los cabellos de las virtudes y privados de las luces del conocimiento, se les destina a la muela del molino; abandonan el atajo de la caridad y giran en torno a la codicia. CAPÍTULO XVI La caridad posee toda la perfección 61 Rom 9,13. 62 Rom 9,20-21. 63 Sal 42,1. 64 Sal 11,8.
  • 29. 29 48. Y tú, alma mía, ¿no te sientes también sometida a este continuo merodear? Su cabeza no cesa de dar vueltas, dice la Escritura, y les abruma el esfuerzo de sus labios65. ¿Qué sacas con tanto esfuerzo? ¿Unas simples algarrobas de cerdos? Eso no sacia. Y si te sacia, ¿a qué nivel? Es mucho más suave, gozoso y agradable tener hambre de caridad que hartarse de codicia. Y no puede compararse en felicidad. Cuanto más enfrascado está uno en la codicia, más vacío de verdad y más miserable se siente. Al oír, pues, alma, el oprobio de tantos que merodean sin cesar, hazte como un cacharro inútil, olvídate de ti misma y enfráscate en Dios; no vivas ni mueras para ti, sino para aquel que murió y resucitó para ti. 49. ¡Quién me diera embriagarme de esta saludable bebida, quedar absorto de admiración y presa de este suavísimo letargo, para que, amando al Señor mi Dios con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas, no busque jamás mis intereses sino los de Jesucristo! Y amando al prójimo como a mí mismo, no busque mi provecho sino el del otro. ¡Oh palabra que consuma y condensa en la equidad! ¡La palabra caridad, la palabra amor, la palabra dilección, la palabra de la plena perfección interior! Palabra que desborda y nada le falta; palabra que condensa, y, en la que se compendia toda la ley y los profetas. Judío, ¿qué necesidad tienes de tantas cosas? Aquí está la circuncisión, aquí el sábado, aquí las hostias salvadoras, aquí el sacrificio perfumado, aquí el incienso más delicado. Posee la caridad y nada de esto te faltará; descuida la caridad y nada te será provechoso. CAPÍTULO XVII La circuncisión espiritual se contiene en la caridad 50. Aquí se halla, no la amputación de un miembro carnal, sino la verdadera y perfecta circuncisión del hombre interior y exterior, que refrena la lujuria, apaga la sensualidad, reprime la gula, domina la ira, disipa totalmente la envidia y derrota la soberbia, raíz de todos los vicios. Moderando con cierta dulzura espiritual los impulsos de la voraz tristeza, se enfrenta a la molicie de su compañera la acedia. Hiriendo con la espada penetrante de la liberalidad la peste de la avaricia, libera y protege al alma del vicio de la idolatría. ¿Hay, acaso, algo más perfecto que esta circuncisión, por la que se amputan los miembros de los vicios, se aniquila el cuerpo del pecado, se deja el adorno velludo de los primeros padres, y desaparece toda la roña e inmundicia de la antigua vetustez? Al alma que está llena de la dulzura de la caridad no la cohíbe el temor, no la mancha la sensualidad, no la desgarra la ira, no la encumbra la soberbia; no la agita el humo fatuo de la vanagloria, ni le turba la pasión, ni la consume el vértigo de la ambición; no le halaga la avaricia, ni le hunde la tristeza, ni le corroe la envidia. Porque la caridad no es envidiosa ni fanfarrona, no es orgullosa ni destemplada, no busca sus interés, no se irrita, no piensa mal ni se alegra de la injusticia66. Ya ves cómo esta circuncisión espiritual extermina todos los vicios y purifica los sentidos corporales con una especie de cuchillo divino amputando la insolencia de los ojos, raspando la comezón de los oídos, alejando los inútiles caprichos del gusto, reduciendo el descaro de la lengua, evitando a la nariz los olores de las rameras, y arrancando la molicie perniciosa del tacto. 65 Sal 139,10. 66 1 Cor 13,4-6.
  • 30. 30 CAPÍTULO XVIII El sábado verdadero y espiritual ha de buscarse en la caridad 51. Advierta ya el judío cuál es este Sábado, si es que un hombre ruin que gime bajo el peso de los pecados67, está amarrado con las redes de las pasiones, y que no ha saboreado nada o muy poco estos consuelos, puede decir algo de esto. ¡Ojalá me concedieran un pequeño respiro los capataces del Faraón, para que mi alma pudiera reposar media hora al menos en el silencio de este Sábado! Seguro que callaría dormido en la paz y descansaría en mi sueño con los reyes y magistrados que reconstruyen las ruinas y tienen sus casas repletas de dinero. Pero ¿cómo puede esperar eso un miserable? Buscaré, buscaré este Sábado, pues tal vez tú, Señor, escucharás el deseo del pobre, y sacándolo un día de la fosa fatal y de la charca fangosa, le concedas saborear un poquito y ver qué inmensa es la dulzura que reservas para tus fieles68 (Sal 30, 20), porque sólo se la manifiestas a los que te aman. 52. Pues quienes te aman descansan en ti; y allí se halla el verdadero descanso, la auténtica tranquilidad, la paz verdadera, el auténtico sábado del espíritu. Pero a ti, judío, ¿de dónde te viene el Sábado? - Del hecho de que Dios descansó el día séptimo de todas sus obras, me respondes. - ¿Entonces no descansó en los seis anteriores? - Evidente -insistes-, durante seis días Dios creó el cielo y la tierra; y en el séptimo descansó. Por eso se te manda estar ocioso. Estar ocioso, repito y no danzar. ¡Ojalá supieses estar ocioso y ver que este Jesús es Dios! Desaparecería al instante la tiniebla de la infidelidad, y contemplarías a cara descubierta por la caridad el Sábado perfecto! Y no te afectarían ya tanto los manjares carnales de tu sábado carnal, porque una vez dentro del tabernáculo admirable de la casa de Dios, envuelto en gritos de júbilo y acción de gracias, prorrumpirías gozoso en aquel canto: Nos regocijaremos y alegraremos en ti69, recordando tus pechos que son mejores que el vino70. Incluso en el colmo de tu gozo harías tuyo lo que dijo Habacuc: Yo me gozaré en el Señor y me regocijaré en Dios71, mi Jesús. CAPÍTULO XIX Cuánto ha de preferirse el día séptimo a los demás, y en él se ensalza la caridad de Dios 67 Sal 39,3. 68 Sal 30,20. 69 Is 25,9. 70 Cant 1,3. 71 Hab 3,18.
  • 31. 31 53. Pero indiquemos brevemente las prerrogativas del día séptimo. Es innegable que fue grande el día en que, disipadas las tinieblas, por mandato de Dios brilló la luz; también fue grande aquel otro en el que la voz divina separó las aguas inferiores de las superiores, colocando en medio el firmamento. No es menos hermoso aquel otro en el que, reunidas las aguas por la palabra de Dios, la tierra seca se viste de hierba, se adorna de árboles, se embellece con flores y rebosa de frutos. Y no es inferior aquel otro en que el cielo se engalana con sus inmensas lumbreras, con las cuales se establecen el correr de los días, la diversidad de climas, el curso del año y el conjunto del zodíaco. No digamos nada de la eminencia de aquel otro día, en el que el agua engendró toda clase de animales, sumergiendo a una parte entre sus olas y enviando a otra parte por los aires. No carece de admiración el día sexto, en el que nacen de la tierra los cuadrúpedos y serpientes, y en el que el hombre, formado de arcilla, es animado con el aliento divino. Pero ninguno de éstos parece comparable al día séptimo, en el cual no se crea nada en la naturaleza, pero se ensalza el descanso de Dios y la perfección de todas las criaturas. Así te lo dicen: En el día séptimo completó Dios la obra que realizó, y descansó de todo lo que había creado72. Día grande, descanso inmenso, sábado sin fin. 54. ¡Ojalá comprendieras! Si no me engaño, ese día no es fruto del curso del sol visible, no comienza con su salida ni acaba con su ocaso; no tiene mañana ni tarde. Al día primero no veo por qué hay que llamarle primero, ya que la Escritura no lo llama primero sino uno. Me dirás que el siguiente no puede ser el segundo, si éste no es el primero. Fíjate bien si al segundo no se le llama también uno, y lo mismo al tercero; y si al hablar de un día repetido seis veces no se nos recomendará el número seis. Sea lo que sea de esta ambigüedad, pasó, dice, una tarde y una mañana: el día uno; y después añade: pasó una tarde y una mañana: el día segundo73. Y lo mismo con los demás. Creo que con estas palabras se indica la mutabilidad de todas las criaturas, sus avances y carencias, su comienzo y su fin. Pero del día séptimo no se dice nada de eso. No se dice que tenga tarde y mañana, comienzo ni fin. Por eso, el día del descanso de Dios no es temporal sino eterno. Hace un momento imaginabas a Dios trabajando durante cierto tiempo, y reposar de su cansancio durante otro tiempo. Eso no era pensar en Dios, sino fabricar un ídolo. 55. Ten cuidado: no sea que carezcas de ídolos en el templo de Jerusalén y los tengas en tu corazón. No hizo nada con esfuerzo, pues lo dijo y se hizo. No descansó sólo un día porque estuviera fatigado, sino que su día de descanso es eterno. Así pues, su descanso es su eternidad, que no es otra cosa que su divinidad. Creías que es como tú, y que había creado casi por necesidad, para complacerse al mirarlo o disfrutar al descansar. Por eso no se dice que descansó en alguna criatura, para que sepas que no necesita nada, sino que se basta a sí mismo y que no creó para remediar su carencia sino para satisfacer su absoluta caridad. En realidad creó todo para que exista, lo conserva para que persista, y todo lo que permanece lo dirige según sus designios. Y no hace esto por necesidad sino sólo por su amable voluntad. Llega de un extremo a otro con firmeza, por su omnipresente y omnipotente majestad, pero lo dispone todo con suavidad, siempre tranquilo y descansando en su apacible caridad. 72 Gen 2,2. 73 Gen 1,5-8.
  • 32. 32 56. La caridad es su descanso inmutable y eterno, su tranquilidad eterna e inmutable, su Sábado eterno e inmutable. Ella sola explica por qué creó todo lo que iba a crear, dirige lo que debe ser gobernado, administra lo que necesita dirección, impulsa cuanto se mueve, promueve lo que debe progresar y perfecciona lo que necesita perfección. Por eso al recordar su reposo se indica con mucho acierto la perfección de todas las cosas. Su caridad se identifica con su voluntad y su bondad: y todo esto no es otra cosa que su ser. Para él descansar en su íntima caridad, en su apacible voluntad y en su bondad desbordante es lo mismo que ser. En los días que se suceden y que en cierto modo se distinguen por sus alternancias de mañana y tarde, y en los cuales se relata el conjunto de la creación, se indica la mutabilidad de la criatura; en cambio, en este día al que no se añade nada, ni le precede o sigue nada, que ignora las angustias del comienzo y los límites del ocaso, se ensalza con razón su eternidad y en ella se describe perfectamente su descanso, para que nadie piense que creó algo por indigencia o con esfuerzo. ¿Pero por qué allí se usa el número seis y aquí el siete? Acoge la explicación que puedo ofrecerte. CAPÍTULO XX Por qué se aplica el número seis a la obra de Dios y el siete a su descanso 57. El número seis parece que contiene toda la perfección: está formado por todas sus partes y no las supera. Sus componentes son el uno, el dos y el tres. Si preguntas qué parte del seis es el uno, se te dirá que es la sexta; y que el dos es la tercera, y el tres la mitad. Y ya no hay otro número que pueda ser una parte del seis. Así pues, las partes del número seis son el uno, el dos y el tres. Si los sumas verás que hacen exactamente seis. Por eso en la creación del mundo se conservó este número, para que no creas que hay algo superfluo o imperfecto en todas las criaturas. Pero el número siete se dedica al descanso de Dios; y ya dije que el descanso de Dios es su caridad. Y con toda razón, pues el Padre ama al Hijo y le enseña todo lo que hace74. Y más aún: Yo cumplo los mandatos de mi Padre y me mantengo en su amor75. Y el mismo Padre dice: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco76. Esta mutua dilección entre el Padre y el Hijo es amor mutuo, abrazo entrañable, caridad dichosísima: por ella el Padre reposa en el Hijo y el Hijo en el Padre. En efecto, este es el reposo imperturbable de ambos, la paz sincera, la tranquilidad eterna, la bondad incomparable y la unidad indivisible. Esto que es único para los dos, o que más bien los unifica, a ese espíritu dulce, suave y jubiloso lo llamamos Espíritu Santo. Y se cree que asumió con toda propiedad este nombre porque consta que es común a los dos. 58. Es verdad que el Padre y el Hijo son Espíritu, y ambos son santos; pero el que es propio de ambos, esto es, la caridad y unidad consustancial de ambos, se llama con propiedad Espíritu Santo. Es uno, y uno con el Padre y el Hijo, pero por la gracia septiforme que creemos brota de la plenitud de esa fuente, en las Escrituras se le aplica el número siete. Por eso, según Zacarías, en una piedra hay siete ojos77; y según el Apocalipsis hay siete espíritus ante el trono de Dios 78. 74 Jn 5,20. 75 Jn 15,10. 76 Mt 3,17. 77 Za 3,9. 78 Ap 1,4.
  • 33. 33 Admira, pues, la excelencia de la caridad, en la cual el Creador y guía de todas las cosas quiere disfrutar una especie de Sábado perenne e inefable. CAPÍTULO XXI En todas las criaturas aparece algún vestigio de la caridad divina, y por eso todas tienden a una especie de sábado o descanso. 59. Si contemplas atentamente todas las criaturas, desde la primera a la última, desde la mayor a la menor, desde el ángel más excelso hasta el gusano más insignificante, comprobarás que la bondad divina, que no es otra cosa que su caridad, lo contiene todo. No se propaga localmente, ni se difunde en los espacios, no se mueve de una parte a otra, sino que por la permanente e incomprensible simplicidad de su presencia sustancial, lo contiene todo, lo invade todo, lo penetra todo, une lo ínfimo con lo sublime, lo contrario con lo contrario, lo frío con lo caliente, lo árido con lo húmedo, lo suave con lo áspero, lo blando con lo duro, y lo establece en una paz armónica. Su deseo es que entre todas las criaturas no haya nada opuesto ni contrario, nada que desdiga o perturbe, nada que altere la hermosura del universo, sino que todas las criaturas descansen en una paz tranquilísima, en la tranquilidad del orden que él había asignado al universo. Por eso lo que se engríe y rompe el orden de la bondad divina es expulsado al instante del plan de su invicto poder, para que si él se halla inquieto y desordenado no turbe la tranquilidad de todo lo demás, sino que sea de gran provecho, pues al compararse con él lo hermoso parecerá más hermoso, y lo bueno mejor. 60. He aquí por qué todo tiende a su orden, se dirige a su lugar, y fuera de su orden están inquietos, y una vez ordenados descansan. Si lanzas una piedra al espacio ¿no vuelve al instante a la tierra, como forzada por su propio peso? Y sólo reposará si no se desliza por las laderas ni se precipita en el abismo al chocar contra otra piedra. Si mezclas aceite con otros líquidos, al instante sube a la superficie como si estuviera inquieto por estar abajo, y no cesa en su empeño hasta que disfrute del descanso que le pertenece, estando por encima de todos. ¿Qué decir de las hortalizas y arbustos? Para dar frutos más abundantes y sabrosos ¿no desean una tierra más consistente, esponjosa, fértil, arcillosa o arenosa? 61. Si se plantan o trasplantan, si se las pone en un sitio o se las cambia de lugar, según sus condiciones naturales, con la expresión de su desarrollo nos dicen que ya están satisfechos. Finalmente, si observas atentamente los distintos cuerpos, verás que cada uno consta de diversas partes; que unas partes se unen a otras por un cierto vínculo de caridad, conservan el orden de su naturaleza y que en él hallan su paz. De tal modo que si intentas cambiar la situación ordinaria de una cosa, se perturba de algún modo la paz de las partes, hasta que las coloques en la nueva posición y descansan en la nueva tranquilidad que perciben.¡Qué afán tienen los animales irracionales para conservar su salud, evitar la muerte, saciar los apetitos carnales! Y cuando lo consiguen descansan, porque no apetecen otra casa. Carentes de razón y de conocimiento no pueden ni desear lo que supera el sentido carnal. CAPÍTULO XXII La criatura racional sólo descansa cuando consigue la bienaventuranza, y por qué, aunque desee la felicidad, rehuye del modo más infeliz el camino para alcanzarla.
  • 34. 34 62. A ti, alma racional, te está reservado un privilegio que no poseen los demás seres animados: superar los instintos carnales y tender hacia realidades más dignas, y no saciar el apetito hasta que llegue en alas de una gozosa curiosidad al bien sumo y óptimo, al más excelso y maravilloso de todos. Si te quedas en otro inferior, por muy digno, grande y gratificante que parezca, serás una desgraciada. Miserable por mezquina. Mezquina porque hay otros horizontes: hay algo mejor a que aspirar, está la bienaventuranza, que el alma racional anhela por un impulso natural. Y como la conciencia de cada uno atestigua que todos los hombres quieren ser felices, y esta aspiración es algo que no se puede suprimir, debemos concluir que la criatura racional sólo puede alcanzar el reposo tan deseado por todos cuando posea la bienaventuranza. 63. Por eso debemos lamentar mucho la ciega perversidad del hombre miserable que desea ardientemente la felicidad, y no sólo no hace lo necesario para alcanzar lo que desea, sino que se dedica con más gusto a lo que aumenta su miseria. Creo que jamás obraría así si no estuviera engañado por una imagen falsa de la felicidad, y le aterrara la visión de la verdadera miseria. ¿Quién no ve que la pobreza, el llanto, el hambre y la sed son parte importante de la miseria? Pero con eso suele evitarse la verdadera miseria y alcanzar la bienaventuranza eterna. Dichosos los pobres, dice Jesús, porque es vuestro el reino de los cielos. Dichosos los que lloráis porque seréis consolados. Dichosos los que ahora pasáis hambre porque quedaréis saciados79. Así pues, la pobreza es galardonada con riquezas eternas, el llanto se torna en gozo eterno, al hambriento se le reserva una saciedad eterna. Nadie duda que la bienaventuranza incluye riqueza, gozo y hartura. Pero como el réprobo queda engañado en el afecto de su voluntad por una apariencia de felicidad, el falso placer le defrauda de conseguir su deseo, y el miserable ignora el gozo inmenso de los elegidos en medio de las dificultades , y el parabién de la esperanza. 64. Le horroriza la apariencia de infelicidad que aparece externamente, pero bajo la capa de felicidad se esconde una auténtica infelicidad, es un gozo falso que no ahuyenta el verdadero dolor, y se prefiere a la miseria cuyo fruto es la auténtica bienaventuranza. Le ocurre lo que a ese enfermo que desea vivamente la salud, pero para evitar el dolor que le aqueja rechaza la intervención, aborrece la cauterización y, halagado por un dulce remedio, pide un lenitivo de ungüentos, aunque la enfermedad es tan grave que con esta medicina se agrava aún más, y es imposible atajarla sin el dolor del bisturí y del fuego. Esto ocurre al hombre miserable: se engaña tomando por felicidad lo que no es, se lanza al consuelo de las realidades presentes y se hunde más en la miseria sin saciar el apetito de la felicidad, y presa del vértigo más desdichado no descansa nunca. Si únicamente Dios es superior al alma racional, el ángel es igual que ella, y todos los demás seres son inferiores ¿hay algo tan próximo a la locura como abandonar lo superior y buscar descanso en aquello que es un medio para mejorarse? CAPÍTULO XXIII Sobre la prerrogativa de la criatura racional, y cómo el descanso que naturalmente anhela no debe buscarse en la salud corporal ni en las riquezas de este mundo. 79 Mt 5,3.
  • 35. 35 65. Criatura admirable e inferior sólo al Creador ¿a dónde te precipitas? ¿Amas el mundo? Tú eres más que el mundo. ¿Admiras el sol? Eres más deslumbrante que el sol. ¿Discutes sobre la disposición de este cielo voluble? Tú eres más sublime que el cielo. ¿Escudriñas los misterios de las criaturas? Ninguna te supera en misterio. ¿Dudas de que si tú reflexionas sobre todas ellas, ninguna de ellas piensa en ti? Júzgalas si quieres, pero no las ames. Ni ames siquiera el hecho de pensar. Ama al que te puso por encima de todas y no te sometió a ellas. Te puso sobre ellas, no para que fueras más dichoso por ellas, sino para que, siendo tú superior y sometiéndolo todo a ti para plenitud de tu honor, él se reservara como fruto de tu bienaventuranza. ¿Por qué, pues, persigues las hermosuras fugaces, si tu hermosura no se marchita con la vejez, no se desdora con la pobreza, no palidece con la enfermedad y ni siquiera muere con la muerte? Busca eso que buscas, pero no lo hagas allí. Busca que tu deseo sea total y así descanses. Busca eso. - ¿Dónde? -me dices-. - No en la salud corporal, pues si la amas para hallar en ella descanso piensa cuánto cuesta recuperarla cuando falta, y en qué penoso desenlace acaba casi siempre una enfermedad grave. Si se tiene salud, ¡cuánto hay que cuidarla y cuántas enfermedades, fiebres, pestes, y muertes la acechan! 66. ¿Acaso en las riquezas? ¡Cuánta fatiga para adquirirlas, qué preocupación para conservarlas, cuánto miedo a perderlas y qué dolor si desaparecen! Aumentas el dinero y aumentas el miedo. Temes que te las quite otro más fuerte, o que te las robe el ladrón. O que las pierda el siervo. Cuántas veces acontece lo que dice un sabio: Las riquezas guardadas perjudican al dueño80. El pobre descansa mucho más. El peregrino desnudo y sin nada, como dijo un autor, no teme las asechanzas del ladrón. El pobre duerme tranquilo de los ladrones nocturnos, y no refuerza los cerrojos. Por eso canta el poeta: El viajero sin blanca, ante un ladrón canta81. Otro sabio se ríe graciosamente de las punzantes preocupaciones de los ricos: la hartura del rico no le deja dormir82. Esto suele suceder en sentido literal, pues hay ricos que comen hasta sentir náuseas y al acostarse con el estómago tan repleto se sobresaltan con continuos eructos. Pero hay que aplicarlo a ese sueño del que se gloría la esposa en el Cantar y del que se dice: Yo duermo pero mi corazón está en vela83. Y el salmista añade: Por eso yo dormiré y descansaré en paz84. 67. Ese sueño es aquel en que tras sosegarse los sentidos carnales y alejar de lo íntimo del corazón las preocupaciones temporales, el alma santa descansa en la suavidad de Dios, saboreando y percibiendo qué dulce es el Señor85, y qué dichoso el que confía en él. No creas que rico alguno pueda disfrutar de este sueño, pues está siempre pendiente de las ganancias y cuanto más adquiere mayor es su ansia insaciable de lo que no posee. Por eso dice Salomón: El codicioso no se harta de dinero y el avaro no lo aprovecha86. Cae en aquella maldición del 80 Ecl 5,12. 81 Juvenal, Sat, X, 22 82 Ecl 5,11. 83 Cant 5,2. 84 Sal 4,9. 85 Sal 33,8. 86 Ecl 5,9.
  • 36. 36 profeta: ¡Ay del que acumula bienes ajenos87! Y al instante su mismo montón de monedas se mofa diciendo: ¿para qué amontona tanto barro?88. CAPÍTULO XXIV Cuál es la diferencia entre los ricos elegidos y los ricos réprobos. 87 Hab 2,6. 88 Hab 2,6b.
  • 37. 37 68. Hay que advertir que Salomón no dice: “el que tiene riquezas” sino el que ama las riquezas no las aprovechará89. Porque los elegidos, aunque tengan riquezas no las aman, y no buscan en ellas descanso; atentos a lo que el Apóstol manda a los ricos de que no se envanezcan ni pongan su esperanza en las riquezas inciertas90, sino que las distribuyan y compartan de buena gana, para atesorar un buen capital y alcanzar la vida auténtica. Y de este modo, con sus riquezas reciben un fruto no desdeñable, pues oirán al Señor: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer...etc91. 69. Estos no se afanan en adquirir riquezas pues temen lo que dice el Apóstol: quienes desean enriquecerse caen en la trampa del diablo92. No les atormenta la frívola solicitud de conservarlas, conscientes por encima de todo de la promesa del Señor, que prohíbe toda preocupación y garantiza lo necesario al decir: No os angustiéis pensando qué comeremos o qué beberemos93. Y un poco más adelante: Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia, y lo demás os lo darán por añadidura94. Y por último no murmuran cuando las pierden, sino que aceptan gozosos que se les robe sus bienes, sabedores de que poseen otra herencia mejor y perenne. A los perversos, en cambio, les sucede lo contrario. Creen que con la vulgar abundancia de bienes mundanos pueden calmar el deseo del alma racional, que únicamente se sacia con Dios, y al no cesar de aumentar sus bienes no se liberan un momento de las malditas preocupaciones ni dejan de trabajar. Y lo que es más lamentable, con el afán de esas cosas caen en una insensata ceguera. Eso ahora, pero ¿cuál será su final? 70. Oigamos sus últimas palabras, que la santa Escritura no calla: Dirán entre sí arrepentidos, entre sollozos de angustia95; y añade sus palabras, de las cuales citamos éstas: Nos enredamos en los matorrales de la maldad y la perdición, recorrimos desiertos intransitables, sin reconocer el camino del Señor. ¿De qué nos ha servido nuestro orgullo? ¿Qué hemos sacado presumiendo de ricos? Todo aquello pasó como una sombra, como un correo veloz; como nave que surca las undosas aguas, sin que quede rastro de su travesía ni estela de su quilla en las olas. Igual nosotros: apenas nacidos, desaparecemos, sin dejar rastro de virtud, nos consumimos por nuestra maldad. Esto decían en el infierno los que pecaron: la esperanza del impío es como tamo que arrebata el viento; como escarcha menuda que arrastra el vendaval; se disipa como humo al viento, pasa como el recuerdo del huésped de una noche96. Por tanto, parece que hay que buscar en otra parte este descanso y este Sábado. CAPÍTULO XXV Ni siquiera en la amistad mundana se debe buscar el reposo 89 Ecl 5,9. 90 1 Tim 6,17. 91 Mt 25,35. 92 1 Tim 6,9. 93 Mt 6,31. 94 Mt 6,33. 95 Sab 5,3. 96 Sab 5,7-10.13.15.
  • 38. 38 71. Pero dirás: ¿hay algo más placentero que amar y ser amado? Si es en Dios y por Dios, no lo desapruebo; más aún, lo apruebo. Pero si es según la carne o el mundo, fíjate cuántas envidias, sospechas y azotes abrasadores del espíritu celoso excluyen la quietud de la mente. Y aunque no ocurra nada de eso, la muerte que todos deben experimentar, disolverá esta unión y ocasionará dolor al que vive y pena al que se va. Aparte de que en esta vida sabemos que surgen terribles enemistades entre los mejores amigos. Del amor que existe entre los buenos trataremos en otra ocasión. CAPÍTULO XXVI El descanso no se halla en el placer corporal ni en el poder mundano 72. Me veo obligado a insertar en esta obra una especie de lunar, es decir, tratar del placer carnal, del cual sería preferible callar si no viera a muchos como desprovistos de lo humano y tan cubiertos de cierta semejanza con las bestias, que creen que todo el fruto de su vida está orientado al placer de su vientre y a todo lo relacionado con él. Diré, pues, algo, para que nadie piense que la paz del alma ha de buscarse en esas cosas. ¿Hay algo más perverso que situar el bien del alma racional en la voracidad del vientre, y subordinar lo más noble del hombre a la parte más vil de su carne, particularmente si advierte que en esto no puede distinguirse de las bestias más insensatas? Además, el hambre engendra tortura y la saciedad produce tedio. Pues aunque se satisfaga el placer, es inevitable no superar los límites de lo necesario. Y al romper el equilibrio natural es imposible evitar el dolor corporal. Recrearse en la obscenidad sexual y revolcarse como los cerdos en el cieno de sus excrementos, no sólo es lo más torpe, lo más grosero, lo más repugnante y vergonzoso, sino que es también el mayor tormento y lo más ajeno al reposo y a la tranquilidad. ¿Qué decir de su torpeza, si esta mancha horrible contamina la carne, afemina el espíritu y oprime y destruye todo cuanto hay de honesto, decoroso y viril en el espíritu? 73. Los otros vicios se tapan generalmente con el manto de otras virtudes, y por eso no sólo no sonrojan a los humanos sino que incluso son motivo de orgullo; pero este otro vicio es tan repugnante que en los momentos que subyuga y avasalla a la carne busca la oscuridad. El sapientísimo Creador colocó con toda honestidad esos miembros en el cuerpo humano, pero la sensualidad los hace tan obscenos que quien prefiere mirarlos en vez de cubrirlos respetuosamente será sancionado con la maldición eterna del Padre. En cambio, quienes sienten pudor de su desnudez serán premiados con la gracia de la eterna bendición. Y no hay que extrañarse de que con el triunfo y dominio universal de la Cruz de Cristo, vencedora de la molicie, quede descubierta y patente la afrenta de esta pasión; ya que en aquella plebe endemoniada que, por la astuta sagacidad de los demonios, veneraba las torpezas de los dioses falsos y hacía espectáculos públicos en su honor, jamás permitió el asquerosísimo Júpiter que ningún deshonesto hiciera un gesto obsceno. Los mismos que adoraban a los dioses adúlteros castigaban el adulterio y ensalzaban abiertamente la castidad. ¿Qué no harán, pues, quienes veneran al Hijo de la Virgen y autor de la virginidad? 74. Por tanto, evitemos que a nadie nos suceda lo que el profeta refiere de algunos : los jumentos se pudrieron en su estiércol97. Con esas palabras expresa gráficamente las 97 Joel 1,17.